ESPAÑA, STALIN Y EJOV[1]

(4 de marzo de 1939)

 

Ejov, antiguo jefe de la G.P.U., ha caído en desgracia por varios motivos.[2] Pero sin duda alguna los acontecimientos españoles han influido en su caída. La derrota de los ejércitos republicanos, en la cual la G.P.U. ha tomado parte directa y de las más activas, constituye en si misma un peligro muy grave, tanto para la G.P.U., como para sus jefes del Kremlin.

Los innumerables crímenes perpetuados en la península ibérica por los bandidos internacionales al servicio de Stalin deben, ahora, inevitablemente, salir a la luz. Centenares y millares de testigos, victimas y participantes, están saliendo y huyendo de España hacia todos los países del mundo. Llevarán consigo, por todas partes, su testimonio sobre los crímenes de la G.P.U. en España. La verdad estará al alcance de amplios círculos de la población en todos los países del mundo.[3]

Si hubieren ganado los republicanos, mucha gente hubiese tendido a perdonar los crímenes de Stalin. «No se acusa a los vencedores ante los tribunales.» [4] Pero no obstante es ahora evidente que los infames asesinatos de los revolucionarios no han hecho más que facilitar la victoria a Franco. ¡A más. de un ciego se le caerán las vendas de los ojos!

Fiel a su metodología habitual, Stalin al quitar a Ejov a tiempo, ha querido decir: «¡Ejov es el culpable, no yo!». Pero después de todos estos hechos ¿quién va a creer esta astucia tan cobarde, que raya en la estupidez? Es el propia Stalin quien deberá responder personalmente de estos crímenes en España delante de la clase obrera mundial, tanto por la perfidia política de la Internacional Comunista como por la política de asesinatos de la G.P.U.[5]

En casi todos los países del mundo se encuentran hoy hombres que, de una forma u otra, han pasado por las manos de la G.P.U. Después de la masacre de España, queda todavía mucho más. Cuando los agentes de la G.P.U. se ven obligados a liberar a sus víctimas de las esposas que les habían puesto, habitualmente les dicen: «¡no olvidéis que tenemos el brazo muy largo!». Y el miedo que inspira esta amenaza ha sellado muchos labios. Ahora debemos hacer todo lo posible para que estos hombres aterrorizados hablen. En todos los países, nuestros camaradas deben explicar a todas las antiguas víctimas o semivíctimas de la G.P.U. que su deber inmediato es decir todo lo que saben. Sus familiares que han quedado en la U.R.S.S. no sufrirán si sus revelaciones se hacen a gran escala, con un carácter de masas. Las organizaciones de la IVª Internacional pueden y deben dar tal carácter a estas revelaciones: se trata, en estos momentos, de una tarea extremadamente urgente en la lucha contra la mafia estalinista internacional.[6]

 

 

LOS MISTERIOS DEL IMPERIALISMO

 

tomo segundo



[1] T. 4535. Publicado en el B.O. nº 75-76, en marzo-abril de 1939, p. 11, bajo el título citado, y en el Socialist Appeal del 24 de abril de 1939, bajo el título «Yezhov’s Victims in Spain Must Cry out», y sin firmar.

[2] Las circunstancias de la caída de Ejov no se conocen., todavía hoy, muy bien. Sólo se sabe que el Comité Central del partido y el Consejo de comisarios del pueblo había adoptado el 15 de noviembre de. 1938 un decreto reglamentando las actividades «represivas». El 8 de diciembre siguiente, la prensa rusa anunciaba que Nicolás Ejov había sido a petición propia, relevado de sus funciones en el comisariado del interior y trasladado al ministerio de transportes fluviales. Todavía se iba a ver a Ejov en público junto a Stalin durante un breve período, sobre todo en el teatro Bolchoi, el 21 de enero de 1939. Desde el 26 de diciembre de 1938, la prensa trotskista había anunciado la próxima caída del sucesor de Iagoda, y el Socialist Appeal de ese día mencionaba la explicación dada por el Daily Worker (periódico del. P.C. americano) según la cual Ejov, cuya salud dejaba mucho que desear desde que los trotskistas habían intentado asesinarle, debía restringir sus actividades. Según los testimonios recogidos por Roy Medvedev (Let History Judge, pp. 240-241), Ejov habría sido asesinado en la cárcel en 1940. Corrieron rumores -Medvedev piensa que habían sido lanzados deliberadamente por los medios oficiales- de que se había vuelto loco y hubo de ser internado. Recordemos que el sucesor de Ejov fue Beria.

