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Juan de Ugalde contra los apaches

Introducción: Son incontables los relatos dejados por los soldados presidiales en el siglo XVIII. En esta página se incluyen algunos que están relacionados entre sí, y en los cuales el lector puede observar el contexto de las rivalidades que en esa época todavía existían entre ellos y los indios en el estado de Coahuila (y Texas), y la solemnidad con que estos asuntos eran informados.

Nota: La ortografía original fue modificada parcialmente, con el propósito de hacer más fácil su lectura. Sin embargo, muchas de las palabras propias de la época, se dejaron como fueron utilizadas en los manuscritos.

 

relato I

El Comandante General de las Provincias Internas del Oriente: Da parte de su regreso al Valle de Santa Rosa, después de haberlas reconocido todas, y exponiendo en glosa las operaciones de reforma que ha verificado, ofrece hacerlo por menor subsesivamente.

Habiendo el 22 de diciembre corriente, verificado mi arribo a este Valle, en regreso de la visita y reconocimiento general de las Provincias Internas de Oriente, que emprendí el 13 de marzo del año actual, lo aviso a Vuestra Excelencia deseoso de cumplir con la obligación que de hacerlo así me asiste.

Nueve meses y otros tantos días son los que justamente he invertido en esta operación, y a pesar de tan dilatado tiempo, debo asegurar a Vuestra Excelencia que no dejo las provincias en el completo orden que les deseo y habría perfeccionado, por lo que respecta a los ramos de mi cargo, si no hubiese ocurrido el levantamiento que el 8 de abril verificaron los indios Mezcaleros en este Valle; Pero no obstante, como he tocado de cerca las necesidades de cada una, visto su estado, examinado por menor el método con que inmediatamente están gobernadas, y los arbitrios y sujetos que pueden coincidir a su recuperación y defensa, son mas propicios y seguros los medios con que ocurriré en el día, a las necesidades y perjuicios graves que experimentan, que los que podía facilitarle cuando distaba de igual conocimiento y antecedentes.

Los objetos de la Comandancia General de mi cargo, sabe Vuestra Excelencia bien que son demasiados, y que incapaz de separarme un instante de ellos, he atendido durante esta ausencia a cuantos ocurrían en todas partes, sin otro arbitrio que el de aprovechar para lograrlo, no tan solo los días de trabajo, sino los festivos, sin reserva de los mas solemnes, las noches, y en fin, cuantas horas me han quedado libres, después de dar al cuerpo las bien limitadas de sueño, que le son indispensables para conservarse.

A favor pues de tan constante trabajo y marchas dilatadas y muy penosas, he podido hacerme cargo de los terrenos a que se extiende la basta comprensión de la Comandancia General de Oriente, de su fertilidad y proporciones, de la clase de enemigos que hacen la guerra sobre ella, de las circunstancias de inestabilidad de aquellos a quienes les está concedida la paz en Texas y La Colonia, de la ubicación, fuerza y utilidad de sus vecindarios, de la clase, número, y estado de tropas que guarnecen las provincias, de la utilidad particular de los capitanes, oficiales, subalternos, y sargentos, y en fin, de la general de las compañías, y ventaja y proporción de puestos que cada una ocupa.

El propio reconocimiento y las terminantes ordenes que durante él he recibido de Vuestra Excelencia, me han facilitado también la reforma de las tropas que para este efecto propuse en mi plan de 22 de enero del año actual, pues suprimí a mí tránsito por La Colonia, setenta y cinco plazas sencillas en las tres compañías que la guarnecen; He hecho lo mismo con dos compañías en el Nuevo Reyno de León; Y tuvo igual suerte la volante de Santiago de Saltillo, sin que de trescientos setenta y cinco hombres a que sube la actual reforma, haya podido traerme mas que setenta y cinco de los que corresponden y deseo para el aumento de esta provincia; Tal era, Señor, el estado de las tropas levantadas últimamente en las provincias que en el día se hallan a mi cargo.

De las resultadas de las indicadas reformas iré dando cuenta a Vuestra Excelencia con oportunidad, y como haré también lo mismo con el Plan, situación, y fuerza de las once compañías en que debe consistir sucesivamente la guarnición de estas provincias, suplico a Vuestra Excelencia se sirva dispensarme el retardo que pueda haber en ello, seguro que lejos de provenir de omisión, podrá únicamente causarle la infinidad de atenciones que me llaman por todas partes.

En los preparativos de la próxima campaña, se difunde una bien considerable parte y solo falta ya la remonta que se verifica en La Colonia para que todo se halle pronto, pero como esta me avisa el teniente Don Josef Antonio de la Serna que no puede salir hasta fines de enero próximo venturo, y la seca ha sido muy grande y general en la frontera, es forzoso el esperar las aguas hasta fines de marzo o principios de abril, para salir al campo con probabilidad de que sean durables y fructuosas las operaciones que tengo detalladas para entonces, y en que cuento con el auxilio del Capitán Lipiyan Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde a quien (citado por mi como manifesté en oficio N. 84 de 24 de septiembre último) aguardo en este valle dentro de seis u ocho días según las noticias ultimas que de él acabo de recibir.

Yo me cansaría, sin conseguir el fin, si quisiere referir a Vuestra Excelencia la eficacia y celo interminable con que me he manejado en un reconocimiento, en que el haberle verificado a caballo, cuando tuvieron la mayor fuerza el calor y frío, en regiones que se deja sentir demasiado, fue el trabajo de menor consideración que he (¿impendido¿), por lo cual, y porque Vuestra Excelencia sabe graduar mejor que nadie el mérito de los que tenemos el honor de servir bajo sus apreciables ordenes, omito toda digresión, seguro de la benevolencia con que le encuentran siempre mis fatigas.

Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia los dilatados años que le pido y necesita el Reyno de Nueva España. Valle de Santa Rosa 26 de diciembre de 1788.

Excelentísimo Señor Virrey Don Manuel Antonio Flores

Juan de Ugalde

(Rúbrica)

relato II

El Comandante de las Provincias Internas del Oriente: Da parte de haber muerto a dos indios Mezcaleros y apresado setenta y seis de ambos sexos y todas edades, que bajaron a tratarle nuevas paces.

Guiado, sin duda, mi constante celo, de aquella mano suprema e inescrutable a que están sujetos todos los aciertos, he conseguido en la mañana de este día matar dos indios Mezcaleros y poner en estrechas prisiones setenta y seis piezas de ambos sexos y todas edades que de la misma nación, tuvieron la osadía de presentárseme en este valle, a celebrar una nueva paz, tan pérfida como la que quebrantaron en el río Sabinas el día 8 de abril de 1788, e infringirán siempre que por nuestra parte se cometa el error de concedérzela.

Este feliz logro es el que da principio al cumplimiento de lo que ofrecí a Vuestra Excelencia al concluir mi manifiesto de 28 de abril próximo anterior: En el exordio de él, propuse el uso de perfidia contra perfidia, engaño contra engaño, y cautela contra cautela, por uno de los medios de que era preciso usar para concurrir por todos, al exterminio de los enemigos más crueles que tiene contra sí la naturaleza; Y como es él, el que ha tenido algún uso en el presente lance, y justamente están comprendidos en tal prisión cuatro capitanes (los principales) y no pocos indios belicosos de los de la paz quebrantada en esta provincia, debemos estimar el actual lucero, por un seguro anuncio de nuestras consecutivas ventajas.

Su circunstanciado parte no me es posible darle a Vuestra Excelencia este día, porque habiendo a las nueve de la mañana salido la valija, puedo únicamente anunciársele, por medio de dos soldados que despacho con el objeto de que la alcancen, pero lo haré en el próximo correo con todos los antecedentes que precedieron para lograrle.

Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia los dilatados años que le pido y necesita el Reyno de la Nueva España.

