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Enrique
Arias
El primer encuentro
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El
primer encuentro que tuve tendría yo como 4 años de
edad y fue en mi casa, cita en la calle Virtudes número 410,
entre Manrique y Campanario, en los altos.
Estaba
en ese momento solo en mi cama; mamá había salido
a la bodega.
El
cuarto de mis padres tendría unos 6 x 4 metros, yo estaba
jugando en la cama - cuna, me incorporé sobre mis pies, y
recostado sobre la baranda me cegó de repente una luz intensa
- como un flash - que centelleó en la habitación.
Entre
la cama de mi padre y mi cuna, habían 1,5 metros de diferencia.
Allí
ipso facto, después del flash, aparecieron a mi lado, uno
detrás del otro, dos figuras.
El
cuarto imanó en ese instante, algo que jamás he olvidado,
a pesar de los 55 años transcurridos, y era que una dulzura
y amor (muy característicos) inundó el aposento, sentimiento
éste que nunca sentí, ni con mi propia madre (pienso
era el amor que Cristo nos habló en el nuevo testamento).
De
pie delante una mujer, pienso ahora que no pasaba de 24 años,
hermosa, vestida de un túnico que le cubría pies y
cabeza, de un color amarillo muy pálido; donde debieron de
existir botones o zipper desde la parte baja del cuello, como la
luz de neón, una franja de una pulgada de ancho de una línea
de oro refulgente. Se viró hacia mí y me sacó
de la cuna cargándome.
La
otra persona - asómbrense - era un ángel vestido de
blanco, era albino, con dos ojos negros como azabache. En sus manos
tenía una enorme espada (del tipo de los cruzados) de más
de un metro y medio, con la punta hacia el piso.
Le
agarré con una mano una pluma y traté de arrancarla,
cosa que no logré (era muy áspera y fuerte, de color
blanco). Él me miró fijamente, no dijo nada, ni se
rió.
Ella
me dijo que era muy hermoso, y me colmó de abrazos y besos.
Me
dijo que era Miriam. Durante todo este tiempo, no me abandonaba
esa sensación de dicha infinita, de un cariño muy
grande. Ella movía los labios cuando hablaba y yo "sentía"
su voz no en el espacio, sino en mi oído.
Debo
significar que la espada del ángel, tenía la hoja
"AZUL". Ella se sentó en la cama de mis padres,
acariciándome como una madre a su hijo, oh Dios, que dicha.
Me
besó y me depositó en la cuna, se pusieron de nuevo,
ella delante y él detrás de ella; en unos instantes
otro flash, "PAAF" y se evaporaron.
Procediendo
de una familia de la alta burguesía, al ir varias veces a
Europa, y visitar distintos castillos y salas de armas, siempre
pregunté con los Curators (conservadores) por el acero azul,
y un anciano en la sala de armas en la Torre de Londres, me manifestó
que el secreto del Oro Azul hacía más de mil y pico
de años se había perdido su aleación.
Desde
aquel cercano encuentro, cada vez que estoy en dificultades de vida
o muerte, e invoco la presencia de la madre del Señor, ella
me salva.
Continuará...
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