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Los personajes y el escenario

Poncio Pilato

Es difícil escribir sobre Poncio Pilato.

Poncio Pilato
(Retrato Imaginario)

Es difícil porque, por un lado, su nombre está indisolublemente asociado a la muerte de Jesús y los cristianos en general – excepto algunos ortodoxos - le tienen muy poca simpatía. Es difícil porque, por el otro lado y si vamos al caso, no fue más que un funcionario de cuarta categoría dentro del escalafón burocrático del Ministerio de Relaciones Exteriores romano [ [1] ] y, si no fuese por los Evangelios, segurísimamente ni nos acordaríamos de él; del mismo modo y por la misma razón por la que ya nadie recuerda a Valerio Grato, su antecesor en el cargo. En tercer lugar, es difícil porque a lo largo de dos mil años una gran cantidad de autores ha dicho de todo de él menos algo favorable, y no pretenderé negar que los cretinos totales existen pero en el caso de Pilato, por toda una serie de cosas que veremos más adelante, me resisto a comprarme la leyenda negra a libro cerrado. Y es difícil, por último, porque, la verdad sea dicha, no sabemos gran cosa del hombre.

Sugestivo, en todo caso, es que Flavio Josefo lo nombra describiendo una serie de hechos ocurridos durante su gestión pero de ese cuadro no se desprende una imagen tan tremendamente negativa. El que le tira con artillería pesada es Filón, un filósofo judío de Alejandría. Así y todo, no podemos dejar de considerar que ambos ya están defendiendo a su pueblo de las acusaciones de los primeros cristianos que comenzaban a culpar a los judíos en general por la crucifixión de Jesús y concedamos que el recargar las tintas sobre Pilato no dejaba de ser una manera indirecta de descargar de responsabilidades a los propios judíos. O, por lo menos, a las autoridades judías que intervinieron en el caso. De modo que a estos testimonios sería bueno tomarlos con pinzas. Sus autores tenían cierto interés partidario que defender.

Inscripción de Pilato hallada en 1961 en Cesarea Marítima

Es cierto que Tácito describe a Pilato como “arbitrario y despiadado”. Lo que no sabemos es de dónde sacó Tácito esa información. Y, en contrapartida, el juicio a Jesús no nos permite sacar esa conclusión precisamente. Por otra parte, acotemos al margen que Tácito tampoco debe haber investigado mucho los detalles del tema desde el momento en que ni siquiera cita correctamente el cargo de Pilato y lo menciona como procurator cuando en realidad fue praefectus [ [2] ].

¿Qué sabemos en realidad sobre Pilato?

No mucho.

La familia de los Pontii perteneció al orden ecuestre. Eran originarios del centro de Italia, de la región de los samnitas y la mayoría de los habitantes de esta región siempre fueron muy buenos guerreros y soldados. Probablemente, los Pontii mantuvieron e intensificaron esta antigua tradición militar, especialmente luego de que Augusto fomentara específicamente el carácter marcial del orden ecuestre. No es, pues, aventurado suponer que Poncio Pilato comenzó su carrera siendo un soldado romano; tanto más cuanto que el título de “prefecto” era en realidad un título militar y, en general, Roma exigía al menos cierta preparación castrense en aquellos que enviaba a gobernar alguna provincia.

En la administración romana la carrera de una persona dependía muy fuertemente de sus contactos, sus protectores y sus “padrinos”. Como en muchas burocracias, antes y después de la romana, para avanzar había que tener una saludable mezcla de talento, capacidad, ambición... y buenas recomendaciones. Al respecto, varios han insinuado que el “padrino” de Pilato no habría sino otro que Sejano. Es muy probable. Aunque, la verdad sea dicha, no disponemos de pruebas demasiado sólidas al respecto. En todo caso, hay algo de lo cual sí podemos estar seguros: Pilato jamás hubiera llegado a Judea en el 26 DC de no haber contado por lo menos con el beneplácito del poderoso comandante de la Guardia Pretoriana.

Otra cosa que debemos tener en claro es que Judea no era, en absoluto, un bocado apetecible para alguien que quisiera hacer carrera en el área de las Relaciones Exteriores. Entre las más de cuarenta provincias del Imperio, era apenas poco más que un mancha en el mapa. Estratégicamente importante quizás, por su posición de lugar casi obligado de paso entre Egipto y Siria. Pero sin relevancia económica o industrial alguna. En consecuencia, ningún senador se hubiera roto el cuello por llegar a gobernarla y este es el motivo por el cual el cargo recayó en una persona del orden ecuestre; una clase social, inferior a la senatorial, de la cual no podía surgir un “legati”, ni un “procónsul”, aunque sí un “praefectus”.

Moneda emitida por Poncio Pilato

En lo esencial, un gobernador romano tenía cuatro funciones importantes. En primer lugar, era el responsable por la recolección de impuestos. En segundo lugar, debía supervisar la administración y, en especial, la ejecución de los grandes proyectos arquitectónicos. En tercer lugar, era el juez que decidía en aquellos casos en que fuese de aplicación la ley de Roma. Y en cuarto lugar, era el comandante de las fuerzas militares de la región a su cargo.

Estas cuatro funciones constituían una misión bien definida y bien delimitada. Aunque, a veces, la misma se podía volver endiabladamente compleja.

Por ejemplo, recaudar impuestos de las autoridades locales podía no ser nada sencillo, especialmente en zonas como Judea en dónde el pagar impuestos a un gobernante extranjero era considerado como algo contrario a la Ley de Dios. Y aparte de ello, los publicanos – que eran recaudadores privados contratados para cobrar impuestos – generalmente tenían la bastante difundida y no precisamente honesta costumbre de quedarse con una buena tajada de lo recaudado. Además, como representante financiero del Emperador, un gobernador tenía atribuciones para acuñar moneda y negociar operaciones financieras con instituciones locales, entre las cuales y para nuestro caso debemos incluir al Templo en Jerusalem a cuyas arcas los judíos tenían obligación de aportar, no ya por disposición romana sino por las normas de su propia organización social y religiosa.

El mando militar tampoco carecía de sus buenos dolores de cabeza, ya sea porque el gobernador debía defender las fronteras de Roma frente a los ataques de sus enemigos externos, ya sea porque – como sucedía en Judea – la población misma se hallaba en un estado de frecuente insubordinación y rebeldía. Las provincias más importantes contaban con legiones enteras – con unos 5.300 hombres por legión – pero Pilato sólo disponía de tropas auxiliares. Tenía dos cohortes acuarteladas en Jerusalem, una tercera custodiando su propia residencia en Cesarea Marítima, ciudad que oficialmente era en aquellos tiempos la capital de la provincia de Judea, y a esto se sumaban dos cohortes adicionales y un regimiento de caballería patrullando la región. Con 500 hombres por unidad, Pilato se hallaba al mando de unos 3.000 soldados. Una fuerza respetable pero bastante exigua para casos de verdadero apuro. Si las cosas se ponían realmente feas, no le quedaba más remedio que pedir ayuda a su superior inmediato, el gobernador de Siria.

Es decir: si conseguía encontrar allí a alguien que lo escuchase. Porque, para colmo de males, Siria estaba sin gobernador. Lucio Aelio Lamia, ex-cónsul y ex-gobernador de África, íntimo amigo del poeta Horacio y miembro de la más rancia aristocracia romana había quedado retenido en Roma por disposición del propio Tiberio. El hecho bastante poco mencionado es que, durante la mayor parte de su mandato, Pilato se tuvo que arreglar solo con sus, bastante dispersos y no demasiado selectos, 3.000 auxiliares. En Siria no tuvo a nadie a quien recurrir hasta el 35 DC en que Lucio Vitelio, el padre del más tarde emperador Aulio Vitelio, se hizo cargo de esa provincia.

La cuestión de las efigies

Soldado romano portador del "signum"

Según los relatos que nos han llegado, cuando Pilato llegó a Cesarea en el año 26 DC, arrancó bastante mal de entrada. La cuestión se suscitó por unos símbolos imperiales que unos soldados habrían llevado a Jerusalem causando el horror y la indignación de la población local que los consideró ídolos y, como tales, una grave afrenta a la religión judía. Se dice que prácticamente toda la población de Jerusalem marchó a Cesarea para exigir la remoción de esos símbolos.

Sucede que tenemos tres relatos distintos del incidente. El más antiguo de ellos es de Filón, escrito hacia la década de los años 40 DC, y dos más de la pluma de Flavio Josefo: uno consignado en su libro Las Guerras de los Judíos – que apareció por los años ’70 DC – y otro, que no es sino una nueva versión de la misma historia, incluida en su libro Antigüedades Judías que apareció hacia los años ’90 DC.

