Quipucamayoc
Daniel Salvo
QUIPU
: Los quipus
formaban un sistema mnemotécnico mediante el cual se registraba la
información necesaria. Podía tratarse de noticias censales,
de montos de productos y de subsistencias conservadas en los depósitos
estatales. Los cronistas mencionan también quipus con noticias históricas
pero no se ha descubierto aún como funcionaban. En el Incario, personal
especializado manejaba las cuerdas y el quipucamayo mayor tenía a
su cargo las cuerdas de toda una región o suyu.
(María Rostworowski,
Los Incas
)
Pomacha contemplaba
el horizonte desde lo alto del cerro Casavilca. El mar que ante sus ojos
tenía se veía difuso, debido a sus lágrimas. Sólo
en esos momentos de soledad podía permitirse llorar. Pomacha era hijo
de Maillama, último curaca de los guacro. Los guacro eran un pueblo
guerrero de la costa que se sentía muy orgulloso por su resistencia
a esos serranos que venían del Cusco, esos incas que se tenían
por hijos del Sol. Ya les habían dado su merecido en otros tiempos,
por ello los guacro se consideraron a salvo.
Con el tiempo, los incas se hicieron
más numerosos y se armaron mejor. Fueron perseverantes y, al final,
consiguieron su objetivo. Tras la caída de la pétrea fortaleza
de Cancharí, último bastión de los valerosos aunque
exhaustos guerreros guacro, los enviados del triunfante general cusqueño,
cuyo nombre Pomacha no quería ni pensar a causa de su orgullo, habían
tomado posesión del palacio del Cerro Azul, frente al mar. Los dioses
de los guacro se debieron inclinar también ante el Inti y su hijo.
Pese al respeto con que trataron
a su padre, Pomacha no dejaba de cavilar que era una afrenta el que éste
pasara a convertirse en un vasallo del señor del Cusco. Le costaba
creer que hacía tan sólo unos meses su padre reinaba en el
fértil valle y era dueño de tierras, hombres y animales. Con
sus doce años, Pomacha pensaba en la venganza, en el momento en que
vería aplastado al imperio que los incas del Cusco habían creado.
Y juró ante el sol poniente y ante las estrellas de la tarde que él
solo acabaría con ellos. Para darle fuerza a su juramento, cogió
una lagartija que se asoleaba entre las rocas y le arrancó la cabeza
de un mordisco, para luego beber su sangre. Acostumbrado a jugar en las polvorientas
laderas del Cerro Azul y en los roquedales adyacentes a la límpida
playa de piedras, Pomacha poseía los sentidos aguzados y los músculos
vigorosos. Se imaginó al inca decapitado como aquella lagartija,
se imaginó al reino de los incas sin su cabeza. Y, sólo entonces,
sonrió.
* * *
Kuntur Ñahui era un hombre
sabio, un quipucamayoc enviado por el inca para evaluar y cuantificar las
riquezas arrebatadas recientemente a los guacro. Se sentía muy fastidiado
por este encargo. Acostumbrado a ser tratado con deferencia, tanto por los
sabios amautas del Yachaywasi como por el resto de ciudadanos cusqueños,
no podía evitar sentirse nervioso frente a todos esos guacro de rostros
ceñudos. Kuntur Ñahui no los entendía, ¡si eran
casi unos salvajes! Deberían estar agradecidos por la presencia de
los incas, que traerían al fecundo valle una paz duradera y próspero
orden. Pero no, los guacro evidenciaban un profundo resentimiento que llegaba
a los límites de la insolencia, la cual había sido oportunamente
castigada. Los cadáveres destripados, exhibidos en su momento, habían
constituido un excelente disuasivo para los descontentos. Kuntur Ñahui
no se hacía ilusiones: los costeños eran así, resentidos
y ladinos. Y no se explicaba cómo podían soportar ese clima
y el olor salobre del mar.
