EL P.O.U.M., PARTIDO CENTRISTA[1]
(Carta a Daniel Guérin, 10 de
marzo de 1939)
¿Cuál es la situación en lo que
se refiere al P.O.U.M.?
Según palabras de Pivert todo su
partido está dispuesto «unánimemente» a defender al P.O.U.M. contra nuestras
críticas. Dejo de lado la cuestión de la unanimidad; no estoy seguro de que los
miembros de su organización conozcan con detalle la historia de la revolución
española, la de las luchas entre sus diferentes tendencias, y en particular el
trabajo crítico efectuado por los representantes de la IVª Internacional en los
problemas de la revolución española. Pero en todo caso lo que está claro es que
la dirección de su partido no ha
comprendido en absoluto los errores fatales del P.O.U.M., errores que provienen
de su carácter centrista, no
revolucionario, no marxista.
Desde el comienzo de la
revolución española he estado en estrecho contacto con un cierto número de
militantes, en particular con Andrés Nin. Hemos intercambiado centenares de
cartas. Solo tras una experiencia que ha durado meses y meses, he llegado a la
conclusión de que Nin, honrado y entregado a la causa, no era un marxista, sino
un centrista, en el mejor de los casos, un Martov español, es decir un
menchevique de izquierda[2].
Pivert no distingue entre la política del menchevismo y la del bolchevismo
durante la revolución.
Los dirigentes del P.O.U.M. no
han pretendido ni un solo día desempeñar un papel independiente; han hecho todo
lo posible para quedarse en el papel de buenos amigos de «izquierda», de
consejeros de los dirigentes de las organizaciones de masas. Esta política que
arrancaba de la falta de confianza en ellos mismos, en sus propias ideas,
conducía al P.O.U.M. a la duplicidad, a un tono falso, a continuas oscilaciones
que se encontraban en aguda contradicción con la amplitud de la lucha de
clases. Los dirigentes del P.O.U.M. sustituían la movilización de la vanguardia
contra la reacción incluyendo a sus abyectos lacayos anarcosindicalistas por
homilías casirrevolucionarias dirigidas a estos dirigentes traidores,
declarando a modo de autojustificación que las «masas» no comprenderían otra
política más resuelta. El centrismo de izquierda, sobre todo en condiciones
revolucionarias, está siempre dispuesto a adoptar de palabra el programa de la
revolución socialista, y no se muestra avaro en frases sonoras. Pero la fatal
enfermedad del centrismo es su incapacidad para sacar de estas concepciones
generales conclusiones valientes de táctica y organización. Siempre piensan que
es «prematuro»: «hay que preparar la opinión de las masas» (por medios
equivocados de duplicidad, diplomacia, etc.); en cambio teme romper sus
relaciones amistosas habituales con sus amigos de la derecha, «respeta» las
opiniones personales: por eso siempre ataca a
la izquierda, buscando así realzar su propio prestigio a los ojos de la
opinión pública seria.
( ... )Siguiendo a todos los
oportunistas y centristas, Marceau Pivert explica la derrota del proletariado
español por el mezquino comportamiento del imperialismo francés y británico y
de la pandilla bonapartista del Kremlin. Es muy fácil decir que no es posible,
en ningún sitio, que se dé una revolución victoriosa. No se podría esperar o
recurrir a un movimiento de mayores dimensiones, de mayor resistencia, de mayor
heroismo por parte de los obreros, que el que hemos podido observar en España.
Los «demócratas» imperialistas y los canallas mercenarios de la IIª y IIIª
Internacionales se comportarán siempre como lo han hecho con la revolución
española. ¿Qué se puede esperar de ellos en estas condiciones? Es un criminal
aquel que, en vez de analizar la política de fracaso de las organizaciones
casirrevolucionarias, invocan la ignominia de la burguesía y de sus lacayos. Ya
que precisamente contra estos últimos es contra los que hay que llevar una
política correcta.
Sobre el P.O.U.M. recae una
enorme responsabilidad en la tragedia española. Tengo todo el derecho para
decirlo ya que en mis cartas a Andrés Nin, desde 1931, he anunciado las
inevitables consecuencias de la desastrosa política del centrismo. Dadas sus
fórmulas generales de «izquierda» los dirigentes del P.O.U.M. han creado la
ilusión de que existía en España un partido revolucionario y han impedido la
aparición de tendencias auténticamente proletarias, intransigentes.[3]
Al mismo tiempo, por su política de adaptación a todas las formas del
reformismo, se han convertido en los mejores ayudantes de los traidores
anarquistas, comunistas y socialistas. La honestidad personal, el heroísmo de
numerosos trabajadores del P.O.U.M., merecen por supuesto nuestras simpatías:
estamos dispuestos a defenderlos hasta el fin contra la reacción y los canallas
estalinistas. Pero no vale gran cosa el revolucionario que, influido por
consideraciones sentimentales, no es capaz de ver de forma objetiva la esencia
real de un partido determinado. El
P.O.U.M. siempre ha buscado la línea de menor resistencia, ha contemporizado,
soslayado, jugado al escondite con la revolución. Ha empezado por intentar
atrincherarse en Cataluña., cerrando los ojos a las relaciones de fuerzas en el
conjunto de España. En Cataluña, los anarquistas ocupaban las posiciones
dominantes dentro de la clase obrera; el P.O.U.M. empezó por ignorar el peligro
estalinista -a pesar de todas las advertencias- y por aferrarse a la burocracia
anarquista. Por eso, por no crearse a sí mismo dificultades «superfluas», los
dirigentes del P.O.U.M. cerraron los ojos al hecho de que los anarcoburócratas
no valían un comín mas que los otros reformistas, que sólo se cubrían con una
fraseología diferente. El P.O.U.M. se abstuvo de entrar en el seno de la C.N.T.
