Ir a pagina 1

 

En favor de la medicina científica (2)

 

 

Lamentablemente, parece que no existen límites a lo que un ser humano es capaz de tragar (en el figurado sentido).  Un amigo, persona ilustrada y culta, me pasó por correo electrónico un mensaje cuyo asunto era una larga serie de signos de admiración.  El contenido del mensaje: un artículo tomado y traducido de una publicación rusa titulado “Autótrofos”, donde se narraba como cierto el caso de varias personas que llevaban años sin comer. Se ofrecía una explicación, esas personas lograban vivir a base de consumir sus propias mitocondrias. Termodinámicamente hablando, se convertirían en una máquina de movimiento perpetuo. No hay que ir muy lejos para darse cuenta que esas personas acabarían consumiéndose en pocos días.

 

Aún siendo una ley tan antigua como la vida que todos los miembros del reino animal tenemos que comer para vivir, mi culto amigo y otros muchos se dejaron sorprender por el embuste.  Ofrecí a mi amigo una larga y detallada explicación de porque era falso todo aquello. Otro colega fue más cáustico, le recordó simplemente el cuento del hombre que estaba enseñando a su burro a vivir sin comer.

 

Como triste constatación de esta dolorosa ley de la vida, recuerdo la de aquellos jóvenes militantes del Ejercito Republicano Irlandés que en los años ochenta, bajo el gobierno de la Dama de Hierro, iniciaron en prisión una sucesión de huelgas de hambre como reclamo de atención a su causa a la conciencia universal. El mundo estuvo pendiente de cada uno, cada día.  Unos vivieron más, otros menos, pero todos murieron de inanición.

 

La presión es tremenda y a veces no alcanza el ojo más avizor a detectar a tiempo las trampas de la pseudociencia.  Hace un año tuve que protestar enérgicamente porque se había colado en la Intranet local la invitación a un Taller Intensivo de Psicología Holoquinética que sería impartido por un cierto Lic. Luis Córdoba Arellano procedente de la República de San Marino.  San Marino es un pequeño y honorable país y no fue su procedencia la que me llenó de recelos.  En primer lugar, la forma en que estaba redactado el anuncio me pareció más un reclamo publicitario que la convocatoria de un curso científico.  Aquello, a mi juicio, podría clasificar (previo pago) para los comerciales de alguna revista como Muy Interesante, pero no para la intranet de un centro científico.

 

Por otra parte, desde el punto de vista científico, no me inspiran ninguna confianza teorías o prácticas que se anuncian panaceicas, ignoradas hasta hoy, y que Alguien vendrá a Revelarnos como la Verdad Absoluta y Fundamental de la Mente Humana.  No me lo trago.  No conocía, ni conozco aún, la obra científica del Lic. Luis Córdoba Arellano, pero NADIE es Candidato Permanente al premio Nobel de la Paz, como anunciaba con pompa el reclamo.

 

La obra escrita que se le proclamaba no hizo otra cosas que aumentar mis temores: “Psicología cristiana” y los “Diálogos con Krishnamurti”, me hacían esperar que la Revelación Anunciada no sería más que una de esas (una de tantas) mezclas de esoterismo y cristianismo que se enmascaran bajo un lenguaje pseudocientífico con el propósito de engatusar ingenuos.  El anunció se retiró de nuestra red, pero el Taller se efectuó en alguna institución considerada como científica en nuestra capital.

 

No puedo evitar preguntarme por qué. ¿Por qué nuestra sociedad resulta tan permeable a doctrinas y prácticas que son la antítesis de la ciencia? Y en el caso específico de la medicina, ¿por qué profesionales formados sobre la base de conceptos científicos se convierten en practicantes y adalides de corrientes que son lo contrario?  No creo que existan respuestas simples.  No las tiene ningún fenómeno social, pero valdría la pena que se abriera un debate público sobre el tema donde los representantes de nuestra ciencia mejor estuvieran presentes como contrapartida necesaria.

 

Me atrevo a avanzar una opinión.  Pienso que uno de los problemas que lastran hoy el desarrollo de un pensamiento científico en nuestros estudiantes de ciencias médicas es la falta de prácticas de laboratorio concebidas con el fin de ilustrar con profundidad y suficiencia el papel del experimento como pilar del método científico y como fuente de conocimientos en las ciencias naturales.  El viejo y verdadero principio marxista de la práctica como criterio de verdad.