En una de las noches costeñas,
Kuntur Ñahui terminaba los nudos del quipu que contenía la
información correspondiente a los tejidos que había encontrado
en el palacio del señor de Guacro. El quipu, largas hileras de nudos
de diferentes colores unidos en una urdimbre que solamente otro quipucamayoc
podría descifrar, describía la cantidad, calidad, colores y
procedencia de los principales tejidos, así como el rango de su propietario.
Una vez terminado el último nudo de los cordeles, sería enviado
al Cusco gracias al confiable y veloz servicio de los chasquis, esos incansables
mensajeros que recorrían los caminos del imperio veloces como cóndores.
Kuntur Ñahui envidió al quipu, que pronto estaría en
las manos de otro quipucamayoc, allá, en su añorado Cusco.
Cuando casi terminaba de hacer
el último nudo, ingresó en el aposento su servidor Picsi,
a quien había encargado que le buscara comida. Esperaba que fuera
algo de charqui o chalona, pues estaba hastiado de comer pescado con ají.
— Te veo fastidiado, mi señor
–dijo Picsi con respeto, mientras tendía ante Kuntur Ñahui
un atado. Éste se alegró, pues todo evidenciaba que Picsi había
conseguido bocados más deliciosos que el rasposo pescado costeño.
Su sonrisa animó a Picsi.
Motivado por el manifiesto cambio
de humor del quipucamayoc, Picsi se atrevió a decir:
— Sabes, mi señor, hay
un joven guacro interesado en tu noble arte.
Kuntur Ñahui tenía
la boca llena con papas y ají, por lo que se limitó a emitir
un gruñido que Picsi interpretó como una invitación
a que continuara hablando.
— Se trata de Pomacha, el hijo
del señor local. Me ha dicho que quiere aprender a ser como tú,
un quipucamayoc, un hacedor y descifrador de nudos.
Kuntur Ñahui entornó
los ojos. Se sintió halagado por el interés del joven guacro,
quien, por otra parte, estaba a su mismo nivel en cuestión de jerarquía.
Kuntur Ñahui no estaba de acuerdo con esta práctica. Como
muchos miembros de las panacas nobles, consideraba que los guacro y otros
pueblos otrora enemigos debían ser exterminados hasta el último
infante. Pero la panaca reinante tenía otra visión de las
cosas. Entonces se encontraba en la etapa de apaciguamiento, en la cual
había que convencer a los guacro que, en lugar de conquistadores,
debían tener a los incas como benévolos administradores, y
al inca, como padre.
Pero ser un quipucamayoc… Los
quipucamayocs registraban la información que alimentaba al Tawantinsuyo.
Gracias a los quipus, los incas habían alcanzado su actual supremacía
sobre los demás pueblos, pues permitían almacenar información
que se remontaba a períodos que el vulgo consideraba míticos.
Guerras, sequías, hambrunas, viajes, depósitos, cultivos:
toda esa información podía almacenarse en un quipu y ser descifrada
por cualquier quipucamayoc. No era un conocimiento accesible a todos. No
debía serlo. Kuntur Ñahui recordó como ejemplo el quipu
que registraba la atroz muerte de las gentes de otros pueblos que sabían
burilar signos en pallares, signos que decían cosas, no como las huacas
o los quipus, pero con mayor certeza y claridad. Juzgó sabio al inca
que había ordenado acabar con aquellos que podían guardar
una verdad perenne distinta a la verdad registrada por los incas.
Sin embargo, las cosas no resultaban
tan fáciles como en otros tiempos. En los días de Kuntur Ñahui
eran cada vez menos los nobles interesados en aprender el conocimiento necesario
para ser un quipucamayoc, y de éstos, muchos habían tenido
que ser desechados por no presentar las condiciones intelectuales requeridas.
La mayoría deseaba ser amauta o sacerdote, y el resto, guerrero.
Después de todo, no dejaba de ser tediosa la tarea del quipucamayoc.
— Ah, Picsi –dijo Kuntur Ñahui,
mientras se limpiaba la boca con el dorso de la mano–. Sabes que no puedo
acceder a esa petición. Debo consultarlo con el Cusco y no me parece
apropiado. Es algo muy raro, sobre todo tratándose de un joven príncipe.
