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EL LENGUAJE DE LAS FLORES Y  EL DE LAS FRUTAS. Florencio Jazmín

 

Las mujeres y las flores

 
Mujeres.
 
¡Ah! ¡cuán poco se conoce lo que es la mujer! Paul Foucher.
 

     ¿Qué es la mujer?

     Es el misterio más interesante que se conoce entre las maravillas.

     Un enigma indescifrable y encantador, cuyo sentido no comprendemos, cuando no tenemos interés en conocerlo.

     Un contraste deslumbrante de pudor, de amor; de locura, de razón; de pesares, de esperanza; de energía, de debilidad. Hielo y fuego, frialdad, alborozo; tristeza y contento: todo a la vez en su corazón, en su alma, en su cabeza de ángel; duende y demonio para hacer la desesperación o felicidad de los hombres.

     La mujer es la miniatura de la creación, fresca, delicada; fragante y pulida; formada de rosas y azucenas; adornada con oro, seda, gasa y encajes: de frente virginal, ojos celestiales, pie delicado, seno de alabastro, rosados labios y arrebatadores contornos.

     Su talle es como el de las sílfides: su mirada la de los querubines. Recuerda su voz la dulce melodía de los arcángeles; es ágil como la gacela y de aliento balsámico, como la fragante brisa. Su talle seduce, su mirada abrasa, su voz encanta y su suave aliento enajena. ¡Pobres hombres!...

     Este ser tan peligroso tiene un lenguaje lleno de seducción; habla con la voluptuosidad en sus ojos, la sonrisa en los labios, suspiros en la voz, amor en el corazón...

     Es coqueta o severa, constante o veleidosa, sensible o atolondrada.

     Heroica en privaciones, en sufrimientos, en amargos dolores; compasiva con el pobre, con el enfermo, con el niño, con el anciano; sublime en consagración, en pasiones y virtudes; terrible con el opresor, el poderoso y el celoso.

     Se ríe del fuerte, protege al débil, desarma la venganza, inflama el genio y canta la gloria.

     Débil y tímida suplica, acaricia, atrae, subyuga y somete todo a sus leyes.

     ¡Contemplad este ser encantador y extraño, la mujer, tal como salió de las manos del creador; este tesoro inapreciable del hombre, su tierna mitad, su inestimable compañera, que es para él lo que para la joven planta el dulce rocío y el sol de la mañana!

     Es la partícipe de nuestros rápidos goces y prolongadas miserias; ennoblece nuestros pensamientos, vivifica nuestras almas; con una sonrisa o una mirada, despierta como por magia nuestros sentidos, mitiga nuestros males e infunde el placer en nuestra vista.

     Ved finalmente a este ser delicado y frágil, poderoso y fuerte, adornado a la vez con la decencia, la gracia, la belleza, y a quien el hombre virtuoso rodeará siempre de respeto y amor.

 
Flores.
 

     En nuestros dichosos climas la primavera se reviste de un manto verde bordado de flores cuyos bellos ornamentos debe a la propia naturaleza. El estío, con su cabeza coronada de junquillos y amapolas, con sus doradas mieses, recibe de la mano del hombre una parte de sus adornos, en tanto que el otoño se presenta cargado de frutos mejorados por nuestra industria. Entonces el sustancioso albérchigo se adorna con los bellos colores de la rosa, el agradable albericoque parece cubierto con el oro que brilla en el seno de los ranúnculos, imitando su racimo la púrpura de las suaves violetas, y el manzano se roba el brillo de los preciosos tulipanes; todos estos frutos se asemejan tanto a las flores, que se creería han sido formados para agradar a la vista; sin embargo, por doquier hacen reinar la abundancia, y al derramarlos el otoño sobre nuestras mesas, parece anunciarnos que la naturaleza acaba de dispensar al hombre sus últimos favores. Pero de repente una nueva Flora aparece en el campo. Esta odiosa cosmopolita, hija del comercio y de la industria, fue desconocida en los bellos días de la Grecia y a la simplicidad de nuestros buenos abuelos. Ocupada sin cesar en recorrer la tierra hace dos siglos, nos enriquece con los despojos del mundo. Llega y al instante nuestros tristes y abandonados jardines se revisten de un nuevo brillo; la interesante extraña se une el rico clavel; la reseda adorata crece al pie de la esbelta tuberosa; el heliotropo, la marañuela y el convólvulo del Perú se deshojan a la sombra de la bella acacia de Constantinopla, el jazmín de Persia se mezcla con el jazmín de Virginia para cubrir nuestras alamedas y embellecer nuestros bosques; la rosa Berberia, la cruz de Jerusalén que nos recuerda las Cruzadas, levantan sus brillantes cabezas tras de la misteriosa astromelia; y el otoño que antes no encontraba en nuestros campos sino un grupo de pámpanos, se admira al revestirse con tan ricos ornamentos y unir a la verdura de sus coronas las rosas florecientes de los campos de Bengala. La sensitiva huye de la mano que la cultiva, como de la del salvaje americano; la caléndula de África nos anuncia como a los negros habitantes del desierto, los días secos y lluviosos; el lirio de Portugal indica que a la una habrá pasado la mitad del día, y el convólvulo nocturno, avisa al tímido amante que se acerca la hora de la cita.

