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Las categorías de ficción en el Ecuador

Leonardo Wild



Cotopaxi de Leonardo Wild

Aparte de ser un versátil autor de novelas y cuentos, Leonardo Wild es también un estudioso de la literatura de su país, respecto de la cual nos ofrece un enjundioso análisis, que entre otras cosas, nos demuestra que en este y otros aspectos, Ecuador y Perú son realmente países hermanos.

Las categorías de ficción en el Ecuador

por Leonardo Wild

¿Por qué no se produce y publica con regularidad la ciencia-ficción, la aventura, la novela policíaca, el espionaje y otros géneros literarios “afines” en el Ecuador? ¿Es sólo por falta de mercado, o existen razones socio-culturales que han frenado este tipo de literatura en el país?

Para comenzar, por alguna razón existe bastante enredo con respecto a los géneros literarios y a la ficción en general. Aparentemente lo típico es confundir la palabra “ficción” con “ciencia-ficción”, con “aventura” o con “fantasía”. Una obra de ficción puede ser producto de la fantasía del escritor, pero esto no quiere decir necesariamente que la creación sea una obra que entraría dentro del género “fantasía”, pues la obra podría muy bien ser una “aventura”, o un relato “policíaco”, o una historia de “ciencia-ficción”.

Aunque afines en el hecho de que forman parte de lo que se conoce como las “categorías de la ficción” —o de los “géneros literarios”—, las diversas obras que representan las varias categorías de la ficción tienen en realidad marcadas diferencias que las distinguen entre sí. Según Isaac Asimov —maestro de la ciencia-ficción y escritor de divulgación científica—, hay dos tipos de ficción: 1) ficción realista y, 2) ficción surrealista.

La “ficción realista” trata sobre eventos cuyo trasfondo social no se diferencia en mucho con lo que ocurre hoy o ha ocurrido en la historia. Es decir, no hay razón para creer que las situaciones presentadas por el autor no pueden o pudieron haber sucedido.

Por el contrario, la “ficción surrealista” trata sobre sucesos cuyo trasfondo social no existe o nunca existió. Se presenta en dos formas distintas: “fantasía” y “ciencia-ficción”.

Pero antes de continuar analizando algunas de las categorías de la ficción y de ver un poco los entornos socio-culturales que han sido fundamentales para su nacimiento y subsecuente propagación, se debe recalcar que la contraparte de la ficción es la no-ficción, o lo que en inglés se conoce como non-fiction.

Como el término mismo lo indica, no-ficción es toda obra que no ha sido inventada. Una obra de non-fiction podría ser una biografía, un diario de viaje, un texto de estudios escolares, un libro sobre astrofísica o cosmología, hasta un ensayo sobre las mejores cien obras de narrativa. Aunque en ocasiones la ficción se mezcla con la no-ficción —especialmente en novelizaciones—, y sin importar que una obra de narrativa esté basada en una realidad, a este tipo de obras se las sigue considerando como ficción.

Ciencia-ficción versus fantasía


La ciencia-ficción se diferencia de la fantasía por exponer el efecto de la ciencia y la tecnología en una sociedad, sea esta terrestre o extraterrestre, en el pasado, el presente o el futuro, o en cualquier variación espacio-temporal que puede considerarse como científicamente posible o probable.

La fantasía, por su lado, presenta un trasfondo cuya existencia no puede deducirse lógicamente debido a cambios provocados por la ciencia y la tecnología. La fantasía, además, no es simplemente algo fantástico que incursionó de pronto en el mundo terrenal, cotidiano, y que logra descuadrarnos. Por eso lo fantástico de Borges no entra necesariamente en la categoría conocida como fantasía, pues la fantasía se basa en mitologías y en creencias de pueblos cuya relación con la naturaleza fue o sigue siendo directa.

