18. Eclesiología. La Iglesia como templo del Espíritu Santo.
18. Eclesiología  

LA IGLESIA COMO TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO.

Finalmente nos acercamos a la última imagen, con una fuerte raíz en el NT, especialmente las cartas paulinas. No encontramos nada así en el AT, por lo que pensamos que bien pudiera ser una creación de la Iglesia primitiva. En Mateo "Pedro es la piedra angular sobre la que edificar la iglesia". La Iglesia es Templo del Espíritu Santo, según indica Pablo en 1 Cor 3, 9. "Sois edificación de Dios". Esto supone una idea de unidad, todos construidos sobre Cristo que es el cimiento. Encontramos textos relativos a ser templos del Espíritu Santo en 2 Cor 6, 14; 1 Cor 6, 19-20; Ef 2, 19-22 o 1 Pe 2, 5.

Ser templo expresa la visibilidad de Dios, algo relativo a la sacramentalidad, a ser signo visible de algo invisible. Se recupera una doble idea ya aparecida: la unidad y la santidad. La unidad en el sentido de haber sido edificados en el mismo fundamento, en un solo edificio, una misma casa, un mismo lugar de origen. En segundo lugar, ser templos del Espíritu Santo, supone la santidad de la comunidad cristiana, contrapuesto a profano y de signo distinto y separado al resto de las realidades institucionales humanas. La Iglesia es Santa porque está llamada y formada por Dios mismo, es un don de Dios que no depende de sus integrantes, y que debemos entenderla como la tarea de la comunidad, la invitación de Jesús, "sed santos como vuestro Padre Dios es santo". Las personas están convocadas por Dios para ser Santos, elegidos por Dios y llamados al compromiso por la fe, haciendo posible la eficacia sacramental. De nuevo, la Iglesia es Templo del Espíritu Santo indica que la Iglesia está habitada por Dios, que es un misterio para nuestra fe, objeto y sujeto de la fe.

Ser templos del Espíritu Santo tendrá correlativamente una expresión visible de esa presencia de Dios en la iglesia, esa expresión son los carismas. La palabra en griego es "xaris", significa gracia, don o regalo. Son expresión visible de Dios que se expresa a los cristianos por los carismas, resultado de esa gracia de Dios. Esos carismas son entendidos en San Pablo como algo cotidiano, más que algo extraordinario. Todos ellos son del cuerpo de Cristo, y corresponde hacer a la comunidad un discernimiento sobre los carismas, a fin de evitar la desunión por su causa.

Los carismas del Espíritu sirven para edificar la comunidad. San Pablo menciona cuales son los mejores para la comunidad, poniendo el amor al frente de todos ellos. Los carismas mejores son universales, para la comunidad y todos pueden participar de ese don del Espíritu Santo. Son además esenciales a la Iglesia, puesto que sin ella no sobreviviría. San Pablo nos hace una invitación constante a discernir los espíritus, recogiendo algo especial que repetirá el Concilio Vaticano II, el carisma encargado de discernir para el bien de toda la comunidad cristiana es el carisma de gobierno, en definitiva: la jerarquía, cuya función comunitaria es la de vigilar la comunidad para garantizar la unidad y la fidelidad a la Tradición recibida.

Las relaciones entre carismas y ministerios son esenciales para poder vivificar la comunidad cristiana sin el riesgo de disolución. La teología posconciliar ha querido, en algunos casos, hacer una especie de dialéctica, de tensión entre ambos. Nosotros creemos hoy no debe ser así. Las condiciones de autenticidad de un carisma se basan en la autenticidad de la fe, la afirmación del kerigma: Jesús ha muerto y resucitado. Nadie puede decir Señor Jesús sino está bajo la acción del Espíritu Santo, 1 Cor 12, 3. Por tanto carismas y ministerios son del Señor, unos arrancan más del Espíritu, otros de Cristo y el envío a sus discípulos. Añadimos que los carismas deben ser útiles para la edificación del resto de la comunidad eclesial. El carisma aparece como algo más imprevisible, con una libertad de acción que parte del mismo Dios. Junto con los carismas debemos situar el ministerio, como acciones de Cristo en los hombres.

En el fondo, un ministerio es un carisma institucionalizado y ordenado para el servicio constante a la comunidad. Ambos están animados por el Espíritu Santo, ambos son necesarios para edificar la comunidad cristiana. Los carismas sin los ministerios correrían el riesgo de perder su horizonte de sentido, provocando la disgregación de la Iglesia. Los carismas sin el ministerio quedarían secos, sin la fuerza y la vitalidad necesaria para actualizar el evangelio. Por eso, carismas y ministerios deben estar constantemente contrastándose con el Evangelio de Jesús, a fin de servir a la comunidad cristiana y a los hombres de hoy.

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