EL MATRIMONIO Y EL DIVORCIO EN LA BIBLIA

Moisés exigió que el marido le diese un libelo de repudio a la mujer abandonada (Dt. 24, 1-4). De ese modo, limitaba los derechos hasta entonces indiscutibles del hombre. Hasta entonces, él podia abandonar a su mujer y después, si ella trataba con otro, pedirle cuentas delante del tribunal. El repudio, en lo que se refiere al pueblo de Israel, solamente estaba en las manos del marido, de forma diferente a lo que prescribía el Derecho Romano.

En el libro de los Proberbios (5, 15-20) se alaba la permanencia en el primer amor, y la fidelidad a la propia mujer, una alabanza que llega a la cumbre en la "mujer de su marido", que presenta el mismo libro (31, 10 y ss). Algo semejante dice Malaquías 2, 14-16, texto que se muestra contrario al divorcio. Dios se presenta aquí, lo mismo que en otros lugares, como "la esposa del pueblo de Israel". Se dice nítidamente que Dios odia el repudio, y, aunque el pueblo Le es infiel. Él no lo abandona. Otro tanto deberían hacer los hombres.

Algunos rabinos, apoyándose en el antedicho texto de Malaquías, acostumbran a alabar la permanencia en el primer amor. Así, Rabbí Johanán dice que resulta odioso a Dios el que despide a su propia mujer, y Rabbí Eleazar ben Pedat, repitiendo casi la letra de las palabrfas de Malaquías, dice que el altar llora cada vez que un hombre se divorcia de su mujer.

En el mundo de la Biblia no siempre era posible el divorcio. En el caso de que un desposado difamara públicamente a la novia acusándola de deshonesta y se comprobase que no lo era, o cuando se habían casado por haber violado el hombre a la mujer, entonces el hombre tenía que acoger a la mujer durante toda la vida.

Jesús consideró las disposiciones de Moisés como un intento de legislar para un pueblo que se había dejado ir, llegando a una situación en la que el hombre hacía lo que quería, en detrimento de la mujer. Sin embargo, Jesús dice que en el comienzo no había sido de esa manera, sino que Dios los hizo hombre y mujer, para que formasen una sola carne. Por consiguiente, no se debe separar lo que Dios unió. La postura de Jesús sobre el divorcio aparece clara en sus palabras: "El que repudia a la mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera" (Mc. 10, 11) Así, quien vive con otra mujer que no es la suya, adultera de forma continuada. Algo semejante le decía Juan el Bautista a Herodes Antipas, por vivir con Herodías, la mujer de su medio hermano Herodes Filipo.

San Mateo le aplica a su tiempo la doctrina de Jesús y dice que adultera quien se casa con otra mujer distinta a la suya, excepto si hay porneia. Este caso en el que se permite dejar a la propia mujer es la de aquellos llegados del paganismo al cristianismo que, por estar casados con un consanguíneo, lo debían dejar, pues eso era una impureza, a la luz de lo establecido en el libro del Levítico (cc. 18 y 20). Por consiguiente, no es que contrajesen nuevo matrimonio, pues el anterior no era reconocido como tal en el cristianismo.

San Pablo le dice a los corintios que es mandato expreso de Jesús permanecer en el matrimonio, y en el caso de separación, no volver a casarse (1 Cor 7, 10-11).

La doctrina del matrimonio y del divorcio no es uniforme a lo largo de la Biblia, pero de ordinario se considera ideal el primer amor. Jesús va más allá, hasta decir que dejar el primer amor y casarse con otra persona es un adulterio contra el cónyuge verdadero, aquel al que había jurado fidelidad para toda la vida.






LA BELLEZA VERDADERA

Resulta patético comprobar la degeneración del concepto de pareja. Me vino ese pensamiento a la cabeza con una joven muchacha que tocaba el violín debajo de un soportal . Vestia un viejo traje apolillado y su barriga delataba un avanzado estado de embarazo. Me quedé un momento mirandola. Parecía que llevase su historia escrita en la cara: unas noches de baile, algunos tragos cargados de alcohol y la subsiguiente escena pecaminosa contra el sexto mandamiento.

