Ciencia ficción en los Andes Ecuatorianos
Fernando Balseca
(publicado originalmente en la revista andina de cultura Sieteculebras
, vol. 13, junio - julio de 1999)
(Agradecemos la amable colaboración de Mario Guevara Paredes,
director de la revista andina de cultura Sieteculebras, por habernos
autorizado la reproducción del siguiente artículo, de excelente
factura y calidad. )
Nunca fue atractivo para mí el llamado género de ciencia
ficción: al situar insólitos viajes velocísimos en
lejanos confines -ni siquiera dentro de los ya conocidos del sistema solar,
de por sí vasto para ofrecer un espacio creíble- me quedaba
con la impresión de haber participado de una escritura que aludía
a posibilidades excesivamente remotas como para ser realmente gozables.
Además, con poquísimas excepciones, los personajes que poblaban
esas narraciones se llamaban XR-116, o algo así, y estaban siempre
en disputa con otras entelequias que parecían sólo un producto
de la capacidad imaginativa de su autor o de su autora.
Pero en menos de un año,
entre 1994 y 1995, aparecieron en Quito dos libros de cuentos en cuyas
portadas se hacía saber con claridad -por voluntad editorial o del
autor- que se trataba de "ciencia ficción": Profundo en la galaxia
de Santiago Páez
(1) y La era del asombro de
Fernando Naranjo
.(2) Quiero destacar la sorpresa por la manera en que la ciencia ficción
se ha abierto un sitio en nuestra literatura nacional a la que ya es casi
un lugar común denominarla como solemne o seria. (3)
Es pertinente subrayar el lugar
especial que ocupa un género como éste en nuestra tradición
cultural, pues el ámbito de la ciencia ficción es el de una
sociedad que produce, por lo menos en términos industriales, un
"excedente" de escritura. Sin embargo, ¿qué hace este género
en un país como el Ecuador, con algunas décadas de atraso
con respecto de los centros de alto nivel tecnológico, y amateur en
sus mecanismos de edición y circulación de libros? A primera
vista, y como puede suceder también con la novela de detectives -que
no existe tampoco en nuestro pais-, la ciencia ficción parecería
encontrar un ámbito de cultivo en sociedades en las que la demanda
por la circulación de libros es sumamente alta y en las que un grupo
particular de lectores acepta la disposición de consumirlo todo, aunque
también el riesgo de olvidarlo todo. Por eso, los libros que sobreviven
de estos géneros tienen que ver con mucho más que con policías
y bandidos o con seres de otros planetas.
Para abordar el tema de la ciencia
ficción en la narrativa ecuatoriana debo insistir en la idea de
que la letra es una tecnología importante en una era que ha construido
una obsesión por las comunicaciones. Vivimos un tiempo en que, pensémoslo
bien, algunos artefactos se nos hacen cada vez más básicos:
imaginemos nuestras vidas si no accediéramos cotidianamente al
periódico, a la televisión, al fax o, recientemente, al
correo electrónico y al cd rom. En este contexto, la aparición
de este género nos lleva a pensar que la ciencia ficción en
nuestro medio obedece a un proceso tardío de divulgación y
popularización tecnológica y electrónica en medio de
una modernidad que entre nosotros opera con lentitud, y que sólo en
nuestro fin de siglo ha sido posible que esos discursos actúen como
dispositivos para el surgimiento, retrasado, de un imaginario cósmico
que antes no podía producirse desde nosotros.
La ciencia ficción propone
la lectura del futuro.(4) Si bien todo texto literario puede anunciar el
porvenir en términos personales o colectivos, es importante considerar
que este género busca especialmente comunicar la idea -fabricada
por el género mismo- de que es posible la invención de una
máquina que nos facilite viajar a través del tiempo. Creo
que habría que puntualizar, y no sólo para el caso de la ciencia
ficción, que la literatura misma es una maquinaria que permite anticipar
el futuro,(5) pues a modo de constante los discursos humanos afirman una
gran preocupación por el curso del futuro (como sucede con el arte,
por ejemplo, que en determinados momentos parecería deleitarse en
fabricar imágenes de anticipación).
Hace décadas los estudios
literarios nos seducían para que halláramos en la literatura
una especificidad que, como una joya indeleble, sólo brillaba en
el arte escrito; hoy en día consideramos la literatura en una interacción
con las formas comunicativas que circulan en la sociedad.
Esta misma orientación
hizo que tomara con sospecha los libros ecuatorianos de ciencia ficción,
prejuiciado por mis percepciones anteriores del genero, pero en esta experiencia
sentí que estos autores buscaban comunicarnos algo más allá
que las amenaza de una guerra espacial sin consecuencias predecibles. Veamos
por qué.
