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Imágenes de Dios y sus implicaciones en el mundo de los jóvenes:

principios teológicos para una pastoral juvenil

Francisco Reyes Archila

"...quiero expresar, desde lo hondo de mi corazón,

mi agradecimiento a Dios por el don de la juventud,

que a través de ustedes permanece en la Iglesia y en el mundo"

Juan Pablo II

 

Si nos preguntan si la juventud es un don o una carencia, indudablemente optamos por responder que la juventud es un don. Sin embargo, consideramos como "incoherente" que seamos nosotros, personas ya instaladas en el mundo adulto, quienes hablemos u opinemos sobre los jóvenes directamente, sin cuestionar primero los parámetros adulto-céntricos desde donde tradicionalmente hemos visto a los jóvenes. No se trata, como se acostumbraba a decir en una época reciente, de "ser voz de los sin voz". Ellos y ellas son los que tienen la responsabilidad de hacer oír su voz y de nosotros la de promover y dejar que ellos y ellas hablen, así como la de escucharlos. Es necesario, que nosotros los adultos, hagamos primeramente un análisis crítico de los imaginarios sociales predominantes sobre nuestro mundo. Nos interesa, por tanto, ver la cuestión de los jóvenes desde el punto de vista de los adultos y específicamente desde el punto de vista que nos corresponde, es decir, como teólogos. No en el sentido tradicional de querer seguir viendo a los jóvenes a partir de los parámetros adulto - céntricos, sino en el sentido de revisar nuestros propios imaginarios sobre el mundo adulto. A pesar de lo anterior, necesaria e inevitablemente tenemos que referirnos a los jóvenes, aunque sea de forma indirecta, por ser una realidad correlativa a los "adultos".

1. Algunas consideraciones previas

Lo primero que hay que dejar claro es, que tanto las imágenes del joven como del adulto son construcciones socio culturales. Igual ocurre con el calificativo de juventud que se utiliza para hablar de un momento determinado en la vida del ser humano. Por tanto, estas imágenes no hacen referencia a una condición natural o "esencial", sino a las características, funciones, competencias o roles que social y culturalmente se asignan a ciertas etapas o momentos de la vida. Ya este presupuesto nos llama la atención, para hablar siempre en plural (juventudes y no juventud), cuidando de distinguir entre aquellas imágenes predominantes o hegemónicas en determinada sociedad y en determinado tiempo, y aquellas que no lo son (muchas de ellas visiones alternativas, que se van abriendo camino a paso lento). Cuando hablamos acá de juventud y del mundo adulto, nos referimos primeramente a aquellas imágenes o imaginarios sociales predominantes y hegemónicos.

La segunda cosa que queremos dejar claro es que no hay otra manera de imaginarnos a Dios (o hablar de Dios) sino a través de metáforas o símbolos de nuestra realidad humana (social o cultural). Aunque manejemos un lenguaje que puede ser común, como "Dios Padre", las imágenes que empleamos adquieren un significado muy particular, que resulta de una interacción con la cultura en la que estamos inmersos y del lugar que ocupamos dentro de ella. En nuestro caso, nos interesa resaltar el origen adulto de muchas de estas metáforas o símbolos.

El tercer asunto que hay que dejar bien claro, es que no es posible llegar al fondo del papel que lo religioso ha jugado en la conformación de los imaginarios sobre la juventud, si no tenemos en cuenta, por una parte, que la teología y la iglesia hacen parte de un todo más amplio, como son los paradigmas y estructuras sociales de tipo patriarcal, que han predominado y caracterizado principalmente a Occidente. Por otra, que estamos en época de grandes cambios, de grandes crisis, pero también de grandes posibilidades y responsabilidades. Una y otra realidad condicionan los significados que le damos a la imagen de Dios.