La fantasía clásica recoge elementos de los mitos y las leyendas de Inglaterra y Europa y por lo general juega en ámbitos con tinte medieval. Castillos, elfos, enanos, gigantes, ogros, árboles que caminan, bosques inteligentes, todos estos son elementos que aparecen una y otra vez en la fantasía, al igual que los dragones, las espadas mágicas, los maleficios y los magos, los hombres-vampiro, la magia, la lucha entre el Bien y el Mal.

No obstante, aunque se base en creencias del mundo medieval europeo, la fantasía nació como género literario cuando la ironía de nuestros tiempos intentaba recontar las viejas historias dándoles un toque de lógica moderna. ¿Por qué hacer semejante cosa? Pues porque en el fondo de nuestros corazones yace aún la necesidad de revivir un mundo donde la magia de la vida tenía un rol importante, aquella magia que murió con la tecnología, con la ciencia mecanizada, una magia que también está acabándose en la cultura latinoamericana.

En otras palabras, y a diferencia de la fantasía (que muchos confunden con la ciencia-ficción), la ciencia-ficción necesariamente requiere como base de su trama o trasfondo un elemento científico. Pero el asunto no es tan simple, pues existen dos corrientes opuestas diametralmente dentro de la ciencia-ficción que sin embargo y en ocasiones pueden hasta mezclarse: la ciencia-ficción “dura” y la “suave”.

En la ciencia-ficción “dura” se presentan extrapolaciones de las ciencias exactas (matemáticas, física, química), mientras que en la ciencia-ficción “suave” aparecen elementos de las ciencias naturales (la geología, la geografía, la biología, etc.) y de las ciencias sociales (la psicología, la antropología, la sociología y otras). La ciencia-ficción de Santiago Páez —Profundo en la galaxia—, por ejemplo, entraría dentro de lo que se consideraría como “suave”.

En las últimas décadas se han venido dando ciertos cambios dentro de la categoría ciencia-ficción, hasta el punto en que ya se habla de subgéneros (cyberpunk, science-fantasy, historical science-fiction), pero en sus principios el sueño de Julio Verne fue simplemente escribir “la novela de la ciencia”.

A los treinta y cuatro años de edad, y luego de obstáculos de tipo familiar y laboral, Verne logró por fin llevar a cabo su idea de presentar los avances técnico-científicos en forma de novelas. Lo cual no era más que una especie de reacción de un visionario ante los eventos que lo rodeaban.

Para 1859-60 se discutía si era posible o no que una máquina más pesada que el aire lograra desprenderse del suelo. Los periódicos y revistas estaban llenos de los últimos inventos: cocinas de gas, máquinas de coser, el primer cable submarino entre Europa y América. Los ferrocarriles y las compañías de navegación abrían nuevas rutas a países lejanos, a junglas remotas, mientras que algunos médicos clamaban que cualquier ser humano que osara viajar en “esos engendros del diablo” y sobrepasar los 20 a 30 kilómetros por hora quedaría ciego. Y volar…, ¿para qué discutir siquiera semejante “empresa de locos”?

Si en un principio Verne quería presentar el lado positivo de la ciencia y la tecnología, conforme fue adentrándose en la temática se dio cuenta que así como traería alivio a ciertas castas sociales, podría muy bien ser la perdición del ser humano, lo cual, al parecer, es cada vez más cierto.


La novela de espionaje

Si bien la Ilíada y la Eneida tienen elementos inherentes de la novela de espionaje, la primera obra publicada que se refiriese a un personaje que fuera espía -elemento sin el cual una novela no es de espionaje-, fue, como su título mismo lo dice, El espía, de James Fenimore Cooper, autor de El último de los mohicanos. El espía vio la luz pública en 1821, pero no se la considera realmente la primera novela de espionaje por diversas razones estructurales.

Es recién en 1890 que Lazos culpables de William Le Queux —un libro que relata una conspiración contra el zar—, aparece como la primera obra que se puede considerar “de espionaje”. Lazos culpables refleja las preocupaciones socio-políticas de una época y, como otras obras que la siguieron, incursiona en los problemas del mundo político-militar con información demasiado exacta para ser un mero invento.

