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Dictadura Revolucionaria del Proletariado

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La primera edición de este libro, por razones de seguridad, fue publicada bajo el seudónimo de “Darioush Karim”, pero en realidad su autor fue Nahuel Moreno

 

Nahuel Moreno

 

Secretariado Centroamericano —SECA—

Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo —CITO—

http ://www.geocities.com/obreros.geo/

mail : [email protected]

Edición electrónica Diciembre 2001

(Publicado por el Partido Socialista de los Trabajadores de Colombia, en Junio de 1979)



 

Indice

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Prólogo

Introducción

I.- Un “programa de “libertad política ilimitada” para al Sha, o un programa para aplastarlo sin misericordia?

1.-Libertades totales y absolutas para los contrarrevolucionarios y sus partidos

2.- Una guerra civil sometida a un riguroso y ultraliberal código penal

3.- El terror rojo

4.-¿Qué hicieron los líderes de las otras grandes revoluciones?

5.- ¿Será consecuente el SU? ¿Luchará en favor de la “libertad política ilimitada” para el Sha, Pinochet y Somoza?

6.- Un ejemplo que lo aclara todo

7.- La movilización obrera contra la reacción capitalista: una contradicción irresoluble para la “dictadura” del SU

II.- Mesianismo europeista: la contrarrevolución se esfuma

1. Solo ventajas para Europa

2.- De la lucha armada en todo tiempo y lugar a un semipacifismo

3.- Una desgraciada elección de Mandel: el ejemplo chileno

4.- Cuba desmiente el optimismo irresponsable del SU

5.- La contrarrevolución imperialista y el peligro de restauración capitalista

III.- Democracia burguesa o democracia obrera

1.- Dos conceptos de la democracia y libertades obreras

2.- La China de Chiang‑Kai‑Shek y la de Mao, ¿iguales en democracia proletaria?

3.- ¿Una dictadura sin obligaciones y sin una férrea disciplina?

4‑. Trotsky se refiere a los sindicatos ingleses

5.- Un programa democrático burgués

6.- Nuestra Posición: otorgar aquellas libertades que ayudan a consolidar y desarrollar la revolución socialista y la dictadura revolucionaria

7.- Trotsky sobre la libertad de prensa

8.- Trotsky liquida la discusión

9.- Democracia burguesa y democracia obrera en la revolución europea

10.- Democracia imperialista y democracia colonial

IV.- ¿Quién toma el poder y para que?

1.- Normas e instituciones versus movilización permanente

2.- El estado, institución de instituciones

3. Relación entre el partido y las otras instituciones

4. El papel del partido en la revolución y la dictadura obrera

5.- Un modelo neo‑reformista

6.- Dictadura revolucionaria y movilización permanente

7.- El futuro de los soviets y de los partidos


Prólogo

En julio de 1978 terminé de escribir este trabajo polémico contra la resolución del Secretariado Unificado “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”. Distribuí algunos ejemplares a un importante grupo de amigos políticos, los cuales me los devolvieron con algunas modificaciones y sugerencias. Ninguna de ellas aportaba modificaciones sustanciales al texto original, a excepción de las que me hizo un amigo italiano, sobre la definición de la dictadura revolucionaria. Su opinión era que faltaba agregar a los seis puntos en base a los cuales se la definía, otro que precisara su carácter. Recogí esta observación, como todas las demás que se me hicieron.

Cuando sólo faltaban los toques finales para enviar este trabajo a la imprenta, salí de viaje por varios países de Medio Oriente como turista‑periodista, con la intención de volver dos semanas más tarde. Estando en Irán, fui detenido en compañía de varios compañeros socialistas. Esto me ocasionó varios meses de inconvenientes, a causa del tiempo empleado en recuperar mi libertad y, luego, en reorganizar mi actividad.

Debido a todo esto, es que se retrasó la entrada en prensa de esta obra.

Es mi costumbre escribir el prólogo siempre al final de cada trabajo. Por eso, debido a la pérdida de tiempo que me originó la atención de mis asuntos personales y el esfuerzo por lograr una introducción que interesara a los jóvenes lectores de izquierda ---a quienes va dirigido fundamentalmente mi trabajo-- fue que recién en diciembre pude darlo por terminado. Todos estos inconvenientes, sin embargo, me dieron tiempo para agregar los ejemplos del Sha y de las movilizaciones en Irán, en aquellos pasajes que, en el texto inicial, se referían a Somoza, Pinochet, Franco o Salazar.

Estoy convencido de que, durante los seis meses transcurridos desde que prácticamente terminé este libro, el curso acelerado de la revolución mundial ha confirmado los puntos más importantes aquí tratados. Creo que hay dos que merecen ser especialmente destacados. Uno de ellos es el ataque a la ignorancia reflejada en la resolución sobre la posibilidad de guerras o invasiones entre dictaduras proletarias.

Otro de los puntos centrales de mi crítica al Secretariado Unificado (S.U.), es su desconocimiento de la necesidad de enfrentar, en determinadas circunstancias, a la contrarrevolución de manera violenta, por las armas y plantear en cambio que ese enfrentamiento debe someterse siempre a una ley escrita. Todo lo ocurrido en Irán viene en apoyo de mis críticas. Las masas iraníes han debido armarse para ejecutar a los asesinos de la Savak y enfrentar a las tropas leales al Sha. Por suerte, han hecho lo contrario de lo que proclama la resolución del SU. A ningún obrero, campesino o estudiante iraní se le ha pasado por la cabeza hacer un juicio público sin “recurrir al concepto de delincuencia retroactiva” para juzgar a los asesinos y explotadores del régimen anterior. Han hecho lo mismo que todos los revolucionarios de la historia: juzgar y ejecutar democráticamente, sobre el terreno.

Estos dos ejemplos son un índice de que mi libro, como mínimo, trata de problemas actuales y fundamentales en el desarrollo de la revolución mundial. El título del libro sintetiza mi posición: en lugar de la democracia socialista y de la dictadura del proletariado del SU, vuelvo a las fuentes, intento hacer revivir la vieja fórmula marxista. Dicho de otra manera, una dictadura para desarrollar la revolución, y no para producir la “democracia socialista” inmediatamente.

Nahuel Moreno, Febrero de 1979


Introducción

Cuando los principales Partidos comunistas occidentales, tales como el francés, el español y el italiano, retiraron de sus programas la consigna de “dictadura del proletariado”, se generalizó una discusión sobre el fenómeno que ha dado en llamarse “eurocomunismo”, y que implica un abandono de la concepción marxista‑leninista del estado, junto con una ligera crítica a los peores rasgos de las burocracias stalinistas gobernantes.

En ésta, como en todas las grandes polémicas anteriores, están en juego las enseñanzas del marxismo, corroboradas o enriquecidas por más de un siglo de experiencia revolucionaria.

Para defender estas enseñanzas se publicó, el año pasado, una resolución del Secretariado Unificado de la IV Internacional denominada “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”. En ella los autores proponen un debate público sobre el tema, lo que ha sido un acierto, porque esta cuestión apasiona a toda la izquierda europea y occidental.

Y no es casual que así sea, ya que los partidos comunistas retiran aquella consigna justo en el momento en que Europa vive un ascenso obrero que se ha trasladado a América Latina, Estados Unidos y las masas coloniales de Asia y África.

