Dénes Martos - Los Deicidas
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El Imperio

«Recuerda, romano:
es a ti a quien corresponde
conquistar a los pueblos».
Virgilio

 

¿En qué mundo vino a nacer este niño?

A veces uno está tentado de hacer comparaciones odiosas y se pone a especular sobre si ese mundo era más, o menos, complicado que el que hoy conocemos. Sin embargo, estas especulaciones – aún siendo interesantes desde cierto punto de vista y como ejercicio intelectual – al final resultan ser completamente ociosas. Al menos por mi parte, confieso que no he sacado mucho en limpio de ellas.

Pero sí. Aun sin hacer comparaciones, tenemos que admitir que el mundo en aquellos tiempos era complicado. Muy complicado. Considerando los elementos a disposición de las personas de aquél entonces, quizás no sea exagerado decir que era por lo menos tan complejo como el actual y, si vamos a ciertos fenómenos de corrupción y de decadencia – especialmente en las altas esferas políticas – las similitudes hasta pueden resultar harto sorprendentes.

Está bien: concedido. No es cuestión de exagerar estas similitudes. Pero en algunos casos resultan tan notables que es casi imposible ignorarlas.

Cuando uno repasa la literatura creada alrededor de la vida de Jesús a veces resulta asombroso ver como algunos se enfocan de un modo unilateral en Medio Oriente y convierten a todo el mundo romano en una especie de telón de fondo que tan sólo adorna la escena y se vuelve apenas relevante únicamente en el momento de la Crucifixión.

Creo que no es bueno ese enfoque. Nunca es bueno sacar a alguien de contexto y el Imperio Romano es tan parte de la historia de Jesús de Nazareth como lo es toda la tradición hebrea. Además, Roma nos explica muchas cosas. Roma es el marco general que encuadra a Galilea y a Judea en marcos particulares. Sin el Imperio, muchos de los acontecimientos de este relato, o bien no hubieran tenido lugar jamás, o bien resultarían por completo incoherentes.

La Roma Imperial

Y si uno tiene en cuenta ese contexto, de pronto descubre cosas interesantes. Como, por ejemplo, que, exceptuando el momento de la Crucifixión – que en realidad no duró sino algunas horas – durante toda la vida de Jesús, jamás, en ningún momento, ningún romano lo molestó para nada. Jesús no tiene un solo enfrentamiento o conflicto con autoridad romana alguna durante todo el tiempo de su trayectoria.

Y no es sólo que los romanos no reprimieron su actividad. Él tampoco buscó de modo alguno el enfrentamiento con ellos. En un momento dado, los fariseos le tienden una trampa preguntándole si es lícito, o no, pagar impuestos al César. La intención es por demás transparente: si dice que sí, se malquistará con la población local que, por supuesto, no está para nada feliz con los impuestos que exige el Imperio. En ningún lugar del mundo ha existido jamás un Club de Amigos de la Autoridad Impositiva. Pero si dice que no, automáticamente se hace pasible del delito de insubordinación frente a la autoridad romana, con lo cual los fariseos conseguirán una acusación penal servida en bandeja.

Pero Cristo no se deja engañar. Con un aplomo y una serenidad admirables, pide que le muestren una moneda romana y pregunta de quién es la imagen que figura en ella. Obviamente, le contestan que es la del César. Los evangelios no lo dicen, pero creo que ante esa respuesta Jesús debe haber sonreído. Porque la respuesta con la que resuelve la situación es absolutamente genial. Tan genial que ha perdurado veinte siglos y seguramente todos ustedes la conocen: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. [[1]]

Pero esto, con ser significativo, no es todo. Cuando en Capernaum un centurión – es decir: un soldado romano – viene y le pide que cure a su criado, Jesús no solamente accede sino que, ante la demostración de fe que manifiesta el centurión, le comenta a sus discípulos: “Les aseguro que ni aun en Israel he encontrado tanta fe.” [[2]]

Es, pues, bastante evidente que no hay un enfrentamiento político, terco, ciego y frontal con Roma y los romanos. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que Cristo haya manifestado aquiescencia frente a la decadencia y la corrupción de la época. En esto, quizás nosotros también deberíamos aprender a ser un poco más equilibrados y dar al César lo que es del César y a Dios lo que le corresponde.

Porque, ¿qué era, exactamente, esta decadencia y corrupción?

Veamos un poco. Estamos en el Siglo I DC. Cuando uno repasa rápidamente la Historia de los primeros siglos de nuestra era, es casi inevitable que vengan a la mente figuras muy poco edificantes. Es casi imposible evitar que uno se acuerde de Calígula, de Claudio, de Nerón. Y por esa vía se cae muy fácilmente en conclusiones apresuradas: ¡Claro! ¡Es la época de la decadencia del Imperio Romano!

Cuidado con eso.

Decadencia había; eso es indudable y algo de ella veremos en seguida. Pero el Imperio estaba bien lejos de caer. Calígula gobernó apenas 4 años; Claudio 13; Nerón 14. Entre todos ellos no llegan a sumar ni siquiera medio siglo. De hecho, apenas si duraron 31 años en conjunto. El Imperio, a su vez, duraría en Occidente por lo menos hasta el 476 DC – es decir: hasta el momento en que se forman los primeros reinados germánicos. Y aún así, en el 800, cuando Carlomagno es coronado, su primer título oficial es el bastante aparatoso y hasta un poco ridículo de: “Carlos, Augusto serenísimo, coronado por Dios, grande y pacífico emperador, gobernador del Imperio Romano”...

El Imperio cayó, es cierto, pero eso pasó casi cinco siglos después de los tiempos de Jesús siendo que, a continuación de un interregno de poco más de tres siglos, los europeos todavía se pasaron mil años adicionales tratando de reconstruirlo. [[3]]

La época de Jesús no es la época de los psicópatas como Calígula o Nerón. Es la de Tiberio, que está mencionado claramente en Lucas 3:1. Sucede sin embargo que, por desgracia, la figura de este emperador es muy compleja. Ha suscitado, y suscita aún, toda clase de controversias porque a la complejidad de su personalidad se le suma la de todo un momento histórico muy difícil. Tiberio es recién el segundo emperador de todos los que Roma tendrá y, si queremos entender a la Roma de los tiempos de Cristo, no tenemos más remedio que hacernos un cuadro medianamente claro de los primeros años de ese complicadísimo Imperio que, en realidad, recién estaba naciendo desde el punto de vista institucional.