Por de pronto, lo primero que debemos establecer es que ni Filón, ni Flavio Josefo fueron testigos presenciales de los hechos. Al momento de los acontecimientos, Filón estaba en Alejandría y Flavio Josefo se basó fuertemente en relatos orales. Por otra parte, los relatos difieren bastante. Según Filón las tropas instalaron “... escudos dorados en el palacio de Herodes en la Ciudad Santa. No había sobre ellos ninguna figura ni ninguna otra cosa que estuviese prohibida, sino tan sólo la más breve descripción posible que expresaba dos cosas – el nombre del dedicador y el de la persona en cuyo honor la dedicación era realizada.” [ [3] ] Flavio Josefo en su primer relato nos cuenta algo levemente diferente: “Pilato, habiendo sido enviado por Tiberio como prefecto de Judea, introdujo en Jerusalem, de noche y subrepticiamente, las efigies de César llamadas estandartes.” [ [4] ] y, cuando vuelve a contar su historia unos veinte años más tarde, nos encontramos con que: “... Pilato, el prefecto de Judea, cuando sacó a su ejército de Cesarea para mandarlo a cuarteles de invierno en Jerusalem, dio un audaz paso para subvertir las prácticas judías introduciendo en la ciudad los bustos del emperador que estaban adosados a los estandartes militares, puesto que nuestra ley prohíbe la hechura de imágenes.” [ [5] ]

El "aquilifer" o portador del águila

De modo que comenzamos con simples escudos, seguimos con estandartes y terminamos con bustos del emperador adosados a los estandartes. Aún admitiendo la imprecisión típica de las transmisiones orales y las distintas versiones que diferentes testigos suelen dar de un mismo hecho, hay aquí discrepancias que, como mínimo, llaman la atención. Más todavía cuando Filón nos cuenta que una embajada de los hijos de Herodes el Grande se habría apersonado ante Pilato solicitándole el retiro de los escudos y Flavio Josefo nos relata que, cuando Pilato se negó a quitar las efigies amenazando con reprimir a una muchedumbre que fue a Cesarea a solicitar su retiro, los manifestantes desnudaron sus cuellos en señal de que preferían morir a manos de los soldados antes que aceptar la profanación. Lo curioso aquí es que Flavio Josefo no menciona a la embajada de los herodianos y Filón por su parte no menciona la casi autoinmolación de los manifestantes. Más curioso todavía es que hay un hecho muy similar, bastante bien documentado pero que es muy posterior, y que no involucra a Pilato sino a Petronio, el gobernador de Siria, a quien Calígula ordenó erigir una estatua de su no muy ilustre humanidad en el Templo, provocando que un gran número de judíos manifestara preferir la muerte antes de permitir tamaño sacrilegio.

El estandarte de la centuria

De modo y manera que, muy probablemente, estamos aquí ante un hecho real manifiestamente exagerado por Filón – en realidad, no veo muy bien por qué unos simples escudos sin imagen alguna tendrían que provocar tanto escándalo – y una “extrapolación poética” de parte de Flavio Josefo que le endilga a Pilato los detalles de un conflicto que sucedió bastante más tarde y con otros protagonistas.

¿Qué pasó en realidad? Muy probablemente un malentendido, fruto de la casualidad, la ignorancia y la imprevisión. Por el contexto del relato de Flavio Josefo se puede inferir que los hechos ocurrieron al principio mismo de la gestión de Pilato. Buceando en la historia militar romana uno se encuentra, por otra parte, con que había por lo menos dos unidades de origen itálico en Judea: la Cohors Secunda Italica Civium Romanorum y la Cohors Prima Augusta. Muy probablemente esta tropas llegaron como refresco – o refuerzo – junto con el propio Pilato. Cuando Flavio Josefo dice que llegaron de noche, enviadas a Jerusalem para ocupar cuarteles de invierno, no es demasiado difícil reconstruir los acontecimientos.

La "imago" del César. Probablemente fue ésta la imagen de la discordia

Tras desembarcar con Pilato en Cesarea, las tropas habrán recorrido los 90 Km hasta Jerusalem en unos tres días. Llegaron a la ciudad de noche. Eran tropas itálicas, recién llegadas a la región y, al parecer, nadie les advirtió acerca de las especiales medidas y disposiciones que resguardaban los sentimientos religiosos de la población local. Por lo tanto, hicieron lo que una cohorte romana habría hecho en cualquier otra parte: tomaron posesión del lugar, desplegaron sus estandartes y marcaron bien claramente su presencia. A la mañana siguiente se armó el escándalo. Ese comportamiento no era lo acostumbrado en Jerusalem y los judíos protestaron a viva voz. Mandaron embajadores a Cesarea e incluso es posible que fueran en masa hasta allí. Pilato habrá mandado emisarios a Jerusalem para investigar lo ocurrido. La cuestión es que, como lo consigna el propio Flavio Josefo, recién al sexto día quedó resuelto el conflicto. Pilato mandó un informe a Roma, las insignias fueron retiradas y básicamente no se habló más del asunto.

En todo caso, que Tiberio haya montado en cólera al leer el informe de Pilato es una leyenda que no tenemos por qué creerle a Filón. Pilato siguió siendo gobernador de Judea por diez largos años. Si en Roma alguien hubiera tomado el incidente en serio, no hubiera durado ni diez semanas más.

Lo más irónico del caso es que el hecho, en realidad, demuestra exactamente lo contrario de lo que los adversarios de Roma pretenden demostrar. Porque más que probar la dureza, la intransigencia o la arbitrariedad de un gobernador romano, lo que demuestra es que la comunidad local gozaba de toda una serie de privilegios, entre ellos la prohibición de ostentar los símbolos del Imperio en un lugar sagrado como Jerusalem en dónde dichos símbolos podían herir la sensibilidad religiosa de la población.

Difícilmente una norma que pueda ser interpretada como dictatorial o despótica.

De cualquier forma que sea, el incidente le debe haber servido a Pilato para aprender las reglas del juego y conocer a los bueyes con los que debería arar de allí en más.

Uno de ellos era Caifás, el Sumo Sacerdote.

El mismo que condenaría a Jesús.

El acueducto

Entre las atribuciones del gobernador de Judea estaba su facultad para nombrar al Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalem.

Valerio Grato, el antecesor de Pilato, en sus once años de mandato (15 a 26 DC) había nombrado – y destituido – a otros tres candidatos antes de dar con Caifás en el 18 DC. Lo nombró Sumo Sacerdote después de que Caifás integrara una delegación que había ido a Roma para negociar una reducción de los tributos aplicables a Judea. A partir de allí, Caifás siguió en el cargo en forma ininterrumpida y Pilato lo “heredó” de su antecesor.

Lo mantuvo durante toda su gestión.

Más aún: Caifás lo sobrevivió en el cargo porque fue removido recién en el 37 DC por decisión de Lucio Vitelo.

La figura de José Caifás es muy extraña. Por un lado, debe haber sido un político muy hábil – en esa época nadie duraba tanto en un cargo así siendo torpe – y debe haberse entendido bastante bien con Pilato – ya que de otro modo tampoco hubiera durado lo que duró siendo que el romano tenía autoridad para destituirlo en cualquier momento. Pero, por el otro lado, tampoco podemos pasar por alto que el verdadero poder teocrático en Jerusalem debe haber pasado más bien por su suegro Anás quien no sólo también había sido Sumo Sacerdote sino que, después de lograrlo para su yerno, consiguió ese cargo para cinco hijos suyos.

El Templo en Jerusalem, por otra parte, era algo bastante más que tan sólo un lugar de culto religioso. Volveremos sobre este aspecto más adelante, pero apuntemos aquí que, en su interior, se encontraba el Tesoro – el Corbonas, o Korbanas, o Qorban – dónde se depositaba el dinero que por diversos conceptos fluía hasta allí.

Acueducto romano en Cesarea Marítima

Así las cosas y ante la manifiesta falta de agua corriente que padecía toda la población de Jerusalem, Pilato no tuvo mejor idea que promover la iniciativa de construir un acueducto; algo en lo cual, como lo atestiguan innumerables obras, los romanos eran verdaderos expertos. Sólo que para el proyecto, como es natural, necesitaba dinero y las arcas de la prefectura romana no daban precisamente para una obra de esa magnitud.

Si vamos al caso, la propiedad intelectual de la idea ni siquiera fue de Pilato. Ese acueducto de unos 20 Km de largo había sido una de las obras inconclusas de Herodes el Grande. Más todavía: Pilato tampoco terminó de construirlo ya que, al final, fue inaugurado recién a principios de los años ’40 DC.

