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EL LENGUAJE DE LAS FLORES Y  EL DE LAS FRUTAS. Florencio Jazmín

 

Diccionario del lenguaje de las flores con sus significados.

 

     Bien pudiéramos extendernos aquí, explicando el origen de una gran parte de las flores que forman el catálogo general que se encuentra en esta obra; pero el deseo de hacerla poco voluminosa, nos ha decidido a insertar tan sólo el de las más importantes y que vemos con más boga entre nuestras elegantes señoritas, evitando de este modo la confusión que un extenso diccionario podría representar.

Absintio.-- Amargura, ausencia. El absintio (ajenjo) es la más amarga de todas las plantas. Se considera también como el emblema de la ausencia, que según Lafontaine, es el más amargo de los males. Su nombre viene del griego, que significa sin dulzura.

Acacia. -- Amor platónico. Los salvajes de la América han consagrado la acacia al genio de los castos amores; sus arcos son hechos de la madera incorruptible de este árbol; sus flechas están armadas con sus espinas. Estos fieros hijos del desierto, a quienes nadie puede someter, conciben un sentimiento lleno de delicadeza que quizá no lo saben explicar por medio de palabras, pero que lo encuentran expresado en una rama de acacia florida. La joven salvaje, a semejanza de la coqueta de las ciudades, entiende este lenguaje seductor y recibe sonrojándose el homenaje de aquel que ha sabido conquistarla por medio del respeto y el amor.

Acanto. -- Artes. Los antiguos encontraban la hoja de acanto tan graciosa, que adornaban con ella sus muebles, sus vasos y sus más preciosos trajes. Virgilio nos pinta el vestido de Helena bordado en relieve con hojas de acanto.

De Alcimedón conservo todavía
Un precioso trabajo. Cada vaso
En el asa presenta al que lo mira
El follaje imitado del acanto
. Virgilio.

     Este bello modelo de las artes ha llegado a ser su emblema, y podría serlo hasta del mismo genio que es el que sobresale en ellas.
     Si algún obstáculo se opone al desarrollo del acanto, le vemos redoblar sus esfuerzos y vegetar con mayor vigor; del mismo modo que el genio se eleva y aumenta a proporción de los obstáculos que se le presentan y que él mismo no podría vencer. Refiérese que el arquitecto Calímaco al pasar junto a la tumba de una virgen, muerta pocos días antes de efectuar un feliz himeneo, movido de tierna piedad se aproximó a regar allí algunas flores; mas otra ofrenda había precedido a la suya. La nodriza de la doncella, reuniendo las flores y el velo que debían servir a aquella de adorno en sus bodas, las colocó en una cestilla que puso a inmediaciones del sepulcro sobre una planta de acanto, y la cubrió después con una teja ancha. A la primavera siguiente, las hojas de acanto abrazaron la cesta; pero detenidas por las orillas de la teja, se encorvaron y cerraron hacia sus extremidades. Calímaco sorprendido con esta decoración campestre, que parecía la obra de las Gracias llorosas, sacó de ella el capitel de la columna corintia, ornamento bello que aún admiramos e imitamos.

Adonis. -- Recuerdos dolorosos.

La sombra de los bosques, los Céfiros y Flora.
Los prados y las fuentes tan solo cantaré;
Es entre las florestas donde mi héroe mora...
¿Dónde tuvo sus amores? Allá en los bosques fue.
De mirto y arrayanes mi musa se ha adornado
para cantar de Venus su Adonis seductor,
Adonis de la tierra tan joven arrancado,
Llorado por las Risas, también por el amor
. Lafontaine.

Adonis, que según la fábula, era hijo de Ciniro, Rey de Chipre y de Mirra su hija, era un joven de una belleza extraordinaria. Venus le amaba tanto, que dejó el cielo por seguirle a todas partes adonde iba: Apolo había sido olvidado: Adonis amaba por primera vez, y su candor igualaba su cariño. Habiendo sido Marte fríamente recibido por Venus, quiso investigar la causa de ello, siguiéndola en sus fugas campestres en donde se cercioró del amor que profesaba Venus al bello Adonis.
     El dios celoso juró al punto la pérdida de Adonis, y para lograrla le inspiró el furor de los combates, encendiendo en su corazón el deseo de los peligros. Adonis sólo respiraba sangre: se sentía abrasado del afán de exterminar las bestias feroces, cuya belicosa audacia brillaba en sus ojos, animaba su semblante y le comunicaba una nueva gracia. Durante una ausencia de Venus, Marte bajo la forma de un terrible jabalí, se presentó ante el bello cazador. Las erizadas crines de la fiera, sus colmillos amenazadores y sus encendidos ojos, hicieron renacer en el corazón de Adonis el impetuoso ardor, y olvidándose de Venus y aún de sí mismo, se dirige al monstruo como un rayo, le asesta la flecha, le hiere, y el furioso jabalí, abalanzándose al cazador, le echa por tierra y sepulta en su cuerpo el diente mortífero. Adonis cae bañado en su sangre, Céfiro lleva a Venus su último suspiro. Venus le recibe y baja del Empíreo, rápida como la luz; corre sin saber a donde a través de las rocas y precipicios, hiriendo su seno de alabastro, su bella cintura y sus delicadas plantas. Se arroja sobre su amado bien, cierra su llaga medio abierta, desgarra su velo para vendar la profunda herida y se esfuerza en contener la sangre que salía a borbotones saltando por entre sus dedos. ¡Cuidado inútil y tardío! Adonis ya no existe. La brillantez de sus ojos había desaparecido, su semblante estaba pálido, y el color bermejo de sus labios se había transformado en el de una violeta marchita. En vano su desgraciada amante incorpora este cuerpo inanimado, le aprieta entre sus brazos, apoya su corazón contra el suyo, queriendo reanimarlo con su calor divino: su caro Adonis no la siente y la hiela con su frío. De repente se apodera de ella este frío mortal: la diosa se estremece, titubea y cae invocando la muerte.
     La desventurada Cipris detestando una inmortalidad que no podía dividir con su amante, trató al menos de reanimar en él alguna chispa, y recogiendo la sangre que aun corría de su herida, derramó abundantes lágrimas: estas no fueron infructuosas: la tierra las recibió y al instante mismo produjo una planta ligera que se cubrió de flores semejantes a las gotas de sangre. ¡Flores brillantes y pasajeras, emblemas fieles de los placeres de la vida, vosotras fuisteis consagradas por la belleza misma a los recuerdos dolorosos! Algunos mitólogos suponen que de la misma sangre de Adonis nació la anémona.

Adormidera disciplinada. -- Poesía. El invierno comienza a presentarse con su frío ateridor; el cielo va perdiendo sus variados tintes; los prados se verán en breve despojados de sus bellas flores; diríase que todo va a quedar triste y silencioso, mustios los campos y abandonados de las cantoras y alegres aves, disecado y muerto su verdor sin una planta que los engalane; mas no: quedan todavía restos del otoño que uniendo sus fuerzas van a defenderse de los crueles ataques del enemigo; todavía el almendro eleva al cielo su elevada copa y la astromelia asoma sus macetas purpurinas; pero el uno tendrá que luchar con los bruscos ataques del huracán, mientras que la otra sin fuerzas que oponer, se inclinará cediendo: el sauce columpia su aguda cima y se esmera por cobijar con su follaje protector a la melancólica balsamina, pronta a ser despojada de sus bellas flores a pesar de este abrigo, y a pesar del amor con que el convólvulo y la pasionaria entretejen sus ramas para resguardar a la huérfana flor formando un apretado dosel donde brillan mil matices a la vez, desde el rojo punzó hasta el blanco claro, desde el ébano hasta el color suave de la rosa. Nada hay más espléndido que esta escena de la naturaleza despidiéndose del buen tiempo: mil flores rompen a la vez la verde envoltura para ostentar sus ricas galas: aquí se asoma un cáliz blanco y jaspeado de rosado, allí se confunden la púrpura y el violado formando brillantes y variados caprichos: cual flor de un morado bajo se inclina sobre las aguas de una fuente, y otra de rojo escarlata domina las demás con su frente imperial sellada con un lunar de ébano; la una es indiferente a los halagos de la amable risa, mientras que otra parece extasiarse al abrir sus pétalos. ¡Cuánta poesía, qué profusión de vida! El convólvulo proyecta sobre las aguas sus campanas azulosas, mientras que la pasionaria dirige al cielo sus miradas puras. Allí existe la esperanza que acaricia a la indiferencia, allí la fe que acompaña a los sueños del corazón. La tormenta pasará, y un cielo sin nubes brillará sobre ese cuadro precioso: el aire puro mecerá sus flores, y el jazmín y la madreselva mezclando sus aromas perfumarán sus hojas, sus tallos y sus flores.
     ¿Qué puede haber más poético que esta época de transición de la vida al descanso, de la vegetación al silencio de las nieves?
     He aquí la razón por que la misteriosa naturaleza escogió para flor predilecta de estos días la adormidera disciplinada, símbolo de la poesía, tránsito de las púrpuras primaverales a la nevada blancura del invierno.

Albahaca. -- Odio. Se representa algunas veces a la pobreza bajo la figura de una mujer cubierta de andrajos, sentada junto a una planta de albahaca. Se decía comúnmente que el odio tenía ojos de albahaca, porque se dio este nombre a un animal fabuloso que, según los charlatanes, mataba con una sola mirada. Sin embargo, albahaca es un nombre derivado del griego, que quiere decir regio, y que indica la excelencia de la planta balsámica que lleva su nombre.

Alelí de las murallas. -- Fidelidad en la desgracia. Los ingleses llaman a esta amable flor, violeta de las murallas: efectivamente, ella acostumbra crecer en las grietas de los antiguos muros; se la ve sobre las torres arruinadas, sobre las cabañas y sobre los sepulcros, y casi siempre una planta de alelí crece solitaria en las tronerillas de los antiguos castillos. Sus tallos floridos se complacen en ocultar estos tristes presagios que atestiguan aun los males y los desórdenes del feudalismo.
     En otros días los trovadores llevaban una rama de alelí, como el emblema de un afecto que resiste el tiempo y sobrevive a la desgracia. Cuando el terrorismo pesaba sobre Francia, se vio un populacho desenfrenado precipitarse sobre la abadía de San Dionisio, con el fin de arrojar al viento las cenizas de los reyes de Francia: estos bárbaros después de haber roto los mármoles sagrados, horrorizados de sus sacrilegios, ocultaron los despojos detrás del coro de la iglesia en un patio oscuro, donde la revolución los olvidó. Un poeta visitando este triste lugar, le encontró la brillantez de una decoración inesperada: las flores de alelí cubrían aquellas paredes solitarias. Esta planta fiel a la desgracia despedía en el religioso recinto tan suaves perfumes, que parecía que un piadoso incienso se elevara hacia el cielo. Al notar esto, el poeta, sintiéndose inspirado, exclamó:

Alelí de las ruinas, ¿por qué dejas
El templo donde viven tus raíces,
Tú, cuyos bellos cándidos matices
Al regio escudo sirven de esplendor?
¿Por qué encorvó el terror bajo sus leyes,
De la azucena el talle soberano,
Cuando la boca del mortal profano
Reina de sus jardines le llamó?
¡Ah! ¡Triunfa sin rival... crezcan tus flores
Llenas de juventud, llenas de gracia,
Y perfumen tus mágicos colores
La tumba, el trono, el reino, la desgracia!
Treneuil.

Alelí morado. -- Modestia y hermosura. En las torres de la Alhambra, joven esbelta de vestiduras cándidas suele asomar a deshora una frente púdica y ruborosa. Hija del Marqués de Villena, que combatió por la religión y por la patria contra los moriscos de España, había aprisionado el corazón de un joven poeta a quien el mundo llamó después Fray Luis de León. En su lenguaje sencillo, a falta de ocasión para escribirle, él la señaló a orillas del Genil una flor, un alelí morado. Sólo una vez se vieron para no verse mas, y mostrándole ella un ramo formado con las flores que el poeta le regalara, "dime, le preguntó, ¿qué significan" las miró Luis y respondió al partir: "Modestia y hermosura."

Alhucema. -- Desconfianza. Los romanos creían que el áspid, especie de víbora muy peligrosa, permanecía habitualmente debajo de la alhucema, por cuyo motivo nadie se aproximaba a esta planta sino con desconfianza. Sin embargo, hacían un gran uso de ella en sus baños, de donde ha venido su nombre galo, derivado del verbo latino lavare, por lo cual los franceses la llaman lavande.

Amaranto. -- Inmortalidad. Los antiguos consagraron esta flor a los honores supremos, adornando con ella las frentes de los dioses. Algunas veces los poetas han hermanado su brillantez con el ciprés triste y negro, queriendo expresar de este modo que sus pesares estaban unidos a recuerdos inmortales. Homero refiere que los funerales de Aquiles, las hermosas jóvenes de Tesalia se presentaron con sus bellas cabezas coronadas de amarantos.

Símbolo soy del amor,
Tengo por nombre amaranto;
Y vengo a adorar en Lelia,
De sus ojos el encanto.
Tengo el nombre de inmortal;
Apartaos de aquí, rosas,
Que toca a mí solamente
Coronar dioses y diosas.
Ya te diviso amaranto,
para aliviar mis dolores,
Me ofreces de tus colores
El rojo y silvestre manto.
Nuestras lágrimas enjuga
la santa amistad así,
Cuando inclemente el destino
Nos ha abandonado aquí.
Tu presencia ha reanimado
Los acordes de mi lira,
Postrer ofrenda que Flora
Da al corazón que suspira.