Nos interesa, en particular, ver en un primer momento la manera cómo las imágenes hegemónicas que tenemos sobre el mundo adulto en las sociedades patriarcales han influenciado en la manera como nos "imaginamos" a Dios en la teología y en las iglesias. Para confirmar lo que decimos, basta analizar las predicaciones, la catequesis, el testimonio, las leyes, las normas, etc.. Estas imágenes de Dios, a su vez, han influido directa o indirectamente en la conformación de ciertos imaginarios predominantes sobre la juventud y la adultez, las cuales repercuten dialécticamente en la condición y situación de los y las jóvenes hoy. Pero nos motiva también trabajar a la inversa, es decir, a partir de los nuevos imaginarios emergentes sobre la juventud, rediseñar nuevas imágenes rejuvenecidas de Dios y, por tanto, nuevas imágenes de los adultos.

2. La imagen del mundo adulto

Las imágenes que utilizamos para "hablar" de Dios normalmente son adultas (sea Dios Padre o Dios Madre) o provienen del mundo adulto. Ese es un fenómeno común a todas las religiones. Pero para comprender estas imágenes es necesario, antes que nada, que nos preguntemos por la carga de significación que le damos a la palabra adulto o lo que comprendemos por mundo adulto.

El adulto en una sociedad patriarcal es el ideal o el prototipo que el joven debe alcanzar. Por algo, ser adulto es sinónimo de madurez. Sin embargo, podemos ver de una manera más crítica esta imagen, la cual la podemos caracterizar de la siguiente manera: "Es el nuevo hombre, el dueño individual de la sociedad productora de mercancías, separado de su familia, independiente, libre, pero atrapado por un poder sobrehumano ineludible, en una red de relaciones sociales en su crecimiento y enteramente más allá del control de sus actores". En otras palabras, el adulto es el retrato de la soledad, como escribe Drewermann a propósito de la figura del adulto como es presentada en el libro de "El principito". "Su soledad, su aislamiento, su egocentrismo, su capacidad fantástica de perseguir como posesos la felicidad de la vida de un modo que sólo puede acarrear infelicidad, su permanente monología y monomanía, su completa incapacidad de escuchar a los otros y menos de aprender de ellos, todo esto sin duda imposibilita humanizar a las personas mayores".

El mundo adulto se le revela al principito "como una galería de la ostentación, la vanidad y la incapacidad absoluta para amar algo que no sea uno mismo, como un calidoscopio de ampulosos egoísmos, cada cual habitante de su propio planeta, años luz alejados de los hombres y de toda humanidad, seres que se tienen por importantes, por el sólo hecho de que saben transformarlo todo en números, mientras que ellos mismos no son más que "esponjas" que lo absorben todo, sin transformarlo interiormente con el mero propósito de hacerse "serios" y "gordos" ante los demás".

Debemos insistir que esta imagen del adulto corresponde más al varón. En las grandes sociedades patriarcales el adulto está simbolizado en figuras masculinas, y concretamente en las metáforas ideales o arquetipos del rey (detentador del poder, la fuerza y la autoridad), del juez (tiene el poder de la ley, las normas y el orden), del rico (el poder de la riqueza), del guerrero (tiene el poder de la fuerza, la agresividad, la valentía) y del mago (Tiene el poder del saber: "todo lo sabe, todo lo resuelve, y si no lo inventa). Lo que agrega algunas características propias. Es por esto que tenemos que hablar del patriarcalismo que caracteriza a las actuales sociedades, las cuales se estructuran social y simbólicamente a partir de las relaciones verticales, donde el varón-padre-adulto es considerado como importante, en términos de grandeza, poder, prestigio y honor, dándole el monopolio de Palabra y la ley.

A esta imagen del adulto hay que agregar entonces otros valores como el poder y la autoridad, basados en unas relaciones más de tipo legalista. La autoridad del padre sobredetermina, como una ley fundamental, las relaciones con los demás. Aparece la imagen del adulto como juez severo, drástico, que impone su voluntad, su ley, a como dé derecho. Cuando se agotan las vías de "derecho" para imponer la autoridad, aparecen las vías de "hecho". Aparece entonces la imagen de un adulto violento, que plantea la guerra y la violencia como las únicas formas de solucionar los conflictos. Hay poco lugar o nada, para el diálogo, la comprensión, la compasión, la misericordia, el reconocimiento de los errores, las cuales se miran como una debilidad en la autoridad del adulto. Es importante tener esto en cuenta, por los conflictos que caracterizan la relación de los jóvenes con los adultos (sea el padre, el maestro, las autoridades, el sacerdote, etc.), tanto en la sociedad, la iglesia como en la familia. O incluso, los conflictos entre los adultos mismos.