Valle de Santa Rosa, 24 de marzo de 1789.

Excelentísimo Señor Virrey Don Manuel Antonio Flores

Juan de Ugalde

(Rúbrica)

relato III

Reservado: El Comandante General de las Provincias Internas de Oriente: Representa las simuladas infracciones con que el Capitán Lipiyan Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde ha quebrantado la paz, y pide ordenes terminantes para atacar y destruir sus rancherías.

Abril 20 de 87

Exmo Señor

Habiendo, en 31 de diciembre del año próximo anterior, ingresado en este valle el Capitán principal de la apachería Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde, y regresándose para sus rancherías el 3 de enero consecutivo, di a Vuestra Excelencia cuenta de lo que con él había tratado en mi oficio No 141 de 1 del mes actual, ofreciendo hacerlo en cuanto a las impresiones de que me dejo poseído, oportuna y separadamente.

No me difundiré todo lo que pudiera en un particular que ofrece demasiados motivos para hacerlo, porque lleno de todas partes de atenciones, son muchas las que me acongojan en el día; Pero en medio de ellas manifestaré a Vuestra Excelencia, los fundados recelos en que me hizo entrar este caudillo al tratarle de la próxima campaña para que me dispongo; El incremento que estos tomaron cuando profundé mis conocimientos sobre su conducta, los parajes en que los Mezcaleros la acriminan y comprueban, y por ultimo la necesidad e importancia de que abandonadas las esperanzas que yo propio funde en su paz, sean opuestos a semejante principio, nuestro subsesivos designios.

La prevención que por conducto de los Lipanes hice a Picax-ande Ins-tinsle, para que se me presentase a mi regreso del reconocimiento de las Provincias, no tenia otro objeto que el de imponerle en las operaciones con que por su parte había de concurrir al castigo y exterminio de los Mezcaleros, y por lo mismo fue este primer punto que le toqué, después de cumplimentado al llegar, pero como interesado él en una carneada de cíbolo para que tenia combinada la mayor parte de sus fuerzas, recibió mi proposición con frialdad, se desentendió de contestarla diciéndome que había venido solo por obedecerme, y que le importaba el regresarse al instante, porque dejaba con necesidad sus rancherías, y la tenían también las de los Lipanes.

Fundados los primeros recelos que de la conducta del Capitán Lipiyan llegué a tener, en la indiferencia con que tomó el anuncio de su proximidad a operar contra los Mezcaleros, le referí la ingratitud de cuantos existían de paz en el río de Sabinas, con todo el horror de que es ella digna, pero esta pintura, que hecha una vez para manifestarle mi rigor, repetí muchas con el fin de sondear el corazón de Picax-ande, no aumentó en nada las primeras sospechas, pues consecuente él con mi dis???cencia, la manifestaba igual o mayor siempre que tratábamos de aquella perfidia, sin que fuese nadie capaz de creer que un hombre poseído de la vanidad de no haber mentido jamas, tuviese dentro de su corazón y bajo el abrigo de sus rancherías a una considerable parte de la nación misma contra quien dirigía semejantes dicterios.

Dedicado pues a conocer las ideas de Picax-ande para con los Mezcaleros, fueron muchos, pero infructuosos, los medios que me propuse con el fin de lograrlo, porque igual el opuesto cuidado de este caudillo a mi empeñosa eficacia, no le faltó para engañarme otra precaución que el haber combinado los deseos con las palabras; El podría sin duda lisonjearse de haberlo logrado, si las producciones con que detestaba de la conducta de aquella nación, las hubiese concluido siempre con un deseo aparente de castigarla, pero Dios, que sin duda reservó para el feliz gobierno de Vuestra Excelencia las empresas más interesantes a la Iglesia y el Estado en el Reyno de Nueva España, creo Señor, que segando a los enemigos, bendice ya nuestras operaciones y designios.

Dispuesta la marcha de Picax-ande para el 3 de enero, le advertí la mañana del mismo día, que tenia destinado al Alférez Don Casimiro Valdés para que le escoltase de regreso hasta sus rancherías, y que con este oficial irían desde San Fernando los soldados que él quisiera, pues acompañado de tan pocos indios, no quería yo que en el camino experimentase algún quebranto.

Bastante trabajo costó el que admitiese esta oferta, pero al fin lo hizo con mas repugnancia que voluntad; Y advertido el Alférez Valdés de las observaciones a que en realidad se dirigía su viaje, le emprendió entre dos y tres de la tarde, sin otro fin en el concepto del Lipiyan, que el de escoltarle hasta sus rancherías.

En 10 del referido mes de enero próximo anterior llegó a la Villa de San Fernando de regreso de su comisión el Alférez Don Casimiro Valdés, quien habiendo con fecha de 11 del mismo mes dirijídome el diario, que original paso bajo el No 1° a las superiores manos de Vuestra Excelencia, tuvo orden mía para presentarse en este valle y lo verificó el 14 por la mañana.

Este documento y el verbal del informe del oficial subalterno, confirmaron enteramente los escrúpulos que Picax-ande me había dejado en su última visita, pero no por ello dí al público mi disgusto, porque vivo en un país donde el soborno de una piel de cíbolo o una gamuza basta para desgraciar la más útil empresa.

Considerando preciso el que el Alférez Don Casimiro Valdés volviese como había ofrecido al campamento de los Lipiyanes, hice surtir el apunte de encargos que le había hecho Picax-ande, y que instruido perfectamente de los objetos a que debía atender en este segundo viaje, le emprendiese el 15 del precitado mes de enero, cuya tarde lo verificó en efecto, conceptuado de lo mucho que podía importar el que reiterada la protección y afecto que yo le ofrecí al Capitán Lipan Dabeg-silisete a su partida de este valle, procurase aprovecharse de la antigua amistad que tenia con él, para comprender con mas individualidad las ideas del Jefe General de la Apachería de oriente (debe considerarse por tal la que tirada una línea de sur a norte sobre el río de Conchos y las sierras del Cíbolo, Movano, y Guadalupe, vive al Seste de ella) asegurando de mi parte al primero que manejado con verdad en este particular, confirmaría el afecto que siempre había manifestado a los Españoles, y se le premiaría con elevarle sobre todos los capitanes de se nación.

La tarde del 22 del precitado mes de enero regresó el Alférez Don Casimiro Valdés sin ninguna novedad, porque no siéndolo ya en mi concepto la falta de legalidad de Picax-ande Ins-tinsle, deseaba solo comprobar sus infracciones para fundar en justicia mis posteriores informes y consecuentes procedimientos.

El diario que en este nuevo viaje formó el referido oficial y original paso también a Vuestra Excelencia bajo el No 2°, trae nuevos testimonios de la mala conducta del referido caudillo, pues descubierto en la noche del 18, Dabeg-silisete, con el Alférez Valdés confirmó esta en el baile del 19 y con la vista de alguna caballada en la mañana del 20; Que los Lipiyanes nos hacían la guerra en conjunto de los Mezcaleros, Sendes, Nit-axendes, y Cachu-endes; Que aunque personalmente no concurría a ella Picax-ande, la permitía y admitía gustoso el tributo de sus presas; Y que por fin teníamos nosotros, con semejante seguridad, sobrada justicia para declararle la guerra.

Si para no detenernos un instante en tal rompimiento son necesarias mayores pruebas, se ocurrirá a los Mezcaleros apresados el 24 de marzo próximo anterior, que las facilitan con abundancia: Los artículos 14 y 15 de mi oficio 141 dirigido a Vuestra Excelencia con fecha de 1° de abril corriente, se contraen a este particular: Y yo añadiré ahora a ellos que al combinar Picax-ande en el paraje de Los Ahorcados el levantamiento de los Mezcaleros, confiesan Guifre-gusya y El-lite, que ofreció aquel llevarse el situado de caballada de la compañía de Aguaverde y estos el del presidio de la Bavia, y hecho, reunirse en Las Moras: Que unos y otros pusieron los medios para conseguirlo (cuya verdad se deduce de los documentos remitidos a Vuestra Excelencia con mis oficios No 43 y 84), pero que frustradas sus ideas en esta parte, tuvo únicamente efecto la reunión citada, de donde fueron todos juntos a la carneada de la Cíbolo.