— Mi señor, es prudente.
Pero si el joven guacro se convierte en quipucamayoc, es posible que tu
presencia ya no sea necesaria aquí. Entonces podrías regresar
al Cusco.
Los ojos de Kuntur Ñahui
brillaron de emoción. De reunir las condiciones requeridas de memoria,
destreza manual y capacidad de cálculo, el joven guacro sería
la solución al incómodo destierro que significaba su presencia
en la costa. Como funcionario del inca, podía ofrecerle también
otras dádivas que reforzaran la fidelidad del muchacho, a fin de
asegurar la posición preponderante de los cusqueños en el
manejo de los quipus, no tenía por qué enseñarle todos
los secretos del arte de los quipucamayocs. Con que remitiera al Cusco el
informe anual sobre la cantidad de pescado que se comía en el valle,
bastaría. Lo demás quedaría en manos de los militares
y de los tucuyricuy, esos insufribles espías.
— ¿Cómo es el joven
guacro del que me hablas, Picsi?
— Cree poder engañarnos
al decir que está contento con nuestra presencia, mi señor.
Sus ojos escupen odio mientras su boca sonríe. Pero un día
será el señor de los guacro, según lo dispone el sagrado
inca. De seguro que valorará la atención que le brindes desde
ahora.
Kuntur Ñahui miró
pensativamente al suelo. Si bien pocos, había antecedentes de no
cusqueños que fueron instruidos en el arte de anudar los quipus.
Formalmente, Maillama y su hijo fueron incorporados a los estamentos de
la nobleza, por lo que, de aceptar al muchacho como aprendiz, no incurriría
en ninguna situación de riesgo. Y si el muchacho era tan hábil
como Picsi expresaba, en un año o dos podría encargarse de
su labor. Y el odio que sentía hacia los incas, mientras no fuera
abiertamente manifestado, no significaba nada: los guacro sabían
que nada podían hacer contra los hijos del Sol.
— Dile a ese muchacho que venga
a hablar conmigo mañana temprano –concluyó Kuntur Ñahui,
escupiendo semillas de ají.
* * *
Pomacha resultó ser un
aprendiz aventajado. Su destreza con los nudos era notable, y pronto distinguió
quipus recientes de quipus antiguos, los que trataban sobre objetos y los
que trataban sobre historias. Kuntur Ñahui estaba tan encantado con
él, que dejó a un lado todo posible recelo, asumiendo un rol
más bien paternal ante el muchacho. Contrario a sus propósitos
iniciales, terminó por enseñarle todos los secretos del arte
de los quipucamayocs, incluso aquellos que ni siquiera los sacerdotes o
el Inca conocían. Kuntur Ñahui se estaba haciendo viejo.
En su fuero interno, Pomacha había
decidido, como parte de su plan de venganza, acercarse a los más notables
de los incas destacados ante su pueblo, para conocerlos mejor. Viendo que
nada se podía hacer respecto a los militares y otros funcionarios
que lo evitaban abiertamente, determinó acercarse al que le pareció,
en un principio, el más inofensivo de todos: el quipucamayoc. No entendía
la tarea de este servidor, todo el día haciendo nudos como una mujer.
Pero, con sagacidad, notó que el resto de los cusqueños mostraba
a veces mayor respeto por Kuntur Ñahui que por los generales: siempre
le rendían informes, tanto los militares como la última sirvienta
del palacio. Los nudos que hacía eran enviados inmediatamente al Cusco,
la mítica ciudad entre las nubes donde vivían los hijos del
Sol. Aunque no lo entendía del todo, Pomacha dedujo que el poder del
quipucamayoc, si bien era de naturaleza distinta a los poderes que él
conocía, ya fuera de hombres o de dioses, resultaba tanto o más
efectivo que el de aquéllos, uno que no tenía nada que ver
con la fuerza de las armas o la ayuda de los seres del otro mundo.
