21. Antropología. La creación en la tradición de la Iglesia.
21. Antropología  

LA CREACIÓN EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA.

Para el cristiano la creación es un dogma de fe, no una mera reflexión; de ahí la separación que pueda haber con un filósofo o un biólogo. El dogma indica que Dios crea el mundo, crea todas las cosas, las crea el Padre por bondad, y así recoge el credo: "creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible". La filosofía no se plantea nada de eso, y aunque la ciencia evolutiva indique la forma o el cómo de la evolución, para nosotros son verdades complementarias, no contradictorias. El relato del Génesis nos dice que Dios creó el mundo, el cómo lo creó y sus leyes, lo deben decir los científicos, no los teólogos.

En la Sagrada Escritura Dios crea mediante la palabra. Su acción es verbal, pero es además una acción personal y trascendente. Esta visión de la realidad desmitifica el mundo según la concepción de la época. En el relato se destruye cualquier otra intervención mitológica o de sus criaturas, el único creador es Dios.

Si reflexionamos sobre el hombre comprobamos también que es creado por la palabra, y en un contexto cósmico, se nos muestra que desde el inicio Dios dialoga con el hombre en la creación, le interpela en la naturaleza. La respuesta de San Francisco de Asís era de alabanza ante esta contemplación. Pero también la palabra crea al hombre mismo, el hombre surge como una llamada creadora de Dios, por eso está esencialmente constituido para el diálogo, la comunicación y la relación. El dialogo es una vocación del hombre, creado para la comunicación. El hombre se realizaría en diálogo y comunicación tanto respecto de Dios, como de los hombres. Ese diálogo divino alcanza su plenitud en Cristo, es la imagen perfecta de la comunión y la relación entre Dios y el hombre, dándose en Cristo el ser la palabra dada, y la respuesta perfecta.

Si profundizamos algo más en la Trinidad, contemplamos que el misterio de la creación corresponde al Padre, la redención al Hijo y la santificación al Espíritu Santo. Pero el monismo trinitario nos dice que la intervención es de Dios mismo, de los tres en comunión. Si el hombre es imagen y semejanza de Dios, significa que la Trinidad Santa habita en nosotros. Esto nos hace comprender que el diálogo amoroso de Dios, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu es abierto a las criaturas, especialmente al hombre, al que no deja de invitar y convocar amorosamente.

La acción creadora de Dios es una acción exclusivamente divina, no corresponde a ningún otro nuestra existencia. Es también una acción libre. La salvación que Dios ha ofrecido repetidamente al pueblo de Israel, ha partido de su libertad y su deseo, por eso la configuración de la creación no puede hacerse sin este valor. Dios crea libremente, porque quiere, es su voluntad, Dios no estaba necesitado de los hombres, porque ya dialogaba entre si en las personas del Padre, del hijo y del Espíritu. Finalmente, y antes de entrar en otras cuestiones, indicamos que la creación tiene un sentido, una finalidad, que no es otra sino comunicar su amor y su gloria, esa es la finalidad también de la redención. Por eso la salvación es también exclusiva, sólo salva Dios, igual que solo crea y redime Dios.

Una afirmación que se ha hecho a lo largo del tiempo es que Dios ha creado las cosas de la nada, desde el principio de los tiempos. Estas afirmaciones han traído su polémica. La física clásica indicaba que la materia ni se crea ni se destruye, simplemente se transformaba, por eso la comprensión de una creación de la nada sonaba a absurdo, o hay algo inicial o físicamente aparecía como imposible. Sin embargo, hoy la física, no se atreve a tanto, se muestra más humilde y perpleja ante la materia, de la que afirma no saber exactamente qué es.

