NÚMERO (XIV)

 

    

LOS ACTUALES HORIZONTES

DEL GÉNERO HUMANO

1. ACTUAL ESTADO DE COSAS EN EL MUNDO

   Como consecuencia de la consolidación de la perspectiva moderna del tiempo histórico, actualmente impera en el mundo un estado de cosas que, al principio de este trabajo, definimos como "crisis".

   Lo que se ha dado en llamar "civilización moderna" no es otra cosa que la crisis moderna. Ella se asienta en dos circunstancias de hecho incontrovertibles. La primera circunstancia está constituida por la vigencia plena, inconmovible y universal de las ideas liberales y socialistas consagradas por las grandes revoluciones modernas. Después de la segunda guerra mundial, particularmente, la hegemonía de los Estados Unidos y la Unión Soviética sobre todos los pueblos del orbe parece asegurar "sine die" el imperio de aquellas ideas.

   No obstante, debe notarse que la lucha por el poder entre las dos superpotencias, alimentada por las indudables contradicciones dialécticas que subsisten entre liberalismo y socialismo, genera en el mundo una gran incertidumbre sobre el futuro. Todos los pueblos de la tierra son víctimas de una extravagante oscilación entre el caos revolucionario, y el ejercicio de tiranías crudelísimas, mientras se cierne sobre todos el fantasma infernal de la posibilidad de una hecatombe termonuclear.

   De hecho, la posesión por parte del ser humano de un poder de destrucción a nivel planetario constituye en sí algo fantasmagórico que coloca a la humanidad en un estado de entredicho consigo misma. Existe la certeza histórica de que el hombre jamás ha dejado de utilizar hasta las últimas consecuencias las armas que ha tenido en su poder. ¿Por qué no habría de ocurrir ahora lo mismo? ¿Acaso la naturaleza humana no es idéntica a sí misma? Como vemos, en este plano, la crisis moderna no podría ser más total y definitiva.

   Pero hay otra circunstancia que queremos señalar, tal vez más decisiva y grave. Nos referimos al modo de vida moderno, cuyo modelo puede ser representado por el modo de vida norteamericano. Hay ciertas pautas de pensamiento y de comportamiento que se han consolidado y difundido junto con la ciencia y la técnica modernas en detrimento de las culturas tradicionales de cada pueblo.

   En Occidente, en especial, es evidente el retroceso de la cultura europea frente al avance de los modos de vida modernos impuestos por la hegemonía norteamericana. Ello ha ido conformando un tipo humano superficial, pragmático, sensual y esencialmente inarmónico. Este tipo humano del hombre moderno carece de horizontes metafísicos y se halla enteramente absorbido por las preocupaciones económicas, ávido de sensaciones groseras, estragado por las alteraciones psíquicas. Es el mismo hombre que, aun contra todas las evidencias, siempre necesitará seguir creyendo en el progreso.

   Y el hombre moderno tiene una religión moderna. Hoy en día es notorio que, en base al tipo humano moderno, la Iglesia Romana está edificando una nueva religión a partir del Concilio Vaticano II. Y se advierte una tendencia paulatina de todas las religiones a converger hacia el mismo término.

   La nueva religión, necesariamente, participa de la perspectiva moderna del tiempo histórico. Por eso sus principales preocupaciones doctrinales se centran en lograr una armonización de la existencia de Dios con la existencia de la autosuficiencia humana a través de la ciencia y la técnica modernas.

   Ahora bien, por razones históricas incontenibles, la fe del hombre moderno jamás podrá contradecir —ni siquiera rozar con la duda— los postulados científicos del mundo moderno, ni mucho menos los progresos sociales obtenidos en base a esos postulados que son como anhelos coronados y promesas cumplidas a la humanidad.

   Entonces, la verdadera fe del hombre moderno habrá de alejarse cada vez más de cualquier apreciación trascendente de la divinidad, pues en la perspectiva moderna la consideración de la divinidad es inmanente al progreso. Así, más allá de los artilugios verbales con que se pretenda simular algún vínculo con la Tradición, la fe del hombre moderno es la fe en sí mismo y en lo que él es capaz de crear.