Estas obras de ciencia ficción
anuncian mundos catastróficos. En ellas la Tierra atraviesa -o ha
atravesado, pues ya casi ha desaparecido- circunstancias sumamente difíciles
para la supervivencia de la especie humana; esta situación obedece
no sólo a factores de cambio radical en el medio ambiente o en la
estructura misma del orden del universo, sino también debido a una
incapacidad de gobierno humano. El poder terrestre -en los relatos de Páez
y Naranjo- está determinado por una ineficacia que precisamente amenaza
al género humano en el planeta.
En un cuento notable de Páez
una nave perdida procedente de otro planeta llega a un territorio cercano
a Peguche, en la provincia de Imbabura. Sus tripulantes vienen de un lugar
lejano en la galaxia en el cual nada escapa a un control absoluto. Lo único
que esos seres no pueden dominar es el miedo, y nada puede salvarlos cada
vez que lo sienten: durante los primeros temblores se embarcan en sus
aeronaves y salen disparados sin dirección alguna. En el texto,
el yachaj José Sánchez percibe que algo anda mal en el mundo,
y siente malsano el aire que lo circunda. Para evitar el traspaso de esa
enfermedad, al descubrir a estos seres diminutos crispados por el miedo,
el yachaj procede a curar del espanto a los extraterrestres hasta lograr
restaurar, junto con dicho proceso de cura, la armonía del mundo.
Efectivamente, la noción de armonía puede variar según
el sujeto de la emisión y el lugar desde donde se la concibe. En
el caso de este cuento, el yachaj asume, por un momento, la tarea de la
salvación colectiva restaurando antiguas y profundas solidaridades:
Páez maneja la idea de una tierra viviente,(6) en la cual el planeta
actúa como un organismo vivo que responde sin vacilación
a cada estimulo o falta de estímulo de nuestra parte, pues el mal
del mundo es visto como una advertencia para construir solidaridades.
Estas solidaridades son cada
vez más necesarias. En los casos en que queda todavía vida
en nuestro planeta, ésta ha degenerado hacia la creación de
mundos salvajes que amenazan con aniquilar la humanidad. Así, nos
hallamos ante una barbarie galáctica paulada por máquinas tiránicas.
Lo que resulta aún más sobrecogedor es que incluso la tierra
se ha perdido muy profundo en la galaxia, y ya no es más un espacio
adecuado para el florecimiento de la vida.
En Fernando Naranjo la inhabitabilidad
de la Tierra ha sido causada por catástrofes naturales, la más
grave de ellas la colisión del cometa Mefistos que, hacia el año
2060, permite caracterizar ese período como "la era del asombro",
marcado por angustias ciudadanas e incertidumbres insalvables. Los efectos
climáticos por el impacto del cometa en nuestro planeta son terribles
en los Andes y producen nuevas glaciaciones. En ese medio la planificación
de !a vida se vuelve una quimera, y ciudades como Guayaquil se toman en
un total caos.(7)
Aunque lo desconocido siempre
resulta atractivo para quienes buscan lo nuevo, es lo conocido el molde
adecuado para potenciar nuestra capacidad de ensoñación con
situaciones inéditas. Este dispositivo lo ha retomado la literatura,
pues acerca a los lectores aquellas cosas que eran totalmente desconocidas
o que, en su momento, eran desconocidas sólo porque no había
una relación estrecha con ellas. He aquí entonces otro valor
que busca preservar la literatura: este por el cual lo arcano se hace cercano.
En esta medida la literatura tiene un rango telescópico: un cuento
de Naranjo presenta unos personajes de la "resistencia" en combate con otros
que gobiernan ese mundo y que han proscrito los catalejos y los telescopios
porque permiten acercarse demasiado a realidades en apariencia lejanas.
En ese futuro que anuncia la
ciencia ficción hay seres que no tienen una heredad humana. En esos
espacios siderales las máquinas han llegado a controlar el mundo
y han invertido el orden en el cual los humanos trataron de poner las máquinas
a su servicio, y por ello los gobiernan totalmente. Estamos ante unos
seres que, en Paez, tienen un autocontrol neurológico tal que pueden
imitar la estructura del enemigo o de cualquier otra persona y, de esa
manera, desaparecer o hacerse pasar por otros. Sin duda, esta cualidad
nos da terror porque es un mundo que todo lo mide, y cuyos jefes buscan
controlar hasta los rasgos del cuerpo del otro. Lo impresionante en esos
espacios sofisticados es que la sencillez puede más con la complejidad
técnica: un cuchillo o un machete pueden derrotar las armas más
especializadas Algo esencial que está presente en los mundos intergalácticos
de nuestra referencia es que la condición humana es una rareza que
merece ser conservada en medio de la catástrofe cósmica. En
un cuento de Páez se llega a juzgar a los humanos por una
situación incomprensible para los seres del futuro: los humanos
pueden sentir afectos, y por ellos la tierra tiene la apariencia de un
planeta terrible. Los extraterrestres, en cambio, no logran medir emociones
ni pasiones. De esta forma, en un cuento magnífico que se desarrolla
en medio del carnaval de Guaranda, los seres de otras edades cosmológicas
luchan contra las pasiones, y para ello se convierten en "vampiros" que
absorben la energía humana. En Naranjo esta visión se complementa
con la insistencia de que el pasado terrestre está conformado por
miserias humanas, lo que hace que los seres del futuro califiquen a la
nuestra como una era de necios.