Era una chica muy joven, no debía llegar a los veinte años. Su aspecto era saludable, irradiaba belleza física, aunque aquella barriga parecía indicar lo contrario sobre el lustre de su moral. Y es que si el físico importa, la auténtica belleza va por dentro. Ejemplificar esto último es muy fácil. Basta con encender la TV y comprobar las formas esculturales de muchas modelos, actrices, famosas y famosos que esta sociedad hedonista pone como ejemplos de éxito. A continuación, si estudiamos sus curricula, nos encontramos con el lado oscuro: adulterios, matrimonios de conveniencia, fornicaciones amañadas con fines sensacionalistas y la prostitución más descarada.

Esta gente me recuerda a esas muñecas que suelen encontrarse en los vertederos: una vez lavadas recuperan el candor infantil que tanto recuerda a los niños, pero por mucho que se friegue, siguen conservando ese olor hediondo a podredumbre y deyección. La causa de todo esto? La causa son los valores que priman en nuestra sociedad: el hedonismo, el consumismo y la hipocresía. La moral, la integridad y la respetabilidad se cotizan bajo. Resulta más atractiva una fornicación con la supermodelo de moda que la fidelidad matrimonial. Llegar virgen al matrimonio se cotiza a la baja, incluso se considera una conducta anómala, más propia de descerebrados con necesidad de ayuda psiquiátrica. Si, a causa de todo esto, se propaga el sida, las enfermedades venéreas, los divorcios masivos y los embarazos a destiempo, basta con ignorarlos.

Todo esto no se publica en las revistas ni sale en los programas de la TV. Ser es ser publicado. Y como es publicado solo lo que vende, las miserias humanas no existen. Si de vez en cuando aparece en la televisión S. S. el Papa llamando a la mesura, y recordando las nefastas consecuencias de la inmoralidad, nos sentimos incordiados. Entonces basta con cambiar de canal y entretenerse con una película pornográfica. La vida es corta y hay que vivirla feliz. Ah, eso si, para tranquilizar nuestras conciencias, de vez en cuando echamos una monedita pringosa en el sombrero de esa pobre chica que toca el violín bajo el soportal.






Mandamientos para NO educar a un hijo


1. Dele al niño todo lo que desea desde pequeño. De esa manera, crecera creyendo que el mundo le debe la vida.

2. Cuando diga malas palabras, ríase y eso le hará pensar que es gracioso. Ademas, eso le alentará a aprender otras frases que lo sorprenderan más adelante.

3. No le dé ningún tipo de formacion espiritual: espere a que cumpla 21 años y que pueda decidir por sí mismo.

4. Evite usar la palabra equivocado, porque puede crearle complejo de culpa. Más tarde, cuando tenga problemas por robar, creerá que la sociedad está en contra de él y que lo persigue.

5. Recoja todo lo que deje desordenado (libros, zapatos ropa, etc..) A fin de que sepa cargar la responsabilidad en los demas.

6. Permítale leer cualquier tipo de publicación. Cerciónese de que los vasos y cubiertos estén esterilizados, pero deje que su mente se alimente de basura.

7. Discuta con frecuencia delante de su hijo. De esta manera, no se sentirá tan sorprendido cuando su hogar se disuelva más adelante.

8. Dele a su hijo todo el dinero que quiera. No deje que se lo gane. Porqué las cosas tienen que ser para él como son para usted?

9. Satisfaga sus más mínimos deseos de comida, bebida y comodidades. Cuide de que todos sus deseos sensoriales sean satisfechos. La negación puede acabar en frustraciones.

10. Defiéndalo de los maestros, los vecinos y la policia. todos ellos están en contra de su hijo.

11. Cuando se vea envuelto en problemas serios, disculpese diciendo: nunca pude con él.

12. Preparese para una vida llena de pesares, es muy probable que los tenga.





LA PLAGA DEL DIVORCIO

Nadie ha estudiado las consecuencias del divorcio con tanta constancia como Judith S. Wallerstein. Desde 1971, ha seguido de cerca a miles de niños y adolescentes, una vasta progenie de parejas divorciadas en California, y ningún prejuicio religioso se ha entrometido en su observación científica de los efectos en la conducta y en el desarrollo de la personalidad.

