Ciencia Ficción Perú

El conquistador

Federico Andahazi


 
El conquistador, de Federico Andahazi


El Conquistador

Federico Andahazi

Si hay un principio ideal para una novela, es el capítulo 0 (cero) de El Conquistador. Es una declaración de principios, una descripción del personaje y un adelanto de sus aventuras. Un cebo imposible de ignorar. Espero no transgredir nada si cuelgo en la página ese primer capítulo, tan bueno como breve:

" Estableció con exactitud el ciclo de rotación de la Tierra en torno del Sol y trazó las más precisas cartas celestes antes que Copérnico. Fue el primero en concebir el mapa del mundo adelantándose a Toscanelli. Los gobernantes buscaron su consejo sabio, pero, cuando su opinión contradijo los dogmas del poder, tuvo que retractarse por la fuerza, tal como lo haría Galileo Galilei dos siglos más tarde. Imaginó templos, palacios y hasta el trazado de ciudades enteras durante el esplendor del Imperio. Concibió el monumento circular que adornaba la catedral más imponente que ojos humanos hubiesen visto jamás. Varios años antes que Leonardo da Vinci, imaginó artefactos que en su época resultaban absurdos e irrealizables; pero el tiempo habría de darle la razón. Adelantándose a Cristóbal Colón, supo que la Tierra era una esfera y que, navegando por Oriente, podía llegarse a Occidente y viceversa. Pero a diferencia del navegante genovés, nunca confundió las tierras del Levante con las del Poniente. Tenía la certidumbre de que había un mundo nuevo e inexplorado del otro lado del océano y que allí existía otra civilización; sospecha que habría de confirmar haciéndose a la mar con un puñado de hombres. Se convirtió en naviero y él mismo construyó una nave inédita con la cual surcó el océano Atlántico. Tocó tierra y estableció un contacto pacífico con sus moradores. Pero sólo porque estaba en inferioridad de condiciones para lanzarse al ataque. Comprobó que el Nuevo Mundo era una tierra arrasada por las guerras, el oscurantismo, las matanzas y las luchas por la supremacía entre las diferentes culturas que lo habitaban. Vio que los monarcas eran tan despóticos como los de su propio continente y que los pueblos estaban tan sometidos como el suyo. Escribió unas crónicas bellísimas, pero para muchos resultaron tan fabulosas e inverosímiles como las de Marco Polo. Supo que el encuentro entre ambos mundos iba a ser inevitable y temió que fuese sangriento. Y tampoco se equivocó. Trazó un plan de conquista que evitara la masacre. Retornó a su patria luego de dar la vuelta completa a la Tierra, mucho antes de que Magallanes pudiese imaginar semejante hazaña. A su regreso, advirtió la inminente tragedia a su rey.

Si hubiese sido escuchado, la historia de la humanidad sería otra. Jamás consiguió que le otorgaran una flota y una armada para lanzarse a la conquista. Fue el primero en ver que ningún imperio, por muy poderoso, magnánimo y extenso que fuese, podría sobrevivir a la ambición de sus propios monarcas. Pero fue silenciado. Tomado por loco, condenado al destierro, vaticinó el fin de su Imperio y la destrucción de la ciudad que él había contribuido a erigir.

Supo con muchos años de antelación que la única forma de que su civilización no pereciera, era llevando adelante el desafío más grande de la humanidad: la conquista de Cuauhtollotlan, como él bautizó al nuevo continente, o Europa según el nombre con que lo llamaban los salvajes que lo habitaban. Fue el más brillante de los hijos de Tenochtitlan. Su nombre, Quetza, debió haber fulgurado por los siglos de los siglos. Pero apenas si fue recogido por unas pocas crónicas y luego pasó al olvido. Su interés por la unificación del mundo no era sólo estratégico: al otro lado del mar había quedado la mujer que amaba.

Lo que sigue es la crónica de los tiempos en que el mundo tuvo la oportunidad única de ser otro. Entonces, quizá no hubiesen reinado la iniquidad, la saña, la humillación y el exterminio. O tal vez sólo se hubiesen invertido los papeles entre vencedores y vencidos. Pero eso ya no tiene importancia. A menos que las profecías de Quetza, el descubridor de Europa, todavía tengan vigencia y aquella guerra, que muchos creen perteneciente al pasado, aún no haya concluido.

Hasta la fecha, sus vaticinios jamás se equivocaron. "

Curiosamente, la mayor parte de comentarios sobre esta novela evidencian que los autores de dichos comentarios sólo han leído el texto de la contraportada o la promoción de Planeta. No han tenido la honestidad de Beto Ortiz de decir, simplemente, que el tema no les interesa.

Pero para quienes si nos interesa todo lo que tenga que ver con historia alternativa, ucronías, especulación histórica, esta novela es de lectura obligatoria. El entusiasmo que despierta el primer capítulo no se ve defraudado por el resto de la historia, que leí en apenas día y medio.

