"El triste final de don Mariano"
Autor: Nelson D�vila Barrantes
          Cuando Jos� Tucto escuch� la confirmaci�n de boca de su patr�n de que el mes entrante apadrinar�a a la hija de su Candelaria su coraz�n brinc� como un chivo loco. Se hab�a imaginado que se negar�a rotundamente, que de repente hasta  lo resondrar�a por tama�a osad�a. Por eso en se�al de agradecimiento se inclin� para besarle las manos a la vez que le dec�a: �Gracias patroncito�gracias amito. No sabe lo felices que se pondr�n mi Juanacha y mi hija. Yo le dec�a al borrico de mi yerno,anda, habla con don Mariano, el es muy bueno, su coraz�n es noble y lo m�s que har� es reprenderte, pero no, el muy tarado no quer�a, se meaba de los nervios y me mand� a m� para que lo haga��  �Entonces patroncito ahora  me ir� a hablar con el taita cura, para que me diga que d�a le hecha el agua bendita a mi nietecita, ojal� sea  para la semana de la fiesta del huanchaco, ya est� aquisito nom�s, ya lo m�s nos agarra la fecha��.
          Don Mariano le hizo un adem�n con la mano para que se marche, pero antes le dijo: �que le traiga ma�ana mismo el nombre completo de la criatura, su fecha de nacimiento, nombre de los padres y que le indique el d�a que fij� el sacerdote para la ceremonia�tengo que hablar con Mercedes para que mande confeccionar los capillos, que baje a la imprenta de mi compadre Alejando Peralta y los pida con tiempo�cholo bruto, mira la hora que me dices�, ya no falta nada, agradece que me cogiste de buen humor de lo contrario te hubiese dado un par de chicotazos, bien que te los mereces��. Jos� retrocediendo y haciendo reverencias agradeci� a su patr�n y girando a la derecha arranc� a la carrera perdi�ndose en la tupida chacra de ma�z para dirigirse a su choza y darles a su familia la feliz noticia.

          Jos� trabajaba en la hacienda desde que ten�a uso de raz�n. Sus padres, sus abuelos tambi�n lo hab�an hecho. Era de la edad de don Mariano. Los dos hab�an crecido en la misma hacienda. Recordaba que fue el quien le ense�� a montar. Correteaban por el campo buscando las chirimoyas, cazando lagartijas, yendo a la acequia a pescar charcocas. Sonriendo record� aquella vez que con un tarro sacaron peces chicos del charco. Mariano lo llev� a su casa para mostr�rselos a su padre. Apenas �ste lo vi�, de un manotazo le arranc� el envase de las manos a la vez que le gritaba: �Pedazo de tarado, estos no son pescados, son �curcules�. No sabes reconocer una papa de una yuca. Vaya afuera y arroje esos adefesios.  �Quieres que m�s adelante nos llenemos de sapos?..�
          Con los ojos llenos de llanto cumpli� la orden. Con el tiempo Mariano se volvi� duro como su progenitor. Aprendi� a ser fuerte, a mandar a la gente, a cometer los mismos abusos, a montar a las cholas, a regar hijos por la hacienda �Las Nubes�. La extensi�n de esta famosa ganader�a era inmensa. La vista no pod�a abarcar sus fronteras, ten�a sierra y parte de ceja de selva. El ganado era variado. Criaban vacunos, caprinos y porcinos. Las aves crec�an en estado Silvestre. Los patos, gallinas, pavos caminaban por el campo rascando la tierra para encontrar su alimento. Muy tarde ya, regresaban a los galpones a dormitar y esperar el nuevo d�a. Jos� no termin� ni la secundaria. Mientras que Mariano se hab�a recibido de abogado. No ejerci� la carrera por tener que cumplir la voluntad de su padre  fallecido apenas un a�o atr�s. Como hermano mayor sab�a que llegar�a el d�a en que habria de coger las riendas de la administraci�n de la hacienda �Las Nubes�. Su hermano David hab�a escogido el camino del sacerdocio. Su hermanita querida, su engre�da Mar�a de los Angeles estaba en Europa siguiendo la especialidad de Ciencias Pol�ticas y el menor, �el shulca� Roberto era un gallardo cadete de la �Escuela militar de Chorrillos�.
           En tiempo de estudios cuando Mariano regresaba de vacaciones a la hacienda, inmediatamente buscaba a Jos� y ensillando las mejores bestias bajaban a la ciudad. A�o tras a�o hac�an lo mismo, las diversiones variaban conforme la edad. As� en la adolescencia llegaban de frente a consumir los helados de la casa �Hamburgo�, asist�an al cine, visitaban las casas comerciales para comprar los encargos que les hac�an e iban donde la t�a Alejandrina a dormir. Ella les gritaba: �pedazos de ingratos, miren la hora que llegan a visitarme, temprano me dijeron que los hab�an visto mataperreando por las calles, me quejar� con mi hermano, agradezcan que les abro la puerta. De buena gana los dejar�a durmiendo en la calle�.
           Sab�an que en el fondo era buena. La dejaban gritar hasta que se canse y luego ella extendiendo los brazos acurrucaba en su regazo al sobrino preferido. ��Eres igual a tu padre. Tienes la misma
majoma, hasta la risa le has sacado. Vayan a dormir, pero primero pasen a comer. Estar�n muertos de hambre, que barbaridad, por eso que est�n flacos como perros sin due�o��. Mariano se retiraba a su habitaci�n y Jos� se dirig�a hacia donde dorm�a el personal de servicio. Ignoraba que varios ojos lo observaban y que risitas sueltas se escuchaban en la oscuridad. M�s tarde su Juanacha le contar�a que desde que lo vio por primera vez, admir� su porte, su blanca sonrisa, aunque el ni cuenta se dio de su presencia.
            Con el correr del tiempo, ya j�venes bajaban donde el bar �El Lorito� a beber unas cervezas, com�an unos �s�nguches� de mechado con bastante cebolla y aj�. Luego contrataban algunos m�sicos para llevar serenata a sus enamoradas. Varias veces terminaron detenidos en la comisar�a por este  motivo, pero los custodios al reconocerlo lo dejaban inmediatamente en libertad.
              Juana trabajaba en la casa de do�a Alejandrina desde ni�a. Sus padres se la dieron de 6 a�os como si fuese un animalito. Creci� bajo su cuidado, haciendo las tareas de casa. Aprendi� a cocinar, a bordar, a planchar y con el tiempo se volvi� su dama de compa��a. Por eso que cuando Jos� la pidi� en matrimonio, do�a Alejandrina elev� el grito al cielo. Al principio no acept�, fue necesario la intervenci�n del padre Juvenal para convencerla que no pod�a ir contra los sentimientos de Juana, que �sta ya era una mujer hecha y derecha. Que conoc�a las virtudes de Jos� y que ceda a su terco capricho.
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