Martes 23 de febrero

        Acabo de abrir el obsequio de despedida de mamá, un paquete muy mono con un lazo azul. Este será mi compañero, lo prometo. La verdad, nunca me imaginé escribiendo un diario, pero... el que dice: "de esta agua no he de beber..."
        El avión está elevándose. Un cielo gris plomo lo espera en las alturas. Buenos Aires se prepara para un día de lluvia. Quiero creer que el cielo llorará por mi partida.
        Me siento acongojado y furioso. En una semana mis padres se encontrarán en Tel Aviv, a miles de kilómetros de distancia. Deseo fervientemente acompañarlos. De nada valieron mis ruegos, súplicas, promesas de portarme bien y hacer caso estrictamente en todo. Ambos estarán muy ocupados en sus respectivas profesiones. Mi padre, ingeniero en petróleo, tiene que realizar estudios para la empresa multinacional en la cual trabaja. Mi madre, periodista, realizará reportajes, crónicas y algunos informes "en vivo", ya que consiguió ser designada corresponsal para el diario en la zona donde trabajará papá. Se instalarán por varios meses con residencias alternativas en Israel, Turquía, Arabia, Irak, Irán... Me fascina pensar en los siglos de historia que allí descansan y que yo hubiera podido contemplar...
        Me duele la decisión de mis padres de dejarme en Argentina con la excusa de que mil novecientos noventa y tres no es un año seguro en la zona en que ellos estarán; siento que me excluyen de sus vidas, no sólo por el amor que entre ellos se demuestran, sino por la resolución que tan firmemente adoptaron.
        —Es hora que nos pruebes cuán grande y responsable eres capaz de ser —dijo mi madre.
        —Viajarás al sur, a la Patagonia —agregó—. Te quedarás con la hermana de mamá. Ella te quiere mucho. Estarás bien.
        —Serán sólo unos meses —dijo mi padre.
        Yo insistí, quería ir. Me encanta viajar y compartir con mis padres todo lo que puedo, que no es mucho.
        Recuerdo muy poco a mi tía-abuela materna Ana. Quedó viuda hace algunos años y no tenía hijos. Mariana, hija de mi tía Sofía (hermana de mamá) que falleció con su esposo hace unos años, vive con ella.
        Yo nací en Allen, pero siendo pequeño mis padres se establecieron primero en Estados Unidos y luego en algunos países europeos. Hace tres años nos radicamos en Buenos Aires, aunque viajamos mucho a México, Perú y Colombia. Siento que me pierdo en el tiempo rememorando hechos y lugares.
        ¡Vaya! Casi sin darme cuenta pronto aterrizaremos en el aeropuerto de Neuquén. Este Diario, sin duda me ocupará todo el tiempo. Afloran a mi memoria las palabras de mamá diciendo algo así como:
        —Es necesario que conozcas y vivencies la historia del lugar donde naciste. Su vida cotidiana te ayudará mucho. Tenés que encontrarte con las costumbres, tradiciones, fastos, que algún día vas a necesitar.
        Olvidó decir para qué los voy a necesitar. Creo que fue una salida cómoda al problema de llevarme con ellos.
 