En sus primeros estudios, el divorcio aparecía como un azote emocional en la niñez que agrava la crisis de la adolescencia, pero Wallerstein nunca puso en duda su legitimidad. Pensaba que sus efectos, aunque dolorosos, eran transitorios. Los desparejados pronto encuentran pareja, y los hijos, gracias al vapuleo emocional de sus padres, entienden que la vida no es fácil. Por otra parte, la mancha social del divorcio pronto desapareció, pues cuanto más divorcios, más aceptado se hizo, hasta dejar de registrarlo como conflicto social.

[...]

Judith Wallerstein se había dado por satisfecha con su investigación sobre los efectos del divorcio en los hijos. Pero, he aquí que pasan los años y muchos de esos niños y adolescentes, ahora adultos entre los 25 y 40 años, la reclaman para volver a hablar de lo que hablaron con ella durante el divorcio de los padres.

[...]

Wallerstein ahora habla de los mitos sobre los que se fundó la práctica del divorcio y que ella misma aceptó en su estudio original.

Mitos como éste: "Nos divorciamos para que nuestros hijos no sufran, porque somos muy infelices, nos estamos matando y, si continuamos así juntos, vamos a matarles también".

O este otro: "El divorcio es una crisis pasajera que inflige sus efectos más dañinos en el momento de la separación y luego desaparece". Sé de jueces que han expresado su disgusto visceral ante el egoísmo exacerbado de parejas que piden el divorcio, pero también hay autoengaño.

Muchas parejas (y con ellas psicólogos, jueces, abogados, etc.) defienden el divorcio porque piensan que los niños serán más felices si sus padres son más felices, y como los padres serán más felices divorciados, el divorcio favorece a los hijos.

Wallerstein dice ahora que un niño prefiere que sus padres estén bajo el mismo techo, aunque no hagan sino pelear entre ellos. La misma posibilidad de la separación llena al niño o al adolescente de confusión y miseria emocional. La razón es que los hijos no se identifican sólo con su madre o con su padre como individuos aparte, sino que se identifican con la relación que tienen entre sí como pareja los padres.

[...] Wallerstein dice que jamás ha oído a ninguno de estos hijos del divorcio defender una filosofía cínica sobre el amor y el matrimonio. Todos desean uniones firmes, duraderas, hasta la muerte; la práctica, como muestra el libro, es otra. Parece que hubiera caído sobre ellos una maldición, pues muchos sufren el divorcio de los padres como si estuvieran ellos mismos divorciados y desgarrados por dentro. [...] La institución del matrimonio y su indisolubilidad protegen tanto a la pareja como a los hijos de los mitos y modas de soluciones irracionales en momentos de crisis. Las tragedias del matrimonio son, como todas las tragedias, una limitación y debilidad humana, fomentadas a menudo por el egoísmo, el autoengaño y, a veces, la estupidez, como en el caso de un juez importante que Wallerstein menciona en su libro y que le preguntó si el divorcio era algo que "ya venía determinado en los genes". A mí me parece que tiene que ver más con el mal genio. [... ] A los discípulos de Jesús no les gustó la idea de la indisolubilidad matrimonial ni la manera casi brutal en la que su Maestro condenó el divorcio, pero una investigación científica como la de Wallerstein muestra con claridad el por qué de su predicación inequívoca sobre el amor humano estable e indisoluble. En la nueva cultura del divorcio nadie se casaría si no pudiera divorciarse con la misma facilidad.

Álvaro de Silva, en www.alfayomega.es

"Quieren rehacer su vida y no se dan cuenta de que deshacen la de sus hijos."

Don Aquilino Polaino, doctor psiquiatra y catedrático de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, pronunciaba estas palabras, en su ponencia sobre el divorcio y sus consecuencias, ante una atenta audiencia.

El divorcio se cuela entre las rendijas de la vida, es raro quien no conozca casos terribles de familias destrozadas. Muchas veces es inevitable, pero el doctor don Aquilino Polaino ofreció, ante la absorta mirada del público, una teoría para la prevención del divorcio.

Está comprobado que los niños sufren más con el divorcio de sus padres que con la muerte de uno de ellos -decía el doctor-.