Al dibujar ese cuadro, de paso, podremos ver un poco los problemas políticos y sociales de la potencia imperial que dominaba la región en la que Cristo vivió.

Así que vengan; déjenme que los lleve un poco de paseo por la Roma de los Césares.

Augusto

Vayamos, pues, hacia los comienzos del primer milenio. Estamos bajo el gobierno de Augusto y Jesús tiene apenas unos pocos años. El Imperio goza de un período de paz y tranquilidad notables.

Desgraciadamente, como todas las cosas buenas de la vida, la tranquilidad durará poco.

Octavio Augusto

Por de pronto, en su familia, Augusto tiene problemas domésticos bastante complicados. Y cuando digo complicados créanme que lo estoy diciendo en serio. La vida sexual y marital de los romanos de la alta sociedad de esta época ya no se caracteriza precisamente por la ortodoxia y la firme moral de los Hombres del Lacio. Recordemos que estamos a más o menos 44 años después del asesinato de Julio César y la descarnada lucha por el poder entre las principales familias romanas ya se ha hecho sentir. Veamos, pues, si podemos desenredar el lío de la familia imperial para entender un poco el ambiente de dicha alta sociedad. Eso nos va a dar una buena idea del medio en el que Tiberio tuvo que moverse – tratando de sobrevivir en el intento.

La historia que trataré de contar tiene al principio dos personajes principales. Por un lado, Gaio Octavio, quien más tarde entrará en la Historia como el emperador Augusto. En realidad, Augusto no es un nombre sino un título pero discúlpenme si no entro en eso ahora porque nos obligaría a un largo excurso acerca de la denominación de los emperadores romanos que, según Ortega, al final ni siquiera supieron demasiado bien qué nombres y títulos ponerse. Pues bien, será Augusto a secas para nosotros así que, otra vez, por un lado lo tenemos a Augusto. Por el otro lado, tenemos a una hermosa mujer llamada Livia Druscilla.

Por parte materna, Augusto es pariente de Julio César. Su madre, Apia, es hija de Julia, la hermana de César. Según la historia, en su testamento César lo habría adoptado como hijo y este hecho es el que le impulsa a los 18 años a tomar el nombre de Gaio Julio César – omitiendo el de Octavio (aunque hoy la Historia lo siga conociendo también como “Octavio” u “Octaviano” hasta que asumió el título de Augusto). Cuando llega a la edad correspondiente y al momento oportuno, Augusto se casa con una señora llamada Scribonia de quien tiene una hija a la que también llama Julia, igual que su abuela.

Por su lado, la bella Livia Druscilla está casada con un señor llamado Tiberio Claudio Nerón, un alto magistrado que supo oficiar de capitán en la flota de Julio César (y que no tiene nada que ver con el emperador Nerón que aparecerá mucho más tarde). En realidad, Tiberio Claudio es primo de Livia y el matrimonio tuvo lugar cuando ella era apenas una chiquilla de unos 12 años. Como que tiene apenas alrededor de 13 cuando nace el primer hijo de este matrimonio al cual llamarán también Tiberio y reténganlo en la memoria porque éste es el Tiberio de quien terminaremos hablando.

Livia Druscilla

Así las cosas, sucede poco más o menos lo obvio y normal de cualquier ópera italiana: Augusto se enamora perdidamente de Livia. Se divorcia de Scribonia y como tiene bastante más poder que el marido de su amada, lo obliga a divorciarse a él también. Despejado así el terreno a fuerza de divorcios mutuos, Augusto y Livia contraen matrimonio. Pero la cosa no es tan fácil – dentro de lo complicado que es ya de por sí el trámite – porque resulta ser que, al momento de contraer segundas nupcias, ella todavía está embarazada de su primer marido. La cuestión es que Livia y Augusto ya están casados cuando ella da a luz a su segundo hijo, Druso, concebido no con su actual marido sino con el primero de quien acaba de divorciarse.

Augusto recibe de este modo dos hijastros de regalo y, naturalmente, la cosa no le agrada en absoluto por lo que Tiberio se queda ya de entrada con su padre y cuando nace Druso, Augusto se lo envía con sus más cordiales saludos quedándose él, por supuesto, con la madre del muchacho. Pero, para colmo de males y para hacer el drama más completo, el padre de los niños fallece cuando Tiberio tiene alrededor de nueve años y tanto él como su hermano Druso terminan siendo reenviados a vivir con su madre y con Augusto. ¿Les parece complicado? Esperen, todavía falta mucho.

Por de pronto nos estamos olvidando de Julia, la hija que Augusto trae de su primer matrimonio. En edad, Julia está entre Tiberio y Druso. Es menor que Tiberio y mayor que Druso. Al final los tres terminan jugando juntos, estudiando juntos y participando juntos de las ceremonias de la corte imperial. Y, tanto como para hacer bien completo todo este enredo, se les suma todavía el primo Marcelo, que es el hijo de Octavia, la hermana de Augusto.

Tiberio

Tiberio

Infancia

Según las descripciones que nos han quedado de él, Tiberio fue un muchacho serio, más bien hosco, no demasiado agraciado físicamente, pero muy responsable y, sobre todo, muy aplicado.

Con los mejores maestros a su disposición aprendió mucho y rápido, sin que por ello la pompa y el ceremonial de la corte imperial se le subiese demasiado a la cabeza. A los catorce años ya estaba acostumbrado a tratar con altos dignatarios, a dirigir las ceremonias religiosas y hasta a ver su propia figura en el mármol de algunas estatuas. Tenía quince cuando Augusto se lo llevó, junto con Marcelo, a inspeccionar las fortificaciones militares de la Galia.

