"Los Ultimos Tres Zares"

 
Alejandro II de Rusia: Dulce y Azarosa Vida
por Pablo Sodor

Foto de Ekaterina Dolgorukaya

Se desprende de las cartas, qua la joven Ekaterina era una muchacha intelectualmente preparada y leía literatura erótica francesa como la del Marques de Sade y quizás al prohibido  Flaubert y su Madame Bovary.
Pudieron estar legalmente casados solo ocho meses y aunque su matrimonio era morganático, estaba dentro de los planes de Alejandro II, convertir a la princesa Ekaterina en su emperatriz.
Pero el destino les jugo una mala pasada y esto no pudo concretarse. En el mismo año de la muerte de Dostoievski, el Zar es asesinado por la organización clandestina Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo), quien hace explotar una bomba debajo de su carroza real.
El Atentado
El 1 de marzo de 1881, la nieve cubría las calles de San Petersburgo. A las dos y cuarto de la tarde, tras haber tomado el té en casa de su primo, el zar Alejandro II, montó en su carruaje de regreso a casa. Ese día la policía secreta había avisado de que podía producirse un atentado contra el zar, por lo tanto, el carruaje imperial cambió su rumbo y enfiló por el solitario Canal.
Excepto un joven (el activista político Ignacio Grinenviski o Grinevitski) nadie caminaba por allí. Al pasar el carruaje cerca de él, se echó a correr, no sin antes echar una caja hacia el carruaje imperial. El eco de una poderosa explosión resonó por todo San Petersburgo. En medio de la sangre, de los cuerpos sin vida, de los gritos humanos y las quejas de los caballos moribundos, el zar salió ileso del carruaje: en su confusión, el joven había arrojado un fragmento de segundo demasiado tarde la bomba oculta en la caja de bombones. El zar contempló su entorno escuchando distraídamente los alarmados avisos de los pocos guardias que quedaron vivos tras el atentado, quienes le aconsejaban que se alejara deprisa de aquel lugar. Sin embargo, el zar desoyó sus advertencias. Como hechizado se dirigió hacia su asesino, que yacía herido en la calle. Mientras tanto, otro terrorista se precipitó hacia el dantesco escenario y acabó lo que su colega había errado. Este atentado era el séptimo que se cometía contra la vida de Alejandro II.
Las Cartas
Como los amantes se escribían casi todos los días y la relación duró más de 14 años, se estima que existen mas de 5000 cartas intercambiadas entre el Zar Alejandro II y su amada Ekaterina Dolgorukian. La mayoría (4500) fueron compradas en una subasta por la familia Rothschild en los años '70, pero terminaron en el Archivo Estatal de Rusia, a cambio del archivo familiar de los Rothschild, que los rusos se habían llevado a Moscú luego de la II Guerra Mundial.
Las cartas se cuentan hasta hoy entre los “documentos muy secretos”. En Rusia se estima que las alegrías del amor “dañan la imagen” del Zar Alejandro II, uno de los grandes reformadores en la historia de Rusia.
Pero no todas están en poder del Estado Ruso. Alguna que otra vez, aparecen en famosas casas de remates, mas cartas de ellos. A principios de los años 2000, se subastaron en Alemania cartas de Alejandro a partir de e 13.000 y de Ekaterina (mas picantes) con un piso de e 19.000.
Un trueque de alto precio
Los Rothschild habrían pagado por aquella colección de 4500 cartas de Alejandro y Ekaterina, la suma de u$s 250.000, y si no pusieron mas dinero en el trueque con los rusos (cosa que dudo) ese fue el dinero que les costo recuperar sus secretos familiares.
Para cualquier simple mortal ese dinero es mucho, pero no lo es para los Rothschilds, una dinastía de banqueros de origen judeo-alemàn que han ejercido gran influencia en lo económico y político en la Europa del siglo XIX y XX. A tal punto fue su poder, que Inglaterra les condecoró con el titulo de "nobles".
Según algunos biógrafos revisionistas, esta familia comenzó a ganar dinero con el crédito a las casas reales; aunque la gran fortuna la hicieron con otros negocios, como el comercio a gran escala (bienes de lujo, suministros militares), el contrabando, la especulación monetaria, el giro internacional y el descuento de letras.
La curiosidad me lleva a preguntar ¿qué escondían esos archivos secretos que los rusos tenían de ellos?
¿Por qué lo matan?
¿Por qué precisamente el zar que introdujo en la vida rusa tantas reformas que beneficiaron al pueblo, se convirtió en el foco de los terroristas?, es una pregunta que se hace Radzinsky en su libro sobre el Zar y del que tomo algunas conclusiones. El concepto de glásnost, transparencia, con el que se familiarizó el mundo entero durante la era de Mijaíl Gorbachov, se había introducido en Rusia en la época de Alejandro II. Sus reformas —la liberación de 23 millones de siervos, la reforma del sistema de jurisprudencia y del ejército, el acercamiento al liberalismo occidental— tenían rasgos similares a los de la perestroika, de  Gorbachov. Según el libro de Radzinsky, tanto Alejandro II como Gorbachov no supieron entender una verdad esencial: introducir reformas en Rusia es peligroso.

