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2.1.05
El peligro del 'crash' chino
WILLIAM PFAFF

Publicado en EL PERIODICO (11-12-04)

Aunque puede que el aleteo de una mariposa no sea suficiente para desestabilizar la economía internacional, bastan unos cuantos revuelos para asustar a comerciantes, banqueros y gobiernos con crisis financieras interrelacionadas. La vulnerabilidad de las economías avanzadas frente a la inestabilidad internacional ya quedó demostrada en 1914 y en 1929. El caso de la China actual, o de un futuro próximo, podría proporcionarnos una nueva demostración de ello.

Antes de 1914, imperaba la idea de que la interdependencia económica internacional imposibilitaba que se desencadenara una guerra a gran escala. Pero se demostró que esto era falso. Se comprobó que las economías internacionalizadas --globalizadas-- no impiden la guerra. Generalmente, llegado el momento, propagan el caos, no la paz.

Tomemos en consideración a China. En la actualidad, la economía mundial está más integrada que nunca. La promoción de la liberalización financiera internacional se inició en los años 90 como estrategia estadounidense para expansionar la inversión y los beneficios de Wall Street. Ello acabó globalizando el riesgo internacional. La idea procedía de Wall Street y la Administración de Clinton la asumió. Se trataba simplemente de abrir las economías nacionales a los bancos y las sociedades de inversión de EEUU. Pocos pensaron en las consecuencias que la globalización podía comportar para las economías y los sistemas financieros poco sofisticados. Pero ha conllevado mucha destrucción social y política, y también el despliegue de nuevas energías para el crecimiento en muchas naciones.

Al principio se ignoraron los peligros de la interdependencia. Fue un error. Pero puede que todavía no hayamos visto nada. En la actualidad, China es un gigantesco e inexperto actor en el teatro globalizado. La mera escala del país le proporciona una inmensa, complicada y en gran medida no regulada, o al menos no controlada, implicación e influencia sobre la economía mundial.

Los elementos de una posible crisis múltiple son bien conocidos. El primero es la dependencia estadounidense de la adquisición de su deuda pública y privada por parte de Asia. Un frenazo a esta inversión en deuda podría ser devastador para la economía norteamericana. Recientemente, Alan Greenspan conmocionó a los mercados al reconocer esta posibilidad. El frenazo parece improbable, pues los inversores asiáticos están atrapados en un dilema. La retirada de las inversiones en dólares aceleraría la caída del dólar, devaluando sus inversiones.

En segundo lugar, la economía de China depende de que Occidente, y especialmente Estados Unidos, siga recurriendo a fuentes externas de producción y a la importación de productos manufacturados procedentes de China, aunque en este sentido probablemente es el menos vulnerable de los nuevos países industriales asiáticos. Su inversión extranjera procede en su mayor parte de los chinos del exterior, que no cambiarán aunque estén fuera de China. Los fabricantes chinos son extremadamente flexibles, su mano de obra es inmensa, diversa y, en esencia, carece de poder. Esto significa que China tiene una capacidad incomparable para ofertar más a la baja que sus rivales en la fabricación de productos.

La tercera fuente potencial de inestabilidad internacional es la globalización de las compras y fuentes de materias primas de China. Las recientes misiones comerciales chinas de gran envergadura a Latinoamérica y África, y la virtual toma de control china de las exportaciones de materias primas industriales de ciertos países, como por ejemplo Australia, significan que, en el futuro, la inestabilidad de la economía china podría desestabilizar un vasto segmento de la economía mundial.

¿Es probable que se desencadene una crisis? Existen indicios de que en la actitud del mundo exterior hacia China hay cierta mentalidad de burbuja. Su economía y su importancia comercial al alza inspiran admiración y elogios a los analistas, a pesar del hecho notorio de que gran parte del crecimiento estadístico de China es debido al desarrollo inmobiliario especulativo. Las nuevas ciudades chinas podrían parecerse algún día a Florida en los años 20, o a la Costa del Sol española en los 70: hoteles inacabados y edificios de oficinas abiertos a los cuatro vientos, esqueletos de desarrollo opulento, campos de golf a medio construir esperando sus inexistentes pelotas de golf...

Sin embargo, la posibilidad de ruina política es la más significativa. Desde las manifestaciones de Tiananmen, China se ha mantenido políticamente estable, y bajo estrecha vigilancia policial, durante 18 años. Desde la muerte de Mao Zedong, la derrota de la Banda de los Cuatro y el ascenso de los reformistas encabezados por Deng Xiaoping, China se ha mantenido estable durante casi 30 años. Es el periodo más largo de estabilidad china en los tiempos modernos. Por consiguiente, para aquellos analistas económicos, agentes de cambio y bolsa, banqueros comerciales y expertos gubernamentales que no saben historia, China es un país estable.

Sin embargo, desde la apertura forzada de China al comercio exterior en 1834 hasta la muerte de Mao, la China moderna no conoció prácticamente más que inestabilidad y problemas durante un siglo y medio, así como el declive y la caída de dos dinastías, la manchú y la maoísta.

Este régimen espera su crisis política. El Partido Comunista carece de toda legitimidad ideológica y sobrevive gracias a la presencia burocrática, el poder y el crecimiento económico. La agitación política y económica están en todas partes. Uno de estos días sucederá algo. El mundo, y su economía, deberán prestar atención.



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