Normalmente, el divorcio de los padres provoca en los hijos crisis de ansiedad, que en un adulto supondría por lo menos pedir una baja laboral, pérdida de la seguridad en sí mismos, lo que afecta a su proceso de maduración, o trastornos de personalidad, que son difíciles de curar con psicofármacos, y en ocasiones incluso no tienen cura. Por eso digo que el divorcio engendra más divorcio.

Todo esto trae consecuencias para los niños, como un bajísimo rendimiento escolar, un trastorno comparable en un adulto a la pérdida de su trabajo, para que se puedan hacer una idea. (…)

Hay tres causas fundamentales por las cuales las parejas se divorcian: la infidelidad conyugal, contraer matrimonio antes de los 18 años para escapar de la tutela de los padres, y, por último, proceder de padres divorciados. (…)

Prevenir el divorcio es algo que comienza con el casamiento. Es muy importante el primer año de vida conyugal. En este sentido, es importante que marido y mujer se profesen admiración mutua. El hombre debe apoyar a su mujer. Tener detalles con ella, mostrarse cariñoso, permanecer a su lado ante las situaciones más difíciles. Por su parte, el hombre tiene, acompañando a su fortaleza física, una gran debilidad psicológica que puede verse suplantada por la admiración que le profese su mujer.

El divorcio y sus efectos en los niños

Recientes trabajos confirman los efectos adversos del divorcio en los niños. Un estudio hecho público este mes (marzo 2001) por un centro privado de Estados Unidos, el National Bureau of Economic Research (NBER), examina la situación de los niños que crecen en Estados donde es más fácil conseguir el divorcio En Is Making Divorce Easier Bad for Children? The Long Run Implications of Unilateral Divorce, Jonathan Gruber observa que, en la mayoría de los Estados norteamericanos, ahora se permite el divorcio de forma unilateral: uno de los cónyuges puede obtener el divorcio sin el consentimiento del otro, basándose únicamente en la "incompatibilidad matrimonial".

En el pasado las leyes estipulaban el divorcio sólo en casos determinados, tales como la infidelidad y el maltrato físico, y cuando había mutuo acuerdo. Estas leyes antiguas, a menudo, eran vistas como una carga financiera y emocional para las parejas en proceso de divorcio, lo que condujo a la introducción del divorcio sin culpa a finales de los años 60 y principio de los 70.

La Fundación de investigación NBER indica que las normativas de divorcio unilateral han incrementado significativamente el índice de adultos en proceso de divorcio, en un 11,6%, y de niños que viven con un padre divorciado.

De hecho, entre los niños, la probabilidad de vivir con una madre divorciada es un 14,5% mayor que con las leyes anteriores, y un 11,1% mayor la de vivir con el padre divorciado.

Gruber calculó el impacto de este divorcio más fácil sobre el bienestar de los niños. Comparó las circunstancias de los adultos en el caso de niños de Estados donde el divorcio unilateral era posible, respecto a niños que vivían en Estados donde éste no estaba permitido. Descubrió que la situación de los niños que vivían allí donde es posible el divorcio sin culpa era peor por varios motivos.

Tienen una educación inferior, con un especial aumento de la probabilidad de abandonar los estudios primarios o secundarios. Asimismo viven en familias con bajos ingresos.

Los efectos sobre el matrimonio son especialmente interesantes. Los chicos que viven en Estados donde el divorcio es más fácil es más probable que se casen antes, pero estos matrimonios prematuros terminan con mayor frecuencia en separación. Gruber concluyó que hay dos factores principales del divorcio sin culpa que afectan a los niños: un aumento de la probabilidad de que un niño viva en una familia de divorciados, y un cambio en el poder de negociación de los dos esposos, incluso en parejas que no se rompen.

Liberado de la obligación de llegar a un acuerdo mutuo sobre si divorciarse o no, el progenitor que desea acabar con el matrimonio puede emprender acciones que son más beneficiosas para sí mismo y menos para el otro y para sus hijos.

El Washington Times, en un artículo publicado recientemente, indicaba que un millón de niños y jóvenes en Estados Unidos se convierten en hijos de divorciados cada año, según el Centro Nacional de Estadísticas de la Salud.

