Las Pláticas con Eustoquio Gómez han tenido lugar en el
estudio de su casa merideña Desde las paredes han presenciado nuestras
citas, las fotografías que siguen la historia de una familia, de varias
generaciones, quizás del pais. Allá un retrato ecuestre del general Juan
Vicente Gómez, acá, en la pared que sostiene la colección de discos de jazz,
las fotografías del general Eustoquio Gómez durante su gobierno en el Estado
Lara, más allá el título de bachiller de Eustaquio hijo, emitido por la
Universidad de Caracas, como símbolo de sus nunca acabados estudios de
medicina, pero que le valió que en 1991, quienes fueron sus compañeros de
estudio lo invitaran a Caracas a celebrar los cincuenta años de la fecha en
que Eustoquito se hubiera graduado de médico. En la otra pared, se mezclan
fotografías de Eustoquio hijo mostrando hermosos y enormes ejemplares de
pesca de altura, una foto de su hija, los hijos menores con el escenario de
la casa de Gibraltar allá abajo, en la costa sur del Lago de Maracaibo
La biblioteca del estudio sirve de cobijo a decenas
quizás más, de libros dedicados al tema del gomecismo En medio de nuestros
encuentros, aparece algún pequeño papel, amarillento y bien doblado, que
saliendo de una caja o un sobre, viene a revivir uno u otro recuerdo
Una noche cualquiera decidimos que ya está en buena parte
concluido el trabajo propuesto.
Las grabaciones forman columnas sobre mi mesa de trabajo;
el ‘walkman’ mueve furioso de uno a otro lado la delgada película magnética,
prueba indiscutible de muchas noches de tertulia registra en el grabador.
En ocasiones nos resulta llamarlo don Eustoquio, al final
un simple ‘viejo’ sirve para llamarlo. Pero cuando deja de ser un personaje
de carne y hueso, para volcarse a fantasma, con una simple presencia
metafísica en un audífono, deja de ser don Eustoquio Gómez Villamizar, se
transforma en Eustoquito, personaje de la historia tras la cual hemos
estado corriendo todos estos años.
Cuando salimos de casa de Eustoquio la neblina de Mérida,
el penetrante frío de La Pedregosa nos cubre. Allá abajo está Mérida, al pie
de unas moles que tantos bienes y tantos males nos han otorgado a los
merideños. Allá arriba en contraste con un cielo que pretende negarnos la
luz lunar, aparece la figura de los monstruos nevados. Los Andes con los
andinos, con sus andinos, hijos paridos por buena madre.
Eustoquio Gómez, General, con su leyenda negra a cuestas
como recuerdo terrible en las palabras de hombres y mujeres que uno
encuentra en el Táchira o en Lara. El hombre que llegó a una pulpería y
obligó a otro hombre a comerse unas velas y cualquier cantidad de tocino,
Eustoquio Gómez, el hombre de quien se cuenta que aterrorizó desde sus años
mozos los caseríos de la frontera, Eustoquio el amante de las retretas en la
plaza del pueblo y quien siendo Presidente del Estado originó que algunos
músicos tachirenses se fueran a Cúcuta temerosos de su autoridad sin medida.
Eustoquio la máquina de barbarie del régimen andino depredador de Juan
Vicente Gómez, según los antigomecistas que aún perviven. En total,
Eustoquio Gómez, la leyenda que hemos descubierto en la boca de un pueblo
que inventa, recuerda y cuenta.
En ocasiones nos ha invadido la curiosidad por medir, con
algún grado de certeza, la barbarie asignada a Eustoquio el General. Y
siempre resultan contradictorias las versiones escuchadas, las historias
anotadas en los libros que lo convierten en palabra escrita.
Por otra parte está allí, tangible, medible, evaluable,
su obra material. La indispensable evaluación positiva de una obra hecha
bajo una visión trascendente de las cosas.
El general Eustoquio, sin el Gómez y sin el Prato, porque
sólo ha existido un Eustoquio relevante en la historia venezolana, está
aquí, en el monitor de la computadora, exigiendo ante la Historia, la
reconsideración de su caso. No tan malo, no tan bueno, andino cambiando su
condición de agricultor por la de guerrero y luego de gobernante, de
civilizador, de hombre exigente con los demás tanto como lo fue consigo
mismo.
Hemos localizado elementos que apuntan hacia una visión
diferente de los años del gobierno andino, lo cual no deja de ser relevante.
El frío de Mérida alienta que continuemos frente a estos
papeles, la evaluación final queda por hacerse.
Mérida, 1985. Miraflores, 1993.
Nota al final. Eustoquio Gómez Villamizar falleció
el 16 de agosto del año 2001. Ver
artículo al respecto.
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