El Abrigo1

 

Por El Error de Diciembre2

I

Enero de 1991. Aquel cuarto y su corazón se hermanaron compartiendo un enorme silencio. La tristeza venía vestida de gris, y cómo estaba empapado el aire de nostalgia, de recuerdos. De la mano de su sangre, le recorría el cuerpo esa dolorosa espina que viene de la confusión, de saber que se falló en algo sin saber en qué y por qué. Aquel cuarto había sido su más fiel compañero en los últimos años, cuando muchos de aquellos que un día llamó amigos le abandonaron. En estos tiempos, quién quiere ser marxista. Pero ahí estaba él, atestiguando que la historia se cobra caro los errores. Pravda. Cuántas veces habría visto ese nombre; sus ojos nunca se cansaban de recorrerlas, y ahora esas infinitas letras sabían y callaban demasiado. Caminó. La espina se anidó sospechosamente en su garganta hiriendo su voz que no hablaba. Una pregunta le nacía tiernamente en su mente y en su alma: ¿Y Lenin? ¿Qué pensaría Lenin de todo esto?...

Primer acto: La dictadura de Stalin. La URSS. El stalinismo

1917. La revolución rusa era una hermosa y roja realidad. Lenin lo había logrado: el socialismo era posible y Marx tenía razón. ¡Bienaventurados los bolcheviques! La lucha entre ortodoxos y revisionistas era cosa del pasado. Los primeros años nunca fueron fáciles: miseria, descontento. La tensión que deja una guerra mundial. Lo difícil ahora era aterrizar en la práctica, que las premisas teóricas florecieran en acciones concretas. Sin embargo, quiso el destino que Vladimir Lenin conociera la muerte en 1924. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas reclamaba otro líder. Y también por caprichos del destino, ya estaba listo el relevo: José Stalin. Mucho le había ayudado ser la mano derecha leninista desde los instantes precisos en que inició la revuelta. Ese mismo año, Stalin es recibido por los amplios brazos del poder. Claro que él tenía su propio estilo de hacer las cosas. Para empezar ¿qué no podía suponerse que el socialismo era posible en una sola nación suficientemente gloriosa como la que él encabezaba? ¿Por qué no pensar en aplicar la “Nueva Política Económica”?. El contexto ruso era difícil, pues sobraba miseria y faltaban recursos. Había que industrializar rápidamente, pues la teoría no concebía un socialismo sin una buena planta productiva. Había que convencer a los campesinos; merecían cierta libertad de decisión para que en un futuro cambiaran el arado por el overol. ¡Y que todo mundo se haga rico! Claro que Stalin puede darse cuenta de que estaba equivocado y que la nueva política tenía que empacar maletas. Mejor que el Estado decida qué, cuánto y cómo se produce. Si este sistema forzado cobra muertes, no importa. La historia siempre da la razón, y además, somos marxistas. El socialismo se extiende lentamente por el resto de occidente, prueba irrevocable de que andamos bien. Claro que para Stalin, ese objetivo bien vale la pena cobrarse un poco de libertad individual. Si se quería sostener el socialismo soviético, había que crear un buen aparato burocrático, que terminó siendo como un cáncer, un quiste en el poder, la base del socialismo real, de las purgas de Moscú, porque claro, al enemigo no basta con decirle que está equivocado. Stalin prefirió exiliarle o matarle. Soluciones reales a problemas reales. La crítica no está bien vista. Y vaya que había diversidad de opiniones: los populistas creían que el capitalismo era evitable; los mencheviques buscaban que fuera la burguesía la clase privilegiada que encabezara la revolución; Trotsky sostenía que el único camino posible era la dictadura del proletariado, sin alianzas de ningún tipo. Esta era la praxis estalinista. ¿Su teoría? El materialismo dialéctico es una visión material del mundo, y éste, una realidad objetiva en constante movimiento producto de transformaciones cualitativas que tuvieron su inicio en cambios cuantitativos. Todo está en base a la oposición de los contrarios. Con Stalin la URSS no necesitaba democracia. Todo se hacía en nombre del socialismo, de Marx, de la revolución y del proletariado. Stalin ya tendría tiempo de discutir los pormenores de su dictadura con Lenin, pues en 1953, la muerte terminó alcanzándole.

