Tomado de

http://www.juventudtecnica.cu/Juventud%20T/ciencias/2009/paginas/medicina%20cientifica.html,  28 Abril, 2009

 

 

 

 

En favor de la medicina científica

Jorge A. Bergado Rosado

 

 

Las reflexiones que haré a continuación me han venido “quemando” con intensidad creciente desde hace algún tiempo, pero antes de comenzar a plasmarlas, quiero hacer un par de precisiones que considero necesarias.

En primer lugar, desde ya, y para que a nadie queden dudas o puedan acusarme de vergonzante, me declaro materialista dialéctico, ateo convencido y partidario del método científico como única forma válida de ascender en el camino del conocimiento.

Segundo, aunque no soy médico, considero que 30 años de servicio en el sector, dedicado a la investigación y la docencia de las ciencias básicas justifican mi intromisión en estos temas. Y esta aclaración la hago no por justificar competencia, sino para anticipar e intentar remediar conflictos éticos o acusaciones de intrusismo profesional.

 

Dicho esto, tal vez redunde decir que creo en la medicina científica. En esa medicina que a lo largo de siglos ha ido emergiendo de la combinación sabia del conocimiento y la investigación, la que ha transformado al brujo en médico, de la misma forma que el químico surgió del alquimista.

 

Creo en la medicina científica que goza del enorme aval que le confieren sus éxitos en la curación y prevención de enfermedades, desde Jenner y Pasteur y Flemming y Koch y Claude Bernard.  En la medicina que dispone de un no menos grande potencial por su capacidad de interpretar y predecir sobre la base (por eso Ciencias Básicas) que le han dado Hodgkin y Huxley y Sherrington y Pavlov y Watson y Crick y todos los que ayer, hoy y mañana seguirán aportando conocimientos, métodos y herramientas a la salud humana.

 

Creo en la medicina científica que asciende hoy al concepto de medicina basada en evidencias.  Esa es la medicina en la que creo y de la que siento el enorme (tal vez exagerado, pero nunca inmodesto) orgullo de haber contribuido en la formación de médicos, enfermeros y especialistas con mi trabajo docente; y un granito de arena en el conocimiento con mi trabajo investigativo.

 

Creo en esa medicina mal llamada occidental, peor llamada alopática, por adeptos y practicantes de métodos curativos que pretenden de esa forma descalificarla. Creo más, creo que es la única medicina verdadera. Que se nutre de todo conocimiento válido, venga de donde venga, pero que se adhiere al método científico y tamiza y muele y cuece en esa sabia retorta todo lo que asume. Y que como buena práctica científica, aún después de asumido, sigue con el ojo abierto a la crítica de eventos o resultados adversos que puedan cuestionar lo que algún día se aceptó como bueno.

 

Esa es la Medicina con mayúsculas y sin otros calificativos.  Porque cuando se le tilda de occidental se pretende circunscribirla, conceptualizarla y denostarla como la medicina de los grandes consorcios farmacéuticos, de los poderosos hospitales de Europa o Norteamérica, de los fabricantes de complejos y costosos equipos; la medicina del capitalismo feroz que crea fármacos y tratamientos que veda a los pobres de este mundo.  Y eso es falso. No se puede acusar a la ciencia médica u otra cualquiera, de los problemas sociales que acongojan la conciencia de todo hombre de buena voluntad. Habrá que hacer revoluciones, pero no renunciar a la medicina científica.

 

Tenga cuidado, no se deje confundir.  Un amigo me prestó hace poco una revista editada por una conocida organización ecologista que en varios artículos de un número especial arremetía contra las grandes empresas farmacéuticas y de paso, contra toda la medicina moderna, sin excluir las vacunas.  Mi amigo estaba atónito y preocupado por todo lo que había leído y quiso conocer mi opinión.  Ciertamente, las grandes empresas farmacéuticas son criticables por el cruel uso que hacen de muchos de sus mejores productos en aras de obtener enormes ganancias, pero cuando vi que toda la revista estaba llena de anuncios comerciales invitando a consumir productos sanos, biológicos y naturales se me hizo evidente que detrás de todo aquello había también un gran interés comercial y el olor a “quemado” se acentuó.  El trueque puede ser muy peligroso: deje de comprar productos caros de eficacia probada y consuma mis productos (también caros) de eficacia no demostrada.

 

El descalificativo de alopático pretende ser más denigrante que definitorio y es el resultado, en mi opinión, de la arrogancia de ciertos practicantes de la homeopatía. No es cierto que el principio de lo similar sea privativo de la homeopatía.  La medicina ha empleado con éxito indiscutible el principio de lo igual en el desarrollo de las vacunas que han salvado y salvan cada día la vida de millones personas en el planeta, por citar solo un ejemplo.