Adolescencia

Cuando volvieron de la expedición, Augusto hizo que su hija Julia se casara con su primo Marcelo. Obviamente, el emperador estaba buscando la forma de conseguir un digno heredero que lo sucediera. Pero, lamentablemente, Marcelo falleció hacia el 23 AC sin dejar descendencia y el problema volvió a plantearse. En consecuencia, a los dos años de enviudar, Julia fue casada de nuevo, esta vez con Marco Vespasiano Agripa, el fiel lugarteniente y hombre de confianza de Augusto, quien, para casarse con la hija del emperador, tuvo que divorciarse previamente de su (segunda) esposa, Marcela, la cual, casualmente, era sobrina de Augusto.

Primer matrimonio

Vipsania Agripina

El que Augusto decidiera casar a su hija, primero con el hijo de su hermana y después con su hombre de mayor confianza y ex-marido de su sobrina, fue una suerte para Tiberio. Al menos en lo personal y por lo menos por un tiempo. Solucionada la cuestión política de la sucesión aunque más no fuese en forma aparente, esos casamientos le dejaron la vía libre para decidir su propio matrimonio y debemos consignar aquí que lo hizo bien. Se casó con la mujer que realmente amaba, Vipsania Agripina quien – y ustedes me odiarán por esto pero créanme, no es mi culpa – era la hija que Marco Vespasiano Agripa había tenido con una de sus esposas anteriores. No me lo pregunten; honestamente, no recuerdo con cual de ellas.

El Soldado

La cuestión es que, a los 22 años, Tiberio comienza su carrera militar recuperando unos estandartes que habían caído tiempo atrás en manos de los partos cuyo imperio se extendía por todo lo que hoy es Armenia, Irak, Irán hasta prácticamente la India. Como premio por la hazaña, le encomendaron la tarea de poner órden en la provincia de Panonia, es decir, en lo que hoy vendría a ser Hungría aproximadamente. Lo hizo bien. Tan bien que hasta se ganó el respeto y el cariño de su propia tropa. A su regreso, toda Roma lo aclamó en triunfo.

Pero la fatalidad se cruzó en su destino. En su vida había dos personas a las que amaba sincera y profundamente: su mujer Vipsania y su hermano Druso. La primera fue la elegida de su corazón; el segundo, su muy querido hermano menor. El destino quiso que perdiese a ambos en poco tiempo.

Casamiento con Julia

En el 12 AC murió su suegro, Marco Vespasiano Agripa dejando viuda a Julia con cinco hijos. Tres varones – Gaio, Lucio Cesar y Agripa Póstumo que nace después del fallecimiento de su padre – y dos mujeres: Julia y Agripina. De ellas, Agripina será más tarde la madre de Calígula y la abuela de Nerón.

La cuestión es que a la muerte de su yerno, Augusto decidió que Julia debía volver a casarse inmediatamente y no tuvo mejor idea que designar a Tiberio para tal fin obligándolo a divorciarse de Vipsania. Uno estaría tentado a decir que hay aquí demasiada crueldad en Augusto: no contento con destruir el anterior matrimonio de su mujer, ahora destruye el de su hijastro. Con todo, aún sin negar los rasgos de dureza en el carácter del emperador, no es imposible que sus motivos reales – aunque inconfesados – estuviesen por lo menos influenciados por ciertas razones que quizás ni él mismo quería pronunciar en voz alta.

Porque la verdad es que a su hija Julia no se la podía dejar sola.

Tiberio y Julia contrajeron matrimonio en el 11 AC. Hay que tener presente que los relatos que tenemos de la sociedad romana de esta época están llenos de chusmeríos, chismes, comadreos y hasta vulgares patrañas. Los amigos de un personaje lo ensalzan hasta endiosarlo; sus enemigos le encuentran defectos hasta debajo de la cama. Pero aún así, difícilmente lo que sabemos del comportamiento de Julia esté demasiado exagerado. No entraremos en detalles aquí porque, realmente, no hacen al caso y hasta serían de pésimo gusto. Baste decir que con 27 años, después de enviudar dos veces, llevándose bastante mal con su ex-madrastra y ahora encima suegra, siendo la hija mimada del emperador que insistió durante mucho tiempo en pretender que no estaba enterado de nada, dotada de una belleza considerable y de una mente vivaz pero no demasiado brillante, Julia era de aquellas que consideraban al sexo y a la infidelidad como un deporte fascinante y resolvió practicarlos con verdadero entusiasmo.

En esas condiciones y en una sociedad en la que los hombres podían cambiar de mujer como quien cambia de camisa pero las mujeres no, Tiberio hizo lo único inteligente que podía hacer: se dedicó a hacer la guerra lejos de Roma. Hay quien dice que trató de reanudar una relación con Vipsania, vuelta a casar con un senador por órden de Augusto, y que el emperador mismo le prohibió volver a verla. Pero lo más probable es que Suetonio en este caso nos haya dicho la verdad cuando nos cuenta que sufrió mucho por esa separación y que en una oportunidad, cuando la vio, la siguió con una mirada tan triste que luego todo el mundo tuvo el mayor de los cuidados para que no se volviesen a encontrar. [[4]]

Muerte de Druso

Druso

Pero lo peor estaba todavía por venir. Hacia el 9 AC, estando al sur de la actual ciudad de Milán, a Tiberio le llegó la noticia de que Druso había tenido un serio accidente en Germania. Cabalgando frenéticamente día y noche sólo consiguió llegar a tiempo para verlo morir. Dicen que escoltó de a pié el cadáver de su hermano, caminando delante del féretro desde Germania hasta Roma, para traerlo de regreso y darle una sepultura decente.

