LA ADOPCIÓN DE NIÑOS POR PARTE DE LAS PAREJAS DE HOMOSEXUALES



Madrid, 20/VI/2005

El Dr. Aquilino Polaino analiza ante una comisión parlamentaria encargada de esclarecer las consecuencias de una futura ley de adopción de niños por parte de las parejas homosexuales, el desarrollo psicoafectivo del niño y el perfil psicopatológico del homosexual, antes de concluir con las consecuencias negativas que la convivencia con parejas del mismo sexo tiene para los niños. Destaca la necesidad de un entorno adecuado y de la presencia de padre y madre como modelos sólidos en la niñez y acaba recordando que el sujeto de derechos, a la hora de la adopción, es el niño.



Con la venia de sus señorías, acepto con mucho gusto la invitación que se me ha hecho a comparecer delante de esta Comisión.



Trataré de sintetizar, aproximadamente en media hora, la conclusión a la cual me ha traído mi ciencia y mis 38 años como profesor universitario, investigador y psiquiatra con ejercicio clínico.



En primer lugar, diré una verdad obvia: la persona humana, hombre y mujer, está modalizada sexualmente. Esto tiene una raíz genética que después se abrirá paso a lo largo de toda la vida intrauterina, condicionando la producción de hormonas a la placenta de la madre -actualmente se considera la placenta un como un órgano endocrino y no sólo de protección del embrión-. Estas hormonas se producen de una manera diferente según que el embrión sea masculino o femenino.



Por otro lado, a la producción hormonal de la placenta le corresponde la importantísima y trascendental competencia de dirigir la diferenciación sexual y cerebral del embrión en el claustro materno. Este es un hecho demostrado desde el año 1966, y no sólo para la especie humana, sino para los mamíferos superiores, que motiva un suma y sigue de entre 1.200 y 1.700 publicaciones anuales.



Desde el año 1976 a la actualidad este hecho no ha sido más que probado y verificado una y otra vez. Esto significa que el cerebro del embrión se estructura, se auto constituye y se configura de manera diferente, según sea macho o hembra, en función del influjo de las hormonas que produce la placenta. Una vez producido el parto, las hormonas ya no dirigirán el comportamiento ni la mayoría de las facultades y funciones de la persona, sino que lo hará el sistema nervioso central, previamente diferenciado. Esta forma en qué cada persona está constituida, que tiene un sello genético inmodificable, no nos puede hacer suponer que estamos delante de un determinismo biológico irrenunciable e inmodificable, por la sencilla razón que la persona humana no es pura biología.



Hay otras funciones, el desarrollo de las cuales es mucho más lento. Me refiero, por ejemplo, al desarrollo de la afectividad y, no digamos, de la sexualidad, dónde la persona humana tiene una amplitud enorme, con grados de libertad diversos, pero sin olvidar -y esta es la segunda cuestión en la cual quiero entrar- que tiene que darse un acoplamiento entre la identidad sexual o de género, la identidad afectiva, la identidad personal y la identidad del comportamiento sexual. Si no se diera este acoplamiento, como se acontece en algunas personas, infortunadamente, tendríamos, en vez de una unicidad de la persona, una fragmentación de la misma, con consecuencias nefastas y en muchos casos patológicas. Me importa mucho hacer la consideración de que el desarrollo emocional y psicoafectivo está abierto al mundo en torno, al mundo de las relaciones interpersonales; no es una consecuencia ciega y directa determinada por la pura biología. Esto significa que los modelos de exposición social del niño o la niña a lo largo de su desarrollo psicoemotivo determinarán, en algunos casos, y condicionarán, en todos, el desarrollo emocional de la persona. Este desarrollo emotivo es tanto más denso, más profundo, más radical, más intenso, tiene más carga personalizando en la medida en que estamos en los primeros estadios del desarrollo. Por lo tanto, lo que se acontece en los ocho o nueve primeros años de vida va marcando y configurando lo que será después nuestro talante afectivo. Para este desarrollo psicoemocional se precisa -hoy se reconoce así- la existencia de hombre y mujer como figuras de padre y madre respectivamente. Es decir, que aquel primer hecho diferencial que arrancaba y hundía sus raíces en la carga genética, después se amplifica y consolida, con más grado de libertad en esta expansión de la emergencia de la afectividad, en relación con los contactos, con las interacciones, con la exposición a estos modelos.



