El Bandidaje durante la época de las guerras de Reforma, y de la intervención francesa tomó alarmantes proporciones, no sólo en Aguascalientes sino en todo el país, fue un dolor de cabeza constante para los gobiernos en turno. En el presente trabajo se abarcarán las causas que dieron origen al bandidaje, los comportamientos de los bandidos, la astucia de éstos, pero sobre todo la forma en que eran idolatrados por algunos y maldecidos por otros. Todo esto enfocándonos en la región de Aguascalientes.

El bandolerismo era un problema que se venía arrastrando desde la primera mitad del siglo XIX, pero que sus orígenes más remotos los podríamos encontrar en la Colonia, pues las periódicas hambrunas y el precio excesivamente alto que alcanzaban los cereales obligaban a muchos campesinos a vagar sin ocupación definida.2

Una de las causas principales -a parte de la escasez y carestía de las semillas, el hambre, de la inseguridad en los caminos, de la violencia- fue que el gobierno durante la Reforma quería modernizar al país, siguiendo los clásicos lineamientos liberales: republicanismo, capitalismo e individualismo. Se suprimieron los privilegios de la Iglesia y el ejército. Los nuevos liberales en el poder, veían en el ejército, la Iglesia y los indígenas serios obstáculos a sus aspiraciones, y no tardaron en atacar sus privilegios. Lo que provocó gran descontento entre la gran masa mexicana, porque los atacaron en donde más les dolía, en su fe.

Toda esta combinación de circunstancias incitó a que centenares de peones sin trabajo, exsoldados, desertores, exconvictos y otros marginados sociales como los hijos bastardos, hicieran del bandidaje una forma de subsistir. Crisis agrícolas y bandolerismo parecían las dos caras de una misma moneda, el recorrido infinito de un círculo vicioso. 3  Los campesinos tenían dos opciones: trabajar en las haciendas en miserables condiciones, con sueldos que no excedían a los 36 pesos anuales o, atraídos por el señuelo de la aventura y la riqueza, elegir la vía rebelde y unirse a las gavillas de bandoleros existentes.4

Para designar a estos grupos se emplean diversos términos: desde “gavilla” hasta “facciosos”, pasando por los de “bandidos”, “pronunciados”, “constitucionalistas”, “conservadores”, “ladrones” y “pandillas”. Una gavilla se dedicaba a robar poblaciones, asaltar caminos, saquear haciendas, destruir archivos municipales, etcétera. Cuando estalló la guerra entre liberales y conservadores, a principios de 1858, comenzaron a producirse alteraciones en el orden público en casi todo el país. El bajo pueblo, como era de esperarse simpatizaba con el partido que parecía compartir sus valores religiosos, el conservador.

Los bandoleros, desde los comienzos de este problema, tuvieron el apoyo de los conservadores. Los mismos gobernantes liberales sabían de estas maniobras. En 1860, el gobernador Esteban Ávila, inminente liberal, dictó una ley en la cual se decía que a los hacendados, a los administradores o encargados de haciendas y ranchos, que se les comprobara que prestaban ayuda a los bandidos iban a ser castigados por la ley. Uno de los más claros ejemplos, nos los ofrecen cuando,

al ser aprehendidos por el Tercer Escuadrón del Estado, los famosos bandidos Martín Piña, Avelino Noriega y José María Rodríguez, llegó por extraordinario al gefe (sic) de la fuerza una recomendación de D. José Rincón Gallardo, pidiendo se suspendiera la ejecución de los repetidos ladrones; por fortuna ya era tarde y las órdenes del Gobierno eran apremiantes para que los bandidos fueran fusilados.5

En los ranchos, pueblos y ciudades tenían más miedo de los bandoleros que de la misma guerra civil. Hombres asesinados, mujeres violadas y fortunas que se esfumaban de un día para otro, secuelas de las habituales incursiones. “Jamás se había llegado a infestarse tanto el estado de bandidos como en estos días en que aún en las calles de la capital se han cometido robos escandalosos; una queja general se levanta pidiendo remedio.”6 

Los conservadores, principalmente hacendados y comerciantes, que ayudaban a los bandoleros, hubieran preferido que existiera una policía eficaz. Pero tenían que negociar con ellos, pues no estaban al margen del sistema político, económico y social vigente. Pero de todas maneras, los bandidos se vendían, poniéndose ellos mismos el precio, y no vacilaban en cambiar de bando cuando las circunstancias lo ameritaban.