Lo cierto es que una gran parte de los escritores del género de espionaje han tenido que ver con ese “submundo” de forma directa. Lo que nos lleva al hecho de que el género de espionaje, de origen anglosajón, estuvo íntimamente ligado a los eventos de la Primera y Segunda Guerra Mundial y a la postguerra, conocida como la Guerra Fría.

Como lo escribe Gabriel Veraldi: “La novela de espionaje fue inventada sin ninguna duda por escritores, ya profesionales, ya ocasionales, que sabían muy bien de qué hablaban”. Los reportajes que Le Queux escribió sobre la revolución rusa atrajo la atención de altos mandatarios militares ingleses, en especial del mariscal lord Roberts, “héroe de la batalla de Kandahar, que sometió a Afganistán, llave de la India, y detuvo la penetración rusa”. (…) “Esta colaboración del joven escritor y del viejo soldado daría nacimiento a la novela de espionaje.” (La novela de espionaje — 41.) De esta forma, y poco a poco, nos vamos acercando al asunto del trasfondo socio-cultural que dio origen a varios de los géneros literarios considerados hoy en día y por muchos como de segundo orden o como literatura barata. Al igual que la novela de espionaje, existe toda una historia detrás del género policíaco.


La novela policíaca

La novela policíaca nació cuando el positivismo, invento del siglo XIX, forjó un mundo donde se opinaba que la ciencia podría descifrar, tarde o temprano, todos los eventos del universo, tanto filosóficos como físicos. A fines del siglo XIX se consideró a la joven novela policíaca como la literatura de vanguardia.
 

En cierto modo la novela policíaca nació a raíz de una necesidad tanto social como literaria de dejar atrás a la novela gótica (mal-llamada novela “negra”) y al thriller, este último considerado un género fácil y popular que, como lo escribe Narcejac: “tan sólo trataba de asustar a los ingenuos”.

Lo cierto es que la novela policíaca logró romper los esquemas literarios prevalecientes, y para 1940 acabó siendo considerada como el relato científico por excelencia: absenta de lo emocional, relegó lo subjetivo a un segundo plano.
En el fondo la novela policíaca es por excelencia la novela de la lógica, un antithriller. Es el producto de una era (la industrial), de una sociedad (la anglosajona), y de un ambiente (la urbe). Es el reflejo de un modo de pensar, de la visión mecanicista-materialista del mundo, una visión que en América Latina recién comienza a percibirse.


La aventura y otros géneros

La aventura aparece cuando en una Europa de creciente urbanismo se comienzan a escuchar las historias de tierras lejanas, relatos sobre la búsqueda de riquezas y del honor personal, sea por razones políticas, militares o religiosas, y a repetirlas en forma de libros que intentan develar la relación del ciudadano común con un entorno en ocasiones adverso y misterioso, por lo general lejano. Por lo tanto una obra de aventura tiene ciertos ingredientes fundamentales que la distinguen del resto de géneros. Posiblemente el más sutil es la lucha del hombre con la naturaleza, interior o exterior.

Muchas grandes obras de la literatura universal son obras, a la postre, de aventura: Moby Dick de Melville, La isla del tesoro de Stevenson, Robinson Crusoe de Defoe, El lobo de mar de London y otras tantas de Conrad, Hemingway y Verne, y últimamente de autores como Wilbur Smith que relatan sobre lo que ocurrió en la época de la expansión inglesa al corazón del continente africano.

En temática se podría decir que las obras de aventura son muy similares —aunque de forma mucho más amplia— a los relatos del Salvaje Oeste. La gama de temas que conforman los relatos del Salvaje Oeste está íntimamente ligados a los eventos históricos relacionados con la creación de los Estados Unidos de Norteamérica: las guerras contra los pueblos indios, la época de los cazadores de búfalos, de los tramperos, de los buscadores de oro, de las rutas ganaderas, de la construcción de las vías férreas, de la “ley del revólver”, de la época de esclavitud y su abolición, de la guerra del norte contra el sur (la de secesión) y de las guerras de los ganaderos contra los ovejeros o de los hacendados contra los cuatreros.

