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La nación es una realidad socio-cultural con raíces antiguas y una expresión típicamente moderna, con un inicio europeo occidental, y una extensión posterior a todo el mundo, con un profundo impacto político y una capacidad de disfrazarse, adaptarse e insertarse en las más diversas condiciones históricas, étnicas, culturales, sociales e ideológicas. De ser en tiempos antiguos y medievales un hecho característico sólo de algunos pueblos (antes judíos y griegos; más tarde ingleses, holandeses y españoles) ha pasado a ser en los tiempos modernos una característica común a toda la humanidad, tanto que la indefinición o la ausencia de nacionalidad (en el sentido de pertenencia a una nación) es vista hoy como una condición anormal e intolerable. La nación desempeña funciones fundamentales e insustituibles para significar e organizar la vida de los seres humanos: proporciona raíces, identidad, solidaridad y un destino común; es capaz de movilizar a las masas como ningún otro ideal o sentimiento lo puede hacer; estimula a la lucha social, a la defensa de la dignidad, la independencia y el desarrollo de los pueblos; soluciona los dilemas de un horizonte humano desencantado, deprivado de espíritus y dioses, ayuda a atemperar los excesos de individualismo atomístico y es un antídoto eficaz al nihilismo que impregna muchas sociedades contemporáneas. Una popular metáfora la describe como “madrepatria”, simbolizando su función de abrigo emocional “materno” para los pueblos, fundamental en tiempos de cambios acelerados, de incertidumbre, de crisis, de amenazas. En la nación, los hombres pueden unificarse en un sentir, una comunidad, una trascendencia y un destino compartido, que facilita la superación de las limitaciones personales. Pese a su importancia indiscutible, a la cantidad y calidad de funciones indispensables que desempeñan, las naciones se ven hoy calumniadas, desafiadas, pisoteadas y humilladas por élites y minorías militantes en nombre de la globalización, el neoliberalismo, el imperialismo, el multiculturalismo y el cosmopolitismo. En lugar de apreciar la gran variedad de naciones que existen como expresión de la creatividad y la riqueza cultural humana –al igual que las religiones, las lenguas, las tradiciones y las costumbres que caracterizan a los pueblos- se observan en todos lados ataques brutales contra la nación. Se destacan sus aspectos más discutibles, dudosos, limitados, arcaicos o extremos, se asume como paradigma algún nacionalismo cerrado, violento o imperialista. Se pretende, en pocas palabras, hacer caso omiso de ella, desecharla o “rebasarla” en nombre de entes supra-nacionales o bien en nombre de universalismos abstractos, económicos, humanistas o religiosos. Olvidando che la nación es una eficaz mediación entre impulsos universalistas y localistas, entre el afán de ir hacia adelante y el deseo de seguir aferrados a raíces y tradiciones, lo que propicia una invaluable solución a los dilemas universales planteados por el desarrollo y la modernización. Este espacio nace como punto de partida de una reflexión sobre el hecho nacional con el propósito de discutir, criticar y corregir el anti-nacionalismo dominante, para restituir a la nación su centralidad. Con la hipótesis que aun en los tiempos actuales de globalización y eclipse aparente de los estados nacionales, “lo nacional” destacará y se convertirá en una conditio sine qua non para seguir enfrentando con éxito los desafíos del presente y del futuro.

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