Basilio II, el autócrata.

El niño Basilio II fue criado como un inútil dentro de la corte, disfrutando de una vida agradable y fácil que asegurara a los sucesivos mayordomos de palacio su supremacía y el gobierno del estado bizantino.

La tutela de su tío abuelo, el eunuco Basilio, lo hizo un emperador a la sombra del gran poderoso; la actitud de su hermano, Constantino VIII, que se contentaba con su vida superflua y llena de lujos, era la que también se esperaba de él.

A pesar de todo, Basilio II estaba echo de otra madera, y nadie se dio cuenta hasta que sorprendió a su tío y lo desterró, confiscándole todos sus bienes.

Luego, las traiciones de sus generales, las sublevaciones, los enemigos irreconciliables, hicieron que poco a poco se apartara de todos y cada uno de los que lo rodeaban, haciéndose más difícil de encontrar, prefiriendo estar solo, decidir solo, mandar solo, como un verdadero y auténtico autócrata.

No se casó hasta ese momento y ya habría decidido no hacerlo nunca, no tenía hombres de confianza y su comportamiento era muy raro en la corte bizantina, donde todos se querían destacar en el arte de la retórica, o por su conocimiento del arte y de las ciencias; el emperador casi no hablaba con nadie (no más de lo necesario) y no discutía los asuntos de estado, no intentaba convencer a nadie de lo que había decidido, solamente lo ponía en práctica.

Su razón de existir era el estado bizantino, su subsistencia y progreso, y la derrota de sus enemigos.

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