II

Era una tarea tan penosa, poner en orden el edificio para que el nuevo gobierno lo embargara. La crisis Rusa no podía detenerse ante sentimentalismos. Pravda era el periódico oficial del Partido Comunista Ruso; lo había fundado Lenin, pero aquellos fueron otros tiempos. Hoy todo el mundo habla de la economía de mercado como la única salida para la crisis rusa. Era una tarea tan penosa, tener que ordenar aquellos papeles, limpiar el piso, desechar los últimos ejemplares que no se habían vendido. Recoger escombros, del edificio y de su vida propia. Pero seguía siendo marxista, sus convicciones eran tan sólidas como las bases del edificio que le dio trabajo y esperanza. Necesitaba un poco de vodka. Afuera hacía frío.

Segundo acto: Trotsky3

Si bien los adversarios de José Stalin no tenían la fuerza suficiente como para espantarle el sueño, cierto es también que hubo muchos intelectuales que desde dentro, mostraban que el camino que seguía la URSS no era el correcto y que las premisas teóricas de Marx estaban siendo terriblemente traicionadas. Uno de esos intelectuales fue Trotsky. Según él, la revolución democrática sólo tenía un camino posible: la dictadura del proletariado como única fuente de éxito seguro. El comunismo, y fundamentalmente El Comintern, tenían que renovarse y regresar al viejo espíritu bolchevique, encarnado en su propia facción trotskista. La IV internacional creada en París en 1938 tendría que conmover al mundo entero. Trotsky estaba listo para la batalla. Formuló una estrategia en torno a la independencia del partido proletario, condena de la política de Stalin y rechazo de la unión entre campesinos y proletarios.

Sin embargo, el autoritarismo y dogmatismo que le criticó a su otrora camarada Stalin, le alcanzó y privó finalmente del apoyo de los intelectuales soviéticos. Trotsky era inflexible: la extensión de la revolución fortalecería finalmente la dictadura del proletariado. El socialismo no era posible en la URSS solamente, y Stalin, a fuerza de sostener sus opiniones, cometía el error de fortalecer a la burocracia. Esta casta usurpadora estaba poniéndose encima del proletariado. Había pues que pasar por encima de ella y de Stalin. Tenía que venir una nueva revolución, si el proletariado ejercía la violencia lo hacía con la conciencia plena de estar cumpliendo las leyes históricas. El criterio es la eficacia política, por ello se puede prescindir de la democracia en tanto sean los obreros quienes ejerzan el poder. Y Stalin y su burocracia no hacían más que impedirlo, aunque inevitablemente caerían, pues ninguna reforma sería capaz de impedir el triunfo del socialismo. Sin embargo, los obreros europeos no le ayudaron mucho. En Alemania se avizoraba el triunfo del nacional-socialismo con Hitler a la cabeza. Italia se sometía a los caprichos fascistas de Mussolini. La IV internacional agonizaba y daba pena. No tenía capacidad política alguna. Trotsky es exiliado y muere asesinado en México en 1940.

III

El vodka y las horas se consumían con lentitud. El frío se hacía fuerte y crecía tanto como su odio, atenuado por un leve velo de confusión. ¿Le habían timado? Cómo dar sentido ahora a tantos años de militancia, de obediencia, de complacer hasta el más mínimo capricho de sus superiores. De participar en los proyectos más estrafalarios que hubiese podido imaginar. Tenía 50 años, y siempre le había enorgullecido haber nacido un año después de la muerte de Trotsky. Imaginó que, quizá algún día, él también colaboraría al triunfo del proletariado. Recordaba que cuando se es joven, cada paso se hace con esperanza. Fue su esperanza la que lo condujo una soleada tarde de mayo hacia las oficinas del Partido. Tenía 20 años y los bolsillos del pantalón repletos de sueños. ¿Dónde había quedado ese tiempo? Tenía tanto que hacer que nada le daba ánimo. El vodka se estaba terminando.

Tercer acto: Los movimientos socialistas y la instauración del fascismo en Italia. Gramsci.

¿Qué pasaba en el resto de Europa? ¿Cómo se luchaba para que las ideas socialistas se extendieran hacia otros países? Una de esas naciones donde todo parecía indicar un triunfo seguro de la revolución socialista era Italia. El contexto así lo favorecía. Después de la primera guerra, Italia estaba sumida en una terrible crisis. Las arcas nacionales estaban tan vacías que no había recursos suficientes como para garantizar a los soldados que volvían del frente, un trabajo digno o la seguridad de una pensión. Para colmo de males, Italia se quedó fuera de la repartición del botín a que tenían derecho los vencedores del primer enfrentamiento mundial del siglo.

