"Os doy un mandamiento nuevo; Que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros..,"

(Jn. 13-34).

"Los suyos no lo recibieron". El odio, la injusticia, siguen albergando en el corazón del hombre.

Un Dios hecho hombre muere en una cruz en un exceso de amor, y con su muerte y muerte de cruz entrega a los hombres su vida, su verdad y su amor, Porque Dios es amor y es vida.

Tanto quiso Dios al Hombre que le entregó a su propio Hijo:

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amé y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados". (S. Juan 4, 7-12). Dios no pudo soportar que permaneciéramos en la muerte por el pecado, por eso intenta salvarnos sin mermar nuestra libertad; esa libertad que nosotros hacemos instrumento de muerte, Dios se esfuerza en convertirla en instrumento de vida, para que no sea ya la muerte quien triunfe, sino la vida. Esta es la historia de la salvación: un inmenso esfuerzo de Dios que culmina en Jesucristo. El Hijo de Dios se hace hombre para ponerse a la cabeza del retorno de los hombres a Dios.

Libremente nos apartamos de Dios y nos entregamos a la muerte por el pecado; de la misma manera haciendo uso de nuestra libertad debemos retornar a Él, que es fuente de vida. De Dios parte la iniciativa de esta reconciliación; sin embargo la salvación debe brotar de la misma humanidad, cuando el hombre por medio de un acto libre de su voluntad, un acto de fe, vuelva a Dios.

Que nuestra sociedad sea una comunión de corazones y espíritus, una comunidad, un inmenso cuerpo del que Tú eres la cabeza y en el que todos se complementan y están al servicio de los demás, que se fundamenten en el amor y por tanto en la libertad. Para ser libres es necesario romper las cadenas que nos atan a nuestras pasiones y egoísmos y hacer todo lo contrario, dar y darnos a nosotros; eso es amor y eso si nos hace libres de verdad.

Tener fe, es un acto de amor que trasciende y nos entrega a Dios. La fe es la donación de sí mismo; por nuestra fe nos adherirnos a Ti y Tú nos haces participes de Tu resurrección.

"El que cree en mi aunque haya muerto vivirá".

Jesús es el hombre nuevo, el primero que sabe amar.

Sólo el amor podía triunfar del pecado y de la muerte y devolver al hombre la vida.

Y nosotras, las mujeres: ¿ qué hemos hecho para merecer el privilegio de ser por nuestra naturaleza las depositarias de la vida a través de nuestra maternidad, que nos hace copartícipes en la obra creadora del Padre?

¿Acaso no son nuestros hijos el fruto del amor?

El día de nuestro matrimonio juramos cumplir ese mandamiento:

"Vivid en el amor, igual que Cristo nos ha amado y se ha entregado por nosotros".

Porque Tú, Señor, y nosotras las mujeres sabemos que el corazón de los hombres sólo se conquista por amor.

Allí, donde Tú quieres que estemos: dentro de la familia, como esposas, madres, hijas o hermanas; en la escuela, en la oficina, en la fábrica, en el campo, debemos reconciliar a los hombres con la vida, velar por el porvenir de nuestra especie y detener la mano del hombre cuando intente destruir la civilización humana, por la técnica al servicio de la muerte.

En la hora presente, en que el mundo entero proclame nuestra innata igualdad con el hombre y adquirimos una personalidad jamás alcanzada, debemos cumplir nuestra vocación a la vida, al amor, a la justicia, al desarrollo de todas las mujeres marginadas y a la paz mundial.

Reflexiones:

1.-¿Vives la verdad de que Dios te ama?

2.-¿Estás consciente de que Jesucristo murió por ti en la cruz?

3.-¿ Cómo has correspondido a ese amor?

4.-¿ Cristo está en tus hermanos? ¿Vives esta verdad?

5.- ¿Cómo la expresas? En familia. En el trabajo. Con tus amistades.

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