En realidad, con esto no hacen más que acomodar la teoría a su ya vieja práctica cotidiana: el abandono de la lucha de clases y de su conclusión, la dictadura del proletariado. Y lo hacen en el momento preciso, cuando sus respectivos imperialismos han aumentado la presión sobre los partidos comunistas y socialistas para que acepten los planes de austeridad.

Los partidos comunistas más fuertes del occidente de Europa, se encuentran presionados por dos fuerzas: la ofensiva de su imperialismo contra el nivel de vida y trabajo de la clase obrera y la resistencia de ésta a pagar la crisis del régimen capitalista.

Para enfrentar la resistencia de los trabajadores, el imperialismo ‑-europeo, yanqui o japonés-‑, apela a sus prejuicios democrático burgueses. A través de sus fantásticos medios de información somete permanentemente a las masas de esos países a una campaña de ensalzamiento de las virtudes de la democracia burguesa y de sus libertades, y critica, por ese lado, a los estados obreros. En lugar de comparar las colosales conquistas de la clase obrera ‑-como la expropiación de la burguesía, la planificación, el trabajo asegurado para toda la población, etcétera-‑ que harían inclinar la balanza en favor de los estados obreros, compara libertades formales y cuestiona el carácter represivo, totalitario de esos países. Desde los medios de difusión se desafía diariamente a los partidos de izquierda y a los trabajadores con el siguiente argumento: “Nosotros les otorgamos a ustedes las más amplias libertades para que nos combatan. Sólo los reprimimos si se levantan contra la constitución democrática nacional; si hacen, por ejemplo, huelgas salvajes o actos terroristas, o si tratan de imponer su voluntad sin esperar el resultado de las elecciones, sin aceptar lo que resuelva el parlamento libremente elegido. En los estados obreros, en cambio, hay campos de concentración y todo ciudadano tiene que opinar como lo exige el partido comunista dominante. Si no lo hace así, va a la cárcel o a una clínica psiquiátrica. Nosotros somos democráticos, les damos libertad de opinar y escribir lo que quieran, de presentarse a elecciones e, incluso, de que tomen el poder si las ganan. La opción es: por las libertades de los países capitalistas o por el totalitarismo de las dictaduras proletarias”.

Eso sí, para mantener este régimen, hay que sacrificarse trabajando más y ganando menos . Elijan entonces: ¿libertades o totalitarismo”.

Estas preguntas hacen blanco en los prejuicios democrático burgueses de los trabajadores occidentales. Cualquiera que haya militado entre estudiantes u obreros de países avanzados conoce este sentimiento, que consiste fundamentalmente en creer que bajo el capitalismo, pese a todos sus problemas, hay libertades; que se puede elegir todo (dónde vivir, en qué trabajar, qué carrera estudiar, etc.), sin advertir lo relativo de estos privilegios. Y, lo más grave, sin comprender que lo poco que tienen es consecuencia de pertenecer a países ricos que explotan a toda la humanidad. Al desarrollo de esos prejuicios han contribuido los partidos comunistas, que, en las últimas décadas, se han unido a los socialdemócratas en la reivindicación de esos sentimientos. A ello ha ayudado también el boom económico que ha permitido el mejoramiento del nivel de vida de la clase obrera y de la moderna clase media; el trágico espectáculo de los regímenes burocráticos de los países obreros del este de Europa, principalmente la URSS; la terrible experiencia vivida bajo los regímenes fascistas totalitarios y, por último, la lucha triunfante contra los coroneles griegos, el salazarismo y el franquismo, que ha abierto para las masas un período cuyos beneficios democráticos da miedo perder.

No conforme con eso, cada imperialismo le plantea a los partidos obreros de su país, principalmente a los comunistas, las siguientes preguntas: “¿están dispuestos a ayudarnos a superar la crisis de la economía nacional, para salvaguardar las libertades democráticas y el sistema parlamentario?; ¿serán políticos serios, dignos de confianza, que convencerán a la clase obrera de que tiene que sacrificarse en aras del desarrollo de la economía nacional?; ¿están por la patria nacional y el desarrollo de su economía, o por la defensa de la URSS y de los intereses sectoriales de los trabajadores?’.

Por ahora, muchos partidos comunistas son inmunes a estas preguntas. A causa de su debilidad y de la falta de puestos parlamentarios, sindicales o estatales en sus países, siguen dependiendo de la ayuda de Moscú para la existencia de su dirección. Esto los lleva a mantener las posiciones tradicionales.

Pero, para los partidos más fuertes, por ejemplo el italiano, esto quiere decir: “¿qué quieren? ¿perder las millonadas de dólares del comercio con la URSS o de las partidas municipales?; ¿perder miles de afiliados que se quedarán sin trabajo?; ¿dejar de controlar la enorme parte del aparato burocrático que controlan en las ciudades más importantes, para volver a depender de la URSS como los PC más débiles? ¿Y por qué? ¿Acaso pierden influencia dentro del régimen parlamentario con los planes de austeridad? Nuestro régimen les garantiza sus puestos y sus privilegios. A cambio de ello, ¿es mucho pedir que discutan con nosotros las leyes laborales, los convenios, para convencer a los trabajadores de que ganen un poco menos, de que trabajen un poco más?’. Por eso estos partidos comunistas han aceptado, con los brazos abiertos, colaborar con los planes de austeridad de sus patronos, como ya se ve en Italia y España.

Pero, conscientes de que esa política les puede provocar senas crisis ‑-ser desbordados por el movimiento de masas o perder votos en las elecciones-‑, tratan de compensar esto haciendo concesiones en otros terrenos. En el fondo, las mismas que las de la patronal, pero con ropaje marxista.

“Democratizan” su programa y su política y tratan de trasladar todo a discusiones que alejen a sus militantes y a la vanguardia de la resistencia a los planes económicos de los gobiernos patronales. Por ejemplo, apoyándose en el justo repudio que le profesan las masas, atacan al imperialismo yanqui en lugar de señalar a la burguesía imperialista de su propio país como el principal enemigo. Con el mismo objetivo cuestionan el monopolio y el sistema unipartidista de la siniestra burocracia rusa en el poder, critican algunas de las expresiones más irritantes de la implacable represión que ejercen los gobiernos de la URSS y de los otros estados obreros burocratizados contra sus opositores y contra los otros estados obreros, reivindicando a algunos de los mártires de los procesos de Moscú, a otras víctimas del stalinismo y a Checoslovaquia.

Y cuando retiran de su programa la dictadura del proletariado, defendiendo abiertamente el voto universal y el sistema parlamentario, lo hacen para canalizar las falsas esperanzas democratistas de los trabajadores y para ganar credibilidad ante la burguesía. Ofrecen un Pluripartidismo absoluto para antes y después de la toma del poder, apoyándose en las ilusiones obreras de que todo se va a arreglar por una vía reformista, pacífica, parlamentaria. Y han llegado a afirmar que si pierden las elecciones a manos de los partidos reaccionarios, una vez que estén en el poder, lo devolverán al ganador, ya que su respeto al sufragio universal es sagrado. Y, como no podía ser de otra manera, han comenzado a levantar el patriotismo hacia el propio país imperialista, en contraposición con el viejo, ciego “patriotismo ruso” que caracterizaba al stalinismo juvenil. Por las mismas razones han comenzado a insinuar, mucho más tímidamente, el derecho a discrepar dentro de los Propios partidos comunistas y de las organizaciones obreras que éstos controlan.

