Un
pájaro aprende a volar cayéndose del nido y un escritor aprende a escribir
pergeñando bodrios, a veces durante años y años y a veces, por desgracia,
durante toda su vida. Las notas que he expuesto más arriba pueden resultar
o no de utilidad, pero ningún consejo sustituirá a la práctica. El
escritor se hace escribiendo, emborronando miles de páginas.
Y
se hace también leyendo, aprendiendo como otros escritores antes que él
han resuelto los mismos problemas a los que él se enfrenta ahora.
Y,
en el caso concreto de los diálogos, se hace escuchando. Si un escritor
debe ser un observador de lo que le rodea (sí, incluso un escritor de
ciencia ficción o fantasía porque, no nos engañemos, estaremos en la
Tierra Media o en Akasa-Puspa, pero seguimos escribiendo sobre hombres y
mujeres -o alienígenas y elfos- contando qué les pasa y cómo reaccionan
ante lo que les pasa), debe serlo especialmente de lo que se dice junto a él
si aspira a escribir algún día diálogos que resulten creibles como tales.
Termino
ya, recomendando a cinco autores que, desde mi parcial punto de vista, han
sobresalido como constructores de diálogos y quizá puedan ayudar al
escritor bisoño a enfrentarse con este tema. La elección de estos cinco en
favor de otros puede parecer subjetiva. No os llaméis a engaño: lo es. Son
autores cuyo manejo de la conversación me ha influido enormemente en un
momento u otro:
-
Miguel
Delibes, uno de los oidos más finos y sensibles de la
literatura española. Sus diálogos en Los santos inocentes siguen
siendo, para mí, el mejor ejemplo del habla rural convertida en arte que
existe en nuestras letras.
-
Raymond Chandler, cuyos personajes utilizaban el diálogo como arma
cuando no podían hacerse con una pistola. Las réplicas y contrarréplicas
de Marlowe, casi a ritmo de ametralladora son siempre ingeniosas, fluidas,
vibrantes. Sus diálogos más delirantes quizá estén en Adiós, muñeca.
-
Isaac Asimov. Sí, habéis leido bien, Isaac Asimov. Sus diálogos
son funcionales, no resultan casi nunca forzados y, sin florituras de
ninguna clase, resultan creíbles. Como ejemplo citar El fin de la
eternidad o algunos capítulos de la primera parte de Los propios
dioses.
Pese
a la vacuidad de contenido de muchas de sus conversaciones, Frank Herbert y
Robert Heinlein. Especialmente, este último en El número de la bestia,
que más que una novela (como tal resulta bien pobre) es un manual de cómo
escribir buenos diálogos
Rodolfo
Martínez
Rodolfo
Martínez es una de las jóvenes
realidades de la ciencia ficción española. Ha publicado novelas como La
sonrisa del gato (ganadora del Premio Ignotus 1996 a mejor novela de
ciencia ficción), Tierra de nadie: Jormungand y La sabiduría de
los muertos (Premio Dolores Medio) y la antología Las brujas y el
sobrino del cazador. También es conocido como autor de cuentos con los
que ha ganado en dos ocasiones el Premio Ignotus.
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