Paul Mattick
Humanismo y socialismo
Índice
I - [El humanismo burgués]
Como la ciencia, la industria, el nacionalismo y el Estado moderno,
el humanismo es un producto del desarrollo capitalista. Corona la ideología
de la burguesía, que surge dentro de las relaciones sociales
del feudalismo, cuyo principal sostén ideológico era la
religión. El humanismo es un producto de la historia, es decir,
el producto de hombres comprometidos en la transformación de
una formación social en otra. Debido a que evolucionó
con el ascenso y desarrollo del capitalismo, es necesario considerar
el humanismo de la sociedad burguesa antes de tratar con su relación
con el socialismo, o con el ‘humanismo socialista'.
Las relaciones sociales precapitalistas se desarrollaron tan lentamente
que los cambios eran casi imperceptibles. El estancamiento absoluto
no existe, sin embargo, y el ascenso del capitalismo después
de la Edad Media, que vio el final de una época de desarrollo
social y los comienzos de otra, era el resultado de muchos cambios aislados,
dilatados (drawn-out) pero acumulativos, en los procesos de
producción y en las relaciones de propiedad. La acumulación
de una gran riqueza y su concentración en centros urbanos, así
como las limitaciones impuestas al amasamiento de riquezas por las persistentes
condiciones feudales, llevaron a un movimiento intelectual opuesto a
la disciplina cristiana medieval extramundana, que había sostenido
la estructura social feudal y el poder de la Iglesia. Pero, como la
misma riqueza comercial, la actitud irreligiosa de reciente desarrollo,
que hizo al hombre occidental una vez más 'la medida de todas
las cosas', permaneció durante algún tiempo como
el privilegio del rico y sus retenes. El humanismo pareció agotarse
después de liberar a la mente de los dogmatismos de la teología
y después de su retorno a, y nueva apreciación de, los
clásicos griegos.
Siendo él mismo una expresión de una tendencia general
de desarrollo, el humanismo no podría ayudar a alterar esta tendencia
a su vez, a través de su actitud crítica hacia la Iglesia
medieval. De este modo, suministró apoyo a la Reforma, aún
cuando la Iglesia reformada no podría adaptarse al humanismo.
Hasta el siglo dieciocho, siguió siendo un pasatiempo intelectual;
pero los acontecimientos revolucionarios subsiguientes lo llevaron a
florecer plenamente como parte de la ideología general de las
clases medias, que aspiraban a añadir poder político a
su creciente importancia económica dentro de los regímenes
feudales decadentes.
La clase media revolucionaria identificó sus propios intereses
de clase específicos con las necesidades y deseos de la amplia
mayoría de la sociedad, que sufría bajo el gobierno tiránico
de una minoría aristocrática. Vio su propia emancipación
política como la emancipación de la humanidad de todas
las formas de opresión y superstición. Esto era tanto
una necesidad como una convicción; aunque la clase media rica
no tenía ninguna intención real de alterar la suerte de
las clases bajas, por otra parte, sin embargo, tenía que haber
libertad, fraternidad e igualdad. Los hombres de la ilustración
se veían a sí mismos como verdaderos humanistas, oponiéndose
a lo sobrenatural y enfatizando lo verdaderamente humano, al cual pertenece
únicamente el derecho a amoldar la sociedad de acuerdo con la
naturaleza y el razonamiento humanos.
Con la burguesía firmemente establecida, el humanismo degeneró
en el humanitarismo para el alivio de la miseria social que acompañaba
al proceso de formación del capital. Aunque el modo de producción
capitalista era juzgado inalterable --se pensaba que se ajustaba mejor
tanto a la ley natural como a la naturaleza del hombre-- los reformadores
sociales, imbuidos por la tradición humanista, pensaban, no obstante,
que era posible combinar el sistema de producción de capital
privado con un sistema de distribución más igualitario.
Las ásperas normas de las leyes económicas naturales habían
de ser templadas por la compasión y la caridad humanas.
Cuando más arrogante se volvía la burguesía a
través de su éxito, y más era el enorme incremento
de la riqueza que ensombrecía la condición de las clases
obreras, menos hacía referencia la ideología burguesa
al pasado humanista. En cambio, la doctrina malthusiana y el darwinismo
social cuestionaron la racionalidad de las actitudes y políticas
humanitarias, que se encontró contradecían la ley natural
de la 'supervivencia del más apto'. El humanismo fue
reemplazado por el hombre económico como el reconocimiento 'final'
y 'científicamente establecido' de la verdadera naturaleza
del hombre y de las leyes de la naturaleza.