Pero su financiación terminó siendo todo un escándalo.

Al menos si hemos de creerle a Flavio Josefo aunque, otra vez, no termina de quedar muy en claro el por qué.

Según él, “En una ocasión posterior (Pilato) provocó una nueva conmoción gastando en la construcción de un acueducto el tesoro sagrado conocido como Corbonas...” [[6]]  Lo curioso del caso es que la ley judía permitía perfectamente gastar esos fondos en obras sociales y públicas [[7]] y, siendo que Flavio Josefo no llega en ningún momento al extremo de acusar a Pilato de haber robado, secuestrado o confiscado ese dinero, es bastante obvio que el gasto se hizo con el consentimiento de Caifás quien era su legal administrador y custodio. Además, es indiscutible que la obra representaba un considerable beneficio para todos los habitantes de la ciudad, de modo que el destino de los fondos tampoco hubiera sido cuestionable; máxime tratándose de un proyecto público que venía de la época de Herodes el Grande.

Míreselo como se quiera, es obvio que detrás del “affaire” del acueducto había algo más que el simple empleo de unos dineros del Estado. Lo más verosímil es que Caifás y Pilato – ambos de acuerdo – decidieron esa obra y, por supuesto, no es para nada imposible que especularan con hacer algún negocio particular en forma paralela. Alguien debe haber descubierto el contubernio, o bien – como es muy frecuente en estos casos – alguien, por alguna razón, quedó fuera del negocio y destapó la olla. Por supuesto, se armó una protesta mayúscula que al final Pilato tuvo que reprimir a garrotazos mientras Caifás trataba de pasar desapercibido intentando poner su mejor cara de inocente. 

Con lo cual tenemos a un Pilato que, si bien no fue el monstruo que pintan algunos, tampoco escapó a las generales de la ley, con mañas y artimañas bastante propias de un funcionario romano de provincias.  No tenemos ningún motivo para suponer que en aquella época los políticos eran mucho mejores de lo que son hoy y, con total seguridad, Poncio Pilato no fue la excepción a la regla.

Así y todo, es difícil pensar que fue un funcionario incompetente. En la literatura generada sobre el tema, a muchos les ha llamado la atención lo prolongado de su estadía en Judea. Los gobernadores romanos, en un promedio general, duraban entre 1 a 3 años en sus cargos. Una permanencia de 10 años como la de Pilato no era usual. Por otra parte, digamos de paso que tampoco era usual que un gobernador estuviese acompañado de su esposa como lo estuvo Pilato. Claudia Procula es, en este sentido, una excepción no demasiado frecuente. Las esposas de los gobernadores, por lo general, se quedaban en Roma.

Acueducto romano

Pero, si bien esto habla favorablemente del hombre, al menos desde el punto de vista romano, tampoco deberíamos exagerar demasiado la importancia de estos datos. Por un lado, como ya hemos visto, nadie se peleaba mucho por la gobernación de Judea, de modo que el gobernador de esa región no tenía demasiados competidores aspirando a desplazarlo del puesto. Por el otro lado, Tiberio, con bastante buen criterio, había flexibilizado los períodos y trataba de retener a sus funcionarios eficaces por períodos mayores. Si vamos al caso, el antecesor de Pilato, Valerio Grato, con sus once años de estadía también había sobrepasado por mucho los plazos acostumbrados. Al respecto, dicen que Tiberio solía fundamentar su estrategia con el cuento del hombre herido cuyas llagas estaban cubiertas de moscas. Según el cuento, cuando alguien trató de espantarlas, el herido le pidió que no lo hiciera argumentando: “"Déjalas. Éstas ya me han chupado bastante sangre y están hartas. Si las espantas vendrán otras más hambrientas y me chuparán la poca sangre que me queda".

A quienes hoy peroran sobre la periodicidad de los mandatos políticos y la conveniencia de acortarlos, no vendría mal recordarles el criterio de un experimentado emperador romano como Tiberio. Cuando un político sabe que tiene muy poco tiempo para robar, es mucho más probable que cometa toda una serie de barbaridades con tal de llegar a su objetivo antes de que se le venzan los plazos. Denle tiempo y quizás hasta conseguirán que haga algo útil por sus semejantes.

Incluso algo así como, por ejemplo, un acueducto.

La sociedad

El entorno social, político y religioso en el que se desarrollaron estos acontecimientos es de una complejidad tal que desafía cualquier análisis. Son tantos los factores intervinientes, tantas las ambigüedades, tantas las superposiciones de facultades, jurisdicciones y funciones, tantas las diferencias sutiles y tantas las imprecisiones, que – lo advierto desde ya – no pretenderé dar aquí un cuadro acabado y definitivo de la situación. Hay tomos enteros escritos sobre el tema y créanme, no ganaríamos demasiado metiéndonos en los recovecos de un análisis académico minucioso. Hay muchas cuestiones interesantes, es cierto, pero con frecuencia la erudición plantea más preguntas de las que responde y son muy numerosos los autores que no consiguen ponerse de acuerdo, incluso sobre cuestiones básicas.

En términos generales podemos formarnos una idea de la sociedad en la que vivió y actuó Jesús de Nazareth con la estratificación que ya mencionamos antes citando a Flavio Josefo. Así, para empezar y omitiendo a los romanos, tenemos a los fariseos por una parte y a los saduceos por la otra. A ellos, para completar el cuadro cabría agregarles a los zelotas y, probablemente como una facción de los mismos, a los sicarios. Finalmente, para redondear el contexto vamos a tener que incluir a los esenios. Habría más para considerar en el análisis pero eso haría estallar por completo el marco de esta narración.

De cualquier manera, la estratificación con los elementos mencionados es ya bastante compleja de por sí, de modo que tendré que pedirles un poco de paciencia en lo que sigue. Porque, para colmo, todo este escenario estaría incompleto – y hasta resultaría básicamente incomprensible – si no le agregáramos un elemento muy importante como es el del mesianismo y las diferentes interpretaciones mesiánicas.

Así que vayamos por partes.

Fariseos y Saduceos

Fariseo

La complejidad de la sociedad judía de aquella época obedeció a toda una serie de tensiones y factores. Por de pronto, hay que tener presente que la legislación del pueblo judío no era una legislación secular. Era una ley directamente recibida de Dios por Moisés. No era, pues, cuestión, como en nuestras sociedades actuales, de derogar a la ley que no sirve suplantándola por otra que se adecue mejor a las circunstancias. La totalidad de la norma debía ser mantenida y custodiada, sin agregar ni quitar una sola letra.

Esto, naturalmente, trajo consigo toda una serie de inconvenientes con el correr de los tiempos. En la época de Jesús, el cuerpo central de la legislación tenía ya más de mil años de antigüedad y fue prácticamente inevitable que surgiesen diferentes explicaciones e interpretaciones que, de algún modo, intentaban adaptar la antigua normativa a las exigencias y condiciones de la vida presente. Esta es, en muy apretada síntesis y simplificando mucho, el origen de las diferencias entre las dos corrientes principales del judaísmo de la época de Jesús: los fariseos y los saduceos.

Los fariseos como grupo diferenciado aparecieron hacia la época de la rebelión macabea mientras que los saduceos son muy probablemente más antiguos. La principal diferencia religiosa entre ellos residió en su diferente posición frente a los primeros cinco libros del Antiguo Testamento – el Pentateuco o Torá – y el problema presentando por encontrar en ellos respuestas adecuadas a problemas religiosos y jurídicos que emergían constantemente en un medio muy diferente del de Moisés. Mientras los saduceos rechazaban la obligatoriedad de cualquier norma que no estuviese taxativamente expresada en la Torá, los fariseos afirmaban que la Ley recibida de Dios era de dos clases: por un lado debía considerarse la Ley escrita pero, por el otro lado, también había que respetar lo dicho por los profetas y lo contenido en la tradición oral del pueblo judío.

Más allá de esta disputa teológico-jurídica, quizás lo más relevante para nuestra historia es la distinta composición social y el diferente estilo de comportamiento de ambos grupos. El fariseísmo se caracterizó, en la práctica, por una observancia puntillosa y elaborada de la Ley, con sacerdotes que incluso llevaron su tarea, fuera del Templo en Jerusalem, a las sinagogas de los diversos poblados. En realidad, los fariseos son los grandes promotores del movimiento sinagogal gracias al cual el judaísmo consiguió sobrevivir después del año 70 DC luego de la destrucción del Templo y la diáspora subsiguiente.