Ante esta situación, muchos jóvenes entusiastas, empapados de las ideas marxistas que circulaban incesantemente, empezaron a realizar campaña. Uno de ellos se llamaba Antonio Gramsci. Comenzó a involucrarse en las llamadas revueltas obreras, a fin de ir preparando el terreno con miras a la constitución de los “Consejos de Fábricas”, que serían los esquemas organizativos a través de los cuales los obreros prepararían el asalto final para hacerse del control de las fábricas. Todo parecía indicar que Italia estaba a un paso de convertirse en un Estado comunista.

Claro que aquellos jóvenes militantes no tenían todos las mismas ideas. Al menos no los amigos de Benito Mussolini, que soñaban con la instauración de un gobierno de derecha. La organización de aquellos muchachos se llamó “Camisas Negras” y llevaba buen tiempo operando en la clandestinidad. Sorprendió su capacidad de organización en la famosa “Marcha sobre Roma”. Tal fue el impacto de su movimiento que en 1922, Mussolini llega al poder. Mostrando gran inteligencia, empieza a hacer aliados; reconoce a San Marino y El Vaticano como Estados soberanos y éstos le devuelven amablemente el favor. El fascismo de Mussolini era una respuesta al socialismo soviético, si bien el “Duce” copió algunas ideas de Stalin: a los enemigos más vale tenerlos lejos, en los pueblos más recónditos de todo el país. Claro que Gramsci no era cualquier enemigo; a éste convenía tenerlo más cerca, pero tras las rejas. Pero Antonio no se desanimó y fue en su celda que dio a luz a sus célebres “Cuadernos de la Cárcel”. Al socialismo no había que extenderlo solamente por las fronteras geográficas. Los horizontes teóricos también tenían que ampliarse. Gramsci lo intentó con entusiasmo.

Cuarto acto: George Lukács4

Un poco antes que lo hiciera Gramsci, Lukács ya había iniciado la tarea de ajustar algunas tuercas al engranaje marxista. La teoría había dado mucha importancia a las cuestiones materiales, olvidándose del estudio de la superestructura. Esta era la primera de una larga serie de variaciones teóricas al marxismo determinista que ocurrirían a lo largo del siglo.

Antes que todo, incluso de publicar un clásico como Historia y conciencia de clase, Lukács se había prometido a sí mismo serle fiel al marxismo ortodoxo y a Lenin. Según él, el marxismo ortodoxo es la aplicación del método dialéctico como ejercicio de razonamiento que implica pensar el mundo y transformarlo a la vez, asumiendo así un compromiso práctico. La categoría central de análisis es la totalidad, por lo que los demás fenómenos sólo pueden comprenderse a la luz del todo, que además, es una realidad dinámica. Siempre habrá preponderancia de lo abstracto sobre lo concreto. La verdadera dialéctica no puede existir fuera de la lucha revolucionaria del proletariado, pues la autoconciencia de esta lucha es uno de sus principales componentes. La verdad sobre la historia solamente se puede escuchar por medio del oído de la clase privilegiada que está destinada a modificar la vida social y abolir la sociedad de clases. El socialismo es la meta final de la historia en tanto es el triunfo del autoconocimiento del proletariado, encarnando la unidad entre sujeto y objeto históricos. Dicho sujeto es siempre un sujeto colectivo, una clase social. La conciencia proletaria es la fuerza motriz de la historia y, además, está encarnada en el Partido. Lukács no podía dejar de opinar sobre estas delicadas cuestiones. Pero la solución que ofrecía no era lo suficientemente novedosa: la voluntad del Partido es la unión de teoría y práctica, de necesidad y libertad. La voz del sujeto histórico es el grito mismo del Partido.

Original fue la preocupación de Lukács por el estudio de las bellas artes, de la novela, la música. ¿Por qué perder el tiempo en la superestructura? le recriminaban los más ortodoxos. Porque incluso, dijo Lukács, en una novela puede encontrarse la expresión del mundo que refleja las relaciones entre individuos mediados por instituciones sociales. ¿Así que también la superestructura cuenta? Esto habría de ser retomado cabalmente por los íntimos de la Escuela de Frankfurt.