Contrasta con esta imagen del adulto la del joven. Esta última es definida en términos de transición (una etapa de preparación para ingresar al mundo de los adultos), negativos (no ser adulto) o carentes (lo que le falta para ser adulto) y desde el poder del orden y la ley. Esta imagen del joven es concebida en términos de futuro inmediato. Pero aún más, la imagen del joven se define en conflicto y en oposición con esta imagen del adulto. Conflicto que se resuelve "sacrificando", en todo el sentido de la palabra, a la juventud. Las comprensiones de la juventud como una etapa o como un estado de transición, confirma lo que estamos diciendo.

Esta imagen del "adulto", construida en oposición a la juventud, ha condicionado también la "imagen" que hemos construido de Dios en la cultura occidental. Aparece entonces como predominante la imagen de un Dios padre adulto: ausente, lejano, envuelto en una especie de soledad divina, celoso de la realidad humana, dominador, poderoso, legalista, etc. Lo que podemos decir del adulto, lo podemos afirmar también de Dios, con el añadido de que la imagen se torna "sagrada".

Y lo más grave de todo esto es la absolutización que hemos hecho de esta imagen, distorsionando la imagen bíblica de Dios Padre, convirtiéndola en un "ídolo", ante el cual no se puede decir nada o no se puede cuestionar. Un ídolo que en su afán de "tener" a Dios niega paradójicamente toda posibilidad de encontrarlo. Un ídolo que no nos permite dialogar con otras imágenes femeninas, juveniles o infantiles de Dios. Desafortunadamente algunos de los mitos, ritos y doctrinas sobre Dios tienden a expresar y a reforzar inconscientemente esta imagen.

Como iglesias hemos presentado esta imagen de Dios a los jóvenes. Por esto es comprensible que la mayoría de ellos y ellas entren en conflicto con esta imagen, pero también con la teología o la doctrina, con la pastoral, con las normas y leyes que rigen a las iglesias y especialmente con la liturgia (con los tiempos y espacios tradicionalmente considerados como sagrados). Esto imposibilita ver a Dios con un rostro juvenil o jovial. A un Dios lejano y ausente, le corresponde un joven ausente de los asuntos religiosos "oficiales". Por eso, no es que los jóvenes se encuentren "alejados" de Dios, sino de ciertas imágenes de Dios. En muchos casos, para bien o para mal, crea sus propias imágenes.

3. Un cambio necesario

El camino que emprendamos puede y debe ser ahora en vía contraria. Es decir, ver a grandes rasgos lo que significa ser joven y a partir de ahí, recrear nuevas imágenes de Dios. La idea es plantear metáforas o símbolos para hablar de Dios, a partir de la experiencia de los jóvenes.

Una imagen muy diciente para caracterizar a la juventud es la del "camino", por no estar satisfecho con el lugar actual, porque está en búsqueda permanente. Pero, visto desde nuestra realidad conflictiva, podemos afirmar que la imagen de la "encrucijada" nos puede decir un poco más. Esta imagen hace referencia a "la diversidad de caminos" a la que se ve enfrentada la juventud, un momento especial en que se toman las opciones y las decisiones de la vida (profesión, estilos de vida, vivienda, etc.), en el que busca de manera más insistente los sentidos de la vida, la autonomía frente a los demás grupos etarios. Es una época de cambios (biológicos, psicológicos, sociales), de nuevos descubrimientos o donde se viven ciertos aspectos de vida de una manera más intensa y con mayor energía (la sexualidad, el desarrollo físico, el deporte, la sociabilidad, etc.). Esto implica cierta "inestabilidad", rebeldía y conflictos con relación a los símbolos y a las realidades propias del mundo que "dejan" y del que "viene". Estas implicaciones o reacciones normales de los jóvenes suelen ser vistas con malos ojos por los adultos. Por eso, de alguna manera, la sociedad adulto - céntrica plantea como única salida válida para los jóvenes, la "domesticación", que no es otra cosa que la exigencia implícita de adoptar y adaptarse al mundo de los adultos, tal como lo describimos anteriormente.