23 de febrero. Noche

        Tía Ana resultó ser una mujer de cabello canoso, alta y muy activa. Recordé que la vi por última vez hace unos ocho años. La tristeza de sus ojos contrasta con su carácter alegre y bullicioso. Sencilla. Olvidó pronto las formalidades para "estamparme" un abrazo que me aprisiona y dos sonoros besos, uno en cada mejilla. Luego, miró con atención mis ojos y dijo:
        —¡Mmmmmm! No pareces muy feliz con este viaje. No te apresures a juzgar. Date tiempo. Tal vez cambies de opinión.
        Preferí no contestar para no desilusionarla desde el principio. Los "grandes" tienen la pésima costumbre de pensar en futuro mientras que yo, al menos, estoy viviendo ahora.
        Mariana me pareció una cría simpática, de quince años. Espero que no sea una niña malcriada y cargosa. No tengo ganas de ser niñero.
        Cargamos las valijas en el baúl del auto de mi tía. Es un vehículo un poco viejo. Nada que ver con el auto de mamá y menos el de papá que es importado.
        Tía Ana se sentó al volante, yo me acomodé a su lado y Mariana atrás.
        El camino hacia Allen despertó mi curiosidad, satisfecha por la guía de tía Ana que pareció conocer mis pensamientos y se adelantó a explicar todo lo que veía. A veces hablaba Mariana, pero muy poco, ya que parecía muy entretenida canturreando la música que escuchaba por radio.
        Me siento triste y no sé por qué.
        De pronto, tía Ana dice:
        —Martín, hemos llegado a Allen.
        Detuvo el coche para que contemple el acceso de entrada por la Ruta Nacional 22.
        —Este arco de acceso fue donado por la firma Natalio Faingold de Mendoza en 1969.[1]
        Además de las letras A L L E N, observo una gran manzana roja. No tengo ganas de hacer preguntas. Mi tía sonríe diciendo:
        —Es parte de la historia de la localidad.
        Continuamos viajando por el acceso, luego atravesamos por diferentes cuadras hasta que dijeron que habíamos finalmente llegado. Cuando abrí la puerta del auto para descender, el calor sofocante me abrazó y sentí que transpiraba profusamente. Mi tía y Mariana sonríen al ver que me seco la frente y el cuello con un pañuelo. Dicen al unísono:
        —¡BIENVENIDO!
        Apoyé un pie y luego otro, y otro paso más. ¡Y bien! Aquí estoy. Llegué a la Patagonia, me dije.
        Entre mis pensamientos, alcancé a escuchar que Mariana decía:
        —...el Alto Valle —completó mirando mi mano.
        Entonces, entramos a la casa y la frescura que me recibió, me gustó mucho.
 

24 de febrero

        Las calles Tucumán y Misiones, justo, se cruzan en esa esquina. Tal vez, es obra de la casualidad. ¡Cuántas cosas se gestaron a partir de la casualidad! Tucumán es doble mano; en cambio, Misiones, que recién comienza en el cuatrocientos y corre de este a oeste, es de una sola mano, angosta. Tucumán es ideal para los "picaditos" de fútbol a cualquier hora que los chicos decidan patear un rato. También juegan al voley, a la paleta... El asfalto nunca fue escollo, aunque los vecinos se cansan de los gritos, sobre todo a la hora de la siesta.
        El terreno baldío de Tucumán y Pasaje Cacique Catriel, fue escenario de pistas de autitos y bicicletas; de vez en cuando, vuelve a cobrar actualidad, como ahora, que están planificando el entierro del Carnaval.
        El lugar preferido de reunión es la casa de la esquina de Tucumán y Misiones, allí donde antes vivía un zapatero con su esposa; él falleció y la casa se alquila; los chicos saludan siempre con respeto a los inquilinos porque les gustan las veredas anchas, la sombra acogedora de los árboles, y el hecho de que uno del grupo se siente en el cordón de la vereda, permite a los demás concurrir sintiéndose convocados por este solo hecho. Los padres no se oponen a estas reuniones ya que con sólo asomarse a la puerta de sus casas los ven.
        Todo esto me lo fue contando Mariana que consiguió así despertar mi curiosidad.
        Hasta allí llegué guiado por mi prima en un tardío atardecer donde aún se posan girones dorados sobre la copa de los árboles y el cielo arde en amarillos intensos y rojos.
        Saludo con timidez despectiva, pensando en mis múltiples amigos millonarios esparcidos por tantos lugares del mundo. Y me siento, yo también, en el cordón de la vereda.
        Charlamos. Aprovecho para contar con grandilocuencia anécdotas que dejan silenciosos a los chicos. Me siento importante. Sé que capté la atención de todas las chicas. Cuando tía Ana nos llama a cenar, Mariana con gesto adusto me indica que debemos regresar a casa enseguida. No comprendo qué le ocurre a Mariana. Entonces digo despacio, pero no lo suficiente como para que me escuche:
        —Debería sentirse orgullosa. —Mariana me dio vuelta la cara.
        Durante la cena, tía Ana escucha complacida mis historias. Mariana se retira temprano a su habitación diciendo que debe escribir su diario.
        Me llamaron mis padres por teléfono. Aproveché para platicarles lo acontecido en el viaje y en este primer día; les interesaron mis primeras impresiones de Allen.
        Tía Ana se retiró a dormir. Yo me voy a mi recámara para escribir también en mi diario, confidente obligado.
        En la casa reina el silencio y yo no tengo sueño. Voy a ver si Mariana está despierta.

