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Eones y devenir.

Por: Juan Sebastián Ohem.

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En la Thelema es de gran importancia la cuestión de los Eones, pero ¿qué son los Eones en sí mismos? La primera respuesta parece ser sencilla, los eones son divisiones en la Historia. Si bien esto es cierto es, como cualquier verdad, una media verdad, es decir, es cierto que son divisiones en la Historia, pero no solo la Historia de los eventos humanos, los Eones poseen una dignidad ontológica digna de ser tomada en cuenta y verdaderamente esencial para comprender a la Thelema en relación con el devenir.

Los Eones no son simples referencias a ciertos paradigmas sociales, son también paradigmas de la Historia humana, del individuo y de la realidad misma. Aleister Crowley y su visión cosmológica, en la cual centra a la Thelema, es semejante a la idea hegeliana. Según Hegel el Espíritu Absoluto (que no se desprende de un ente, sino que es la realidad, y en ese sentido es el Ser, aunque vaya siendo, esto en tanto que deviene) se desenvuelve dialécticamente, es decir, posee una razón y teleología, hasta alcanzar la autoconciencia. El espíritu se hace materia, luego se va desligando de la materia hasta ser completamente ajeno a ella, para finalmente hacerse para sí, es decir reencontrarse con la materia, realizarse lo universal en lo particular. La era prehistórica, previa al nacimiento del Yo, es decir, previa a la mente humana, es cuando el espíritu se encuentra alienado, conforme el espíritu se va desligando nacen los cultos animistas, el fetichismo y las religiones del Eón de Isis, cuando el Espíritu Absoluto se encuentra completamente ajeno a la materia, es cuando comienza el dualismo Hombre/Dios del Eón de Osiris, el odio a la materia de los gnósticos, la vergüenza ante el placer de los estoicos, la segunda navegación de la metafísica platónica, los dioses moribundos, los redentores, etc. Cuando el Espíritu se reencuentra y se reintegra con la materia para en ella desenvolverse, es decir, que el infinito se realiza en el finito, es cuando comienza el Eón de Horus. Es por ello que la Thelema es religión individual, es decir, del individuo y sólo en éste cobra completo sentido, cada individuo recorre su propio sendero y cada sendero es irrepetible, en vez de la fila india del dogma inamovible.

El culto del Eón de Osiris supone que el Absoluto es estático y ajeno al individuo, y que por ende el individuo requiere acercarse al Absoluto, supone también que es incapaz de hacerlo por sí miso, pues cree que el espíritu humano es finito y el Espíritu Absoluto es infinito (carente de límites), de ahí nace la necesidad de la redención, o de la vía dada por el Absoluto. El devenir, como ya se ha dicho, no es solo en lo tocante a la Historia, o incluso a las cosas, sino a la realidad misma, y por ende la realidad cambia. Si la realidad cambia la representación del Absoluto (es decir, la religión, en el sentido común de la palabra) no es eterna e inamovible, sino que debe cambiar, es así como Crowley, por medio del devenir hegeliano explica la sucesión de las religiones de manera racional, muy semejante a como Hegel explicaba a la Historia humana de manera racional. Las fórmulas de los chamanes animistas son tan obsoletas como las fórmulas redentoras o de vías preparadas (cristianismo e Islam). La representación del Absoluto, tarea a la cual le debemos el más profundo respeto, es como pintar un cuadro, no importa qué tanto se parezca el cuadro a un bosque, ése no es el único bosque, y el cuadro en sí mismo no es el bosque.

El culto del Eón de Horus es la síntesis entre el culto de Isis y el culto de Osiris, ¿qué quiere decir esto? Esta afirmación se puede desglosar y explicar desde diversos ángulos, por ejemplo, la Thelema es la síntesis entre las dos místicas, la Thelema es también la síntesis y realización de la filosofía (que, si bien nace de la religión, termina por ocupar su lugar), y también es la síntesis ontológica entre ambos Eones. Por síntesis ontológica me refiero, por supuesto, a la estancia del Espíritu en cada Eón, y ciertamente se desenvuelve dialécticamente.

Hasta aquí podemos iluminar mejor el tema, anteriormente tratado, del comentario a los versos octavo y noveno del Libro de la Ley. , en el sentido que la estrella está en el espíritu, es decir, que el espíritu humano (la estrella, el tercer verso del primer capítulo del Liber Al Vel Legis) está en el Espíritu Absoluto, cito textual del artículo:
<< “Desde esta perspectiva el Eón de Horus, a diferencia del de Osiris, Dios ya no es algo dual al Hombre, distinto y alejado de él, sino que es Uno con él, es decir, Homo est Deus del Liber OZ, “todas las cosas en Cristo” se refiere a esto precisamente, a que el Espíritu se desenvuelve no por si mismo de modo abstracto y “desde lejos”, sino mediante del individuo, la referencia a Cristo debería ser notoria a esta altura, pues es el arquetipo del finito en el infinito, del Hombre en Dios, de la comunión por religación al Absoluto, al Espíritu, en cambio, en el Eón de Horus, cuando el Absoluto, infinito no es dual o lejano a lo particular, sino que se desenvuelve en el individuo, en su subjetividad, y ya no en la objetividad de la Naturaleza.
Para el cristianismo, como para cualquier otro credo del Eón de Osiris el Hombre debe alcanzar a lo divino, al Absoluto, porque éste es lejano a él, distante y absolutamente distinto de él, esto porque el Absoluto es infinito y el Hombre es finito, o más aún, es infinitamente finito, para el Eón de Horus el Hombre es infinito, precisamente por eso dice el versículo cuarto, justo después de anunciar que todo hombre y toda mujer es una estrella, que 4. “Todo número es infinito; no hay diferencia”, estamos rodeados de lo infinito, lo infinito no solo es causa de lo finito (Osiris), sino que lo finito está hecho de lo infinito, pues es todas las cosas en Cristo, el Espíritu de la Idea Absoluta infinito y se auto realiza en lo finito haciéndole infinito.”>>

