Sobre los principios doctrinarios de la "Lumen Gentium" se asienta la llamada constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo, "Gaudium et Spes" (gozo y esperanza). La Iglesia entendida como "populus Dei" se encuentra, sin duda, muy íntimamente unida al mundo y a todo cuanto el mundo ha edificado. Es el traslado, la consolidación en el orden práctico de la herejía sutil, equívoca e insidiosa, pero demoledora, que palpita en la nueva eclesiología del Vaticano II.
El "proemio" (nº 1) de la "Gaudium et Spes" define claramente esta postura religiosa intramundana en términos que no dejan lugar a dudas:
"El gozo y la esperanza, el dolor y la angustia de los hombres de este tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos de todas clases, son también el gozo y la esperanza, el dolor y la angustia de los discípulos de Cristo, y no existe nada verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón, pues su comunidad está formada por hombres, que, unidos en Cristo, son conducidos por el Espíritu Santo en su peregrinación al Reino del Padre y han recibido un mensaje de salvación para ser propuesto a todos.
Por lo cual dicha comunidad se siente en verdad íntimamente unida con el género humano y su historia".
La condición del hombre en el mundo de hoy es descripta como "una crisis de crecimiento" (nº 4), y la Iglesia en el mundo presente es definida como "una realidad social y fermento de la historia" que "no ignora cuánto ha recibido de la historia y evolución del género humano" (nº 44).
Y después añade:
"Ella [la Iglesia] desde el principio de la historia aprendió a expresar por medio de los conceptos y lenguas de los diversos pueblos el mensaje de Cristo y procuró ilustrarlo con la sabiduría de los filósofos, a fin de adaptar, en cuanto es posible, el Evangelio, tanto a la capacidad común cuanto a las exigencias de los sabios. Y esta proclamación adaptada de la palabra revelada debe ser la ley perdurable de toda evangelización. Así se fomenta en todos los pueblos la facultad de expresar según su modalidad el mensaje de Cristo y se promueve
a la par un intercambio vivo entre la Iglesia y las diversas culturas" (nº 44).
Y más adelante culmina: "Vivificados y reunidos en su Espíritu caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana" (nº 45).
Difícilmente pudiera haberse declarado con mayor precisión y profundidad una doctrina
de la Fe inmanente al mundo y a la historia. La Iglesia es el "fermento" de la historia, lo cual expresa magistralmente la idea de la sacralidad inmanente de la historia, por cuya virtud la palabra de la Fe es "adaptada" a la condición del mundo. Por tanto, no existen en el mundo realidades sacras que trascienden el devenir histórico, como imagen que son de las realidades celestes, sino que, por el contrario, el devenir histórico en sí es lo sagrado.
Vale decir que lo sagrado, la imagen de Dios en el mundo, no está en lo perdurable, sino en lo mudable. Más aún: en rigor, lo único perdurable sería el principio inherente al devenir histórico de que todo se muda, y muy especialmente la palabra, puesto que todos sabemos que en el ámbito del espíritu, los cambios en la palabra importan necesariamente mutaciones ónticas y cualitativas muy profundas.
Lejos, muy lejos en las antípodas de todo esto, quedaron los principios evangélicos sobre el mundo y su príncipe