Antes de la lectura: A lo largo de la escritura del texto, no puedo evitar mis anotaciones marginales.... irán siempre entre corchetes como [Yo: ... ] Además, como esta es una versión cibernética no para especialistas, he adaptado la terminología que usa el autor a carácteres latinos cuando es necesario, evitando en lo posible toda terminología en caracteres griegos. Atentamente: El mecanógrafo..... Que comienze la sabiduria del texto:


Julián Marias:

ANTROPOLOGÍA METAFÍSICA

Capítulo I:  La visión responsable.

La filosofía no se puede dar nunca por supuesta; en la medida en que así acontece, deja de funcionar como filosofía. Esto explica un extraño fenómeno histórico: la detención o interrupción de la filosofía en algunas sociedades [yo: ¿cómo la nuestra?] , en ciertos momentos de la historia, sin que se vean razones eficaces que lo justifiquen. A la filosofía se llega; en rigor, se está siempre llegando. Consiste primariamente en un cambio de óptica o perspectiva, pero lo interesante es que luego se cae en la cuenta de que, a lo largo de toda su existencia, la filosofía mantiene los caracteres de la perspectiva cuando cambia; si se quiere una expresión sencilla, diríamos que siempre está empezando a mirar.
El que entra en la filosofía, cuando realmente ha penetrado en ella, hace la experiencia de lo que es la desorientación; penetrar en la filosofía significa perderse; pero luego descubre que antes estaba desorientado: desde la desorientación [para volver a tomar la orientación positiva] que es la filosofía, el anterior estado 'normal' [Yo: Aunque lo normal NO EXISTE...] se le presenta como una desorientación más profunda y radical, porque ni siquiera se da cuenta de sí misma. El origen inmediato, vivido, de esa desorientación filosófica es que se cae en la cuenta de que las cosas son más complejas de lo que se pensaba y, sobre todo, que están en conexiones recíprocas; por tanto, que hay que tenerlas en cuenta a la vez. Por tes veces ha recurrido, en diferentes fórmulas, la palabra 'cuenta' en pocas líneas; pronto veremos la significación filosófica de esos giros de la lengua hablada. Se advierte que hay, en lugar de la estructura lineal con que usualmente procede el pensamiento, una estructura circular: cada uno de los elementos o ingredientes, ni tiene sentido por sí solo, ni se apoya sólo en los 'anteriores', sino también en los 'posteriores', con lo cual pierde sentido claro esta noción de anterioridad y posterioridad. Esa estructura circular -que habrá que llamar en su momento sistemática- impone un movimiento de ida y vuelta o, mejor aún, un constante recorrido de la realidad. Por eso la mirada filosófica nunca se queda quieta, va y viene, tiene que justificarse. La verdad filosófica no sirve si no se está evidenciando, si no exhibe sus títulos o porqué. Podríamos decir que ninguna verdad es filosófica si no es evidente.

Esto reclama un esfuerzo como parteintegrante de toda relación con la filosofía, aun aquella que renunciase a todo carácter creador. La pasividad [Yo: excepto la de la cama] es incompatible con la filosofía, la cual consiste en pensar y repensar; apropiarse de una doctrina ajena significa seguir aquél movimiento interno por el cual pudo ser originada y hacer así, de paso, que deje de ser ajena. La condición de recorrer la realidad, en que consiste, como vimos, la mirada filosófica, tiene una consecuencia: el carácter  transitable  de toda doctrina filosófica y, por tanto, la posibilidad de usarla creadoramente. Más aún: yo diría que todo uso filosófico de una doctrina es necesariamente creador, porque si no lo es, no es un uso filosófico. Tener acceso filosófico a una filosofía cualquiera es transitar por ella, vivirla ejecutivamente, usarla como se usa una lengua, moviéndose, en un caso y en otro, en la realidad.

Puede entenderse la permanente desconfianza frente a la filosofía, que con raras excepciones domina la historia y reaparece en formas distintas, que sería sugestivo explorar y filiar. Una  "historia del recelo y la hostilidad frente a la filosofíailuminaría todo un lado de la realidad humana. El filósofo es un hombre inquieto e inquietante. Tiene, claro es, una enorme audacia; su riesgo permanente e ineludible es la soberbia; pero ésta se cura sólo con que el filósofo siga siéndolo, con que acepte su condición y su destino hasta las últimas consecuencias; entonces desemboca en la más radical humildad, en la única verdadera humildad: aceptar la realidad. El filósofo no parte nunca de la ignorancia, sino del saber: de un repertorio de interpretaciones y creencias recibidas, en las que estaba instalado y que resultan insostenibles o insuficientes; por eso la fórmula genral de la tesis filosófica no es nunca del tipo "A es B", sino "A no es B, sino C". Lo mejor sería -quién lo duda- no tener que hacer filosofía; sólo se justifica la inevitable, la irremediable. Mientras la vida fluye, no hace falta. El hombre sabe siempre muchas cosas, va haciendo su camino sobre la tierra, pero está rodeado de oscuridad. Esto no importa demasiado; cuenta con ello, lo toma como parte de su vida, como ingrediente de ella. Lo patente -una breve isla de presente manifiesto- está rodeado de un océano de latencia: lo que está más allá, lo recóndito, lo olvidado, lo futuro, lo posible. Phýsis krýptesthai phileî: la naturaleza gusta de ocultarse, decía Heráclito.  La contrapartida es la revelación de lo latente, cuando quiere, mediante los oráculos o la moîra. en todo caso, el hombre es llevado, conducido dentro de una unidad, la sociedad tradicional, en cuyo seno viaja, encapsulado en la cual cruza la vida. No quiere esto decir que no tenga problemas, preguntas, decisiones que tomar; pero todo eso queda localizado en el interior de una gran certidumbre primaria, que le permite saber a que atenerse.

