Mi querido niño, nunca supe que decirte, solo una
sonrisa; eras tan frágil como un jazmín a meced del viento, tu mirada a veces triste me impresionaba y me dolía el alma.
Ayer estábamos solos
tu y yo, fueron momentos mágicos, nuestras miradas se cruzaron y vi tus bellos ojos, ¿color?,
¡Qué mas da!... porque son bellos y tu mirada me pareció serena y llena de vida y sentí complacencia y un gran respeto hacia ti porque a pesar de tu fragilidad eres fuerte y yo añadiría "un superviviente" que ha sufrido el dolor en su corta
vida...
De nuevo te miré y no supe que decirte,
(te hubiera dicho tantas cosas), mi atención derivó a los productos de la tienda de tu
abuela...
De repente
noté tus manitas en mi espalda que abrazaban mi cintura, mire tu carita y no pude por menos que
cogerte y apretarte contra mi pecho y besarte, una y otra vez y sentí que te
perdías en mis
brazos.
Eres tan pequeño, me abrazaste fuerte y fueron momentos que nunca olvidaré. Sentí acelerarse mi corazón, pero a duras penas pude controlar mis lágrimas, porque no lo hubieras entendido.
No hay nada tan valioso como la sonrisa de un niño, tan tierno como su afecto ni tan puro como su cariño.
Ayer Alejandro, pusiste un rayo de luz en mi vida, sembraste una flor en mi corazón y llenaste mi alma con la melodía de los sentimientos y tus besos me dieron un soplo de vida.
GRACIAS POR TU EXISTENCIA
Celia
García
García
©
16 de julio de 2003
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