Anémona. -- Abandono. Anémona fue una ninfa amada de Céfiro; Flora, celosa, la arrojó de su corte y la transformó en una flor que siempre abre antes de la primavera. Céfiro abandonó esta belleza desgraciada y la entregó a las caricias del cruel Aquilón, quien no logrando ser correspondido, la agita, la entreabre y la marchita. Una anémona con estas palabras, Brevis est usus (su reino es corto) explica perfectamente el rápido tránsito de la belleza.
     En algunos países de Europa se cree que la anémona de los prados es tan perniciosa, que envenena el aire en términos que los que lo respiran están expuestos a horribles enfermedades.

Angélica. -- Inspiración. Esta bella planta, que crece en las regiones más lejanas del Norte de la Europa, sirve de corona a los poetas lapones, quienes se creen inspirados por su suave y grato olor.

Astromelia. -- Pensamiento oculto.

Cual de una virgen el primer ensueño,
Cual de un ángel la célica ilusión,
Ella es pura... y el velo del misterio
Cubre su bello y virginal botón.


     Una zona de blanca y suave luz ciñe el horizonte lejano; rosadas tintes colorean el valle: el cielo de un azul transparente se cubre de violado claro, y las colinas apartan el púdico manto de niebla para vestirse de brillante luz: es la hora en que las flores despiertan de su largo sueño. Rodeada de perfumes y armonía, despliega la rosa sus capullos de carmín, y el turpial la dirige al pasar sus amorosos gorjeos: tiende el iris su corola hermosa, y en el flexible tallo se mece la blanca azucena en brazos de la brisa matutinal: las murmuradoras y vaporosas ondas del claro río bañan el pie de los sauces, siempre verdes, que en las orillas se balancean, proyectando sus sombras piramidales sobre el rizado espejo de las aguas, y abre entre el verde ramaje el convólvulo sus flores de púrpura y de azul, retratando su imagen en la tersa linfa del remanso vecino.
     En medio del esplendor de esta escena de vida, junto a un grupo de arbustos de esmeralda, alza la astromelia su delgado ramaje por encima del techo de una casa de campo, y ofrece el contraste de sus macetas purpurinas, suavemente movidas sobre el aéreo azul del ancho cielo. A veces el fuerte soplo de la brisa dobla las flexibles ramas e inclina los rojos penachos de flores; pero en breve tornan a erguirse orgullosos y como ofendidos de su momentánea humillación.
     Si nos acercamos a esta bella planta, notamos en sus grupos de flores, que unas se dirigen hacia el cielo, otras parece que dobladas no apartan su vista del suelo entapizado de verdura; las hay que se inclinan melancólicas al perder el colorido de sus pétalos, tal ve junto a otra que se levanta risueña a recibir el ambiente balsámico de la mañana. ¿Quién podrá adivinar los secretos pensamientos de la que muere, los misterios de amor de la que sobrevive, llena de encantos?
     El sol ostentó por fin su ardiente disco, y al mismo tiempo abrieron el balcón de la casa de campo. Asomose un ángel de la tierra y detúvose a contemplar aquel panorama de bellezas espléndidas, muy inferiores con todo a la suya propia; pero en el seno de aquel ángel se agitaba un corazón cuyos secretos nadie había penetrado. Pensativa, apoyada en la baranda, Helena tendió la vista sobre los risueños paisajes y los levantó hacia la pura luz del nuevo día. Nunca el valle la había visto mas bella: sobre su ardiente mejilla caían hermosos rizos de negro cabello, y sus miradas suaves, meditadoras, iban acompañadas de una sonrisa celestial: vestida de blanco reposaba en su seno un tributo reciente de la astromelia color de la aurora, un ramo de sonrosadas flores de oculta fragancia, oculta como los pensamientos de Helena, la cual, inmóvil allí, agitado de cuando en cuando su albo ropaje por la brisa,. semejaba «una de las vírgenes celestiales de Ossian, inclinada sobre arpas eólicas en los campos de Fingal.» Llena de confianza, se entregó sin reserva a una especie de abatimiento moral, como las flores se dan a las puras caricias del céfiro campestre, y con los párpados agobiados por una interesante melancolía, dirigió al valle su distraída mirada; contempló en el cristal de las aguas el bello cielo de España, respiró una y otra vez el aroma de las flores. Por último, el crepúsculo proyectó sobre su rostro angelical el postrer y mas puro de sus rayos, cual si la aurora hubiese querido dar un adiós de amor a su hermana en belleza. Helena correspondió con un profundo suspiro, se cerró el balcón y todo quedó silencioso y solitario.

Azafrán. -- No abuséis. Una pequeña infusión de azafrán nos alegra; mas los que abusan de este licor, llegan a volverse locos. Lo mismo sucede con su olor; si se abusa de él, mata.

Azahar de naranjo. -- Castidad. Antiguamente los recién casados adornaban sus sombreros con azahares de naranjo. A una joven deshonrada la privaban de este ornato el día de sus nupcias: esta costumbre existe todavía en los alrededores de París.

Azucena. -- Majestad. Inocencia. De en medio de un tejido de largas hojas que desarrollándose se voltean y enlazan las unas con las otras, como para formar un trono circular, vemos alzarse un tallo elegante y soberbio que termina en un racimo de largos botones de un verde suave y lustroso. El tiempo infla y blanquea insensiblemente los botones de este bello racimo, que después se inclinan desplegándose en seis pétalos brillantes. Su reunión forma esos vasos admirables, donde la naturaleza se ha complacido en encerrar estambres dorados que exhalan agradables perfumes. Estas bellas flores medio inclinadas alrededor de su alto tallo, parece que obtienen los homenajes de toda la naturaleza; pero la azucena, a pesar de todos sus encantos, tiene necesidad de un jardín para aparecer en toda su belleza. Sola, nos parece seria y abandonada; en tanto que rodeada de otras mil flores, las eclipsa: su gracia es majestuosa.
     La azucena primitiva es oriunda de Siria. En otros tiempos adornó los altares del Dios de Israel y coronó la frente de Salomón. Carlomagno quería que la azucena, unida a la rosa, fuese el único perfume de su jardín. Luis VII vio en la azucena el triple símbolo de su belleza, de su nombre y de su potencia, y la colocó sobre su escudo, su sello y su moneda. Felipe Augusto engalanó con esta flor preciosa su real estandarte. San Luis llevaba una sortija que representaba en esmalte y relieve una guirnalda de azucenas y de margaritas, y sobre el engaste del anillo estaba grabado un crucifijo con estas palabras: ¿Acaso hallaríamos amor fuera de este esmalte? Porque en efecto, aquel anillo ofrecía al piadoso monarca el emblema de todo lo que le era mas querido: la religión, la Francia y su esposa.

Símbolo del poder, noble azucena,
Se la prenda feliz de la abundancia,
Y en tu dulce, aromática fragancia,
Derrama el puro aliento de la paz.
Y tú, rosa altanera, que te crees
Rival de la azucena, el tallo inclina,
Que tu gloria usurpada ya declina
Y tu efímero reino ya no es más
. Constant Dubois.

Balsamina. Coneja. -- Amor desgraciado. Impaciencia. Ya la primavera tiende sus alas sobre la fresca verdura del valle; el cielo, teñido de azul puro, sobresale en medio de un follaje ostentoso de mil matices, y a las caricias seductoras de la brisa abren las flores sus pétalos perfumados; en las ramas de la acacia el jilguero ensaya sus amorosos gorjeos, y a las orillas del lago la tuberosa y la azucena se corresponden por medio de aromáticos mensajes. Todo es bello y risueño: sólo a lo lejos la balsamina se levanta melancólica desplegando su corola de rosa y nácar.
     Esta bella planta, oriunda de las costas de la India, es entre los turcos el emblema de un ardiente amor. Separada de su patria y del objeto de su ternura, en vano al nacer el día despliega sus capullos tricolores buscando la imagen que la cautiva; llora, suspira, nada encuentra; el céfiro ahoga sus quejidos, el sol marchita su belleza; muere al fin y encerrándose en medio de verdes y adoradas casillas, pasa en ellas las crueles horas de su existencia, hasta que al fin impaciente desgarra el velo que la cubre y arroja de su seno a sus hijos desgraciados como ella.
     ¡Pobre planta! ¿De qué te sirve que el aura leve halague con dulzura tus preciosas hojas y que el astro del día deje caer en tu seno su luz vivificante alumbrando las tempranas nupcias de tu corola, si al desplegarse tus pétalos se abaten y fenecen?
     Sí, hija huérfana del Asia, tu también eres el emblema del amor desgraciado y puro, de la belleza modesta y atractiva: el viento del infortunio ha soplado sobre ti expatriándote para siempre y dejando sólo de tus amores un triste recuerdo que te persigue.

Bella de noche. -- Timidez.

Amante solitaria de las noches,
¿Por qué esa timidez que te devora
Cuando mi musa, a la naciente aurora
Tus encantos se apresta a revelar?
Si al indiscreto por pudor ocultas
Tu purpurina flor, permite al menos
Que con tu vela nocturnal velemos
Y podamos tu hechizo adivinar.
Cuando despierta el alba nacarada
Las bellas hijas de la amable Flora,
Temes acaso el brillo de la aurora
Y por eso tal vez te ven dormir.
Tu te gozas tan sólo en el misterio
Y en el derramas tu nocturna esencia,
Por consolar al prado de la ausencia
De las flores que triste vio morir.
De la tímida modestia
Bajo el velo misterioso,
Quieres ocultar tu hechizo
A nuestros ávidos ojos;
Pero eres más linda entonces.
Y aunque encubras tu tesoro,
Nuestra curiosa mirada
Burla tu inocente dolor,
¡Ah! para que seas más bella
Descúbrela al sexo hermoso
El encantado secreto,
De tus pétalos tesoro
. Constant Dubois.

Botón de rosa blanca. -- Corazón que desconoce el amor. Antes que el soplo del amor hubiese animado al mundo, dicen los mitólogos, todas las rosas eran blancas, y todas las jóvenes insensibles.

Botón de rosa rosada. -- Juventud. Una tierna joven es una rosa todavía en botón, botón que colorea el sol de la mañana y al que mece la brisa dulcemente.

Presto a abrirse está el botón
De la rosa encantadora,
Y es tan querido de Flora,
Que de espinas lo cubrió.
Cuando una atrevida mano
arrancarle de allí quiere,
El con su aguijón la hiere
Y aleja al que tal osó.
Si un amante se le acerca,
El botón se abre al instante
Y brota para ese amante
Espinas que a otro ocultó
. Guillemain.

Caléndula. Flamenca. -- Penas.

Caléndula modesta, aunque en la corte
De la Ciprina enamorada diosa
El premio obtenga la encendida rosa,
Tu tienes mas encantos para mí.
Con sus mas dulces lágrimas la aurora
Te dio existencia, duelos y colores;
Sólo en el campo tienes tus amores;
Nada te inspira la ciudad a ti.
Del alma la fugaz melancolía
Se goza en tu triste seductora;
El viudo indiano que a su esposa llora,
Baña su vestidura en tu color.
Tu eres la amiga fiel de la desgracia,
Tu al corazón inspiras dulces sueños,
Y en tus pétalos tristes, halagüeños,
Recoges el suspiro del amor.

     La amable artista, madame Lebrun, representó en un cuadro a las penas bajo la forma de una joven pálida, malicenta, cuya cabeza inclinada parecía oprimida por el peso de una guirnalda de caléndulas. Todos conocen esta flor dorada, que es el emblema de las penas del alma: ella ofrece al observador muchas particularidades notables y curiosas: se la ve florecer durante todo el año, por lo cual los romanos la llamaron flor de las calendas, es decir, de todos los meses. Se puede modificar de mil maneras el triste significado de la caléndula. Unida a una rosa es el símbolo de las dulces penas de amor; acompañada de otras flores, indica la cadena de la vida, mezclada de bienes y males; en el Oriente un ramillete de caléndulas y adormideras explica este pensamiento: "yo calmaré vuestras penas."
En otros tiempos cuando Citerea quedó viuda de su amante, mezcló su llanto con la sangre de su querido Adonis, y se dice que la anémona color púrpura nació de la sangre, y del llanto nacieron las caléndulas.
     También se presume que el olor desagradable de esta flor proviene de que Proserpina se llevó a los infiernos un ramillete de ellas cuando Plutón la robó.
     Semejante esta flor al metal puro que su color hace recordar, no tiene mas que un brillo impostor, lo mismo que aquel. Infesta la mano que quiere cogerla, así como el oro corrompe el corazón.

