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Modo en que los apaches hacían la guerra

El Virrey conde de Galvez que bien conocía a los indios y su modo de pelear, describió que:

"Los apaches hacen la guerra por odio, o por utilidad; el odio nace de la poca fe que se les ha guardado, y de las tiranias que han sufrido como pudiera hacerse patente con ejemplares que es vergonzoso traer a la memoria.

La utilidad que buscan es por la necesidad en que viven pues no siembran ni cultivan la tierra ni tienen crías de ganado para su subsistencia desde que en los Españoles encuentran por medio del hurto lo que necesitan. Cuando emprenden sus campañas, si es solo con la idea de robar, vienen en pequeñas partidas, y si es con la de destruir los pueblos, se unen rancherías, formándose en mayor numero; pero aunque sea distinto el objeto de sus empresas, el modo de conducirse es siempre el mismo y como sigue:

Formase la grande o pequeña tropa y nombran entre todos uno que los mande, el mas atrevido, mas sagaz y mas acreditado, cuya elección nunca sale errada, porque jamas tiene parte en ella la adulación, la entrega, ni el cohecho; solo la utilidad publica, y no hay nobleza heredada, favor, ni fortuna que se interponga; a este obedecen hasta perder la vida, solamente en campaña, pues en sus rancherías todo hombre es independiente.

Trae cada uno su caballo (que por supuesto es bueno), sin mas arneses que un fuste ligero herrado con cueros que preservan el casco, y que quitan con prontitud cuando llega el caso de montarlos, trayéndolos siempre del diestro hasta el día de la función; caminan de noche siempre que han de atravesar algún llano, haciendo alto en las sierras pedregosas donde no se estampa la huella para ser seguidos por el rastro; desde estas alturas dominan y registran los llanos a donde no descienden sin ser cuidadosamente reconocidos; no hacen lumbre de día por el humo, ni de noche por lo que luce, evitando en sus marchas la unión para no levantar polvo ni señalar el rastro.

En los altos o día de descanso aumentan su vigilancia desconfiados en extremo, son mas los que velan que los que duermen, por cuya razón jamas se ven sorprendidos.

Con estas precauciones y silencio se conducen hasta la inmediación de nuestras poblaciones donde las duplican y empiezan a tomar medidas para dar con seguridad el golpe, el que dirigen poco mas o menos del modo siguiente:

Puestos en altura (como se dijo) advierten la situación de nuestros pueblos, haciendas, ranchos, caballadas y ganados, indicándosela el humo, las lumbres y los polvos, por medio de estas señales que marcan el de día, se dirigen y bajan de noche a las llanuras en busca de la presa; cuando se encuentran cerca, esconden sus caballos, dejándolos al cuidado de algunos, se dividen, y cada uno por su parte se acerca lo posible para lograr el exacto y ultimo reconocimiento.

Es increíble la habilidad y destreza con que los ejecutan y las mañas que se valen para su logro; embadurnándose el cuerpo y coronándose la cabeza con hierba, de modo que tendidos en el suelo parecen pequeños matorrales. De este modo y arrastrándose con el mayor silencio, se acercan a los destacamentos hasta el punto de reconocer y registrar el cuerpo y la ropa de los soldados, que duermen. Al mismo tiempo que están en esta silenciosa tarea, se comunican recíprocamente por medio de infinita variedad de voces que contrasten exactamente, imitando el canto de las aves nocturnas, como lechuzas, tecolotes, y el aullido de los coyotes, lobos y otros animales.

Una vez que tienen explorado el paraje a su satisfacción, por medio de las mismas señales se retiran, quitan los cueros de los pies de los caballos, montan y guardando el mismo silencio hasta la inmediación en que pueden ser sentidos, embisten con tanta furia que no dan tiempo de tomar las armas ni ponerse en defensa al hombre mas diestro y de mas precaución.

De esta refinada astucia, nace que tomando bien sus medidas nunca yerran el golpe, bastando diez indios para que en poco mas de un minuto dejen 20 de los nuestros en el campo, y obligando a otros tantos a la fuga.

No se puede explicar la rapidez con que atacan, ni el ruido con el que pelean, el terror que derraman en nuestra gente, ni la prontitud con que dan fin a todo.

Quizá parecerá increíble esta verdad a quien no se haya hallado en esta guerra, pero mucho podrá inferir quien sepa lo que es la sorpresa, las ventajas de quien la logra y la inacción y fallecimiento del sorprendido a cuya enmienda no alcanza regularmente, la fuerza del espíritu, ni el ejemplo del que manda y así la vigilancia y precauciones de emplearse para serlo, pues verificada, ya no hay subordinación sino desorden y desaliento.

Basta esta corta idea de la conducta de los indios en campaña y el saber que siempre atacan por sorpresa para inferir que sus golpes son terribles y casi inevitables (pues ellos tienen constancia para esperar un mes entero la hora del descuido) y para conocer igualmente que en nuestras tierras es imposible lograr contra ellos ninguna ventaja, quedándonos solo el partido de buscarlos en las suyas donde tal vez se consiguen porque viven con mas disgusto"

 

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