LA TRAGEDIA DE ESPAÑA[1]
(30
de enero de 1939)
Uno de los capítulos más
trágicos de la historia moderna se acerca en estos momentos a su fin.[2]
Del lado de Franco no hay ni ejército poderoso, ni apoyo popular. Sólo hay
propietarios dispuestos a someter a las tres cuartas partes de la población,
nada más que para mantener su dominación sobre la cuarta restante[3]
Pero esta ferocidad no habría sido suficiente para asegurar su victoria sobre
el heroico proletariado español. Franco necesitaba una ayuda procedente del
lado opuesto del frente. Y la ha obtenido. Su principal ayuda ha sido, y es
todavía, Stalin, el sepulturero del partido bolchevique y de la revolución
proletaria. La caída de Barcelona, la gran capital proletaria, es el precio directo
de las masacres del proletariado de Barcelona en mayo de 1937.
Por muy insignificante que sea
Franco en si mismo, por muy mezquinos que puedan ser sus partidarios, la gran
superioridad de Franco consiste, a pesar de todo, en poseer un programa claro y
definido: salvaguardar y estabilizar la propiedad capitalista, el poder de los
explotadores y el dominio de la Iglesia, y restaurar la monarquía. [4]
Las clases poseedoras de todos
los países capitalistas, tanto de los países fascistas como de los países
democráticos, se han puesto, lógicamente, del lado de Franco.[5]
La burguesía española se ha
pasado enteramente al bando de
Franco. A la cabeza del bando republicano se han quedado los escuderos
«democráticos», despedidos por la burguesía. Estos señores no podían desertar y
pasarse del lado fascista, ya que las fuentes mismas de sus ingresos y de su
influencia residen en las instituciones de la democracia burguesa que necesita
-o necesitaba- para su normal funcionaamiento, juristas, diputados, periodistas,
en una palabra, campeones democráticos del capitalismo. Todo el programa de
Azaña y cía., no representaba más que la nostalgia de los días ya concluidos y
constituía una base totalmente inadecuada[6].
El Frente Popular ha recurrido a la demagogia y a las ilusiones para arrastrar
a las masas tras él. Ha conseguido hacerlo durante cierto tiempo. Las masas que
habían asegurado todos los éxitos anteriores de la revolución, seguían creyendo
todavía que la revolución iba a llegar a su conclusión lógica, es decir a la
inversión de las relaciones de propiedad y a la entrega de las tierras a los
campesinos y de las fábricas a los obreros. La fuerza dinámica de la revolución
consistía, precisamente, en estas esperanzas de las masas en un porvenir mejor.
Pero los caballeros republicanos han hecho lo que estaba a su alcance para
pisotear, mancillar e incluso ahogar en sangre las más anheladas esperanzas de
las masas oprimidas. El resultado -lo hemos podido ver en el curso de los dos
últimos años- ha sido una desconfianza y un odio creciente de los campesinos y
obreros hacia las pandillas republicanas. La desesperación o una triste
indiferencia han sustituido gradualmente el entusiasmo revolucionario y el
espíritu de sacrificio. Las masas han dado la espalda a los que les hablan
engañado o pisoteado. Ésta es la principal causa de la derrota de las tropas
republicanas. El instigador de los engaños y de la masacre de los obreros
revolucionarios españoles es Stalin. La derrota de la revolución española es
una nueva mancha indeleble de infamia sobre la banda del Kremlin, tan cargada
ya de tantos crímenes.
El aplastamiento de Barcelona asesta un golpe terrible al
proletariado mundial, pero también le enseña una gran lección. El mecanismo del
Frente Popular español, en tanto que sistema organizado de engaño y traición a
las masas explotadas, ha quedado completamente al descubierto. La consigna
«defensa de la democracia» ha revelado, una vez más, su esencia reaccionaria y
al mismo tiempo su carácter vacío. Los obreros desean liberarse de la
explotación. He aquí los auténticos objetivos de las clases fundamentales de la sociedad moderna.
Las miserables pandillas de
intermediarios pequeñoburgueses que habían perdido la confianza y los subsidios
de la burguesía han querido salvaguardar el pasado sin hacer ninguna concesión
al porvenir. Bajo la etiqueta de Frente Popular, han fundado una sociedad
anónima. Bajo la dirección de Stalin, han conocido la más terrible de las
derrotas, cuando todas las condiciones previas para la victoria estaban al
alcance de la mano.
El proletariado español ha dado
brillantes pruebas de una extraordinaria capacidad de iniciativa y de heroísmo
revolucionario. La revolución ha sido conducida al desastre por unos «jefes»
despreciables y absolutamente corrompidos.[7]
La caída de Barcelona ilustra, ante todo, la de la IIª y IIIª Internacionales,
así como la de los anarquistas, podridos, los unos y los otros hasta la médula.
¡Trabajadores, adelante por una
nueva vía! ¡Adelante por la vía de la revolución socialista internacional!
[1] T. 4508. Este artículo redactado el 30 de enero de 1939, apareció en el B.O. nº 74, en febrero de 1939, pp. 3-4 y en el Socialist Appeal del 10 de febrero. El ejército franquista había entrado en Barcelona la tarde del 26 de enero: la capital catalana no había sido defendida por el ejército republicano que la había evacuado tres días antes, a pesar de las fanfarronadas del presidente Negrín.
[2] Las tropas franquistas alcanzan la frontera francesa el 9 de febrero: a finales de marzo la victoria de Franco es absoluta.
[3] La gran ciudad proletaria que había derrotado en julio de 1936 el levantamiento armado del general Goded, que no había cedido más que a las súplicas de sus dirigentes obreros en mayo de 1937, había caído sin un solo tiro: ¡su ocupación no había costado a sus vencedores más que un solo muerto!
[4] Aunque el proyecto de Franco haya sido sin duda una tal restauración y estabilización, se sabe que ha evitado hasta el fin cualquier «reparto» del poder.
[5] Los demócratas españoles traducen este evidente hecho social, afirmando que «Europa ha traicionado a España».
[6] Tras la caída de Cataluña, el presidente de la República, Azaña, y el de las Cortes, Martínez Barrio, residían en Francia. Los oficiales de la casa militar del presidente regresaban a España para ponerse a disposición de Franco.
[7] El «último cuadro» de los republicanos iba, en el último minuto, a dividirse en dos. Bajo pretexto de rechazar un «golpe de estado» del P.C. -el nombramiento de oficiales generales comunistas para puestos claves durante la evacuación- una junta llamada de «defensa», animada por el coronel Casado, actuando probablemente de acuerdo con el gobierno británico, reunía en torno suyo a los jefes no comunistas del ejército -e incluso al general Miaja- y a los representantes de todos los partidos salvo el P.C. Su objetivo: negociar un final honroso, y para ello, eliminar a los comunistas. El presidente Negrín y sus consejeros, al igual que los principales dirigentes del P.C. abandonaban entonces España en avión. Entre las innumerables víctima de una represión sanguinaria, citemos al socialista de izquierdas asturiano Javier Bueno, ejecutado públicamente en Madrid, a garrote vil.