Ciprés. -- Dolor. En todos los lugares en que estos árboles hieren nuestra vista, su aspecto lúgubre nos llena de ideas melancólicas. Sus largas pirámides elevadas hasta el cielo, gimen agitadas por los vientos. La claridad del sol no puede penetrar en su espesura, y cuando sus últimos rayos proyectan su sombra sobre la tierra, nos parece ver un negro fantasma. Los antiguos consagraron el ciprés a las Parcas, a las Furias y a Plutón: también lo colocaron cerca de las tumbas. Hoy en día los pueblos del Oriente conservan el mismo uso. Entre ellos los campos de la muerte no están desnudos ni desolados, sino cubiertos de sombra y de flores; son lugares festivos, paseos públicos que aproximan diariamente los amigos que viven a aquellos que les han precedido. Muchas veces en los alrededores de Constantinopla, se ve una familia de armenios reunirse junto a un monumento fúnebre. Los ancianos meditan reclinados, los jóvenes retozan llenos de alegría, y algunas veces los amantes vienen a jurarse un constante amor en presencia de los amigos que les quedan y de los que han perdido. Mas lejos se ve también al huérfano solitario, reclinado sobre el ciprés que cubre a sus deudos; a la vista de sus túmulos se cree todavía protegido por ellos. La casta viuda prosternada sobre la piedra que cubre a su esposo, suplica y aún busca en la misma imagen de la muerte la esperanza que la consuela; pero la triste madre que ha perdido sus hijos llora y no quiere ser consolada.

Y tú, ciprés melancólico,
Fiel amigo de los muertos,
Protector de sus cenizas.
Querido al corazón tierno:
Deja al mirto la alegría
Y la gloria al laurel bello.
Lo sé: tu no eres el árbol
Del amante ni el guerrero:
Pero tu duelo escondido
Se parece a nuestro duelo.


Clavel amarillo. -- Desdén. Así como las personas desdeñosas son por lo general exigentes y poco amables, así también de todos los claveles el amarillo es el menos bello, el menos oloroso y el que necesita mas cuidados.

Clavel encarnado. -- Amor vivo y puro.

Hechicero clavel, sólo tu aliento
Penetra en mi sentido con ternura;
Eres tu el que derrama en la llanura
Ese perfume dulce, arrobador.
El aromado espíritu que exhala
De su cáliz la rosa matutina
Jamás cual tú me embriaga y me fascina;
Es más dulce y suavísimo tu olor,
Porque el perfume que de ti se exhala
Es un incienso puro y religioso
Que alza la creación con alborozo
Hacia el trono esplendente del Señor
. Constant Dubois.

     El primitivo clavel fue sencillo, encarnado y oloroso. El cultivo ha multiplicado sus pétalos y variado sus colores hasta lo infinito. Estas bellas flores están coloridas con mil matices, desde el rosado tierno hasta el blanco perfecto, y desde el encarnado subido hasta el brillante color de fuego. Se encuentran algunas veces en una misma flor dos colores que se chocan, oponen y confunden. El blanco puro está matizado de carmesí, el rosado se adorna con un encarnado brillante y vivo. También se ven comúnmente claveles jaspeados, atigrados, y otras veces tan diversamente coloridos, que la vista seducida cree percibir en el mismo cáliz una flor de púrpura y otra de alabastro. Casi tan variado en formas como en colores, el clavel despliega sus bellos florones en penachos y otras veces afecta la forma y el color de las rosas; pero siempre conserva su delicioso perfume y tiende sin cesar a despojarse de extraños adornos par tomas sus sencillos atavíos. Porque la mano del jardinero que puede duplicar, triplicar, mezclar y variar sus adornos, no podrá nunca hacerlos constantes. Cien causas reunidas suelen producir efectos inconstantes y variables; pero a pesar de los caprichos, errores y juegos incomprensibles del corazón humano, la naturaleza lo trae siempre al amor, fin que le ha prescrito, y para el cual ha sido creado.

Espuela de Galán. -- Guerra. Ligereza. Existió antiguamente un Ayax hijo de Talamón, no menos célebre que el griego de su nombre en el sitio de Troya. Invulnerable, excepto en un lugar del pecho que él sólo conocía, era tan impío como éste. Habiéndose batido todo un día contra Héctor, y encantados uno de otro, terminaron el combate, haciéndose funestos presentes; el dardo que recibió Héctor sirvió para atarle al carro de Aquiles, cuando éste le arrastró alrededor de los muros de Troya. Muerto Aquiles, Ulises y Ayax disputaron sus armas: Ulises le derribó, y Ayax quedó tan furioso, que durante la noche se arrojó sobre todos los rebaños del campo e hizo una gran carnicería creyendo matar a Ulises: mas tornando en sí, volteó contra su pecho la espada que había recibido de Héctor, y se mató. Su sangre fue convertida en una flor, en la cual se ven estas dos letras ay, que forman el principio del nombre Ayax y el sonido natural con que se expresa el dolor cuando se siente una herida.
     Esta flor es también entre los europeos el emblema de la ligereza, por asemejarse su conjunto a las articulaciones y falanges del pie de un ave.

Flor de Mayo. -- Belleza virginal. La planta parásita que produce esta hermosa flor,, es indígena de Venezuela, y ostenta su espléndido adorno en las cumbres elevadas como las del Ávila, de donde fue traída para gala de nuestros jardines. La florescencia de esta planta comienza en Abril, pero en Mayo es cuando alcanza la plenitud del lujo de vegetación tropical: de aquí el nombre de la flor.
     A la manera que una bellísima virgen sale del apartado santuario donde creció y se formaron sus encantos, y al ser presentada en el bullicio de la sociedad sorprende y arrebata de admiración a los que contemplan su pudorosa beldad, así la Flor de Mayo se atrajo el aplauso general la primera vez que, descubierta en los silenciosos y perfumados bosques del Ávila, fue introducida en nuestros salones. En Europa, donde han llegado algunas plantas y florecido a pesar de su expatriación, se la considera como la reina de las parásitas y el emblema verdadero de la belleza americana, y son muy buscados los cuadros en que se representa esta modesta y magnífica flor. Su delicado colorido, sus formas elegantes y finísimas, su perfume particularmente suave y rico, y cierto género de nácar virginal que la cubre, le afianzan una superioridad sin rival y la hacen digna de simbolizar la inocente y fascinadora belleza de las jóvenes sudamericanas.
     El apreciable poeta venezolano, autor de las Tristezas del alma, al cantar esta bella flor, dijo:

Flor voluptuosa de la agreste selva,
Del verde Mayo lúbrica sonrisa,
En cuyo seno la sonora brisa
El ámbar de otras flores va a guardar.
Cuando tu cáliz vi tan hechicero
Y tu vivida tinta encantadora,
Me pareciste de la virgen Flora
La huella leve que dejó al pasar.
Bella cual la sonrisa de un arcángel,
Cual los sueños de América, inocente,
Mayo para diadema de su frente,
En un jardín del cielo te escogió.
Y tal vez de la noche en el silencio
El dios de la montaña te enamora
Y acaso junta a ti la roja aurora,
Dulcemente dormido le encontró...


Flor de Parcha. -- Fe religiosa. Se encuentran en la flor de parcha una corona de espinas, la disciplina, la columna, la esponja, los clavos y las cinco llagas de Cristo. Es por esto que se llama pasiflora, o pasionaria, y que también simboliza las creencias cristianas.

Fucsia bicolor. -- Amor confidente. De en medio de un gracioso tejido de verdes hojas se levanta una hermosa vara llena de flores solitarias y pendientes en forma de estrellas, engastadas sobre cálices matizados de rosa, de púrpura y de nácar, y en cuyos centros se alzan preciosos estambres coronados de anteras cubiertas de un dorado y fundente polvo.
     Hija de la virgen del mundo, América inocente, la fucsia viste los colores de la inocencia; fiel a su destino de amor como las beldades americanas, abre sus pétalos tiernos y apasionados, y apenas muestra su bellísimo seno, se inclina ruborosa y oculta sus tesoros. Ni las amables caricias del céfiro que mece sus flexibles ramas, ni los nacientes rayos del sol que han dado vida a sus primeras flores, pueden hacerle apartar su vista de ese suelo de verdura que ella contempla hasta morir; porque allí existe el objeto de su amor, el único y misterioso confidente de los secretos de su corazón.
     El destino te hizo frágil, bella americana, mas todavía no has perdido tu patria, respiras aún el aire balsámico de los trópicos, y te rodean las palmeras de esta hija de Colón, que te dio el ser: tienes patria y no te es lícito el abatimiento: sobre tu cabeza brilla un cielo risueño, jaspeado de mil colores: a tus pies se extiende una alfombra de esmeralda; el viento arrullador de la mañana al saludarte, mueve tus graciosas ramas y a lo lejos la aurora te sonríe al abrir tus flores. Vive, dulce imagen de la mujer, ¡vive! Acaso nuestro sol cubriéndose de luctuosas nubes ocultará sus rayos de oro cuando tu fenezcas.
     Pero he aquí que el invierno desata su mortífero soplo: en vano las brisas acariciarán esta flor hechicera, en vano el sol calentó y doró su bello cáliz. ¡Pobre planta! el destructor granizo la acometió, y ella débil se inclinó cediendo a la fuerza brutal: la lluvia desgajó sus ramas, desgarró sus hojas, y convirtió en revuelto lago la verde alfombra: todas las pompas, todas las ilusiones de la mísera flor cayeron, y cada mañana, antes de morir, abrirá su dolorido cáliz para derramar cual copiosas lágrimas las gotas del rocío con que las piadosas sílfides la habían humedecido durante la noche, queriendo tornarla a la vida.

Geranio de rosa. -- Bondad y belleza. Se cuentan mas de cien especies de geranios; los hay tristes y brillantes, perfumados y sin olor. El geranio de rosa se distingue por la suavidad de sus hojas, de su olor y la belleza de sus flores purpurinas.

Geranio escarlata. -- Tontería. La baronesa de Staël se incomodaba cada vez que se trataba de introducir en la sociedad a un hombre sin talento. Un día, sin embargo, uno de sus amigos se atrevió a presentarle a un joven, oficial suizo, de la más interesante figura. Esta señora, seducida por las apariencias, se animó y dijo mil cosas lisonjeras al recién venido, el que desde luego le pareció mudo de sorpresa y admiración. Viendo que la escuchaba sin mover sus labios, comenzó a desconfiar de su silencio, y le dirigió de repente preguntas tan directas que él tenía que contestarlas. Pero, ¡ay! el desgraciado no respondió sino tonterías. Madame Staël, mortificada de haber perdido su trabajo y su talento, se vuelve hacia su amigo y le dice: ?"En verdad, señor, que os parecéis a mi jardinero, que ha creído complacerme trayéndome una maceta de geranios; pero os aseguro que he rechazado esta flor, previniéndole que jamás me la vuelva a presentar." ?"¿Y por qué, pues?" preguntó el joven muy sorprendido. ?"Señor, ¿queréis saberlo? es que el geranio es una flor muy vestida de encarnado; mientras la vemos, nos agrada, pero cuando la oprimimos ligeramente, exhala un olor desagradable." Diciendo estas palabras Madame Staél se levantó y salió, dejando, como es de suponer, las mejillas del tonto joven tan encarnadas como su vestido y como la flor con la cual acababa de ser comparado.

Geranio triste. -- Espíritu melancólico. Este precioso geranio, semejante a los espíritus melancólicos, huye de la luz del día; encanta a los que la cultivan, con deliciosos perfumes; su compostura es sombría y modesta; en todo hace contraste con el geranio escarlata, emblema de la tontería.

Girasol doble. -- Falsas riquezas. El girasol es originario del Perú, donde, en otro tiempo, era venerado como el astro del día. Las vírgenes del Sol, en sus fiestas religiosas, se ornaban las sienes con una corona de oro que representaba esta hermosa flor, y se veía relucir también en su pecho y manos. Se asombraron los españoles de este lujo, y mucho más cuando vieron campos enteros cubiertos de trigo y girasoles imitados, con tanto arte, que lo que pareció admirable a estos ávidos conquistadores fue el oro con que estaban hechos. Sin embargo, este fausto americano que tanto asombra a la Europa está todavía en uso en todo el Oriente: el trono del Gran Mogol está rodeado de una palmera de oro con frutos de diamantes, y el techo de la sala donde este monarca recibe sus embajadores está revestido de una viña de oro esmaltado, y las uvas están formadas de amatistas, zafiros y rubíes para marcar los diversos grados de madurez. Todos los años se pesa el feliz poseedor de tantas riquezas: el peso es de pequeños frutos de oro que se lanzan después de la ceremonia en medio de los cortesanos, los que disfrutan de su posesión. Estos cortesanos son los mas grandes señores de las Indias; así las falsas riquezas que el pensamiento halaga, y encanta al vulgo, envilecen tanto al que las posee como al que las envidia. ¡Bellos jardines de Alcinaús, vosotros no encerráis ni viñas, ni cosechas de oto y diamantes, y sin embargo todos los tesoros del Gran Mogol no habrían podido pagar uno solo de vuestros árboles, que el divino Homero cubría de flores y frutos en todas estaciones!
     Se cuenta que Pythes, rico lidiano, poseedor de muchas minas de oro, abandonó el cultivo de sus tierras y sólo empleaba sus numerosos esclavos en el trabajo de sus minas. Su esposa, sabia y bondadosa, hizo que una noche se le sirviese una cena con todos los manjares de oro. "Os presento, le dijo, lo único que tenemos en abundancia; no podemos recoger sino lo que sembramos. Decidme, ¿es un bien tan grande el oro?" Esta lección hizo impresión en el espíritu de Pythes, quien reconoció que la Providencia no abandona las verdaderas riquezas a la avaricia de los hombres, sino que, cual una tierna madre, se reserva el cuidado de distribuirlas cada año a sus hijos como recompensa de sus trabajos.
     El padre Juan Bussieres tuvo la singular idea de dividir la historia universal en un jardín, comparando todos los acontecimientos de la tierra a las flores que encierra su seno. Al tiempo, precursor de los patriarcas, lo hallaba en relación con el iris, flor que anunciaba los acontecimientos; el tulipán le veía semejante a la túnica de José; el narciso a Cyrus; y el girasol a los tiempos del gran Constantino; porque toda la pompa de esta flor concluye en una madera inútil; semejante al poder del Imperio, que llegó a una grande altura e instantáneamente cayó con igual exactitud. Esto muestra que los emblemas de las flores pueden representar las pasiones que destruyen los imperios, como las mas dulces emociones que agitan a los amantes.