Alejandro II, el más grande de todos los zares, el emperador que más cerca estuvo de implantar un régimen democrático, tuvo que admitir otra amarga verdad: su Rusia, una Rusia reformada y europeizada, se convirtió en la cuna de los jóvenes radicales, de los terroristas cuya sangrienta dimensión fue masiva y por tanto incomparable con cualquier intento parecido en la Europa de entonces. Las bombas de los terroristas estallaron a lo largo y ancho de Rusia. Guardias imperiales y oficiales zaristas morían a docenas víctimas del terrorismo. Alejandro II sobrevivió a seis atentados. Ese terrorismo naciente dinamitó varios trenes llenos de pasajeros, en los que debía viajar la familia imperial, y hasta hizo estallar la parte central del Palacio de Invierno. Durante años el zar veía en su entorno, incluso en su propia casa, muertos y heridos bañados en sangre. Por primera vez el destino de Rusia no se decidía únicamente en las suntuosas salas de los palacios imperiales, sino también en las buhardillas de los terroristas.
Perfil de los asesinos.
Los terroristas rusos provenían de las clases acomodadas, como los principales impulsores de la Revolución Francesa. En su época de estudiantes en el Occidente europeo la mayoría de ellos no dejaron de visitar a Karl Marx en su casa en el centro de Londres. Fue allí donde recibieron sus primeras lecciones sobre la necesidad de cambiar el mundo: "La violencia es la comadrona de la Historia", los adoctrinó Marx. En casa del filósofo alemán esos estudiantes rusos se encontraron con su compatriota Bakunin que desplegaba ante Marx y sus discípulos su visión del Apocalipsis que se avecinaba: "Poner en marcha la fuerza destructiva es el único objetivo digno de un hombre racional", explicaba Bakunin a sus oyentes.
En Ginebra los estudiantes rusos visitaron a otro revolucionario. "Nuestra tarea es la destrucción, terrible, total, universal e implacable", no se cansaba de proclamar Nechayev, el padre del terrorismo ruso, al que Dostoievski retrató en su novela Los demonios. "El revolucionario", afirmaba Nechayev, "es un hombre predestinado a la perdición. No tiene intereses, ni trabajo, ni sentimientos, ni relaciones, ni propiedades, ni siquiera un nombre. Una única y exclusiva idea, un interés único, una única pasión lo consume todo: la revolución. Puñal, veneno, dogal: la Revolución lo sacraliza todo". Al preguntarle contra quién dirigiría su idea de regicidio contestó que contra todos los miembros de la familia del zar. Más tarde, Lenin se mostró partidario de esta idea de Nechayev y, como sabemos, la puso en marcha con éxito.
 

Bibliografìa de apoyo:
Alexander II - (Edvard Radzinsky)
Policía, política y terrorismo de estado en Rusia. (Documentos recopilados por V.I. Kochanov, N.N. Parfyonova, M.V. Sidorova, Ye. I. Sherbakova. Moscú)
Die Welt, investigacion de Jens Hartmann

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