En este contexto es donde aparece con claridad la significación de los términos que presiden el nacimiento de la filosofía en Grecia: la dóxa y la alétheia, que suelen traducirse como opinión y verdad. Voy a tratar de emplear las menos palabras griegas y los menos neologismos posibles. Los términos, definidos o estipulados, son en rigor lo contrario de las palabras, que no son resultado de ninguna convención sino que, por el contrario, preexisten a toda situación locuente, de namera que nos encontramos ya con ellas y con susignificación. La palabra debe abrirse y derramar su significación, que es lo contrario de la función del término o del neologismo forjado. La palabra hermética, la palabra-quiste, es lo inverso de la filosofía. Otra cosa es que la palabra siga derramando nuevas significaciones, como el rostro que siempre se puede seguir mirando y es siempre nuevo.

Intentemos abrir esas dos palabras griegas. El origen de dóxa es el verbo docew (dokéo), que quiere decir primero esperar, y sólo secundariamente parecer; dóxa, en la lengua homérica, significa expectativa:   ... oud' apò dóxes (Iliada, X. 324; Odisea, XI. 344), quiere decir no de otro modo que como se esperaba. Sólo después de Homero viene dóxa a significar noción, opinión, juicio, sea o no bien fundado, sea o no verdadero. De ahí se pasa al sentido de mera opinión o conjetura; en forma más específica, opinión de los mortales (twn brotwn doxa , tôn brôton dôxa, Parménides); o bien opinión de los demás, es decir, estimación, reputación, fama; un paso más es el de sentido de gloria o esplendor (dóxa en hypsístois theô = gloria in excelsis Deo). La doxa es lo que se esperaba, aquello con lo que se cuenta. El sentido de opinión es posterior al fallo de la dóxa o expectativa: cuando no pasa lo que se esperaba o las cosas no son como se esperaba, se empieza a opinar. El correlato de esta actitud es, por parte de la realidad, el parecer: parece que algo es de cierto modo, pero acaso no: la inseguridad se desliza en el seno de lo real y en el comportamiento mental y vital del hombre con ello.

Entonces es cuando se hace necesario llegar a la verdad; es la actitud que se inicia con Hecateto de Mileto y, sobre todo, Parménides; es el momento en que el hombre se cree  capaz de echar mano a la realidad y arrancarle el velo que la cubre, que la hace estar latente, que hace también que parezca una cosa y sea otra; lo que es de verdad, (en aletheía) es lo que ahora se manifiesta: es el desvelamiento, descubrimiento, patentización, el quitar de un velo o cubridor que dijo Ortega en 1914, al iniciar la utilización filosófica del concepto alétheia en nuestro tiempo, después del hallazgo de la significación etimológica de esta palabra griega por Leo Meyer y Gustav Teichmüller en el último cuarto del siglo XIX (véase sobre todo esto mi  Ortega, Circunstancia y vocación ,  Madrid, 1960; 2a., edición, El Alción, 2 vols., 1973; Obras, IX).
No quisiera repetirme; en la Introducción a la filosofía mostré hace muchos años cómo las tres grandes interpretaciones históricas de la verdad - la griega o aléttheia, la latina o veritas, la hebrea o emunah -, que corresponden en cierto sentido y exagerando las cosas al presente, el pasado y el futuro, si se quiere, a la ciencia, la historia y la profecía, corresponden a los tres sentidos de la verdad y la falsedad en la vida del niño, es decir, en la forma más elemental y menos teórica de la vida humana. En Biografía de la Filosofía me ocupé también con bastante detención de cómo la variación o cambio, la kínesis, en conexión con la pluralidad de creencias verdaderas, de opiniones que pueden ser ciertas, llevaba a la necesidad de saber radicalmente a qué atenerse, lo cual requería una forma nueva de saber. De la instancia credencial o mítica había que pasar -de esto se trata- a otra que es la de lla razón, entendida como logon didonai , (lógon didónai), dar cuenta o, como decimos en español, con duplicación quizá, dar cuenta y razón. El examen de oráculos que hace, con mentalidad racionalista, Creso, antes de creer en ellos; la conducta de Jenofonte, en contra de la evidencia y la convicción racional, frente a los oráculos; todo ello muestra la crisis interna de una manera de instalación en el mundo, las dificultades de un lento y penoso tránsito -lleno de vacilaciones y retrocesos- a otra manera de vivir.

La filosofía aparece así como una forma radical de nacimiento, como un desgarramiento de la placenta originaria que es la sociedad tradicional, para vivir a la intemperie y -de un modo nunca dado hasta entonces- desde uno mismo. Lo decisivo es que la verdad filosófica no consiste sólo en el momento de la alétheia, el descubrimiento o patentización y, por tanto, la visión; requiere al mismo tiempo el afianzamiento o posesión de esa realidad vista; la filosofía es descubrir y ver, poner de manifiesto; si una filosofía no es visual, deja de ser filosofía -o es la filosofía de otros-; pero no vasta con ver: hace falta además dar cuenta de eso que se ve, dar razón de sus conexiones. Por eso propuse hace algún tiempo una definición de la filosofía: la visión responsable.

Esto sucedió en Mileto, en el Asia Menor, a fines del siglo VII o quizá comienzos del siglo VI antes de Cristo; pero sería un error creer que simplemente sucedió: sigue sucediendo siempre que alguien nace a la filosofía, siempre que la filosofía vuelve a existir. Y lo más grave es que la filosofía consiste consiste en que ese doloroso nacimiento no ocurre sólo al principio: tiene que estarse renovando instante tras instante, y eso es lo que quiere decir dar razón. Filosofar es estar renaciendo a la verdad; es no poder dormir.

CAPITULO II

  Índice General


Hosted by www.Geocities.ws

1