Nicholas O'Halloran

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Mar

Una de las peores cosas que le puede pasar a un ser humano que, como yo, sea fumador activo, es vivir en la parte baja de un pueblo con cuestas y que el estanco esté en la parte alta. Se lo dije a Mar cuando me invito a compartir piso con ella:

- Cariño, el estanco pilla muy lejos.
- Pero yo estaré muy cerca.
- Ya...

"Pero no es lo mismo", pensé. No se lo iba a decir, claro, menudo desplante, que falta de tacto. Pero lo pensé. Si es que Mar podría estar enamoradísima de mí, y yo de ella, pero sin mis Ducados el amor era como más descafeinado, como más light. Aparte que el carácter se altera, cuando uno no tiene su dosis diaria de nicotina. Y eso, por no hablar del sexo.

Hay que ver lo que cambia una sesión de cama cuando, tras el clímax o culmen o final, se enciende un pitillo y se fuma junto al cuerpo desnudo de la amada (o amado, claro). Yo se lo decía a Mar:

- Es una putada echar un polvo tan impresionante y no celebrarlo con un cigarrito.
- Haber ido al estanco.
- Joder... estaba follando contigo, no querrías que te dejara a medias para ir a por tabaco.

Menudas ocurrencias tenía Mar. Lo cierto es que no solía acordarme de que no tenía tabaco hasta después. Uno no es tan degenerado como para tener delante a Mar, ofreciéndose, y andar pensando en cigarros.

Sin ser Mar nada del otro mundo, que normalita es un rato grande, pues qué queréis... a mí me ponen las chicas normalitas, y ella tiene de todo -sin excesos- en el sitio que toca. Y nada que sobre: sus teticas agudicas, su pubis depiladito, sus piernas delgadas y eternas... En fin, que cuando se te desnudaba delante, absorbía tu atención por completo. El problema era cuando después te reponías de tan bárbara mujer y te encontrabas con la cajetilla vacía.

- Hay que reconocer que el sexo sabe mejor si después cae un cigarrito -le decía.
- Si tú lo dices...

Claro, ella no fumaba, y yo sí. Ella trabajaba, y yo no. Quiero decir que cuando fui a vivir con ella a aquel pueblo en cuesta, fui porque no tenía trabajo en ningún sitio y, a fin de cuentas, mejor iba a estar allí que solo en mi casa. Ella tenía su currito, que nos daba para ir tirando, y yo me buscaba la vida intentando que me cogiesen en algún taller de chapa y pintura de los que había por la carretera.

Bueno, me busqué la vida los primeros días. Después, una mañana, cuando ella ya había salido a currar, se me ocurrió poner la tele y me enganché a uno de esos programas que siempre me habían parecido absurdos, ésos que empiezan a las nueve o nueve y media de la mañana y no terminan hasta las dos. Casualmente, la hora a la que salía ella de currar: tenía el tiempo justo para preparar algo de comer, antes de que llegase. Le preparaba platos contundentes pero sin demasiada variedad: pasta y carne, ensalada y carne, arroz y carne... A mí no me gusta el pescado.

Me gustaba Mar, claro. Y ella por la tarde no trabajaba, así que nos quedábamos en casa. Podía haber ido por la tarde a buscar curro, pero lo cierto es que prefería estar a su lado. Y así, solíamos comenzar con una sesión de sofá tranquilito después de comer, con alguna película que echasen en la pequeña pantalla, y pasar de ahí al abrazo, al beso y al quedarnos sin ropa antes de darnos cuenta, enlazados ya en el combate cuerpo a cuerpo que más nos gusta.

El sexo con Mar era una auténtica delicia. No es sólo que oliera extraordinariamente bien... es que sabía mejor. A Mar daba gusto lamerla entera, empezando por hundir la lengua en su boca, junto a la suya, y recorrer luego su barbilla, su cuello, su clavícula, su pecho, su vientre, su pubis y su sexo pegada la lengua a la piel, muy pegada, dejando dibujada una auténtica autopista de saliva en su cuerpo. Daba gusto lamerla porque se pasaba del sabor dulzón de su boca al salado de sus pechos y, ya en caída libre, al indescriptible de su sexo húmedo. Porque esa era otra: Mar hacía honor a su nombre. Antes de que hubieses empezado a trabajártela en serio, andaba con un océano entre las piernas.

Si pudiera medir lo que habré bebido yo de su cuerpo en los meses que estuvimos juntos, podría llenar un camión cisterna. Era la humedad hecha persona, la mujer de agua... y eso es fantástico, porque a mí me encanta ese momento previo aún a la penetración en que rozas con un muslo su sexo mientras la besas, mientras le acaricias los pechos y juegas con los dedos en sus pezones y, como por arte de magia, sientes como la piel de tu muslo se humedece. La primera vez que pasó, pensé que me estaba corriendo ya. Pero la humedad no era mía, sino suya... y remojar en su sexo el muslo es una experiencia impagable.