IV

El sueño le había confortado un poco. De hecho se despertó optimista. El vodka nunca pasa desapercibido. Estaba despierto, convenientemente relajado en uno de los muchos sillones que por ahí se distribuían. Se sorprendió a sí mismo transformando las cosas: ahora el sueño era una barca que le llevaba de regreso hasta el pasado, apenas unos días después de que hubiese ingresado a las filas del Partido. Sólo un orgullo tan grande como aquel fue capaz de hacerle olvidar un poco a su prima, la que venía de Alemania, y de la que muy a su pesar, se había enamorado. Pero eran tan diferentes. Él era un marxista, un revolucionario comprometido, un materialista dialéctico hecho y derecho. Ella no le hacía honor a su origen alemán, pues no le agradaba mucho aquello del socialismo. Era tan frívola, tan poco comprometida, desfallecía por aquellos maricones de los Beatles. Él era un marxista consumado; pero sus labios, los de ella, parecían guardar el cielo entero. Lo curioso es que no fue directamente este desacuerdo ideológico lo que los separó, sino una muralla levantada a propósito. Cuando ella regresó a Alemania, el Muro fue un obstáculo más para que siguieran frecuentándose. Pero había sido mejor. La revolución proletaria tenía que prescindir incluso de bocas celestiales. Por supuesto que también se cometen errores. Recordaba frecuentemente lo que le platicaba su padre sobre los errores del Stalinismo: en el XX Congreso del Partido Comunista, Kruschev reveló al mundo los horrores soviéticos. El impacto fue tal, que los líderes socialistas húngaros corrigieron el rumbo hacia el liberalismo. Pero él confiaba, estaba en la Unión de Repúblicas Socialistas... Que rápido terminan los sueños, pensó, al hallarse de nuevo entre aquel silencio. La tarde saludaba ya, y el trabajo estaba atrasado. Cómo le hubiera gustado seguir navegando hacia unos ojos...

Quinto acto: la Escuela de Frankfurt5

La Escuela de Frankfurt fue fundada por jóvenes alemanes en 1923, como una corriente paramarxista que consideraba las reflexiones de Marx como punto de partida para el análisis y la crítica de la sociedad contemporánea. Les preocuparon temas como la filosofía, la epistemología, la sociología empírica, la economía soviética, el psicoanálisis, la teoría de la literatura, la musicología, la psicología social. Entre sus figuras principales destacan Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Walter Benjamin, Jurgen Habermas, Erich Fromm y Frank Borkneaud. Cuando el nazismo llegó a Alemania, el Instituto tuvo que trasladarse a los Estados Unidos.

Las reflexiones de todos estos pensadores confluyen en lo que hoy se conoce como Teoría Crítica. Este paradigma señala su independencia respecto del marxismo, la necesidad de una superación radical de la sociedad y la creencia de que el análisis social es una forma de autoconciencia de la sociedad. La razón podía guiar la práctica en tanto señalaba los fines a alcanzar y la manera de llegar a ellos. Siendo una de sus conclusiones más importantes la de que el hombre, por esencia busca la felicidad y la libertad, no extraña que sus miembros hayan estudiado con interés el surgimiento de los regímenes totalitarios, tratando de explicar cómo surge el deseo de autoridad y la disposición a obedecer. Para la Teoría Crítica, los hechos que se estudian no pueden aislarse de su praxis colectiva, de ahí que la ciencia también sea un proceso social. Se acepta la existencia de un sujeto absoluto de conocimiento, la coincidencia en el futuro sería producto de un proceso social que hará a la humanidad dueña de su destino. Se apoyaba la emancipación del proletariado, pero se otorgaba potencial revolucionario a otras clases, como la de los estudiantes.

Otra contribución importante de esta Escuela es el pensamiento negativo. Según esto, la filosofía es imposible pues lo único válido es la constante negación, la resistencia a confinar el mundo a un solo principio absoluto. La dialéctica negativa se opone a la reducción de los individuos y las cosas a un nivel común. Se critican también los procesos enajenantes de la sociedad de masas y el uso perverso de la tecnología. Se rechazaba también a la sociología empírica y al positivismo en tanto rectificaban los hechos sociales, estableciendo que la sociedad capitalista no puede modificarse o trascenderse por la pura voluntad de sus integrantes. La Escuela de Frankfurt se esforzó por reorientar la teoría marxista en una dirección subjetiva, como forma de crítica del estructuralismo y el determinismo económico. Retomando los intereses de Lukács, los integrantes del Instituto mostraron enorme interés por el análisis de los fenómenos culturales, despreciando la base económica y participando con interés de otro tema que habrían de desarrollar ampliamente Gramsci y Althusser: la ideología

La Escuela de Frankfurt decayó con el paso del tiempo, pero sus aportaciones modificaron profundamente la percepción sobre el marxismo.