Así, Pomacha pidió
a un servidor que lo condujera ante Kuntur Ñahui, manifestando su
interés en el arte de los quipus. Nada perdía con su petición
de aprenderlo. Por un lado, apenas ganaría la atención de un
funcionario como Kuntur Ñahui, y por otro, desviaba la atención
que sobre su persona pudieran tener otros esbirros de los incas, como los
tucuyricuy o los militares. Había notado que los incas constituían
una sociedad bastante dividida, en la cual difícilmente alguien se
entrometía en el trabajo de otro.
Acogió con alborozo el
mensaje del servidor Picsi, quien le transmitió la decisión
de Kuntur Ñahui. Pomacha pasó así a ser un aprendiz
de quipucamayoc, hecho que no dejó de generar algunas suspicacias
entre los guacro.
En efecto, debido a su linaje
y posición social, Pomacha no podía pasar fácilmente
inadvertido. Para su pueblo, el joven hijo de Maillama se convirtió
en objeto de repudio, pues los guacro consideraban que todo aquello que
tuviera relación con telares o tejidos era asunto de mujeres. Se
burlaban de los quipucamayocs, por lo que les parecía una afrenta
que el futuro Guacro Cápac (Señor de Guacro, en el lenguaje
de los conquistadores) se volviera un afeminado tejedor de nudos. Hubieran
preferido que siguiera con sus correrías entre las rocas del Cerro
Azul o disfrutando de la cómoda vida de los nobles. Con el tiempo,
se fueron olvidando de él.
Sin quererlo, el desprecio y el
olvido de su gente ayudaron a que Pomacha lograra sus metas. Ningún
servidor o espía de los incas mostró mayor interés
en que el hijo de un curaca costeño decidiera instruirse en el arte
de los quipucamayocs. Por el contrario, dedujeron así la índole
pacífica del futuro Señor de Guacro, hecho que los tranquilizaba
sobremanera. Así, con calma y en paz, Pomacha aprendió todos
los secretos de los quipus que Kuntur Ñahui le enseñaba. Y
éste conocía muchos.
* * *
“Junta esos dos quipus. Así,
muy bien. Ahora, anuda el último fleco, pero mostrando el nudo hacia
ti. ¿Notas algo? Nada, bien. Ahora, haz lo mismo, pero con el nudo
vuelto al revés. ¡Ah, una señal! ¿Qué
te dice? ¿Que unas dos líneas sin nudo? ¿Para qué
será? Haz lo que te dicen los nudos… ¡Ja, ja, ja! Bueno, ahí
tienes cuántos hijos tuvo realmente el anterior Inca. ¿Te
parecen tantos? Observa bien el quipu, ahí hay un espacio vacío…
cualquier nudo te sirve para saber que en sólo un año, casi
todos esos niños murieron. ¡Ja, ja, ja! De esas cosas es mejor
no hablar, joven aprendiz…”
A veces, Pomacha no podía
creer cuántas cosas podían decir los quipus. Con orgullo,
pronto descubrió que sabía más acerca de la verdadera
historia de los incas que los mismísimos autoproclamados hijos del
Sol. En su fuero interno, decidió que una vez consumada su venganza,
permitiría al viejo Kuntur Ñahui conservar todas sus riquezas,
propiedades y mujeres. Le había tomado afecto al viejo quipucamayoc,
receloso y ceñudo en un principio, abierto y afable después,
al comprobar las habilidades de Pomacha, que resultaron una sorpresa para
el mismo joven. Los nobles guacro no tenían una relación muy
estrecha con sus vástagos, siendo el padre de Pomacha una figura respetable,
pero poco relevante en su vida personal. De alguna manera, el quipucamayoc
llenó el vacío de afecto que había en el espíritu
del joven. Pomacha barajó incluso la posibilidad de abandonar sus
planes de venganza.
Sin embargo, esta cercanía
entre el futuro Señor de Guacro y el funcionario inca no pasó
tan inadvertida como pudiera desearse. Kuntur Ñahui, en un principio
muy resentido por haber sido destacado a la costa, parecía ahora
estar a sus anchas. Sus mensajes, solicitando al Inca que lo restituyera
a sus dominios, habían cesado, lo que no dejó de llamar la
atención a algún funcionario de la corte.