        Golpeé despacio y entré porque vi luz, entonces Mariana me espeta:
        —¿No sabés esperar a que te digan que podés pasar para entrar?
        —Pensé que no podías dormir como yo y tal vez, tuvieras ganas de charlar.
        —Pues te equivocaste. Estoy ocupada —me dijo.
        —¿Sabés que sos poco amable?
        —¿Quién lo dice? ¿Vos?
        —¿Puedo saber qué te pasa?
        —No me gustó cómo te comportaste con mis amigos. No tenés derecho a hacer lo que hiciste.
        —No hice nada, sólo les hablé de mis amigos.
        —Sí, y también de lo importantes que son. Sólo hablaste de grandezas.
        —Creo que no me conocés lo suficiente como para juzgarme tan duramente.
        —¿Qué? ¿También pensás decirle a tía Ana alguna mentira para que me rete así estarás más contento?
        —Repito: no me conocés.
        —Te comportaste con soberbia. Me sentí humillada.
        —Creo que a tus amigas les encanté.
        —Se sintieron deslumbradas. Es todo. Dentro de unos días, ¿qué pasará? ¿Acaso pensás irte dentro de una semana? ¿No sabés que todo se nota y al final lo que no es auténtico cansa?
        —Me quedaré unos meses hasta que mis padres regresen. No tengo otro remedio.
        —Claro, descargás tu frustración haciéndote el superior. ¿Quién te creés que sos?
        —Mariana, te propongo una tregua. Tal vez me equivoqué y actué mal. ¿Podríamos empezar de nuevo?
        —Lo arreglás muy fácil. Son mis amigos. Yo los quiero. Son los chicos del barrio. Vamos juntos a la escuela. Compartimos la mayor parte de nuestras cosas.
        —No pensé que para vos eso era tan importante.
        —Ahora ya lo sabés. Alguien dijo: "dime con quién andas y te diré quién eres". No quiero que nadie se confunda. Trato de ser honesta y sencilla como lo que soy.
        —Está bien. Pero la verdad siempre es relativa.
        —Martín —dijo muy seria y circunspecta—. Creo que no es el momento más apropiado para discusiones filosóficas.
        —Creo, prima Mariana, que tenés un carácter que se las trae.
        —Bien, creo que me estás conociendo. Cuanto antes, mejor.
        —De pronto, me dio sueño. Será mejor que vaya a mi cuarto —le dije rápidamente. Aproveho para escribir todo antes que me olvide. Después voy a intentar dormir.
 