Sexto acto: Mao y la Revolución China

La teoría marxista comenzaba a sufrir modificaciones de fondo. Se atendía más la cuestión superestructural, se rechazaba con firmeza un determinismo económico lineal. El proletariado ya no era visto como el único potencial revolucionario, al menos no para los de Frankfurt. ¿Pero qué pasaba en la práctica? La última página de la Segunda Guerra Mundial ya había sido escrita. La ONU comenzaba a trabajar y el mundo quedaba dividido en dos bloques: el socialista y el capitalista. La historia arribaba a los ires y venires de la Guerra Fría. En uno de esos bloques, el comunista, se identificó China. ¿Qué estaba pasando por aquellas tierras orientales?

Hasta 1931, China y Manchuria soportaban el yugo japonés que comandaba el Imperio. La lucha de liberación se veía imposible dado que China estaba dividida por dos bloques igualmente poderosos : el Kuomingtan, cuyo líder era Chiang Kai-Shek, y el Partido Comunista, con Mao-Tse-Tung como uno de los principales promotores. Mientras tanto, la población seguía soportando agravios, principalmente las mujeres, que noche a noche saciaban las ansias carnales de los soldados japoneses. Fue hasta 1937 que Shek y Tung se unen en pacto para iniciar la Revolución China que culmina con la expulsión de Japón y la recuperación de la soberanía. Lógicamente la cosa no terminó ahí. ¿Quién gobernaría ahora? El diálogo armado continuó hasta que finalmente, en 1950, surge la República Popular China con su líder Mao-Tsé-Tung. Mao fue sin duda uno de los líderes más carismáticos del siglo XX. Quizá pocos pueblos hayan manifestado tal devoción hacia un líder. Teóricamente su máxima “publicación” fue el llamado “Libro Rojo”, una antología de sus mejores citas que servía como catecismo y objeto de culto.

Mao era en todo caso un hombre de acciones concretas. Al triunfo de la Revolución promovió la Reforma Agraria, que devolvió la tierra a los campesinos, ayudando también al mejoramiento de los derechos de las mujeres. En 1951 echó a andar la Campaña de las cien flores: el arte, la ciencia, la literatura, la crítica libre debían dejarse florecer. Pero de pronto algo empañó esa visión tan optimista: Mao concluyó que el cinco por ciento de los comunistas eran en realidad opositores al régimen. La Campaña había terminado. No más libertad de crítica. Los enemigos fueron convenientemente reprimidos.

Mao no se detiene. Ahora hay que promover el desarrollo económico. ¿Cómo? Produciendo en casa lo que se importa, por ejemplo, acero. Hay que superar a las potencias americanas y europeas. Todo el mundo debía ponerse a recolectar corcholatas y cucharas como materias primas, o colaborar a la construcción de los hornos de fundición. Una empresa así no tenía mucho futuro, y como los campesinos se ocupaban en recorrer calles, los campos se descuidaron y sobrevino el hambre. En 1966 impulsó una Revolución Cultural que, irónicamente, ocasionó el cierre de muchas escuelas y universidades.

Los últimos años de Mao estuvieron marcados por el problema de su sucesión, de la cual salieron vencedores los antiguos como Deng Xiaoping, después de la eliminación de la banda de los cuatro. Al morir, apareció pronto una “desmaoización”, aunque Mao había encarnado la revolución por sus orígenes campesinos, siendo en definitiva uno de los grandes revolucionarios marxistas de este siglo.