Enfrentan a los trotskistas con argumentos similares a los del imperialismo: “No sean dogmáticos; abandonen de una vez por todas la lucha de clases, la revolución y la dictadura obrera que preconizaron Marx, Lenin y Trotsky, y adáptense a los nuevos tiempos y a las sociedades occidentales avanzadas. ¿Por qué no se comprometen, como nosotros, a dar libertades políticas ilimitadas si toman el poder? ¿Por qué no abandonan de una vez los equivocados conceptos de lucha de clases, revolución obrera y dictadura del proletariado, para volcarse al de las libertades democráticas y al sistema parlamentario? ¿Por qué no defienden el voto universal y la vía democrática parlamentaria para gobernar con la mayoría de la población?.

El Secretariado Unificado de la IV Internacional escribió y publicó su resolución, precisamente, para responder a los eurocomunistas y defender las posiciones de Lenin y Trotsky sobre estas cuestiones. Todo esto sería muy loable y tendría nuestro apoyo incondicional si el SU no hubiese cometido un verdadero crimen teórico, político e histórico, al darle a la dictadura del proletariado un objetivo y un programa en un noventa por ciento parecido al eurocomunista y diametralmente opuesto al de nuestros maestros.

Según el SU, la dictadura del proletariado deberá garantizarle a la burguesía restauracionista y a sus partidos la “libertad política ilimitada” desde el primer día de su instauración y para siempre, mientras no se levante en armas y comience la guerra civil. “ Esta es nuestra norma programática y de principio: libertad política ilimitada para todos los individuos, grupos, tendencias y partidos que, en los hechos, respeten la propiedad colectiva y la constitución del estado obrero ”. (SU, 1977)” [1] . ¿Qué quiere decir “en los hechos”? “ Esto significa que se deberá acordar la libertad de organización política a todos los que, en los hechos, respeten la constitución del estado obrero, incluidos los elementos proburgueses; es decir, que no estén comprometidos en acciones violentas para derrocar el poder de los trabajadores y la propiedad colectiva de los medios de producción .” (Idem) [2]

Parece ridículo que tengamos que explicar por qué no puede haber obligatoriamente “libertad política ilimitada” o “voto universal” bajo una dictadura de clase, como así también que debamos plantear una discusión para establecer que dictadura se contrapone a “libertad política ilimitada” para todos los habitantes, ya que significa alguna forma de opresión, de compulsión política para alguien, porque de no ser así, no es una dictadura. Pero cuando pasamos al terreno político, llenando esta fórmula con su contenido actual (“libertad política ilimitada para Somoza, Pinochet y el Sha de Irán, hasta el día en que se levanten en armas contra la dictadura obrera, sin que puedan ser juzgados por sus crímenes pasados”), la discusión pasa de lo ridículo a lo trágico.

Para justificar su posición, el SU trata de apoyarse en Lenin y Trotsky. Sin embargo, resulta fácil demostrar que su nuevo programa no tiene nada que ver con los que ellos dijeron e hicieron.

Para Lenin, después de la Revolución de Octubre, lo único “ilimitado” bajo la dictadura era su poder dictatorial y no la “libertad política”. “El concepto científico de dictadura no significa otra cosa (subrayado en el original) que poder ilimitado, no sujeto en absoluto a ningún género de leyes, ni reglas, y directamente apoyado en la violencia ”. (Lenin, 1920) [3] . En el Estado y la Revolución cita a Engels: “ el proletariado, mientras necesita todavía el Estado, no lo necesita en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como sea posible hablar de libertad, el Estado como tal dejará de existir ”. (Lenin, 1917) [4] (Subrayado en el original). Y en el Programa del Partido Comunista , escrito por él y ratificado en el año 1936 por Trotsky, insistía en las “restricciones... a la libertad” mientras no se llegara al socialismo, a la desaparición de la explotación del hombre por el hombre: “ La privación de los derechos políticos y las restricciones, cualesquiera que sean, hechas a la libertad, sólo se imponen a título de medidas provisionales... A medida que desaparezca la posibilidad objetiva de la explotación del hombre por el hombre, desaparecerá la necesidad que impone estas medidas provisionales. .”.

Y en La Revolución Traicionada , el mismo libro en el que el SU encuentra una supuesta base para su “norma programática y de principio”, Trotsky insiste en que bajo la dictadura del proletariado debe haber una “severa limitación de la libertad” (“ La dictadura revolucionaria, lo admitimos, constituye en sí misma una severa limitación a la libertad ”) (Trotsky, 1936) [5] . Cerca de su exilio ya nos había prevenido que “... naturalmente, la dictadura del proletariado es inconcebible sin el uso de la fuerza, aun contra sectores del mismo proletariado ”. Y en el año 1938, en El Programa de Transición , repetía: “ ... las fórmulas de la democracia (libertad de prensa, de sindicalización, etc.) no son para nosotros más que consignas incidentales o episódicas en el movimiento independiente del proletariado ” (Trotsky, 1938) [6] .

La norma programática tradicional del marxismo es, entonces, suficientemente clara: sólo se darán “libertades políticas ilimitadas” cuando “las posibilidades objetivas de la explotación del hombre por el hombre desaparezcan”, es decir, cuando haya sido definitivamente derrotado el imperialismo y cuando desaparezcan las clases. Mientras esas posibilidades objetivas no se den, habrá una “severa limitación de la libertad”, de acuerdo a Trotsky, “privación de los derechos políticos”, “restricciones... a la libertad”, según Lenin. Este “poder ilimitado” será necesario para defender la revolución socialista nacional e internacional. No esperaremos que los contrarrevolucionarlos comiencen la guerra civil contra el nuevo gobierno para limitarles la libertad, sino que impediremos que se organicen y se armen. Por lo tanto, no nos comprometemos a darles “libertad política ilimitada”, lo que no quiere decir que los ilegalicemos en todo momento. Tendrán “libertades políticas”, limitadas a las necesidades de la dictadura del proletariado.

Creemos que tanto las citas, como nuestra explicación, son suficientemente demostrativas de que el SU ha revisado por completo la posición marxista revolucionaria sobre la dictadura del proletariado. Con esto no queremos decir, por el momento, que estén equivocados. Sólo nos limitamos a señalar un hecho de por sí suficientemente significativo: la posición actual del SU es la opuesta a la sostenida tradicionalmente por el marxismo. Así lo reconoce con toda honestidad uno de sus más entusiastas partidarios: “ Pienso concretamente, y saludamos el paso dado, que se trata de una rectificación (subrayado en el original), positiva y necesaria. En consecuencia, se impone decirlo claramente . Y además se impone establecer con claridad las bases materiales, las razones políticas que nos llevan a esta posición. De otra manera, pareciera desprenderse de la resolución que siempre y en todo momento ésa fue la posición tradicional de la IV Internacional, de la Oposición de Izquierda, del ‘bolchevismo leninista’; lo que no sería serio” . Y continúa: “ Y el programa de esta etapa no es el mismo ni idéntico al de los bolcheviques en 1917, ni al que sostuvimos tradicionalmente [7] .