El inicio no puede ser más arquetípico: es la historia del desterrado, del diferente, de un huérfano que está a punto de morir sacrificado para complacer al dios Huitzilopoztli, y que es salvado in extremis por Tepec, uno de los últimos descendientes de los Toltecas u Hombres Sabios, quien se hará cargo de su crianza y educación bajo los principios del benévolo dios Quetzalcoatl, representante de la luz y la vida, eternamente enfrentado a su opuesto Huitzilopoztli, el otro pilar de la religión y estructura social méxica, representante de la guerra y la oscuridad, siempre sediento de sangre fresca…

Andahazi precisa que El conquistador no es retrato fiel de la sociedad méxica precolombina, acaso por temor a parecer aburrido, pero el paseo que nos da por dicha sociedad, recreada ex profeso para la presente novela, es un tour de force. Junto a Quetza, el protagonista, conocemos el duro trabajo que implicaba hacerse hombre a un joven méxica, los peligros a los que se veía expuesto (además de la constante posibilidad de ser sacrificado a los dioses) y el maravilloso entorno mítico en el que se desenvuelve: ser un méxica es tan mortífero como fascinante.

Si sobrevivir a la infancia y adolescencia en la sociedad mexica ya es un premio en sí mismo, no se compara con el riesgo que implica atraer la atención de los notables, más dispuestos a castigar que a premiar. Y es que el joven Quetza se convierte en una suerte de ingeniero a lo Leonardo Da Vinci, capaz de diseñar un calendario de gran precisión y puentes adecuados para la ciudad de Tenochtitlan, situada en un lago. Además, sus dotes de deducción, sumada a las tradiciones enseñadas por su tutor Tepec, le permiten conjeturar acertadamente que la Tierra es redonda y que, navegando hacia el oriente, con seguridad debía encontrarse otras tierras habitadas, acaso también la mítica Aztlan, la misteriosa tierra de origen de los mexicas. La envidia de los cortesanos del tlatoani, el rey de los mexicas, lo llevan a encomendar a Quetza una misión imposible: construir una nave capaz de surcar el Atlántico y encontrar las tierras que sus lucubraciones han previsto. Desterrado a la Huasteca, un territorio alejado y hostil, será librado a su suerte para cumplir su misión.

Sin embargo, su habilidad le permitirá ganarse la voluntad de un pueblo de feroces guerreros que además son expertos en la navegación marítima. Diseña pues una nave especial para un largo viaje, y parte rumbo a oriente… es decir, Europa.

Llegado a este punto (en plena amanecida, no quería soltar el libro), temí que el autor no pudiera superar el reto que supone ficcionalizar de manera creíble la llegada de un mexica precolombino a la Europa del renacimiento. Mis temores eran infundados: magistralmente, Quetza y su tripulación no solo llegan sanos y salvos a Europa, sino que se permiten recorrerla, no sin ciertos sobresaltos, llevándonos de la mano de las reflexiones de Quetza respecto a las instituciones europeas, los temperamentos tan disímiles entre españoles, franceses e italianos, la similitud entre todas las religiones, y el momento cumbre de la novela, que es cuando Quetza cae en la cuenta que el posee algo que los europeos ni siquiera barruntan: un mapa que abarca prácticamente todo el mundo. Ese conocimiento le llega al mismo tiempo que el amor, que encuentra en la persona más increíble, que acaso como él, tal vez sea también una hija perdida de Aztlán…

Sin embargo, además de saciar su curiosidad, Quetza se comporta también como estratega, y elabora planes de conquista de esas nuevas tierras por él descubiertas. Evalúa las diferencias técnicas entre su pueblo y los europeos, las cuales le parecen superables. Una o dos generaciones, calcula, y los mexicas conquistarían Europa, usando las mismas armas que los europeos en su contra. Nuevamente, el autor elabora de manera tan detallada esta posibilidad histórica, que uno se pregunta sinceramente si, aparte de las armas de fuego, los caballos y el acero, los ejércitos europeos eran realmente superiores a los de la América precolombina. En concordancia con lo planteado por Juan Miguel Aguilera en Rihla , es plausible conjeturar que las cosas pudieron haber sido de otro modo.

Quetza asume pues su destino de conquistador, y actúa en consecuencia. Sabiamente, se da cuenta de que si ellos no conquistan a los europeos, estos conquistarán a los mexicas. ¿Cuáles son los límites entre la ficción y la historia? Toca al lector conjeturar cómo pudo ser el mundo si las cosas hubiesen salido de otra manera.


 Daniel Salvo



Colaboraciones y comentarios al [email protected]


WebFacil Página creada con el asistente automático gratuito WebFácil
Hosted by www.Geocities.ws

1