¿Es utópico creer que en el Nuevo Israel, en su capital resucitada, musulmanes, cristianos y judíos puedan vivir en paz? Si lo pensamos así, hay que saber que la realización de esa utopía compromete el porvenir de la paz en el mundo. Tal vez por eso los salmos atribuidos al rey David pedían ya: "¡Rogad por la paz de Jerusalén!"
¿Por qué Jerusalén en particular? Porque esa ciudad es la del encuentro de las culturas, las religiones y los hombres de todas las edades y todas las lenguas. Sí, roguemos por la paz de Jerusalén, una paz que pueda prefigurar la de las culturas del universo, cuando, con toda sencillez, todo hombre se reconozca hermano de todo hombre.
Jerusalén, antigua capital de Judea, resucita en nuestros días en un microcosmos de todo el universo, con sus contrastes y sus más graves contradicciones. Desde cualquier esquina de la Ciudad desfilan los tipos humanos más diversos, venidos de de todos los países.
Desde 1950, en la ciudad de David, se codean no creyentes, con fieles de 45 confesiones cristianas diferentes, con distintos grupos judios y con musulmanes representantes de todos los ritos y orígenes geográficos del Islam.
Junto al judaísmo y al cristianismo, otra religión nacida de las fecundidades de la Biblia, el Islam, expresa un interés real por la ciudad desde la que el profeta Mahoma emprendió el vuelo para encontrarse en el cielo de Alá con Abraham, Moisés y Jesús. El universo de Jerusalén, sus 30 siglos de historia apasionada, se concentran así en las 90 hectáreas a las que sus muros sirven de marco.
Ciudad con raíces en la Biblia hebrea (Primera Alianza), el Nuevo Testamento (o Libro de la Nueva Alianza), y el Corán (o Libro de la realización de todas las Alianzas desde la de Abraham), la Jerusalén resucitada volvió a ser el país del retorno a Israel después de la Declaración Balfour (1917) y de las resoluciones de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947. Éstas recomendaron la creación, en el territorio de mandato británico, de dos Estados, el israelí y el palestino, en torno a la ciudad de Jerusalén, controlada por las Naciones Unidas. Ese retorno daba a las tres religiones abrahámicas reconciliadas la misión de hacer realidad su gran ideal común, el de la Alianza universal de la humanidad.
El conflicto que las Naciones Unidas esperaban resolver prosigue con la guerra que enfrenta al Estado de Israel y a los representantes del mundo palestino. La creación de un Estado palestino ayudaría a poner término a este conflicto que continúa tiñendo de sangre la Ciudad de la paz. La reunión de dos Estados, uno israelí y otro palestino, reconciliados en el seno de una confederación abierta a otros Estados de Oriente Medio podría reservar a todos un porvenir de paz y de progreso2.
Nadie podría hablar de Jerusalén sin evocar sus profetas, las tragedias de su historia, el exilio dos veces milenario de su pueblo, su retorno después de la Shoah, la fundación del Estado de Israel y sus trágicas consecuencias para la población musulmana, la negativa árabe a crear el Estado palestino, el conflicto inextricable resultante, el bloqueo consecutivo agravado por una guerra larvada que no se atreve a confesar su nombre.
Sin embargo, ninguna guerra podría resolver el enfrentamiento de los dos nacionalismos y de las tres religiones que se reparten y ensangrientan Jerusalén. Reconozcamos pues y proclamemos que esta ciudad es la capital histórica de las tres religiones que allí tienen sus raíces. Unamos a los hombres que viven en ella separando sus competencias. Los Santos Lugares ya son administrados por las religiones que los reivindican.
Hagamos de la Biblia hebrea (Primera Alianza), del Nuevo Testamento (Nueva Alianza); y del Corán árabe las nuevas armas de su verdadera cultura, la de la de la paz y la reconciliación. Que Jerusalén se convierta por fin en la capital ejemplar de la paz universal, como siempre la soñaron los profetas de las tres religiones abrahámicas.
El deseo de paz, expresado permanentemente en la Liturgia de las horas, durante el Adviento, alcanza una mayor intensidad, dado la situación de violencia y guerra que hay en la región. La humanidad anhela la paz, eleva suplicas incesantes a Dios pidiendo que cesen las guerras, como las llama el Santo Padre; "aventuras sin retorno".
La guerra es consecuencia del alejamiento de Dios, del lento y progresivo silenciamiento de sus mandamientos. De la actitud soberbia e insensible con que el hombre se coloca frente a su Creador. El hombre una vez más, intenta construir otra Babel, como aquella Torre famosa, en la que expresa el deseo de edificar la historia sin Dios. Pronunciando su palabra, envuelta en intereses personales y ambiciones desmedidas, le dice a su Señor "no te serviré". Los caminos que los hombres construyen buscando la tan anhelada paz, ponen a Dios a la "vera", prescindiendo de Él.