El niño en su primera etapa es un mero espectador de lo que acontece en su entorno; tiene una segunda etapa en qué es actor, es decir, imita aquello que ha observado, y, aun, una tercera etapa en qué actúa como autor de su propio comportamiento. Estas tres etapas están encadenadas, no son sucesivas, puesto que puede darse la inclusión de una etapa en otra, y esta observación e imitación que hace el niño acaban con la interiorización de un modelo de comportamiento que tiene mucho que ver con el autoconcepto, con la imagen, con la autoestima que tiene de si mismo. Y esta interiorización acaba, finalmente, por una identidad entre el modelo a qué ha sido expuesto y sus propios sentimientos, su concepto de si mismo, su identidad personal. Es muy importante que haya dos modelos de exposición porque le va, en esto, entre otras cosas, también el aprendizaje de las relaciones y de la diversidad entre hombre y mujer. Es importante, en segundo lugar, porque así aprende algo de esta diversidad que, no podemos olvidar, es el fundamento último de la complementariedad de personas de diverso sexo. Por esto se ha dicho que la educación sentimental, la educación emotiva, a la que hoy se da una importancia primordial -incluso hay sobre esto algún best seller-, tiene mucho que ver con el escenario de estas interacciones. De hecho, la mayor parte de los padres -si me autorizan la crítica- no han estudiado educación emotiva para poder educar en la afectividad a sus hijos, y aun así hace falta concluir que sí están educándolos en la afectividad pese a que no son conscientes de esto. ¿Y como lo están haciendo? Pues en función de las interacciones padre-hijo, madre-hijo y en función de las interacciones padre y madre. ¿Por qué? Porque el niño lo observa todo, lo absorbe todo como una esponja, imita, internalitza, todo constituyendo el fundamento último en qué basar su identidad personal. Y es importante este aprendizaje puesto que después se encontrará con una sociedad abierta cuando empiece la socialización a través de la escuela fundamentalmente, y también de a pie y de los medios de comunicación, etcétera. Probablemente se sentirá perdido si no tiene estas referencias, este mapa cognitivo y afectivo que le sirve para conducir su vida hacia dónde desea.



Esto ha llevado a algunos autores a sostener que el sustantivo del matrimonio es la diferente modalidad de las personas como hombre y mujer. Porque de esta sustancia del matrimonio -que al fin y al cabo es la que generará los modelos de exposición que servirán de referentes al niño- dependerán los aspectos estructurales de la configuración de la identidad personal del niño. Por lo tanto, lo que es sustantivo de la pareja es fundamento de lo que es estructural de la identidad personal del niño.



Entraré ahora en un tema que me resulta más próximo, en el perfil psicopatológico de las personas con conducta homosexual. Muchos de los datos que les daré proceden también de la investigación de numerosos autores y asimismo de mi propio ejercicio en la práctica clínica, a la cual he dedicado muchos miles de horas, cosa que hace sentirme seguro de lo que estoy diciendo, y es que a estas alturas pasan de los 160 los hombres y mujeres de conducta homosexual que han solicitado mi ayuda humanitaria como terapeuta. Para hacer uso de un cierto orden sistemático empezaré haciendo la siguiente pregunta: ¿Qué núcleos estructuradores de la psicopatología encontramos? En primer lugar, las relaciones familiares. (Me limitaré a leer sin hacer comentarios porque se me iría el tiempo.) Muchos de ellos y de ellas describen y perciben al padre durante la niñez como un padre hostil, distante, violento o alcohólico. Puedo citar Aperson (1978), Bene (1975), Sipoa (1983), Vilar (1988) o Fisher (1998). La madre es percibida como sobreprotectora por los niños, más por los niños que por las niñas, que al llegar a adultos presentan conductas homosexuales. Están los trabajos de Vider (1971), de Norton (1979) o de Nicolós (2004). La madre es considerada por su hijo como necesitada de afecto, fría y muy exigente. Hay un buen trabajo de Fitz Gibbons de 1999. La madre es percibida por su hija lesbiana como emocionalmente vacía, y en referencia a esto están, fundamentalmente, los trabajos de Bradley (1979) y de Eisenwood (1982).