Pero también hay que considerar que estos caminos y encrucijadas están condicionados por una serie de factores "objetivos" que no dependen de la voluntad de los jóvenes (su sexo, cultura, grupo social, etc.), entre las que hay que tener en cuenta, las ofertas, imposiciones sociales, imaginarios simbólicos deseados, etc. Aparece entonces la imagen del "callejón sin salida", como la que mejor refleja la realidad de muchos de los jóvenes en los sectores populares.

Aunque la imagen del camino simbolice una característica del ser humano desde que nace hasta que muere, la juventud es el momento donde se vive de manera especial ese dramatismo del "camino", de la encrucijada o del callejón sin salida.

De lo anterior podemos sacar algunas conclusiones: La primera, la necesidad de ver la juventud como un don, como momento privilegiado, muy rico y muy profundo en la vida del ser humano, como persona y como colectividad, superando las visiones adulto – céntricas de la juventud. Pero al mismo tiempo como una realidad compleja, heterogénea, discontinua y diversa, lo que nos lleva a hablar mejor en plural: juventudes.

La segunda, el "paso" al mundo de los adultos se puede dar en continuidad y sin mayores rupturas, o como una ruptura radical. En el primer caso, los valores de la juventud, aunque de manera diferente, continúan como elementos que pueden definir y enriquecer el mundo de los adultos. En el segundo caso, el adulto, se define como una negación de la niñez y de la juventud. En el caso de los adultos varones, también como una negación de lo social y culturalmente definido como femenino.

La tercera, la dificultad de precisar en términos de tiempo la duración de la juventud, pues ella depende de muchos factores. Sin embargo, tienen algunos elementos comunes, por ejemplo, como ser un momento de cambios, de opciones, de mucha energía, pero también de necesidades (como en todos los momentos de la vida) de apoyo, solidaridad y de acompañamiento. Un momento donde se afirma la continuidad o la ruptura con los lazos familiares, comunitarios, culturales, sociales y religiosos (procesos igualmente diversos).

Frente a la encrucijada o "callejón sin salida", el o la joven permanece como un rebelde aparentemente "sin causa" frente a los valores y a símbolos que identifican al mundo adulto o se vuelve prematuramente un adulto más. Aunque en medio de estos extremos, se da una gama amplia de posibilidades. Esta es una tensión que se manifiesta en la forma de hablar, de vestir, de actuar, de organizarse, etc. Pero es en esta tensión en la que se juega la identidad y el presente/ futuro de los jóvenes. El problema para muchos se agrava, al no tener en la sociedad buenos referentes, las posibilidades, las condiciones mínimas (culturales, institucionales, familiares, pastorales, etc.) o la solidaridad de las otras generaciones para tomar la mejor decisión. Normalmente termina adaptándose y adoptando el mundo de los adultos, volviéndose uno más, como la única forma que tiene para sobrevivir en una sociedad adulta. Y lo religioso no se excluye de esta lógica.

Si queremos ser coherentes con estos nuevos imaginarios simbólicos sobre la juventud, tenemos que buscar metáforas nuevas, frescas y juveniles que cuestionen y enriquezcan las imágenes que tenemos de Dios. Pero esto no es posible sino cambiamos radicalmente las imágenes predominantes que tenemos de los adultos, especialmente la del padre, y la actitud que tenemos frente a aquello que se considera juvenil. Imaginarnos un Dios menos "adulto", solo es posible si recuperamos y resignificamos los valores propios de la juventud. Valores que enriquecen la vida en todas sus etapas.

Proponemos algunas pistas, que no son más que símbolos, que nos ayuden a construir una imagen diferente de Dios, que nos permita acercarnos y dialogar con los jóvenes:

La imagen de un Dios alegre, festivo, lúdico, que también canta, que baila, que juega. Frente a la imagen de un Dios demasiado serio e insensible. Debe ser un Dios que sea "buena noticia" (agradable, atractiva, cautivamente) para los jóvenes.