Heliotropo. -- Yo os amo.

Tu flor es una copa de veneno,
Sentidos ella a la prudencia dio,
De las vírgenes ella agita el seno
Y a la razón deseos concedió
. Bernis.

     Herborizando cierto día el célebre botánico Jussieu en las cordilleras de los Andes, se sintió de pronto embriagado por los mas deliciosos perfumes: creyendo descubrir algunas flores brillantes, volvió la cara, pero sólo vio bonitos bejucos de un verde claro, de cuyos centros salían con gracia espigas de un azul desvanecido: se aproximó a los bejucos y reparó que las flores de que estaban revestidos, se inclinaban hacia el sol, al que parecían contemplar con amor. Impresionado con esta maravilla, dio a esta planta el nombre de heliotropo, nombre compuesto de dos palabras griegas que significan sol y girar, esto es, porque gira con el sol. El sabio botánico, regocijado con su nuevo descubrimiento, se apresuró a recoger las semillas de esta planta y enviarlas a París, desde donde se ha diseminado por toda la Europa. Las mujeres acogieron esta flor con entusiasmo: la colocaron en vasos preciosos, bajo la denominación de hierba del amor, y recibían con poco aprecio un ramillete en donde no entrase el heliotropo; desde entonces es entre todas las naciones el emblema del amor.
     Preguntando un día a una señora muy amable que adoraba apasionadamente el heliotropo, qué encanto tenía a sus ojos esta flor triste y sin brillo: "Consiste, respondió, en que el perfume del heliotropo es para mi jardín lo que el alma para la belleza, la voluptuosidad para el amor y el amor para la juventud."

Hojas Secas. -- Melancolía. El invierno se avanza, los árboles pierden su verdor, después de haberse despojado de sus frutos, , y el sol, al ponerse, esparce sobre sus follajes colores sombríos y melancólicos; el álamo se cubre de un oro pálido y descolorido, mientras que la acacia dobla sus débiles hojas, que los rayos del sol no volverán a despertar; el abedul deja flotar su larga cabellera privada de adornos, y el abeto, que conserva su verde pirámide, la balancea orgullosamente en los aires.
     Observad mas allá del inmóvil roble como resiste a los combates del viento, que no puede doblegar su cabeza altiva; pero aunque rey de los bosques, cederá a la primavera sus hojas amortiguadas por el invierno. ¿No diríamos, al verlos, que estos árboles se encuentran conmovidos por diferentes pasiones? Uno se inclina profundamente como para rendir homenaje a aquel que la tempestad no ha derribado; vemos a otro querer abrazar el compañero de su debilidad, y en tanto que confunden y mezclan sus ramas, un tercero se agita en todos sentidos como si estuviera rodeado de enemigos: el respeto, la amistad, el odio y la cólera pasan alternativamente de unos a otros. Así combatidos por todos los vientos y agitados por todas las pasiones, exhalan profundos gemidos; diríamos que son los rumores de un pueblo alarmado, donde no hay voz dominante, sino sonidos sordos, profundos, monótonos, que lanzan el alma a vagas meditaciones: otras veces vemos caer sobre la tierra privada de verdura nubes de hojas secas, que cubren el suelo de un móvil vestido. Se contempla con placer la tempestad que las aleja, las agita y que atormenta estos tristes despojos de una primavera que murió.

De los amenos prados
La hierba se marchita,
Y apenas en el valle
Se ve una florecilla
Con cáliz desmayado,
Y lánguida y sin vida.
De triste y densa niebla
Se cubren las campiñas,
Y en el deshecho bosque
Furioso el viento silba.
¡Ay triste! a la arboleda,
Que ya como solía
No da su grata sombra,
Ni pájaros abriga,
Iré en la opaca tarde,
Veré la triste ruina
Del árbol, y en el césped
Las hojas ya caídas.
Allí habitando solo
Con la melancolía,
Invocaré las sombras
Errantes y queridas
De mis amigos tiernos
Que en otro mundo habitan;
Y luego contemplando
En mi futura vida,
En éxtasis tranquilo
Se pasarán mis días
. Aimé-Martin.

Iris. -- Noticias placenteras. Se conocen más de treinta especies de iris, tanto de cebollas como de raíces; sus colores brillantes y variados, como los del arco iris, han merecido dar a estas bellas flores el nombre de mensajeras de los dioses. Se sabe que la bella Iris era solo mensajera de buenas noticias.
     El iris crecía con abundancia en las montañas de la Macedonia. Entre los antiguos era el iris el emblema de la elocuencia, ellos tenían cuidado de que no fuese cogido sino por personas castas y observaban en estas ocasiones multitud de ceremonias supersticiosas.

Jacinto. -- Juegos peligrosos. Jacinto era hijo de Piero y de Clio. Jugando Apolo con él al disco, cerca de las orillas del río Anfriso, tuvo la desgracia de que Céfiro, su rival, dirigiese el tejo hacia la cabeza del bello Jacinto y lo matase. No pudiendo volverlo a la vida, el dios Apolo lo transformó en la flor que lleva su nombre.

Jazmín blanco. -- Amabilidad. Hay personas dotadas de un carácter tan feliz, que parecen nacidas para ser el vínculo de la sociedad; tienen en sus modales tanta facilidad y gracia, que soportan las diferentes pasiones, se acomodan a todos los gustos y dan valor a todos los entendimientos; llenas de galantería, siempre se interesan en lo que les dicen; se mortifican por servir, y se callan para oír; jamás lisonjean, nada afectan y nunca ofenden: su mérito es un don del cielo, como el de una linda cara; agradan, en una palabra, porque la naturaleza les ha hecho amables.
El jazmín parece haber sido creado expresamente para ser el feliz emblema de la amabilidad. En mil quinientos sesenta fue llevado de las Indias a Madrid por los navegantes españoles: entonces se admiró la docilidad de sus ramas, el lustre de sus flores circulares; creyeron que para conservar una planta tan linda y elegante, era preciso colocarla en invernáculos calientes; pareció adaptarse; ensayaron poniéndolos en naranjales, donde creció maravillosamente, y últimamente la colocaron en libre terreno, donde, sin exigir ningún cuidado, combate los más rigurosos inviernos. Por todas partes vemos al amable jazmín dirigir a nuestra voluntad sus dóciles y fáciles ramas, extenderlas en empalizadas, pabellones, bosquecillos y muchas veces en verdes alfombras a lo largo de nuestros terrados y paredes. Otras veces, obedeciendo a las tijeras del jardinero y sus caprichos, sobre un débil tallo levanta una copa redonda semejante a la de un joven naranjo; bajo todas formas nos prodiga cosechas de flores que embalsaman, templan y purifican el aire de los bosques. Flores delicadas y encantadoras, vosotras ofrecéis a la voluble mariposa dignas copas, a nuestras diligentes abejas una miel exquisita, abundante y perfumada. El amoroso pastor os une con las rosas para adornar el seno de su pastora, y muchas veces, formados en guirnalda, coronáis la frente de las princesas. Antes de llegar a España, el jazmín residía en Italia: el primer poseedor fue un duque toscano, quien atormentado por un celoso egoísmo, quiso gozar solo de un bien tan encantador, y prohibió a su jardinero diese una sola rama, ni una flor. El jardinero habría sido fiel si hubiera desconocido el amor; pero el día del santo de su amada le presentó un ramillete, y para hacerlo aún más precioso, lo adornó con una rama de jazmín. La joven, para conservar esta extranjera flor en su lozanía, la puso en tierra húmeda, la rama permaneció verde todo el año, y a la siguiente primavera creció, cubriéndose de flores. La joven había recibido lecciones de su amante, cultivó su jazmín, multiplicándose bajo sus hábiles manos. Era pobre y su amante también, una madre previsiva rehusaba unir miseria; pero el amor hizo un milagro, la joven supo sacar partido también de sus jazmines vendiéndolos, y pudo reunir una fortuna con que enriqueció a su amante. Las jóvenes toscanas, en recuerdo de esto, se adornan el día de nupcias con un ramillete de jazmines, y tienen un proverbio: "La joven digna de adornarse con este ramillete, puede hacer la fortuna de su marido."

Laurel. -- Gloria. Los griegos y los romanos consagraron coronas de laurel a todos los géneros de la gloria. Ellos adornaban la frente de los guerreros y de los poetas, de los oradores y de los filósofos, de las vestales y de los emperadores. Este bello arbusto crece con abundancia en la isla de Delfos, a las orillas del río Peneo. Aquí sus ramajes aromáticos y siempre verdes se elevan a la altura de los mayores árboles y se cree que por una virtud secreta, alejan el rayo de las riberas que embellecen.
     La bella Dafne, hija del río Peneo, fue amada de Apolo; pero prefiriendo la virtud al amor del más elocuente de los dioses, y temiendo ser seducida a su encuentro, huyó; Apolo la persiguió, y como ya fuese a alcanzarla, la ninfa invocó a su padre, quien la transformó en laurel. Apolo quiso desde entonces que este árbol le fuese consagrado, e hizo de el una corona que llevó siempre y con la cual le pintan los poetas.

Tú serás el adorno, el alto premio
Que el vencedor la frente ceñirá;
De los egregios Césares el trono
Tu inmarcesible rama cubrirá.
Inmarcesible sí, porque los dioses
Te dieron el destino de inmortal,
Y aromaron tu cáliz con su aliento;
Ese aliento es la gloria terrenal.


Lila. -- Primera emoción de amor. Se ha consagrado la lila a las primeras emociones de amor, porque en nada hallamos tanta delicia como en las primeras emociones que el aspecto de esta planta nos causa a la vuelta de la primavera. En efecto, la frescura de su verdor, la flexibilidad de sus ramas, su belleza tan pasajera, su color tan tierno, tan variado: todo nos recuerda en ellas esas emociones celestes que embellecen la hermosura y presentan a la adolescencia con una gracia divina.
     Jamás el Albano ha podido combinar en su paleta que le confió el amor, colores tan dulces, tan suaves, capaces de copiar el aterciopelado, la delicadeza y suavidad de los tintes ligeros que coloran la frente de la primera juventud; y Van Spaendonk mismo deja caer su pincel a la vista de un ramillete de lilas: parece que la naturaleza se ha complacido en hacer de cada uno de estos ramilletes una especie de bosquecillo, del cual todas sus partes despiertan la admiración, tanto por su delicadeza como por su variedad. La degradación del color desde el botón purpurino hasta la flor que se descolora, es el atractivo menor de estos grupos encantadores, a cuyo rededor parece la luz se sonríe y descompone en mil matices, que viniendo todos a mezclarse en el mismo tinte, forman esa feliz armonía que desespera al pintor y confunde al observador. ¡Qué inmenso trabajo no ha emprendido la naturaleza para producir este débil arbusto que no parece formado sino para el placer de los sentidos! ¡Qué reunión de perfumes, de frescura, de gracias, de delicadeza, de detalles y conjunto! ¡Ah, sin duda, desde el origen de las cosas, la Providencia le destinó a ser el lazo que uniese un día la Europa con el Asia! La lila que el viajero Busbek llevó de la Persia a Europa, crece ahora en las montañas de la Suiza y en las florestas de Alemania.
     El ruiseñor, a la vuelta de sus peregrinaciones, al ver los tirsos de la lila abandonados y en maridaje con las ramas espinosas que el tanto quiere, cree tener dos primaveras que celebrar.

Él cuenta a nuestros campos y laderas
La historia de sus tiernas aventuras,
Haciéndoles magníficas pinturas
De los campos y villas extranjeras;
Y sus vueltas futuras
Canta a las avecillas pasajeras.
Él pinta a sus cuadrillas vagabundas
Recorriendo los ámbitos del cielo.
Por si descubren en su raudo vuelo
Otras playas o vegas más fecundas;
Y pinta aguas profundas
Arrastrando su curso por el suelo.
Canta del mundo los floridos prados;
Y de su vuelta el cántico dichoso,
Entonado con eco melodioso,
Resuena entre los árboles callados,
Y acentos amorosos
Que salen del ramaje
Se mezclan a los cuentos de su viaje
Aime-Martin.