Jueves 25 de febrero

        Situada entre las bardas y el río Negro, haciendo gala del verde de sus chacras, donde crecen merced a la mano trabajadora del hombre, perales, manzanos, ciruelos, vides..., protegidos del viento patagónico por hileras tiesas y firmes de esbeltos álamos, se encuentra la ciudad de Allen.
        Sus pobladores, en su mayoría inmigrantes o descendientes de éstos, forman un conjunto heterogéneo que convive en armonía, o así me pareció esta mañana cuando acompañé a tía Ana en una recorrida por las calles de la ciudad a bordo de su coche.
        —Es una ciudad tranquila —dijo tía Ana—. Su principal motor económico lo constituye la fruticultura. Otrora fue la ciudad más floreciente del Alto Valle del Río Negro, la llamaban el Nilo argentino.
        "El Hospital fue un orgullo. Lo construyeron para dar respuesta a la salud de toda la región, desde el río Colorado al sur; de hecho, era regional.
        "Aquella chacra que ves allí pertenece a los descendientes de los hermanos Piñeiro Sorondo; ellos cultivaban vides que producían uvas selectas con las que se fabricaba el famoso champagne 'Barón de Río Negro'. Después te contaré la anécdota que origina el nombre.
        "Este parque industrial cuenta con todos los servicios.
        "En Allen tuvimos la Fiesta Nacional del Yeso. Desconozco la razón por la cual es ahora otra localidad la que se hizo acreedora a ella. En 1969 se festejó por única vez la Fiesta Provincial de la Manzana siendo elegida reina una hermosa joven de nuestra localidad. Actualmente continuamos siendo la sede permanente del E.E.F.A.I.P., como ves no todo se pierde.
        —¿Por qué perdieron lo que perdieron?
        —Todo es parte de la historia. Creo que vivimos lamentándonos y olvidamos el hacer.
        —Algo así como dormirse en los laureles.
        —Poco a poco conocerás la historia.
        —¿Cuándo? —pregunté no pudiendo explicarme la dilación.
        —Cuando tú quieras investigarla —agregó tía Ana.
        —Los misterios me fascinan, y la historia mucho más —dije en tono de burla reprimida.
        —Lo sé. Me lo dijo tu madre. Ella pidió que seas tú quien encuentre respuestas. Así se hará. Además, tengo que resolver el problema de tus estudios.
        —¿Por qué problema?
        —Bueno, a qué colegio concurrirás estos meses. Cerca de casa hay un colegio privado.
        —¿Los chicos del barrio concurren allí?
        —Los chicos del barrio van al Industrial, al Comercial, al Bachiller y, por supuesto, algunos al colegio privado.
        —¿A cuál colegio asiste Mariana?
        —Al Comercial.
        —Resuelto el problema. Yo también iré allí.
        —¿Estás seguro? Aún no me mostraste tu pase. No sé si habrá lugar, ni las materias que cursaste, si lo que estudiaste se adapta a la modalidad del colegio.
        —Tía, no te preocupes. Verás que todo estará bien. Soy un alumno aplicado.
        —¡Gracias a Dios! —dijo tía Ana.
        Desconozco el porqué de su exclamación.
        —Cuando llegue te mostraré la documentación que traje —dije pensando tranquilizarla.
        —Esta tarde iré al Colegio. No quiero que tu mamá se preocupe. Ella llamará de Tel Aviv y es mucha la distancia para comentarle un problema.
        —¡No sabés cómo me gustaría estar allá!
        —Lo sé, querido. Creo que la decisión de tus padres es acertada. La situación política de la zona donde ellos se encuentran es preocupante, peligrosa.
        —También lo es para ellos en este caso.
        —Ellos van por trabajo, Martín. Es distinto —me dijo.
        —Y yo iría por ser su hijo —agregué.
        —Ellos piensan en tu seguridad ante todo, querido. Te aman demasiado para considerar siquiera que algo te pueda pasar.
        —Tía, la vida es como un sueño. Nada es real. Todo pertenece al reino del misterio.
        —Ciertamente, Martín; ¿te dedicarás a escritor?
        —¿Por qué lo dices?
        —Por nada, por nada —replicó.

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        La primera Fiesta Nacional del Yeso se festeja en Allen el 24 y 25 de febrero de 1973.
        Allen es sede permanente del Encuentro de Estudiosos del Folklore, Artesanías e Indigenismo de la Patagonia (E.E.F.A.I.P.)

Los chicos del barrio: juntos desde chicos, amigos desde la tierna infancia. Compartiendo los juegos, la calle, la escuela, los secretos y las risas... y el barrio.