Se pidió informes a otros
servidores destacados en el señorío de los guacro, incluso
a espías de origen guacro vendidos a la mascaipacha incaica. No faltó
quien, celoso del puesto que ocupaba el quipucamayoc, exagerara o mintiera
acerca del tipo de relación que sostenía con el futuro Guacro
Cápac. Para las panacas más influyentes, todo se resumía
en una sola palabra: traición. Kuntur Ñahui, miembro de una
antigua panaca rival, complotaba con los guacro en contra de los incas.
* * *
El pétreo rostro de Kuntur
Ñahui ni siquiera se inmutó cuando le informaron de las noticias
enviadas por el Cusco. Sus propiedades, confiscadas. Sus parientes, muertos.
Su crimen, a juzgar por los informes de los funcionarios, confirmados por
los oráculos y las señales vistas en las entrañas de
las llamas, la traición. Sería ajusticiado al mediodía,
frente a los guacro y, sobre todo, en presencia del joven Pomacha. Así,
la panaca regente se libraría de un posible rival capaz de irrogarse
el derecho a llevar la mascaipacha y además les mostraría
a los guacro que, a la hora de castigar a los traidores y sediciosos, los
incas no tenían ninguna clase de miramientos.
El Inca, que en un principio había
decidido también la eliminación de Pomacha, optó por
perdonarle la vida, obligándolo –eso sí– a permanecer para
siempre en el palacio del Cerro Azul, frente al mar. Como Guacro Cápac
–su padre, Maillama, estaba muriendo de vejez–, Pomacha sería el
representante del Inca y también el quipucamayoc oficial, cumpliendo
así la no expresada voluntad de Kuntur Ñahui. Con esta salida,
el Inca y sus consejeros creían que se habían librado para
siempre de cualquier amenaza de los guacro. Al nombrar como Guacro Cápac
a Pomacha, contentaban al pueblo de los guacro y a éste. De paso,
se evitaban el enojoso trance de designar a otro Señor de Guacro,
que acaso preferiría dedicarse a aficiones más marciales que
la elaboración de quipus. Creyeron que perdonar la vida de Pomacha,
respetando su investidura y permitiéndole ejercer en calidad de quipucamayoc,
al tiempo que lo confinaban para siempre en los muros de su palacio del Cerro
Azul, había sido una soberbia muestra del arte de gobernar.
Pomacha, ahora convertido en Cuacro
Cápac, lloró la infame muerte de Kuntur Ñahui, a la
vez que se alegraba de ésta: no existía ya ningún freno
para sus objetivos. No había ningún inca que mereciera su clemencia,
por lo que decidió actuar.
Llamó a un servidor.
— Trae los quipus que dejó
Kuntur Ñahui y todas las telas y sogas que se necesiten. Es tiempo
de anudar información para mi señor, el Inca…
Y así pasaron los años...
* * *
El sol reverberó en la
diadema de bronce de Yucraj. Contempló el amanecer, agradeciendo
al padre Sol por la luz y el calor. Como quipucamayoc al servicio del señor
local, tenía acceso libre a sus aposentos y propiedades. Esa mañana
se había cuidado de ser visto por demasiadas personas. Lo que iba
a comunicarle a su señor era algo de suma gravedad, pero sabía
que éste lo recompensaría muy bien por la información.
— ¿Estás seguro,
Yucraj? En estas cosas de los quipus sólo me queda fiarme por completo
de ti, pues no entiendo gran cosa.
— Mi señor, te repito que
no hay posibilidad de error. Ningún quipucamayoc sabe cuándo
o dónde se originó el nudo malo, pero ha contaminado a todos
los quipus del Tawantinsuyo. No hay remedio para la enfermedad de los quipus.
— Explícame otra vez eso
del nudo malo, Yucraj, pero de manera que te pueda entender. No soy un quipucamayoc
como tú, recuérdalo.