Claro... cuando está bien mojado, es delito no usar los dedos... Y si no es delito, desde luego debería serlo, porque son auténticos delincuentes los que, cuando ella ya está preparada, van al asalto, como queriéndole robar el orgasmo a puro pollazos. Lo suyo propio, lo fetén, es jugar con los dedos. Tiene el sexo tan a punto que entran suaves, se deslizan, se bañan sin ningún tipo de problema y, casi sin esfuerzo, se le puede regalar un orgasmo de los que hacen época antes incluso de haber acercado la punta a su agujero. Es que a mí me gusta que la chica con la que estoy se me corra viva antes del folleteo, que queréis. Soy así de generoso. Así, si después follas de pena, al menos ella ya habrá tenido algo de disfrute.

Tampoco es que tenga mucho mérito, porque trabajar digitalmente el sexo de una mujer no es como para echar cohetes. Pero su truco sí que tiene, porque hay que combinar el típico mete-saca (ponle un dedo, ponle dos, ponle tres) con alguna incursión en el clítoris o, en el caso de los muy viciosos -yo lo soy- alguna lamida o penetración lingual. Aunque por no faltar a la verdad, habremos de decir que las más de las veces un buen uso de los dedos derrite hasta a la más fría de las señoras.

Con Mar era una delicia el sexo digital y el oral. Masturbarla era algo fabuloso porque sin demasiado esfuerzo le regalabas oleadas de placer y, amigo mío, ver gozar a una mujer es lo más sublime del mundo. Por no decir si esa oleada se descargaba directamente en tu boca. En fin, sea como fuere, ella iba ya -como poco- uno a cero cuando se la clavaba.

A partir de ahí, la cosa cambiaba mucho. Principalmente porque siendo estimulada vaginalmente por el miembro, las manos se desentienden de su entrepierna y pueden buscar otros pastos. Y así, acababan usualmente en sus pechos que, sin ser excesivamente generosos, sí que eran lo suficientemente amplios como para que a una mano no le sobren dedos. No sé si me explico. Digamos que tenían el tamaño justo.

Y claro, con los vaivenes del empuje, aquellas tetas se balanceaban. Siempre recordaré cómo, inclinado sobre ella, intentando capturar sus pezones con mis labios, de puro duros y por el movimiento del coito, me rozaban y rascaban la lengua. Es una sensación indescriptible, la de unos pechos excitados y en movimiento cerca de la boca propia.

Nunca he sido un amante ideal y, naturalmente, solía correrme al poco de meterme en su cuerpo. Y claro, como siempre, sin tabaco.

- Mar, amor mío... no sé lo que daría ahora por un cigarrito de relax...
- Pues haber comprado.
- Maldita sea... siempre me acuerdo después, no antes...

El cigarrillo después del sexo es algo sublime. Por buen follador que seas (o folladora, dependiendo del género de cada cual), y aunque eches el polvo más sublime de la historia, el placer que da el fumar cansado o cansada, pringoso o mojada... ese placer no se alcanza de ninguna de las otras formas posibles. Yo se lo decía mucho a Mar, cuando tenía tabaco:

- Uff... Fúmate uno, y tocarás el cielo...
- Ya me lo has hecho tocar con tu cuerpo en el mío.

Y, las más de las veces, sin tabaco:

- Dios mío, cómo echo de menos un cigarrito...
- ¿Y no echarías otro polvo, puestos a echar?
- Después de fumarme uno, sí.

Mar no era fumadora, ya lo he dicho antes. Y por eso creo que empezó a sentarle mal que yo hiciese aquellos comentarios. Yo no trabajaba, también lo he dicho antes, pero ella no entendía que no fuese a comprar tabaco por las mañanas, aprovechando que iba a buscar curro. Qué queréis... el estanco estaba en la parte alta del pueblo. Además, me había enganchado a la tele mañanera... en fin, que sólo compraba tabaco cuando salíamos a dar una vuelta por la tarde y, normalmente, en la máquina de algún bar cercano.

Mar me decía:

- Aprovecha mañana, ves a hacer la compra y de paso píllate un cartón.

Yo le respondía:

- Chica, si la compra la haces mejor tú, que sabes de tipos de carne, de cortes y de nervios... Seguro que si voy a comprar yo, vuelvo con lo peor del mercado...

Y así nos tiramos viviendo casi un año. Ella madrugaba y se iba a currar. Yo me levantaba temprano para ver la tele. Le hacía la comida. Comíamos y, usualmente, después nos comíamos el uno al otro. Follábamos. Cenábamos. Volvíamos a follar. Dormíamos... Y vuelta a empezar.

Una tarde, después de un polvo antológico en el que ella rompió el respaldo del sofá con las uñas, le comenté:

- Nena... daría el alma por un cigarrito...
- Mira, pues te voy a dar el gusto.

Se vistió limpiándose el sudor con una toalla, y salió al estanco.

No la he vuelto a ver.

Al día siguiente supe que aquella mañana la habían despedido.


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