Madreselva de Jardines. -- Lazos de amor. La debilidad complace a la fuerza que con frecuencia se vale de las gracias de aquella. A veces sus tallos son flexibles y delicados al tronco nudoso de un vetusto roble: se habría dicho que este débil arbusto pretendía, lanzándose en los aires, sobrepujar en altura al aire de las florestas; pero bien pronto, como si sus esfuerzos hubiesen sido inútiles, se le veía volver a caer graciosamente y ceñir la frente de su amigo con festones y guirnaldas perfumadas. De igual manera y en ciertas ocasiones, se complace el amor en unir una tímida pastora a un arrogante guerrero. ¡Desgraciada Desdémona! la admiración que te inspiran el valor y la fuerza como también el sentimiento de tu debilidad, son los que unen tu corazón el terrible Otelo; mas, los celos vienen a herirte en el seno mismo del que debiera protegerte. ¡Voluptuosa Cleopatra! tú subyugas al orgulloso Antonio, y la suerte no perdonó ni los encantos ni la grandeza de tu apoyo: derribados ambos de un sólo golpe, se te vio caer y morir. Y tú, humilde y dulce La Valliére, sólo el amor del rey mas poderoso pudo arrastrar tu débil corazón y apartarlo de la virtud. ¡Pobre enredadera! el viento de la inconstancia muy pronto te privó de tu caro amparo; mas sin embargo, jamás llegaste a arrastrarte en el suelo: tu noble corazón, elevando sus afecciones hacia el cielo, fue a rendir su tierno homenaje al único ser digno de un amor inmortal.

Margarita grande amarilla. -- ¿Me amas? Apenas se quedan viudas nuestras praderas de las violetas de la primavera, cuando otra flor no menos modesta, ni menos amada, viene a realzar su verdura uniforme, con su receptáculo dorado, coronado de láminas de plata. ?¿Qué puede seducir en ella? ?Su vestidura es sencilla, carece de dolor... es verdad; pero es el oráculo de los amantes. Mirad por esa senda umbría una graciosa y esbelta joven, vestida de blanco como la margarita, paseándose apoyada blandamente en el brazo de un hombre, con la frente pálida y rizada antes de tiempo; la curiosidad de ambos les hace inclinarse a interrogar a los semiflorones de la margarita; ambos tiemblan mientras que en un bosque vecino se ríe satánicamente la sombra de Mefistófeles. Esa joven es la misma Margarita de Fausto, ese hombre es el doctor sabio que una nueva pasión viene a arrancar de sus empolvados libros, de los numerosos aparatos de su gabinete de alquimista; en esos momentos toda su alma está pendiente de la esperanza de una respuesta favorable, o de una negativa aventurada, arrebatada al cáliz de una flor.
     ¡Cuántas personas desde Fausto acá, hallándose en igual estado de perplejidad, han consultado al propio oráculo!

Margarita pequeña amarilla. -- Lo pensaré. En tiempos de caballería, cuando una dama no quería ni aceptar, ni desechar las súplicas de sus amantes, adornaba su frente con una corona de margaritas sencillas. Con esto quería decir: lo pensaré.

Margarita pequeña blanca. -- Inocencia. Reclinada sobre la tumba de Fingal, lloraba Malvina al valiente Oscar, y a uno de sus hijos, muerto antes de ver la luz del día.
     Las vírgenes de Morven, para calmar su dolor, pasaban muchas veces alrededor de ella, celebrando con sus cantos la muerte del valiente Oscar y la de su hijo.
     "El valiente ha muerto, decían ellas, ha muerto, y el ruido de sus armas ha resonado en la llanura: la enfermedad que apaga el valor, la vejez que deshonra a los héroes, no supieron esperar; ha muerto, y el ruido de sus armas ha resonado en la llanura."
     "Recibido en los palacios celestes donde habitan sus antepasados, bebe con ellos en la copa de la inmortalidad. ¡Oh, hija de Oscar! enjuga las lágrimas del dolor; el valiente ha muerto, y el ruido de sus armas ha resonado en la llanura."
     En seguida le decían con una voz dulce: "el joven que no ha visto la luz, no ha conocido las amarguras de la vida; su tierna alma conducida sobre alas brillantes, llega con la veloz aurora a los palacios del día. Las almas de los jóvenes que como él han roto sin dolor las cadenas de la vida, se presentan reclinadas sobre densas y doradas nubes, y al instante se abren las misteriosas puertas del taller de las flores. Esa muchedumbre inocente, desconociendo el mal, se ocupa allí sin cesar en reunir en gérmenes imperceptibles las flores que cada primavera debe hacer abrir: cada mañana esta joven viene a propagar estas semillas sobre la tierra, millones de manos delicadas vuelven a encerrar la rosa en su botón, los granos del trigo en su envoltura, y algunas veces una selva entera en una simiente invisible.
     "La hemos visto, Malvina; hemos visto al hijo ausente que tú lloras, mecerse sobre una ligera niebla; se ha acercado a nosotras, y ha derramado sobre nuestros campos una cosecha de nuevas flores. Mira, Malvina, entre estas flores se distingue una, cuyo disco de oro está rodeado de plateadas hojas, suaves matices de púrpura embellecen sus rayos delicados; al verla en la hierba balancearse al soplo de la brisa pasajera se diría que un joven tierno juega en la verde alfombra. ¡Enjuga tus lágrimas, Malvina! el valiente ha muerto cubierto con suis armas y la flor de tu seno ha dado una nueva flor a las colinas del Cromla."
     La dulzura de estos cantos apaciguó el dolor de Malvina; ella tomó entonces su arpa de oro y repitió el himno del recién nacido.
     Desde entonces las vírgenes de Morven han consagrado la margarita de miniatura a la primera juventud, que según dicen ellas, es la flor del recién nacido.

Margarita pequeña morada. -- Participo de vuestros sentimientos. Parece que, ha mucho tiempo, el cultivo ha duplicado los pétalos de la linda margarita. Cuando la querida de un antiguo caballero le permitía hacer grabar esta flor sobre sus armas, era esto una declaración pública de que ella participaba de sus sentimientos.

Miosotis. -- Acuérdate de mí. No me olvides. A las orillas de un riachuelo en los alrededores del Luxemburgo, crece el bello miosotis con bastante abundancia. Las aldeanas llaman a este riachuelo el baño de las hadas, o cascada del roble encantado; estos dos nombres se originan sin duda de la belleza de su manantial que se escapa murmurando desde el pie del corpulento roble tan antiguo como el mundo. Las aguas del riachuelo serpentean desde allí de cascada en cascada bajo una espaciosa bóveda de verdura, que abandonan para correr lentamente en una hermosa pradera, donde aparecen a la vista como una ancha zona de plata. La orilla situada mas al mediodía, está cubierta de un espeso bordado de miosotis, cuyas flores de azul celeste se inclinan hacia el cristal de las puras aguas. Muchas veces las jóvenes descienden de las murallas de la ciudad, y vienen en los días festivos a danzar junto a las orillas del poético riachuelo; al verlas coronadas de las flores que el riega, se las tomaría por otras tantas ninfas que celebran juegos en honor de la Náyade del roble encantado. El autor de las "Cartas a Sofía" dice con razón, que el miosotis habría suministrado a los antiguos materia para una afectuosa metamorfosis, aunque tal vez menos interesante que la misma verdad. "Estando en Alemania oí contar, añade él, que en tiempos antiguos, dos jóvenes amantes apalabrados ya para unirse, se paseaban a orillas del Danubio, cuando repentinamente vieron una flor de color azul celeste arrastrada por la corriente de las aguas. Se prendó la doncella de su bello color, y se lamentó, compadecida del triste paradero que iba a tener: al oírlo el amante, se lanzó en el río y cogió la flor: pero no pudiendo resistir a la rápida violencia de la corriente, pereció en las aguas. Se dice que antes de su muerte, haciendo el último esfuerzo, arrojó la flor a la orilla, y que al tiempo de desaparecer para siempre exclamó: Acuérdate de mí. No me olvides."
     Desde entonces parece que nacen estas flores para expresar el amor, repitiendo estas breves palabras: "No me olvides", y de esta suerte nuestros recuerdos animan y hermosean el universo.

Mirto. -- Amor. Siempre se ha consagrado a Júpiter el roble, a Apolo el laurel, el olivo a Marte, y a Venus el mirto. Una verdura perpetua, ramas flexibles, perfumadas, cargadas de flores y que parecen destinadas a adornar la frente del amor, han valido al mirto el honor de ser el árbol de Venus. En Roma, el templo principal de esta diosa fue rodeado de un bosque de mirto: en Grecia la adoraban bajo el nombre de Mirtia; cuando ella apareció en medio de las ondas, las Horas se le presentaron, llevándole una banda de mil colores y una guirnalda de mirto: después de haber vencido a Palas y a Juno, los amores la coronaron también con mirto: sorprendida un día al salir del baño, por una cuadrilla de sátiros, se escapó a la vista de éstos, tras un matorral de mirto; y con las ramas de este árbol fue que se vengó de la audaz Psichis, que había osado comparar su belleza mundana con una belleza inmortal: desde entonces la guirnalda de los amores ha adornado la frente del guerrero. Después del rapto de las Sabinas, los romanos se coronaron de mirto en honor de Venus guerrera, de Venus victoriosa: esta corona dividió en seguida los privilegios del laurel y brilló sobre sienes vencedoras: el abuelo del segundo Africano venció a los corsos y no volvió a presentarse en los juegos públicos sin una corona de mirto.
     Hoy que ya no se triunfa en el Capitolio, las damas romanas han conservado un gusto muy decidido por este lindo arbusto; prefieren su olor al de las más exquisitas esencias, y vierten en sus baños una agua extraída de sus hojas, persuadidas de que el árbol de Venus favorece a la belleza. Si los antiguos tuvieron esta idea, si el árbol de Venus era también para ellos el árbol de los amores, fue porque habían observado que el mirto, al apoderarse de un terreno, separa de si todas las demás plantas: a la manera del amor, que dueño de un corazón, no abandona su lugar por ningún otro sentimiento.

Narciso. -- Egoísmo. El narciso de los poetas difunde un olor dulce; y en el centro de una ancha flor; blanca como el marfil y ligeramente inclinada, tiene una corona de oro: parece que esta flor es indígena de nuestros climas y que gusta de la sombra y frescura de las aguas.
     Los antiguos veían en esta flor la metamorfosis de un joven pastor cuya indiferencia castigó el amor con un engaño fatal: mil ninfas amaron al bello Narciso y conocieron el suplicio de amar sin ser correspondidas; y hasta Eco, la triste Eco no obtuvo de este ingrato sino el desprecio. Ella entonces era linda; pero el dolor y la vergüenza extinguieron su belleza y cubrieron todo su cuerpo con una horrible flaqueza: los dioses a quienes esta desgraciada movió a compasión, convirtieron los huesos del cuerpo de esta infeliz criatura en piedras; mas no les fue dado curar su alma, que gime aun en las soledades, por donde tantas veces siguió los pasos del cruel que jamás pudo amarla.
     Un día el bello Narciso, fatigado con el ejercicio de la caza y el calor, que seca la tierra, se tendió sobre un espeso césped a orillas de una fuente cuyas límpidas aguas jamás habían sido enturbiadas: atraído el pastor por su frescura, quiere refrigerarse, se inclina hacia el puro cristal de aquella pérfida onda, se ve, se admira, y queda tan encantado de su imagen, que con los ojos fijos en esta sombra, pierde todo movimiento y parece una estatua enclavada en la ribera. Amor que se venga de un corazón rebelde, embelleció esta imagen con todos l9os encantos que ella inspira, ríose después de tan fatuo engaño y abandonó su víctima al delirio que debiera consumirla: Eco sola fue testigo de su pena, de sus lágrimas y suspiros, y de los votos insensatos que se dirigía a sí mismo. Sensible aun, la ninfa respondió a sus lamentos y repitió su último adiós, que, por cierto, no fue para ella: el desgraciado, hasta en el momento de exhalar su último suspiro, buscaba todavía en el fondo de las aguas el engaño que le había encantado; y solicitó otra vez aquella falaz imagen en las tenebrosas aguas de la Estigia, de cuyas orillas no se logró arrancarle.