Cuantos antecedentes se quieran buscar deben resultar contrarios a un hombre cuyo corazón está tan corrompido del interés como distante de la verdad; Yo he sido su único defensor y continuaría este empeño si viera guardada con sinceridad la paz que me pidió en las márgenes del río puerco el día 10 de julio de 1787, porque ella en este último caso debía producirnos efectos más ventajosos que los que se pueden sacar de la destrucción de los Lipiyanes, pero infringida con perfidia, hace robusto el cuerpo de nuestros enemigos, les da un retirado asilo que por miedo de los Comanches no tomarían sin semejante protección, y en una palabra, causa daños graves y trascendentales que se deben cortar de raíz.

Mis opiniones duran inflexibles, todo el tiempo que carezco de fundados motivos para variarlas, pero cuando los encuentro, lo verifico sin dificultad: Sé bien la responsión justa que tendría si las siguiese con tema, y la obligación en que existo de abandonarlas cuando resultan perjudiciales: Y por lo mismo me verá Vuestra Excelencia declamar en lo sucesivo contra el caudillo principal de la Apachería de Oriente, a quien defendí "ínterin" creí legal su procedimiento.

Las utilidades que yo deduje de la paz del Lipiyan, consistían efectivamente, en que su ubicación al frente de la Provincia de Coahuila mantendría distantes de ella a los Comanches, y en que conservada con integridad, podría concurrir a la ruina de los Mezcaleros, Sendes, Nit-ajendes, Cachu-endes y demás indios guerreros comprendidos bajo el genérico nombre Apache; Pero con la infracción que le está averiguada, seria error craso el conservar sobre nosotros un enemigo continuo y seguro por libertarnos de ??????????? y problemático; Y dar al mismo tiempo los Lipiyanes un asilo a los Mezcaleros, que justamente ha negádoles Vuestra Excelencia en todas partes.

Aquella máxima de piedad o de libertad con que hemos considerado a los indios gentiles para su entrada a la dominación Española, mantiene de muchos años a esta parte un cuerpo armado al frente de los establecimientos internos de la América Septentrional que cuesta demasiados millones al Estado, y que haciéndole una guerra feroz e inhumana en que no encuentran partido los vencidos, da derecho a Su Excelencia no tan solo para reducirlos, sino para destruirlos: Ninguna ley se ha interesado hasta ahora en la defensa de tan barbaras parcialidades; Ni las demás naciones cultas de Europa habrían llegado a lograr la sujeción de sus indios si la consideración que han tenido con ellos hubiese sido igual a la nuestra.

Ilusorias en efecto cuantas experiencias prometía la paz del capitán principal de la apachería de Oriente Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde, y comprobada por distintas partes su infracción, creo señor, que ha llegado el tiempo en que con las armas en la mano debemos tomar satisfacción de semejante conducta; No es otro mi dictamen, ni atendidas las reflexiones que Vuestra Excelencia hace en sus dos superiores oficios del 4 de junio de 1788 relativos al rompimiento de los Mezcaleros, debo creer distinto el de Vuestra Excelencia; Pero su efecto demanda ordenes terminantes.

Nada juzgo ya de mayor importancia que el quitar a la apachería esta cabeza poderosa y respetable entre la oriental, por su antigua existencia al frente de ella, por su valor bien acreditado (en que creen los indios que nadie la iguala) y sobre todo por su dominio supersticioso que los conduce a obedecerle sin arbitrio; Para lograrlo se presenta una ocasión propia la reunión de tropas que han de operar en mi próxima campaña, pues regresado Picax-ande Ins-tinsle de la carneada a que salió el 20 de enero, acaba de situar sus rancherías en el confluente que forman los ríos de San Rodrigo y San Antonio con el Grande del Norte, con que ínterin recibo las decisiones de Vuestra Excelencia sobre tan interesante particular, me dedicaré a conservar la reunión de los capitanes indios Mezcaleros que aun le siguen y a que experimenten el golpe que propongo a Vuestra Excelencia cuantos no sean Lipanes.

Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia los dilatados años que le pido y necesita el Reyno de la Nueva España. Valle de Santa Rosa, 20 de abril de 1789.

Excelentísimo Señor Virrey Don Manuel Antonio Flores

Juan de Ugalde

(Rúbrica)

relato IV

No 141. El Comandante General de las Provincias Internas del Oriente: Da parte por extenso de la presa y muerte de indios enemigos que ha hecho en el Valle de Santa Rosa, y remite el estado en que se contienen sus clases y sexos, recomendando a los sujetos que se han hecho dignos de ello.

Exmo Señor

En oficio No 121 de 26 de diciembre del año próximo anterior, dije a Vuestra Excelencia que llamado por mí, el capitán Lipiyan Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde, acababa de tener noticia de que ingresaría en este Valle dentro de ocho días.

El 31 del mismo mes, a las diez y media de la mañana lo verifico seguido de un indio Lipiyan, dos capitanes Lipanes, y nueve indios principales de esta ultima nación, y escoltado del alférez 2º del presidio de Aguaverde Don Casimiro Valdés, un cavo y siete soldados de la compañía que le guarnece, habiendo sido recibido por mí con el aprecio y demostración de jubilo que experimente en la anterior visita.

Deseaba yo la concurrencia de este indio, para reglar sus operaciones en mi próxima campaña, pero como desde el instante en que llego me dijo que lo había verificado por solo obedecerme, y que le importaba regresarse sin mayor retardo a la carneada de cíbola para la que tenia citada la lipanería, y los capitanes de su nación que había dejado en el río Puerco; me contente entonces con estrecharle que la emprendiese breve, y que terminada en dos meses, volviese a este valle para que puestos de acuerdo tuviera consecutivo efecto nuestra salida a campaña.

Así me lo prometio; y dirigida después mi conversación al levantamiento y pérfida conducta de los indios Mezcaleros que en el anterior viaje había hallado de paz en el río de Sabinas, le referí sus crueles acciones con todo el golpe de ira que considere necesario para que haciéndole una impresión justa, la tuviere también de mi enojo, y creyere que solo la sangre alevosa, ingrata, de cuantos indios están comprendidos en aquella parcialidad, derramada al impulso de nuestras armas, y las suyas, seria capaz de dejar satisfecho mi dolor, y vengada su ingratitud.

No tuvieron otro objeto mis conversaciones con el referido caudillo ínterin se mantuvo en este valle, que el poseerle de todo aquel horror en que es digna la perfidia, ni se canso el tampoco de manifestarme lo sensible que le había sido la conducta de los Mezcaleros, y asegurarme que cuantos se le pusieran delante en lo subsesibo, los amarraría y remitiría presos, o si se resistían los mataría, y me enviaría las cabezas.

En el concepto firme de esta promesa, que me repitió muchas veces y le acepte yo otras tantas, en el de que mi amistad para con él era cada día más estrecha, sólida y constante, y en el irremisible en que yo había de matar o prender a cuantos indios de la paz anterior me la vinieran a pedir de nuevo, marchó Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde el día 3 de enero ultimo, dejándome a mí las impresiones en que oportuna y separadamente daré a Vuestra Excelencia cuenta.