 
En sus varios movimientos
Ve el filósofo un presagio;
Esta anuncia que ya lejos
Está el furioso nublado
Que sin piedad marchitó
Su bello cáliz al paso:
Prevé aquella la tormenta,
Y en su pabellón cerrando,
Duerme en el ramoso bosque
Del trueno al ruido lejano.
La una avisa a los zagales,
Desde el alba despertando,
Y en la pradera esmaltada
Se abre y cierra en intervalos:
La otra se duerme y aguarda
Que tienda la noche el manto.
Y la hora de amor dichosa
Señala el enamorado.
En el cáliz de las flores
Ve el bien o el mal de sus campos,
Y la suerte que le espera
El labrador afanado.
Libro de naturaleza,
¡Cuánto me deleita, cuánto,
La admirable sencillez
Con que enseñas tus arcanos!
Tú nos dices la verdad,
Nos instruyes recreando,
Y nos encanta el adorno
Que a la elección has mezclado.
Pero aun presentan las flores,
Si mejor las observamos,
De mas tiernos sentimientos
El amable simulacro:
No solo gratas recrean
Al contemplativo sabio,
Sino que de idioma sirven
Al ardiente enamorado.
La belleza no se ofende
De un arte tan fino y grato,
Y en tal vez a un ramillete
Fía el amoroso arcano.
El lenguaje de las flores
es sencillo y delicado,
Y con propiedad expresa
cuanto en el pecho encerramos.
Jamás ofende al pudor,
Y el amante sin engaño
Ofrece en un ramillete
La dicha a su objeto amado
. Aimé Martin.
Mujeres y flores.

     ¿Cuál es esa flor de tallo esbelto, delicadas ramas, revestida de un suave y puro blanco? Es la aguileña, dulce imagen de la adolescencia.

     ¿Y aquella otra, a la que la naturaleza plateando sus hojas, ha adornado con la brillante exterioridad de la fortuna?... ¿su bella corola de alabastro exhala, al abrirse, los mas suaves perfumes, como un rico benéfico que se complace en repartir la dicha entre los que le rodean?... Es la argentina.

     ¿Buscáis el emblema de las mujeres jóvenes y cándidas que cambian su graciosa sencillez por vanos adornos que las afean? ved la ojiacanta; ¡sus variedades la hacen perder el aroma!

     Hay una flor sin brillantez, que se marchita con los rayos del sol. Durante el día toman sus hojas un verde bello y lustroso, y al anochecer se cierra repentinamente, pareciendo sumergidas en un profundo sueño; el la balsamina. ¡Así una mujer coqueta se apresta y se adorna para brillar en los saraos nocturnos! el afán que tiene por agradar la agobia, y al siguiente día la vemos pálida y triste.

     Hay una planta modesta, cuya virtud consiste en despertar los sentidos entorpecidos y excitar la amabilidad: es la albahaca. Así una mujer espiritual sabe, como ella, alejar la melancolía e infundir espíritu a la tontería.