Mientras los relatos del Salvaje Oeste se ubican principalmente entre los años de 1850 y 1910, convergiendo en los estados de Texas, Oklahoma, Nuevo México, Arizona, Colorado, Kansas y California, la aventura va más allá de una época y de una región. Está, no obstante, muy centrada en el conflicto de la supervivencia de un individuo o individuos dentro de un entorno de preferencia prístino, natural, lo más cercano posible a las raíces biológicas del ser humano.

Es decir, el interés por la aventura brota cuando la mirada se desprende del mundo conocido y “civilizado”. Por lo que la aventura acaba siendo casi lo contrario de lo que ocurre con el tecno-thriller, género que toma del thriller la emoción y el miedo y lo combina con la tecnología.

El tecno-thriller es una aventura en la cual los personajes se enfrentan a la tecnología en su extremo más aterrador, en el cual aplastar un botón puede significar la muerte de miles, quizás millones de personas. Mientras que en la aventura la búsqueda de identidad es del hombre en relación con la naturaleza, en el tecno-thriller la búsqueda es de la identidad del hombre en relación con su tecnología.


El realismo social y los hijos del “boom”

Si se atan ciertos cabos, la respuesta de por qué estos tipos de literatura no ha logrado incursionar —o no lo ha hecho aún— en un país como el Ecuador. Obviando ciertas excepciones, las diversas categorías de ficción —presentadas como géneros literarios— han estado relacionadas con tendencias socio-culturales como lo son el desarrollo científico y urbano fruto de la era industrial y del colonialismo.

Así llegamos a la conclusión de que un cierto tipo de literatura resulta no porque un autor decide crear un género nuevo, sino más bien porque el entorno social prácticamente ha permitido —o hasta creado— un ambiente propicio para que determinados argumentos sean de interés popular.
 

El espionaje, por ejemplo, no es ni ha sido hasta recientemente una preocupación del público ecuatoriano. Asimismo el Ecuador no vivió nunca la ruptura de fronteras que llevaron a la creación de un Salvaje Oeste. Y la tecnología, también bastante lejana y adquirida en cierto modo por imposición, no ha sido de interés más que para unos pocos relacionados directamente con ella, por lo que la ciencia-ficción y sus elucubraciones sobre los problemas presentados por un mundo tecnológico se mantuvo bastante lejos del público lector. En el extremo opuesto al tecnológico tenemos a la aventura. Como no hubo colonias lejanas, honores por adquirir, o riquezas por descubrir, tampoco se hizo intentos de relatar historias sobre las peripecias de seres humanos que luchan contra lo incivilizado, contra “pueblos salvajes” y “culturas enemigas”.

Los temas preponderantes en Ecuador y Latinoamérica fueron en cierto modo la lucha de clases, las revoluciones políticas, la identidad frente a un imperio colonizador y opresor. Por lo tanto la literatura ecuatoriana no se dedicó a incurrir en los efectos sociales de la tecnología, o en la lógica impecable —casi un juego intelectual— de una novela policíaca, sino que más bien buscó sus argumentos en temáticas como la opresión y la explotación del pueblo; esas eran las verdaderas preocupaciones.

Por otro lado, los pocos que lograban escribir sobre el tema eran más bien los que tenían un trasfondo urbano. Los campesinos, los buscadores de oro, los indios, no podían escribir. Su literatura era la oral, tema de antropólogos, de los que se dedican a rescatar la historia.

Los verdaderos literatos estaban dedicados a los temas “verdaderamente literarios”, es decir, a los de la aristocracia —con sus importaciones culturales de las corrientes europeas y norteamericanas—, o en recrear los temas de trascendencia social. Eran los años 30 a los 50, la época del realismo social.