(Alfa y Omega, marzo 2001)

Divorcio: 20 años de fracaso en España, 1 millón de afectados

Aunque pueda resultar sorprendente, el divorcio ha fracasado, en España y fuera de España, como instrumento jurídico de resolver los conflictos conyugales.

En algunos países está se reaccionando; así, en California, junto al matrimonio normal, se ha introducido otra unión legal en la que los contrayentes se comprometen a hacer lo posible por no divorciarse.

Gran Bretaña aprobó, en 1996, una Marriage Act (con entrada en vigor en 1998), cuyo art. 1º alecciona a cuantos intervienen en los procesos familiares (jueces, abogados, cónyuges) con el deber legal de save the marriage . ¿Nos dice algo a los españoles este grito, casi desesperado, del legislador inglés: ¡Hay que salvar el matrimonio! ?

En muchos países la Administración de Justicia está desbordada por la creciente y elevada litigiosidad matrimonial. Los jueces se limitan a un examen somero de los escritos de modo que, en la práctica, se divorcia todo el que quiere.

La implantación de la mediación matrimonial trata de aligerar y facilitar la intervención judicial, aunque aquélla sea facultativa. Pero si obtener sentencia de divorcio es relativamente fácil, nadie está contento con el cumplimiento de sus efectos, especialmente en orden a las medidas sobre los hijos y, también, sobre los bienes.

Las asociaciones de padres divorciados acusan de feministas a los jueces de Familia; las ex-esposas se quejan, por su parte, de las pensiones impagadas. Hay males difícilmente remediables: la erosión institucional del matrimonio, pues lo fácilmente eludible se contrae más irresponsablemente; el relativo incremento de uniones de hecho puede apuntarse en este debe.

De otros males cabe intentar remedio: por ejemplo, la patria potestad compartida (introducida en Francia y otros países) puede convencer a los padres que siguen siéndolo después del divorcio.

La cláusula de dureza (vigente en Francia y Alemania), eliminada inexplicablemente en la discusión parlamentaria, permitiría evitar casos sangrantes que ofrece la realidad (dura lex, sed lex) .

Una inteligente mediación matrimonial podría evitar no pocos divorcios prematuros. Procesalmente habría que buscar remedio a la diversidad de los criterios vigentes de interpretación jurisprudencial (tantos como Audiencias Provinciales). ¿Una casación ante los Tribunales Superiores de Justicia?

El 7 de julio de 1981 el legislador español de familia inició un camino supuestamente progresista y moderno, en cuyo trayecto han quedado aparcadas no pocas víctimas inocentes, ante las cuales la sociedad se encoge de hombros cuál si de algo fatal e inexorable se tratara.

El vigésimo aniversario de la Ley San Fermín no resulta especialmente motivo de regocijo, aunque decirlo así resulte entre nosotros políticamente incorrecto.

Gabriel García Cantero Catedrático de Derecho Civil en la Universidad de Zaragoza (Alfa y Omega)

El pasado 7 de julio del 2001 se cumplían 20 años desde la aprobación de la ley orgánica 30/81 de Reforma del Cogido Civil, más conocida como Ley del divorcio. Desde aquel año, hasta nuestros días, el número de divorcios en España ha crecido espectacularmente. Y con ellos, el número de dramas familiares.

Con frecuencia, el dolor que provoca una ruptura en la familia es mucho mayor que una crisis que, pensando en el bien de los hijos, puede ser pasajera

En las teleseries para jóvenes, a los personajes les pasan 20 desgracias en su corta trayectoria de vida, entre las que están el divorcio de sus padres, el alcoholismo en algún miembro de su familia, problemas con las drogas, embarazos no deseados, cuernos por todas partes, sentimientos encontrados, competitividad, problemas económicos y, sobre todo, sentimentales. Para el guionista serán puntos de giro, o recursos profesionales para mantener la atención del espectador, pero para el espectador, y sobre todo para un chico joven, los personajes de una serie juvenil se convierten muchas veces en modelos a seguir.

Los efectos de un divorcio, por ejemplo, nunca son mostrados en la televisión en su totalidad, entre otras cosas, porque no debe de vender mucho un muchacho sumido en la más completa tristeza, rozando la depresión, con cambios de conducta, fracaso escolar y apatía general.

