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Ito Ittosai, incluso despues de haberse convertido en un experto y en un profesor famoso enel arte del sable, no esta satisfecho de su nivel. A pesar de sus esfuerzos, tenía conciencia de que desde hacía algún tiempo no conseguía progresar. En efecto, los sutras cuentan que el Buda se sentó bajo una higuera con la firme intensión de no moverse hasta que no consiguiera la comprensión última de la existencia del Universo. Determinado a morir en ese mismo sitio antes que renunciar, el Buda realizó su voto: despertó a la suprema Verdad. Ito Ittosai se dirigió pues a un templo con el fin de descubrir el secreto del arte del sable. Durante siete días y siete noches estuvo consagrado a la meditación. Al alba del octavo día, exhausto y desalentado por no haber conseguido saber algo más, se resignó a volver a su casa, abandonando toda esperanza d penetrar el famoso secreto. Después de salir del templo tomó una carretera rodeada de árboles. Cuando apenas había dado unos pasos, sintió de pronto una presencia amenazante detrás de él y sin reflexionar se volvió al mismo tiempo que desenvainaba el sable. Entonces se dió cuenta que su gesto espontáneo
acababa de salvarle la vida. Un bandido yacía a sus pies con
un sable en la mano.
UNA ENSEÑANZA ACELERADA Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para para poder hacer de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro Banzo . Pero Banzo confirmó el juicio de su padre: -No reúnes las condiciones.
El Maestro le pidió a Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un sable, sino que lo sirviera, le prepara la comida, le arreglara su habitación, que se ocupara del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni siquiera estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos. Pasaron tres años. Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste suerte, él, que aún no había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había decidido consagrar su vida. Sin embargo, un día, cuando hacía sus faenas de la casa rumiando sus tristes pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible bastonazo son el sable de madera. Al día siguiente, cuando Matajuro preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche, contra los ataques por sorpresa de Banzo. Debía estar en guardia a cada instante, siempre plenamente despierto, para no probar el sable del Maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su rapidez y una especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los ataques de Banzo. Un día, menos de diez años después de su llegada, el Maestro le anunció que ya no tenía nada más que enseñarle. |
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