El 15 de febrero consecutivo, a la una y media de la tarde, llegó a este valle un indio a quien los capitanes Mezcaleros, Guifre Gusya y Daxle Ilchi, conocidos entre nosotros con los nombres de Juan y Patule, despachaban solicitando permiso para acercar sus rancherías (que quedaban en la sierra del Carmen) a nuestros establecimientos, y presentárseme ellos con el objeto de dar satisfacción al levantamiento, que al principiar los calores del año anterior, habían verificado en este Valle, y tratar sobre otra nueva, mas permanente y segura.

Mirado a primera vista, en su segunda parte, el articulo 6º del manifiesto de 28 de abril de 1788 que dirigí a Vuestra Excelencia, con mi oficio No 46 de igual fecha, debía yo haber aprendido al indio que vino con esta solicitud, pero como de hacerlo así conseguía un solo hombre, y esta baja era insensible para su nación, entré en mayor proyecto, y al siguiente día le despache con el bastón de Guifre Gusya, que había traído de credencial, y una respuesta reducida, substancialmente, a que les dijese; que tendría mucho gusto en verlos; que mediante ello podrían venirse desde luego con sus rancherías; y siempre que dieren satisfacción al rompimiento de la ultima paz, les concedería otra nueva; palabras todas a que no les he faltado, ni me encuentro en la necesidad de hacerlo.

El día 23 del referido mes de febrero, a las diez de la mañana, regresó el indio que había llevado esta respuesta, acompañado del capitán Guifie Gusya, quien hincado a mis pies hizo entrega del bastón que tenia desde la paz, manifestando aquel arrepentimiento que injustamente creído por nosotros les ha dado a ellos proporción para repetir sus perfidias, conocimiento de las poblaciones que no podrían inspeccionar de guerra, instrucción en el manejo de las armas de fuego de que con el mayor dolor miro llenos, y otras infinitas ventajas que nos serán sensibles hasta el instante mismo de su total exterminio.

Inseparable de mi memoria, el rompimiento que los indios Mezcaleros verificaron en el río de Sabinas el día 8 de abril de 1788, fijaba la vista sobre un hombre que indigno de nombrarse así había sido caudillo de la acción más pérfida e ingrata que ha tolerado la humanidad; miraba a mis pies una fiera devoradora, cuya vida iba a dilatar con agravio de las leyes divinas y humanas, y con no poco riesgo en el logro de la más completa satisfacción que me conducía a hacerlo así, pero a pesar de tan justos sentimientos venció el interés, y alzando de el suelo a Guifie Gusya, le deje no tan solo en libertad, sino poseído de toda aquella confianza que era precisa para llevar a efecto mis ideas.

Desembarazado de este primer acto, dispuse se le diese de almorzar al referido capitán y al indio que le acompañaba, y cuando lo hubo verificado, le pregunté el paraje a donde dejaba su ranchería, la consistencia de ella, y el motivo porque habiendo Daxle Ilchi (Patule) unidosele para pedir la paz, no le acompañaba en esta ocasión; a lo que me contesto, libre ya de su primer sobre salto, diciendo que la ranchería la había dejado en el presidio abandonado de la Bavia, con orden de que se viniese poco a poco hasta el Oso; que solo se componía de veinte y tantas personas; y que Daxle Ilchi se había quedado con el fin de cuidarla y también por que ya con el hecho de venir a presentársele había entrado algún miedo.

Consecutivamente quiso este caudillo hablar de su levantamiento, pero como yo deseaba no enojarme con él, y era difícil oírle sin que subcediere así, interrumpí sus deseos diciéndole; que de aquel particular trataríamos mas despacio; que se pasease, visitase a sus amigos y estuviese sin cuidado alguno.

El día 24 en la noche le dijo al interprete el indicado capitán, que quería hablar conmigo, para irse en el siguiente a encontrar sus rancherías, y otorgado así, concurrió a verificarlo después de las ocho, siendo su principal objeto el de dar satisfacción al levantamiento que habían verificado, en el instante mismo en que acababan de reunirse con sus rancherías los capitanes e indios que obtuvieron permiso para acompañarme hasta el paraje de los ahorcados y la villa de San Fernando al emprender el reconocimiento general que verifique sobre las provincias de mi cargo en el año próximo anterior de 1788; y en efecto, empeñado en hacerlo así, trato sobre el particular algo mas de tres horas, sin otro logro que el de haberme hecho conocer que no tuvieron motivo alguno para semejante procedimiento.

No funda su fuga este caudillo en otros principios que de los que habiéndome ido yo, le aseguraron en la villa de San Fernando y también en este valle, que ya no había de volver, cuya noticia dice que comunico de regreso con el capitán Lipiyan Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde, y que habiendo conferenciado largamente sobre el particular le había hecho saber este caudillo que la paz de los Mezcaleros en Santa Rosa, yo el capitán que los había obligado a pedirla, no les podía rendir cuenta; que él estaba resuelto a quebrantar la suya al instante; y que lo mismo debían hacer todos los demás en un tiempo en que libres ya de mis campañas, podían hacer nuevas incursiones, llevar a ellas mucha más gente y traer unos robos tan cuantiosos como el de Daxle Ilchi cuando se avanzo hasta Savana Grande y Gruñidora; que persuadido con estas y otras razones, de las muchas impendidas por el capitán Lipiyan para conmover la paz de los Mezcaleros que la tenían en este valle, le ofrecieron él, El-lite, y otros varios indios que se hallaban allí, quebrantarla, y que en efecto lo pusieron en practica a los trece días de mi salida de la villa de San Fernando, sin animo de hacer daño alguno, pero que como entre ellos hay también hombres de mala intención, y cada uno gano por diferente parte, en el acto de ponerse en fuga, se bajaron seis indios al paso del Astillero, y verificando ahí la muerte del soldado y vecinos que le acompañaban, cruzaron el río de Sabinas para hacer otras de esa banda, y lléndose por los Oballos, Sardinas y Cuatrocienegas, repitieron varios en estos parajes, y se llevaron una porción de caballada.

Toda esta narración la tome yo con aquella indiferencia que me había ya propuesto para el logro de mis ideas, pero comprendido en ella el capitán Picax-ande, de quien he dicho ya que hablare a Vuestra Excelencia oportuna y separadamente, hice a Guifie Gusya varias preguntas relativas a él, que satisfechas expresare entonces, y eran ya las doce de la noche trate de concluir por entonces nuestra conversación, diciéndole que enterado de cuanto me había manifestado, extrañaba solo el que se hubiese atrevido a volver a pedirme la paz, después de un rompimiento como el que sin ningún motivo verifico, y que por lo mismo deseaba que me dijese con verdad el motivo que lo obligaba a hacerlo así.

No se detuvo en contestarme, pero me dejo bastante en que pensar después de haberlo hecho, porque dividió su respuesta en tres distintas partes, dignas cada una por si de la noticia de cuantos suponen sin reflexión, para el manejo de los intereses propios, a la nación Mezcalera que en el concepto común esta graduada de barbara, y lo es sin duda, atendidas con generalidad sus costumbres.

El no querer ser objeto de una guerra cruel y sangrienta como la que sabia que iba a experimentar (dijo Guifie Gusya) que era el motivo primero para pedirme la paz; que el segundo consistía que El-lite desde las bacas (donde se hallaba con los Lipiyanes) acaba de enviarle a avisar que yo había vuelto otra vez a Santa Rosa, que habiendo venido su gran capitán Picax-ande a verme, fue muchas veces testigo de mi irritación contra los Mezcaleros de la paz, y que le había ofrecido no tan solo no volberselas a dar jamas sino matar o prender a cuantos se la pidiesen; pero que no obstante inclinado el mismo El-lite, Daxle-ilchi, y él, a correr este riesgo, se había resuelto a enviar por delante el recado que había traído el indio, y venirse después él, fiado en la humanidad que experimento cuando le ataque, herí, y destruí en la sierra de Los Chizos, y en el afecto sumamente grande que le manifesté durante la paz; que el tercero consistía en estar ya cansado de ver que no se había tenido consideración a la repetida infracción de sus paces, para concederle otras nuevas.