— Como tú ordenes, mi señor.
Bien sabes que los quipus son conjuntos de nudos que sirven para guardar
lo que se dice de las cosas: como cuánta gente vive en un ayllu o
cuánta ha sido la cosecha de maíz en el valle del Urubamba…
— ¡Eso lo sabe cualquier
mitimae, Yucraj! ¡No me estás diciendo nada nuevo!
— Ten paciencia, hijo del Sol.
Lo que dice un quipu puede interpretarlo cualquier quipucamayoc, quien a
su vez puede modificar lo que está en el quipu, según cómo
han pasado las cosas. Puede corregir. Puede cambiar.
— ¿Quieres decir que se
puede poner cosas que no son verdad en los quipus? ¿Que puede haber
quipus mentirosos?
— Así es, mi señor.
Pero todos los quipucamayocs podemos descubrir el origen de todas las informaciones,
comparando un quipu con otro u otros. Las cosas no verdaderas pueden ser
corregidas… o al menos, descubiertas por los quipucamayocs. No siempre se
han corregido los quipus defectuosos… por razones que tu humilde servidor
prefiere desconocer.
— Y haces bien. Lo que importa
es que los quipus sostengan nuestro poder, no que lo debiliten o cuestionen.
Aunque, como has revelado, los quipucamayocs tienen sus formas de saber
cosas que acaso ni siquiera los señores sabemos… Continúa,
Yucraj.
El quipucamayoc perdió
algo de su compostura. Su señor había deducido antes de tiempo
aquello que quería comunicarle. Respiró hondo: después
de todo, ya nada volvería a ser como antes. Pronto se descubriría
que los quipucamayocs ya no eran necesarios, y peor aun, que habían
ocultado información importante durante mucho tiempo. Ello podría
implicar la muerte de los quipucamayocs, que serían vistos ahora
como traidores. Yucraj sabía que sus pares de otras latitudes estaban
desesperados. Nadie sabía el origen del nudo malo, sólo de
sus nefastas consecuencias… cuando ya era demasiado tarde. Yucraj debía
ponerse a salvo, y agradeció al Inti la coyuntura de encontrarse
al mando de un señor local como el suyo, lejos de los cusqueños
tanto en distancia como en comunión de ideas. Este señor tenía
otras ambiciones y Yucraj deseaba ocupar un nuevo cargo en la corte de este
señor. Por eso estaba tan ansioso de comunicarle la verdad que había
descubierto. Se encomendó al Sol.
— Mi señor, los quipucamayocs
hemos servido fielmente a los señores del Tawantinsuyo. Como muchachos,
hemos jugado con los nudos, mi señor, y en esos juegos guardamos
nuestras verdades. Nunca perjudicamos a nadie. Es más, sostuvimos
el funcionamiento del incario…
— A mí no me vengas con
lloriqueos, Yucraj. Y dime de una vez que son esos nudos malos.
— Un quipucamayoc pone su marca
en cada quipu que hace. Un quipu pertenece a su quipucamayoc, y si es modificado
por otro quipucamayoc, la modificación no altera la marca de origen,
aunque esto sólo vale para cinco modificaciones. Pero muy rara vez
un quipu era modificado...
— ¿Por qué dices
era?
— Mi señor, algún
quipucamayoc muy sabio tejió en algún sitio y quien sabe hace
cuánto tiempo los nudos malos. Nudos que metió en un quipu,
se repitieron en otro, luego en otro, se volvieron a encontrar… No puedo
darte detalles porque no me entenderías. Es algo que jamás
ha ocurrido.
— No me interesa saber qué
dedos usas para hacer tus nudos, o si prefieres algodón o lana de
alpaca. Tengo claro que los nudos malos se están repitiendo en los
quipus y que su número se incrementa. ¿Y?
— Los nudos malos tienen una señal
que les dice a los quipucamayocs que los deben repetir en todos los quipus
que hagan. Se repiten y se repiten, parece que hace años… Y no hay
forma de corregirlos. El nudo malo que se desata de un quipu ya se anudó
en otro. Como te dije, antes se modificaban muy rara vez. Ahora, todos tienen
los nudos malos.