Estas ideas sobre la materia y la nada, no deben alejarnos del planteamiento teológico, que alude más a un pensamiento dinámico, es decir, fuera de la salvación no hay nada. En la concepción hebrea, si Dios no te salva, no es posible la vida, no hay nada, puesto que la creación se hace en un momento temporal. Fuera de esa historia de salvación, que se inicia en una historia de creación, no hay nada. La alusión teológica no recoge problemas con la materia o la energía, simplemente ratifica que previo a la salvación no hay nada, que sólo hay un Dios, uno sólo creador de todas las cosas. Crear de la nada significa que las cosas son creadas desde la superabundancia divina, pero que son distintas del creador. Las consideraciones materiales y ontológicas están de más en la teología.

El verbo "bara", exclusivo de Dios, implica que cuando Dios actúa no se desintegra, no deja de existir, no se disuelve, no hay una extensión material al fenómeno, por eso podemos entender que Dios crea de la nada, porque fuera de Él no hay nada. Esto está relacionado con la resurrección, que también es una recreación de la nada, fuera de Dios todo es muerte, por eso, la resurrección manifiesta el poder creador de Dios.

Afirmar que Dios crea de la nada implica al menos dos ideas: la exclusión de un panteísmo o un emanatismo, y el problema de la materia preexistente. Dios no deja de ser El mismo, no pierde su capacidad, crea de una superabundancia de sí mismo, pero no surge de su propia identidad, no pierde sus cualidades. Por eso el mundo no es divino, ha sido creado de la nada, no es un trozo de Dios, no cabría aquí un panteísmo emanantista, donde Dios se fragmenta en su obra creadora. La segunda idea que implica la creación de Dios es que no hay una materia preexistente junto a Dios, sino que Dios es el origen de todas las cosas. Se excluye el materialismo absoluto, el politeísmo o el dualismo de Dios con el mundo, en el origen sólo está Dios.

Dios crea el mundo y se relaciona con Él. Esta relación se basa tanto en un fundamento trascendente como inmanente. Las dos realidades son necesarias en equilibrio, porque si nos inclinamos por la trascendencia absoluta de Dios, podemos hacer una teología donde la distancia entre la divinidad y el mundo nos haga concebir un Dios alejado y estratosférico, poco interesante para las cosas de los hombres. Así lo pensaron los griegos, o el deísmo Ilustrado y racional de los siglos XVII y XVIII. Cuando desequilibramos la balanza hacia un inmanentismo de Dios, se llega a una confusión de Dios con el mundo, un Dios tan identificado con el mundo que puede llegar a ser panteísta, todo es Dios que es el mundo. La creación de la nada debe implicar la contingencia de la naturaleza y del hombre, dependiente del creador, pero distinto al creador.

Hoy la idea de creación choca con otra cuestión, que es la del tiempo. Para el mundo Hebreo el tiempo tenía un sentido lineal, estaba abierto por el extremo del futuro, no era cíclico y repetitivo como proponían los griegos. La Sagrada Escritura emplea el término "kairos" para referirse al tiempo de la salvación, al momento de intervención potente y salvífica de Dios. El tiempo monótono de los hombres griegos era el "cronos", el tiempo físico y repetido. En la visión cristiana del tiempo hay una visión peculiar, porque el tiempo está abierto en dos coordenadas, en el principio y en el final, en la creación y en el "esjaton". En medio se sitúa una línea cronológica, temporal que concebimos como historia de salvación, y que se va desarrollando en sucesivas etapas. El punto central es el acontecimiento Cristo, centro de la historia y centro del tiempo. Teilhard de Chardin desarrolló toda una teoría implicando el evolucionismo, siendo Cristo el alfa y la omega, el principio y el fin.

Cristo, al hacerse hombre, formará parte del tiempo creado, será parte de la realidad inmanente y limitada de los hombres, será contingente. El tiempo podemos considerarlo una exigencia para nuestra libertad, una necesidad sin la cual no es posible la elección, es condición de la libertad. El tiempo tendría así una orientación antropológica, es algo que forma parte de la vida de los hombres, es creado por Dios y existe dentro de los planes de Dios. Cristo se encarna en unas coordenadas espaciotemporales concretas, entra en nuestro tiempo, y nos abre a la historia de salvación desde dentro.

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