El lector se preguntará: “¿A qué obedece este cambio? Dado que no es posible admitir una “equivocación‑ u “olvido” teórico, ¿es una claudicación? Y si no, ¿qué es? ¿Cómo definir lo que está pasando?

Lo que ha ocurrido es que un sector del movimiento trotskista europeo y occidental se ha transformado en correa de transmisión de los prejuicios democrático burgueses de los trabajadores occidentales, combinados con los restos ideológicos de la influencia ultra izquierdista estudiantil europea, que tenían hasta hace pocos años.

Esos prejuicios se manifiestan en su programa de “libertades políticas ilimitadas” y la influencia de la ultra izquierda en la negación formal, académica, de las instituciones democrático burguesas.

Aunque esta influencia va cediendo, ya que su lugar va siendo ocupado por instituciones burguesas, como lo demuestra el hecho de que Mandel quiera imponerle a la dictadura obrera el “voto universal”.

Lo que ocurre en las filas de esta parte del trotskismo es un fenómeno simétrico al del eurocomunismo. El programa de la actual dirección de la IV es el mismo que el de los partidos comunistas occidentales, aunque el del SU es para la dictadura del proletariado y el de los eurocomunistas para el régimen capitalista y transicional. Y obedece a razones parecidas.

La Internacional Comunista bajo Lenin, y luego los trotskistas, han insistido en la existencia de los prejuicios democrático burgueses de las masas occidentales. Su expresión política es, justamente, la fuerza de los partidos socialdemócratas y comunistas. Estos encarnan la síntesis ideal: son “de la clase obrera” y les dan la razón a los trabajadores en ese punto. No son el imperialismo; sus críticas a los estados obreros se hacen desde el ángulo “democrático”. Pero la crisis y el ascenso europeo, aunque en un principio han comenzado a erosionar esos prejuicios, contradictoriamente los refuerzan. ¿De qué modo? Muy sencillo. Al compás del ascenso, que significa avance, poder en algún sentido, los obreros creen que es posible que todo se solucione con la llegada de sus partidos al gobierno, por vía pacífica, a través de las elecciones.

Esto nos plantea un problema teórico‑político. La Cuarta Internacional europea y norteamericana vive dentro de una sociedad y de unas masas trabajadoras repletas de prejuicios democrático burgueses. Como una consecuencia inevitable de ello, tiene que existir en el seno de nuestro movimiento dirigentes y corrientes que reflejen esos prejuicios. Desgraciadamente, preguntarse quiénes son, es respondérselo: la mayoría del SU. Si no son ellos, ¿quiénes son?. Alguien debe reflejarlos. Al finalizar los años 60, cuando el movimiento estudiantil europeo se volcaba masivamente hacia el apoyo a la Revolución Cubana y hacía del Che Guevara su héroe y de la guerra de guerrillas su método, este fenómeno político‑social tuvo también su correa de transmisión en nuestra Internacional. No podía ser de otro modo. Siempre ha sido y seguirá siendo así. Una Internacional que vive y que no es una secta siempre reflejará los procesos político‑sociales en los que está inmersa. Pero que los refleje no quiere decir que deba transformarse en vocero de ellos. Seguimos creyendo con Trotsky que para dirigir la revolución deberemos “nadar contra la corriente”.

Pero el actual SU de la IV Internacional, todos sus documentos y su política, expresan, dentro de las filas trotskistas, una entrega completa a los prejuicios democrático burgueses de las masas occidentales. Su resolución sobre la “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado” es la síntesis más acabada que se ha elaborado hasta la fecha de esa nueva tendencia revisionista que ha comenzado a conformarse. Trotsky, en su momento, comparó al fascismo y al stalinismo como fenómenos paralelos provocados por el avance de la contrarrevolución en el mundo. Hoy día podemos decir que el eurocomunismo y la actual política del SU son, grosso modo , fenómenos simétricos provocados por las mismas razones político‑sociales: el ascenso del movimiento obrero europeo y el peso de los prejuicios democrático burgueses de las masas.

Al decir que son simétricos no queremos decir que son idénticos. Los compañeros del SU defienden formalmente, contra el eurocomunismo, la dictadura del proletariado y la necesidad de una revolución obrera contra las instituciones democrático burguesas. Aseguran con énfasis que son los defensores de las enseñanzas de Lenin y Trotsky. Por eso se esfuerzan en hacer creer a los trabajadores y a la opinión pública que la dictadura del proletariado definida por ellos como la más jurídica, juiciosa, bondadosa, libertaria, así como la más democrática con los partidos contrarrevolucionarios de cuantas dictaduras de clase han existido en el mundo, es la preconizada por nuestros maestros.

Pero no es así. Por eso insistimos en señalar que su verdadera coincidencia es con el eurocomunismo. Sobre esto debe haber absoluta claridad: la mayoría del SU y los eurocomunistas coinciden en el pluripartidismo y en el otorgamiento de las libertades más absolutas a los partidos burgueses en todas las etapas de la lucha de clases, contra lo sostenido tradicionalmente por el marxismo.

De ahí que científicamente corresponda llamar eurotrotskismo a la actual orientación de la mayoría del SU de la Cuarta Internacional; y definirlo como un afiebrado liberalismo burgués, es decir una orientación que, siendo profundamente oportunista, cae a ratos en el ultra izquierdismo.

Resumiendo, el SU no contesta como debe hacerlo un trotskista a la presión eurocomunista, sino que, aceptando la mayor parte de sus premisas, dice: “ Seguirnos estando por la dictadura del proletariado y la revolución obrera; pero no se confundan, nuestra dictadura dará “libertad política ilimitada” a todos los ciudadanos, incluidos los contrarrevolucionarios, desde el primer instante y en lugar del parlamento instalaremos órganos mucho más democráticos, los soviets, donde entrará toda la población y no sólo los obreros ”. Y el compañero Mandel rubricará esta capitulación al eurocomunismo, asegurando que es “partidario intransigente” del sufragio universal, para “ antes, durante y después de la toma del poder por los trabajadores .” (El País, Madrid, 7 ‑8‑78).

Este híbrido que resulta de llenar de contenido y programa eurocomunista el concepto marxista de revolución obrera y dictadura del proletariado obliga al SU a tratar de demostrar un absurdo teórico: que la “dictadura del proletariado” significa “libertad política ilimitada” para los contrarrevolucionarios.

Si el documento no estuviera escrito todavía, y alguien hubiera barajado la posibilidad de que esta posición del SU ‑-dictadura trotskista con libertades eurocomunistas‑- cristalizara en una resolución, seguramente lo habría considerado imposible. Pensaría, por ejemplo, que se debería tergiversar la historia al estilo de los historiadores del PCUS o algo parecido. Porque se trata realmente de una tarea imposible; el SU no puede soslayar las dos contradicciones a las que se enfrenta con su nuevo programa: ante la posición trotskista tradicional, por un lado, y ante la realidad de la lucha de clases, por otro.

La primera contradicción intentan salvarla con un juego de palabras, poniendo un signo igual entre “dictadura del proletariado” y “libertades políticas ilimitadas”. En este terreno, los eurocomunistas resultan ser más consecuentes que nuestros compañeros al quitar de sus programas la primera formulación. El SU, por el contrario, se aferra a ella para no salirse formalmente del trotskismo, aunque termina por llenarla de un contenido estrictamente eurocomunista y, por lo tanto, negándola romo tal.