En este contexto se dan las
disputas entre la tradición y el cambio. En un atractivo relato de
Naranjo unos científicos del siglo XXI emprenden una desesperada
búsqueda por una historia entre los seres desamparados de pasado
(pues lo han perdido en la colisión del cometa Mefistos), e incluso
deben tratar de descifrar algunos textos de los llamados cronistas de la
crisis. En esa sociedad semi-destruida se constituye una orden de los recordantes
que está en permanente lucha contra el olvido, que aparece como contagioso
(el olvido es una condena en los casos en que es necesario reprimir socialmente
a alguien).
Uno de los planteamientos más
atractivos de ambos libros es la presencia de dimensiones ocultas con respecto
a nuestra propias urbes, pues las ciudades más cercanas al Guayaquil
y al Quito de hoy esconden otras bajo la forma de ciudades subterráneas.
Ciertamente, aún en mundos de dimensiones conocidas , hay caras
de las ciudades que no conocemos o que conocemos muy mal.
En Páez, el protagonista
de uno de los cuentos descubre una red de habitantes subterráneos
que perviven bajo de la ciudad colonial. El centro histórico de Quito
se convierte, así, en el sitio propicio para mostrar una tradición
debajo de otra. La ciudad colonial es únicamente un piso para la
ciudad moderna y un techo para otra ciudad minúscula dentro de la
gran ciudad. (8)
Otro de los textos de Naranjo
ocurre mientras unos pilotos especializados del siglo XXIV sobrevuelan
Guayaquil, que se encuentra sumergida. Varias veces las aguas la han cubierto,
y se han retirado, pero aparentemente se ven señales vitales debajo
de esa ciudad. Una de las escenas de mayor peso simbólico habla de
una coordenada luminosa debajo de las aguas. Cuando los científicos
buscan alcanzar una mejor perspectiva, descubren mediante refinados sistemas
que se trata de la estatua que en Guayaquil se levantaba al general Eloy Alfaro,
que sigue emitiendo una gran dosis de energía. (9)
Esta discusión nos conduce
a otra de mayores proporciones acerca de los mundos posibles o la existencia
de los mundos paralelos. En un cuento de Páez un hombre ha recibido
una extraña herencia que se asemeja a un basurero: una casa en ruinas.
Allí hay una biblioteca que se ofrece como un lugar de interconexión
de varias dimensiones gracias a un libro. Este hombre descubre un poema
del libro Unción de José María Egas, que le suena
familiar pero se da cuenta de que la nueva versión de este libro
-con características del siglo XVI- su texto ha sido extrañamente
cambiado. Poco a poco queda aclarada la presencia no de uno sino de dos
libros que, aunque distintos, siguen una estructura semejante. De esta manera,
el libro se convierte en prueba cabal del mundo paralelo.
Así, literatura es un
discurso que puede actuar como una precaria fábrica de realidad
virtual. Si la realidad virtual del multimedia de hoy consiste en dolarnos
de la capacidad suficiente de sensibilidad en los tejidos nerviosos que
afectan nuestro tacto y nuestra vista, la literatura -de modo artesanal-
ya ha venido haciendo eso mucho tiempo atrás, por lo que podemos
pensar que el texto poético es, sin duda alguna, el antecedente más
inmediato de estos mecanismos de transportación hacia otros mundos.
El procedimiento de la realidad virtual hoy nos asombra,(10) pero la literatura
lo ha venido haciendo por siglos y siglos. La literatura se ha provisto
de la capacidad de producirnos otras sensaciones, y de acercamos a otros
afectos desconocidos. Sin duda, es valiosa la experiencia personal de
la vida, pero las palabras de la literatura conservan también una
dimensión tal, casi mágica, que nos permite ver más
allá de donde se queda la fisiología de nuestra visión.
Quiero destacar que estos cuentos
insisten en el valor inmensurable de la palabra humana, que no sólo
tiene un rasgo curativo -como en el caso del shamán que ordena y
restaura el orden del mundo y de la galaxia con conjuros, cantos y oraciones-
sino que están marcados curiosamente por un obsesionado anhelo de
decirnos que la palabra humana es fundamental en nuestras vidas.