   Luego del Concilio Vaticano II, la Iglesia Romana no sólo es incapaz de combatir esto, sino que es su principal propulsora. Por ello, con toda coherencia, en la alocución de Navidad de 1978, Karol Wojtyla pudo decir desde el trono de Roma que "Dios es el hombre". Y en otra ocasión: "Es necesario afirmar al hombre por sí mismo y no por algún otro motivo o razón, únicamente por sí mismo."[52]

2. NECESIDAD ESPIRITUAL DE AVIZORAR EL HORIZONTE

   Frente a todo lo que decimos, es natural que fluya incontenible el deseo de extraer conclusiones, hacer previsiones, avizorar los horizontes que actualmente se presentan al género humano.

   Por supuesto, no se trata de entrar en el terreno de las conjeturas ni de las predicciones, sino de saber apreciar con cierta lucidez el rumbo y la dirección hacia donde se inclina el actual estado de cosas en el mundo.

   Pero el cumplimiento de ese deseo es pavorosamente complejo. Es verdad que todos advertimos la existencia de una crisis universal que nos proporciona la sensación de la proximidad de un gran desenlace histórico. Sin embargo, también es verdad que la previsión que cada uno haga sobre dicho desenlace dependerá directamente de la perspectiva metafísica en que se coloque, y, además, está el hecho de que todos formamos parte de la realidad que pretendemos analizar, lo cual nos impide saber a ciencia cierta hasta qué punto somos capaces de sustraernos del ambiente que nos rodea como para emitir juicios veraces y objetivos.

   De cualquier manera, nosotros no descreemos de la capacidad gnoseológica del ser humano. Destacamos lo cauto y prudente que se debe ser, pero pensamos que avizorar el horizonte que se cierne sobre nosotros constituye una necesidad espiritual acuciante.

   Vamos a procurar exponer brevemente cómo se aprecia el desenlace de la crisis actual desde las tres distintas perspectivas metafísicas del tiempo histórico que hemos ido delineando: la antigua, la moderna y la cristiana.

3. El DESENLACE DE LA CRISIS ACTUAL DESDE LA PERRSPECTIVA ANTIGUA

   Desde la antigua perspectiva metafísica del tiempo histórico —lo que hemos dado en llamar doctrina de los eones— no cabe duda que la crisis actual tiende a desembocar irrefragablemente en el fin de este mundo moderno tal como lo vivimos y conocemos.

   Dicho fin, además, tendrá las características del retorno al caos primigenio, desde el cual se originaría después otro ciclo histórico.

   La razón de esto es que el mundo moderno presenta todos y cada uno de los rasgos distintivos de las edades oscuras o de declinación final. El mundo moderno, con su progreso lineal, horizontal y cuantitativo, y la proclamación de la autosuficiencia humana por la ciencia moderna, posee trazos que podríamos llamar atlantídeos, titánicos, o, tomando la revelación bíblica, babélicos.

   En Babel, los hombres quisieron edificar una torre cuya culminación tocara el cielo. El resultado fue una catástrofe incomparable: "confusio linguarum et dispersio populorum"[53] (la confusión de las lenguas y la dispersión de los pueblos).

   Acaso no sería arriesgado pensar que el mundo moderno supone la elevación de una nueva Babel. (El cielo proseguirá inaccesible y nunca el hombre podrá tocarlo con las manos, pero sí quedará destruido en el intento pertinaz.

   Nos encontraríamos, entonces, ante el cierre de otro eslabón en la cadena del devenir universal, o tal vez, en otro cierre de círculo en la espiral de los tiempos. Pero desde esta perspectiva sería muy difícil, prácticamente imposible, ver más allá, dada la imposibilidad del espíritu humano para trascender efectivamente los límites del propio eón.

   Sabemos que en Europa varios núcleos de pensamiento, en su mayor parte tributarios de las ideas de autores como Rene Guénon y más especialmente Julius Evola, partiendo de la premisa de la muerte del cristianismo, intentan cultivar una recuperación de Occidente sobre la revalorización de los orígenes greco-romano-germánicos. Muchos llegan a remontarse hasta los mismos orígenes indo-europeos, otros hablan de la tradición hiperbórea, y otros afirman la unidad trascendente de todas las tradiciones, basándose en la tradición primordial, como principio que salvará a la humanidad después de la "débâcle" moderna, consecuencia de una involución ocasionada por "un creciente distanciamiento del mundo supremo"[54].