El documento inaugura un nuevo estilo marxista para evitar la confrontación con la realidad; flota por encima de ella. Por ejemplo, no hace ninguna referencia a los sesenta años de dictaduras proletarias, y es una resolución sobre “la dictadura del proletariado”; contiene una tesis sobre los partidos políticos y en ella no nombra a ninguno de los actuales, ni socialistas, ni comunistas, ni trotskistas. Lo mismo respecto a la política, a la práctica: nunca se dan ejemplos actuales de las afirmaciones teóricas. Nosotros no creemos que los miembros del SU tengan deteriorado su juicio de realidad. Al contrario, pensamos que han advertido que es mejor remontarse a una época lejana para poder defender su posición. Porque un ejemplo claro de la aplicación de la resolución sería decirles a los trabajadores iraníes de hoy: ‘Cuando tomemos el poder, impediremos, con toda nuestra fuerza, que el Sha sea juzgado y lucharemos para que tenga libertad política ilimitada”. Evidentemente, el SU no podría convencer a ningún revolucionario iraní de que esto es correcto.

De ahí este novedoso estilo, esta rareza, el extraño carácter del documento. Es una resolución que da un salto de más de un siglo ‑-del Lenin previo a la toma del poder a los teléfonos cibernéticos del futuro-‑ ignorando tanto el pasado como todos los problemas concretos que nos plantean el presente y el futuro inmediatos. De este modo resulta una obra literaria de un nuevo género. Los críticos seguramente la considerarían una expresión típica del surrealismo tardío. Otros, quizá, la manifestación de una nueva corriente, la ciencia‑ficción marxista. Hay que reconocer que como relato de ciencia‑ficción baraja, de manera amena, elementos científicos reales y posibilidades más o menos viables.

Pero desde el ángulo Político su juego imaginativo no interesa a nadie. Un documento sobre la dictadura del proletariado debe plantearse algunos interrogantes fundamentales, como por ejemplo: ¿que ha pasado durante los últimos sesenta años con las dictaduras proletarias que han triunfado?, ¿qué respuesta damos a las invasiones de una dictadura proletaria a otra?, y muchas otras parecidas. Pero la más importante, la decisiva es: ¿con qué partido y con qué programa tenemos posibilidades de lograr a cinco, diez o veinte años vista, la dictadura revolucionaria del proletariado por la cual luchamos?. De éstas surgen otra serie de preguntas: ¿serán bloqueadas, sufrirán guerras civiles? ¿Habrá una lucha mortal contra ellas por parte de los partidos reformistas, tanto en el plano nacional como en el internacional? ¿Podrán las primeras, dirigidas por los trotskistas, evitar una tremenda guerra civil con los estados obreros burocratizados, con el imperialismo, los partidos burgueses y los obreros oportunistas? ¿Serán idénticas en los países atrasados que en los adelantados? (del documento se desprende que sí) Y, ¿cómo la vamos a imponer? ¿A través de la insurrección y la guerra civil? .

Estos son algunos de los problemas que se nos plantearán y ante los cuales nuestra Internacional debe levantar un programa. Sin embargo, la resolución de la mayoría del SU los ignora. Un documento marxista no puede evadir esas respuestas ni confundir a quienes lo leen con formulaciones futuristas o evasivas, ni hacer concesiones para no chocar con prejuicios generalizados, para salvar el prestigio 0 para esconder posiciones revisionistas. Al hacerlo, impide que surja una línea clara para la acción política de los próximos años.

Ahora debemos analizar las inevitables consecuencias del proceso revisionista iniciado. Este viraje, resultado de la presión democratista de las masas occidentales, comienza a ser total, y tiene un carácter más funesto que el que de hecho se produjo bajo la influencia de la moda guerrillera pasada. Aquella indicaba desesperación por el logro de los objetivos, ésta los abandona. Es que no se puede atacar uno de los pilares del marxismo ‑-en este caso, la concepción de la dictadura revolucionaria-‑ sin que todo el edificio se venga abajo.

El artículo que defiende la resolución del SU continúa sin dejar ya ninguna duda: “¿Qué efectos tienen estos fenómenos con manifestaciones nuevas, en el funcionamiento de la clase obrera? ¿Cuál es la dialéctica de la relación actual entre el trabajador masculino o femenino, del maduro con el joven, del trabajador manual con el intelectual, técnico o científico? ¿Cómo actúan estos fenómenos en la relación de la o de las vanguardias trabajadoras, con las masas en su conjunto? ¿Qué efectos tiene esto en la relación con los organismos que las masas generan? ¿La relación clase‑partido‑dirección de la época de Lenin y Trotsky es la misma que hoy? ¿Es lícito responder que la relación del o de los partidos de vanguardia de hoy es la misma que en 1917?. ¿O la relación del o los partidos con el Estado? ¿La estructura del partido será la de entonces? ¿El centralismo democrático de hoy será el mismo de ayer? Pensamos que no , desde que decididamente nos enrolamos en las filas de los que sostienen que A no es igual a A”

Esta defensa y el revisionismo de la resolución, significan el abandono de toda la herencia marxista-leninista‑trotskista; manos sueltas para la burguesía, ningún ajuste de cuentas con los fascistas Y, en definitiva y como consecuencia, distinta concepción de la organización del partido revolucionario y de las etapas de la lucha de clases que, de no haber modificación, llevarán a los partidos trotskistas al abandono de la revolución obrera y de su conclusión, la guerra civil.

Por eso consideramos que con nuestra respuesta se inicia una de las discusiones más importantes que se hayan dado dentro de las filas de la IV Internacional. Nuestro documento tiene el propósito de hacer ver a los jóvenes recién llegados al marxismo que, por halagarlos, cediendo a sus prejuicios, los nuevos y viejos dirigentes, formados en las aulas universitarias, están provocando estragos en nuestra herencia marxista. Trataremos de demostrar que la mayoría actual del SU va por mal camino. Por el que señalaron Kautsky, Martov, Urbahns, Souvarine y todos los centristas y oportunistas que en el mundo han sido, y no por el de Lenin y Trotsky.


I.- Un “programa de “libertad política ilimitada” para al Sha, o un programa para aplastarlo sin misericordia?

Lejos de burlamos con el título, creemos que resume las preguntas que se haría un trabajador iraní en cuyas manos cayera el documento del SU. Por un lado, no encontrará respuesta a ninguno de sus interrogantes. Y, por otro, advertirá que todo lo que ha hecho es criticado por el SU. Este trabajador, que seguramente ya perdió varios amigos, compañeros de trabajo y familiares en las calles de Teherán, y que está convencido de que el Sha salió de Irán gracias a sus movilizaciones, no se formula en este momento ninguna pregunta que no esté relacionada con la violencia: cómo armarse, cómo garantizar la huelga por la fuerza, cómo enfrentar a la policía y al ejército de Baktiar, cómo convencer a los soldados de que no disparen contra el pueblo, etcétera. Si de algo está seguro es de que está muy bien el terror que sienten ahora los agentes de la Savak que se pasean pidiendo clemencia; no tiene dudas de que hay que fusilar a unos cuantos y aprueba sin vacilaciones los linchamientos espontáneos. No se le ocurre pensar que está luchando por la “libertad política ilimitada” de nadie, ni le preocupa la imagen que den las masas ante la gente preocupada por la democracia. Solo quiere estar seguro de que el Sha no vuelva, que se disuelva a la guardia imperial y a la Savak. Este trabajador, que sólo conoce del trotskismo el documento del SU, no querrá hacerse trotskista jamás, porque opinará, con justa razón, que si vuelve el Sha, aunque el proletariado esté en el poder, no se le podrá aplicar el recurso al “concepto de delincuencia retroactiva” y que, por el contrario, habrá que dejarlo que se organice políticamente en un partido contrarrevolucionario. Y cualquiera que lea bien, pensará como el trabajador iraní. Veamos por qué.

