Los Comienzos del Seminario Teológico Bautista de Cuba Oriental


Aquí estoy delante de ustedes consciente de mi pequeñez para desarrollar un tema de tanta amplitud y tanto alcance; y sobre todo con tan poco tiempo que se me dió para prepararlo; pero como se dice que de la abundancia del corazón habla la boca... mi corazón esta lleno de amor hacia esta nuestra sagrada institución y espero que el Señor me ayude a exteriorizar lo que tengo en el corazón.

Era como un embrión, como una cosa pequeñíta e imperceptible acurrucada allá en el fondo del alma; pero a pesar de su levedad era inquietante y persistente, tanto que obligó a doblegar las rodillas e implorar de lo alto para que nos ayudara a concretar que era aquello tan insistente, tan pertinaz, que tanto demandaba de nuestra atención.

Y las rodillas se doblaron y el ruego subió a lo alto, y era este tan sincero, tan salido del alma que inmediatamente nos llegó la respuesta: Eramos tres las que rogabamos; pero la respuesta fue una: Esto, el sobre de brigada. Ustedes lo conocen, se hizo simpático apenas recién nacido y todos los corazones le dieron entrada y cooperación.

El embrión, la cosita pequeña iba tomando forma. Así se inició el primer fondo para el Seminario. La otra ala del pájaro que comparó el poeta con Cuba y Puerto Rico, vino aquel representanda por un aguerrido varón en las lides del Evangelio y comenzó a urdir la trama complicada y atrevida que serviría de fondo a nuestro Seminario. Saben que me refiero al Rev. Dr. Oscar Rodríguez Quiles.

Yo espero que algún día se pueda cumplir el acuerdo de la Convención de publicar

 

LA HISTORIA
DEL SEMINARIO
en cuyas páginas se encuentren detallados todos los pormenores del surgimiento a la vida de nuestro Seminario, ya que en un mensaje, poco se puede decir.

Nuestra incertidumbre nuestras dudas, nuestro pesimismo fueron echados por tierra el día 10 de Octubre de 1949, en que en este mismo templo y al compás de lo que podríamos llamar la marcha nupcial del consorcio feliz del Seminario con el Espíritu Santo, desfilaron los primeros alumnos del Seminario, y su primer Rector y gran colaborador de dicha obra el soldado de las filas de Cristo, Dr. Francisco Sabás Muguercia.

Se levantó y dando un solemne mazaso en la mesa declaró con voz llena de profunda emoción:

"¡DECLARO ABIERTO EL PRIMER CURSO DEL SEMINARIO TEOLOGICO BAUTISTA DE CUBA ORIENTAL!"

¿Aplausos? —pregunto yo— hubiera sido una profanación en aquel ambiente cargado de la presencia divina.

Luego dirigiéndose a los alumnos y alzando su voz hasta el limite se encaró con ellos y les dijo: "Muchachos, tengan presente que ustedes van ahora a un plantel donde no van a recibir barniz, sino pulimento, pulimento que penetre hasta lo más profundo de sus vidas".

Y el local era pequeño para los aguiluchos que les iban creciendo las alas y necesitaban espacio donde ejercitarlas, y el Señor sabía eso, sabía que aquí no podían desarrollar debidamente sus programas así que un día, la Joyería Celestial empacóen un fino estuche de verde esmeralda un precioso regalo que venía como anillo al dedo y se lo ubicó en el Kilometro 13 de la Carretera Central. Si pudieramos contar la historia de esta adquisición

 

comprenderían que fué un verdadero milagro.

Cursaba el año 1952. Ya se había disfrutado de toda la exquisita fruta de nuestra finca, fruta toda de primera calidad; se había consumido de su agua potable purísima y abundante, de su clima sereno y apacible, cuando se nos presentó la primera y grande dificultad.

La terrible sequía de aquel año hizo que las fuentes de agua del Seminario se agotaran y se comenzaron a tener serias dificultades con la falta del precioso líquido. Se hicieron varias tentativas inútiles de obtener el agua de los pozos abiertos. Cundía entre los estudiantes el desencanto al toparse con la dificultad de no poder disponer a su antojo como antes de agua abundante. Como jóvenes al fin, pensaron que el obstáculo era insuperable y que tendrían que deshacerse de la finca y trasladarse a otro lugar donde hubiera agua, y así lo expresaron más de una vez llenos de desaliento, atreviéndose a llevar la queja al Rector Honorario, Dr. Sabás, quién al pintarle el cuadro tan tétrico se puso de parte de ellos. Después de haber hablado dicho señor con los estudiantes, se le presentó una tarde en su elegante chalet de Terrazas de Vista Alegre, el actual Rector, Dr. Oscar Rodríguez, quién, contra su costumbre, iba con el rostro cansado, con ropas manchadas de barro y sudoroso.