En particular hay que rescatar los siguientes elementos, en primer lugar que el desenvolvimiento no se lleva a cabo en la objetividad de la Naturaleza, sino en la subjetividad del espíritu, y en segundo lugar que “todo número es infinito”, es decir, que lo infinito no solo es causa de lo finito, causa ajena y abstracta, sino que lo finito está hecho de lo infinito, que el Espíritu Absoluto se auto realiza en lo finito haciéndole infinito. Ahora, en cuanto a la pregunta ¿y cómo se alcanza a auto realizar el Absoluto? Es cosa de la Thelema y merece ser explicado aparte.

Es importante también mencionar la relación entre la cuestión ontológica del Eón de Horus y el aspecto místico de la Thelema. En ensayos precedentes se había establecido que existen dos místicas excluyentes entre sí, la mística de despersonalización, aquella según la cual para vencer la contradicción entre sujeto y objeto, entre espíritu humano y Espíritu Absoluto, es necesario que una de las dos partes desaparezca, como no podemos desaparecer al Absoluto, el Yo desaparece, piénsese por ejemplo en el budismo. La mística de personalización pretende que el espíritu humano se identifique con el Absoluto mediante el sometimiento de la voluntad del individuo ante la voluntad divina. La síntesis de ambas místicas se encuentra en la Thelema, donde en vez de elegir uno de los dos lados de la ecuación, si la tesis (el sujeto) o la antítesis (el objeto), se centra en el medio, es decir, en vez de ser o no ser, prefiere hacer, devenir. Ahora bien, ¿qué relación guarda ésta mística con el estatuto ontológico del Eón de Horus?

El Eón de Horus vence la dualidad entre Hombre y Dios, rompe la barrera entre lo finito y lo infinito, todo está hecho de infinito, y por ende, si las viejas místicas son obsoletas, aquellas que dependían de la dualidad infranqueable, la mística de hacer es la única manera de desenvolver al Espíritu Absoluto.

Explicado de otro modo, es menester comenzar por la afirmación “todo está hecho de infinito”, similar en su sentido primario a “todo número es infinito”, y se refiere a lo siguiente: ¿Qué es un punto? El punto es la mínima expresión de una línea, es decir, una línea es un infinito de puntos, un infinito de líneas crean un plano, un infinito de planos crean las otras dos dimensiones. Pero el punto en sí mismo es en realidad un infinito de puntos más pequeños. En ese sentido, no importa adónde miremos, o qué cosa contemplemos, seguramente es infinita, por supuesto que, en un principio, somos incapaces de notarlo, al ver una pintura no relacionamos la infinita cantidad de átomos que posee, el infinito de puntos que crean cada línea, ni el infinito de líneas que crea cada trazo. ¿Cómo trascender lo finito, como exigen los cultos del Eón de Osiris, si el finito no existe?, ¿cómo franquear la barrera de lo que no existe?

Por eso el profeta nos dice que es ilusión, maya, no existe en realidad lo finito, aunque escogemos creer que sí existe. El cobrar conciencia de la infinitud de lo finito es el sendero hacia el nirvana dinámico de la Thelema, es importante notar el uso de la expresión “cobrar conciencia”, el mismo cobrar conciencia que hace el Espíritu Absoluto con respecto a sí mismo a lo largo de su teofánico desenvolvimiento.

Los cultos del Eón de Osiris nos dicen “ríndanse ante lo infinito y olviden lo finito”, ¿cómo olvidar lo que no existe?, nos dicen “¿cómo podrán poseer lo infinito antes de morir, mejor rindan su voluntad?”, pero está escrito “no pienses que has de morir”, “¿cómo rendir algo que es infinito, e infinitamente real a comparación de cualquier otra cosa?”, todas estas cosas carecen de sentido, viejas fórmulas de viejos tiempos. Por eso se dice que el mundo es dolor, es la ignorante creencia en el finito, pero que la vida es gozo y la conciencia éxtasis, y por ello está escrito: “La palabra de Pecado es Restricción” (AL, I:41).

Y esa la mística de la Thelema, la adoración de lo real, la mofa de lo inexistente, el rescate de aquello que es infinitamente más real, que es la Voluntad, en griego Thelema (otra palabra para espíritu en griego por cierto), y por ello dice AL I:44-45:
44. Pues querer puro, libre de propósito, rescatado de la lujuria del resultado, es perfecto de todos lados.
45. El Perfecto y el Perfecto son un Perfecto y no dos; ¡no, no son ninguno!

Es decir, el querer en sí mismo, la Voluntad en su más primaria fuerza (como fuerza vital, aunque será tema de otra ocasión), libre del propósito de lo concreto, es decir, no limitada por un algo en particular, y absolutamente desinteresado es perfecto. El verso 45 confirma que esa perfección del verso anterior, es la perfección del Espíritu Absoluto, y que no son dos, sino uno. Es decir, que la mística del hacer, ésta síntesis, la mística de la Thelema es ser uno con el Espíritu Absoluto, ser movido por la inercia del devenir.

A modo de conclusión es importante destacar que los Eones, como tránsito o diferencia en el devenir de la realidad, es piedra central de la Thelema. Su significado profundo, del cual solo hemos abordado uno, a saber, la cosmología thelemita, la posición del Espíritu en cada Eón, es la clave de muchas interrogantes, y su correcta interpretación la llave para desentrañar los misterios del Libro de la Ley, así como ser una explicación racional del devenir de las diversas religiones y sus concretas fórmulas.

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