¿Cómo puede sentirse un hombre, caminando su tristeza kilómetro tras kilómetro por las rutas del Imperio, entre soldados silenciosos, trayendo a un hermano muerto para enterrarlo al final del trayecto? Un hermano con quien se ha compartido el quiebre de la familia original, la muerte de un padre, una infancia no demasiado feliz y todas esas mezquindades, vilezas, ruindades y miserables pequeñas rencillas personales que siempre han infectado a todos los grandes centros del Poder. ¿De qué sirve toda la pompa y ceremonial de un imperio en un momento así? Sobre todo cuando uno prácticamente ha nacido y se ha criado acostumbrándose a esa pompa y ceremonial de modo que ya la da por sobreentendida; con lo que, al final, ni siquiera en situaciones normales le concede demasiada importancia. ¿Cómo se puede sentir un hombre que trae un cadáver entre sus brazos y se da cuenta que, a partir de ese momento, ya prácticamente se ha quedado sin familia?

El retiro a Rodas

Tres años después, en el 6 AC, tras serle otorgado el cargo de tribuno, Tiberio hizo de pronto algo muy extraño: abandonó Roma y se retiró a la isla de Rodas. Aproximadamente por la época en que Cristo nacía, el hombre dejó todo detrás de sí y se refugió en la soledad de un exilio autoimpuesto. Llevó consigo solamente a algunos pocos amigos personales, entre ellos a su astrólogo Thrasyllos. ¿Habrá Thrasyllos visto también la Estrella de Belén en sus cálculos? Y si la vio, ¿habrá interpretado su significado del mismo modo que los magi? Y si lo hizo, ¿se lo habrá comentado a Tiberio?

Ya sé: son demasiadas preguntas y, en todo caso, cualquier cosa que diga al respecto no será más que especulación pura. Pero ¡qué quieren que le haga! Me llama la atención esta extraña coincidencia de fechas. Reconozco que es absolutamente indemostrable, pero de algún modo pienso que el destino de Tiberio tiene varias cosas extrañas. Aunque debo admitir que muy probablemente mi imaginación se está saliendo un poco fuera de carril con estas divagaciones.

Sea como fuere, lo cierto es que se ha especulado bastante con este retiro también desde otros puntos de vista. Es probable que Augusto no le tuviese una simpatía demasiado exagerada a su hijastro. Tiberio no debe haber sido lo que hoy llamaríamos un tipo simpático. Además, las preferencias del emperador se inclinaban claramente hacia los dos hijos mayores de su hija Julia – Gaio y Lucio – a quienes había adoptado convirtiéndolos oficialmente en los más firmes candidatos de herederos al cargo. Con ello, Tiberio había quedado tercero en la línea sucesoria a pesar de ser el mayor (e hijo directo de la emperatriz además). Es bastante posible que lo que en un principio comenzó siendo un exilio voluntario y un poco por despecho, se convirtió después en un destierro ordenado por Augusto. No es muy difícil imaginar de parte del emperador una actitud al estilo de “¿Te fuiste y me abandonaste? Bien. ¡Pues púdrete en Rodas hasta que a mí se me dé la gana darte permiso para volver!”

Volvió a Roma recién ocho años más tarde, en el 2 DC.

Rodas

¿Era otra persona? La leyenda dice que sí. Lo que pasa es que es un poco difícil creer del todo en esa historia construida en buena medida sobre la base de chismografías, comadreos y habladurías. El Tiberio que volvió a Roma seguramente debe haber sido un hombre sin demasiadas ilusiones, una persona encerrada en si misma, solitaria, quizás algo amargada y desencantada en buena medida. Un hombre que, en esas condiciones, posiblemente incluso se permitió ciertos excesos porque, al fin y al cabo, ninguno de ellos le cambiaría la vida en lo esencial. Pero, es harto difícil que se volviese un esclavo de vicios inenarrables. El retrato de un Tiberio pervertido, depravado y disoluto simplemente no cuadra con la personalidad que le conocemos de antes del exilio en Rodas. Como que tampoco encaja en el carácter que emerge de los hechos posteriores.

Honestamente creo que lo más probable es que, a lo largo de esos ocho años, Tiberio se hizo indiferente y quizás hasta bastante cínico. Se volvió un hombre desilusionado de sus contemporáneos; en alguien que ya no cree en ellos y que, en última instancia, está harto hasta la coronilla de todas sus pequeñas y grandes mezquindades. Harto de todas esas pequeñeces miserables que los enanos siempre inflan hasta darles una importancia colosal y a las cuales los gigantes les pasan por encima, acaso sin verlas siquiera, porque, medidas en su verdadera dimensión, no sólo carecen de importancia sino hasta de entidad en absoluto. Y lo más probable, en mi humilde opinión, es que buena parte de la leyenda surgió porque los pequeños enanos no pudieron soportar el desprecio fundamental que Tiberio terminó sintiendo por todos ellos.

Regreso de Tiberio y muerte de Augusto

El regreso a Roma de su exilio en Rodas no obedeció a ningún capricho; ni de parte de él, ni tampoco de parte de Augusto.  Sucedió que en el 2 DC Lucio murió de una enfermedad en Marsella. La línea de sucesión se acortaba y Tiberio quedaba colocado como número dos. Y dieciocho meses después, murió inesperadamente Gaio de heridas sufridas durante una batalla en Armenia. Con lo que todos los cuidadosos planes de Augusto para garantizar su sucesión se desmoronaron en menos de dos años y su hijastro le quedó como la única opción razonable, tanto para asegurar la continuidad de la familia en el poder como para mantener la estabilidad política del imperio.

Al final, Tiberio terminó heredando el trono cuando Augusto murió en Nola, cerca de Nápoles, en el 14 DC a los 77 años de edad, luego de haber gobernado durante 43 años. Dicen que sus últimas palabras fueron: "¿Creéis que he representado bien mi papel en la vida? Si es así, aplaudid."

Por supuesto, no puedo jurar que esos fueron exactamente sus últimos dichos. De hecho, me suenan sospechosamente adecuados y dignos de un emperador. Pero en este relato no nos hemos detenido en él con mayor detalle; sólo hemos rozado algunas de sus cuestiones domésticas y no quiero ser injusto con el hombre. Como político y como estadista fue sólido y hasta me animaría a decir que admirable en más de un sentido. Es cierto que fue cruel a veces – en ocasiones incluso muy cruel – pero su época también lo era y, en todo caso, no cualquiera maneja un imperio tan complicado como el que le tocó gobernar y menos aún con la firmeza y el buen criterio que demostró tener en muchas de sus más importantes decisiones.