 

Cierto es que nuestros estudiantes se vinculan desde muy temprano a la práctica médica, pero este es otro tipo de práctica.  Es en las ciencias básicas, y muy en especial en la Fisiología y la Bioquímica, donde se dan las condiciones propicias para hacerlo.  Se puede contra-argumentar que las limitaciones materiales de los últimos años han sido causa del deterioro y abandono progresivo de esta importante actividad docente.  No lo discuto, pero urge encontrar remedio.

 

La enseñanza de las ciencias básicas se ha vuelto casi exclusivamente libresca.  Los libros de texto contienen verdades en forma de hechos comprobados, pero casi nunca explican, y muchas veces ni siquiera esbozan, el largo camino de ensayos y errores, del surgimiento de hipótesis comprobadas o negadas por experimentos que han sido clave en su desarrollo.

 

El médico es y sigue siendo ante todo un sanador, un salvador de vidas, pero dotarlo de un conocimiento profundo del método científico lo convierte en algo más; lo convierte en un buscador, consciente y bien dotado, de nuevas verdades y conocimiento.  Lo protege además de la superficialidad y la ingenuidad de creerse el cuento, así, sin más.  Ante cada novedad que se le proponga o encuentre, por más lógica o tentadora que parezca, antepondrá su duda metodológica y lo someterá a la crítica del experimento antes de aplicarlo y hacer propaganda a sus virtudes.

 

Durante años tuve la responsabilidad de revisar los proyectos de tesis de residencia en una facultad de provincia.  El defecto más frecuente (casi constante) en todas las tesis que se proponían evaluar algún nuevo tratamiento, era la falta de grupos de control, que no recibieran el tratamiento o que recibieran un tratamiento diferente, que podía ser el convencional. 

Muchas horas dediqué a discutir e intentar convencer a residentes y tutores de la necesidad metodológica de hacerlo. El contra-argumento más frecuente (también casi constante) era que cómo iban a privar a un grupo de pacientes de los beneficios del nuevo tratamiento. Solo había una respuesta posible: y si usted está tan convencido de la efectividad del tratamiento, ¿para que necesita hacer el experimento? Se hacía evidente la contradicción entre el terapeuta y el científico.

 

Hoy contamos con un excelente centro rector nacional de ensayos clínicos y se han realizado en el país ensayos controlados a doble ciegas, multicéntrico, con excelente rigor metodológico y resultados. Baste mencionar como ejemplo el que probó la eficacia de la estreptoquinasa recombinante en el tratamiento del infarto del miocardio en su fase aguda. Hoy el empleo de ese producto, extendido hasta el nivel del policlínico, salva eficazmente las vidas de muchos conciudadanos.

 

Lo peor, y lo más peligroso que tiene la proliferación incontrolada de terapias alternativas, radica precisamente en la falta de evidencias, obtenidas con rigor científico, que avalen su uso y nos permitan conocer, al menos sobre bases empíricas, para qué sirve y para qué no sirve, o en qué casos su uso puede resultar.  Panaceas no existen. Es cierto que algunas de ellas vienen sustentadas en prácticas milenarias que, por acumulación, han aportado guías para su uso más efectivo y menos peligroso.

 

Lo más irritante es cuando se pretende justificar su uso construyendo abigarrados castillos teóricos que, tergiversando conceptos científicos, anonadan al lego e incluso confunden al especialista.  Y esto es más patente cuanto menor es la evidencia empírica que las sustenta.

 

La piedra angular, la palabra mágica que abre todas las puertas es energía. Concepto muy bien definido en el marco de la Física, pero que transubstanciado y apellidado convenientemente (energía piramidal, bioenergía, etc.), da un aire científico y profundo a lo que no es más que pura especulación.  La inmisericorde vulgarización del concepto (popularizar es otra cosa) ha llevado al extremo de que hoy no falta el día en que algún buen amigo, lleno de las mejores intenciones, te desee o recomiende energía positiva como actitud ante la vida que atrae el éxito, el amor, la salud y tal vez hasta dinero.

 

Claro que no existe la energía positiva. Existen el optimismo, la constancia, la dedicación, la entrega, el sacrificio y otras muchas actitudes que favorecen el logro de las metas de cualquier persona. Como tampoco el pesimismo, la apatía, la pereza son manifestaciones de otra inexistente energía negativa.

