Nicholas O'Halloran

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A la luz de las estrellas

Del venado ya casi no quedaba nada. Realmente es un lujo, de vez en cuando, poder compartir una buena cena. Mucho mejor que una vulgar liebre, desde luego. Los demás fueron marchando lentamente, pero yo no había acabado con mi parte. No porque sea lento comiendo, sino porque había llegado un poco más tarde.

Mientras apuraba la carne de una costilla hasta el puro hueso, la ví. Ella, a mi lado, comiendo también aún. Sé que me miró porque en sus ojos pude ver reflejada la luna. Me centré en mi ración. Ella se me acercó. Se me rozó. Traté de alejarla, intentando que me dejase en paz. Me dio la espalda y se marchó unos metros.

Olía rematadamente bien. Bueno, quizá no era un olor especial, no sé. El olor es una de esas cosas difíciles de explicar. ¿Cómo explicas con palabras un olor? Diría: "olía a rosas", pero no sería correcto. Además, no todas las rosas huelen igual, ni todas las narices captan igual los olores, así que es un poco confuso tratar de darle forma al tema. Diré, eso sí, que olía a hembra. Algunos entenderán lo que quiero decir con eso -los más cercanos-, y supongo que otros y la gran mayoría de otras no sabrán muy bien de qué estoy hablando. Pero qué le vamos a hacer, si olía a hembra.

Y ese olor fue el que me hizo volver a dirigir mi atención a ella, a su espalda, que ahora era la parte de su cuerpo que me mostraba. Ella había vuelto también a su venado, pero debió oír que yo dejaba de masticar, porque se giró para mirarme. Diría que había en sus ojos ese brillo pícaro y divertido que sólo aparece muy de tarde en tarde, y casi siempre significa lo mismo. Y a mí, realmente, aquello me gustó. Detectar ese brillo, junto con su olor... y ahora que veía su cara...

Me acerqué. No podía ser de otra forma. Y de cerca volví a olerla. Y me comencé -a veces me pasa, casi no tengo criterio- a volver loco por ella. Es curioso con cuánta rapidez el sexo complementario -nunca opuesto- consigue lo que desea de nosotros. Me acerqué aún más. El brillo de sus ojos era una auténtica estrella caída en el océano de su pupila.

Se apartó, con un movimiento rápido pero no brusco. Era ágil, lo sabía. En su huída, había marcado perfectamente sus muslos, al tensarlos. Me volví a llegar a ella. Ese olor me enloquecía, cada vez más. Cuando la lamí como por descuido, gimió. Volvió a darme la espalda, y entre sus piernas supo dibujar, sólo para mis ojos, su sexo.

Algunos me llamarán precipitado, pero hay que entender que este tipo de situaciones, justo después de cenar y cuando los demás acaban de marcharse, hay que saber aprovecharlas: intenté cubrirla. Escapó. No sé... Pero aquél primer intento, al sentirla más cerca de mí, me había dado aún más ganas de hundirme en ella, de explorar sus entrañas con mi sexo.

Volvió a mirarme divertida... Y ese olor... No escapó huyendo, sino jugando... ¡Qué malas sois a veces! Me volví a aproximar, porque no podía ser de otra manera y no podía hacer otra cosa... Intenté con la mirada decirle que nos apartásemos, que los que habían marchado quizá volviesen, que buscásemos cualquier cubil para unirnos, pero ella prefería hacerlo bajo la luz de las estrellas.

He de reconocer que tenía miedo de que apareciese alguien. Entraba dentro de lo posible. Así que tenía que ser rápido, necesariamente. Y aquel olor me daba la energía de la urgencia. Volví a intentar penetrarla. Esta vez se dejó, y debo decir que si no fuera porque es imposible, nuestros sexos habían sido diseñados para acoplarse de aquella manera, ella a cuatro patas, yo sobre su espalda, bajo la luz de las estrellas.

Hundí mi miembro en ese milagro de humedad que era su sexo. Lo hundí por completo, totalmente dentro. Ella no pudo sino gemir de nuevo. Reconozco que no fui con juegos previos... pero andaba ella tan mojada que no le di mayor importancia. Se lo hundí y lo agité dentro de ella. Era mi primera vez, pero no tuve dificultad: tenía que ser así, no había otra forma... yo dentro de ella, cubriendola, mi pecho contra su espalda, mi sexo entrando y saliendo, mis muslos tensos por el ejercicio, nos suyos también por mi peso y mi empujar dentro de ella...

Gemía. Gemíamos, de hecho, aunque yo estaba más concentrado en ganar velocidad dentro de su sexo. Sentía mi verga pegajosa de sus fluídos, y su olor... aquel olor que me enloquecía y que aspiraba con fuerza cuando, casi ya sin aliento, dejaba caer mi cabeza sobre su nuca. Aspiraba con fuerza ese olor y volvía a la vida, al embite, al cuerpo a cuerpo, al sexo puro y duro, sin nada más que ella y yo bajo la luz de las estrellas, acoplados, disfrutándonos, copulando con locura, con la locura de aquel olor...

Y gemía de nuevo. Y supe que iba a vaciarme dentro de ella. Y lo hice. Y sentí cómo mi semen salía a borbotones. Lo sentí subir quemándome por dentro, salir, mojarme la verga... Y ella debió sentirlo caliente en su cuerpo, porque no tardó en separarse de mí y lamer su sexo.

Después de lamerme yo el mío, bajamos por la pradera corriendo y saltando, felices... Mi primera vez...

Y comenzamos a aullar bajo las estrellas.

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