No seamos mezquinos. Creo que merece ese aplauso.

Mausoleo de Augusto

 

El emperador

Pero sigamos con Tiberio. Por todo lo que sabemos, la idea de convertirse en emperador no lo entusiasmaba en absoluto.

Augusto murió el 19 de Agosto del año 14 DC. Era el 18 de Septiembre y Tiberio todavía no había aceptado hacerse cargo de la sucesión. El Senado Romano, reunido ese día con el expreso propósito de “confirmarlo” como emperador, no sabía muy bien como proceder. La verdad es que nadie, Tiberio incluido, lo sabía. Roma no tenía tradiciones imperiales sino republicanas. Augusto había sido el primer príncipe imperial propiamente dicho y hasta ese momento nunca antes se había dado el caso de que un emperador sucediera al anterior. En las oficinas de Protocolo y Ceremonial del Estado más de uno se debe haber rascado la cabeza preguntándose qué cuernos se suponía que debía hacerse en un caso así.

Según el testimonio de Tácito, cuando el Senado le votó varios poderes y títulos, Tiberio se mostró por demás reticente y casi les arruina la ceremonia. Les dijo a los senadores que ya estaba demasiado viejo para asumir las responsabilidades del principado (tenía 56 años), que era demasiado trabajo para un solo hombre y que, en realidad, no quería el puesto en absoluto. Terminó cediendo solamente cuando uno de los senadores le preguntó, no sin cierta intención: “Señor, ¿por cuánto tiempo más permitiréis que el Estado quede sin cabeza?”. 

Y aún así, rechazó el título de “Augusto”.

Relaciones con el Senado

Las relaciones de Tiberio con el Senado tampoco mejoraron demasiado con el tiempo. El hombre simplemente no consiguió amigarse nunca con esa caterva de pequeños pudientes aristocratosos, constantemente envueltos en intrigas, corrupciones,

camándulas, traiciones mutuas y componendas políticas. No le infundía ningún respeto ese Senado que, ya muy alejado de la integridad y la dignidad de épocas pasadas, se había convertido en una asamblea de politicastros ambiciosos fundamentalmente cobardes; tan cobardes que ya ni se atrevían a ejercer el poder en nombre propio. En su opinión harto lapidaria, no eran más que un montón de “hombres dignos de ser esclavos” [ [5] ].

Asesinato de Julio César

Y seguramente esa opinión no fue un exabrupto, producto de un enojo momentáneo. Nadie en aquella época podía dejar de recordar como esos mismos adulones pusilánimes habían escapado de su responsabilidad en el año 22 AC ofreciéndole casi de rodillas los plenos poderes a Augusto. Porque, acaso convenga recordarlo, en un principio Augusto tampoco había querido ser emperador. Cuando el Senado se propuso designarlo, huyó a Sicilia. Literalmente huyó de la dictadura que le estaban ofreciendo. Y ante ello, una parte del Senado salió corriendo detrás de él para obligarlo a convertirse en dictator princeps imperator, con lo cual, como dice Ortega citando a Ferrero, se daba el curioso caso de que “la dictadura perseguía al dictador” [ [6] ].

Tiberio también aceptó el cargo bastante a regañadientes pero sin la habilidad diplomática de su antecesor y padrastro. Simplemente resultó refractario a las adulonerías y a los servilismos de los politiqueros profesionales. En Roma, desde hacía relativamente poco, se había instituido la costumbre de darle a un mes el nombre del jefe de Estado. De este modo, el mes de Julio recibió su nombre de Julio César y el mes de Agosto se instituyó en honor a Augusto. Cuando los senadores le fueron con la brillante idea de bautizar a otro mes con su nombre, Tiberio no pudo reprimir su vena sarcástica. Recordándoles que el año tenía solamente doce meses les preguntó: “¿Y qué haréis el día en que tengáis trece Césares?”. La moción no prosperó y los senadores tuvieron que embolsarse un papelón.

Pueden ustedes imaginarse que no se fueron contentos precisamente.

Cuando llegue la próxima primavera – o el próximo otoño, depende de dónde vivan – acuérdense de Tiberio.

Gracias a él todavía tenemos un Septiembre.

Las intrigas

Los primeros años del gobierno de Tiberio tuvieron sus problemas pero, en términos generales, puede decirse que las cosas se mantuvieron en un cauce relativamente normal. Hubo rebeliones en las legiones de Panonia y Germania pero consiguieron ser controladas. Las relaciones con el Senado no mejoraron mucho, especialmente porque los señores senadores no quisieron aceptar el papel de mayor responsabilidad en el gobierno que Tiberio constantemente les ofrecía. Sin embargo, aún a pesar de estos avatares las cosas estaban bastante bien bajo control.

Hasta que comenzaron las intrigas. O quizás deberíamos decir que se reavivaron.

La cuestión, otra vez, fue la sucesión.

Y, en este sentido, observen ustedes lo complicadas que eran las relaciones familiares:

 

 

Con tantos matrimonios cruzados – para colmo con algunos de ellos sin descendencia – la  situación siguió siendo realmente muy delicada. Hasta hoy en día resulta un verdadero dolor de cabeza seguir la genealogía y las relaciones de estas personas que se divorcian, se casan varias veces, adoptan hijos de otros, designan sucesores, reacomodan todo cuando alguno muere y al final terminan enredando las cosas de tal manera que uno apenas si sabe quién es hijo de quién, quién está relacionado con quién y quién compite con quién para hacerse del trono imperial. Para colmo de males, la alta sociedad romana no era muy creativa que digamos en eso de inventar nombres para sus hijos, de modo que los nombres se repiten en forma constante. Por ejemplo, tenemos por lo menos tres Drusos: el hermano de Tiberio, el hijo de este hermano y el hijo que el propio Tiberio tuvo con su primera mujer Vipsania Agripina. Y los Agripa, por otro lado, son también todo un capítulo aparte.

