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Eustoquio Gómez

Versión digital del libro de Edgar C. Otálvora

Editorial Pomaire. Caracas. 1993

 En el texto se identifica al autor con las iniciales “ECO”. Las intervenciones del señor Eustoquio Gómez Villamizar y la señora Josefita Gómez de Briceño se identifican con las iniciales "EG” y “DJ”, respectivamente


 

Epílogo

 

 

Las Pláticas con Eustoquio Gómez han tenido lugar en el estudio de su casa merideña Desde las paredes han presenciado nuestras citas, las fotografías que siguen la historia de una familia, de varias generaciones, quizás del pais. Allá un retrato ecuestre del general Juan Vicente Gómez, acá, en la pared que sostiene la colección de discos de jazz, las fotografías del general Eustoquio Gómez durante su gobierno en el Estado Lara, más allá el título de bachiller de Eustaquio hijo, emitido por la Universidad de Caracas, como símbolo de sus nunca acabados estudios de medicina, pero que le valió que en 1991, quienes fueron sus compañeros de estudio lo invitaran a Caracas a celebrar los cincuenta años de la fecha en que Eustoquito se hubiera graduado de médico. En la otra pared, se mezclan fotografías de Eustoquio hijo mostrando hermosos y enormes ejemplares de pesca de altura, una foto de su hija, los hijos menores con el escenario de la casa de Gibraltar allá abajo, en la costa sur del Lago de Maracaibo

La biblioteca del estudio sirve de cobijo a decenas quizás más, de libros dedicados al tema del gomecismo En medio de nuestros encuentros, aparece algún pequeño papel, amarillento y bien doblado, que saliendo de una caja o un sobre, viene a revivir uno u otro recuerdo

Una noche cualquiera decidimos que ya está en buena parte concluido el trabajo propuesto.

Las grabaciones forman columnas sobre mi mesa de trabajo; el ‘walkman’ mueve furioso de uno a otro lado la delgada película magnética, prueba indiscutible de muchas noches de tertulia registra en el grabador.

En ocasiones nos resulta llamarlo don Eustoquio, al final un simple ‘viejo’ sirve para llamarlo. Pero cuando deja de ser un personaje de carne y hueso, para volcarse a fantasma, con una simple presencia metafísica en un audífono, deja de ser don Eustoquio Gómez Villamizar, se transforma en Eustoquito, personaje de la historia tras la cual hemos estado corriendo todos estos años.

Cuando salimos de casa de Eustoquio la neblina de Mérida, el penetrante frío de La Pedregosa nos cubre. Allá abajo está Mérida, al pie de unas moles que tantos bienes y tantos males nos han otorgado a los merideños. Allá arriba en contraste con un cielo que pretende negarnos la luz lunar, aparece la figura de los monstruos nevados. Los Andes con los andinos, con sus andinos, hijos paridos por buena madre.

Eustoquio Gómez, General, con su leyenda negra a cuestas como recuerdo terrible en las palabras de hombres y mujeres que uno encuentra en el Táchira o en Lara. El hombre que llegó a una pulpería y obligó a otro hombre a comerse unas velas y cualquier cantidad de tocino, Eustoquio Gómez, el hombre de quien se cuenta que aterrorizó desde sus años mozos los caseríos de la frontera, Eustoquio el amante de las retretas en la plaza del pueblo y quien siendo Presidente del Estado originó que algunos músicos tachirenses se fueran a Cúcuta temerosos de su autoridad sin medida. Eustoquio la máquina de barbarie del régimen andino depredador de Juan Vicente Gómez, según los antigomecistas que aún perviven. En total, Eustoquio Gómez, la leyenda que hemos descubierto en la boca de un pueblo que inventa, recuerda y cuenta.

En ocasiones nos ha invadido la curiosidad por medir, con algún grado de certeza, la barbarie asignada a Eustoquio el General. Y siempre resultan contradictorias las versiones escuchadas, las historias anotadas en los libros que lo convierten en palabra escrita.

Por otra parte está allí, tangible, medible, evaluable, su obra material. La indispensable evaluación positiva de una obra hecha bajo una visión trascendente de las cosas.

El general Eustoquio, sin el Gómez y sin el Prato, porque sólo ha existido un Eustoquio relevante en la historia venezolana, está aquí, en el monitor de la computadora, exigiendo ante la Historia, la reconsideración de su caso. No tan malo, no tan bueno, andino cambiando su condición de agricultor por la de guerrero y luego de gobernante, de civilizador, de hombre exigente con los demás tanto como lo fue consigo mismo.

Hemos localizado elementos que apuntan hacia una visión diferente de los años del gobierno andino, lo cual no deja de ser relevante.

El frío de Mérida alienta que continuemos frente a estos papeles, la evaluación final queda por hacerse.

Mérida, 1985. Miraflores, 1993.

Nota al final. Eustoquio Gómez Villamizar falleció el 16 de agosto  del año 2001. Ver artículo al respecto.

 

 

 

 

 

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