No obstante, en medio de una sociedad de fuerte tradición teocrática, en tiempos de Jesús el comportamiento de los fariseos parece haber sido el de esas personas que se creen privilegiadas y con derecho a erigirse en jueces del comportamiento de todas las demás mientras resultan bastante más indulgentes respecto de sus propias acciones, omisiones e intenciones. En realidad, representaban una cierta autoridad política, cuyas facultades no podían ejercer plenamente por la presencia de los romanos, pero de cuyos privilegios podían gozar en la misma medida en que Roma no tenía mucho interés en meterse en los asuntos internos de sus súbditos. Con lo cual los fariseos terminaron uniendo la quisquillosidad del puritanismo teocrático con la arbitrariedad y la hipocresía.

Algo que, también en otras religiones, les ha pasado con frecuencia a los dogmáticos y a los puritanos.

Su contracara, el saduceísmo, es quizás más simple de retratar. Los saduceos, por norma general, eran ricos. Su facción comprendía a altos dignatarios eclesiásticos, aristócratas y mercaderes. En tiempos de Jesús ya se hallaban considerablemente helenizados. Muchos hablaban griego desde la cuna y varios de ellos conocían bastante bien la obra de los filósofos de la Hélade con lo cual disponían de una cosmovisión más amplia y abarcativa, y esto a pesar de ser más estrechos en su interpretación de la Ley de Moisés.

Para comprender esta aparente contradicción quizás tendríamos que imaginarnos cómo podría haber llegado a juzgar un judío culto, conocedor de las obras de Platón, Aristóteles o Pitágoras, las a veces retorcidas y rebuscadas especulaciones de los fariseos acerca de las disposiciones de la Ley mosaica, pensadas para un pueblo de pastores de hacía diez siglos atrás. Para un saduceo, la Ley de Moisés era la Ley de Moisés. Aceptado eso, todo lo demás era opinable. Y, en materia de opiniones filosóficas, los griegos y los romanos podían presentar filósofos y pensadores de una talla a la que unos fariseos casuísticos de provincia no podían ni soñar con aproximarse.

La relación de estas dos facciones con los romanos no fue mala. Los fariseos, seguramente los más perjudicados por la dominación imperial, contaban con suficiente libertad de acción para ejercer su sacerdocio y, en última instancia, las legiones garantizaban su seguridad frente a unos cuantos posibles enemigos externos e internos. Los saduceos, por su lado, tenían un contacto fluido y hasta cordial con los romanos, en parte por una cultura compartida pero, en mayor parte aún, por toda una serie de operaciones comerciales y financieras que dejaban muy buenas ganancias.

Saduceos

Y aquí, permítanme una pequeña disgresión. Si leen los Evangelios notarán que en ellos Jesús pronuncia reiteradas y severísimas críticas a los fariseos mientras que los saduceos no se mencionan con tanta frecuencia. No hay que engañarse en esto. En primer lugar, cuando los Evangelios mencionan a los ricos y poderosos, en muchos casos es de los saduceos de los que se está hablando. En segundo lugar, también tenemos que considerar que, para cuando los Evangelios fueron escritos, los saduceos ya no representaban una facción institucionalmente relevante. La continuidad del clero judío después de la destrucción de Jerusalem la asumieron los fariseos y el enfrentamiento de los cristianos con ellos continuó bastante más allá de la Crucifixión. La aristocracia saducea simplemente se desperdigó por la diáspora. Por último, tampoco tenemos motivos para imaginar una división marcada, neta y absolutamente tajante entre ambos bandos. Muchos fariseos – especialmente los más importantes en Jerusalem – no eran pobres en absoluto y seguramente habrá habido ricos mercaderes dispuestos a aceptar la importancia de la tradición oral judía y no dejarse impresionar tanto por filósofos griegos y romanos. Preguntarse, por ejemplo, si Anás y Caifás eran fariseos o saduceos podría resultar en una pregunta más bien retórica. Casi con toda seguridad eran fariseos por orientación teológica pero, con la misma seguridad, no eran pobres y formaban ciertamente parte de la aristocracia del establishment que había llegado a acordar un modus vivendi bastante aceptable con los romanos.

Zelotas y sicarios

Esta aquiescencia – o por lo menos inacción – frente a los romanos provocó el surgimiento de varias sectas, movimientos, agrupaciones o simples bandas de descontentos que reivindicaron el ideal de la independencia política a toda costa. Los más conocidos para nosotros son los zelotes, o zelotas, una denominación que es muy probable que reúna a varios grupos similares en ideología pero dispersos operativamente.

La mística política del movimiento zelota provenía de la gesta de los macabeos. El argumento básico esgrimido era que si el pueblo judío había conseguido conquistar su independencia bajo el imperio de los sucesores de Alejandro Magno, también debía luchar por conseguirlo bajo el Imperio Romano. Y lo que tenemos aquí es uno de esos típicos argumentos de utopía política enarbolados por algunos delirantes quienes se apegan tanto a la deseabilidad del objetivo que terminan siendo ciegos a la inviabilidad de los medios. Porque rebelarse contra los seleúcidas había sido una cosa y hacerlo contra los romanos era algo muy diferente. En el volátil, cambiante y no demasiado bien estructurado mundo de los seléucidas había – suponiendo alguna coyuntura favorable – posibilidades para que un pequeño pueblo consiguiese conquistar una posición de poder relativo mientras se mantuviese alejado de los acontecimientos principales. Bajo la configuración administrativa, militar, económica y jurídica de la pax romana ese tipo de aventuras constituían una proposición al suicidio.

Masada terminó siendo la prueba de ello, cuando la población de esa fortaleza perfirió sucumbir en un suicidio masivo antes que sufrir una inevitable derrota a manos de los romanos.

La fortaleza de Masada

El iniciador del movimiento parece haber sido un tal Judas, un escriba de Gamala. No contentos con la resistencia pasiva de los fariseos – entre quienes, sin embargo, seguramente habrán contado con más de un simpatizante – los zelotas levantaron la bandera de una oposición frontal a Roma. En el aspecto religioso, su mística se basó en una observancia inflexible de la Ley, tan inflexible que llegó incluso hasta al enfrentamiento con otros judíos de tendencias más moderadas. El ala más dura del movimiento lo constituyeron los sicarios – del griego sicari que significa “hombres del puñal” – quienes llegaron hasta el asesinato político de sus propios conciudadanos, apuñalando a personas consideradas demasiado amigables para con Roma, o demasiado poco respetuosos de las normas religiosas exclusivas del pueblo judío. [ [8] ]

La primera noticia que tenemos de la existencia de los zelotas se remonta a alrededor del año 6 AC por la época en que los romanos dispusieron el censo de la población. Puesto que el censo serviría de base a la recolección de impuestos y dado que pagar impuestos a un poder extranjero era contrario a la Ley de Moisés, la excusa para iniciar un movimiento insurreccional estaba dada. Con el correr del tiempo el movimiento evolucionó y se expandió. En su primer fase se manifestó en acciones individuales esporádicas. Siguió luego una segunda fase de guerra de guerrillas, actos terroristas y operaciones de hostigamiento que constituyó el período que le tocó vivir a Jesús. En su fase final tomó la forma de un movimiento militarmente organizado que terminó desembocando en la insurrección de los años 66-70 DC y que provocó la intervención de las legiones de Tito, la destrucción de Jerusalem y la catástrofe final en la fortaleza de Masada.

Lo importante para nuestra historia es que, por la época en que Jesús predicó, ya se habían hecho frecuentes las operaciones de zelotas sobre objetivos prefijados. Hostigaban a fuerzas romanas en una típica escalada de operaciones de guerra de guerrillas con reclutamiento probablemente urbano y bases de operaciones escondidas en las montañas, en el desierto o en otros lugares inhóspitos. Y operaban también contra aquellos judíos que consideraban blasfemos o demasiado condescendientes con las autoridades romanas. A todo lo cual habrá que sumarle que, como siempre sucede en estos casos, sobre el ambiente político se montaron simples delincuentes quienes, aparte de hacer incursiones para proveerse de armas y dinero, también aprovecharon la situación asaltando viajeros y robando a quien podía tener algo para robar. Aparte de que, por supuesto, tampoco habrán faltado los que utilizaron el método del asalto a mano armada para llevar a cabo “expropiaciones revolucionarias” que financiaran la lucha armada contra Roma.

La línea divisoria entre la lucha revolucionaria y la delincuencia común ha sido siempre muy tenue y muy difícil de trazar.

En la jerga burocrática de las autoridades, a todos ellos por igual y sin mayor distinción de motivaciones, se los denominó “bandoleros” o “ladrones”. Así aparecen en numerosos documentos y hasta en los Evangelios.