[3] Trotsky pensaba sin duda en las revelaciones que podrían hacer personas como «Walter», alias Krivitsky (¿era Ginsgurg su verdadero nombre?) que había roto con la G.P.U. donde ocupaba puestos importantes, después del asesinato de Reiss y que había encontrado a finales de 1937 a Sneevliet y a Víctor Serge. Krivitsky se había pronunciado públicamente con respecto a los procesos de Moscú a partir de 1937. Sus declaraciones sobre el papel desempeñado en España por Stalin debían ser publicadas la segunda semana de abril en el Saturday Evening Post de los Estados Unidos. Pero por desgracia su testimonio no inspiraba confianza y había sido visiblemente retocado por los «especialistas» de la información. La guerra en 1939 cerraba el período de las «revelaciones», sellando muchas bocas y haciendo desaparecer muchos testigos. Otros testimonios aparecerían durante la «guerra fría», fundamentalmente la discutida obra firmada por Alejandro Orlov, The secret History of Stalin crimes, y las memorias de los antiguos dirigentes del P.C. español, Enrique Castro Delgado y sobre todo de Jesús Hernández.

[4] Este razonamiento iba a aparecer en efecto al final de la Segunda Guerra Mundial: la gloria de los «vencedores de Stalingrado» borraba a los ojos de muchos los crímenes de Stalin, cometidos, además, en una época que parecía ya lejana.

[5] La «desestalinización» en la U.R.S.S. no ha arrojado mucha luz sobre la purga de «españoles» y el ciudadano soviético no ha conocido más que la rehabilitación de tal o cual ilustre víctima, empezando por la de Vladimir Antonov-Ovseenko en 1956, anterior al famoso «discurso secreto» de Kruschov. Incluso la literatura samizdat es pobre en este tema. Roy Medvedev (op. cit.) alude a ello a-propósito de la ejecución de Berzine y de sus colaboradores (p. 216) luego menciona «los arrestos en masa de oficiales que habían tomado parte en la guerra civil española», precisando que empezaron en 1937-1938» (p. 248). Otros autores samizdat mencionan, aquí y allá, lo que llaman «el abandono de la República española».

[6] Después de Víctor Serge, Elsa Poretsky ha presentado a un Krivitsky (Walter) perfectamente consciente de que sus «revelaciones» constituían su sentencia de muerte (op. cit., pp. 278 ss.). En su manuscrito inédito, Moskau-Madrid-París, Paul Thalmann cita, (pp. 351-352), la historia de un alemán que se llama Herbert Bucher y que sirvió en España a la G.P.U. Estalinista convencido, dirigía en las prisiones privadas de la G.P.U. los interrogatorios de los militantes revolucionarios. Al permitirle esta actividad comprender que los hombres que perseguía no eran «fascistas camuflados» y tomar conciencia del papel que desempeñaba, Bucher rompió con el estalinismo y huyó de España. Durante años viviría perseguido. Hoy todavía, después de todos los años que ha pasado esforzándose en disimular estos episodios de su vida, Herbert Bucher no se ha abierto nunca más que a aquellos -que como nosotros- le conocían. Sólo nos ha prometido que su propio testimonio sobre los crímenes de la G.P.U. de las cuales él fue, con buena fe, cómplice en España, será publicado después de su muerte.

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