La 'supervivencia del más apto' implica, a la vez,
fuerza e ideología. La fuerza hecha soportar (brought to
bear upon) a los 'no aptos', es decir, las clases trabajadoras,
reside en la posesión de la clase capitalista de los medios de
producción y en su control sobre los medios políticos
de coerción. La ideología que apoya esta condición
y, así, la explotación del trabajo por el capital, mantiene
que la producción de capital y las relaciones sociales en su
base son relaciones naturales independientes de la influencia del tiempo.
Para hacer esto doblemente seguro, las viejas supersticiones fueron
revividas y se agregaron a las nuevas. Una vez más, los hombres
se convertían en las víctimas pasivas de fuerzas sobrehumanas
más allá de su control. El proceso de humanización
que había acompañado al ascenso del capitalismo se convirtió
en un nuevo y más poderoso proceso de deshumanización
a través de la subordinación de todo el esfuerzo humano
al nuevo fetiche de la producción de capital.
La historia del capitalismo, tan distinta de la de sus protagonistas
tempranos, es la historia de la creciente deshumanización de
las relaciones sociales de producción y de la vida social en
general. En todos los sistemas sociales anteriores, la riqueza se enfrentaba
al trabajo concretamente en las relaciones sociales directamente discernibles
del amo y el esclavo, el señor y el siervo, el opresor y el oprimido.
La esclavitud y la servidumbre estaban sancionadas por los dioses, o
por Dios, y no podían cuestionarse. Para hacer la esclavitud
conveniente, los esclavos eran relegados al mundo animal; pero sus amos
sabían lo que estaban haciendo cuando los ponían a trabajar.
El propietario de la tierra y el siervo conocían ambos sus puestos
en la sociedad, aunque el siervo pudiera, a veces, haberse preguntado
acerca de la sabiduría de estas disposiciones. Pero entonces
los caminos del Señor eran inescrutables. No obstante, la esclavitud
y el trabajo forzado eran las actividades humanas, a ser sufridas por
una clase, disfrutadas por otra, y entendidas por ambas para lo que
eran.
El fetiche de la religión que ayudaba a afianzar estas condiciones
no nublaba las auténticas relaciones sociales en su base; meramente
las hizo aceptables. En cualquier caso, los primeros humanistas no se
preocupaban por las relaciones de clase, como lo testifica su gran afecto
por la sociedad de esclavos precristiana. Ni se preocupó la clase
media, comprometida como lo estaba con el reemplazamiento del sistema
feudal de explotación por el capitalista. Su interés estaba
en la naturaleza, o la esencia, del hombre individual, en la naturaleza
humana en general, y en la sociedad sólo en cuanto invadía
la realización de las supuestas potencialidades del hombre como
ser genérico (species-being).
Ésta era una filosofía del hombre apropiada para la
--todavía en pie de guerra-- emergente sociedad capitalista de
empresarios individuales, que justificaba el interés egoísta
individual con la asunción de que era el mismísimo instrumento
por lograr la libertad del individuo y el bienestar de la sociedad.
Justo como la clase media revolucionaria identificaba sus propios intereses
de clase específicos con las necesidades de la sociedad en su
conjunto, así identificaba también las particularidades
de la 'naturaleza humana' bajo las condiciones capitalistas con la naturaleza
humana en general.
En realidad, por supuesto, el concepto abstracto del hombre individual
y de su naturaleza era confrontado por los hombres reales, que mantenían
posiciones opuestas en el proceso social de producción. El mundo
de los hombres era el mundo de los compradores y vendedores de fuerza
de trabajo; sus relaciones entre si aparecían como relaciones
de mercado. La producción para el intercambio era la producción
y acumulación de valor de cambio expresable en términos
de dinero. Pero sólo los compradores de fuerza de trabajo se
enriquecían. Los vendedores simplemente reproducían sus
desdichadas condiciones como trabajadores asalariados. La venta y la
compra de fuerza de trabajo no podía, y obviamente no era, un
intercambio igual, pues parte del trabajo no era cambiada en absoluto,
sino simplemente apropiada como plusvalor, un proceso oculto por la
forma mercantil, o el precio, de producción de los artículos.
No obstante, la explotación del trabajo fue reconocida en un
estadio muy temprano de la formación del capital. Lamentada por
los explotados, era dada por sentado por los explotadores.
Esto por sí mismo, sin embargo, no implicaba una deshumanización
creciente de la sociedad. Las actitudes humanistas habían evolucionado
bajo las condiciones de explotación de clase previas a las relaciones
de producción capitalistas específicas y podrían,
quizás, mejorar lentamente y, finalmente, superar la determinación
de clase de la economía. Ésta era, de hecho, la esperanza
del bienintencionado de entre la burguesía, y de los primeros
socialistas utópicos, que enfatizaron la común humanidad
del hombre y apelaron a su sentido innato de la justicia para enderezar
las cosas.
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