Esta es la substancial respuesta que con expresión de mis difusos pasajes dio el indicado caudillo a mi pregunta, y no es otra la que despedido él, a la una y media de la noche me hizo leer a aquellas horas, lo que con mis sólidos fundamentos se sirvió Vuestra Excelencia decirme en la 6ª parte de su superior oficio de 4 de junio último, respuesta al mío No 46 de 28 de abril anterior, y lo que sabiamente contiene en sus cinco precedentes artículos.

La mañana de 25 de febrero reitero al interprete el capitán Guifie Gusya su intención de regresar a incorporarse con la ranchería que suponía ya en el Oso, pero como nada se le había dicho sobre admitirle o no, suspendió la marcha hasta que llamado por mí, le hice saber que me hallaba en ánimos de concederle otra paz pero que era preciso que fuese bajo de unas seguridades muy distintas que las que había habido anteriormente; que se regresase y enviase a llamar a todos los capitanes e indios que quería comprender en ella; que conforme fueran llegando las rancherías se situaran en la cabecera de la ciénega existente en las vertientes de este valle, a la distancia de un tiro de fusil de sus ultimas casas; que reunidos ya todos los que deseaban la paz, destinaríamos un día para arreglar las condiciones de ella; que los que no se pudiesen conformar con las que yo pensaba proponerles, se irían otra vez; y que los que quedasen los llevaría a un paraje que tenia escogido en las inmediaciones del río de sabinas, donde quería situarles para que guardasen la paz, asistidos de lo que hubiesen menester.

Gustoso oyó mi determinación Guifie Gusya, y no pensando en mas que irse para traer a sus compañeros, lo verifico a las once del día, con la completa satisfacción de haber vuelto a recibir de mi mano el bastón que me había entregado al presentarse, y palabra que empeño muchas veces de corresponder agradecido al favor que nuevamente se le dispensaba.

Desde el día 26 de febrero hasta el 5 de marzo estuve esperando su regreso sin que se me presentase indio alguno, pero el 6 de este ultimo mes lo verificaron dos, a los cuales siguieron el 7 los capitanes Guifie Gusya y Daxle Ilchi, con la mayor parte de la gente de sus rancherías, y como desde este día al 14 verificaron lo mismo varios indios e indias que los seguían, gaste yo todo este tiempo en conferencias con el segundo de dichos capitanes, que es el Patule, cuya natural desconfianza y autoridad para con su nación, fueron antecedentes que sabidos por mi desde la paz asada, me condujeron al logro de un lance que hubiera sin duda desgraciádose, emprendido sin ganar el corazón de este sagas caudillo.

El 17 llegó el capitán Dax-ate con la ranchería que le sigue, y el 18 verificó lo mismo El-lite, avisando dejar la suya en el Oso, y que quedaba en ella Jacolk-su, indio de sobresaliente espíritu entre la apachería, que muerto el capitán Datufindañe había subcedídole en el mando de su gente, pero que esta la tenia en la actualidad con el Lipiyan, y que no pensaba traerla hasta ver si se ajustaba o no a la paz que venían a proponer.

El soldado interprete Joaquín Gutiérrez, por cuya boca hablo diez años hace a la apachería, ignoraba absolutamente mis designios, pero como tenia ordenes para observar muy de cerca los de los indios, y con este fin dormía todas las noches en la ranchería, me daba parte diariamente de lo que ocurría, y lo hizo en la mañana del actual, manifestando que observaba una inquietud grande en los apaches; que eran frecuentes y bien recatadas las juntas de sus capitanes; que echaba de menos en ellos aquel genero de sencillez con que hasta mi propartida de este valle se habían manejado en la paz pasada; que a mas de venir completamente provistos de armas de fuego, y arrojadizas, fabricaban diariamente muchas de estas ultimas; que entre los indios que hasta ahora se habían presentado, apenas había uno que no fuese de los acreditados por su espíritu; que incompletas las rancherías no parecía sino que de intento estaba escogida su gente; y que en fin, él me lo avisaba todo porque había llegado a darle en el corazón que esta gente venia con designio de matarme.

Deseando yo separar de todo recelo al interprete, tire a que disuadido de su concepto, continuase quedándose de noche en la ranchería, pero no logre lo primero pero si lo segundo, pues me dijo que seguiría sin novedad en ella porque no hacia él nada en arriesgar su vida cuando siendo la mía de tanto contra pero para los indios la estaba mirando en un peligro evidente; que él dormiría con mucho gusto en la ranchería, pero que me pedía a mí con el mayor encarecimiento el que me precaviese para tratar con ellos; que no les permitiera viniesen a hablarme de noche; y en fin que pusiera una guardia en mi casa, donde no la he tenido nunca, con el justo deseo de dar a la tropa el alivio posible, las pocas ocasiones que existe en el cuartel.

Como mis designios distaban mucho de la paz, a que el interprete los suponía inclinados, y toda novedad era preciso que los dejase sin efecto, me resolví a no hacer ninguna, creído justamente de que estaba obligado a despreciar los más evidentes riesgos cuando pendía de ellos el mejor servicio del Rey; bajo del cual concepto, sirvieron solo los avisos de este fiel soldado, de eficaces agentes para acercarme a la ejecución de igual hecho que el que, sin duda, traían pensado los indios.

Convidados a comer, los cuatro capitanes existentes ya en este valle, el referido día 17 de marzo, en la mesa que inmediata a la mía se les ponía durante la paz anterior, concurrieron todos a ella, y habiendo disfrutado de sus manjares, con la satisfacción adquirida entonces, aproveche esta ocasión para decirles que yo no debía dilatar mi salida a campaña y que antes de ocuparme en los preparativos de ella, quería ver junta toda la gente de la paz, hablole en el modo en que ya le había manifestado a Guifie Gusya y a Daxle Ilchi, que quería lo guardasen y llevarlos a donde habían de fijar sus rancherías; que para hacerlo así esperaba solo el ingreso de la de El-lite; y que por lo mismo se lo advertía, para que diesen providencia de traerla, y pudiese yo, desembarazado de esta ocupación, dedicarme a otras muchas que eran precisas, para salir a cuantas naciones hostilizaban impunemente nuestros establecimientos.

No les agradaba a los indios la prisa que yo les daba, y por lo mismo procuraron retardar su unión, con el pretexto de esperar a Espina (que en la Vizcaya llaman Cuerno Verde), Vigotes el bermejo, y otros capitanes a quienes habían quedado en avisarle para que viniesen a comprenderse en la paz. Pero como con esta y otras dificultades que proponían para reunirse, iban confirmando lo que el interprete tenia anunciado, les ataje esta salida con la oferta de que establecidos ya ellos donde debían estarlo, reuniría después a los demás que vinieran, siempre que conociese que podían subsistir con igual sosiego que el que me prometían de los que encontrasen ya admitidos.

Cerciorados, pues, de mi resolución y sin arbitrio para postergar por mas tiempo la junta, que aun no deseaban, se conformaron todos en verificarla cuanto antes, y resolvieron el que el capitán El-lite marchase al siguiente día a traer su gente, que tenia ranchada en el Oso, con cuya oferta se retiraron los cuatro capitanes y once indios que los acompañaban, al paraje inmediato en que desde el principio se les había mandado acampar.

En la noche del indicado día 18, repitieron su visita Guifie Gusya y un hijo del capitán Volante, que había llegado con El-lite, quienes se mantuvieron en conversación conmigo desde las siete hasta las diez, sin otra asistencia que la del interprete, pues como hasta entonces los había recibido en esta forma, no la quise alterar creído de que si lo hacia pudiese malograrse un lance que en cada paso prometía mejores esperanzas, por lo cual pude únicamente prevenirme de un par de pistolas de bolsa bien cargadas, y un puñal que ocultaba sin ningunos indicios.

