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El Tema de la Semana
de Temas en el Siglo XXI
Fueron Tema de la Semana... |
Un dios que se equivoca |
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Desde que el sistema comunista se vino abajo, el capitañismo ha gozado del momento más dulce de su historia. El mecanismo de mercado ha acabado triunfando sobre el de economía planificada, y se nos presenta como el más eficiente para asignar recursos. Ha ganado la batalla, pero... ¿qué batalla? El capitalismo se basa en la libertad de los agentes para llevar a cabo sus decisiones: así, los precios son fijados de tal forma que la gente, para ese precio, quiere adquirir exactamente la misma cantidad de producto que, también para ese precio, están dispuestos a dar los fabricantes. Quien conduce las decisiones de ofertantes y demandantes hasta igualarlas es el mercado. Tenemos así un sistema perfecto, en el que por definición todos se sienten "bien": los compradosres quieren pagar el precio que los vendedores desean cobrar. Si ese precio fuese más alto, los compradores no adquirirían las mercancías, de forma que los vendedores les darían una cantidad menor, pero a un precio menor, con lo que terminarían poniéndose de acuerdo. Tradicionalmente, una larga serie de normas y leyes impidieron que se instaurara el mercado: así, en las sociedades medievales, las normativas feudales restringían la libertad de decisión de los individuos de tal forma que no podían ponerse en marcha los mecanismos de mercado. ¿Cuál es la ventaja de la economía capitalista? Ya desde las primeras teorizaciones acerca de ella (Adam Smith, en La Riqueza de las Naciones) se advertía que el motor poderoso que movía una economía de este tipo era el egoísmo de los individuos. Si cada uno buscaba su máximo beneficio se esforzaría cada vez más en mejorar sus productos, y en producir más cantidad para más gente. Como consecuencia, los compradores adquirían bienes mejores y la producción de la economía aumentaba. Además, los individuos investigaban para poder ofrecer mejores productos, y así aparecían cambios tecnológicos. Los teóricos del capitalismo creían que éste era
el modelo ideal. Sin embargo, Karl Marx anunció que la dinámica
capitalista levaría a la desaparición de este sistema y su
sustitución por otro mejor. La aparición del comunismo hizo
temer que esto ocurriera realmente, y de hecho en un principio el sistema
de economía planificada dio unos resultados espectaculares: Rusia
pasó de ser una atrasada economía feudal a convertirse en
una superpotencia mundial en el corto lapso de treinta años. El
capitalismo nunca había obtenido un desarrollo tan desmesurado.
Desde que cayó el Muro de Berlín estamos asistiendo a la época dorada del capitalismo. No hay otro sistema en todo el mundo tan beneficioso como él. Los economistas se centran en investigar cómo se puede optimizar aún más la maravilla del sistema y creen en su eficacia como en un nuevo dios. El capitalismo conduce hacia una sociedad casi perfecta y será el dios que guíe a la humanidad hacia un vivir mejor. Esto se está convirtiendo casi en un dogma, y los países occidentales empiezan muy lentamente a desmontar el Estado del Bienestar, ya que la intervención del Estado en la economía es algo que entorpece los mecanismos de mercado. ¿Qué consecuencias traerá esto? Bien es cierto que no es una locura que el Estado se aleje de la economía: los agentes económicos han demostrado una madurez y un desarrollo tan grandes que posiblemente ya no sea necesaria la aparición estatal para asegurar condiciones dignas a todos. Esto es algo que se ha creído ciegamente, pero que necesita unas cuantas décadas para comprobarse. El capitalismo ha entrado en una nueva etapa de su desarrollo, ahora que es el sistema hegemónico. El no cuestionarse sus bases puede llevar a conclusiones incorrectas. De hecho, la experiencia nos ha demostrado ciertos fallos en el sistema: por ejemplo, la libertad de decisión de los agentes puede conducir a situaciones de monopolio que sean perjudiciales para el conjunto de la sociedad. De ahí las modernas legislaciones anti-monopolio (que son las que han impedido, por ejemplo, la fusión Endesa-Iberdrola). La experiencia nos ha mostrado que nuestro dios-mercado también se equivoca. La pregunta entonces es clara: ¿Debemos realmente rpomover una confianza ciega en el mercado? ¿Alcanzará realmente siempre situaciones de desarrollo óptimas? ¿No sería conveniente una mayor reflexión en torno a los grandes temas económicos actuales (léase globalización, crecimiento sostenido, subdesarrollo en el Tercer Mundo...)? Tal vez sea conveniente profundizar mucho, muchísimo más en todos estos temas. Pero la sensación generalizada es que el mercado, por sí solo, acabará solucionándolos. Esto es así porque hay una confianza ciega en las virtudes del mercado, del dios-mercado. Un dios que, con frecuencia, se equivoca. |