Aprovechó el Dr. Sabás la oportunidad para presentarle el asunto y el descontento de los muchachos. El Dr. Rodríguez lo escuchó sin pestañear, sin decir


¡Barniz, no Pulimento!


una palabra; pero cuando hubo terminado lo miré con una mirada que denotaba lo profundo de su convicción y su férrea determinación, mientras decía: —Dr. Sabás, ¡míreme la figura, mire mis manos, mis cabellos, todo mi porte sucio y descuidado, ¿y sabe por que, Dr.?—

—Pués porque estamos buscando el agua, estamos haciendo las diligencias posibles para encontrarla,— y mordiendo cada una de sus palabra y con los puños apretados, agregó —¡Y encontraremos el agua Dr. Sabás, la encontraremos, aunque sea debajo de las rocas, porque Dios nos ha puesto allí y El tiene que tener agua allí para nosotros!— Y al hablar así su rostro se distendía en una sonrisa de satisfacción y de profunda fe en Dios. —Recuerde, Dr. Sabás,— agregó el Dr. Rodríguez, —que en su discurso inaugural usted dijo que quería que los muchachos que se educaran en el Seminario no recibieran barniz, sino pulimento; esto es, no algo superficial, sino profundo, interior, decisivo. Y hermano, esta búsqueda esforzada del precioso líquido está sirviendo para que si en nosotros hay sólo un brillo aparente del barniz de la fe, este desaparezca y en su lugar surja el brillo firme, real, indestructible del pulimento de Dios en el corazón que sabe confiar, esperar y trabajar. Tendremos agua, Dr. Sabás, tenga la seguridad de que tendremos agua— terminó con rotunda seguridad el Dr. Rodríguez. Y al marcharse este, una sorisa de complacencia se dibujó en el rostro del veterano de las lides cristianas.

Dios ha escogido dos hombres de verdadero temple espiritual: el Dr. Oscar Rodríguez: decidido, emprendedor, visionario, de ideas fecundas, activo, de profunda fe en su Dios; secundado en todo

 

momento por otro hombre de Dios de no menos valor espiritual, el Rev. Agustín González: a quién adornaban también profundas virtudes, tales como hombre de recia voluntad, activo, de grandes iniciativas, resuelto, laborioso, con un don de gente que le abrían todas las puertas por su gran tacto para tratar a todo el mundo, basado todo esto en una profunda fe en su Dios, a quién ya había probado en múltiples ocasiones.

Estos dos baluartes, el Rector y el Administrador, hablaron una vez más de la necesidad del agua y de la inutilidad de los esfuerzos hasta entonces realizados. El Administrador expuso que tenía un amigo que podría ayudarles. Se fué a hablar con él y pronto estaba allí el amigo con todo su equipo de perforación de pozos y sus varios empleados. Se rompieron cercas y se aplanaron caminos para que pudieran entrar camiones, perforadoras y demás. No se habló nada de costo.

Comenzó el trabajo. Llenaba el espacio el trepidar constante de las maquinarias en búsqueda del imprescindible líquido por varios días. Cuando un día los corazones saltaron de gozo. Con toda potencia y rapidez surgía el agua pura, clara, fresca... que al regar la sedienta tierra, era como si regara los corazones de confianza y seguridad en el poder de Dios. Se compró a plazos un motor y quedaron asombrados cuando pudieron ver en cuestión de breves minutos saltar a la superficie un chorro potente, vigoroso y prometedor, unos 4000 galones de agua consecutivos, al decir de los entendidos.

Pero... y ahora llegaba el pero. Todos aquellos días de trabajo, todo aquel costoso equipo usado, todo el combustible empleado, todos aquellos obreros trabajando afanosamente había que pagarlo, y... ¿con qué, si no se tenía un centavo?.

 

Pero la incertidumble es atormentadora y se decidieron a salir de la misma cuanto antes. Se le acercaron al Hno. Rafael Díaz, y sudorosos y jadeantes se atrevieron a preguntarle, —yyyy, ¿cuánto le debemos?. —Pués bién— contestó el Hno. Rafael y sus palabras le parecieron como saetas cer-teras al corazón. —Este trabajo representa...— y comenzó a calcular, mientras ellos buscaban donde apoyarse para disi-mular el terrible temblor de sus piernas —representa, no menos, digamos, de.... $350.00—. Ahora la cantidad no es nada, pero entonces era un capital.

Al oir esta expresión de $350.00, se sintieron nuestros amigos completamente anonadados. Aquellas palabras les parecieron como ecos de una marcha fúnebre, como lúgubres presagios de muerte. Las piernas les flaquearon y se negaron a sostenerlos por lo que tuvieron que sentarse abatidos y descorazonados.

—Pero...— prosiguió el buen hermano —tratándose del Seminario, de la Obra del Señor... vaya, ya es dife-rente...— y mientras oleadas de frio y de calor subían a los rostros de las dos víctimas del momento que seguín con ansiedad cada una de las palabras de su interlocutor, agregó él —sí, ya es otra cosa, por lo que esto no les costará...— —que costará, Dios mío,— se decían angustiados ellos queriendo con la mirada detener las palabras que deseaban y al mismo tiempo temían escuchar, pués, pués... —¡no les costará nada, absolutamente nada, ni un centavo! ¡No faltaba más, esto es sencillamente mi ofrenda de amor a esta obra maravillosa que se está levantando en nuestra patria por el esfuerzo y el sacrificio de hombres de fe como ustedes!—


"... sean dignos de esta sagrada investidura..."