     ¿No es la bella dama el emblema de la bella y ardiente napolitana cuyo amante la traicionó? Desesperada la hija de los Abruzzos, jura a todos los hombres un odio implacable; necesita víctimas hasta que envuelva en su venganza al ingrato que hirió su corazón. De esta manera las frutas de la bella dama, son fatales a quien las gusta, haciendo nacer en su corazón, como el amor celoso, el delirio, la locura y la desesperación.

     Como el corazón de una pastora tímida, el convólvulo nocturno, al abrirse busca la sombra del misterio... Es como una púdica virgen que aleja sus encantos de los indiscretos. El convólvulo de día, al contrario: espera los rayos brillantes del sol para desplegar su seno con orgullo... ¿No es la imagen de las frívolas mujeres que fundan la dicha suprema en brillar, y se recrean en medio del bullicio del día?

     La madreselva se une al cuerpo mas cercano sin el cual vegetaría o se extendería en la tierra... ¿Qué emblema mas verdadero y mas tierno del himeneo; un marido fiel y amoroso que es el tutor y apoyo de su adorada esposa?

     Contemplar esa flor de diez estambres, pequeña, elegante, vestida de púrpura y de blanco, la coronilla, en fin. ¡Lleva y alimenta tantos hijos, sin descomponer jamás su seno de alabastro! Os enterneceréis, sin duda, sonriéndoos al ver la dulce imagen del amor maternal.

     Los poetas árabes han formado con la rosa silvestre delicadas comparaciones, asemejando la ingenua flor que sobresale graciosa en un agreste bosquecillo, a la lozana y alegre hermosura que con un tosco vestido realza la brillantez de sus atractivos.

     Cuando un ligero céfiro, meneando con gracia las flexibles y gentiles ramas del jazmín, trae a nuestros sentidos las suaves emanaciones que encierran sus flores de oro o de alabastro, imaginamos ver una mujer de talle breve y delicado moverse airosa, encantando nuestros oídos con su dulce voz.

     La noble y brillante azucena debe ser por su reluciente blancura el símbolo verdadero del candor. Una guirnalda de azucenas, ¿no será el atributo de la belleza? y para expresar la blancura de una mujer, ¿no se dirá: su tez de azucena?

     ¡Tierna y sencilla pastora! huyes de nuestras ciudades al soplo del aliento corruptor; pero como tú, la linda extraña, flor de la sencillez, se encuentra en las praderas, modesto asilo de la inocencia.

     Durante la noche lluviosa, podréis ver las hojas de una planta pequeña y graciosa aproximarse e inclinarse sobre sus flores formándoles un manto que las cubra: es la quinquefolia... Delicado emblema de una hija querida, cuyas gracias y virtudes forman el orgullo de una humilde familia...

     Los antiguos ceñían con rosas blancas la frente de las vírgenes y vestales. Esta flor es la imagen de las jóvenes que salen de la infancia.

     Mas amable que bella, la doble malvarrosa, parece celosa del triunfo de sus hermanas. Para agradarnos varia sus matices. Es como una mujer de talento, que lastimada por los homenajes que se rinden a la hermosura, inventa mil intrigas para obtenerlos a su turno.

     La amistad encuentra finalmente en la rosa de ultramar el símbolo de la amabilidad. Con menos espinas que la rosa encarnada, y con menos brillantez, es sencilla; eleva su tallo, aunque su vida es solo de un día... Se dirá que una mujer tierna trata de consolarnos de la pérdida de aquella por quien la hemos desdeñado... Es la imagen de estas mujeres interesantes, que embellecidas con sus virtudes, nos cautivan con sentimientos mas durables que el placer que nos inspira una hermosura frívola y pasajera.

     Por último, la reina de las flores, la rosa que embellece nuestros jardines y nuestros bosques y patios, que encanta la vista con sus colores seductores, el olfato con su perfume embriagador, y nuestros sentidos con su belleza, ¿no es a nuestros ojos el risueño símbolo de la molicie, la imagen de la voluptuosidad, y por decirlo de una vez, el emblema eterno, consagrado a las mujeres?

     ¿Lo veis bien? ¡Flores y mujeres, mujeres y flores, sois una misma cosa!

Charles Malo

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