La presencia de gavillas de a pie asaltando arrieros, milpas, chilares, refleja la desesperación en que se hallaban decenas de hombres pobres del campo, a causa de las hambrunas. Ellos no eran bandidos profesionales, ni tenían un historial como delincuentes comunes. Simplemente tenían que alimentarse y buscaban algo de comer para ellos y sus familias, eran los llamados bandidos por hambre.7 De estos grupos de bandoleros siempre surge uno que encabece, esto por múltiples razones: es el más diestro, el más avezado en la vida, y sobre todo, el que tiene un gran don de mando.

Los bandoleros famosos de la región fueron: Rojas, Juan Chávez, Pata de Palo, Larrumbide, los Plascencias, Bueyes Pintos y otros más que pillaban a su antojo y daban origen a otras gavillas de bandidos.

En Aguascalientes el bandolerismo se consolidó con Juan Chávez, el “ídolo de las beatas”, como lo llamaban los liberales. Chávez alcanzó celebridad en todo el centro de México. Nació en los primeros años de la década de 1830 en la Hacienda de Peñuelas. En su acta de matrimonio dijo que era hijo de Juan Chávez y de María Delgado, pero en su acta de defunción se menciona que era hijo natural de Ignacia Chávez, una de las criadas de la hacienda y de Juan Dávalos, dueño de la misma. Esto lo convertiría en un hijo bastardo, y de acuerdo a la moral de esos años, entre esto último y ser un marginado y resentido social mediaba un paso.8 Heredó el físico de su padre, un hombre alto de ojos claros, erguido, de gran personalidad –aunque moreno y con mirada de maldito como su madre- también heredó las convicciones conservadoras de su progenitor.9 Chávez, a pesar de que no sabía leer ni escribir, reunía en su persona todas las características de los bandoleros románticos: popularidad entre los de su clase y cierta aureola legendaria de justiciero.10 Sí alguien decía en broma “ahí viene Juan Chávez”, la gente corría como ratones a esconderse hasta debajo de su cama.

Los primeros días de marzo de 1860, Chávez retomaba la ciudad donde ya era conocido por sus correrías de bandido. Pero pronto fueron desalojados por el gobernador Ávila y por un refuerzo zacatecano. Después de esto, El Porvenir periódico local, publicó el 29 de abril de 1860 que Chávez

está como la zorra de la fábula, mártir del deseo de ocupar esta plaza, pero es demasiado impotente para tal empresa, y por tanto la esperanza que las beatas cifran en él, debe extinguirse; porque su héroe debe de recordar la madrugada del día 2 en que huyó aturdido y debe obrar con tan triste esperiencia (sic).11

En aquellos años, los campesinos y grandes sectores urbanos veían en la política liberal una afrenta a sus creencias religiosas, mientras que los hacendados veían con recelo el radicalismo de Ávila.

Tiempo después el famoso bandolero pidió un indulto del gobierno, que por supuesto no se le concedió en ese momento.12  En el año de 1862, cuando todavía gobernaba Esteban Ávila, el “ídolo de las beatas” era acogido por la gracia de la amnistía, concedida por la Ley General del 29 de noviembre del año 1861. Chávez se ofrece a permanecer pacíficamente en el hogar doméstico y prestar sus servicios en la guerra extranjera que amenaza a la República, porque según sus palabras, es mexicano antes que partidario.13 Chávez incluso, ayudó a capturar a varios bandidos con quienes tenía viejas rencillas que arreglar. En ese tiempo hasta fue llamado Don Juan Chávez, que ya era una forma de respeto hacia el famoso “exbandolero”.

Esto no duró mucho tiempo. Cuando el señor Ávila dejó el gobierno y entró Ponciano Arriaga en su lugar, Juan Chávez dejó la vida de ciudadano trabajador y honesto y volvió a las andadas. En estos años se dictaron varias leyes para tratar de acabar con esta plaga, unas decretaban la pena de muerte para los bandidos que fueran sorprendidos con las manos en la masa. Otras, ya de plano, la amnistía para todos los integrantes de las gavillas dentro del territorio.

Cada gavilla tenia su modo muy particular de operar, nunca tuvieron una organización estratégica; no tenían hombres con conocimientos militares, sin embargo, de su extracción rural también obtuvieron grandes ventajas: como el conocimiento del terreno y su fácil identificación con las maneras y costumbres del campesinado. Cuando eran perseguidos se internaban desordenadamente en las sierras, donde tenían refugios inaccesibles; también fraccionaban sus fuerzas en grupos pequeños para destantear al enemigo.14 La sorpresa era otra característica importante de las gavillas: atacar una población cuando todos estuvieran ocupados, solía ser un momento propicio para ello. Igual importancia se le concedía a la rapidez de los asaltos, pues éste era factor determinante.15 El número de integrantes de las gavillas variaba mucho, las más pequeñas eran de 4 ó 5 hombres, mientras que las más grandes llegaban a tener hasta 300. Aumentaban el número de integrantes a través de la leva o el asalto a cárceles, cuyos presos solían unírseles.