   No es fácil juzgar a estas corrientes de un modo unívoco debido a la gran cantidad de variantes y matices importantes que presentan. De hecho, los mismos pensamientos de Guénon y de Evola difieren entre sí en numerosos aspectos fundamentales. Lo que sí resulta evidente es que, frente al repliegue de la Fe Trinitaria que animaba al ser de Occidente, muchas miradas se vuelven hacia el recuerdo de ciertas tradiciones antiguas y venerables en las cuales, sin duda, parecieran hallarse ecos de la tradición primordial. Pero, muchas veces, olvidan que no hay verdadera "traditio" sin la existencia de vínculos vivos y operantes; y no se advierte —"hic et nunc"— qué vínculos reales podrían existir con tradiciones desaparecidas o absorbidas hace cientos o miles de años[55].

   La realidad del mundo moderno, a nuestro juicio, es dominante y totalizadora. No es posible sustraerse a ella mediante teorizaciones. Pensamos que el naufragio visible del cristianismo y la caída en que se está sumiendo Occidente conduce a muchas personas de intensidad espiritual hacia fantasías e ilusiones en su legítimo deseo por aferrarse a algo que no muera.

   Pero, a nuestro modo de ver, si alguien desea atenerse con estricta coherencia a la antigua doctrina de los eones, tal y como ella surge del pensamiento antiguo, debe tener por cierto que el caos del mundo moderno sólo podrá significar el fin absoluto de este ciclo histórico y el advenimiento de otro que será completamente nuevo y distinto, aunque resulte idéntico en el giro de la rueda del tiempo. Será nuevo y distinto porque, después del caos no se guardará memoria del eón anterior. En todo caso, la posibilidad de una iniciación hermética que guardara aquella memoria, de existir, es evidente que jamás podría manifestarse en corrientes de pensamiento ni muchísimo menos en la elaboración de proyectos políticos o sociales.

4. EL DESENLACE DE LA CRISIS ACTUAL DESDE LA PERSPECTIVA MODERNA

   Desde la perspectiva metafísica moderna del tiempo histórico, la crisis actual que vive el mundo debe ser apreciada como el punto de partida de un nuevo paso en el progreso de la humanidad hacia formas cada vez más avanzadas.

   La profundidad y universalidad de la crisis moderna serían señales inequívocas de que nos hallamos en los umbrales de una nueva Revolución. En el plano teórico esta perspectiva se explica con entera coherencia dentro de la dialéctica marxista. Sin embargo, hoy en día, existen planteos existenciales que, sin negar el sentido de la dialéctica marxista, la superan en profundidad y alcance.

   El Concilio Vaticano II, por ejemplo, auscultó los signos de los tiempos y definió a la crisis actual como una "crisis de crecimiento"[56].

   Esta forma de ver al progreso no sólo como un avance, sino como un crecimiento, es de notable hondura. Se introduce, sutilmente, un elemento cualitativo en la idea del progreso lineal cuantitativo. Por cierto que lo cualitativo aparece como una consecuencia o generación de lo cuantitativo.

   Se dice: el progreso moderno cuantitativo es capaz de generar un "crecimiento", vale decir, un movimiento cualitativo, pues, en el contexto, la noción de "crecimiento" aparece como un enriquecimiento. En medio de la crisis, pues, habría un enriquecimiento de la humanidad. Esto tiene la virtud de llevar la revolución del pensamiento hasta el extremo de atribuir cualidades sustantivas al progreso puramente cuantitativo.

   El progreso moderno, lineal, horizontal y cuantitativo significaría un crecimiento porque no sólo serviría al hombre para conquistar mayor poder y placer, sino también para "ser más", o sea, para lograr una adición sustantiva, una prodigiosa transformación de la cantidad en calidad que, inclusive, podría conducir a mutaciones biológicas y ontológicas impredecibles.

   Si llevamos adelante el pensamiento moderno, vemos que en el camino de las transformaciones, la crisis estalla, y debe ser resuelta, cuando el progreso-crecimiento coloca al hombre en un punto tal que el cambio esencial, sustantivo, radical se torna inevitable. A partir de ese punto ya no se puede seguir viviendo, no se puede ya tolerar vitalmente la persistencia de la situación histórica anterior. Entonces se incuba la Revolución Absoluta que se está gestando en el mundo.