Veamos, pues, si podemos lograr algo de claridad en este enredo. Poco antes de la muerte de Augusto la situación es aproximadamente la siguiente:

Julia, la hija de Augusto y Scribonia, ha terminado desterrada por su propio padre debido a lo intolerable de su comportamiento. Tiberio, por lo tanto, está fácticamente “divorciado”.  De los tres hijos que tuvo Julia con Marco Vespasiano Agripa y que Augusto adoptó, dos están muertos (Gaio y Lucio César). El tercero, Agripa Póstumo – llamado así porque nació después de la muerte de su padre – es un problema mayúsculo. No sólo es un perfecto inútil que, al igual que su señora madre, preferiría pasarse la vida de jolgorio en jolgorio sino que, encima, parece ser que sus facultades mentales están considerablemente disminuidas o, por lo menos, se encuentran muy lejos del nivel que se requiere para ser un emperador romano. Por lo tanto, a Augusto no le queda más remedio que decidirse por Tiberio, el único hijo vivo de Livia Druscilla, su mujer actual, ya que Druso, el otro hijo de ella y hermano de Tiberio, también está muerto.

Ahora bien, para consolidar el problema de la sucesión, Augusto concibe una combinación mediante la cual Tiberio adopta a su sobrino, el hijo que su fallecido hermano Druso tuvo con Antonia. A éste, para diferenciarlo de su padre, lo conoceremos como Druso Germánico. Pero hete aquí que Tiberio tiene un hijo propio, proveniente de su primer matrimonio con Vipsania Agripina, que también se llama Druso. Para poder identificarlo, lo denominaremos Druso Julio César.

A la muerte de Augusto tenemos, pues, a Tiberio; a su sobrino Druso Germánico y a su hijo propio Druso Julio César. ¿Qué pasó con Agripa Póstumo?

Pasó algo bastante desagradable: lo asesinaron. Unos siete años antes de su muerte Augusto ya lo había desterrado al igual que a su madre. No le servía en absoluto como hijo adoptivo y, como heredero, era impresentable. La investigación actual tiende a creer que, antes de morir, Augusto había dado órdenes secretas de eliminarlo, tanto como para asegurarle el puesto a Tiberio, y que, cuando murió, la órden fue ejecutada de inmediato. La otra suposición, obviamente, es que Tiberio se lo quitó de encima por la vía expeditiva. Sea como fuere, por aquella época las sospechas recayeron sobre Tiberio y su madre, generándose toda una serie de habladurías al respecto.

Calígula

La cosa sólo se puso peor a la muerte de Druso Germánico. Luego de una serie de campañas exitosas en Germania y tras ser aclamado en triunfo en el 17 DC, Druso Germánico fue enviado al Este dónde falleció dos años después. Según se dice, en su lecho de muerte acusó a Plancina, la mujer de Cnaeo Calpurnio Piso, el gobernador de Siria, de haberlo envenenado. El problema fue doble: por un lado Piso era un viejo amigo de Tiberio (habían sido cónsules juntos en el 7 AC) y así la acusación terminaba rebotando en el emperador. Por el otro lado, Germánico estaba casado con Agripina (la mayor), una de las hijas de Julia, y ésta se encargó de sembrar toda clase de dudas acerca de la muerte de su marido.

La verdad es que, si Piso esperó encontrar apoyo en su viejo amigo, se equivocó y por mucho. Tiberio no movió un dedo para salvarlo en el juicio al que luego fue sometido en el Senado. Ni siquiera reaccionó cuando Piso amenazó con revelar “ciertos documentos” comprometedores. Los documentos nunca aparecieron y al final Piso, muy convenientemente, tuvo la delicadeza de suicidarse. El supuesto involucramiento de Tiberio en la muerte de su sobrino nunca pudo ser comprobada. Pero la relación con Agripina y su familia sólo fue de mal en peor a partir de allí. Y más aún, cuanto que Agripina, tanto antes como después de la muerte de su esposo, tenía sus propias ideas acerca de quién debía ser emperador en Roma. No lo olvidemos: esta Agripina es la madre de Calígula. Y madre también de la otra Agripina (la menor) cuyo hijo será Nerón.

De hecho, todo el escándalo se aplacó con una medida salomónica: Tiberio mandó a Agripina al exilio y adoptó a Calígula. Pero fue una solución a medias.

Y al final, resultó ser una muy mala solución.

Pero eso lo sabemos nosotros. Tiberio, en ese momento, no tenía como saberlo. Cuando lo adoptó, Calígula era tan sólo un pequeño mequetrefe simpático y el niño mimado de medio mundo. Tengamos cuidado con nuestros juicios de valor históricos: con el diario del Lunes en la mano siempre es muy fácil pronosticar el resultado de los partidos del Domingo.

Un hombre llamado Sejano

Soldado pretoriano

De cualquier manera, la situación no terminó de estabilizarse porque, para colmo de complicaciones, en el firmamento político-palaciego de la Roma del 19 DC comenzaba a perfilarse cada vez más claramente la figura de un personaje que tendrá enorme importancia en los acontecimientos futuros. Su nombre es Lucio Aelio Sejano. Desde el 15 o el 16 DC es el hombre fuerte de la Guardia Pretoriana, ese cuerpo militar permanente de nueve cohortes creado en su momento por Augusto para defender a los emperadores y que, con el correr de los siglos, se transformaría en uno de los factores de poder más importantes del Imperio.

Augusto había desparramado a las nueve cohortes alrededor de Roma pero Tiberio – probablemente por sugerencia de Sejano mismo – las estacionó dentro de la ciudad, con lo que el jefe de la guardia quedó al mando directo de unos 9.000 hombres de quienes podía disponer en cualquier momento. Pueden ustedes imaginarse el poder que eso significaba.

Lucio Aelio Sejano

Pero, aparte de ello, Sejano consiguió de alguna manera y forma meterse bajo el ala de un Tiberio que se estaba quedando cada vez más sólo y que se mostraba cada vez más huraño e insociable. Al final, Sejano terminó siendo para Tiberio lo mismo que Marco Vespasiano Agripa había sido para Augusto: su real segundo de a bordo, su hombre de máxima confianza. Pero con importantes diferencias. Mientras Agripa era yerno de Augusto y, por todo lo que sabemos, le fue leal, Sejano no tenía lazos familiares estrechos con Tiberio y en materia de lealtades el hombre procedía según un criterio muy elástico, aunque más no fuese porque en sus proyectos personales entraba, decididamente, la posibilidad de convertirse en emperador.