Allí, bajo las verdes enramadas
Una fuente reposa cristalina,
Sobre arenas doradas,
Que Febo con sus rayos no ilumina.
En sus bordes, Narciso, recostado,
Gozando la frescura,
En las aguas se mira retratado;
Y viendo con asombro su hermosura,
Se queda pensativo
Sus gracias contemplando y atractivo.
La insoportable sed que le devora
Es nada comparada con el fuego
Que turba su sosiego;
De su misma figura se enamora,
Y así dice con voces animadas,
Sin quitar del espejo sus miradas.
"Objeto placentero,
Hermosura gentil, zagala o diosa,
Cualquiera que tu seas, yo te quiero,
No te muestres conmigo desdeñosa!
A ti solo promete el pecho mío
De constancia y amor el juramento...
Mas, ¡Oh dicha! ¿tú ríes cuando río,
Y suspiras también si me lamento?
Ese lloro demuestra tu ternura,
¿Me amarás por ventura?..."
Sus lágrimas, entonces, agitando
El agua sosegada,
Borraron la figura retratada
Que se marcha temblando.
"¡Oh dioses! ¿qué trastorno ha sucedido?
¿Por qué suerte fatal o caprichosa,
Exclama enternecido,
De mi lado te ausentas, bella diosa?
¡Ingrata! ¿no te dueles de mi suerte?...
Mas ¡oh gozo! ¿qué veo?
¿Es acaso ilusión de mi deseo?
¿Otra vez, ninfa bella, logro verte,
Y tus ojos me miran con agrado?...
¿Qué me dices?... no entiendo... ¿soy amado?...
¡Si escucharte pudiera...
Tu voz deberá ser tan placentera!
¡Es tan grato y gustoso comprenderse
Después de conocerse!...
Mas estando a tu boca tan cercano,
¿Cómo se halla mi labio tan lejano?
Ven, llega sin demora
A calmar el volcán que me devora:
A tu lado sería venturoso...
¿Ya me tiendes los brazos?... soy dichoso...
¿Huyes segunda vez? ¡fiero tormento!
Tu mano, que sin duda me buscaba,
Temblando se retira en el momento
Que la mía gozoso te alargaba,
Ah ¡no, tú no me quieres, ninfa ingrata!;
Tu sonrisa, tu llanto, tu ternura,
Todo, todo lo finge tu impostura...
Tu tibieza me mata,
Y a impulsos de la pena que padezco
Ya me siento morir... yo desfallezco.
¿Lloras al ver mi suerte lastimera?
¿Me amas?... ¡Y permites que me muera!"
Así dijo Narciso, y entre tanto
La Parca marchitó su lozanía:
Sus párpados se cierran, y su llanto,
Agotado del todo, no corría.
Cual rosa delicada
Que por falta de riego no florece,
El mancebo perece,
Víctima del rigor de su adorada.
Eco, sin separarse ni un instante
Del lado de su amante,
Sus lamentos repite condolida:
"Adiós, dice Narciso," y en seguida
"Adiós," ella decía;
"Mi pecho candoroso, ¡cuál te amaba!"
"¡Cuál te amaba!" la ninfa repetía,
Suspirando también si suspiraba.
"Tu rigor y desvío me dan muerte,
Y con todo no puedo aborrecerte."
"No puedo aborrecerte", Eco repite,
Sintiendo que Narciso se marchite
. Demoustiers.

     Aquella misma tarde, al bajar las Oreades de las montañas, encontraron el cuerpo inanimado de Narciso.

A lo largo tendido se veía,
Sostenida en las plantas su cabeza,
Y sus ojos, cubiertos de tristeza,
Que buscaban su imagen parecía
. Demoustiers.

     Las Náyades, sus hermanas, lloraron su pérdida, cubrieron el cuerpo con sus largas cabelleras y suplicaron a las Driades levantasen una pira para sus funerales. Eco sigue a estas ninfas repitiendo sus lamentos con doliente voz: la pira se levanta; mas el cuerpo destinado a servirle de pábulo y convertirse en cenizas, no existe ya: en el sitio donde espiró no se encuentra sino una flor pálida y melancólica que se inclina hacia el agua de las fuentes como Narciso hacia las de la Estigia.
     Las Euménides, desde este día, adornan su horrible frente con una corona de estas flores que ellas mismas han consagrado al egoísmo; de todas las pasiones, la más triste y funesta.
     Repasad las metamorfosis de Ovidio y allí hallaréis la descripción de la Fuente de Donaton, sobre cuya tranquila y purísima superficie ni las cabrillas, ni los pastores, ni uno solo de los rebaños mil que de las colinas descendían al valle, había osado enturbiar la pureza de sus limpios cristales, mas blancos que la bruñida planta, mas transparentes que el rocío; aquella fuente que ni las fieras de las selvas, ni los animales de los campos, ni las ligeras aves, ni aun las hojas desprendidas de las ramas de los árboles por el ímpetu de los vientos, se habían atrevido a turbar por un instante la mansedumbre de sus ondas; de aquella fuente que al preciado, al enamorado de sí mismo, al orgulloso hijo del río Cefiso y de la ninfa Liríope, al vanidoso Narciso, servía de limpio espejo, donde admiraba de continuo su hermosa figura; donde, loco de amor por su belleza, despiadadamente desdeñoso de la infortunada Eco y de las ninfas todas, muere lentamente víctima de la vengativa Némesis, consumido al fuego de su propio amor.
     En el Museo Nacional de Nápoles existe un pequeño pero precioso bronce hallado en las excavaciones de Pompeya, que representa la figura del hermoso Narciso.

Olivo. -- Paz. La paz, la sabiduría, la concordia, la dulzura, la clemencia, la dicha y las gracias se coronaban de olivo. La paloma enviada por Noé, llevó al arca, en su pico, una rama de olivo, como símbolo de la paz que el cielo acababa de conceder a la tierra.

Palma del desierto. -- Superstición. La palma, hija del desierto, es la única de las plantas que, en medio de arenales abrasadores, levanta su verde copa: es la corona de su follaje la que da nuevas fuerzas al viajero, agobiado por la desesperación, reanimando su vida, presta a extinguirse. Le ofrece frutos y con frecuencia le sirve de guía, conduciéndole cerca de la fuente, que su presencia señala. Así Dios acompaña al hombre en todos los lugares de la tierra, accesible a sus pasos, colocando en todas partes bajo sus manos, frutos producidos por una tierra siempre fecunda.
     La mitología ha consagrado la palma para muchas de sus ceremonias, y la superstición ha concedido con placer a este árbol propiedades extremadamente caprichosas. En Turquía se envenena cada año la nuez de una especie de palma y se le hace comer a un niño, a fin de que el cielo sea propicio a los trabajos emprendidos después de este horrible sacrificio.
     La ciencia del blasón se ha apoderado de la palma, empleándola muchas veces como adorno en los escudos de armas. María Stuart, cuya suerte se ha llorado tanto últimamente y que no fue menos culpable que Isabel, su rival y verdugo, durante su prisión tomó la palma por divisa. Escribió sobre una palma, encorvada por la tempestad: la virtud cede un momento, pero jamás sucumbe.

Palma de jardines. -- Amor correspondido. Joviano Pontano refiere la historia de dos palmeras, una cultivada en Brindis, que era el amante, y la otra en Otranto, que era la amada. Mostrábase esta triste, estéril y marchita; su juventud pasaba, y jamás el sabroso fruto había adornado su ramaje. Una mañana, levantando su cabeza coronada de flores por encima de todo el bosque, vio a la palmera de Brindis a distancia de mas de quince leguas. Asida al suelo con sus raíces, desprovista de alas para volar a donde la llama el amor, imploró al céfiro, y el céfiro, compadecido de sus quejas, vuela al sitio donde estaba la fiel palmera de Brindis; recoge en sus alas el polvo de las flores y va a sacudirle sobre el seno de la fiel amante. Se oye al mismo tiempo un dulce susurro en el bosque de Otranto, y la amante joven se muestra por la primera vez coronada de sabrosos frutos. Tal es el misterio de los amores de Céfiro y Flora.

Crecen dos palmas su ramaje alzando
En orillas opuestas de un torrente,
Sin juntar nunca su follaje ardiente,
Sin unirse jamás, mas siempre amando.
Crecen, sus frentes tristes inclinando,
Hasta que airado el ábrego inclemente
Las sepulta a la par en la corriente,
Juntos sus troncos a la mar llevando
. Bermúdez de Castro.

Poleo. -- Calor de sentimientos. Menta fue sorprendida por Proserpina en los brazos de su negro esposo. La diosa, justamente irritada, transformó a su rival en una planta que parece encerrar en su doble sabor lo frío del temor y lo ardiente del amor.

Ramillete de dalia. -- Mi reconocimiento es superior a tu solicitud. Esta planta viene de Méjico, donde se comen sus raíces, asadas bajo las cenizas. Desde el principio del siglo pasado se cultivó en Francia como planta alimenticia, pero tardó poco en ser desechada a causa del gusto demasiado aromático de sus raíces; sin embargo, de esta desgracia proviene su fortuna, pues si desapareció en los huertos fue para entrar en los jardines.
     Los botánicos comenzaron a cultivarla, pues llamaba mucho su atención por la abundancia y elevación de sus tallos y lo carnoso de su follaje, de un verde sombrío y suave, tan propio para hacer resaltar el brillo de las flores, sencillas entonces, pero muy brillantes por su disco de oro y sus pétalos de terciopelo morado y purpurino.
     Pero, ¡oh prodigio! presto echaron de ver que la dalia, no solamente variaba sus colores hasta lo infinito, sino que duplicaba, triplicaba y cuadriplicaba los pétalos de la corona, cambiando siempre sus matices y formas de tal manera, que unas veces tomaba el aspecto de la rosa, otras sus penachos de clavel y otras el lujo y brillantez de las ricas peonías. ¿Quién podrá decir jamás la variedad infinita de los colores sombríos, ricos, espléndidos, deslumbradores, con que se engalanan estas flores? ¿Quién la deleitosa variedad de sus delicados matices, tan vivos y puros, quién el agrado que resulta de todos estos colores combinados, mezclados y variados hasta lo infinito? ¡Cuánto lujo! ¡Cuánta riqueza! ¡Cuántos amables caprichos! ¡La vestidura blanca de la una aparece toda ella salpicada de coral y púrpura; el ropaje purpurino de la otra está matizado de oro y de plata; hay algunas en cuyas extremidades se casa el blanco mas puro con el mas subido encarnado; otras cuyos pétalos bordados con los mas ricos colores de la aurora; otros cuyo corazón brota llamas y algunas también que tienen los tintes carmines de la rosa.
     La dalia, venida de Méjico, se ha embellecido en Europa, y en el día forma en Holanda esos pintorescos acirates compuestos de una sola flor, adorna las plazas, paseos, fuentes y tumbas de los Estados secundarios de Alemania, y está propagada en España, Austria, Prusia, Dinamarca y Suecia, donde recuerda a Andrés Dahl, ilustre botánico cuyo nombre lleva esta flor.
     La dalia está consagrada al reconocimiento; si sus aromas fueran mas gratos, lo estaría el amor.

"La Dalia es hermosa", cantaban las aves,
Volando ligeras en torno a la flor:
La flor ocultaba sus hojas suaves,
Temblando inocente de casto pudor.
"¿Qué tiene la esquiva, las aves decian,
Que guarda su cáliz del Sol celestial?"
Y mas afanosas sus alas batian,
Y mas se ocultaba la flor virginal.
Las aves dijeron: "¿Te causa congojas
El vuelo oficioso del aura sutil?"
La flor por respuesta cerró mas sus hojas,
Doblando impaciente su tallo gentil.
Huyeron las aves, y tímida y pura
Abrió muy despacio sus hojas la flor:
Fecunda brillaba su casta hermosura,
¡Oh brillo fecundo de casto pudor!
Selgás.