   En otras palabras: el progreso científico, social e intelectual ha producido transformaciones que, para seguir adelante, exigen transmutaciones profundas en el ser humano una nueva racionalidad, una nueva sensualidad, que sean radicalmente liberadoras de todas las formas que ya asfixian al ser humano porque no se corresponden con el cambio cualitativo que se está produciendo en él[57].

   Desde la perspectiva moderna, pues, la crisis actual se resolverá en la línea de la generación de un nuevo mundo y de un nuevo hombre capaz de elaborar un nuevo lenguaje que lo controle y lo libere[58].

   Pensamos que esta especie de ideas, que fluyen mixturadas y camufladas de la nueva Iglesia Romana post-conciliar, y claramente coherentes de los centros intelectuales más progresistas del mundo, poseen una fuerza histórica por el momento incontenible. De ellas es el triunfo en el futuro inmediato. Y los hechos que provoquen estas ideas seguramente serán de tal magnitud que precipitarán la historia hacia definiciones extremas.

5 EL DESENLACE DE LA CRISIS ACTUAL DESDE LA PERSPECTIVA CRISTIANA

   Si es verdad que la Fe Católica comporta una cosmología sacra, una determinada visión armónica del universo creado y redimido por Dios, entonces, los principios que fundan y sostienen al mundo moderno son intrínsecamente perversos. En rigor, se trata del desarrollo y manifestación del "mysterium iniquitatis"[59].

   En los confines de la perspectiva moderna del progreso, más allá del hombre que no trabaja ni sufre y que, en un supremo apego a la vida terrena habrá logrado eliminar la muerte, se presiente la génesis de una nueva divinidad que se erige en el mundo para destruir al hombre: "Haec omnia tibi dabo, si cadens adoraveris me"[60].

   Para quienes confesamos la Fe Católica la única divinización humana posible es la que se produce por la comunión con el Verbo Encarnado que nos hace consortes de la naturaleza divina —"consortes divinae naturae"— por la cual trascendemos este mundo visible y perecedero. Así como dice León Bloy que la idolatría consiste en preferir las cosas visibles a las invisibles, debemos recordar que el verdadero culto divino consiste en elevarse a las cosas invisibles por la simbología de las cosas visibles.

   Pero aun en medio de la perversidad intrínseca del mundo moderno, jamás la perspectiva cristiana podría estar afectada por convulsiones de horror, patetismo o desolación. Los cristianos no se rasgan las vestiduras. Desde la perspectiva cristiana los horizontes del género humano no varían en lo más mínimo cualquiera sea el decurso de los acontecimientos históricos.

   Esta afirmación no debiera ser sorprendente, pues para el cristianismo el horizonte del género humano está más allá de la historia, en un Reino que no es de este mundo"[61]: está en la transfiguración celeste que trasciende el devenir de los tiempos.

   Esto debe comprenderse muy bien. La comunión con el Verbo Encarnado impone en el mundo una SACRALIZAC1ON de toda la realidad; ello significa un triunfo anticipado sobre el tiempo y sus limitaciones. Las cosas temporales sacralizadas manifiestan su más honda esencia, esto es, su condición de figuras o anticipaciones de las cosas eternas.

   La vida humana sacralizada en la tierra ha de ser una imagen en el tiempo de la celeste; en sí mismo el tiempo ha de ser una imagen de la eternidad divina. Y así parece iluminarse, desde la perspectiva cristiana, la definición platónica que ya citamos: El tiempo es una cierta imagen móvil de la eternidad".

   Para el cristianismo, entonces, no interesa tanto detenerse en el análisis de los avatares del tiempo sino en cuanto ellos constituyen una manifestación visible de realidades y misterios invisibles.

   En el decurso del tiempo advertimos una pugna, una oscilación, una tensión, entre lo sublime y noble por un lado, y lo bajo y vil por otro. Hay que profundizar esto desde la Fe y la Tradición. El pecado, la muerte, el dolor, la ciencia del bien y del mal, la pérdida del paraíso, el Anticristo, las batallas finales del Apocalipsis. ¿Qué significa todo esto para la Fe Católica y la Tradición Apostólica? Probablemente en la profundización que sepamos hacer de estos misterios estará la clave que nos permitirá develar el verdadero rostro del mundo moderno, su esencia última.