Los dos “ladrones” crucificados con Jesús, como veremos más adelante, provinieron con casi total seguridad de esta facción.

El mesianismo

Para complicar todavía más el cuadro, a la mística política generada por la independencia macabea le tenemos que sumar aún otra mística que es religiosa y mucho más antigua: la del mesianismo.

En términos generales el concepto de “Mesías” ha ingresado en nuestra cultura actual como indicativa de un Salvador, Libertador o Redentor. Este concepto básico general ha recibido luego diferentes interpretaciones, ya sea teológicas, políticas, mitológicas, históricas o simplemente literarias. Es curioso, pero la raíz del término aparentemente tiene bastante poco que ver con esto.

La palabra “Mesías” proviene del arameo mesiha, la cual procede del hebreo masiah. Los griegos la tradujeron por Christos, término que los romanos latinizaron por Christus, de dónde, como es bastante obvio, proviene nuestra palabra Cristo. Lo curioso es que el original masiah no significa “salvador” ni “redentor” sino simplemente “el ungido”.

La unción fue bastante habitual en Asiria y Babilonia en dónde la ceremonia consistió en verter aceite de sésamo sobre la cabeza de ciertas personas. Por ejemplo, los Pasisu, o sacerdotes ungidos, constituyeron un estrato muy importante del clero babilónico. Más allá de ello, y especialmente según las costumbres hebreas, se ungía a los reyes. No obstante, también sacerdotes y hasta profetas figuran como ungidos en la Biblia [[9]], con lo cual la situación se complica bastante porque, en un entorno de importante contenido teocrático, los límites de las funciones son muy imprecisos: hubo reyes que oficiaron de sacerdotes – como, por ejemplo el propio rey David que no solo ejerció funciones sacerdotales [[10]] sino que incluso profetizó el futuro [[11]]  – y, por lo menos del 152 AC en adelante, los Sumos Sacerdotes tendieron a reunir en sus personas tanto las funciones eclesiásticas como las políticas. En términos muy amplios y simplificando bastante podríamos decir pues que, haciendo abstracción ahora de la ceremonia de la unción en si misma, según la antigua tradición hebrea una persona ungida era alguien que recibía una ayuda o gracia especial de Dios.

En su sentido más bien secular, la figura de un “ungido” (y un rey era alguien ungido por definición) como persona que salvará a Israel de la opresión colocándolo por sobre los demás pueblos es un concepto anclado en toda una serie de pasajes de la Biblia. Sería muy largo de detallar, pero encontramos desde salmos mesiánicos en dónde podemos leer por ejemplo cosas como: “Pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.”[[12]] hasta profecías como la de Miqueas: “Pero tu, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel (...) Y él estará, y apacentará con poder de Jehová, con grandeza del nombre de Jehová su Dios; y morarán seguros, porque ahora será engrandecido hasta los fines de la tierra.”[[13]]. Por el contexto general, este último pasaje está claramente dirigido a los asirios pero, más tarde, la referencia a Belén será citada como prueba de que el Mesías debía nacer en esa ciudad.

El David de Miguel Angel (detalle)

En general, el mesianismo desarrolla la idea central del gobernante ideal. Los atributos y características de este gobernante ungido varían bastante según los diferentes textos y pasajes. La enorme mayoría de ellos coincide en hacerlo descender de la Casa de David y de relacionarlo de una forma u otra con el resurgimiento y la hegemonía de Israel. Hay pasajes que lo describen como un victorioso jefe militar y otros – como por ejemplo los que pueden encontrarse en Zacarías y Ezequiel – no poseen este carácter. Algunos profetas – pero no todos – hablan de un período de paz asociado a su reino.

Concretamente: de siete diferentes libros o contextos del Antiguo Testamento, seis relacionan a la figura del Mesías con la casa de David y otos tantos le adjudican la restauración de Israel; cinco lo presentan como rey o príncipe; al menos cuatro dicen que derrotará a los enemigos de Israel; en cuatro también se dice que hará reformas al culto y que su reinado traerá consigo una era de paz; y al menos tres lo mencionan como gobernante del mundo entero. [[14]]

La forma en que se interpretó la figura del Mesías pudo ser, por lo tanto, muy variada. Luego de que Jesús proclamara que su Reino no era de este mundo, el cristianismo concibió una interpretación espiritual y mística. Muchos en la época de Jesús, sin embargo, prefirieron interpretarlo de un modo político o hasta militar y entre ellos hubo una buena cantidad de personas que se proclamaron Mesías dentro del contexto de las hostilidades contra los Romanos. En realidad, exageraríamos sólo muy poco si dijéramos que, por la época en que Jesús vivió y predicó, en Palestina bastaba con mover cualquier piedra para que debajo de ella apareciese algún “Mesías” prometiéndole al pueblo la liberación del yugo romano. 

Prácticamente cualquier jefe de banda podía considerarse un “Mesías” y fue justamente uno de ellos el que terminó con la carrera de Poncio Pilato en Judea.

Algunos años después de la Crucifixión, un serio conflicto estalló en Samaria. Los samaritanos mantenían una pugna de larga data con los círculos eclesiásticos de Jerusalem que se remontaba a los tiempos de Alejandro Magno cuando, dentro del contexto de esta pugna, un grupo de sacerdotes provocó un cisma fundando una nueva secta en Samaria. Una parte muy importante del cuerpo doctrinario de esta secta giró alrededor del profeta que Moisés había anunciado cuando dijo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis” [[15]] – y esto en medio de un contexto bastante claramente mesiánico: “Cuando Jehova tu Dios destruya a las naciones cuya tierra Jehova tu Dios te da a ti, y tu las heredes, y habites en sus ciudades y en sus casas; te apartarás tres ciudades en medio de la tierra que Jehova tu Dios te da para que la poseas.” [[16]]

En esta secta samaritana, hacia el 36 DC apareció un “Mesías” que declaró ser la reencarnación de Moisés y consiguió juntar a un grupo bastante importante de seguidores armados. En un momento dado, los convocó a concentrarse en el monte Gerizim, supuestamente con la promesa de mostrarles allí las vasijas sagradas de Moisés que certificarían la autenticidad de su reencarnación.

Una muchedumbre de samaritanos armados, guiados por un “Mesías” delirante, no era precisamente lo que Pilato podía llegar a enteder bajo el concepto de manifestación pacífica. Intervino drásticamente con sus soldados, desbarató la insurrección por la fuerza de las armas y ejecutó a sus cabecillas. Los samaritanos, sin embargo, se quejaron ante Lucio Vitelio y el resultado del entredicho fue que Poncio Pilato pasó a retiro.

Lo notable es que los samaritanos no eran los únicos que creían que el Monte Gerizim era un lugar sagrado. La creencia de que en la cumbre del Gerizim se hallaría un tesoro era compartida por los esenios [[17]], una secta que ya hemos mencionado varias veces pero de la cual, hasta ahora, hemos visto muy poco.

Los esenios

Llegó, pues, el momento de hablar de los esenios.

Quizás alguno de ustedes se pregunte por qué dejé tan deliberadamente a los esenios para el final.

Las cuevas de Qumram

Hagan una cosa: ingresen a Internet y en cualquier buscador pongan la palabra “esenios” (o “essenes” si quieren encontrar resultados en inglés). Les garantizo que se sorprenderán de la cantidad de cosas que aparecerán allí. Hay prácticamente miles de páginas y sitios web dedicados al tema y la gama abarca todos los colores, todos los sabores y todos los gustos: desde electrizantes relatos de esenios y encuentros del tercer tipo con OVNIs, pasando por nebulosas especulaciones teosóficas, siguiendo por esotéricas interpretaciones gnósticas, hasta áridas controversias sobre el contenido e importancia de los documentos hallados hacia 1947 en las cuevas de Qumram y sistemáticamente relevados y estudiados desde principios de los 1950.   

Tan sólo los documentos de Qumram – también conocidos como los “Rollos del Mar Muerto” por la ubicación geográfica de las cuevas en que fueron hallados, cerca de la costa noroccidental de dicho mar – han generado una fantástica cantidad de literatura. Parte de ella ha sido y sigue siendo polémica. Buena parte es pura especulación. Y, como siempre suele suceder, la mayor parte no pasa de fantasía pura que, en varios casos, llega hasta el delirio total.

Lo primero que habría que dejar asentado es que conocemos la existencia de los esenios desde mucho antes de 1950. Plinio el Viejo, Filón de Alejandría y Flavio Josefo ya nos habían hablado de ellos con bastante detalle [[18]], de modo que, para empezar, habría que dejar bien en claro que Qumram no nos reveló la existencia de una misteriosa congregación desconocida hasta el Siglo XX, ni mucho menos.