26 de febrero

        Vi que uno de los chicos estaba sentado en el cordón de la vereda en la esquina; sin pensarlo, le avisé a tía Ana dónde estaría y me dirigí hacia allí.
        —Hola —dije.
        —Hola —respondió Toni.
        —¿Y los otros chicos?
        —Vendrán enseguida. Algunos están rindiendo. El 8 comienzan las clases, siempre hay una semana sin exámenes antes de comenzar.
        —Mi tía irá a inscribirme esta tarde.
        —¿A cuál colegio irás?
        —Al Comercial, creo.
        —¡Qué suerte! Yo también voy al Mariano Moreno. Es el nombre del colegio.
        —¿Por qué se llama así?
        —Creo que por el prócer. La verdad no sé. No me interesó nunca.
        Por Misiones llegaban conversando Javier y David.
        —¿Cómo les fue? —preguntó Toni.
        —Y... bien —dijo David sin mucho entusiasmo.
        —Ellos estudian en el Colegio Industrial —dijo Toni.
        Desde el Pasaje Catriel y por Tucumán se acercaban Gabriel, Pancho, Pablito, Carlos y Marcelo (Teto, Zurdo o Liebre le decían a veces indistintamente). Toni me explica esto porque aún no conozco los nombres de los chicos.
        —Bueno, muchachos. Tenemos que comprar cosas para el muñeco —dice Marcelo.
        —¿Hacemos una "vaquita", o ponemos un poco de cosas cada uno?
        —Creo que lo mejor es que juntemos lo que tenemos cada uno primero —dice Gastón. Nadie se dio cuenta por dónde llegó.
        —Vengo de mi casa —dijo—. Estuve hablando con mi hermana y con Darío —agregó.
        —¿Ya vino de Roca? —preguntó alguien.
        —Sí —dijo Pablito—. Rindió y se tomó el colectivo para acá.
        —¿Cómo le fue?
        Pablito respondió con el dedo pulgar hacia abajo. Todos entendieron, hasta yo.
        —Hoy va a hacer calor. Podríamos organizar algo. Además, no nos olvidemos del Carnaval.
        —El muñeco podemos hacerlo el domingo.
        —No sé qué dirá Miguel. El es el de la iniciativa.
        —Podríamos organizarnos para ir a algún canal e invitar a las chicas.
        —¿Bañarnos en un canal?, ¿no es peligroso? ¿No está prohibido?
        —No, pibe. Acá nos podemos bañar en los canales. Es re-bueno.
        —Tendré que decirle a mi tía... —repetí no muy convencido.
        —Decíle que vamos al Canal Secundario sobre la Ruta 65 por el acceso Martín Fierro. Está re-bárbaro para saltar desde la baranda —dijo Fabián.
        Le expliqué que no sabía si iba a recordar todo lo que me dijo, pero que lo intentaría.
        —Mirá, no te preocupes, ella sabe dónde vamos. Ya que estás poniendo cara de "no entiendo nada", te diré que en 1907 se comienza a trabajar en una "Cooperativa de Irrigación" y en 1909 se inicia la construcción de los canales. Así, está el Canal Principal, de cemento; pasa acá cerca, al lado de la Cooperativa Millacó; después están los canales secundarios, como el que vamos a usar para bañarnos; tenés los canales terciarios, también te podés bañar en ellos, pero tienen menos agua; dentro de cada chacra hay canales de diferente caudal. Cuando quieras, te invito a la chacra de mi papá para que comprendas mejor. ¡Ah! Me olvidaba decirte que hay canales donde va el excedente de agua.
        —¡Quién iba a pensar que la cosa era así! —dije.
        —Bueno, ahora están organizados en Consorcios de Regantes que administran el suministro de agua para cada chacra y se encargan del mantenimiento de los canales exteriores a las chacras —me cuenta Silvina que estaba escuchando las explicaciones de Fabián.
        Silvina estudia para ser Ingeniera Agrónoma en la Facultad del Comahue en Cinco Saltos. Ella y Valeria relatan que este valle que hoy disfrutamos como un vergel con sus prolijas chacras, hacia 1880 era un territorio inhóspito donde crecían jarillales y vegetación compuesta por pastos duros o vegetación achaparrada resistente a los fuertes vientos que azotaban la región. Fue una labor dura, tenaz y los esfuerzos de los pioneros son los logros que hoy disfrutamos; agregaron que con la Campaña de Roca llegaron los primeros colonos como Tomás Maza y su hijo Gregorio; después Roque Galarce, José Escales, Juan Campetella, Trujillo, Rostoll, Benjamín Zorrilla, Pedro Pizarro, Genaro Fernández, Juan Fernández, Manuel Ruiz, Benito Huertas, Juan Reus, Carlos Sada, José Manzaneda, Bernardo Rodríguez, Nicolás Tarifa y otros que no sabían —completaron.
        —No te vi llegar —le dice el "Mono" a Mariana.
        —Vengo a buscar a Martín para almorzar —repuso.
        —Bueno —dijo Gastón—. Nos encontramos aquí a las dos, ¿les parece? No olviden invitar a las chicas para que se sumen a la partida.
        Todos asintieron. Cada uno partió hacia su casa. El sol en el cenit caldea aún los lugares a la sombra, pero todos nosotros ansiosos ante la diversión que nos espera, le agradecemos al calor.
 