La expulsión de los judíos de Roma

En ese año 19 DC sucedió además otro hecho que es importante para nuestra historia. Tengamos presente que estamos apenas a unos catorce años antes de la crucifixión de Jesús, aunque sobre esta última fecha todavía tenemos que hablar.

Pues bien, en el 19 DC cuatro miembros de la comunidad judía de Roma parece ser que estafaron a una tal Fulvia, esposa de un importante funcionario. El resultado de la investigación fue que el emperador – o más bien Sejano – ordenó la expulsión de todos los judíos de Roma y de sus alrededores.

El hecho produjo, sin duda, su impacto en el mundo administrativo romano. Especialmente los funcionarios enviados a Palestina recibieron con esto una clarísima indicación de cual era el criterio prevaleciente en Roma. Y que no se trató de una actitud pasajera y coyuntural lo demuestra el testimonio de Gaio Suetonio según el cual en el 49 DC – es  decir: 30 años más tarde – el emperador Claudio volvió a expulsar a los judíos otra vez.

Tiberio se queda solo

Así las cosas, durante los años 20 y 21 DC Tiberio le devuelve una parte nada despreciable del poder de decisión al Senado. Hasta en el testimonio de Tácito es obvio y manifiesto que no le entusiasma en absoluto el ejercicio del poder. [[7]] Se va encerrando más y más en si mismo, tratando de alejarse de un mundo que visiblemente le desagrada.

Y paralelamente, va descargando responsabilidades en Sejano cuya influencia crece en forma proporcional.

Para Sejano, los obstáculos naturales que le impedían convertirse en emperador eran, obviamente, Agripina con sus hijos por un lado, y Druso Julio César, el hijo de Tiberio por el otro.

Druso Julio César estaba casado con una tal Livilla. Ni corto ni perezoso, Sejano consiguió meterse en la cama de doña Livilla y no sólo eso, también parece ser que la convenció de deshacerse de su marido. El hecho es que el pobre Druso Julio César termina muriendo envenenado en el 23 DC con lo que Tiberio pierde a su único hijo.

Créanme: he repasado con bastante minuciosidad buena parte de todo lo que se ha escrito sobre este hombre. Y sigo sin poder entender a algunos historiadores con aureola de grandes académicos. ¿Es tan difícil captar lo esencial del carácter de Tiberio? Es un hombre al que el destino condenó a la soledad. Buen soldado. Buen funcionario. Buen hermano. Si lo hubieran dejado vivir en paz con Vipsania hasta hubiese sido un buen esposo y posiblemente incluso un buen padre. Pero no. La vida se cansó de darle bofetada tras bofetada. A su alrededor, todo el mundo muere. Cada vez que levanta la vista, alguien es envenenado, alguien es traicionado, alguien es engañado, o estafado, o asesinado, o abandonado. Y el día en que, harto y cansado de toda la homicida mediocridad de su entorno, decide tener fe en alguien, hasta se equivoca y deposita su confianza en un ambicioso como Sejano. Podría construirse un drama griego con esta historia.

En vez de ello, sus contemporáneos y sucesores armaron una farsa folletinesca con ribetes pornográficos. Juntaron toda la lascivia que andaba suelta por Roma y la pusieron en la cuenta de Tiberio. ¿Y saben ustedes por qué? Pues, porque los seres despreciables siempre acusan a quien los desprecia de justamente esas vilezas que hacen despreciables a los seres despreciables.

La isla de Capri

Las legendarias orgías de Tiberio podrán servir para despertar el lascivo interés del montón de turistas que año tras año visitan la última de sus residencias en la isla de Capri. El sexo ha sido siempre un buen atractivo turístico – entre otras cosas. Pero lo más probable es que Tiberio, sin haber vivido por supuesto con la estricta moralidad de un monje franciscano, jamás tuvo siquiera interés en organizarse esas francachelas morbosas que las malas lenguas de los mediocres en épocas posteriores le adjudicaron y los miopes gusanos de biblioteca se dedicaron a repetir con un celo académico que transparenta bastante bien la proverbial hipocresía de los que relatan con lujo de detalles las perversiones sexuales más aberrantes en un tono admonitorio y escandalizado que disimula bastante mal el secreto placer que les produce el regodearse en ellas. [ [8] ]

Es tan viejo como el mundo y siempre ha sido así. Cuando los enanos quieren defenestrar al gigante que se niega a adularlos lo acusan de ser enano. Y la historia prende, se multiplica y hasta engorda porque todos los pequeños infelices sienten un placer inenarrable en crucificar a alguien que los desdeña.

Y, por favor, no me digan que estoy exagerando. Hasta crucificaron a alguien que los amó.

Adiós a Roma

En cuanto a Roma, hasta aquí llegamos en este relato. Tenemos que volver a nuestra historia principal cuyos capítulos más importantes están por comenzar a varios miles de kilómetros de distancia, en Galilea.

La Villa Jovis de Tiberio en Capri

Pero antes de bajar el telón sobre la Ciudad Eterna, permítanme unas breves líneas de desenlace que tienen bastante que ver con lo que sigue.

En el año 26 DC Tiberio llegó al límite de lo que podía soportar y abandonó Roma para siempre. Nunca más volvió a esa ciudad. Siguió siendo emperador hasta su muerte pero nunca más volvió a pisar el Capitolio. En el 27 DC, a los 67 años de edad, se instaló en la isla de Capri y vivió allí prácticamente todo el resto de su vida. [ [9] ]

Es, quizás, una de esas grandes ironías de la Historia que, mientras en una punta del mundo un emperador desesperaba de los hombres, en la punta opuesta un humilde nazareno emprendía un camino que lo llevaría a dejarse crucificar por ellos.