—¡Oh Dios, Dios Santo! ¿es posible?— Y ya no era sudor frío lo que les invadía, ahora eran lágrimas de gratitud, emoción que se anudaban en la garganta, oración que subía pletórica de agradecimiento hasta el trono del Altisimo.

¿No estaban asistiendo ellos a la realización de un verdadero milagro? ¡Sí, el tiempo de los milagros no ha pasado cuando hay hombres de fé que saben trabajar y esperar en Dios. ¡Gloria a El!.

Hermanos, perdonen que haya sido tan minuciosa en el relato de este acontecimiento porque es el único que voy a relatar como una prueba del agrado de Dios por el trabajo de nuestro Seminario, entre otros muchos que a diario se sucedían.

Y pasaron los días atareados y veloces, y en el Seminario hervía actividad creciente y la semillita que al principio pareció imposible pudiera arraigarse en el terreno, prendió sus raicesillas primeramente débiles y pobres y poco a poco fué ganando en fortaleza y en vida, en hermosura y belleza hasta transformarse en rosa-leda magnífica y pujante, y esa rosaleda de amor llegó a embriagarnos con el perfume de sus reventones botones que lucían todo el esplendor de su corola perfumada; toda la magia de sus colores brillantes y toda la esbeltez de su tallo erecto y cimbreante. Perfume que nos habla de las promesas divinas del Jardinero sublime que infiltró en sus vidas la magia maravillosa de su amor incomparable y único;

 

colores que nos hablan de la sangre redentora de Jesús que ellos van a pregonar a los cuatro vientos, haciendo conocer a su Jardinero a todo ser viviente que con ellos tenga contacto, cimbreante tallo que es como un remedio de la juventud perenne y festiva del Maestro, en función constante de servicio y de sacrificio por las almas que El vino a rescatar.

Y he de repetir aquí las palabras que dediqué a estos los primeros graduados de nuestro Seminario, los primeros en dar a nuestro bello ideal, sabiendo que soy vocero en ese significativo día de la primera graduación de todos los hermanos que componen las Iglesias Bautistas de Cuba Oriental.

Decía así: —¡Jóvenes! Primeros graduados de nuestro Seminario Teológico Bautista de Cuba Oriental. Como el Jefe de una expedición que pone toda su confianza en la tripulación de sus barcos para alcanzar la conquista que persigue... como el rey que con la flamante espada de el espaldarazo de caballero al joven que de rodillas se encuentra ante él, ungiéndole así para llevar a cabo grandes proezas... como la patria en agonía que espera la liberad de manos de los arrebatados jóvenes que envueltos en sus banderas se lanzan a la conquista de la misma entre los aires marciales de su himno... así también, jóvenes graduados, las Iglesias aquí representadas y el Señor sobre todas ellas, ponen su confianza, toda su confianza y su esperanza en que ustedes sean

 

dignos de esta sagrada investidura que hoy reciben, no por un año, ni dos, ni tres, sino por toda la vida; que no haya nunca ninguna mira, ninguna aspiración, ningún obstáculo que se oponga en vuestro camino a que sean fieles a la r vidconfianza que hoy nosotros ponemos en ustedes; que no haya ninguna circunstancia en que tengan que titubear entre alguna otra cosa y el servicio sagrado a que han sido llamados, porque siempre esten del lado del Señor, del lado del servicio, del lado del sacrificio si fuere preciso, del lado, en fin, de nuestro Señor Jesús. Que no olviden jamás que no han sido llamados para ser servidos, sino para servir. Que no olviden jamás que no salen de una institución cualquiera de hechura humana, sino que han pisado el umbral de un lugar santo, de una obra de fe, que más que con moneda corriente, se ha mantenido con la fe de los hermanos, con sus sacrificios, con sus oraciones... No los defraudes, joven, con tu indiferencia, tu inutilidad o tu deserción, porque tú has costado, no solo pesos, sino lágrimas, anhelos y sacrificios. ¡Si, jóvenes! que esta nuestra rosaleda de amor que hoy contemplamos con los ojos llenos de admiración y orgullo santo, no se mustie jamás, jamás, jamás... sino que cada uno de ustedes con la mano sobre el corazón, con la mirada en alto, y con los pies firmes sobre la Roca de los Siglos, puedan exclamar solemnemente:

¡Seré fiel a mi Seminario y a mi Dios hasta la muerte!.


¡Ser Fiel al Seminario Teológico Bautista de Cuba Oriental y a Dios, hasta la muerte!


Dra. Adela Mourlot de González

Del mensaje predicado en la Asamblea de la Convención Bautista de Cuba Oriental

celebrada el día 9 de febrero de 1970, en Santiago de Cuba.

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Ultima Revisión 7 de Febrero de 2001


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