Si pudiéramos mencionar un año aciago para Aguascalientes, yo creo que fue, sin duda alguna, el año de 1863. Año en que los ataques de bandoleros dejaron completamente mermada la ciudad. Tiempo en que las tropas francesas ingresaban al país, causando más inestabilidad de la que ya reinaba en la nación. “Vacilaba el gobierno, vacilaban sus amigos, mientras que el bandolerismo tomaba creces”.16 Juan Chávez, acompañado de Larrumbide, toma la ciudad de Aguascalientes al grito de “Viva la Religión y Francia”. La necedad de estos cabecillas creyó fácil la adquisición de esta plaza, pero no esperaron encontrarse con una defensa más que patriótica, que les dio para una batalla de 18 horas. El resultado fue desastroso para la ciudad: el Parían había sido incendiado, al igual que algunas tiendas importantes, casas de millares de vecinos ultrajadas.

Algo que simplemente no podemos dejar a un lado, fue la ayuda que nos brindaron desinteresadamente nuestros estados vecinos. Mientras que el gobierno de Aguascalientes, comandado por José María Chávez, perdía su tiempo tratando de arreglar ciertas diferencias internas, Jalisco, Zacatecas, San Luis Potosí y en veces Aguascalientes unieron frecuentemente sus fuerzas para combatir al bandidaje. Esto se tradujo en una constante tutela militar de los otros tres estados hacia Aguascalientes, que era el estado más vulnerable de los cuatro.17 Mientras en Aguascalientes sucedía lo insólito, el periódico oficial La Revista publicó el 5 de noviembre de 1863 lo siguiente:

Un año hace que el Estado de Aguascalientes lucha sin descanso, día con día, contra las numerosas gavillas de saltea-dores que los Estados limítrofes han sido arrojadas a su pequeño territorio, un año de constante marcha hacia la miseria, consecuencia indeclinable de esa guerra salvaje y sin resultado alguno para los bandoleros. Aguascalientes se vio en la necesidad de pedir ayuda a los estados vecinos interesados directamente en la destrucción de las gavillas. El servicio se prestó con exactitud al principio, lo veíamos retirarse cuando era más urgente.18

Gracias, a no sabemos qué, los estados vecinos hicieron caso omiso a tal aseveración.

Cuando esto sucedía al interior del gobierno hidrocálido, Juan Chávez y Larrumbide entraban nuevamente a la ciudad. El pueblo, varios empleados y funcionarios de gobierno hicieron la resistencia durante 62 horas, desde las 11 de la mañana del día 11 de noviembre, hasta las 11 de la mañana del día 14, logrando hacer huir a los bandoleros.19 

Pero a los habitantes de Aguascalientes les duraría poco el gusto. En diciembre de ese mismo fatídico año, ocupaba la ciudad el general francés Aquiles Bazaine, junto con Juan Chávez, quién ostentaba el grado de coronel de Auxiliares del ejército intervencionista. Bazaine se retiró de la ciudad y dejó como encargado político y militar a Juan Chávez. Gobernó desde diciembre de 1863 hasta febrero de 1864. Como jefe interino Chávez intentó “levantar la religión y devolverle su prestigio perdido”. Algunas de sus reformas iban especialmente contra los liberales, a quienes consideraba “polilla de la sociedad”. En febrero de 1864 entraron nuevamente las tropas francesas a Aguascalientes, haciendo un reajuste de autoridades, quedando Juan Chávez en el olvido por un buen tiempo.20

En los años siguientes, el problema se disminuyó un poco. El “ídolo de las beatas” siguió en sus andadas, pero en otras partes de la región. Juan Chávez, siempre hábil, escurridizo, y gran conocedor del terreno, daba sus golpes y se refugiaba inmediatamente en las cuevas del Cerro de los Gallos.21 Fue atrapado por la conjunción de fuerzas de Jalisco, Zacatecas y Aguascalientes, en Jalisco el 8 de septiembre de 1868. Cinco meses después fue asesinado por dos de sus últimos secuaces en las inmediaciones del rancho San Sebastián, término municipal de Encarnación, Jalisco. Mientras reposaba de varias jornadas de huida e insomnio fue clavado en el suelo de dos lanzazos en ambos pechos. Su cadáver fue conducido a Aguascalientes.22

A la muerte de Juan Chávez, hubo muchos que siguieron su ejemplo. El bandidaje seguía siendo una plaga que todo lo aniquila.23 Las injusticias sociales, las miserias rurales y urbanas continuaron existiendo. Durante el Porfiriato el bandidaje persistió con un matiz muy diferente, las gavillas existentes ya no eran más una amenaza para el orden público.

