21. Antropología. La Reforma y Contrarreforma en el problema de la gracia.
21. Antropología  

LA REFORMA Y CONTRARREFORMA EN EL PROBLEMA DE LA GRACIA.

La teología sufrió un replanteamiento de muchas cuestiones en la reforma protestante, incluidas las relacionadas con el pecado y la gracia. Los antecedentes podríamos verlos en el nominalismo filosófico de Ockam y en la popular "devotio moderna", cuya espiritualidad insistía en la vivencia de la fe y la cercanía a la Escritura. Si observamos al principal gestor de la Reforma, al menos inicialmente, comprobamos como Lutero ha experimentado la fe, y desde los escrúpulos resuelve personalmente en la lectura de San Pablo, una interpretación de San Agustín y una refundición de ambas en su propia conciencia.

Lutero plantea que el hombre no es libre. El pecado original ha corrompido de tal manera al hombre, que es incapaz de amar. La corrupción del hombre es irreparable, y sume al hombre en una situación de bloqueo. La justificación de los pecados se realiza por la fe y la misericordia de Dios, ésta no regenera al hombre, no lo transforma interiormente, porque el hombre sigue con su naturaleza corrompida, pero Cristo el Señor no mira el pecado sino la fe. La justificación por la fe es un acto del hombre que se abandona a Dios y que desde Él recibe la convicción de su misericordia y su salvación. La fe es absoluta y totalmente gratuita. Las obras no justifican al hombre sino la fe, la confianza y el abandono en Cristo, las obras serán en la teología luterana un signo de la justificación.

La respuesta del Concilio Tridentino en la teología de la gracia se articula en el "Decreto sobre la justificación", aprobado en el año 1547. En este documento, se indica, capitulo primero, que todos los hombres perdieron su inocencia por el pecado de Adán, siendo impotente el hombre para justificarse. No salva ni justifica la naturaleza o la Ley de Moisés. Continúa el Concilio afirmando la necesidad de la salvación de Dios, que toma la iniciativa, desde un proyecto cuyo protagonista principal es Jesucristo, que muere por todos y justifica a todos. La realidad es que no todos los hombres llegan a los méritos de Cristo, o bien por rechazo, o por no estar en contacto con los cauces de la justificación. Se entiende que el cauce es el Bautismo y la vida sacramental.

En los capítulos cuarto y quinto se alude a esa regeneración desde el lavatorio del Bautismo, en la conversión y como paso de ser hijos de Adán a ser por la gracia hijos de adopción de Dios. El hombre está invitado a aceptar la conversión en su vida y para eso debe prepararse. El capítulo séptimo es el principal en la doctrina de la justificación. Dice que la justificación no es sólo remisión de los pecados, sino verdadera santificación y renovación interior del hombre. Sí se produce, a diferencia del luteranismo, una regeneración del hombre corrompido. La voluntaria aceptación de los dones y de la gracia, claramente referido a la fe, esperanza y caridad, convierten al hombre injusto en justo, y la enemistad con Dios en amistad. Las causas de la justificación dice que son las siguientes: hay una causa final, que es la justificación para mayor gloria de Dios; habría una causa eficiente, que sería la misericordia de Dios. La tercera causa es la meritoria, sería Jesucristo, el Unigénito, el único que podría salvarnos. La cuarta es la causa instrumental y el medio sería el Bautismo como antesala de los sacramentos. En la causa formal hablaríamos de la justicia de Dios, por la que nos hace justos a nosotros, que somos injustos para Dios.

Al final de los capítulos aparecen una serie de cánones sobre la justificación, donde de manera jurídica se expresa la teología afirmada en los Decretos. Lo más importante para nosotros es como quedan dibujadas las distintas concepciones de la gracia y la necesidad de la redención. Lo cierto es que desde el protestantismo hay una acusación permanente de pelagianismo para la Iglesia Católica, que en determinados momentos, y no con cierta razón, ha abandonado la justificación redentora en Cristo, haciendo de la fe un mercado de indulgencias y de prebendas celestiales. La realidad nos obliga a volver a reafirmar que es cierto que sólo Dios salva, pero que para afirmar la necesidad de la fe no es imprescindible renunciar a la libertad del hombre cuando opta por Cristo, o de la acción bondadosa desde la gracia de Dios. El protestantismo abandona la libertad a favor de la gracia absoluta, el catolicismo sigue haciendo hincapié en la libertad del hombre y en la gracia necesaria.

Por eso la antropología protestante es negativa, el hombre es incapaz de Dios, está destruido totalmente por el pecado original, no puede justificar ni obrar el bien. Mientras que en la teología Católica, la antropología es más positiva, el hombre está corrompido, pero no tan destruido que no pueda obrar el bien, para lo cual necesita de la gracia de Dios.

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