26 de febrero. 14 hs.

        Puntuales, en bicicleta y/o a pie, nos reunimos en la "esquina" y partimos charlando, riendo, gritando. Me llamó la atención la camaradería que comparten sin importar el sexo. Cuando hicieron un alto entre zambullidas, cantos, jugos y risas, aproveché para decirles algo así, más o menos:
        —Chicos: quiero disculparme con Uds. si es que ayer estuve un poco "agrandado". Por lo general no soy así. Tenía rabia porque me pareció que venir aquí no era importante. Hoy me estoy dando cuenta que estaba equivocado. Mariana anoche me lo reprochó enojada. Tal vez no lo comprendí enseguida.
        Me miraron y escucharon en silencio. "Teto" me alcanzó su botella de jugo y me dijo:
        —Nosotros somos todos amigos, desde chicos. Nosotros, mis hermanos y yo, vinimos a vivir a Allen en 1980, mi hermanita Yanina nació aquí. Fuimos a la primaria algunos juntos, otros no, pero siempre jugamos unidos y compartimos muchas cosas. Nos queremos y respetamos mucho.
        Luego, me saludaron golpeando sus manos abiertas con la mía derecha, todos y cada uno. Sentí que me estaban aceptando y no sé por qué, pero en mi corazón percibí una tibieza nueva.
        —Hay que ser valiente para reconocer públicamente los errores, sobre todo cuando se es joven y los códigos de popularidad son importantes —comentó Nuria.
        Cuando regresamos, la pequeña Yanina se dio cuenta que olvidó sobre la baranda del puente sus zapatos azules. Eran unos que quería mucho, pero...
 

28 de febrero

        Hoy amaneció diáfano. Febrero se despide sonriente y los chicos piensan en el fin de las vacaciones. Hay algo que nos llama hacia el "campito". En el baldío se están congregando algunos padres como "asesores" con Miguel y los chicos, provistos de maderas, ropas viejas, cañitas voladoras, etc. Todos trabajamos o hacemos algo, miramos, vamos y venimos hasta nuestras casas. Se escuchan algunos gritos de los más chicos y palabras... dichas "sin querer". Finalmente y para satisfacción colectiva el muñeco se eleva y logran que se sostenga solo. Debe tener una altura de cerca de tres o cuatro metros. Ahora, el común denominador es la ansiedad. Chicos y grandes miramos el cielo con frecuencia y recibimos alborozados las primeras manchas oscuras.
        En la tarde todos jugamos al carnaval con baldes, bombitas, pomos... Recuerdo que en una oportunidad bañé a Pocha, la mamá de Pablito. El papá de Darío mojó a otro papá; en la calle todos corríamos y nos reímos mucho.
        Hacia las veintidós encienden la mecha preparada especialmente para iniciar la quema del muñeco.
        Los vecinos congregados en las cercanías contemplan los festejos de los chicos. Algunos se animan  participar. Todos charlamos animadamente.
        Sobre la medianoche se impone el silencio. Cada familia se dirige a su hogar.
        En la tranquilidad de mi dormitorio puedo meditar y escribir en este diario. Tengo que confesarme algo: yo creí que tenía todo resuelto. Ahora llegan las dudas. ¿Quién soy verdaderamente? Creo que tengo que prestar más atención a los detalles. Debo indagar y conocer la historia de mi familia, sus raíces.
        Me gustan los chicos del barrio. Me siento muy bien con ellos. Igual, quisiera estar con mis padres. Me deben una aventura.