¿Conclusión? El divorcio no es lo que parece. Tan sólo quien ha pasado por tan dramática situación sabe que las series televisivas venden divorcios y dramas familiares ligth .

El divorcio, el de la vida real, aquella en la que no todos son guapos ni tienen buen tipo, es bastante más distinto. Y es hora de que se pongan todas las cartas boca arriba y sin miedo, encima de la mesa. El 7 de julio de 1981 se introducía en España la ley del divorcio. A partir de ese momento, el matrimonio ya no era, como hasta entonces y desde la Segunda República, indisoluble.

EL FALSO MEDIO MILLÓN DE PAREJAS

El entonces ministro de Justicia aseguraba que medio millón de parejas esperaban esa noticia como agua de mayo para formalizar su situación de divorciados, ya que en su matrimonio no había nada que hacer.

Sin embargo, esas 500.000 personas se convirtieron, en el primer año, en tan sólo 9.000. Debió de ser un pequeño error de cálculo.

Pero de eso hace hoy 20 años, y lo cierto es que el número de divorcios y de separaciones ha crecido de una forma espectacular. De 9.483 divorcios del año 81, a 27.224 en el año 91, y a 36.072 en el año 98. En total, hasta el año 1999, se han dictado por los tribunales civiles españoles un total de 637.712 sentencias de separación matrimonial, según datos del psicólogo experto en la materia Luis Riesgo, en su libro El divorcio, ¿solución o problema? (Editorial Edicep)

Y ya que el matrimonio no son sólo los dos cónyuges, se puede asegurar que más de 2 millones de personas se ven afectadas por el divorcio, entre hijos, padres, abuelos y demás familia, que sufre directamente el doloroso proceso de la separación.

Asistimos casi pasivamente a cifras duplicadas, y triplicadas, cada pocos años en torno al divorcio.

(Alfa y Omega, 19-7-2001)

COMO UN CÁNCER

El divorcio produce los efectos de una célula cancerosa: a medida que avanzan los años, comienza el contagio y la explosión.

Conscientes de que hay esa salida, los cónyuges no ponen los medios necesarios para superar las dificultades que se dan en su unión, y muchos matrimonios que, superadas las pasajeras dificultades, se hubieran salvado, llegan a la ruptura como consecuencia de la introducción del divorcio en las leyes .

No dejando nunca de lado la realidad de que cada caso es único, y de que no es fácil tomar decisiones, o incluso mantener la calma, cuando el ambiente familiar es lo más parecido a un infierno, sería importante informar a la sociedad de los efectos tan negativos que se derivan de la separación y del divorcio.

El divorcio se presenta a veces como única y terrible salida. Pero lo que no se debe consentir es que a la sociedad se le venda el divorcio como un suceso más dentro de la vida normal de una familia. [...] En los años 60, en Estados Unidos se recomendaba el divorcio como la solución ideal para matrimonios con dificultades.

Treinta años después, como informa en su libro Luis Riesgo, numerosas investigaciones ponen de relieve que eso no corresponde a la realidad; y el psicólogo Paul Pearsan propone que ha llegado la hora de cambiar el lema Si su matrimonio se ha roto, busque una nueva pareja , por el de Si su matrimonio se ha roto, arréglelo.



LAS CAUSAS

El divorcio no es fácil incluso para aquellos que se plantearon el matrimonio como un estado con fecha de caducidad. Sobre todo si se tienen hijos, tomar la decisión no es sencilla, y a nadie puede dejar indiferente.

Patricia Martínez de Urcelay, psicóloga y psicopedagoga, explica que, para comprender el proceso que nos ha llevado hasta este punto con respecto al divorcio, hay que entender que llevamos recorriendo una época de secularización que hace que el ser humano, que siempre se ha sentido ligado a valores trascendentes, hoy, en medio del postmodernismo, reniegue de todo eso.

Además -añade la profesora Martínez de Urcelay- un feminismo radical ha hecho mucho daño al matrimonio, porque veía al varón como enemigo de la mujer. El divorcio, en este sentido, se ve como una bandera de la independencia femenina, y para el hombre como una liberación de la familia.

En una sociedad hedonista, donde todo es placer y utilitarismo, el sacrificio no tiene cabida; por eso podemos decir que el divorcio es fruto de esta época.