1.-Libertades totales y absolutas para los contrarrevolucionarios y sus partidos

El SU reitera hasta el cansancio su posición de dar “libertad política ilimitada” a los contrarrevolucionarios. “ La conducción de una lucha sin tregua contra esas ideologías en el terreno de la ideología misma (subrayado en el original). Pero tal lucha no puede alcanzar pleno éxito sino en condiciones de debate y confrontación abiertos, es decir, de libertad para los defensores de ideologías reaccionarias de defender sus ideas, de pluralismo ideológico‑cultural ( ... ) Cuando la clase burguesa está desarmada y expropiada, cuando sus miembros sólo tienen acceso a los medios masivos de difusión en relación con su número y no con su fortuna, no hay razón para temer una confrontación constante, libre y franca entre sus ideas y las nuestras. ( ... ) Pero solamente deberán ser castigados los actos comprobados (subrayado en el original) de esta índole y no la propaganda general explícita o implícitamente favorable a la restauración del capitalismo” .   (SU, 1977) [8] . Y, como ya vimos, esto significa que “ se deberá acordar la libertad de organización política a todos los que en los hechos, respeten la constitución del estado obrero, incluidos los elementos pro burgueses (subrayado en el original); es decir, que no estén comprometidos en acciones violentas para derrocar el poder de los trabajadores y la propiedad colectiva de los medios de producción ”.

Como se advierte, el SU trata, por todos los medios, de no llamar a los fenómenos por su nombre marxista. Habla de “ideologías reaccionarias”, de “la clase burguesa”, de “propaganda general explícita o implícitamente favorable a la restauración del capitalismo”, de “elementos pro burgueses”, sin precisar que todo ello no es nada más ni nada menos que “la contrarrevolución burguesa”, aunque, por el momento, sólo defienda su ideología y haga propaganda, mientras se prepara para el levantamiento armado. ¿Cree acaso el SU que puede existir una “_clase burguesa” lógicamente favorable a la “restauración capitalista”, formada por “elementos pro burgueses”, con “ideologías reaccionarias”, que no sea contrarrevolucionaria, es decir, que no esté por la vuelta a la propiedad privada de los medios de producción, por cualquier medio que sea?

Esta “libertad política ilimitada” para los contrarrevolucionarios sólo se restringirá cuando se levanten en armas, cuando inicien la guerra civil contra la dictadura del proletariado. La razón que dan es peregrina: “ Ninguna clase social y ningún estado acordó jamás el pleno goce de los derechos políticos a aquellos que estaban comprometidos en acciones violentas para derribarlos. La dictadura del Proletariado no podrá actuar, al respecto, de otra manera” (SU, 1977) [9] . ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué conclusión se desprende de estas afirmaciones? Nosotros vamos a contestar. Los compañeros del SU están convencidos o tratan de convencemos de que las distintas clases en el poder que han existido en la historia le dieron “el pleno goce de los derechos políticos” a aquellos que “no estaban comprometidos en acciones violentas para derribarlos”. Pero nosotros afirmamos que lo cierto es lo contrario: “Ninguna clase social ni estado dominante concedió jamás el pleno goce de los derechos políticos a las clases dominadas ni a sus partidos, por más pacíficos que fuesen”. El SU debería decir, abiertamente, que propicia que la próxima dictadura proletaria triunfante vaya contra esta ley absoluta de la historia de la sociedad de clases, y que inaugurará la primera dictadura que otorgará “el pleno goce de los derechos políticos” a sus enemigos de clase.

Este programa del SU para después de la toma del poder es la continuación del defendido por el camarada Novack para los países imperialistas para antes de la toma del poder. El, con su acostumbrada claridad, lo había formulado de este modo tiempo atrás: “Esto requiere la puesta en práctica de un programa, una perspectiva y una estrategia revolucionarios. El eje de tal programa es... proteger los derechos democráticos y extenderlos”. (Novack, 1971). [10]

2.- Una guerra civil sometida a un riguroso y ultraliberal código penal

La mayoría del SU no es menos democrática y liberal con la contrarrevolución cuando se levanta en armas contra la dictadura del proletariado. Indudablemente, para esta etapa es para cuando el documento baraja que hay que hacerle ciertos recortes a las “libertades políticas ilimitadas” de que deben gozar los contrarrevolucionarios. Pero esos recortes serán cuidadosos, jurídicos, de una liberalidad asombrosa: “ Es, pues, necesario insistir sobre el hecho de que el empleo de medios represivos de autodefensa, por parte del proletariado y de su estado, contra las tentativas para derribar el poder de los trabajadores mediante la violencia, debe circunscribirse a crímenes y actos comprobados, o sea, estrictamente separados del terreno de las actividades ideológicas, políticas y culturales. Esto significa, además, que la IV Internacional se pronuncie por la defensa y extensión de las conquistas más progresistas de las revoluciones democrático burguesas en el terreno del Código Penal y de la justicia y que luche por su incorporación a la Constitución y al Código Penal socialista. Eso se refiere a derechos como: a) La necesidad de la ley escrita y el no recurso al concepto de delincuencia retroactiva . La acusación debe aportar la prueba del delito; el acusado es considerado inocente hasta que se presente dicha prueba. b) Los derechos plenos y completos de todos los individuos para determinar su propia defensa. Inmunidad plena y completa de los abogados para cualquier declaración o tipo de defensa seguida durante un proceso. c) El rechazo de cualquier concepto de responsabilidad colectiva de grupos sociales, de familias, etc . ( ... ) e) La extensión y generalización de los procesos públicos ante jurados. f) La elección democrática de todos los jueces, con derecho a revocación de los electos, a voluntad de los electores” . (SU, 1977). [11]

Es necesario recordar que la mayoría del SU no está refiriéndose al código ideal soviético, al de la época en que la dictadura del proletariado comience a dejar de ser necesaria, sino al del momento culminante de la dictadura revolucionaria, cuando una guerra mortal está entablada con la contrarrevolución. Para ese momento crucial exige que se apliquen estrictamente esas normas penales ultraliberales.

¿Cómo se manifiesta en este punto la trampa revisionista del SU? El documento hace una analogía histórica, no sólo equivocada sino novedosa.

Hasta ahora los marxistas siempre habíamos comparado la dictadura del proletariado, principalmente cuando hay guerra civil, con las dictaduras de Cromwell y Robespierre, jamás con la etapa de elaboración de los códigos penales burgueses más progresivos, es decir, cuando las cabezas ya estaban cortadas. La mayoría del SU olvida decir que esos códigos penales se redactaron mucho después de que la burguesía logró imponer su dictadura, no durante la guerra civil contra el absolutismo y el feudalismo.

