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EL LENGUAJE DE LAS FLORES Y  EL DE LAS FRUTAS. Florencio Jazmín

 

Dedicatoria

 

      Las maravillas de la creación consisten en la armonía de dos únicos principios diversamente combinados, a saber: la fuerza - la belleza.

     Esta ley absoluta de todo lo creado se cumple lo mismo en el mundo moral que en el mundo físico. ¿No reputamos perfecto el carácter de un individuo que a la benevolencia lleve unida la energía, es decir, la belleza moral, la fuerza moral? Pruébese a separar los dos principios, y resultará un ser incompleto. En efecto, un carácter benévolo, pero débil, está muy distante de la perfección moral; así como un carácter enérgico, pero malévolo, se halla muy próximo a la perversidad.

     La belleza moral sin la fuerza es flaqueza; la fuerza sin la belleza es ferocidad.

     La belleza es el distintivo de la mujer; la fuerza lo es del hombre; por eso también la perfección de estos dos seres consiste en su unión.

     Otro tanto decimos del mundo físico. Las formas que el creador ha dado a las formas que nos rodea, son todas armoniosas, ondulantes, bellas, y solo siendo bellas como son, podrían favorecer a la duración, o lo que es igual, a la fuerza resistente de la materia combinada y organizada.

     ¿Acaso puede negarse que los graciosos contornos de las mas atrevidas cordilleras constituyen precisamente la forma indispensable a su perduración? Y para descender de una vez a nuestro peculiar objeto que es el reino vegetal, ¿no vemos claramente en el la alianza de lo bello y de lo fuerte constituyendo la perfección?

     El cedro de nuestras montañas vírgenes levanta la atrevida copa por encima de los demás árboles gigantescos, y apoya, sin rival, sobre el fondo azul del cielo los magníficos contornos del dosel de esmeraldas que lo corona; no consiente igual en el alarde de su belleza; mas para superar tanto a los otros árboles necesita fornido tronco y robustísimas ramas que desafíen al rayo y las tremendas tormentas tropicales. Aquellos festones ligeros de hojas delicadas que columbrábamos meciéndose suavemente en eminencia descansan sobre la mas pujante estructura vegetal: son el símbolo de la belleza protegida por la fuerza para acercarse al cielo, morada de lo perfecto.

     Bajemos ahora la vista y busquemos en las pequeñitas plantas jardineras el tipo sobresaliente de la belleza, las flores, que en el reino vegetal son lo que la mujer en el humano linaje: gala perfumada del universo, centro de sublimes misterios de amor y vida, último primor de la mano omnipotente.

     ¡Pues qué! las fragantes beldades del mundo físico, con sus delicadísimas formas, sus suaves contornos, su armonía de colores, su existencia de amor y de simpatías las flores, ¿no tendrán correspondencia con los dulces afectos e íntimas emociones de la mujer, su reina y competidora?

     Sí, por cierto: y al punto que el primer corazón tierno y apasionado, distante de su ídolo, pidió a las flores consuelo y esperanza, ellas le revelaron los arcanos de su lenguaje, oculto entre sus pétalos trasparentes. Cada cual le representaba, ora la historia de una silenciosa pasión, o de una ruidosa catástrofe, ora el emblema de las fugaces glorias e instables júbilos sublunares, ora la expresión de un deseo, intenso a veces como la púrpura de sus corolas, a veces vago, indefinido como el semicolor de una flor silvestre y solitaria, o interesante y resignado como la decaída blancura de la rosa marchita.

     El amor supo leer en las espléndidas páginas de Flora multitud de palabras y frases impregnadas de fragancia y poesía, elocuentes y apasionadas, que exhalándose del seno fecundo de las flores, buscaban un eco natural en el corazón sentidor de la mujer. El amor llevó hasta los oídos de esta las ocultas misteriosas palabras; y la representante de la belleza humana comprendió al punto cuanto le decía el perfumado suspiro de sus hermanas, representantes de la belleza vegetal.

     ¿Cómo no habían de estrechar relaciones estos dos tipos de lo bello?

     De entonces comenzaron a verse adornados los cabellos de las pensativas jóvenes con flores queridas, muchas veces enviadas por manos todavía mas queridas, para decir lo que sintiera el corazón: por siempre fueron inseparables las dos bellezas, como dos órdenes de seres que por intuición se entienden y armonizan, asemejándose en naturaleza y en destino. Desunirlas sería romper bárbaramente una misteriosa cadena de simpatías.

     No seremos nosotros reos de tal crimen, por lo que al publicar El lenguaje de las flores, necesariamente debemos poner nuestra obra bajo la protección de sus legítimas guardadoras, dedicándolo a las hermosas españolas.

Contenido          Las mujeres y las flores


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