Los autores que siguieron, los de los 60 y 70, se dejaron influir por el “boom”. Su idea fue la de “escribir la novela total”, de experimentar con el lenguaje, de buscar sus raíces en las creencias populares, de explotar la mina del realismo mágico, en cierto modo anticientífico y lógico.

Visto desde otro ángulo, los géneros literarios como la ciencia-ficción y el espionaje están ligados al desarrollo del poder y a los potenciales del desarrollo tecnológico.

En los países como el Ecuador no hubo ni poder ni avance perceptible en esa dirección, por lo tanto no fue una temática que preocupase a los escritores. Es más, los círculos literarios desechaban ese tipo de literatura como basura, como pseudo-literatura. Cualquiera que intentara incursionar en las temáticas era marginado, como fueron marginados los poetas que no escribían poesía marxista sino tan sólo poesía, o como aún son marginados aquellos que prefieren regirse por los estilos tradicionales y dejan de lado los experimentos del lenguaje, de la “doble lectura”.


El aspecto comercial y cognitivo

Además de éste trasfondo socio-cultural, está el aspecto comercial de los géneros literarios. En cierto modo la ciencia-ficción, la fantasía, la novela policíaca o la de espionaje, son una especie de especialización dentro de la literatura. Es decir, para crear hay que tener un conocimiento relativamente vasto de las temáticas que cada género toca.

Así mismo, como las categorías de ficción deben ser fácilmente ubicables dentro de un mercado específico, se hace necesario abrir mercados especializados. Y un país como el Ecuador no tiene —por el momento— el potencial que permita crear un mercado de esta índole, es decir, que se sostenga a sí mismo. En otras palabras, no existe suficiente público lector que se interese en la ciencia-ficción como para mantener una industria editorial dedicada a la temática. Y lo poco que llega al país de editoriales extranjeras copa ya el poco mercado existente, en muchos casos con ediciones puramente comerciales que impiden distinguir las buenas obras de las malas.

Por otro lado está el hecho de que prácticamente no existe un incentivo —tanto intelectual como comercial— para autores de crear este tipo de literatura especializada. Aunque podría también ser que tal vez hace falta el conocimiento —tanto literario como temático— para crear obras que estén a la altura de las mejores creaciones de la ciencia-ficción o del suspense .

Lo que nos vuelve al tema de la marginación. En los círculos donde se discuten las temáticas de la literatura se evita por lo general mencionar cualquiera de las categorías de ficción por miedo a quedar “fichado”, lo que crea una especie de círculo vicioso que engendra la ignorancia en relación con los diversos tipos de literatura y sus verdaderos potenciales. Es fácil menospreciar lo que se desconoce.

A pesar de este fenómeno, y debido al reciente rompimiento creado por obras como las de Santiago Páez (Profundo en la galaxia —cuentos de ciencia-ficción; La Reina Mora —novela policial), comienza ya a darse una cierta apertura en favor de los diversos géneros literarios cada día más necesarios para que un público, hasta el momento neófito, enfrente la realidad de un mundo —de un país— plagado por las problemáticas tecnológicas y urbanas de la era industrial e informática.

Es muy posible, además, que la gran necesidad de difundir la lectura a estratos populares acabe rompiendo el hielo que permita explorar nuevas formas literarias que a su vez ayuden a difundir realidades que estén al alcance de un gran público y no sólo de unos pocos intelectuales dedicados a elucubraciones socio-políticas o hasta filosóficas de difícil acceso para el ciudadano común y corriente. No hay que olvidar el hecho de que el Ecuador es parte de un mundo de creciente tecnología, de constantes manipulaciones económicas y de impalpables desinformaciones político-militares que afectan a todos.


Menos aún se debe caer en la trampa de creer que la literatura se limita a la narrativa. La literatura es todo lo que está escrito, tanto si es ficción como si es no-ficción o poesía, y cada tipo de literatura cumple su función de acuerdo a las necesidades de una realidad social.


FIN


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