Trotsky decía hace muchos años: “Si hay que comparar a Lenin con alguien, no es a Bonaparte ( ... ) ni mucho menos a Mussolini, es a Cromwell y a Robespierre. Hay derecho suficiente para ver en Lenin al Cromwell proletario del siglo XX. Esta definición será la apología más alta del Cromwell pequeño burgués del Siglo XVII” . (Trotsky, 1926) [12] .

“Cromwell fue en su tiempo un gran revolucionario y supo defender, sin detenerse ante nada, los intereses de la nueva sociedad burguesa contra la antigua sociedad aristocrática”. (Idem) [13] “Las analogías históricas exigen la mayor prudencia, sobre todo cuando se trata del siglo XVII y del siglo XX; sin embargo, no puede uno dejar de sorprenderse ante ciertos rasgos de asombrosa semejanza entre las costumbres y el carácter del ejército de Cromwell y los del ejército rojo ”. (Idem) [14] . Refiriéndose a los futuros órganos representativos de la revolución obrera inglesa, aseguraba: “ Tanto más lo conseguirá cuanto mejor se haya asimilado las lecciones de la época de Cromwell” .

Y resumiendo el papel del derecho penal y constitucional bajo las dictaduras revolucionarias diría que el proletariado inglés: “... adquirirá la convicción por la experiencia de la revolución inglesa, del papel subalterno, auxiliar y convencional del derecho en la mecánica de las luchas sociales, sobre todo en las épocas revolucionarias, cuando entran en juego los intereses esenciales de las clases fundamentales de la sociedad”, (Idem) [15] . Y en forma expresa, Trotsky comparó los primeros años de la dictadura de Lenin con la de Robespierre: “Las medidas de terror aplicadas durante el período inicial, y por así llamarlo “Jacobino”’ de la revolución, fueron impuestas por las férreas necesidades de la autodefensa ” (Trotsky, 1935) [16] .

3.- El terror rojo

Prácticamente ya no es necesario demostrar que estas concepciones implican un abandono del terror rojo. El documento del SU no puede decirlo abiertamente, pero ¿qué es si no, esta blandura, este abandono del concepto de “delincuencia retroactiva”? El terror rojo prende rehenes y aplica medidas penales a los “grupos familiares y sociales”, es decir, a los representantes de las clases explotadoras, aunque no hayan hecho nada. Inclusive a sus familiares, como ocurrió con el Zar, que fue ajusticiado con todos sus familiares, para no dejar ninguna posibilidad de reivindicación monárquica. “Nadie [como Lenin] comprendió con tanta claridad, inclusive antes del vuelco [del poder], que sin represalias contra las clases poseedoras, sin medidas de terror de una severidad sin parangón en la historia , el poder proletario, rodeado por enemigos por los cuatro costados, jamás podría sobrevivir. ( ... ) El Terror Rojo fue un arma necesaria de la revolución. Sin él, ésta habría perecido. Ha sucedido más de una vez que una revolución pereció debido a la blandura, la indecisión y el carácter bondadoso del pueblo trabajador en general”. (Trotsky, 1924). [17] El SU pretende defender el poder del estado del proletariado revolucionario con su código liberal, y no “aplicando donde sea necesario los métodos dictatoriales duros e implacables, sin retroceder ante ninguna medida decisiva para aplastar la hipocresía burguesa” como decía Trotsky. (1922). [18]

Pero una vez más, es necesario que veamos si Lenin y Trotsky, los jefes de la primera dictadura revolucionaria triunfante, actuaron como nosotros decimos durante la guerra civil o como reglamenta el documento del SU. Y, de paso, vamos a ver si sólo se salieron de madre a partir del año 1921, como dice Mandel. Anticipamos que, si aplicáramos las normas constitucionales y penales del SU, llegaríamos a la conclusión de que nuestros maestros fueron unos burócratas totalitarios incorregibles, antidemocráticos y represivos, y que se equivocaron de medio a medio mucho antes de 1921.

Vayamos a los hechos. Tal como lo documenta cuidadosamente Carr , casi inmediatamente después de la insurrección de Octubre, Trotsky publicó una grave advertencia: “ Retenemos prisioneros a los cadetes como rehenes. Si nuestros hombres caen en manos del enemigo, sepa éste que por cada obrero y cada soldado exigimos, cinco cadetes.. . Creen que hemos de ser pasivos, pero demostraremos que podemos ser implacables cuando se trata de defender las conquistas de la Revolución”. Poco después insistía: “ No vamos a entrar en el reino del socialismo con guantes blancos y sobre un suelo encerado ”. Con motivo de la ilegalización del partido de los cadetes, dijo: “En tiempos de la Revolución Francesa fueron guillotinados por los jacobinos, por oponerse al pueblo, hombres más honrados que los cadetes; no hemos ajusticiado a nadie y no pensamos hacerlo, pero hay momentos en que la furia del pueblo es difícil de controlar ”. Siguiendo con esta línea de razonamiento decía poco después: “ Pedir que se renuncie a toda represión en tiempo de guerra civil es pedir que se abandone ésta... Protestáis contra el blando y débil terror que estamos aplicando contra nuestros enemigos de clase, pero habéis de saber que, antes de que transcurra el mes, el terror asumirá formas muy violentas siguiendo el ejemplo de los grandes revolucionarios franceses. La guillotina estará lista para nuestros enemigos, no ya simplemente la prisión”.

La dictadura de Lenin y Trotsky le dio a la Cheka el poder de castigar de acuerdo con las “circunstancias del caso y los dictados de la conciencia revolucionaria” y no sobre la base de la ley escrita. Y no olvidemos que muchos años después Trotsky consideró a la Cheka el “ verdadero centro del poder, durante el período más heroico de la dictadura proletaria”. (Trotsky, 1931) [19]

Pero volvamos al relato de Carr . Con un criterio de clase, a pocas semanas de la insurrección de Octubre, se aplicó el trabajo forzado, “enviando hombres y mujeres de la burguesía a cavar trincheras para la defensa de la capital contra los alemanes”, sin importar para nada si eran culpables de algo, ya que se los condenaba al trabajo forzado por ser miembros de la burguesía. En 1918, Lenin escribió un artículo, no publicado en ese momento, donde propuso “ meter en la cárcel a diez ricos, una docena de estafadores y media docena de obreros que se encontrasen fuera de su camino al trabajo y “ fusilar sobre el terreno a uno de cada diez culpables de vagancia ”. Y más aún: “hasta que no impongamos el terror ‑- fusilando sobre el terreno -‑ a los especuladores, no lograremos nada ”.

En su proclama del 22 de febrero de 1918, en la cual se declaraba a “la patria socialista en peligro”, la Cheka ordenó a los soviets locales que “ buscasen por todas partes, detuviesen y fusilasen inmediatamente (¡Horror! sin ley escrita ni abogado defensor) a todos los agentes del enemigo, agitadores y especuladores contrarrevolucionarios” . A partir de esta proclama, la Cheka realizó ejecuciones “no puede determinarse en qué cuantía ‑-sin ningún proceso regular o juicio público” . Comentando estos hechos, Sverdlov declaró en julio de 1918: “decenas de sentencias de muerte fueron cumplimentadas por nosotros en todas las ciudades, en Petrogrado, en Moscú y en las provincias”.