   Este es el camino a que nos conduce la Fe. Sin duda, se pueden plantear numerosos interrogantes. Tal vez, con el conocimiento de la Encarnación la humanidad haya penetrado en la meta-historia. Es posible que la construcción de la Cristiandad y su caída ya no puedan ser vistas como un ciclo más en el círculo de los tiempos, sino como el ciclo definitivo que asume y explica a todos los demás. Aparentemente, el carácter universal, dominante y totalizador del mundo moderno confirmaría estas suposiciones.

   Son interrogantes y suposiciones cuya clarificación final está muy lejos de nuestro alcance. Alguien podría preguntarnos para qué entonces tantas elucubraciones si finalmente no es posible llegar a conclusiones seguras. Respondemos que nadie debe introducirse por los caminos del pensamiento con la ilusión de llegar a conclusiones seguras. El pensamiento sólo aporta inquietudes al espíritu; pero las inquietudes son la vida del espíritu que, como decía San Agustín, está inquieto, agitado y en zozobra hasta que repose en Dios.

   La seguridad no está en el pensamiento sino en la Fe, esa Fe Católica que hemos recibido por Tradición y que hoy se retira del mundo, un mundo que se inclina hacia un caos que se parece demasiado a la muerte. En un estudio anterior destacábamos que en el trasfondo de la vida cotidiana moderna se respira la temática de la muerte de Dios. Hoy en día se nos dice que ha muerto Dios, que ha muerto el cristianismo, que ha muerto la Iglesia y que el cadáver de la Iglesia está propagando una peste[62].

   Para estupor de muchos, nosotros debemos admitir que en todo ello hay bastante de verdad: Occidente ha abolido su Tradición; el Cristianismo como principio espiritual se retira del mundo y la Iglesia Romana visiblemente ha apostatado de la Fe. Dios ha muerto y el silencio de Dios oscurece el mundo. Mas por la Fe nosotros sabemos que al tercer día ha resucitado[63].

   Desde la perspectiva de la Fe, sería inútil negar que, en las actuales circunstancias, estamos ante la muerte. Pero la misma Fe es la que nos asegura el triunfo sobre la muerte, que no es la inmortalidad sino la resurrección.

   María está al pie de la Cruz y sus lágrimas lloran la muerte de Dios. Esta escena es la que define con mayor profundidad la realidad actual. Clavado en la Cruz, muere el Verbo de Dios Encarnado.

   Mientras tanto, nosotros nos colocamos ante nuestro "Occidente Cristiano" como estaba Marta ante el cadáver de Lázaro, y decimos: "Domine, ¡am foetet" (¡Señor, ya hiede!)[64].

   Desde la perspectiva cristiana del tiempo histórico, nosotros, con Fe y en Caridad, esperamos la Resurrección.

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"FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA

PORTADA


NOTAS

  • [51] Andró Neher, "La esencia del profetismo" (Ed. Sigúeme, Salamanca 1975).  

  • [52] Mensaje de Navidad del 25/12/78, y alocución ante la UNESCO del año 1980. Ver L'Osservatore Romano, ed. castellana.  

  • [53] Génesis 11, 1-9.  

  • [54] Julius Evola, "Rivolta contro il mondo moderno".  

  • [55] El propio Rene Guénon en "La Crise du Monde Moderne" (op. cit.) pág. 35 sostiene claramente la imposibilidad de incardinarse en tradiciones fenecidas.  

  • [56] Constitución Pastoral "Gaudium et Spes", n9 4.  

  • [57] Hebert Marcuse, "La sociedad carnívora" (Ed. Galerna, Buenos Aires 1969).  

  • [58] P. D. Ouspensky, "Psicología de la posible evolución del hombre" (Hachette, Buenos Aires 1978).  

  • [59] Epístola B. Pauli Apostoli ad Thessalonicenses Secunda, 2-7.  

  • [60]  Evangelium secundum Matthaeum 4, 9. 

  • [61]  Evangelium secundum loannen 18,36. 

  • [62]  Louis Pawels, "Manifiesto en la noche" (Emecé, Buenos Aires 1980).

  • [63] Evangelium secundum loannem, 20-21.

  • [64] Evangelium secundum loannem, 11, 39.

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