El hombre moderno considera como valores supremos la libertad y la felicidad, entendidas falsamente al desvincularlas de la verdad.

El matrimonio, al ser una libre obligación para siempre, va en contra de esa libertad añorada por el hombre de hoy. Eso, junto al materialismo y el positivismo imperante, hace que el placer físico, el bienestar económico, o su bien personal se impongan ante un compromiso de por vida.

Otros aspectos van minando la relación matrimonial de muchas parejas. El trabajo, que obliga a muchos esposos a permanecer mucho tiempo fuera de sus casas, y a vivir separados, grandes espacios de tiempo, enfría el cariño que se profesan.

Hoy es muy normal que ambos cónyuges trabajen fuera de casa, y los horarios, las jornadas puedan no coincidir, con lo que no hacen conjuntamente vida de hogar. Es importante destacar la gran diferencia de divorcios entre las zonas rurales y las zonas obreras o de ciudad; son estas últimas las grandes perjudicadas dentro de la familia. [Alfa y Omega, 19-VII-2001]

Cuando en Italia se debatía la entrada en vigor de la desafortunada Ley Fortuna, se llegó a decir que dos millones y medio de parejas esperaban ansiosas la promulgación de la ley del divorcio. 25 años después el número de divorcios registrados no alcanza, ni por imaginación, tal cifra.

Italia, junto con España y Grecia, goza de uno de los porcentajes más bajos de divorcialidad.

Muchos recordarán a aquel ministro de Justicia de la UCD cuando dijo ante las cámaras de televisión que un millón de españoles estaban deseando poder librarse de su yugo conyugal. En el primer año de vigencia, tan sólo 9.000 parejas legalizaron su situación, y hasta finales de 1994, en los Tribunales españoles se habían producido 309.215 sentencias de divorcio. Desde 1981, el número de sentencias de divorcio fue aumentando, salvo leves inflexiones en 1983 y 1984. Si en 1992 se registraron 26.783 divorcios (un 12,3 por ciento de los matrimonios), en 1998 la sentencias civiles de divorcios aumentaron a 36.072. Si a esto le sumamos las sentencias civiles de separación, veremos cómo en 1992 se produjeron 66.610 divorcios y separaciones, y en 1998, 92.909.

España se encuentra entre los países de divorcialidad media (entre el 10 y 20 por ciento del total de matrimonios), frente a países como Estados Unidos o Suecia, de divorcialidad alta o altísima, donde el número de divorcios supera o iguala el de matrimonios celebrados.

CIFRAS ALARMANTES

Más de un 30 por ciento de los matrimonios de Francia acaba en divorcio. En París, por ejemplo, uno de cada dos matrimonios se divorcia y la causa principal que se esgrime es la falta de amor. Este dato se asemeja mucho a las cifras que se barajan ya en ciudades como Madrid.

Como aparece en un reportaje sobre el divorcio, publicado en el semanario Le Figaro, el psiquiatra Robert Neuburger argumenta, en su libro Nuevas parejas, que el problema actual del matrimonio se debe a que las nuevas parejas lo sobrevaloran, concibiéndolo como el mejor refugio ante la dureza de este mundo en el que vivimos. Esto lleva a la decepción. Es esta sobrevaloración del matrimonio lo que provoca que la gente siga teniendo un apego a la pareja sin saber muy bien el porqué. Si se idealiza al otro, la frustración vendrá cuando se descubra que aquel con quien se casó nunca le podrá dar toda la felicidad que su corazón anhela, sino sencillamente ser la ayuda fundamental para llegar a aquella.

Willy Pasini, profesor de Psiquiatría y Psicología, analiza cómo hoy en día la gente se inventa sus propios ritmos, y sus múltiples aspiraciones les obligan a consagrar todo el tiempo para sí mismos, por lo que comunicarse y consagrarse a su cónyuge es algo que escasea. Hay que saber que la razón número uno en el divorcio hoy día es la incomunicabilidad. Uno está más centrado en sus aspiraciones y en el éxito personal que en ese proyecto común que Otro tiene preparado para la verdadera y plena realización de ambos. [Alfa y Omega, 11-5-2000]






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