Santiago Páez ha escrito
probablemente uno de estos textos más significativos de este proceso
que comentamos. Se trata del cuento "Amaru, poeta de Shyric". En la guerra
intergaláctica, los residuos de humanidad están al borde
del colapso total frente a unas máquinas que se han desarrollado
características extraordinarias y que llevan ya siglos de rebelión
contra sus creadores, de características humanas. Nada hay que pueda
detenerlos. A punto de pactar su rendición, el dictador intergaláctico
logra rastrear una pista porque ha descubierto -en un pequeño planeta
llamado Baktin- una ciudad llamada Shyric donde existe una pequeña
comunidad tecnológicamente menor que sobrevive frente a las amenazas
diarias de las máquinas pues éstas no pueden contra ellos.
Un soldado de avanzada, que ha muerto en el intento de descubrir el secreto
de semejante arma, ha dejado su último y confuso mensaje: dice que
esos sobrevivientes combaten con palabras.
Uno de los anuncios más
aleccionados frente a estos mundos horripilantes que se avecinan es que
siempre habrá una cofradía de guardianes de la palabra. Hay
allí un libro de páginas amarillentas que ha sobrevivido durante
años. La lectura de este libro altera a los robots. En los humanos
que lo escuchan, en cambio, provoca "extrañas condensaciones neuronales,
peculiares estructuras de pensamiento, estados del alma". El texto que
contiene el libro es el poema "Los sentidos" de Julio Pazos. El dictador
hace que lean el poema usando la estratagema de anunciar su rendición
por medio de un micrófono intergaláctico. Por supuesto que
el imperio de las máquinas se derrumba y renacen proyectos de restauración
de la vida humana.
El poema entonces alcanza un
fabuloso efecto intergaláctico. Imaginemos, en los siglos venideros,
una voz poética que atraviesa barreras espaciales y temporales y
que retumban en pleno universo en expansión. Esta metáfora
convoca sin duda a restituir un plus de valor a la palabra humana. Pensemos
en que tal metáfora nos reafirma la idea de que la dimensión
imaginativa de la palabra humana será una de las armas con la cual
sostener los combates en el futuro.
FERNANDO BALSECA
(1) Quito: Abrapalabra-Planeta,
1994.
(2) Quito: Abrapalabra-CCE,
1995.
(3) Esto se lo he oído
decir, en diversas circunstancias y contextos, a Jorge Enrique Adoum, Miguel
Donoso Pareja, Iván Egüez, entre otros escritores.
(4) El interés futurístico
es de todos y anda por cualquier parte. Como una muestra de lo que pasa
a nivel de la cultura de masas debe escucharse la canción
"Año 2000"que interpreta en nuestros días Miguel Ríos
en el álbum De colección. Madrid: Polydor, 1994: "Año
2000, llega el año 2000/ y el milenio traerá un mundo feliz,/
un lugar de temor,/ simplemente no habrá una/ vida en el planeta".
(5) Para corroborar que esta
preocupación por el futuro se da en todos los niveles de la cultura
y de vida cotidiana están los consultorios sentimentales, los horóscopos,
las lecturas de la mano, las pólizas de acumulación a mediano
y largo plazo, las inversiones, la compra del billete de lotería,
los testamentos, las cremas humectantes, los seguros de desgravamen, etc.
(6) Tal vez uno de los libros
que más ha popularizado este tópico es el de David Attenborough
1984. The Living Planet: A Portrait of the Earth. Boston-Toronto:
Little Brown & Company. Más recientemente, e incorporando las
experiencias alcanzadas gracias al satélite COBE, se puede consultar
nuevos alcances de esta teoría en John Gribbin 1994(1993). En
el principio... El nacimiento del universo viviente. Madrid, Alianza
(trad. Jesús Unturbe). Sobre la heterogeneidad del universo, lo que
permitiría desplazamientos no explicables bajo la lógica terrestre
-el hecho de que el cosmos no es homog&eacutte;neo en el espacio y el tiempo-,
puede verse en George Smoot y Lekeay Davidson 1994 (1993). Arrugas en el
tiempo. Bogotá Cofreces-Círculo de Lectores (trad. Néstor
Miguez y J.A. Gonzáles).
(7) Un antecedente nacional
inmediato a esta visión caótica del mundo ya estaba en el
cómic Ficciónica, editado en Guayaquil por
J.D. Santibáñez
(que tuvo dos números que debieron salir entre 1991 y 1993)
(8) En otros contextos, este
planteamiento está ya ficcionalizado en Italo Calvino 1995 (1972).
Las ciudades invisibles. Madrid. Siruela (trad. Aurora Bernárdez)
(9) Es sin duda una metáfora
interesante puesto que en 1995 se conmemoró el centenario de la
revolución liberal en el Ecuador.
(10) La discusión y polémica
en torno al concepto y la representación de la realidad virtual puede
verse en Claude Cadoz 1995 (1994) Las realidades virtuales Madrid
Debate Dominós (trad. Flavio Puppo).
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