Herman Gorter
La revolución mundial

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V

Asia

En muchas partes del mundo las condiciones son similares, o empiezan a ser similares, a las de Rusia. En la India británica y holandesa y en China hay un enorme número de pequeños campesinos que son oprimidos por poderes nacionales y extrangeros. La población de esos países se cuenta ahora en setecientos u ochocientos millones de personas, en su mayor parte pequeños campesinos. El fermento contra el desgobierno de los gobiernos nacionales y extranjeros está creciendo --la revolución se aproxima--. Es más, hay un proletariado que está creciendo rápidamente, tanto en número como en conciencia de clase. No es imposible que el proletariado pueda asegurarse la dirección de la revolución, o que la comparta con las otras clases. Como el proletariado es todavía en las industrias capitalistas más modernas más débil que en Rusia, la revolución en esos países producirá, aún con más certeza que en Rusia, un Estado capitalista nacionalista. Lo mismo ocurriría en la Turquía asiática, en Persia, Arabia, Afganistán, donde, excepto en unos cuantos de los puertos de mar, hay pocos o ningún proletario moderno.

Si Rusia, con su proletariado heroico, consciente, tiene que introducir el capitalismo, es todavía más seguro que cuando las naciones de Asia comiencen su revolución crecerán allí enormes Estados capitalistas como enemigos del proletariado mundial. Rusia se convierte en un Estado capitalista-nacionalista y en un competidor de Europa occidental, mientras que Norteamérica promueve el desarrollo capitalista de Asia.

El desarrollo capitalista del Este ha sido enormemente acelerado por la guerra mundial y la revolución rusa. La Asia que despierta es el nuevo enemigo de la revolución proletaria mundial.

La III Internacional

El logro de la revolución rusa era tan poderoso que la vanguardia de los obreros de Europa occidental quedó impresionada por él y obedeció a los dirigentes del partido bolchevique, y toda la III Internacional siguió a Rusia. Justo como en Rusia, lo que la III Internacional llamó a hacer a los obreros occidentales era en parte comunista-proletario, y en parte capitalista-burgués. Aunque estos países eran en su mayor parte proletarios, los obreros europeos siguieron adoptando la táctica mixta --en parte proletaria, en parte burguesa--.

Los llamados de Rusia y la III Internacional a la guerra civil y a la formación de los consejos de obreros y soldados y de un ejército rojo eran comunistas y proletarios, pero no hizo frente ni procedió a las medidas realmente fundamentales de la revolución proletaria en Europa, y, en primer lugar, en Alemania. No reivindicaron como base de los Consejos de Obreros y Soldados la destrucción de los sindicatos. Los consejos de fábrica pueden luchar solos y son el lecho de roca esencial del comunismo. Haciendo las paces con el sindicalismo, los bolcheviques rusos y la III Internacional mostraron que ellos mismos eran aún capitalistas, y ni ansiaban, ni se atrevían, a aplastar el capitalismo europeo.

Es más, los bolcheviques y la III Internacional no llamaron a la abolición del parlamentarismo en la revolución. De este modo, dejaron a los obreros europeos, que nunca habían luchado todavía por sí mismos, bajo la ilusión de que una revolución puede hacerse en el parlamento y a través de los dirigentes. Una auténtica revolución proletaria debe abolir el parlamentarismo cuando la revolución está a la vista. El parlamento es el arma de la burguesía, los consejos de fábrica son el arma del proletariado, que usará por añadidura, pero contra el parlamento.

No haciendo esto, Rusia, consciente o inconscientemente, estaba trabajando no para la revolución proletaria mundial, sino hacia el capitalismo ruso.

La III Internacional no exigía la abolición de la dictadura de partido en Europa occidental. Nada ha mostrado su carácter burgués más que esto. Esta sujección esclava al partido era la peste y la ruina de la socialdemocracia y del proletariado, que era su esclavo. Antes de la guerra mundial, el dirigente de los partidos proletarios dirigía escasas masas conscientes. En la revolución, los obreros como clase en sus consejos de fábrica deben decidir por sí mismos en el conflicto entre los fuertes poderes del capitalismo de Europa occidental y Norteamérica, vigorosos aún en sus dolores de muerte, y porque es una cuestión de vida o muerte para ellos, más poderosos que nunca en sus esfuerzos. Los sindicatos y los viejos partidos políticos de los obreros son demasiado débiles para combatir el capitalismo en esta contienda. Sólo los Consejos de Fábrica y el Partido Obrero Comunista pueden conquistar el capitalismo. Para este propósito deben tanto agruparse como actuar como un todo y formar una unidad para la lucha.

En Rusia esto no se entendió, y de este modo, como dijo Rosa Luxembourg, una docena de dirigentes dictan sobre un rebaño de ovejas, que uno llama a la acción cuando cree conveniente, y a través de este rebaño de ovejas, sobre las vastas masas de la clase irreflexiva. Este método es capitalista-burgués de principio a fin. Mediante este método, más que por cualquier otro, la III Internacional ha conducido a la revolución proletaria a la derrota. El principio de unos pocos dictando a la masa estúpida ha arrojado al abismo al proletariado alemán.

La auténtica revolución proletaria, que se está preparando en Inglaterra, Norteamérica y Alemania, no puede ser realizada por una masa estúpida dirigida por unos cuantos dirigenes sabios, sino sólo por la masa autoconsciente, autoactiva. La historia se asegura de que la masa sea consciente y autoactiva, pues, mientras tanto no confíe en sí misma, será golpeada, a pesar de sus dirigentes.

Hacer que la clase obrera confie en sí misma ha sido la función del capitalismo occidental, pues se ha vuelto tan poderoso, aún en sus dolores de muerte, que los proletarios, tanto individualmente como en masa, deben dejar atrás a la clase capitalista en el pensamiento y la acción.

Los estúpidos dirigentes de la III Internacional mostraron tanto conocimiento como un gato de las condiciones de Europa occidental, la diferencia entre ellas y las de Rusia, y la verdadera fuerza propulsora del capitalismo en Europa occidental. Se convirtieron en las herramientas de los dirigentes rusos, y las grandes masas del proletariado europeo occidental se inclinaron ante la III Internacional.

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