La Paz no nace de la seguridad de las armas, ni de la destreza de los soldados, tampoco tiene su origen en la estrategia de los peritos. No se la puede decretar en ningún parlamento, aunque sería una magnifica idea interpelarla en las Cámaras, no para censurarla, sino para escucharla. No recibe ayudas del presupuesto, ni entra en los proyectos de los economistas, camina tantas veces por los labios de los informativistas que algunos han comenzado a dudar de su existencia. Se la busca en los lugares que no frecuenta, y tantos la prometen, que de tanto esperarla algunos se desalientan. Se halla presente en los más importantes discursos como un deseo frustrado, ha sido invocada por algunos tratados que nunca son aplicados. Algunos "poderosos" en el supermercado del mundo la pusieron de oferta, si uno compra una caja le entregan dos.
La Iglesia con los ángeles proclama; "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres..." Este deseo recorre el universo, pero debe ser acogido en los corazones para habitar en ellos. Jesucristo es la Paz, es el mensajero de la Paz: "Es hermoso ver bajar de la montaña los pies del mensajero de la Paz". Cada región debería anhelar tener las huellas del Señor, que desea en sus apóstoles ir hasta los confines del mundo. Bienvenidos son " los pasos del que trae buenas noticias, que anuncia la paz, que trae la felicidad, que anuncia la salvación"(Is 52,7).
La Paz que viene del Señor, "no la puede dar el mundo", porque tiene su origen en ÉL y es fruto de la relación de amistad con Dios. Ésta exige justicia y misericordia, pero, para aceptar su exigente propuesta hay que tener: valor, fortaleza, mansedumbre y humildad; estas virtudes conducen a la paz y la edifican. Esta Paz (la única) extirpa el temor. En el amor no hay temor hay confianza. El hombre debe "abrir las puertas de su corazón al príncipe de la Paz, Jesucristo", debe confiar en Él, permitiendo que sus huellas queden marcadas en nuestra existencia.
El Resucitado, cuando se aparece a sus discípulos, la invoca como centro de su saludo; "la paz este con ustedes". Ella es un don de Dios. Cuando la muerte se levantaba poderosa e invencibles, Cristo la sentenció diciéndole: "Tu no tienes la última palabra"."¿ Dónde está muerte tu aguijón?. La paz es hija de la Resurrección, sabiamente dispuesta por el Padre en el corazón de la Pascua, es entregada a los apóstoles en el día de Pentecostés.
¿ Acaso la pequeñez de Belén ( La Casa del pan) fue un impedimento para que naciera el "Hijo del Altísimo?" Y siendo la más pequeña, no dio a luz al más grande, al príncipe de la Paz. Por todo esto, hoy más que nunca, Jerusalén, sobre ti, amanecerá el Señor. Mira que tu Señor viene montado en un asno, afina el oído de tu corazón. Viene en un frágil niño, dado a luz por su santa madre en un establo, acógelo con confianza.
Todos comprendemos la necesidad de construir un mundo en Paz, este deseo de nuestro corazón encuentra la respuesta de Dios en Belén y utópicamente en Jerusalén, la bíblica Ciudad de la Paz.
Juan Luis Mereciano Dominguez. Valladolid. –España-
¿Cuándo será el fin del mundo?
Cristo dijo que volvería; pero han pasado casi dos mil años y no ha cumplido su promesa
Es cierto. Muchos cristianos han muerto después de haber esperado toda su vida que Cristo volviera.
"Ello –dicen– ha generado falsas expectativas en las personas", que descuidan su vida presente
por una incierta vida futura.
La Palabra de Dios, (previendo esto), dice que en los postreros tiempos vendrían burladores diciendo:
"¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación" (2 Ped.3:4).
Esta tendencia a hablar mal de Dios irá todavía en aumento.
En un futuro no muy tujano, el mismo Anticristo ltuvará al colmo esta maldad, cuando abra su boca "en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo" (Ap.13:6).
Sin embargo, oiga esto:
Vendrá el día en que los hombres pagarán por las cosas duras que han hablado contra Dios (Judas 15-16).
¿Qué dirá tu a partir de ahora? ¿Dirá también cosas duras contra Dios?
¿No ha visto la benignidad del Señor?
¿No sabe acaso que Él tu ha amado tanto, que dio a su amado Hijo Jesucristo para que muriera en la cruz como un homicida, por salvarlo a tu de la condenación?
Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.
¿Puedes tu creerlo, y confesarlo con tu boca?
Entonces tu ya no tendrás más quejas contra Dios, sino gratitud por su amor salvador.