V

¿Y de que habría valido navegar otra vez? Cualquier recuerdo era demasiado doloroso. Cada gota de nostalgia no hacía más que alimentar su impotencia. ¡Cuán impotente se sentía! Si la impotencia pudiera vomitar estruendosamente su coraje, todos habrían de escucharle: Marx, Engels, Lenin, aquel jodido cabrón de Stalin; todos escucharían y le darían una explicación satisfactoria. Él quería que le explicaran su vacío; quería saber por qué se sentía tan enfermo, como si hubiera apostado todo a nada. Incluso Mao le había abandonado. A él, a quien tanta fidelidad le profesó, como en aquel día que la ira le lamió los huesos cuando escuchó Revolution, blasfemia musical que ridiculizaba a su héroe, a los activistas y sus infantiles marchas. Claro, tenía que ser el malnacidohijodeputa de John Lennon. Miserable imperialista inglés. Se puso de pie. Tenía que enfrentar por fin sus labores pendientes. Pero su memoria transparente se había acostumbrado ya al suave olor del mar, y siguió navegando. De pronto estaba otra vez en casa, medianoche, platicando desde un libro, con Louis Althusser.

Séptimo acto: Louis Althusser6

Las aportaciones de Althusser inyectaron gran energía a la teoría marxista. Continuó sin empacho con el ajuste de cuentas que venía haciéndose desde principios de siglo. ¿Qué aportó Althusser al desarrollo del marxismo?

En primer lugar, una revisión de la teoría de Marx que desembocó en una nueva interpretación que se apoyaba en los siguientes puntos:

·  El marxismo es la teoría de la última instancia. Al momento de explicar la realidad ha de considerarse que existen diferentes elementos que mantienen cierta autonomía pero que no dejan de mantener contacto entre sí. Pero, a fin de cuentas, cuando se trata de explicar cómo es que estas estructuras llegan a un cierto nivel de equilibrio, hay que dar preferencia a lo económico como variable explicativa de los fenómenos. Althusser desarrolló la famosa metáfora del edificio, donde la base es la economía y el techo la superestructura, para ejemplificar que la relación que éstas llevan no es de ninguna manera lineal o mecánica.

·  El marxismo es una filosofía del conocimiento que establece que el objeto del conocimiento desemboca en un concepto abstracto que es diferente del objeto real o situación concreta de la cual se parte. Cuando conocemos no hacemos más que reintegrar a la realidad algo que de hecho, le pertenece: el conocimiento de lo real cambia algo de lo real.

·  El marxismo es un antihumanismo teórico en el sentido de que inicia su análisis partiendo no del concepto de hombre, sino del estudio de las relaciones de producción, fuerzas productivas, intercambio, circulación, etc. asumiendo que los sujetos son meros portadores de estructuras, negándose así la existencia de un sujeto histórico.

Esta versión del marxismo fue la que difundió ampliamente Martha Harnecker con su obra Los conceptos elementales del materialismo histórico, aquí en América durante los años sesenta. El objetivo de Martha era decodificar el marxismo althusseriano a fin de hacerlo accesible al mayor número posible de gentes, desarrollando una propuesta pedagógica para que el materialismo histórico se aprendiera mediante la reflexión de la propia realidad.

Siguiendo adelante con Althusser, desarrolló también el estudio de la ideología, a la que consideró un elemento clave para la reproducción del sistema capitalista. Althusser razonó que un modo de producción garantiza no únicamente la duplicación de las condiciones técnicas y materiales que le caracterizan, sino también de la ideología que lo justifica. En el capitalismo esta labor la lleva a cabo el Estado a través de sus aparatos: aquellos que ejercen la violencia para mantener el orden, como la policía, el ejército, los tribunales y sus sistemas carcelarios, conocidos como aparatos represivos, y los llamados aparatos ideológicos los cuales tienen la función de difundir adecuadamente entre los individuos la cultura de la clase dominante, como la escuela y la iglesia.

Octavo acto: Poulantzas

Nicolás Poulantzas, sociólogo griego, contribuyó también a la discusión sobre las cuestiones de ideología. Retomó muchas de las ideas de Althusser, principalmente las referentes a los aparatos ideológicos y represivos de Estado y la idea de que no existe ningún sujeto histórico que produzca ideología, pues, por el contrario, es la ideología como falsa percepción de la realidad, la que determina al individuo. Criticó por tanto el hegelianismo de Lúkacs y las ideas de Gramsci al respecto. Con energía se opuso también al determinismo económico de los primeros marxistas.