Los padres no fomentaron la identidad ni la identificación del niño con el propio sexo, se refieren los trabajos de Zucker de 1995. En estos chicos y chicas hay ausencia de juegos. Los chicos renuncian a los juegos violentos, en relación con lo cual están los trabajos de Friedman y de Haven (1987 y 1967). Hay ausencia de identificación con sus iguales del mismo sexo, Thomson (1993); hay ausencia de empresas motrices, especialmente de aquellas relacionadas con la práctica de deportes violentos y masculinos -hay trabajos sobre esto pero no entraré en ellos-. Hay una incapacidad por defenderse físicamente de sus compañeros iguales en situaciones de violencia. Pueden haber sufrido en la niñez temprana abuso sexual o violación por padre, madre o algún familiar. En esto la colección bibliográfica, incluida mi experiencia en España es muy abundante.



De acuerdo con los datos que dispongo podría decir que casi el 30 por ciento de las personas que he visto han sufrido estos problemas. Hay también fobia social o timidez extrema, como muestra el trabajo de Goldwing el año 1993. En algunos casos se produce la pérdida del padre por muerte o divorcio o la separación de uno de los padres durante una etapa crítica del desarrollo, como revela el trabajo de Suker, o el rechazo de los padres adoptadores cuando un de ellos es homosexual o lesbiana. Un segundo apartado se podría precisar con el concepto de comorbididad. ¿Qué se entiende por comorbididad? Cuando dos trastornos patológicos diversos coinciden sincrónicamente en una misma persona sin que se conozcan a fondo qué son los grados de implicación respectiva entre ellos. Para poner un ejemplo que está al alcance de la comprensión generalizada, una persona puede sufrir simultáneamente caries dental y apendicitis y quizás no hay relación entre ambas afecciones o quizás sí que la hay; esto es lo que hace falta demostrar.



Entre los trastornos psicopatológicos más frecuentes en personas con conducta homosexual, se puede citar la depresión grave -hay numerosísimos trabajos sobre esto, por ejemplo el de Ferguson del año 1999- o el trastorno obsesivo compulsivo, que casi abarca a un 45 por ciento de la población rebuscada. También hay un aumento de la idea de suicidio -están los trabajos de Herrer entre 1999 y el 2003-, crisis de ansiedad generalizada, una mayor propensión al consumo de drogas, aparición de trastornos de conducta, especialmente durante la adolescencia, o trastornos de personalidad graves como anuncian los trabajos de Parry de 1993 y de Cruenco entre los años 1987 y 2001. Algún autor como Gosiork ha enunciado como posible comorbididad la aparición de esquizofrenia. Comorbididad no significa que una causa o un proceso A condicione la aparición de otro proceso B, simplemente que coinciden en el tiempo. Haría falta una investigación enormemente dura para probarlo, aunque hoy es posible porque se puede hacer un análisis estadístico causal de dos factores que correlacionan entre si, qué son las interconexiones y la modalización de los efectos de una a otra patología.



Finalmente, dentro de este segundo bloque de trastorno psicopatológico hace falta hablar del narcisismo patológico, sobre el cual hay muchos trabajos; es quizás el tipo de trastorno de personalidad más frecuente y común en estas personas. Sobre los traumas y violaciones sexuales durante la niñez podría ampliar más cosas pero, en caso de que deseen más información, después les diré lo que sé sobre esto.



Un quinto apartado se refiere a los trastornos de identidad de género debido a la inestabilidad emocional de la pareja homosexual. Son muy numerosos los estudios que acaban por demostrar que hay una mayor incidencia de trastornos de identidad de género entre los chicos y chicas educados, acogidos y aceptados por padres adoptivos homosexuales. Hay también una mayor promiscuidad en la conducta sexual, hay más contactos homosexuales antes de y durante la pubertad. Hay una mayor consistencia en la estabilidad de la conducta homosexual durante la vida adulta. Actualmente, se está distinguiendo un nuevo cuadro, sobre todo entre los autores norteamericanos, que lo denominan unmasculinity, que son los sentimientos crónicos de no ser masculino. Algunos autores sostienen que estos sentimientos crónicos son los que fundamentan las actitudes de antimasculinidad y, por lo tanto, podrían condicionar en muchas personas con conducta homosexual la emergencia de una actitud heterofóbica.