Del contexto de estos tres autores surge que, hacia el Siglo I DC, los esenios constituían una cofradía o secta de judíos creyentes, bastante separada y segregada de los demás. Qué tan separada y qué tan segregada sigue siendo un punto en discusión entre los expertos; aún cuando difícilmente podamos poner en duda un alto grado de apartamiento y reclusión monástica de al menos el estrato dirigente de la comunidad.

Plinio nos describe a los esenios como un grupo muy pacífico que practicaba el celibato y vivía apartado. A esto, Flavio Josefo nos agrega muchos detalles interesantes. Nos dice, por ejemplo que: “... son judíos de nacimiento, y los unen lazos de afecto más fuertes que los de las otras sectas. Rechazan los placeres, estiman la continencia y consideran como una virtud el dominio de las pasiones. Permanecen célibes y eligen a los hijos de los demás, mientras son maleables y están a punto para la enseñanza, los aprecian como si fuesen propios y los instruyen en sus costumbres. [[19]]

Qumram - Vista aérea

En lo material y económico, su organización interna parece haber estado basada sobre un gran espíritu comunitario ya que les exigía compartir bienes y propiedades. Esta actitud básica coincide, además, con su comportamiento: “ (...) Su circunspección y su porte corresponden al de jóvenes educados bajo rigurosa disciplina. No renuevan la ropa ni el calzado hasta que están rotos o desgastados por el uso; no compran ni venden nada entre ellos, pero cada uno da lo que otro pueda necesitar, recibiendo a cambio algo útil. Independientemente de los trueques, nada les impide aceptar de cualquiera aquello que puedan necesitar. [ [20] ]

Con todo, el espíritu comunitario no carecía de una férrea disciplina y reglas muy estrictas: (...) No hacen nada sin consentimiento de sus directores, excepto cuando se trata de ayudar al necesitado y compadecer a los afligidos. En estos casos tienen permiso para proceder según su propia voluntad en socorro de los que lo merecen y para dar de comer a los pobres. Pero en cambio no pueden dar nada a sus parientes o deudos sin licencia de sus jefes. Saben moderar su ira y dominar sus pasiones; son fieles y respetan la paz.[[21]]

En cuanto a su orientación mística y religiosa los esenios descriptos por Flavio Josefo sostenían que: (...) los cuerpos son corruptibles y su materia no es permanente; sus almas son inmortales, imperecederas, proceden de un aire sutilísimo y entran en los cuerpos, donde se quedan como encarceladas, atraídas con halagos naturales. Cuando se libran de las trabas de la carne se regocijan y ascienden alborozadas como si escapasen de un cautiverio interminable.[[22]]

Contrariamente a lo que afirman algunos en cuanto a que la cofradía estuvo exclusivamente concentrada en monasterios como el de Qumram, Flavio Josefo aclara: (...) No viven en una sola ciudad, pero en cada una moran muchos de ellos. Cuando llega algún miembro de otro lugar, le ofrecen cuanto tienen como si fuera de él, y le tratan como si fuese íntimo aunque no le hayan visto jamás. Por esta razón cuando salen de viaje no llevan nada encima, excepto sus armas como defensa contra los ladrones. En cada ciudad hay un encargado de la orden para cuidar de los forasteros y proporcionarles vestidos y todo lo necesario.[[23]]

El Mar Muerto

Esta dispersión, más allá de un centro de irradiación o monasterio principal que bien pudo haber estado en Qumram (pero también en cualquier otra parte), se ve subrayada y se hace más creíble por otro pasaje en donde, luego de confirmar que el cuerpo principal de los esenios practicaba el celibato, se nos aclara que:

Existe además otra orden de esenios, que están de acuerdo con los anteriores sobre conducta, costumbres y leyes, pero difieren en la opinión del matrimonio. Dicen que el hombre ha nacido para la sucesión y que, si todos los hombres la evitasen, se extinguiría la raza humana.

Sin embargo, ponen a sus mujeres a prueba durante tres años, y si hallan que sus purgaciones naturales son idóneas y aptas para la procreación, se casan con ellas.

Pero ninguno se acerca a su esposa mientras está embarazada, como en demostración de que no se casan por placer, sino con vistas a la multiplicación. Las mujeres se bañan con las túnicas puestas, lo mismo que los hombres. [[24]]

Con esto tenemos – bien que en trazos muy gruesos y pasando por alto muchos detalles no precisamente carentes de interés, algunos de los cuales veremos más adelante – un cuadro relativamente claro de los esenios. Esto es, básicamente, lo que se supo de ellos durante muchos siglos hasta que, allá por la época de la Ilustración, a algunos “librepensadores” se les ocurrió hacer un paralelo entre ellos y los primeros cristianos.

Así, nada menos que Federico el Grande de Prusia le escribiría a d’Alembert en 1770 que, en su opinión: “Jesús fue, en realidad, un esenio; estaba imbuido de la moral de los esenios, la cual ha tomado mucho de la de Zenón.” [ [25] ] Este tipo de especulaciones, que en buena medida se hallaban impulsadas por el libre examen propugnado por el protestantismo y no dejaban de ser con ello un tiro por elevación contra el dogma católico, se expandieron bastante fuertemente por la segunda mitad del Siglo XIX.

En realidad, durante todo el Siglo XIX se produjo en Europa un fenómeno notable. En los círculos intelectuales más importantes surgió una doble tendencia: mientras se propugnaba un racionalismo crítico casi dogmático, fue imposible no darse cuenta del vacío espiritual que este cientificismo materialista naturalmente producía y se trató de tapar el hueco con la búsqueda de una Ersatzreligion o “religión sustituta” que, compitiendo con las doctrinas cristianas vigentes, tanto de la Iglesia Católica como de las múltiples vertientes protestantes, resultase más compatible con los criterios racionales predominantes. Esto explica – al menos en buena medida – la popularidad que adquirieron en dichos círculos las corrientes pseudo-religiosas, cuasi-religiosas o para-religiosas (a veces es difícil definirlas) como las de los francmasones, los esoteristas, los teósofos, los espiritistas, los rosacruces, etc. y las interpretaciones más o menos occidentalizadas de religiones orientales como el budismo, el hinduismo, el zoroastrismo y otras.

El rollo de las "Reglas de la Comunidad" (1QS)

En varias de estas tentativas de “compatibilizar” o “armonizar” el racionalismo con la religión, no faltaron los intentos de “desmitificar” la tradición cristiana y, en varios de estos intentos, reaparece otra vez la idea de endosarle a los esenios el papel de auténticos “inventores” del cristianismo. Así, la escuela teosófica de Helena Petrova Blavatsky [ [26] ] nos presenta a un Jesús como un “adepto” que habría construido su mensaje amalgamando las enseñanzas de los esenios con las de los gnósticos. A partir de allí, su discípula, Anna Kingsford, elaboró luego la teoría de un “cristianismo esotérico” en la cual a lo expuesto por Blavatsky se le agregan elementos de alquimia y se convierte a Jesús en un taumaturgo gnóstico que, antes de iniciar su actividad pública, habría sido educado y adiestrado por los esenios.

Hacia 1889 el teósofo Edouard Schuré propugnaba a través de su libro Los Grandes Iniciados una visión de los esenios según la cual éstos habrían sido poseedores de secretos conocimientos médicos. La teoría probablemente se basó en un escueto pasaje de Flavio Josefo que dice: “Estudian con entusiasmo los escritos de los antiguos, sobre todo aquellos que convienen a sus almas y cuerpos, y aprenden las virtudes medicinales de raíces y piedras” [[27]] – con lo cual, por supuesto, se habrán pretendido “explicar” las curaciones realizadas por Jesús relatadas en los Evangelios.

Perdónenme una digresión pero, en lo que a mi respecta, hasta el día de la fecha no he podido comprender por qué una curación inexplicable se hace intelectualmente más aceptable adscribiéndola a un oculto y no revelado conocimiento médico basado en unas misteriosas “raíces y piedras”. Por qué eso es más admisible que una intervención de la Divina Providencia es algo que, lo confieso, sigo sin entender del todo. Quizás sea porque el concepto de “conocimiento médico” – aunque en el caso específico no se tenga la más pálida idea de su contenido concreto – resulta ser más tolerable para ciertos intelectos que el concepto de “milagro divino”. Sin embargo, es bastante transparente que, en última instancia, el truco no consiste sino en bautizar un fenómeno desconocido con un nombre que nos gusta más porque hace referencia indirecta a un área de la cual por lo menos conocemos algo.