La visión de Poulantzas sobre el capitalismo era muy novedosa. Para él, las tres esferas principales de este modo de producción eran la economía, la política y la ideología. Partiendo de esta base, Poulantzas desarrolló con más amplitud la idea de autonomía relativa que sostiene que las diversas estructuras que integran la sociedad capitalista son relativamente independientes unas de otras, si bien no deja de haber mutua relación entre ellas, pero sin que esta asociación llegue a ser lineal o mecánica. La sociedad moderna se caracteriza por la separación relativa entre lo económico y lo político y la relativa autonomía del estado con respecto a las clases dominantes.

Poulantzas apuntó también que cada estructura se encuentra subdivida en muchas otra unidades. Las contradicciones no se presentan solamente en los elementos principales, sino incluso al nivel de estas subestructuras. Muchas de las reflexiones de Poulantzas las hizo desde la Revista de la Nueva Izquierda, que fundara junto a su amigo Perry Anderson.

VI

Finalmente había logrado poner algunas cosas en orden. El embargo no tardaría más de dos o tres días. Se había quedado sin hogar. El periódico no volvería a ser el mismo, los recortes de personal empezarían a doblegar vidas. Entre ellas la suya. Pero no le importaba mucho. Quizá ahora podría viajar, conocer ese mundo que tanto quiso cambiar. Volver a navegar. Conocer otra gente, mujeres y paisajes igualmente seductores. Claro, si tuviera dinero. ¿Cuándo se había derrumbado todo? Nunca creyó en las premoniciones, pero la caída de aquel muro le había provocado un pánico enorme. Algo fallaba. Cierto, volvió a ver a su prima y parecía que al menos a ella, el tiempo no le había cambiado. Bueno, un poco. Seguía siendo la misma frívola de siempre, pero alguien se había bebido el río celeste de su boca. Se casó. El era un arrepentido oportuno y feliz, pues de joven participó en el mayo francés del 68. Y la vida lo premió convenientemente: el cuerpo de ella. Con esa erótica tranquilidad que da la noche, le había amado cientos de veces; le recorrió tan fanáticamente que sus manos conocían, con la precisión del delirio, sus más ocultos rincones. Pero no le importaba a él, porque seguía siendo marxista. ¿Cuándo había comenzado la debacle? La perestroika. No, aquello era más bien el último grito, la antesala del futuro inevitable. Se intentó hasta lo más absurdo: mantener la bandera socialista, aún a costa de privatizar y liberalizar. Cierto, le agradó lo de la libertad de prensa. Después vino el golpe, y Gorbachov, aquel hijo de mil rameras no apareció por ningún lugar. Los dejó morir solos. Ahora hasta Lennon tenía razón: el sueño había terminado. Diciembre 25 de 1990. Aquí yace la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Confusión. Hambre. Ahora todos y todas querían ser independientes. ¿Y los rusos? ¿Qué iban a hacer? Siempre definidos negativamente: somos lo que no somos. El futuro de Rusia es la industrialización. ¿Y su propio futuro? Orgullosa, la tarde se fue sin despedirse.

Noveno acto: Antonio Gramsci

Mucho antes que Althusser y Poulantzas, Gramsci planteó la cuestión de la ideología. Las notas que escribió tras las rejas sentaron las bases de la investigación cultural y antropológica de nuestros días:

La ideología existe también en el sentido común. Aún sin tener bases académicas, el conocimiento popular es una reflexión sobre la realidad tan válida como la que realiza cotidianamente cualquier intelectual.

Gramsci desempeñó un papel clave para que el marxismo abandonara paulatinamente el determinismo económico, desarrollando perspectivas más modernas que incluían el análisis de la cultura. Políticamente se mantuvo siempre firme en su idea de que debían ser las masas quienes llevaran a cabo la revolución social. El papel de los intelectuales era producir las ideas directrices que guiaran teóricamente la práctica; estas reflexiones debían, por los canales adecuados como la literatura de folleto, llegar hasta las manos y mentes de los obreros. Una vez hecho esto, la revolución era relativamente sencilla.