 

Acepto el uso de terapias que pueden no tener una interpretación clara siempre que su uso esté bien avalado por la experiencia, mejor mientras más rigurosa. Lo que no puedo aceptar es que me ofrezcan conejo y me den gato.  La acupuntura es eficaz en el alivio del dolor. Hoy se realizan experimentos en varios centros del planeta que están aportando claves importantes para entender sus mecanismos de acción y trascender el yin y el yang, conceptos que pueden ser una genial intuición de la ley de la unidad y lucha de contrarios, pero que nada concreto aporta al método.

 

La naturaleza está llena de sustancias activas.  Hasta mi abuelita sabía que muchas medicinas se habían obtenido a partir de plantas (y de animales).  Vamos a buscarlas. Pero hagámoslo científicamente.  La tradición oral puede ser una pista, una muy buena pista, pero no más que eso.

 

Muchas veces el aval sobre el que se defiende a los métodos alternativos es anecdótico. Curaciones cuasi milagrosas se nos presentan como prueba de efectividad.  Es sospechoso que jamás se mencionen casos en los que el método ha fracasado. Apunto una anécdota ilustrativa.

 

Una querida vecina se hizo, por indicación médica, un ultrasonido de abdomen en el que se le detectó un quiste pancreático de seis centímetros.  Asustada acudió entonces a una consulta de radiestesia en un local no lejano de donde residimos sobre el cuál, vecinos bien intencionados le habían contado maravillas. Allí le confirmaron el diagnóstico y le ofrecieron curación mediante un método del mismo corte.  Llena de esperanzas acudió a su sesión terapéutica radiestésica.  Poco después se repitió el ultrasonido. El quiste había crecido, ¡ahora era de ocho centímetros!.  Por suerte para ella, su decepción fue temprana y continuó su tratamiento médico. Otros, lamentablemente no tienen la misma suerte y pierden tiempo, a veces un tiempo decisivo, aferrados a la fe de una curación milagrosa e indolora.

 

Colegas investigadores intentaron comprobar científicamente las capacidades alegadas por los radiestesistas.  Tomaron cinco frascos, debidamente enmascarados que contenía cada uno una sustancia conocida y diferente.  Convocaron a un radiestesista distinguido para que identificara que había en cada frasco.  Se hicieron varias repeticiones cambiando el orden de los frascos.  No fue necesario calcular la tasa de aciertos para compararla con lo que pudo haber acertado adivinando al azar porque el resultado fue incontrastable: no acertó una sola vez.  Desconcertado adujo interferencias de algún tipo que le estaban afectando. Se le pidió que trajera a otros colegas para someterse a la sencilla prueba pero ninguno de los ilustres zahoríes habaneros acudió jamás al llamado.

 

Con respecto a la interferencia aludida, parece que el escepticismo y la crítica son las fuentes principales de tales perturbaciones.

 

Al principio de estas notas declaré, casi apasionadamente, que creo en la ciencia.  Es cierto que, en última instancia, creer en la ciencia puede ser considerado un acto de fe.  Pero es una fe basada en la abrumadora evidencia histórica que la sustenta, en las miles de predicciones cumplidas, en los maravillosos resultados prácticos de sus aplicaciones y no en una ciega y acrítica credulidad.  La ciencia ha tenido sus crisis en las cuales determinadas teorías han sido sometidas a crítica.  Se han generado disputas ácidas, muy ácidas, largas, muy largas a veces, pero al final la evidencia se ha impuesto y nuevas teorías han surgido para sustituir o complementar las anteriores.  La crisis de la Física a principios del siglo XX, que dio a luz a la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica, es tal vez el ejemplo más ilustrativo.

 

Pero lo más importante, y que reafirma mi fe en la ciencia como método, es que al final, la verdad se ha impuesto.

 

¿Estamos asistiendo a una crisis de la medicina? No lo sé, puede que sí.  Pero esa crisis jamás se resolverá echando a un lado a la ciencia y aceptando métodos y explicaciones místicas.  Solo la ciencia, la buena ciencia, nos ayudará a encontrar el camino seguro para avanzar hacia una medicina más efectiva.

 

En eso creo.

 

Ir a pagina 1