Las revistas especializadas de cine en Espa�a se han hecho eco del rayo de luz que, aunque lejano todav�a para convertirse en un relevante precedente en el fen�meno del doblaje de las pel�culas, sirve para sentar las bases de lo que me resisto a considerar que se trata de una batalla perdida. El actor Antonio Valero ha ganado el litigio que en su d�a emprendi� contra el cineasta Jos� Luis Garci por doblarle su voz sin permiso en la pel�cula El abuelo. Esgrimiendo el lema "la voz forma parte del todo del actor" en su querella, Valero ha conseguido el respaldo de la Justicia para volver a colocar en la palestra el molesto asunto del doblaje de las pel�culas. Los miles de adictos a profanar los filmes incorpor�ndoles las voces que no son las de los actores, a los que les gusta menos realmente el cine que a los directores del Dogma dejar la c�mara quieta al menos durante un minuto, pueden estar felices al comprobar c�mo la democracia lleg� a Espa�a hace varias d�cadas pero al cine a�n es una quimera, primordialmente por dos razones: la primera, por la existencia de majaderos interesados en la propia industria, empresarios temerosos amigos de lo f�cil que les suena a s�nscrito lo de que el cine es un arte o al menos lo fue en su d�a. La segunda, por el pululeo continuo de otros espec�menes que apenas pisan las salas de cine y tienen el carn� de oro de videoclubes donde un ignorante detr�s del mostrador invita a no alquilar algunas pel�culas "porque �sa es en blanco y negro". Esos consumidores sumisos de tan sabios consejos dejan correr las cintas en sus magnetoscopios y, tras miccionar cuatro veces en hora y media y dormitar en el sof� jugueteando con alguna lega�a, osan decir que anoche la visionaron y opinan sobre ella como si realmente supieran de qu� va lo de distrutar de este espect�culo. A los segundos hasta los disculpo, porque las peras no las da el olmo y al fin y al cabo lo que no quieren son complicaciones. Les importa un r�bano temprano que la edici�n en DVD de El buscavidas venga doblado Paul Newman hasta con dos voces, no s�lo una que ya resulta un pecado tan corriente como escandaloso, mientras que los esfuerzos de Meryl Streep por declamar en ingl�s con tintes daneses en Memorias de �frica les trae al pairo. Los primeros son los que no tienen perd�n ni de Dios ni de Billy Wilder. Los hay, como Garci, que siendo directores de marcado reconocimiento en Espa�a, han aprendido la malacostumbrada lecci�n heredada del franquismo y no emplean el sonido directo para las voces de sus actores, extendiendo a�n m�s su disparatado criterio y doblando a int�rpretes con voces de otros actores, en este caso los que comen del doblaje, a los que respeto y no quiero quitarles su pan de cada d�a, pero me parecen part�cipes de un engranaje tan burdo y fraudulento que hasta ellos mismos lo saben como actores que son. La sentencia ganada por Valero sirve para recordarnos, en una reflexi�n que pone la carne de gallina, que la democracia no existe en el cine porque los espectadores que desean disfrutar de la interpretaci�n plena de los actores apenas tienen la oportunidad de satisfacer su derecho a hacerlo, mientras que los asistentes a las salas de cine acostumbrados al doblaje poseen todo tipo de ventajas para continuar creyendo que Bruce Willis s�lo interpreta con la expresi�n corporal y su voz es la de Ram�n Langa saliendo como si de un tocadiscos se tratase. |