Porque exactamente en ese mismo año 26 DC, mientras Tiberio se alejaba del cenagal político y Sejano se quedaba con la mayor parte del poder en Roma, en Judea asumía como gobernador una persona a la cual todos ustedes seguramente conocen.

Su nombre es Poncio Pilato.

 

 

NOTAS:



[1] ) Cf. Mateo 22:17-21; Marcos 12:14-17 y también Lucas 20:19-25. No deja de ser significativo que tres de los cuatro evangelios mencionen este caso, con casi exactamente las mismas palabras. Sólo Juan, que tiene un enfoque y un estilo sensiblemente distintos, lo omite. Interesante, también, es que en esta actitud de evitar conflictos frontales con una autoridad romana que no lo molestó en absoluto, Cristo sigue una línea de conducta sugerida ya por Juan el Bautista. A unos soldados romanos que se hacen bautizar por él y que le preguntan qué deberán hacer de allí en adelante, Juan les responde simplemente: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario”. (Cf. Lucas  3-14). En otras palabras: vivid y dejad vivir. 

[2] )- Mateo 8:5-10 y también Lucas 7:1-9. Juan 4:46-53 relata un caso similar.

[3] ) Oficialmente, el Sacro Imperio Romano Germánico iniciado por Carlomagno en el 800, duró hasta el 6 de Agosto de1806 cuando Francisco II de Austria resignó la dignidad imperial, que ya no podía defender, para que la misma no cayera en manos de Napoleón.

[4] )- Suetonio Leben der Caesaren - De vita Caesarum. Traducción alemana de André Lambert, München 1972, Págs. 124 - 126.

[5] )- Tácito Anales 3.65: “O homines ad servitutem paratos”.

[6] )- José Ortega y Gasset “Una Interpretación de la Historia Universal”, La Revista de Occidente, Madrid, 1966 pág. 226

[7] ) Tácito, Anales, 1,15,1

[8] )- En realidad, la fábula de las orgías de Tiberio y sus increíbles perversiones tiene su origen en tan sólo dos autores, Suetonio y Tácito, quienes escribieron sus historias varias décadas después de la muerte de Tiberio (36 DC) siguiendo un esquema mental bastante obvio: Julio César es el precursor del imperio, Augusto lo consolida y Tiberio sería así el primero de esa serie de déspotas decadentes y perversos que seguirá luego con Calígula, Claudio y Nerón.

Suetonio, que vivió entre aproximadamente los años 75 y 150 DC, no es precisamente una fuente histórica demasiado confiable.  De hecho, ni siquiera fue historiador. Sus obras son más bien relatos un tanto novelados, destinados a entretener al lector con anécdotas adecuadamente sazonadas de sexo y escándalo. Su versión del Tiberio libidinoso no hubiera llegado ni a la mitad de la popularidad académica que logró de no haber sido porque coincide aparentemente con un brevísimo pasaje de Tácito.

Tácito, que nació unos 20 años antes que Suetonio, es uno de los más importantes historiadores de la Roma antigua. Hacia el fin del capítulo que le dedica a Tiberio encontramos la siguiente frase: “Al final, sin embargo, él – que ya no conocía vergüenza ni temor – siguió sus impulsos innatos y se abandonó indiscriminadamente a hechos de sangre y excesos”.

Habría varias cosas para considerar al respecto. En primer lugar, el pasaje no es demasiado explícito que digamos. En segundo lugar, es completamente contradictorio con el cuadro que el mismo Tácito pinta de Tiberio en las páginas anteriores, algo que señalaron ya en su momento Leopoldo von Ranke y Teodoro Mommsen, entre otros. En esas páginas, Tiberio es retratado como un gran emperador, como una persona decente y hasta se llega a afirmar que fue “admirable como carácter”.  Uno estaría tentado a preguntar: “¿en qué quedamos?”. Psicológicamente hablando la contradicción es casi insalvable.

Por último, la autoridad de Tácito – considerada poco menos que sagrada e intocable durante mucho tiempo – hoy ya es evaluada con algo más de prudencia. El excelente, aunque algo controvertido, trabajo de Ernst Kornemann (Tiberius – Stuttgart 1960) ofrece al menos un cuadro mucho más creíble y coherente de Tiberio. En todo caso, la de Kornemann no es una opinión aislada. Coincide bastante bien con la de Wilhelm Gollub (Tiberius – Munich 1959)  y con lo que Garret G. Fagan de la Universidad de Pennsylvania manifiesta acerca de Tácito:  Los métodos de Tácito, especialmente su empleo de la insinuación y la inferencia para manifestar nociones que, esencialmente, no son más que glosas editorialísticas, hace que sea desaconsejable aceptar a ciegas su retrato de Tiberio. Mas allá de eso, su creencia en la inmutabilidad del carácter de las personas – es decir: que el carácter de uno es algo innato y no puede ser cambiado aunque pueda ser disimulado – le impide investigar la posibilidad de que Tiberio haya evolucionado y se haya desarrollado a lo largo de su reinado. En lugar de ello, el retrato de Tácito consiste en ir pelando capas de disimulo a fin de capturar al Tiberio “real” subyacente”. ( Cf. Garret G. Fagan Tiberius en  http://www.roman-emperors.org/tiberius.htm).

 

[9] ) A quienes insisten con eso de las orgías de Tiberio y no quieren bucear en la un tanto árida literatura historiográfica les recomiendo un libro muy amable que se deja leer con facilidad. Es “La Historia de San Michele” escrita por el médico sueco Axel Munthe quien después de la Primera Guerra Mundial se estableció en Capri tras comprarse una casa – la “Villa San Michele” – edificada en el lugar de una de las doce villas construidas allí por Tiberio.

Axel Munthe muy posiblemente no satizfaga los criterios académicos de las ratas de biblioteca. Pero alcanzará para todos los que no hemos mandado aún nuestro sentido común de paseo. De hecho, hay algo que nadie puede negar: los contemporáneos de Tiberio no mencionan en absoluto la supuesta perversión del emperador. Recién varios años después de su muerte comienza a tomar forma la leyenda.

 

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