La National Association for Research and Therapy Homosexuality ha elaborado un amplio informe sobre todo esto que acabo de mencionar. ¿Qué sabemos de la inestabilidad de las relaciones afectivas en la pareja homosexual? Quiero citarles algunos datos. En los Estados Unidos, diré que con respecto a la estabilidad de la relación sentimental el 28 por ciento de los homosexuales de una muestra de 600 habían tenido 1.000 o más compañeros; el 15 por ciento entre 100 y 249; el 9 por ciento entre 50 y 99; y un solo compañero sólo se daba en tres casos, y de estos 600 homosexuales la mitad tenía menos de 35 años. ¿Cuánto dura esta estabilidad de la pareja? El 9 por ciento no había tenido una relación duradera, el 17 por ciento había tenido una, el 16 por ciento dos, el 20 por ciento tres, el 13 por ciento cuatro, el 16 por ciento entre seis y 87.



¿Se han realizado estudios en España? Les citaré uno, los datos de la primera encuesta nacional sobre los hábitos sexuales del colectivo gay, que fueron publicados el año 2002 y fueron patrocinados por la federación estatal de lesbianas y gays. Según estos datos, un varón homosexual tiene relaciones con 39 personas diferentes como media a lo largo de su vida. Esto, en palabras del biólogo Vincent en su libro "Biología de las Pasiones", se traduce que la homosexualidad resultaría de un déficit en la función de alteridad; es decir, en el reconocimiento del otro, función que es primordial para el amor. El homosexual se elegiría a si mismo sin querer aceptar la diferencia. ¿Qué consecuencias tendría la exposición de los hijos a una inestabilidad emocional de la pareja y a una tan escasa estabilidad y duración de su relación?



Daré datos de algunas naciones dónde se ha legalizado esta estabilidad. Son datos que cada país ha suministrado y, por lo tanto, es cuestión de volver a analizar las fuentes y como lo han hecho. En Dinamarca, tras 10 años de vigencia de la ley que regula estas uniones, se han registrado 3.200 parejas homosexuales para una población de 5 millones de habitantes. En los Estados Unidos las parejas homosexuales constituían, aproximadamente, el 0,2 por ciento del número de matrimonios; concretamente, 157.000 parejas de homosexuales frente aproximadamente 64,7 millones de matrimonios y 3,1 millones de uniones de transexuales. En Suecia entre los años 1993 y 2001 hubo 190.000 matrimonios y 1.293 parejas de homosexuales registradas, con el que la tasa de incidencia es del 0,67 por ciento. En Noruega entre los años 1993 y 2001 hubo 280.000 matrimonios y 1.526 parejas homosexuales registradas, lo cual da una tasa de incidencia del 0,54 por ciento. En España, según el censo del Instituto Nacional de Estadística, hubo casi 9 millones de matrimonios el año 2001 ante las 10.474 parejas del mismo sexo: 3.619 femeninas y 6.855 masculinas, el que representa el 0,11 por ciento de todas las uniones. La insignificancia de esta cifra no infravalora de ninguna forma el efecto perjudicial que puede tener sobre los hijos los continuos cambios de pareja, la infidelidad dentro de la pareja homosexual, las alternancias, las sucesiones, los cambios y, por lo tanto, la ruptura de los vínculos de afección entre las figuras parentales y el niño.



Finalmente, quiero recordar aquí -y con esto acabo mi exposición- que el sujeto de derecho es el niño adoptado y no los padres adoptadores o adoptivos. Mencionaré dos artículos resumidos, es decir nada más que el texto que nos interesa, de la Convención sobre los Derechos del Niño. El primero es el artículo 3, que en su párrafo 1 dice: "En todas las medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o privadas de bienestar social, los tribunales, las autoridades administrativas o los órganos legislativos, una consideración primordial que se atenderá será el interés superior del niño. "El otro es el artículo 18 de esta Convención: Incumbirá a los padres o, en su caso, a los representantes legales la responsabilidad primordial de la crianza y el desarrollo de niño. Su preocupación fundamental será el interés superior del niño.



Delante de esto sólo me queda mencionar un hecho significativo. en España el año 2000 se aprobó en dos Comunidades, Navarra y el País Vasco, la capacidad de adoptar niños: en Navarra hubo sólo dos adopciones, al País Vasco -desde mayo de 2003 en qué se aprobó- una adopción y en los tres casos se trató de hijos biológicos en quienes una de las personas de la pareja era lesbiana.



Muchas gracias por su atención y estoy dispuesto a contestar aquello que yo entienda o sepa






ANTERIOR






VOLVER