Como habiendo llegado pocos días antes la remonta hecha en la colonia del Nuevo Santander, por el teniente Don José Antonio Serna, subsidia lo mismo con veinte hombres de cada uno de los presidios de la provincia de Coahuila, que debían recibir dicha caballada, y todas estas tropas las tenia, de intento, aguardadas en los cuatro ángulos del valle. Di la mañana del 19 mis ordenes para que inseparables de sus respectivos puestos, se mantuvieran en ellos sin aparato capaz de causar recelo en los apaches presentados de paz; para que la guardia del situado de la compañía de la Bavia se reforzase con quince hombres sobre treinta y cinco que ya tenia; y que doblando la de la remonta, estuviesen todas, sobre una muy particular vigilancia, pues aun que los indios que se hallaban reunidos y los que estaban bajando, no presentaban ninguna malicia (así quise precaver las que se pudiesen inferir de semejantes prevenciones) nunca era por demás el cuidado en semejantes lances.

En el precitado día 19 y el 20 repitieron los capitanes y gandules apaches en sus visitas, verificándolas unos por la mañana, otros a medio día y en la tarde, y quedándose siempre dos o tres para hacerlas en la noche, pero pasados ellos sin novedad, llego el 21 Jacolk-su, con otro hijo de Volante, dando noticia de que lo verificaría sin mayor retardo El-lite y su ranchería.

La presencia de este moderno capitán era regular, pero su desembarazo y engreimiento, correspondían al crédito que le daban todos los demás: no bien hubo llegado cuando quedándose solo conmigo y el interprete, me dijo que era él, el que mandaba a aquellos indios, por cada una de cuyas cabezas había yo ofrecido al capitán Lipiyan Picax-ande Ins-tinsle, cuatro caballos con sus frenos, pero que le había costado poco mi promesa, porque sabia muy bien que hombre a hombre, no había entre la apachería quien se la cortara; proposición que lejos de enfadarme produjo en mi unos efectos sumamente contrarios; sin embargo le dije que se hermanaba muy mal el espíritu de que blasonaba, con el hecho de venirme a pedir la paz, y que mediante ello, esperaba que me informase de los motivos que tenia para hacerlo así; de lo cual, verificando mi pormenor, no deduje otra cosa que la primera en que Guifie Gusya fundo su nueva presentación, respecto a que concluyo sin agregar mas de el deseo positivo que tenia de conocerme.

Ningún indio fue mas constante en visitarme que este; lo hacia, dos, tres, y cuatro veces al día, y sin embargo repetía su concurrencia en la noche, cuyo hecho puso al interprete en la firme creencia de que era este capitán el destinado a matarme; no asegurare yo jamas otro tanto, pero si podré decir que llegue también a presumirlo; y que sin duda es esta una de las muchas veces que gustosamente me he entregado al peligro por servir al Rey como es justo, y dar a Vuestra Excelencia este nuevo motivo para que reitere a Su Majestad la suplica a que literalmente se contrajo en su segunda parte, el 10º articulo de mi representación particular de 14 de agosto de 1788, cuya satisfacción me hará, Señor, servir lleno de gusto, los pocos años que puedo ya vivir.

En el día 22 hubiera yo hecho efectivos mis deseos, si no lo hubiese impedido El-lite, que se dilataba con su ranchería, pero habiendo por fin llegado la mañana del 23, convide a los cinco capitanes, y a todos los indios de consideración que estaban ya reunidos, a que comiesen en mi casa aquel día, y después de haberlo todos verificado, les repetí las atenciones de que me hallaba cercado, diciéndoles consecutivamen; que ellas me obligaban a darme prisa en el ajuste de la actual paz; que por lo mismo tenia resuelto hacer la junta en el siguiente día, y que a ella debían concurrir todos los hombres, todas las mujeres, y todos los muchachos, que para que su ranchería estuviese cuidada en el interin venían, enviaría yo primero un sargento y cuatro soldados de confianza, y que pues debían de traer sus caballos para marcárselos, creía no les quedaba embarazo que obligase a dejar de asistir todos, pero que si acaso lo pulsaban, me lo propusieran, para ocurrir a el.

No se les ofreció ninguno, antes admitiendo gustosos la oferta de la tropa que había de cuidar su ranchería interin ellos venían, se comprometieron a asistir todos, sin otra duda que la de que lo pudiesen hacer dos que andaban en solicitud de unas bestias perdidas; pero como ya no era tiempo de pararse en este pequeño inconveniente, le desprecie diciéndole que estos habrían ya venido para el siguiente día, y cuando no importaba poco el que faltasen, cuando los demás bastaban para decirles lo que se había tratado, y ellos tenían tiempo después para manifestar su conformidad, y el arbitrio de irse si no les acomodaban mis proposiciones.

Convencidos ya en el todo, marcharon los indios para su ranchería a las cuatro y media de la tarde, y yo principie en la misma hora a disponerme para el golpe que días hace les preparaba.

Con ciento y once hombres era con los que podía contar en el, porque aunque regulada en su fuerza la compañía que guarnece este valle, y hecha la misma cuenta para con las partidas de Monclova, Río Grande, Aguaverde, y Primera Volante de la Colonia, había el total de doscientos cinco hombres, estaban empleados en las guardias del situado de la Bavia, en la de la caballada de remonta, y en la de prevención, noventa, y había enfermos cuatro, que por demasiado gravados no pudieron concurrir a la ultima de estas.

A la oración, di la orden para que las tropas continuasen sin separarse de sus puestos en el siguiente día; que los soldados de la compañía de la Bavia, que por casados no se acuartelaban, durmiesen en el que les respecta, y que todos los oficiales existentes en la guarnición, se hallasen en mi casa a las diez de la noche.

Distribuida esta orden se me presentaron a la hora citada los tenientes Don Juan Cortes, Don Josef Antonio de la Serna, Don Nicolás de Cosio, y Don Josef Antonio Múzquiz, y los alféreces Don Miguel Fco. Múzquiz, Don Josef Fco. De Sosaya, Don José María de la Riva, Don Casimiro Valdés, y Don José Manuel de la Garza, a quienes descubierto el secreto que hasta entonces solo había fiado a Don Fco. Ignacio de la Peña (sujeto único que en el 5º párrafo de mi oficio No 137 de 23 de febrero próximo anterior, dije a Vuestra Excelencia, trabaja a mi lado, con puntualidad y recomendable esmero) manifesté consecutivamente, el método que me tenia propuesto para logro de un golpe, en que justamente se interesaba el servicio del Rey y el bien general de las Provincias Internas.

Instruidos no una sino muchas veces estos oficiales, de los objetos a que en el debían atender, del cuidado con que era preciso se ocultasen, y del repique de campanas que había de servir para que las partidas destinadas a rondar la circunferencia del valle, principiasen ha hacerlo, y las que estaban dentro ocultas se preparasen para operar de allí a pocos instantes; amaneció el martes 24 de marzo, sin que en mi concepto faltase prevención alguna que hacer, ni otro objeto que el de los apaches contra quien todas se dirigían.

