Pagina Principal
Indice de temas
Tema anterior
Tema siguiente

¿Y tu Papá?

Los conocí porque vivían en un cuarto interior de la casa contigua a la nuestra.

El niño tendría 10 años y la niña 12. Por su aspecto se comprendía que la familia era de escasos recursos.

En alguna ocasión platicamos: iban a la escuela, la niña en cuarto año y el niño en segundo, porque había reprobado.

Les pregunté:

- ¿Van al catecismo?

Me miraron extrañados. Repetí: ¿no asisten a la doctrina a la parroquia?

No sabían de qué les estaba hablando. Les expliqué y decidí hablar con la mamá. No pude hacerlo, por- que salía muy temprano a trabajar y regresaba hasta la noche. Hablé con la abuela, que era quien se quedaba a cargo de los niños que eran cuatro, otros dos menores que mis amigos.

Si les dio permiso y fui por ellos un sábado y los recomendé con la catequista; después supe que no habían vuelto.

Nueva tentativa, conseguí que la abuela admitiera que la niña asistiera a un curso intensivo de preparación a la Primera Comunión y pudo hacerla.

Pero, ¿y el niño? El no podía, porque en las mañanas acompañaba a la abuela que iba a lavar a algunas casas ~ él tenía que cargar a la más chica y luego entretener a las 2 hermanas mientras la señora lavaba; cuando regresaban a la casa, él se iba a la escuela. ¿Qué hacer?, Insistí y lo conseguí; el niño iría todas las mañanas una hora a la catequesis y después iría con la abuela.

Pero, ¿ cuál fue el resultado? No asistía a la clase y la hora se la pasaba vagando en la calle. Fracaso completo.

Pasó el tiempo y un día encontré a la abuela que barría la calle pero estaba llorando. Me contó: ya no aguantaba al muchacho que ya para entonces tendría 12 años: era desobediente, grosero, flojo, una calamidad. Esa mañana había mandado a la abuela al infierno y ella pensaba que se iría cuando Dios la mandara pero no cuando el nieto quisiera. Por supuesto, ella se había enojado y se había encerrado con él en el cuarto y le había dado duro con la tranca.

Me dio pena con la abuela, pero también con el niño.

Se me ocurrió una idea y se la expuse a la mama:

Que me lo prestara, él me podía ayudar en algo y yo le pagaría por ello, pero a la vez me haría cargo de él y trataría de ayudarlo en su formación. Aceptó y el chico se vino a vivir con nosotros.
La tarea no fue fácil; le hice comprender que tenía plena confianza en él, lo trataba con cariño y con respeto, pero le hacía sentir que él tenía la responsabilidad de sus propios actos. Naturalmente lo volví a llevar con la señorita catequista.

Poco a poco fue realizando pequeñas tareas en la casa, en las tardes asistía a la escuela. La mamá recogía puntualmente su dinero.

Pasaron algunos meses y un día recibí recado de la señorita catequista: nos iba a decir qué niños harían la primera comunión, fui con temor. Leyó la lista y al llegar a su nombre me dijo: "ahora sí la puede hacer", está preparado y tiene interés y deseo de comulgar, pero además quiero decirle que se ha operado un cambio en él, es otro niño. Señora, lo que le faltaba era saber que alguien se interesaba en él. La felicito por lo que ha logrado.

Me sentí conmovida,

Hablé con él respecto al gran acontecimiento que se acercaba. Lo acompañaría su mamá, la abuelita, las hermanas y... me atreví a preguntar:

- ¿Y tu papá?

No me contestó luego, pero sus ojos se humedecieron. Después me explicó:

- Sabe usted, mi papá nos abandonó, dejó a mi mamá, fue por eso que nos venimos a vivir con mi abuelita.

- ¿No podríamos invitarlo? - le pregunté.

- No, señora, ni siquiera sé donde está, él se queen el pueblo pero ahora no sé si todavía esté allí.

- ¿Y ustedes quieren a su papá?

- Yo si, mi hermana la grande no, porque dejó a mi mamá y mis hermanitas ya no se acuerdan de él.

- Lo siento, me hubiera gustado que te acompañara.

- A. mí también, señora.

Eso explicaba muchas cosas. El trabajo de la madre para proveer el gasto de la familia la hacía permanecer todo el día fuera del hogar, la abuela también trabajaba para completar el gasto; las dos preocupadas por cubrir las más urgentes necesidades materiales de los niños, por lo mismo, con grandes dificultades para atender los demás aspectos de su educación y formación.

La madre, amargada como es natural, ya que se siente rechazada y la abuela, cansada, ¿pueden brindar un hogar favorable al desarrollo de esos niños?

Esta es la narración de un hecho, un fragmento en la historia de un niño, pero cuántos habrá en las mismas condiciones que también nos dirían lo mismo: Mi papá nos dejó. La ausencia del padre en el hogar, y sus consecuencias. No hay justicia en ello.

Claro está que las causas pueden variar y la culpa puede ser del esposo o de la esposa o de ambos, pero el resultado es que se rompe un compromiso adquirido por ellos ante Dios y ante la sociedad, y la pareja no cumule una tarea que debe ser estable.

Ser padres no es sólo engendrar a los hijos, sino además proporcionarles todo aquello que necesitan y esperan de ellos y a lo que tienen derecho.

Desintegración familiar, grave problema de nuestra realidad nacional.

Nosotras, mujeres católicas mexicanas, ¿qué podemos hacer?

Quizá pensemos que nada o muy poco. Pero vale la pena intentar ese poco.

Tenemos el Magisterio de la Iglesia, expuesto principalmente para nosotros en el Mensaje del Episcopado al pueblo de México sobre paternidad responsable.

Y el Episcopado nos pide:

"Eficaz difusión de este mensaje al pueblo de Dios":

"Invitamos a todos los que se interesen por cooperar en la solución de este gran problema nacional, que organicen conferencias, cursos y círculos de estudio, tanto para dar a conocer la doctrina de la Iglesia sobre PATERNIDAD RESPONSABLE como para reflexionar en los problemas humanos de México

Podemos hacer que estas orientaciones lleguen al pueblo en forma sencilla pero eficaz, para que puedan ser comprendidas, aceptadas y vividas.

¿Cuál será nuestro compromiso?

¿Qué vamos a hacer?

¿Dónde?

¿Cuándo?

¿Con quién?

Pagina Principal Indice de temas Tema anterior Tema siguiente
Hosted by www.Geocities.ws

1