Reseda. -- Vuestras cualidades exceden a vuestros atractivos. Linneo comparaba el perfume de la reseda al de la ambrosia. Es mas dulce al levantarse y ponerse el sol que durante el resto del día. Florece desde principios de la primavera hasta fines del otoño; en el invierno se puede gozar conservándola en un lugar temperado; entonces llega a ser leñosa, vive muchos años, y mediante algunos cuidados crece y forma un arbusto del efecto mas encantador.
Las armas de una ilustre familia sajona tienen por apoyo una rama de reseda. Ved por qué esta modesta flor se ha unido con sus antiguos laureles. Amelia de Nordbourg tenía 18 años, nada le faltaba, tez brillante, talento y gracioso porte: su mirada hacía nacer el amor; el sonido de su voz lo habría inspirado. Una madre joven aun, había cultivado en el retiro esta amable flor. Cuando volvió a la sociedad presentando su hija, todos se vieron forzados a confesar que ambas se prestaban mutuos encantos: los de la hija decían cuan bella había sido la madre, y los atractivos de ésta manifestaban la duración de la belleza de la hija. Una multitud de adoradores rodearon esta belleza que agradaba igualmente por sus gracias, riqueza y modestia. Entre todos estos, Amelia distinguió al Conde Walstein, quien amaba por la primera vez. Viva imaginación, ilustrado, inmensa fortuna, talle elegante y un porte enteramente francés le habían proporcionado mas de una vez miradas muy dulces, y que podían haberle impresionado. ¡Pero quien al verle cerca de Amelia no habría dicho que el uno había nacido para el otro! La envidia en vano trataba de envenenar las almas y se veía forzada a admirar en estos amantes lo que hay de divino en la tierra, la hermosura, el talento y la juventud, rodeados por todas las ilusiones del primer amor. Mas ¡ay! sobre la tierra no hay ninguna luz que no tenga sus sombras. Entre todas las perfecciones de Amelia, se había deslizado un ligero defecto. Su corazón pertenecía a su amante, y aunque a él únicamente amaba, quería agradar a todos. Walstein también tenía una debilidad: era celoso, pero por una exquisita delicadeza encerraba este sentimiento en el fondo de su alma. Ella supo descubrirlo, y en lugar de compadecer y respetar tan funesta inclinación, tenía placer en excitarla. Al lado de Amelia crecía una joven a quien estaba unida por los lazos de la amistad y de la sangre. Carlota no era bella (si acaso puede decirse esto de una persona que tiene buen corazón). Era pobre, un accidente le había arrebatado su belleza, y grandes desgracias le habían quitado su fortuna; sin embargo era caritativa; y ora practicase el bien, ora lo describiera con el calor que su excelente corazón comunicaba a sus palabras, un resplandor de hermosura espiritual se esparcía sobre su rostro, su seno palpitaba y sus ojos brillaban con un fuego lleno de dulzura. Cuando veía aproximarse la dicha de su prima, el contento dilataba sus facciones y parecía encantadora a Walstein, aun al lado de Amelia. Muchas veces él había notado a la pobre Carlota entrar furtivamente a una rústica cabaña y salir colmada de bendiciones; las jóvenes se mostraban entre sí vestidos que ella había tejido para adornarlas el día del matrimonio de su prima: el anciano a quien había consolado la bendecía y las madres gustaban de que acariciara a sus hijitos. Es un ángel, se decían los pobres; si fuera rica todos seríamos felices. ¡Cuántas veces había resonado este concierto de elogios en el corazón de la madre de Walstein! Una noche la sociedad reunida en casa de la madre de Amelia, propuso un paseo; Carlota se hacia esperar, y Amelia estaba de mal humor. Al llegar el coronel Formosse, mas célebre al lado de las bellas que en el campo de batalla, el fastidio de Amelia desapareció y se renunció al paseo. Cuando Amelia llegó nadie la reconvino, pues ninguno había notado su falta. Walstein únicamente, viendo una dulce emoción repartida en su semblante, se dijo para sí: "ella acaba de hacer una buena acción."
     Se pusieron juegos de prendas y se propuso a las damas escogiesen flores, a las cuales estaba Walstein obligado a dar un significado. Aceptaron. Amelia tomó una rosa en su seno y Carlota escogió una rama de reseda. En tanto que Walstein ensayaba algunos versos sobre estas diferentes elecciones, continuaron los juegos y se vio de repente condenado a besar las manos de las damas. Se apresuró con placer a cumplir tan dulce penitencia; pero al aproximarse a Amelia se turba, duda, empalidece, y sin fingir siquiera darle un ósculo, se retira con aire respetuosamente. Formosse se sonríe, y condenado a la misma penitencia, se aproxima a Amelia, lanza una mirada burlona sobre Walstein y dice: "yo también seré discreto, un ósculo mío marchitaría tan lindas manos, pero como todo buen soldado debe obedecer las órdenes, se lo daré a la flor que la señorita ha escogido." Amelia defendió su ramillete riéndose sin embargo, los labios del presuntuoso Coronel tocaron la flor, que adornaba el mas bello seno del mundo.
     Walstein al verle tembló, y fijando sus ojos como por casualidad en los de Carlota, conoció en su aire que participaba de su asombro y de su pena.
     Al quererse ver lo que él había escrito sobre las flores, despedazó sus primeros ensayos y trazó estas palabras en una rosa: "Tu vida tan sólo es de un día y no agradas mas que un momento."
     Y en la rama de reseda de Carlota, estas: "Vuestras cualidades exceden a vuestros atractivos."
     Amelia, después de haberlos leído, dirigió a Walstein y a su prima una mirada desdeñosa, y continuó coqueteando con el Coronel, y haciendo mil locuras para llamar la atención de Walstein, quien hacía como que no se ocupaba de ella. El Coronel se aprovechó tan hábilmente del juego de la coqueta, que la comprometió, antes de acabarse la noche, a hacerle una media declaración de su ternura; es verdad que fue hecha tan en alta voz que Walstein pudo oírla; pero lejos de ofenderse, cumplimentó a Formosse sobre un triunfo tan rápido, y le suplicó a Carlota tuviese compasión de un desgraciado. Ella llena de tristeza quiso que su prima volviese en sí, dirigiéndole miradas suplicantes, mas la cólera y el despecho se habían unido en el corazón de la aturdida joven, precipitándola en los brazos de un fatuo, que fue su pérdida e infelicidad.
     La pobre Carlota fue, a su pesar, esposa del virtuoso Walstein; lloró a su prima, pero él fue tan feliz a su lado que quiso consagrar el momento de su libertad y dicha, uniendo a sus armas una rama de reseda.

Romero. -- Vuestra presencia me reanima. El agua de la reina de Hungría es hecha de romero: esta agua reanima los espíritus y disipa los desvanecimientos y los desmayos.

Rosas.

     ¿Quién sabiendo cantar no ha cantado la rosa? Los poetas no han podido exagerar su belleza ni hacer su elogio: ellos la han llamado, con razón, hija del cielo, ornato de la tierra, gloria de la primavera; pero, ¿qué expresión ha podido presentar jamás los encantos de esta bella flor, su voluptuoso conjunto y su gracia divina? Cuando ella se entreabre, la vista sigue con delicia sus armoniosos contornos. Mas, ¿cómo describir las partes esféricas que la componen, los tintes seductores que la coloran y el dulce perfume que exhala? Vedla en la primavera levantarse suavemente sobre su elegante follaje, rodeada de sus numerosos botones; se diría que la reina de las flores juega con el aire que la agita; que se adorna con las gotas de rocío que la bañan y que se sonríe a los rayos del sol que la entreabren; se diría que la naturaleza se ha agotado para prodigarla a porfía, frescura, belleza en su forma, brillantez y gracia. Ella embellece toda la tierra: es la más común de las flores. El día en que nace, muere; hermosa y lozana. Los poetas se han complacido en cantarla y sus elogios nunca perecerán. Emblema de todas las edades, intérprete de todos nuestros sentimientos, la rosa se une a nuestras fiestas, regocijos y dolores. El placer se corona con ella, y el casto pudor toma su suave encarnado. Cuando se compara a la hermosura, y sirve de premio a la virtud, es la imagen de la inocencia, la juventud y el placer: la rosa pertenece a Venus, y rival de la misma hermosura, posee, como ella, su gracia, mucho mas encantadora que la belleza.

¿Quién a la Rosa duda rendir sus homenajes?
Sus ramilletes Venus con ella entretejió:
Amor sembró de rosas sus lindos bosquecillos;
Su sien la primavera, de rosas coronó.
La lira de Anacreonte le dio bellos cantares.
Horacio en los festines con ella se adornó,
Son vagos sus perfumes como recuerdos tristes
Del triste enamorado que su ilusión perdió.

Rosa amarilla. -- Infidelidad. Se sabe que el amarillo es el color de los infieles. La rosa amarilla parece también ser su flor. El agua, la fatiga, el sol la marchita, la fuerza sólo puede conducir esta rosa sin perfume que no sabe aprovecharse ni de los cuidados ni de la libertad. Cuando se la quiere ver en su brillantez, es necesario inclinar sus botones hacia la tierra y detenerlos por la fuerza; entonces es que ella florece.

Rosa blanca. -- Sigilo. Antes de la muerte de Adonis, todas las rosas eran blancas. Después de que el Céfiro trajo a Venus el último aliento del bello cazador muerto por Marte, transformado en jabalí, Venus voló a su socorro introduciéndose por medio de rosales y peñascos que la hirieron sin sentirlo; algunas espinas rasgaron su pecho, y muchas gotas de sangre mancharon las ramas, algunas destilaron sobre las rosas, y estas flores que hasta entonces habían sido blancas, conservaron el color de la sangre de Venus.
     Hay otro origen menos triste. El amor, volando en medio de los dioses, en un banquete del Olimpo derramó una copa con una de sus alas, y propagándose el néctar sobre las rosas blancas que adornaban la mesa, las coloreó de bello rosado. Parny ha dicho:

Cuando Venus saliendo de los mares
vio los dioses con lúbrica sonrisa,
Una rosada luz, suave, indecisa,
Por la atmósfera azul se derramó.
Llena de majestad, la frente erguida,
Señora del jardín se alzó la Rosa,
Baco exprimió la una voluptuoso
Y en su mágico zumo la bañó.
Favorita de Paphos y Citeres
La rosa adorna el bosque y la pradera,
Y su esencia volátil, hechicera,
Del Olimpo el festín hace olvidar.
Ella embellece el manto de la aurora,
Presta el carmín al labio de las bellas;
Y en la faz de una virgen seductora
Multiplica su imagen singular.


     El dios del silencio está representado bajo la forma de un joven casi desnudo, con un dedo en la boca y una rosa blanca en la mano. Se dice que el Amor le dio esta rosa para obligarle a que le fuese favorable. Los antiguos esculpían una rosa en el frontispicio de la sala del festín, para prevenir a los convidados que no debían divulgar lo que conversase allí.

Rosa damascena. -- Dulzura emponzoñada. Parece que en siglo XIII las costumbres de los árabes, su gusto y su cultura habían pasado de la península al Norte de la Francia. Una mañana que el invierno soplaba su frío aterrador entre las torres góticas de un convento, al fúnebre sonido de las campanas y al monótono canto de las monjas, un anciano de mirada triste, de frete espaciosa y erguida, entra vestido de negro, el tormento y la resignación estampados en el rostro. Era Pedro el Venerable que sobre un lecho en medio de la ceniza traía yerto un cadáver: lo presentó a una mujer desolada y llorosa que dejando a un lado las insignias de abadesa, lo depositó con muestras del mas profundo dolor en una ancha caja de bronce: una rosa damascena, tiempo ha marchita, cayó, al reclinarse, de su seno: la Superiora del Paracleta la recogió con veneración, y recordando que él mismo la había colocado en su seno, dijo a los que la veían: "Dulzura emponzoñada. Era Eloísa que acababa de sepultar a Abelardo."

Sauce de Babilonia. -- Melancolía. Percibo el murmullo de los vientos que se mezcla con el estremecimiento de la lluvia: estoy triste, inquieta, y lejos de todo que que amo; la sociedad me fastidia y me fatiga; sin embargo, por todas partes la naturaleza me abre sus brazos, como una amiga tierna que parece condolerse de mis penas. Oigo en la espesura de los bosques el canto del ruiseñor, que sin duda llora como yo la ausencia de lo que ama. Y se ve allá a la orilla de las aguas aislado el Sauce de Babilonia, que extranjero en nuestro, se entrega a una grande aflicción. ¿No se diría que él murmura incesantemente? La ausencia es el más grande de los males.
     ¡Ay! este árbol es amante desgraciada: una mano bárbara, desterrándola de su patria, la ha separado para siempre del objeto de su ternura. Cada primavera, engañada por una loca esperanza, corona de flores su larga cabellera, pide al viento las caricias del que debiere embellecer su existencia; y al contemplarla inclinada hacia el seno de las fuentes, ¿no se diría que seducida por su propia imagen, busca la felicidad en el fondo de las aguas? ¡Vana solicitud, ni el céfiro, ni las ninfas de las fuentes pueden restituirla lo que ha perdido, lo que siempre desea!

Sí, la ausencia es la agonía;
Por eso, planta, en el mundo
Dicen que expresas sombría
El sentimiento profundo
Que llaman melancolía
. Aimé-Martin

Sauce querido y sagrado,
Vuestra herencia es el dolor,
Herencia que en su rigor
Os lega inhumano el hado.
Sed el árbol del pesar,
Y bajo el ramaje amigo
Acordad un fiel abrigo
Que vele nuestro penar
. Constant Dubois

Tomillo. -- Actividad. Los griegos miraban el tomillo como el símbolo de la actividad; sin duda habían observado que su perfume, que fortifica la cabeza, es muy saludable a las ancianas, a las cuales da energía, agilidad y vigor.
La actividad es una virtud guerrera, que siempre se une al verdadero valor. Es por esto que en otro tiempo, las damas bordaban las mas veces en la banda que sus caballeros una abeja zumbando alrededor de una rama de tomillo. Este doble símbolo significaba que aquel que lo había adoptado unía la dulzura de carácter a la actividad en todas sus acciones.

Tulipán. -- Declaración de amor. En las orillas del Bósforo el Tulipán es el emblema de la inconstancia; mas lo es también el del mas violento amor. Tal como la naturaleza le permite crecer en los campos de Bizancio, con sus pétalos de fuego y su corazón encendido, va el a anunciar, a pesar de los grillos y los cerrojos, a la belleza cautiva, que un amante suspira por ella; y que si ella se digna dejarse ver aunque por un solo momento, su simple vista convertirá su rostro en fuego y su corazón en brasa. De la misma manera un joven sencillo, al salir de las manos de la naturaleza, rinde un homenaje sin disfraz; pero bien pronto, formado por el mundo como el tulipán por las manos del jardinero, será mas amable, mas festivo, sabrá agradar mas; habrá dejado de amar.
     El tulipán, o por otro nombre el turbante, cubre la frente altanera de esos turcos bárbaros, que adornan su flor y sin embargo cargan de hierros a la belleza: idólatras de su tallo elegante y del bello cáliz que la corona, ellos no pueden cansarse de admirar los penachos color de oro, de plata, de púrpura, de lila, de violeta, de encarnado, de tierno rosado, de amarillo, de pardo, de blanco y tantos otros matices que juguetean, se amaridan, se reúnen y se separan sobre sus ricos pétalos sin confundirse jamás: una lluvia de rocío refresca los aires; las puertas se abren y las jóvenes odaliscas vienen a unir el brillo de sus encantos y de sus adornos al de esta flor encantadora.
     Hacia fines del mes de abril se construyen en uno de los patios de palacio, largas galerías de madera, disponiendo en el interior de ellas gradas cubiertas de magníficas alfombras donde se colocan vasijas llenas de tulipanes: estas vasijas o vasos de cristal o porcelana, están mezclados con teas, candelabros y antorchas. En la última grada de este brillante anfiteatro se colocan en doradas jaulas, los canarios del Sultán y globos de vidrio transparentes llenos de licores azul, encarnado y amarillo, etc. Todo lo que rodea este patio está decorado con flores. El pabellón del Gran Señor se levanta en medio de las galerías, y en el pavimento se colocan los presentes que ha recibido para la fiesta; pues no hay ninguna solemnidad en este país que no gire en provecho del poder. Mas adornadas que de costumbre las sultanas y odaliscas, recorren esta magnífica exposición, donde reunidas en diferentes grupos, cantan, tocan y bailan, a fin de recrear al desgraciado príncipe que la saciedad, la ignorancia y el absolutismo han hecho insensible a todos los placeres. Por la noche todo se ilumina con linternas de seda y vasos coloridos, dispuestos en guirnaldas formando como festones de rubíes, zafiros, esmeraldas y ópalos; la cera que alimenta las bujías y antorchas está perfumada, y al consumirse despide un delicioso perfume; en tanto que ligeras ondas de agua de rosa traídas por regaderas invisibles, refrescan el aire.
     En el centro del serrallo se ve el pabellón del Gran Señor: el Sultán perezosamente recostado sobre cojines, aparece allí en medio de los presentes que ofrecen a sus pies los señores de su corte: una nube cubre su frente; todo lo ve con aire de ferocidad. ¡Qué! ¿el pesar ha penetrado hasta este mortal todopoderoso? ¿ha perdido alguna de sus provincias? ¿teme una revolución de sus orgullosos genizaros? No; solo dos pobres esclavos han turbado su corazón. Ha creído ver durante las solemnidades de la fiesta, a un joven icoglan presentar un tulipán a la belleza que le cautiva. El Sultán ignora los ocultos secretos de los amantes; sin embargo una vaga inquietud se ha introducido en su corazón: los celos se apoderan de él y le atormentan; pero, ¿qué puede este sentimiento, qué pueden los grillos ni los cerrojos contra el amor? Una mirada y una flor bastan a este dios maligno para cambiar un horrible serrallo en un lugar de delicias y para vengar la belleza ultrajada de los hierros.