Aunque ese algo no tenga necesariamente mucho que ver con el fenómeno puntual que de esta manera tratamos de “explicar”. Porque, que yo sepa, Jesús nunca utilizó ni pócimas, ni brebajes, ni misteriosos polvillos para curar a las personas que curó. Por lo que, si aprendió algo de los esenios, ese conocimiento de seguro que no estuvo relacionado con “raíces y piedras” de mágicas propiedades curativas.

Sea como fuere, en 1913 George Moore, un poeta y novelista irlandés viajó a Jerusalem. El resultado de su excursión fue su novela The Brook Kerith, publicada tres años más tarde, en la cual se presentaba a un Jesús despojado de toda divinidad que habría obtenido sus conocimientos de los esenios, que no habría muerto en la cruz y que también habría viajado a la India.

El "Gran Rollo de Isaías" (1QIsa-a)

Todas estas especulaciones en cuanto a los esenios – y un buen montón más que dejo en el tintero porque sería tan tedioso como, en última instancia, irrelevante – no se alejan mayormente del cuadro que Filón, Plinio y Flavio Josefo nos legaron de ellos. Hubo, por supuesto muchos agregados fantasiosos, especulativos y hasta estrambóticos que envolvían a la cofradía en un halo de misterio indemostrable, pero, a grandes rasgos, el marco general seguía siendo el que nos pintaron los mencionados clásicos.

Cuando aparecieron los “Rollos del Mar Muerto” en Qumram, desde el mismo comienzo prácticamente todo el mundo estuvo de acuerdo en adjudicarlos a los esenios y este criterio sigue siendo sostenido hoy por la mayoría de los expertos, aún cuando en los últimos años han surgido varias dudas en cuanto a muchos datos.

Sucede que, en varios aspectos, los testimonios más antiguos no se condicen muy bien ni con la vida de la comunidad de Qumram tal como la revela la arqueología, ni tampoco con el contenido de muchos de los documentos hallados en ese lugar. En un análisis efectuado por M. Baigent y R. Leigh se señalan por lo menos seis cuestiones dignas de mención: [[28]]

·        Si bien, como hemos visto, Flavio Josefo menciona a “otra orden de los esenios” que permitía el casamiento, tanto Plinio como Filón y él mismo están de acuerdo en que, en lo esencial, la congregación esenia practicaba el celibato. Esto no se condice muy bien con el rollo de las “Reglas de la Comunidad” que contiene normas sobre el matrimonio y la educación de los hijos, ni mucho menos con las tumbas de mujeres y niños halladas en Qumram.

·        Ninguno de los clásicos menciona un calendario esenio diferente del calendario lunar utilizado por la comunidad judía en aquella época. Los documentos hallados en Qumram, sin embargo, revelan que esa comunidad se regía por un calendario solar propio.

·        Según Filón [[29]] los esenios, a diferencia de lo usual en el Templo de Jerusalem, no realizaban sacrificios de animales. En el llamado “Rollo del Templo”, sin embargo, se encuentran normas muy claras precisamente para tales sacrificios y en las ruinas se encontraron varias vasijas en las que, con mucho cuidado, los habitantes de Qumram guardaron huesos de animales.

·        En ningún rollo de los hallados ha aparecido un término equivalente a “esenio”. En realidad, esto no es demasiado extraño puesto que la palabra “essenoi” o “essaioi” es de origen griego. Pero al menos deberíamos haber encontrado un término hebreo o arameo que pudiese ser traducido al griego de esa forma y, desgraciadamente, tampoco es este el caso.
Filón hizo provenir el término de la palabra griega hosios que significa “santo”, con lo cual tendríamos una palabra griega que proviene de otra palabra griega y no nos sirve de mucho.
Géza Vermes, de la Universidad de Oxford, propone por su parte una etimología a partir de la palabra aramea “assayya” que significa algo así como “curador” o “sanador”, con lo cual, de nuevo, se establecería una relación de los esenios con la posesión de ciertos conocimientos médicos. Pero esta teoría tiene serios inconvenientes. En primer lugar, la palabra no aparece en ninguna parte dentro de los textos de Qumram. Y, no sólo eso: tampoco tenemos ningún rollo o documento auténtico que contenga referencia a especiales actividades terapéuticas o médicas muy notorias por parte de los integrantes de esa comunidad, con lo cual la imagen de los esenios como grandes médicos o misteriosos sanadores – al estilo de los ascéticos terapeutas de Alejandría – no se sostiene.
Frente a esto Baigent y Leigh proponen derivar el término “esenio” de la expresión hebrea “Osei ha-Torah” encontrada por R.H. Eisenmann en el llamado “Comentario de Habacuc” de Qumram y que, algo libremente traducido, significa “Discípulo de la Ley”. “Osei” significa “discípulo” o “seguidor” y su plural es “Osim”, lo cual también se condice bastante bien con la secta de los “Ossenes” mencionada por Epifanio de Salamina. Lo que sigue sin concordar demasiado es que Epifanio los menciona como una secta judía “herética” cuando, casi por definición, los “Discípulos de la Ley” podrían concebirse más fácilmente como muy ortodoxos.

·        Según Falvio Josefo, los esenios y Herodes el Grande se habrían llevado razonablemente bien. En contraposición a esto toda la literatura hallada en Qumram está llena de expresiones fuertemente adversas a cualquier autoridad extranjera y especialmente Herodes y su dinastía aparecen en ella bajo una luz muy desfavorable. Más todavía: hay datos que parecen indicar que durante varios años Qumram fue desalojada y abandonada precisamente a causa de persecuciones impulsadas por esa dinastía.

·        Según buena parte de lo expresado por los autores clásicos, los esenios habrían sido pacíficos y retraídos. Pero en esto hay, otra vez, muchas contradicciones.
Por un lado, en Qumram se ha hallado una herrería que muy bien pudo haber servido para producir armas, entre otros artefactos. También hay una construcción que constituye una torre defensiva con marcadas características militares. Buena parte de la literatura hallada tiene un obvio estilo militar y hasta existe un rollo denominado “Rollo de la Guerra” que refleja criterios no demasiado alejados de los sostenidos por los zelotas.
Por otra parte, el propio Flavio Josefo es contradictorio al respecto. Para empezar, en uno de los pasajes citados más arriba no deja de ser notorio que haya deslizado la frase: “... cuando salen de viaje no llevan nada encima, excepto sus armas como defensa contra los ladrones”. Pero más notorio todavía es lo que nos cuenta de su relación con los romanos: (....) Desprecian las adversidades y dominan el dolor con la ayuda de sus principios, y consideran que una muerte gloriosa es preferible a la inmortalidad. Su guerra contra Roma demostró fuerza de alma en todos los aspectos, porque, aunque sus cuerpos eran atormentados, dislocados, quemados o desgarrados, no se consiguió que maldijesen a su legislador o que comiesen algo prohibido por su ley; tampoco suplicaron a sus atormentadores ni derramaron una lágrima, antes sonreían en medio del dolor, se burlaban de sus verdugos y perdían la vida valerosamente, como si estuvieran convencidos de que tornarían a nacer.[
[30]]
Que este cruel enfrentamiento con los romanos no concuerda en absoluto con el comportamiento de Jesús quien evitó en todo momento el conflicto abierto con ellos es algo que resulta por demás obvio.

Así y todo, nuestro análisis estaría injustamente sesgado si no mencionásemos algunas cosas que sí concuerdan o, por lo menos, parecen concordar.

Flavio Josefo

Por ejemplo, la palabra de Jesús en cuanto a los juramentos: “... No juréis en ninguna manera; (...) Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto del mal procede. [ [31] ] es sugestivamente similar a lo que narra Flavio Josefo cuando dice de los esenios que: “Cumplen cuanto han dicho como si lo hubieran jurado, porque aseguran que está condenado quien no puede ser creído sin juramento.” [ [32] ]

También es muy similar lo que cuenta de la vida comunitaria de los esenios quienes “Desprecian las riquezas y su forma de vida en comunidad es extraordinaria. Entre ellos ninguno es más rico que otro, puesto que, de acuerdo con su ley, los que ingresan en la secta deben entregar su propiedad a fin de que sea común a toda la orden, tanto que en ella no existe pobreza ni riqueza, sino todo está mezclado como patrimonio de hermanos.” [[33]] y lo que hallamos en los Hechos de los Apóstoles dónde se nos dice que en las primeras comunidades cristianas: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y los repartían a todos según la necesidad de cada uno.” [[34]]

Podríamos seguir con la cuestión de Qumram y los esenios por un buen rato más ya que el tema, por cierto, da para mucho. Sin embargo, creo que a esta altura de la exposición todos ustedes estarán ya lo suficientemente confundidos como para merecer un respiro.