En el México decimonónico algunos bandidos eran conocidos por su caballerosidad como por su audacia. Con frecuencia pedían perdón a sus víctimas por la necesidad en que se veían de privarles de sus pertenencias, incluso, en veces les dejaban una moneda para que comieran algo en la siguiente parada. Pero también en ocasiones eran crueles y vengativos.24 

La gente parecía apreciar a los bandidos como manifestaciones de independencia, de libre albedrío, y aún de protesta en un medio social cada vez mas marcado por la frustración personal, cuando no por el embrutecimiento y la opresión desembozada. Paul Vanderwood opina que:

Los bandidos no son sólo hombres, también son mitos. La ruina del forajido, su constante fuga de la ley, la ocultación por tiempo indeterminado en escondites carentes de comodidades y el persistente temor a la traición de algún camarada, no parecía impedir la admiración de la que se les rodea [...] Muchos fueron víctimas de socios desilusionados, codiciosos o desesperados que obtuvieron su libertad vendiendo a la policía los secretos de la pandilla. En pocas palabras, la vida de los bandidos es trágica, con frecuencia en la realidad y siempre en el mito, pero este trágico aspecto de su existencia da pábulo a su mito y les vale la inmortalidad.25

Era esto como una regla a seguir, pues la mayoría de los bandidos, terminaban traicionados por sus compinches.

En el caso de Aguascalientes el haber hecho a Juan Chávez una leyenda, solamente se puede explicar porque la sociedad hidrocálida apenas comenzaba a encontrar su identidad, y encontraba en la persona de Chávez la representación de ese tipo de gente que no se deja, que lucha y que reta constantemente al gobierno por las injusticias cometidas. Y aunque “el ídolo de las beatas” tuviera esos rasgos característicos del bandolero romántico, creo que no se le podrá comparar con otros de su misma especie que se comportaron de una manera más altruista, como por ejemplo el Rayo de Sinaloa, Heraclio Bernal. Pero que sin duda alguna, los latrocinios y barbaridades cometidas por Juan Chávez quedarán grabadas en la memoria de la gente hidrocálida, como un símbolo más con el cual identificarse.

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Notas:

1 Jesús Gómez Serrano, Haciendas y ranchos de Aguascalientes, UAA-Fomento Cultural Banamex, México, 2000, p. 210.

2 Enrique Rodríguez Varela, “Un paréntesis: el bandolerismo”, en Aguascalientes en la Historia 1786-1920, México, Gobierno del Estado de Aguascalientes-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, tomo 1 volumen 1, 1988, pp. 207-208.

3 Vicente Ribes Iborra, “El bandolerismo en el centro de México durante la Reforma”, en Voz Universitaria # 24, Aguascalientes, UAA, 1982, p. 69.

4 El Porvenir, Octubre 7, 1860

5 El Porvenir, Agosto 5, 1860

6 Enrique Rodríguez, Op. Cit. pp. 214-215

7 Ibid, pp. 215-1-216

8 Guadalupe Apendinni (comp.), Leyendas de Provincia, Editorial Porrúa, “Sepan Cuantos” Núm. 661, México, 1996, p. 11

9 Vicente Ribes Iborra, Op. Cit., p. 72

10 El Porvenir, Abril 29, 1860

11 El Porvenir, Noviembre 11, 1860

12 El Porvenir, Febrero 6, 1862

13 Vicente Ribes Iborra, Op. Cit., p. 73

14 Ma. Guadalupe Flores, et al, “Las Gavillas en Jalisco de 1856-1863” en Boletín del Archivo Histórico de Jalisco, II, Mayo- Agosto 1978, pp. 5-6

15 Enrique Rodríguez, Op. Cit., p. 220

16 Vicente Ribes Iborra, Op. Cit., p. 83

17 La Revista, Noviembre 5, 1863

18 La Revista, Noviembre 19, 1863

19 Enrique Rodríguez, Op. Cit., pp. 222-223

20 Jesús Gómez Serrano, Op. Cit., p. 214

21 Vicente Ribes Iborra, Op. Cit., pp. 83-84

22 Jesús Gómez Serrano, Op. Cit., p. 215

23 Paul Vanderwood, “El bandidaje...”, p. 41

24 Ibid, p. 43

25 Al respecto, quisiera añadir que aún no entiendo el por qué la gente convirtió a este bandido en leyenda; quizá sea parte de la naturaleza humana, no lo sé, espero poder entenderlo algún día.

 

 

 

 

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