MUY IMPORTANTE
        Debo tener en cuenta lo que dijo la mamá de uno de los chicos:
        "Quien pierde la memoria, hipoteca el futuro".
        Creo que es hora de dormir, tengo mucho sueño.
 

3 de marzo

        Nos vamos juntando de a poco a la sombra acogedora de los árboles. Ahora me doy cuenta por qué a los chicos les gusta tanto este lugar.
        Gabriel patea sistemáticamente el pavimento. Necesita hacer algo para no aburrirse.
        —Che, ¿te acordás cuando el asfalto llegaba sólo hasta esta calle? —dice Fabián T.
        —Claro —responde Pancho—. Cuando nosotros llegamos al barrio, la cuadra de mi casa era de tierra. Cada vez que llovía se formaban lagunones. Hacíamos barquitos de papel y los poníamos a navegar diciendo que eran ríos o lagos.
        —Entonces, ¿cuándo asfaltaron? —pregunté.
        —Como en el '82 creo —dijo Marcelo.
        —Yo me acuerdo cuando se hacían las reuniones en la fábrica de mosaicos de Marinozzi —dijo Gastón.
        —Sí. Todos los "viejos" (nuestros padres) iban. Las reuniones se hacían de noche así todos podían concurrir —agregó Andrea.
        —Al final se pusieron de acuerdo. Cada vecino aportó una cantidad de bolsas de cemento o el dinero correspondiente y la Municipalidad el trabajo y máquinas —dijo David.
        —Cómo nos divertíamos nosotros escuchando hablar y opinar a los "viejos" —recordó el "Mono".
        —Yo sabía acompañar a mi mamá —dijo Pablito.
        —Son muy unidos en el barrio por lo que observo —opiné yo—. Los otros días estuve viendo fotos viejas que me mostró mi tía. Me habló también de los canales que había en el pueblo. Sobre todo recordó uno que estaba ubicado sobre las veredas de la derecha de las calles que hoy se llaman Belgrano y San Martín. A la vera del canal había árboles que daban sombra y se acostumbraba, según mi tía, a caminar allí como paseo.
        —Sí, sé que existía, pero no sé cuándo lo sacaron —dijo Silvina.
        —También me contó que en invierno helaba mucho con temperaturas de -5 ó -7 grados C y se congelaba el agua, entonces los chicos aprovechaban para patinar —agregué haciéndome el sabelotodo.
        —Podríamos jugar a algo —dijo Daniela—. Nos estamos aburriendo.
        —¿Qué tal un partido de voley?
        —¡Hecho! —dijeron varios.
        Armaron enseguida dos equipos donde se repartieron chicas y chicos por igual. Yo me quedé charlando en un costado con Marina. Mariana de vez en cuando nos miraba y sonreía pícaramente.
        La tarde concluyó cuando nos llamaron a cenar. Alguien dijo de volver a encontrarse más tarde.


1.  Luis Silenzi, Allen, relatos e historia, p. 95.
   Vover al punto de lectura.


Los chicos del barrio (portada)

Elisa Ofelia Pérez (biobibliografía de la autora)

Parte II

Parte III

Parte IV

Bibliografía


Suburbio Ra

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