Ocultos en cuartos comunicables con cinco avenidas interiores que tiene el espacioso zaguán de la casa de mi morada (donde con mas frecuencia les hable en la paz anterior), puse treinta y cinco soldados escondidos para que con pistola casada y belouque en mano se tirasen sobre la indiada, cuando Don Francisco Ignacio de la Peña se lo mandasen de mi orden: En el calabozo del cuartel de la compañía de la Bavia, se ocultaban diez y seis hombres con orden de al obtener la señal que estaba acordada, y había de hacer y había de hacerles el mismo dependiente mío, ocupasen la puerta principal que del zaguán cae a la plaza, sin otras armas que las asignadas a la tropa de adentro: Doce hombres de los diez y seis empleados en la guardia de prevención, debían seguir, también a pie a la anterior partida para que empleada aquella dentro del zaguán, cubriese esta la puerta exterior: Y cincuenta y cinco, que ocultos a caballo en los patios de varias casas del valle, habían de apostarse al repique en las cuatro bocacalles de la plaza, tenían por fin orden de formar una media luna sobre el frente del mismo zaguán, cuando el referido dependiente les avisase de ser hora, con la señal de un pañuelo blanco de que igualmente estaban anticipados.

Escondida la tropa en esta forma, corría la mañana del 24 sin que por ninguna parte pudiesen los indios, que desde bien temprano paseaban el lugar, tener el mas leve indicio de mis intensiones, punto en que justamente consistía el logro de este golpe, pues no contentos los capitanes Guifie Gusya, Dax-le Ilchi, y Jacolk- su, con haber desparramado a todos sus gandulitos por el lugar, le pasearon ellos dispersos en la calle, y se regresaron a la ranchería después de haberlo hecho así.

A las 9 despache a cuatro soldados a cargo del sargento de la compañía de la Bavia Nicolás de Abendaño, para que se encargaran del cuidado de la ranchería, y dando el repique prendiesen o matasen a cuantos indios se presentaran en ella, con el refuerzo que a su tiempo le mandaría, y a José Antonio Cadena, que igualmente lo es de la de Monclova, para que como inteligente en la lengua apache les avisase de que ya los esperaba, y se viniese con ellos.

Poco tardo el capitán El-lite en entrar en la plaza acompañado de su mujer e hijos, y la caballada que le era propia, y como a el le siguieron sin intermisión los demás, no eran aun las diez y cuarto cuando volvió el sargento cadena (con un indio enancado) dando parte de que ya no quedaba ninguno en la ranchería, pero siendo así que todos estaban ya en el valle, aun no habían entrado la mitad al paraje donde debían oírme, cuyo hecho me tenia con el mayor disgusto, y obligo a que les dijese a los capitanes que se dedicasen ha hacer venir, no tan solo a todos los indios, sino también a las indias y jóvenes de ambos sexos, pues importaba que todos se enterasen de la equidad, justicia, y razón, de mis proposiciones.

Esta primer diligencia produjo su efecto, pero no completo mi deseo, porque aun se veían indios e indias que dispersamente atravesaban la plaza y andaban por las calles, lo cual volvió a ponerme en el estrecho caso, de que hablando con la mayor fortaleza a sus capitanes, les dijese: que parecía que la indiada concurría con violencia donde desde el día antes sabia que les había de hablar un hombre como yo; que esto me hacia conocer que ellos solo habían pedido la paz con la boca, pero que el corazón estaba distante de las palabras, que si no eran capaces de obligar a sus indios a que viniesen a imponerse de las condiciones de la paz, menos lo serian de hacérselas guardar; y que por ultimo, yo no quería cerca de mi, hombres que no reconocían dominio ni tenían subordinación.

Apenas hube concluido la ultima razón, cuando salió Guifie Gusya y brincando con violencia en un caballo recorrió las calles y principio a echar indios a donde yo los deseaba, y esperándole con la tranquilidad que se infiere de estar almorzando los demás capitanes, gandules, y familias, era solo Dax-le Ilchi, el indio en cuyo corazón no se conocía el sosiego. Apenas entraba al zaguán este desconfiado caudillo, cuando incapaz de mantenerse por un instante en el, salía otra vez a la puerta, miraba a todas partes, y aunque no encontraba objeto alguno que incrementase su desasosiego, daba claramente a conocer que no cabia el inquieto espíritu que le dominaba, en el estrecho ángulo de aquel zaguán.

Agolpados los lances, y regresado Guifie Gusya, conocí que no era ya tiempo de esperar mas, y que debía dar de barato cualesquiera indio o india que anduviese por el valle, cuando dentro del zaguán tenia setenta y seis piezas de todos sexos y edades, por lo que encargando el silencio, rompí en un tono suave, y por medio del soldado interprete ya referido, el siguiente razonamiento.

El día 11 de agosto de 1787 (les dije), os acordareis los capitanes Guifie Gusya, Daxle Ilchi, y El-lite (estos es Juan, Patule, y el Quemado) de que en la sala de esta misma casa admití de paz a los Mezcaleros; entonces, es preciso tengáis presente que por una y muchas veces os dije; que yo nunca había tenido amistad con esta nación, pero que para conocer su palabra y fe, celebraba aquella, advirtiéndoles que si la quebrantaban, no les daría jamas otra; después deben acordarse no tan solo aquellos capitanes, sino Dax-ate y cuan todos los indios e indias que ahora me oyen, de que antes de darle ración cada ocho días, les decía; que viviesen con quietud; que me pidieran cualesquiera cosa que hubiesen menester, para que no deseando nada, olvidasen aquella pésima costumbre de robar, con que se habían criado, que antes de irme al reconocimiento de las provincias, estuve tres días repitiendo os mismos consejos; y las ventajas que lograban con la paz; y que no contento de esto, fui al paso de Peñitas (ya de marcha para visitar al Lipiyan) donde estaban todos ranchados; que deteniéndome allí un día con ellos, les volví a imponer en lo que tantas veces les había dicho, advirtiendo que si el teniente Don Juan Cortez (encargado de cuidarlos durante aquella ausencia) les faltaba en alguna cosa, tuvieran paciencia hasta mi vuelta, seguros de que avisándomelo entonces le castigaría, y que por ultimo, han sin duda olvidado el que en este zaguán, en la sala de mas adentro, y en el paso de Peñitas, les dije infinitas veces, que si quebrantaban esta paz, no me creyesen nunca, porque a mas de hacer continuas y muy largas campañas, había de procurar engañarlos, por cuantos medios lo pudiese conseguir, para matarlos, aprenderlos, y cargarlos de grillos.

A tal estado llegaba (ya con algún acaloramiento mío, y fermentación de los indios) el razonamiento que les hacia, cuando advertido Don Francisco de la Peña de una seña que le tenia asignada, salió a la plaza e hizo la respectiva para que en la iglesia se rompiese el repique de preparación, que oído sin ningún retardo, sirvió de que enfureciéndome yo mas y mas, hiciese retirar la silla en que estaba sentado, y de que aproximado a los capitanes, los exigiese a que dieran un publico testimonio de los motivos de su levantamiento; que los declare Guifie Gusya; que los exponga Daxle-Ilchi; que los confiese El-lite, les decía yo con todo el esfuerzo de mi voz, sin que en la respuesta de cada uno se oyese otra que la general y unánime de no haber tenido motivo alguno para levantarse, que únicamente lo habían hecho porque me había ido yo; y porque supieron que yo había vuelto, la venían a pedir de nuevo.

De esta manera se hallaba embebida la atención de los Mezcaleros, interin que prevenido mi referido dependiente de que no volviese de la seña del repique hasta que la tropa de a caballo hubiese ocupado las bocacalles, entro y me dijo que todo estaba ya pronto. Entonces mandándole que hiciese salir las partidas de a pie y formar la media luna a la de a caballo, di el preciso lugar para que lo previniese así, y sin haber dejado nunca de hablar insitadamente a los indios, saque con la mano izquierda una pistola y con la derecha un puñal, y volviéndome a tirar con violencia sobre ellos, les principiaba a intimar, que era aquel el instante preciso en que había de quedar vengada la sangre de tantos inocentes, que impunemente habían derramado, cuando abocadas a un perfectísimo tiempo todas las partidas, tire la pistola y el puñal al suelo, y agarrando un palo delgado que los apaches mismos traían, les dije; que no necesitaba las armas para nada, que aquella sola vara colocada en mi invencible brazo, era suficiente para destruir a cuantos indios tenían la osadía de oponerse a las armas del Rey en Provincias Internas, y que a así escogiesen el partido de quedar prisioneros, o morir luego al punto.