El aporte más conocido de Gramsci al marxismo es su concepto de hegemonía, es decir, el liderazgo cultural ejercido por la clase dirigente. Al respecto opina George Ritzer: “(Gramsci) compara la hegemonía con la coerción, que es ejercida por los poderes legislativo o ejecutivo o se expresa mediante una intervención policial. El concepto de hegemonía no sólo sirve para comprender la dominación capitalista, sino que orienta también los pensamientos de Gramsci sobre la revolución. Es decir, mediante la revolución no sólo se debe alcanzar el control de la economía y el aparato de estado; es preciso lograr también un liderazgo cultural sobre el resto de la sociedad. Para conseguirlo, Gramsci otorga un papel clave a los intelectuales y al partido comunista”.8

Gramsci tenía así asegurado su lugar como uno de los más relevantes teóricos del marxismo de la vigésima centuria. Claro que, no llegó a imaginar siquiera de que forma influiría su concepto de hegemonía en Eduardo Laclau y Chantal Mouffe.

Ultimo acto

Casi 150 años después de la publicación de El Capital. Dos, tres, quizá más Internacionales Comunistas. Ríos de tinta que quizá sólo igualaron los de sangre que también corrieron. Triunfos. Estados comunistas, economías planificadas. Extravagancias. Hasta el marxismo se permitió tener sus Stalin y sus Mao. Incluso hasta sus Fideles. Determinación. Marxismo ortodoxo. Dialéctica. Autonomía relativa. Crítica de la sociedad de masas. Clases privilegiadas. Sujetos y objetos de la historia. Guerras frías que ardían. Muros. Amenaza nuclear. Althusser defendiendo su tesis en Amiens. Crisis. Hambre. ¿Hay un final para este inmenso collage?

Nadie podía imaginar que después de tanta disputa, de tantos personajes ilustres, de interminables discusiones, de enfrentamientos, radicalismos, la decisión final iba a caer en una Eva y un Adán. Mouffe y Laclau. Chantal y Eduardo.

A partir de una revaloración de los trabajos de Gramsci, retoman el concepto de hegemonía pero en una dirección curiosa: la ideología, a fin de cuentas es un discurso. Sin temor, con paciencia, este par anuncia lo que quizá muchos no se atrevieron a decir en voz alta y con palabras claras:

·  NO hay determinación en última instancia.

·  Toda la realidad se reduce a discursos. NO hay uno que sea privilegiado.

·  Al NO haber clase privilegiada, NO hay un objetivo de la historia.

·  Por lo tanto, NO se lucha por levantar el socialismo.

 

Eso es lo que tenemos hasta nuestros días. A 150 años de la publicación de El capital, o del Manifiesto, si se quiere ser más dramático aún. Y nunca en la historia, un NO sufrió tanto para florecer.

VII

Realizó el inventario. No le quedaban ni vodka ni sueño, aunque sí un ejército de minutos para terminar su trabajo. Lo haría más delante. La madrugada estaba junto de él, discreta. Sabía que sería una nueva y fiel amiga, a quien incluso podría llegar a amar.

Afuera, el frío se aferraba a las calles y a la ciudad. En invierno este romance es interminable. Hacía falta abrigo en todos los sentidos. Las piernas querían andar un poco. Algunos papeles, un fósforo; luego un fuego acogedor. Había suficiente papel para darle vida a aquella llama. La madrugada sonrió. Entre aquellos restos desperdigados, una frase le violó la mirada. Aborrecía el nombre. Fujuyama. “El fin de la historia”. La madrugada permaneció en silencio, mientras unos ojos derramaron su agua. A veces en invierno, escasean tanto las sonrisas.

Notas:

1 En dichoso cumplimiento de un protocolo no muy frecuente, este texto va con dedicatoria... Gracias Soris, Te Amo.

2 Quien, por motivos que por el momento prefieren no darse a conocer, estudia el séptimo semestre de la Licenciatura en Sociología.

3 Para mayor detalle cfr. Kolakoswki, Leszek (1988), Las principales fuentes y corrientes del marxismo. Su nacimiento, desarrollo, y disolución, La Crisis, Madrid, Alianza, Tomo III, Capítulo V.

4 Para mayor detalle cfr, Idem, Capítulo VII.

5 Para mayor detalle cfr, Idem, Capítulo X.

6 Para mayor detalle cfr. Althusser, Louis (1977), "Defensa de Tesis en Amiens", en L. Althusser, Posiciones, Barcelona, Anagrama, pp. 127-172.

7 Para mayor detalle cfr. Harnecker, Martha (1971), Los conceptos elementales del materialismo histórico, México, Siglo XXI, 1997, Primera y segunda parte.

8 Ritzer, George (1993), Teoría sociológica contemporánea, México, McGrawHill, p. 162

 

 

 

 

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