a fin de no enturbiar sus relaciones con los dirigentes de esta organización y
conservar la posibilidad de mantenerse a su lado en el papel de consejeros.
Ésta era la posición de Martov. Pero Martov -hay que decirlo en honor suyo-
sabía evitar errores tan groseros y vergonzosos como ¡la participación en el
gobierno catalán! ¡Pasar abierta y solemnemente del campo del proletariado al
de la burguesía! Marceau Pivert cierra los ojos ante este tipo de «detalles».
Para los obreros que durante la revolución dirigen toda la fuerza de su odio de
clase contra la burguesía, la participación de un dirigente «revolucionario» en
un gobierno burgués es un hecho de vital importancia: los desorienta y los
desmoraliza. Y este hecho no ha caído del cielo. Constituía un eslabón
necesario en la política del P.O.U.M. Los dirigentes del P.O.U.M. hablaban muy
elocuentemente de las ventajas de la revolución socialista sobre la revolución
burguesa, pero no habían hecho nada serio para preparar esta revolución
socialista ya que esta preparación. sólo podía pasar por una movilización
despiadada, valiente, implacable, de los obreros anarquistas, socialistas y
comunistas contra sus dirigentes traidores. No había que tener miedo de separarse
de estos dirigentes, de convertirse en los primeros tiempos en una secta,
aunque fuesen perseguidos por todo el mundo; había que lanzar consignas justas,
claras, predecir el porvenir y, apoyándose en los acontecimientos, desacreditar
a los dirigentes oficiales y expulsarles de sus puestos. En ocho meses los
bolcheviques pasaron de ser un pequeño grupo a convertirse en una fuerza
decisiva. La energía y el heroísmo del proletariado español han dado al
P.O.U.M. varios años para prepararse. En dos o tres ocasiones el P.O.U.M. tuvo
la oportunidad de salir de sus pañales y hacerse adulto. Si no lo ha hecho, no
es en absoluto por culpa de los imperialismos «democráticos» o de los
burócratas de Moscú, sino que es el resultado de causas internas: su propia dirección
no sabía dónde ir ni por qué vía.
Sí, una enorme responsabilidad
recae sobre el P.O.U.M. Si el P.O.U.M. no se hubiese situado a remolque de los
anarquistas, si no hubiese confraternizado con el Frente Popular, si hubiese
llevado una política revolucionaria intransigente, entonces, en el momento de
la insurrección de 1937, o probablemente mucho antes, se hubiese visto situado
naturalmente a la cabeza de las masas y hubiese asegurado su victoria.[4]
El P.O.U.M. no era un partido revolucionario, sino un partido centrista
arrastrado en la ola de la revolución. Lo que no es lo mismo.
( ... ) Marceau Pivert cree
haber comprendido las condiciones y las lecciones de junio del 36. Pero no las
ha entendido y su incomprensión se manifiesta de la forma más clara sobre el
tema del P.O.U.M. Martov vivió la revolución de 1905 sin aprovecharse de sus
lecciones: lo demostró durante la revolución de 1917. Andrés Nin escribía
decenas de veces -y sinceramente- que «en principio» estaba de acuerdo con
nosotros, pero que estaba en desacuerdo en cuanto a la «táctica» y los
«ritmos». Por otra parte, desgraciadamente, hasta su muerte, no encontró nunca
la posibilidad de decir una sola vez precisa
y claramente sobre qué exactamente estaba de acuerdo y sobre qué no lo
estaba. ¿Por qué? Porque ni tan siquiera lo sabia él mismo.
L.
Trotsky
LA GUERRA
DE ESPAÑA Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
[1] T. 4551. B.O. n.º, 75-76, en marzo-abril de 1939, pp. 12-17. Extraído de una carta a Daniel Guérin, dirigente de la izquierda del P.S.O.P., fechada el 10 de marzo de 1939. Hemos reproducido esta carta en«Le mouvement Communiste en France», pp. 623-630, amputando, el párrafo aquí citado, dedicado por entero a España.
[2] Trotsky hacía ya esta observación a principios de 1937 (ver p.76).
[3] Este reproche no había sido formulado hasta ahora por Trotsky. En el contexto, apunta también hacia el P.S.O.P. del que Trotsky teme que constituya una pantalla entre los militantes que rompen con los partidos tradicionales y los grupos de la IVª Internacional
[4] Igualmente ésta es la primera vez que Trotsky se aventura a hacer un pronóstico de este tipo sobre lo que habría podido pasar.