Dios que se incultura. "Dios con nosotros". Es un Dios más que cercano, con el cual se puede hablar de tú a tú, con confianza, con el mismo lenguaje de los jóvenes. Un Dios como un amigo. Por tanto, un Dios que sabe escuchar, y que sabe aprender, que tiene tiempo para estar con ellos, que cree en ellos, en sus valores y cualidades, que perdona. Un Dios que les aconseja, que no ordena ni condena de antemano. Al cual le importan los jóvenes, que se preocupa por sus problemas, por sus necesidades. Los jóvenes para él son importantes, no sólo en cuanto al futuro, sino como presente. Un Dios que sea realmente amor (ágape), y amor como ternura, como entrega.

Un Dios comunitario. No es un Dios que vive en la soledad de los cielos, sino en la vida cotidiana de los jóvenes. Es la imagen de un Dios padre o madre que se preocupa por estar con la familia.

Un Dios apacible y bueno. Para quien la resolución de los conflictos pasa por el dialogo, la comprensión y la justicia. Su autoridad no está en el hecho de imponer por la ley una orden, sino en su capacidad de amar y de servir, de hacerse como "los otros" o "las otras".

Un Dios que camina con los jóvenes, que sueña con ellos.

Esta imagen de Dios debe ayudarnos a recuperar una dimensión más humana, pero también más rejuvenecida de lo religioso. Pero para no quedar en sólo buenos deseos, esta imagen se debe materializar en al vida y en el testimonio de las iglesias. Esta es la única manera de anunciar y testimoniar a un Dios joven y jovial.

4. Algunas implicaciones pastorales

El único camino posible para mostrar esta imagen rejuvenecida de Dios a los jóvenes, es nuestro testimonio como iglesia. Sólo es posible anunciar a este Dios, a través de nuestras palabras, pero especialmente a través de nuestra forma de ser y de hacer como iglesia.

Esto supone especialmente un cambio en la espiritualidad de quienes están al frente de la labor pastoral en las iglesias. Sólo podemos anunciar el rostro de un Dios joven y hacerlo realmente creíble, si realmente nos hacemos "como" ellos y ellas. Y eso implica recrear y vivir aquellos valores propios de la juventud como la alegría, la rebeldía, etc. Hacernos solidarios con ellos en todo sentido. Entablar un verdadero y sincero diálogo intergeneracional, sin presiones ni autoritarismos, que lleve a crear las condiciones para que sean los mismos jóvenes quienes asuman como mucho criterio las riendas de sus propias vidas, y contribuyan a rejuvenecer a la iglesia y a la sociedad.

Necesitamos de una pastoral que valore e integre de una manera pedagógica los lenguajes de los jóvenes, sus formas vestir, de actuar, de organizarse, sus ritos, sus manifestaciones artísticas, pero también sus propios imaginarios (la propia manera como comprende la vida y se sitúa frente a ella), valores, etc. Que asuma como propia la realidad, los problemas, las necesidades, los valores y la inmensa riqueza de los mundos juveniles. Necesitamos de una pastoral que ayude a los jóvenes a iniciarse en esta nueva experiencia de Dios. Una experiencia que realmente los ayude a crecer sin necesidad de renunciar a las cosas bonitas propias de este momento de la vida. Una pastoral que realmente reconozca y promueva el protagonismo de los jóvenes que los y las ayude a sentirse como sujetos activos, dinamizadores y transformadores, tanto en el ámbito eclesial como social.

Debe corresponder esta imagen nueva de Dios a una imagen rejuvenecida de la iglesia. Esto supone también una nueva teología, nuevos mitos y nuevos ritos, que lleguen realmente a ser una propuesta atractiva para la mayoría de los jóvenes, sin que ellos ni ellas tengan que sacrificar lo mejor de su juventud. Incluso, muchas de las leyes y normas dentro de las iglesias se deben adaptar a esta nueva imagen de Dios y a los nuevos imaginarios sobre la juventud.

En pocas palabras, tenemos que hacer realidad en la pastoral aquella idea de que la juventud sea realmente un don que puede rejuvenecer la iglesia y a la sociedad.

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