Poseídos de un terror pánico los Mezcaleros, no me pedían ya otra cosa que el que mandase a los soldados suspender el impulso de la pistola o el belouque que cada uno tenia sobre si, y que de sus personas y familias hiciera lo que me pareciese, pero como importaba aprovechar el tiempo, y que no volvieran sobre si, agarre yo mismo a Guifie Gusya y Daxle Ilchi a quienes unidas las manos, les hice poner unas esposas de candado; y sin detenerme un instante, hací de la derecha a Yacolk-su y diciéndole que también a el por guapo le quería prender yo, le empareje con El-lite, y asegurados estos dos capitanes con otro par de esposas, mande por fin a los oficiales y tropa que siguiesen en la misma operación hasta concluir con todos.

Ocho hombres de los de a caballo hice en el mismo instante que marchasen a reforzar la ranchería, y que otros tantos mandados del alférez Don Miguel Francisco Múzquiz, fuesen en fuerza de carrera a un paso contiguo a el paso de Longoria en el río de Sabinas, con orden de prender o matar dos indios que acababa de ver ahí un vecino, y como aun me quedaba tropa a caballo, dispuse también que veinte y cuatro soldados con sus cavos, fuesen en pequeñas escuadras a recorrer las calles de la población, para hacer efectiva igual orden que la que acababa de dar a Múzquiz, con cuantos apaches encontrasen errantes por ellas.

En todas partes se obraba con viveza, pues dadas estas precisas ordenes desde la puerta del zaguán, volví mi atención a los indios que se prendían dentro, y encontré ya con esposas a cinco capitanes, y veinte y tres gandules de guerra que amenazaban peligro en cualesquiera descuido, cuyo numero total de veinte y ocho hombres hice pasar a la cárcel y engrillar sin ningún retardo, para completamente asegurados, cesase mi cuidado en aquella principal parte.

A la seguridad de las indicadas veinte y ocho piezas, siguió la de seis gandules medianos, seis párvulos, veinte y nueve mujeres, y siete muchachas, cuyas operaciones se vieron terminadas con la mayor felicidad a las dos de la tarde, sin que de la gente reunida para pedir la paz, se fuesen otros indios que dos que se quedaron sin entrar al zaguán.

En la propia hora regreso el alférez Don Miguel Francisco Múzquiz con la partida de su cargo y las cabezas de dos indios que habían dado mérito a la salida del referido subalterno, este dio parte de que a su ingreso en el rancho se hallaban los gandules que iba a buscar, dentro de la casa, pero que conmovidos a vista de la tropa, y negados a todo partido, no les sirvió de embarazo el encontrase sin sus propias armas para hacer una resistencia furiosa; el uno se hizo de una lanza que casualmente había en el rancho, y con ella y una macana trato de vender su vida a buen precio, y tomando el otro una hacha, se opusieron desde adentro a la tropa que obraba fuera.

La resistencia fue obstinada, porque desesperados los indios en la casa, salieron ya llenos de heridas, fuera, y sin querer rendirse a la superioridad de ocho soldados mandados por un oficial lleno de espíritu, cuya fuerza veían aumentada con varios vecinos armados, que desamparando el rancho, se les habían incorporado, hirieron a uno de estos, haciendo llegar su defensa hasta el punto mismo de morir.

No habrían experimentado esta ultima suerte si se hubieran rendido como el alférez Don Miguel Francisco Múzquiz les propuso desde el principio, pero interminable por otro medio que el de la muerte el carácter feroz de esta nación, da en cada reencuentro que se le ofrece, un nuevo testimonio de semejante verdad.

Con este hecho se coronaron las ventajas conseguidas por las armas del Rey en el valle de Santa Rosa, el día 24 de marzo del año actual de 1789, y se dio un golpe a la apachería Mezcalera, el mas formidable que ha experimentado desde que nos hace con rigor la guerra, pues perdidas las setenta y ocho piezas, cuya importancia y clase y sexos instruye por menor el estado adjunto, necesita pocos de igual tamaño, para que vean las provincias consumadas una obra, en cuyo retardo consisten sus mas aflictivos males.

Los oficiales y tropa que he mencionado y tomaron parte en tan interesante logro, desempeñaron con la mayor exactitud los objetivos a que respectivamente fueron destinados, y por lo mismo tendré cuidado de proponerlos a Vuestra Excelencia con oportunidad, para los empleos y acensos a que por este, sus anteriores, y subsecuentes servicios se hagan dignos.

Ninguna precaución tuve por demás en un lance en que cuantas hay, me parecían pocas para asegurarle; desconfié de todos hasta el instante en que ya no podía obrar solo; únicamente he dicho ya a Vuestra Excelencia que fue Don Francisco Ignacio de la Peña, quien desde el principio sabia mis cuidados en esta parte, y el que dedicado con esmero a ayudarme en su logro, lo verifico hasta el fin, desempeñando las funciones de ayudante o edecán mío, no por falta de oficiales que lo pudieran hacer, sino porque visto por los indios siempre a mi lado, convenía así para que no extrañase cualesquiera variación en aquel acto.

Este trabajo, el que con igual reserva y exactitud esta impendiendo en otro fin de no menor importancia (que comunicare a Vuestra Excelencia por el próximo correo) y la circunstancia de haber arriesgado su vida en el acto de la prisión de los indios, sin estar obligado a ello, me ponen en la posición de recomendarle a Vuestra Excelencia, deseoso de que cuando yo llegue a proponérsele para un destino en que sea útil al servicio, se digne atenderle.

A el soldado de la compañía de Aguaverde Juaquin Gutiérrez, se le llevaron los Mezcaleros cuando tenia seis o siete años, de las inmediaciones de este valle, y habiéndole tenido cautivo muy cerca de doce, se profugó de ellos en el de 1779, y de mi orden fue solicitado para darle plaza, deseando que sirviese al Rey con su lengua y con los conocimientos prácticos que tenia, y a mi me faltaban entonces, de los terrenos ocupados por la apachería.

No herré mi concepto, porque asistiendo desde entonces, a cuantas campañas se han verificado en la provincia de Coahuila, tiene desempeñados uno y otro objeto, con logro de no pocas ventajas; le he visto en treinta y una funciones de guerra (que ha tenido bajo mis ordenes) portarse con bizarría; ha trabajado a pie en el servicio de espía con un tesón admirable; sirviendo, por fin de diez años a esta parte, de interprete de la lengua apache (que posee perfectamente) con la mayor fidelidad; pero este cumulo de méritos (envidiable por cierto) recae sobre un sujeto que, sin vicio alguno, carece de actitud para todo mando.

Por la misma razón no me ha sido posible acenderle, según debía, si ella no mediase, pero como no la juzgo suficiente, para que se vea privado de la inagotable piedad con que el Rey premia a los que le sirven bien, suplico a Vuestra Excelencia, que sobre el haber de soldado, y sin sacarle de esta clase, se sirva conferirle una pensión vitalicia de tres reales diarios, y el grado de sargento, para que con semejante gracia, mande las partidas de espía en campaña, y continúe gustoso en un servicio en que siendo de la mayor utilidad, no puede tener ventajas de otra manera.

Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia los dilatados años que le pido y necesita el Reyno de Nueva España. Valle de Santa Rosa, 1º de abril de 1789.

Excelentísimo señor

Virrey Don Manuel Antonio Flores

Juan de Ugalde

(Rúbrica)

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