Después de bucear en los datos durante buen tiempo y después de leer con bastante paciencia los argumentos de tirios y troyanos, sinceramente creo que la cuestión de si Jesús “fue un esenio” o “no fue un esenio” es en gran medida una mera cuestión de etiquetamiento, muy propio de esa mentalidad contemporánea que no se siente satisfecha hasta no haber encajonado a un personaje dentro de un esquema de categorías preestablecidas. Con el mismo principio una enorme cantidad de intelectuales se afanan hoy con una obstinación digna de mejor causa por clasificar a cualquier pensador político en las categorías de “izquierda”, “centro” o “derecha”, sea lo que fuere que se entienda bajo esos términos.

Desde esta óptica, discutir si Jesús fue – o no – “un esenio” es tan inútil a los efectos prácticos como ponerse a discutir sobre si Platón fue – o no – el “primer comunista” o si Sócrates fue – o no – un sofista.

El caso concreto es que, por la época en que Jesús vivió y actuó, toda Palestina hervía con la actividad de las más diversas sectas, tendencias, escuelas, interpretaciones y facciones diversas. Dentro de este contexto no es, en absoluto, sorprendente que haya habido comportamientos algo contradictorios entre los distintos adherentes a una misma facción; como que tampoco es de extrañar que muchos conceptos o ideas constituyesen un acervo común compartido por varias facciones. Para volver a nuestra comparación con las actuales categorías políticas, hoy, con el mismo criterio, así como podríamos señalar múltiples contradicciones y diferencias entre los diversos y numerosos grupos de izquierda, tampoco nos costaría mucho esfuerzo hallar una cantidad bastante sustancial de ideas compartidas entre ideologías teóricamente contrapuestas como, por ejemplo el marxismo y el liberalismo. Y esta comparación es quizás tanto más válida cuanto que, en todo el ámbito hebreo, la política y la religión se entremezclaron durante muchísimos siglos en un contexto fuertemente teocrático, a punto tal que varias de las disposiciones de la Ley y de la tradición hebrea parecerían pertenecer muchísimo más al ámbito de la normativa civil y política que al ámbito religioso estrictamente hablando.

Con esta perspectiva, términos tales como “fariseos”, “saduceos”, “zelotas”, “esenios”, “nazoreos”, etc. si bien no resultan tan intercambiables como lo propone por ejemplo R.H. Eisenmann, no por ello dejan de ser clasificaciones bastante arbitrarias y fuertemente teñidas de extremismo partidista. Más allá de los posible puntos de contacto que, después de la Crucifixión, podrán haber existido entre las comunidades de los primeros cristianos y la cofradía de los esenios – ya sea que incluyamos, o no, a algunos apóstoles en estos contactos – la influencia esenia no determina de ningún modo el contenido del mensaje de Jesús. En el relato previo a la Crucifixión podemos encontrar algunas similitudes, es cierto, pero no más de lo que razonablemente cabría esperar de personas que comparten el mismo lenguaje, la misma época y el mismo entorno cultural. En otras palabras: teóricamente no es imposible que Jesús haya tomado o adoptado algo de los esenios pero, si lo hizo, de ninguna manera puede sostenerse que ese conocimiento haya determinado el contenido esencial de sus enseñanzas y de su mensaje.

Hillel

Además, con tan sólo un poco de experiencia acerca de la forma en que habitualmente opera la ideología y una doctrina establecida sobre el comportamiento real de los seres humanos, no es para nada difícil inferir la existencia de muy amplias zonas grises, o intermedias, formadas por personas que no encajan estrictamente en ninguna de esas estrechas categorías que con tanta pasión construyen los eruditos. Así, por ejemplo, podríamos citar a un fariseo relativamente flexible como Hillel y, dentro de la misma facción farisea, a Shammai Ha-zaken quien con su intransigencia parece haber estado mucho más cerca de los zelotas. Para no hablar de otros fariseos como Anás y Caifás quienes, con casi total seguridad, no sólo colaboraron más o menos estrechamente con los romanos sino que, por sus fortunas personales, se hallaban bastante más cerca de los intereses saduceos. Y a partir de allí podríamos seguir con un saduceo como José de Arimatea que simpatizaba con los cristianos y rematar con Simón el Zelota que fue nada menos que uno de los doce apóstoles, señalando de paso que Saulo de Tarso comenzó como fariseo persiguiendo cristianos y terminó como San Pedro predicando el cristianismo por todo el Mediterráneo.

Como podrán apreciar, en este entorno tan complicado los etiquetamientos no sirven de mucho.

Si es que sirven para algo en absoluto.

Y, en el caso de Jesús, será mi opinión muy personal pero creo que basta con compenetrarse tan sólo superficialmente con sus palabras para darse cuenta de que es prácticamente imposible etiquetarlo con el sello de facción alguna.

Los seres excepcionales no se dejan etiquetar.

Son los pequeños enanos facciosos, fanáticos o simplemente miopes, los que inventan las etiquetas poniendo en el sello lo poco que consiquieron aprender de los seres excepcionales.

 

 

 

NOTAS:



[1] )- En un orden jerárquico y por debajo del Emperador tendríamos que mencionar al Senado, a la Cancillería de Asuntos Exteriores de Roma, al gobernador de Siria y recién en cuarto lugar al por demás modesto funcionario que, con el título de prefecto, tenía por misión vigilar los asuntos de una minúscula región del Imperio.

[2] )- Es frecuente esta confusión. Poncio pilato no fue procurador sino un simple prefecto. El hecho ha quedado demostrado con una inscripción encontrada en 1961 por los arqueólogos en Cesarea Marítima.

[3] )- Filón de Alejandría, La Embajada a Calígula.

[4] )- Flavio Josefo, La Guerra de los Judíos, 2-169

[5] )- Flavio Josefo, Antiguedades Judías 18-55

[6] )- Flavio Josefo Las Guerras de los Judíos, 2-175

[7] )- Mishna Seqalim 4.2

[8] )- Juan 16:2. ver también: Mishna Sanhedrin 9,6  y Flavio Josefo Las Guerras de los Judíos 4.

[9] )- Por ejemplo en 1° Crónicas (29:23) se relata como el rey Salomón es ungido príncipe y, al mismo tiempo, Sadoc (probablemente el iniciador de la casta de los saduceos) es ungido sacerdote. El ejemplo de la unción de un profeta puede encontrarse en 1° Reyes (19:15,16) dónde Dios le ordena al profeta Elías ungir a Hazael como rey de Siria, a Jehú como rey de Israel y a Eliseo para sucederle a él (Elías) como profeta. También Isaías fue un ungido, pues según su propio testimonio: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mi, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos...” (Isaías 61:1).

[10] )- 2° Samuel 6:17-18

[11] )- 2° Samuel 23: 1-7

[12] ) Salmos 2:8-9

[13] )- Miqueas 5:2-4

[14] )- Jona Lendering Messiah disponible en http://www.livius.org

[15] )- Deuteronomio 18:15

[16] )- Deuteronomio 19:1-2

[17] )- Rollo de Cobre, 12.4

[18] ) Plinio el Viejo, Historia Natural Libro 5 – Filón de Alejandría Quod omnis probus liber sit, XII-XIII – Flavio Josefo Las Guerras de Los Judíos Libro 2 – Cap. 8 y Antigüedades Judías  Libro 18 – Cap. 1

[19] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos, 2,8,2

[20] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos, 2,8,4

[21] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos, 2,8,6

[22] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos, 2,8,11

[23] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos, 2,8,4

[24] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos, 2,8,13

[25] )- Carta de Federico el Grande de Prusia a d’Alembert del 17 de Octubre de 1770 – Citado en M.Baigent /R.Leigh Verschluβsache Jesus Droemer Knaur, 1991, p. 211

[26] )- Para una biografía bastante completa de esta extraña y aparentemente no demasiado recomendable mujer sugiero consultar la página de Internet http://www.crystalinks.com/blavatsky.html que contiene muchos detalles reveladores de su vida y de sus nada escasas peripecias.

[27] )- Las Guerras de los Judíos, 2,8,6

[28] )- M.Baigent /R.Leigh Verschluβsache Jesus, Droemer Knaur, 1991, p. 215 – Versión inglesa: The Dead Sea Scrolls Deception, Jonathan Cape, London, 1991.

[29] )- Filón de Alejandría, Quod omnis probus liber sit, XII.

[30] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos,  2, 8, 10.

[31] )- Mateo 5:34-37

[32] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos,  2, 8, 6

[33] )- Flavio Josefo: Las Guerras de los Judíos, 2,8,3

[34] )- Hechos 2:44-45

 

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