Tuberosa doble. Nardo. -- Voluptuosidad. Guy de la Brosse, fundador del jardín del rey Luis Felipe, se explica así en su curiosa obra sobre la naturaleza de las plantas: "No gusto de antiguas opiniones en libros nuevos: siempre es mejor sacar la verdad de su propia fuente." Guy de la Brosse tiene mucha razón; la naturaleza es un libro inagotable y tan nuevo, que cada día podemos hacer en el útiles descubrimientos. Los frutos mas deliciosos y las mas bellas flores adornan el seno de la tierra, desde el principio de los siglos; sin embargo la mayor parte de estos preciosos y encantadores bienes nos eran desconocidos. Ved la tuberosa llena de elegancia y perfumes, formada para encantar nuestra vista. Esta bella flor al principio era sencilla, pero mucho tiempo después multiplicó sus pétalos, bajo la hábil mano de un jardinero de Leide; y pronto se repartió en todo el mundo. Cierto es que en Rusia no florece sino para los reyes y sus cortesanos, pero en el Perú se ha naturalizado: allí crece sin cultivo, y unida a la brillante capuchina, adorna el seno de la ardiente americana. Esta soberbia hija del Oriente, que el ilustre Linneo ha nombrado por excelencia Polianthe, flor digna de las ciudades, es en Francia, como en Persia, el emblema de la voluptuosidad. Un joven icoglan que recibe de manos de su amante una rama de tuberosa florida, toca la suprema felicidad; pues debe interpretar así el feliz símbolo del amor.
     Nuestros placeres sobrepujan a nuestras penas. ¿Quién no conoce y admira las blancas espigas de la tuberosa, que terminando en un tallo alto, esbelto, derraman al columpiarse en los aires, un perfume que penetra y embriaga? ¿Queréis sin peligro gozar de este olor seductor? Alejaos a alguna distancia. ¿Queréis aumentar el placer que os proporciona? Venid con el objeto de vuestro amor a gozar de su olor a la claridad de la luna, a la hora en que el ruiseñor suspira. Entonces por una secreta virtud, estos suaves perfumes darán un indefinible encanto a vuestros coloquios; pero si imprudentes queréis gozar sin moderación, y os acercáis demasiado, esta divina flor se convertirá en una peligrosa hada que al embriagaros derramará en vuestro seno un mortal veneno. Así, la voluptuosidad descendida del cielo depura y aumenta las delicias de un casto amor, mientras la que existe en la tierra envenena y mata la loca juventud.

Una rosa blanca y otra roja. -- Sufrimientos de amor. El poeta Benefons envió a su querida dos rosas: la una blanca y la otra roja; la blanca para imitar la blancura de su cutis, y la roja para pintar el fuego de su corazón: el añadió a su ramillete estos versos:

Daphne, estas flores para ti se abrieron;
Blanca es la una y la otra es encendida;
La primera es mi tez descolorida,
La segunda mi amor, mi corazón:
Ambas de mi desgracia maldecida
La fatídica y fiel imagen son.

Una hoja de rosa. -- Jamás yo importuno. Existía en Amadan una academia cuyos estatutos estaban redactados en estos términos: "Los académicos pensarán mucho, escribirán poco y hablarán lo menos posible." El Dr. Zeb, célebre en todo el Oriente, supo que había vacante un puesto en esta academia: corre para obtenerlo, pero desgraciadamente llega muy tarde. La academia se desconsoló: acababa de conceder al poder lo que pertenecía al mérito. El presidente, no sabiendo como explicar una negativa vergonzosa para la asamblea, hizo que le diesen una copa, la que llenó de agua tan exactamente, que una gota más la habría hecho derramar. El sabio solicitador comprendió por este emblema que no había puesto para él: se retiraba con tristeza, cuando vio una hoja de rosa a sus pies. Entonces le vuelve el valor; toma la hoja de rosa y la pone tan delicadamente sobre el agua que contenía la copa, que no se derramó ni una sola gota. Este rasgo ingenioso fue aplaudido unánime, y el doctor fue recibido por aclamación en el número de los silenciosos académicos.

Verbena. -- Encantos. La Verbena se usaba entre los antiguos para ciertas suertes mágicas y de adivinación; se le atribuían mil propiedades, entre otras la de reconcilias los enemigos. Siempre que los romanos enviaban heraldos a ofrecer la paz o la guerra a las naciones, uno de ellos llevaba ramas de verbena. Los druidas profesaban a esta planta la mayor veneración. También los magos, cuando adoraban el sol, lo hacían llevando en sus manos ramas de verbena. Venus, victoriosa, ostentaba en su frente una corona de mirto rodeada de Verbena, y los alemanes dan hoy día un sombreo de verbena a los nuevos esposos como para ponerlos bajo la protección de aquella diosa.

Violeta. -- Modestia. Yo tenía quince años cuando una languidez inexplicable se apoderó de repente de mis sentidos. Lloraba sin pesar, reía sin alegría; y horrorizada de la vida, un deseo secreto de morir me perseguía sin cesar. Los ojos abatidos, pálida, y con un andar vacilante, parecía mirada por una oculta enfermedad, y la idea de perderme llenaba de dolor y espanto el alma de mi tierna madre; sus cuidados no podían reanimarme; bañada en lágrimas, inclinada sobre mi pecho y estrechando mis manos entre las suyas, la oía compadecerse de mis dolores. Yo ensayaba una sonrisa para consolarla, pero no sentía en mi alma la esperanza que quería inspirarle. Durante este estado, los árboles habían perdido sus hojas, y se mostraba el invierno en todo su rigor. Sentada cerca de un vivo fuego, el calor me abrasaba, y la menor impresión del frío me hacía temblar. Todas las noches, cansada de mi misma, me dormía sin esperanza de ver el día siguiente.
     Sin embargo, recuerdo una noche, era el 10 de febrero de 18... De repente me pareció que un rayo de sol descendía sobre mi cabeza, llenándome de un valor vivificante, y que una tierna y dulce voz me invitaba a la vida. Reanimada por este sueño, desperté, el cielo estaba lleno de pureza, los primeros rayos del día ya doraban mis ventanas, y poniéndome apresuradamente un vestido, caminé entre la nieve hacia el vasto campo que circunda nuestra habitación. Al llegar a esta soledad, extenuada por el cansancio, me apoyé contra una encina y busqué con la vista las soberbias praderas que bañan el Meuse y el valle florido, donde la última primavera había participado de los juegos de mis locas compañeras; todo había desaparecido: el Meuse, salido de madre, cubría el campo con sus aguas. llena de tristeza, iba a tomar el camino de la casa, cuando un rayo de sol, hiriendo el tronco musgoso de la encina contra la cual me había apoyado, me hace notar a mis pies una alfombra de verdura, y me siento rodeada de los mas dulces perfumes. ¡Oh, sorpresa! ¡Veinte matas de violetas cubiertas de flores se presentan a mi vista! Imposible es explicar lo que sentí entonces; un dulce alborozo penetró mis sentidos; no, ¡jamás estas flores me habían parecido tan frescas! Se levantaban sobre la hierba como en un altar de verdura: sus suaves perfumes, la pureza de los rayos del sol, el manto de nieve se extendía a lo lejos, que parecía haber respetado estos lugares, y la encina que coronada con su follaje bronceado protegía este cuadro de la primavera, todo me hacía sentir una emoción semejante a la del amor. La dicha que me había prometido en mis sueños, circuló en mis venas, y creí gozar en un instante de todas las flores de la primavera, y de todos los placeres de la juventud. Mas, ¡ay! a este sentimiento tan puro y vivo, sucedió uno doloroso: no tenía una amiga que pudiese sentir y participar de mi inocente alegría. Sin embargo, cogí un ramillete de estas violetas, y guardándolo en mi seno, exclamé: Amables flores, os consagro a la amiga que tengo: ¡Carolina, que la violeta sea tu flor querida, tú, cuya amistad mil veces mas dulce que su perfume ha reanimado mi alma cansada del mundo a los veinte años, como a los quince estaba mi vida! ¡Qué la violeta sea tu única flor, amiga mía! porque ella es también el emblema de la modestia.

Por las flores proclamado
Rey de una hermosa pradera,
Un clavel afortunado
Dio principio a su reinado
Al nacer la primavera.
Con majestad soberana
Llevaba y con noble brío
El regio manto de grana,
Y sobre la frente ufana
La corona de rocío.
Su comitiva de honor
mandaba, por ser costumbre.
El céfiro volador
Y había en su servidumbre
Yerbas y malvas de olor.
Su voluntad poderosa,
Porque también era uso,
Quiso una flor para esposa
Y regiamente dispuso
Elegir la mas hermosa.
Como era costumbre y ley.
Y porque causa delicia
En la numerosa grey,
Pronto corrió la noticia
Por los Estados del rey.
Y en revuelta actividad
Cada flor abre el arcano
De su fecunda beldad,
Por aprender la voluntad
Del hermoso soberano.
Y hasta las menos apuestas
Engalanarse se veían
Con hasta envidia, dispuestas
A ver las solemnes fiestas
Que celebrarse debían.
Lujosa la corte brilla,
El rey admirado duda,
Cuando ocultarse sencilla
Vio una tierna florecilla
Entre la yerba menuda.
Y porque el regio esplendor
De su corazón la inquieta,
Pregúntale con amor:
"¿Cómo te llamas?" "Violeta",
Dijo temblando la flor.
"¿Y te ocultas cuidadosa,
Y no luces tus colores,
Violeta dulce y medrosa,
Hoy que entre todas las flores
Va el rey a elegir esposa?"
Siempre temblando la flor,
Aunque llena de placer,
Suspiró y dijo: "Señor,
Yo no puedo merecer
Tan distinguido favor.
El rey suspenso la mira,
Y se inclina dulcemente,
Tanta modestia le admira,
Su blanda esencia respira,
Y dice alzando la frente:
"Me depara mi ventura
Esposa noble y apuesta;
Sepa, si alguno murmura,
Que la mejor hermosura
Es la hermosura modesta.
Dijo y el aura afanosa
Publicó en forma de ley,
Con voz dulce y melodiosa,
Que la violeta es la esposa
Elegida por el rey.
Hubo magníficas fiestas;
Ambos esposos se dieron
Prendas de amor manifiestas;
Y en aquel reinado fueron
Todas las flores modestas
. Selgás.

Violeta blanca. -- Candor. El candor precede a la modestia, es una violeta todavía revestida del color de la inocencia.

Hiedra. -- Amistad. El amor fiel sostiene con una rama de hiedra las rosas pasajeras que coronan su frente. La amistad ha escogido por divisa la hiedra que rodea de verdura a un árbol derribado, con estas palabras: Nada puede desunirme. En Grecia el altar de Himeneo estaba adornado de hiedra, y se presentaba una rama a los nuevos esposos, como símbolo de una unión indisoluble. Las Bacantes, el anciano Sileno y aun Baco se coronaban de hiedra. La perpetua verdura de las hojas de hiedra era para esta alegre corte el emblema de una constante embriaguez. Se ha representado algunas veces a la Ingratitud bajo la forma de una Hiedra que ahoga y seca el árbol que la sostiene.

La amistad es solamente
La historia del corazón:
La fábula de esa historia
Es lo que se llama amor.
Pero nuestros corazones
Han mezclado en su ilusión
Con la fábula, la historia;
La amistad, con el amor.

Introducción          Gramática floral, o principios elementales del lenguaje de las flores

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