 

Sé que existe en nuestra sociedad una polémica, limitada y sorda, pero no por ello intrascendente, entre los practicantes de las llamadas medicinas alternativas y los defensores de la ciencia.  Lamentablemente, siento que los últimos (entre los que por supuesto me incluyo) estamos perdiendo. Más triste aún, no es por carencia o debilidad de argumentos, sino por una desproporcionada y acrítica (¿ingenua?) divulgación en los medios de difusión.

 

La polémica va más allá de la medicina (recordar los nada estimulantes duelos Álvarez vs. Mesa en Pasaje a lo Desconocido) pero, sin dudas alcanza sus niveles más altos en el campo de la salud humana.  Casi a diario se publican en la prensa comentarios y reportajes sobre las virtudes curativas de tal o cuál práctica, sin otro aval científico que la opinión de un médico practicante.  La radio es tal vez el medio más inundado. Creo que no falta en ninguna emisora algún programa o sección dedicada a divulgar, ensalzar y recomendar fervientemente la terapia piramidal, la homeopatía, el tai chi o el feng-chui.

 

La Internet cubana no queda excluida. Recientemente encontré en un muy respetable sitio cubano un libro, a texto completo, dedicado a divulgar una de esas técnicas curativas alternativas. Curioso, como todo investigador, comencé a leer el primer capítulo donde, supuestamente debía encontrar los fundamentos científicos del método en cuestión.  Lo que encontré fue un galimatías donde el concepto de energía era deformado y desprovisto de todo contenido científico y convertido en varita mágica para explicar lo que, a todas luces, no tiene una explicación.

 

Mi copa rebosó cuando me topé con el Principio de Incertidumbre de Heisenberg empleado con tal desconocimiento (o mala intención) que me animó a escribir a la webmaster de la página pidiéndole autorización para publicar una opinión sobre el libro. Con toda honestidad, le aclaré que sería una opinión desfavorable.  Nunca tuve respuesta.

 

Sé que en el mundo pasan estas cosas y eso me duele y me pone a rumiar insultos contra la estupidez humana; pero me duele más, mucho más, cuando pasa en Cuba. Durante decenios, con enormes sacrificios y un altruismo ejemplar, hemos luchado por construir para nuestra patria un futuro de hombres de ciencia, siguiendo el sueño visionario de Fidel.  Ciertamente, hemos alcanzado altos niveles de instrucción. Ciertamente tenemos un incipiente, pero sólido, sistema de ciencia y técnica. ¿Por qué entonces se abren paso las supercherías, horóscopos, santeros y brujos?

 

Comprendo que el ser humano necesita aderezar su vida con algo de frivolidad y misterio.  Brujas, duendes y hadas pueblan las leyendas y los cuentos infantiles de todos los pueblos. En mi infancia eran comunes los corros donde se contaban historias de aparecidos que disfrutábamos con horror. Hoy los desacreditados fantasmas han sido sustituidos por extratrerrestres, OVNIS, el Triángulo de las Bermudas, los “misterios” de las pirámides (incluyendo su energía) o el noni como panacea.  Son temas de los que se puede hablar, de los que se tiene que hablar y ningún científico los rehuirá o vetará de antemano.  Pero el científico buscará, antes que todo, evidencias.  Evidencia confiable, reproducible y si se puede, medible, del fenómeno en cuestión.

 

Una vez establecida la veracidad del fenómeno, intentará entonces interpretarlo de forma razonable sobre la base del estado de los conocimientos en cada momento.  Es cierto que existen fronteras, cosas que se pueden medir y otras que todavía no.  Es cierto que siendo el electrón tan inagotable como el universo, lo desconocido supera con creces lo conocido.  Siempre será así.  Pero la ciencia nos ofrece el único camino para obtener conocimientos confiables.  Conocimientos que nos ayudan a conocer el mundo, que nos ayudan a transformarlo.  Y a cada paso de avance de la ciencia se mueren fantasmas y leyendas y falsas creencias.  Busque un instante en su colección de conocimiento histórico y encontrará decenas de ejemplos de lo dicho.

 

Entristece y duele constatar como el esfuerzo colosal por construir una sociedad sobre bases científicas se ve saboteado desde algunos medios de difusión que se abren sin reparo a personas que, con mejor o peor intención, divulgan, aconsejan y promueven creencias y prácticas de dudoso fundamento científico.  Tomarse las cosas con un poco de calma puede ser un excelente consejo, pero para ello no me lo tienen que envolver en toda una mística oriental que no tiene otro valor que ser parte de la historia de la filosofía.  Señor, los hijos del Celeste Imperio se mueren; se mueren por montones de las mismas cosas que los demás seres humanos, con o sin tai chi, con o sin feng chui, con o sin yin yang. (sigue)