— ¿Y qué dicen estos
nudos malos?
— Mi señor, no dicen nada.
Un quipu con nudos malos tiene falseados sus datos, y si se repiten los
nudos malos, como ha pasado, el quipu se convierte en un simple manojo de
cuerdas sin sentido alguno... Es como una enfermedad o maldición
que les ha dado a los quipus.
— ¿Qué hacen los
quipucamayocs para acabar con esta maldición de los nudos malos?
— Mi señor, ya no hay nada
que hacer. Todos los quipus del imperio que se han usado para llevar informes
de un lugar a otro no sirven más. El imperio ha perdido su lengua,
sus palabras, sus pensamientos. Tendríamos que quemar todos los quipus
y empezar otros nuevos…
— ¿Quieres decir que...?
El rostro del señor del
lugar ya no mostraba su estudiada placidez despectiva. No había entendido
gran cosa de lo que le había informado el quipucamayoc, pero si algo
estaba claro era que el imperio de los incas carecía de toda la información
que hasta el momento lo había hecho funcionar: ya no existían
los datos registrados sobre el poderío militar de los reinos conquistados,
no había conocimiento de las cosechas recientes, no se podía
saber cuánta gente había muerto y cuántos habían
nacido en los últimos años. En suma, uno de los principales
instrumentos de poder de los incas, que había servido eficientemente
durante años para mantener el predominio de los hijos del Sol sobre
otros pueblos, ya no existía.
Yucraj notó la comprensión
reflejada en el rostro de su señor. Era el momento de seguir con
sus planes. Dejó el tono plañidero que había empleado
hasta entonces, para dirigirse a su señor de manera más directa
y persuasiva.
— Es el momento, mi señor.
Sin los quipus, con los quipucamayocs ocultando todo lo que te dije al Inca,
el imperio es más vulnerable que nunca. El Cusco está debilitado.
Cuando esto se sepa, tomarán medidas, seguramente. Pero ahora, mi
señor, está como un caracol sin caparazón… Sin la ayuda
de los quipucamayocs, el Inca no podría tomar ninguna decisión
acertada si tú atacas primero.
La sonrisa de su señor
confirmó a Yucraj que había tenido éxito. Pronto reuniría
a sus huestes y atacaría al Cusco para hacerse inca. Cuando eso ocurriera,
Yucraj ocuparía un lugar destacado en la corte del nuevo inca. Así,
con Atahualpa como nuevo inca, en lugar de su hermano Huáscar, se
iniciaría un nuevo período en la historia del imperio, que
él, como quipucamayoc, registraría para las generaciones venideras.
Sólo una cosa inquietaba
a Yucraj. ¿Quién y por qué había creado los
nudos malos?
* * *
En el palacio del Cerro Azul,
un envejecido y moribundo Guacro Cápac contemplaba el atardecer a
las orillas del mar. Con una alegría poco disimulada, recibió
las noticias de la exitosa rebelión que había terminado con
el apresamiento de Huáscar y el entronizamiento de su hermano Atahualpa
como nuevo Inca. El poderío de los hijos del Sol estaba resquebrajándose.
Guacro cápac sabía que las guerras traerían más
guerras, y con ello, el fin del poder de los incas. Todos veían las
señales de su fin. ¿No decían que habían regresado
los viracochas para castigar tanta maldad? Guacro cápac, el que alguna
vez fuera el joven Pomacha, quien juró vengarse de los incas por
haber sojuzgado a su pueblo, lamentaba no poder recibir a esos viracochas,
cuya presencia confirmaría que él había actuado correctamente.
Y pensar que todo se lo debía a Kuntur Ñahui y sus nudos malos,
algo que nunca se tenía que hacer…
Contemplando el horizonte, con
una leve sonrisa de satisfacción en el rostro, el Guacro Cápac
esperaba con paciencia el momento de su muerte.
Daniel Salvo
(publicado originalmente en
Ciberayllu
)
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