Cuando en agosto de 1918 se produjo una sublevación kulak en Prieja, Lenin ordenó “ Poner en marcha un terror de masa implacable contra los kulaks, sacerdotes, y guardias blancos y... confinar a los sospechosos en un campo de las afueras de la ciudad”, recomendando que se “cogiesen rehenes que respondieran con su vida de que las entregas de grano fuesen rápidas y exactas ”.

Una resolución del gobierno soviético del 29 de julio de 1918, basada en discursos previos de Lenin y Trotsky, dice: “ El poder soviético tiene que garantizarse la retaguardia colocando a la burguesía bajo vigilancia y aplicando contra ella el terror de las masas” . Es decir, aplicando el “concepto de delincuencia retroactiva” y de “responsabilidad colectiva de grupos sociales”. Explicando esta doctrina leninista y trotskista, Dzerzhinsky declaró: “ La Cheka no es un tribunal; es la defensa de la revolución, como lo es el Ejército Rojo, y, lo mismo que en la guerra civil, el Ejército Rojo no puede pararse a preguntar si va a dañar a individuos particulares, sino que tiene que tener en cuenta una única cosa: -‑ la victoria de la revolución sobre la burguesía-‑, del mismo modo la Cheka tiene que defender a la revolución y vencer al enemigo aunque su espada caiga ocasionalmente sobre las cabezas de los inocentes ”.

Tras el atentado en que Uritsky fue muerto y Lenin herido, el gobierno promulgó la siguiente resolución: “Todos los contrarrevolucionarios y los que les instigan serán considerados responsables de todos los atentados contra funcionarios del gobierno soviético y los que sostienen los ideales de la revolución socialista. Al terror blanco de los enemigos del gobierno de los obreros y campesinos, los obreros y campesinos replicarán con un terror rojo masivo contra la burguesía y sus agentes”. En el segundo semestre de 1918 fueron fusilados quinientos doce contrarrevolucionarios, declarados “rehenes”, en Petrogrado. Y no cabe duda de que se aplicó el “concepto de delincuencia retroactiva”, ya que se trataba en muchos casos de “ministros zaristas y una gran lista de altos personajes”. La Cheka “no juzga, sino castiga”, decía uno de sus miembros. Carr, con todo acierto, dice: “ lo esencial del terror era su carácter de clase . Seleccionaba a sus víctimas por razón, no de delitos específicos, sino por su pertenencia a las clases propietarias .” Carr lo entendió muy bien, no así los que redactaron las tesis del SU, quienes desechando el criterio de clase, condenarán sólo por “delitos específicos” o “actos comprobados” durante la guerra civil.

Nos hemos detenido tanto en estas citas para demostrar cómo para Lenin, Trotsky y los bolcheviques no había “ley escrita”, ni “no recurso al concepto de delincuencia retroactiva”, ni “empleo de medios represivos” circunscrito “estrictamente a crímenes y actos comprobados”, ni “rechazo de cualquier concepto de responsabilidad colectiva de grupos sociales, de familias, etcétera”, ni “prueba del delito” necesaria para considerar culpable a un individuo. Es decir, nada que valiera ante la ley, esta sí absoluta, de defender la revolución contra los intentos armados de la contrarrevolución.

4.-¿Qué hicieron los líderes de las otras grandes revoluciones?

¿Por qué actuaron así Lenin y Trotsky? ¿Fueron los primeros en la historia? Evidentemente no; todas las grandes revoluciones triunfantes hicieron lo mismo.

¿Cómo se pudieron imponer ideales como “la igualdad civil”, la “declaración de los derechos humanos”, que desvelan a los demócratas? Pareciera que el SU está seguro de que fue con un código penal humanitario, pero Robespierre, por el contrario, se preguntaba: “¿Es que hay que juzgar las precauciones exigidas por la salud pública en tiempos de crisis, provocada por la impotencia misma de las leyes, con el código criminal en la mano?” Y aclaraba: “Si el atributo del gobierno popular en épocas de paz es la virtud, sus atributos en tiempos de revolución son a la vez la virtud y el terror: la virtud sin la cual el terror es funesto; el terror sin el cual la virtud es impotente. El terror no es sino justicia rápida, severa, inflexible; es por tanto emanación de la virtud” . A propósito de la Revolución Francesa, el mismo Lenin le decía al comunista Frossard en 1920: “ Un francés no tiene que renunciar a nada en la Revolución Rusa porque en sus métodos y en su procedimiento vuelve ésta a comenzar la Revolución Francesa ”. Y nuestros patriotas, los que liberaron a América del yugo de la corona española o inglesa, nuestros “libertadores”, los héroes de la “independencia” y de la democracia, ¿cómo actuaron?

Bolívar sostuvo que había que fusilar al español que no apoyara la revolución. “Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria y, por consecuencia, será irremisiblemente pasado por las armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus auxilios a los buenos ciudadanos que se están esforzando por sacudir el yugo de la tiranía. Se conservarán en sus empleos y destinos a los oficiales de guerra, y magistrados civiles que proclamen el gobierno de Venezuela, y se unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios al estado, serán reputados y tratados como americanos. ( ... ) Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables” . (Bolívar, 1813) [20] . Un consecuente discípulo actual de Bolívar, sacaría un decreto diciendo que “todo gran burgués que no entre al ejército proletario y lo apoye con toda su fuerza será fusilado”. Y Jefferson, durante la revolución americana, dijo: “ En la lucha, que era necesaria, cayeron sin las formalidades del juicio, muchas personas culpables y, con ellas, algunas inocentes. Lo deploro más que nadie y lloraré a algunos de ellos hasta el día de mi muerte, pero lo mismo que lo hubiera hecho si hubieran caído en el campo de batalla. Fue necesario usar el arma del pueblo, un mecanismo que no es tan ciego como las balas y las bombas, pero que lo es hasta un cierto punto”.

De acuerdo a esta forma correcta de hacer las analogías, para los marxistas siempre hubo cinco leyes históricas de toda dictadura revolucionaria que son inconmovibles:

Primera: la burguesía, cuando hizo su revolución contra el feudalismo y el absolutismo, impuso las grandes dictaduras revolucionarias de Cromwell y Robespierre, las cuales no dieron ningún tipo de libertades a sus enemigos contrarrevolucionarios (recordemos que no por casualidad la guillotina fue el símbolo de los mejores años de la Gran Revolución Francesa de 1789).

Segunda: El proletariado, como ya lo mostró claramente el ejemplo de la dictadura revolucionaria de Lenin y Trotsky, no actuó ni actuará de otra manera sino como actuaron Cromwell y Robespierre, aunque, por supuesto, con un carácter de clase distinto, proletario y no burgués o pequeño burgués.

Tercera: Hay que distinguir entonces entre las situaciones revolucionarias y de guerra civil, y las de estabilización de una dictadura. Cuando hay estabilidad puede haber democracia, jurisprudencia, normas relativamente estables; cuando se entra en un período revolucionario de imposición o supervivencia de la dictadura, como de guerra civil, todo se resuelve con las fuerzas en lucha y nada con las normas. Más precisamente, éstas son destruidas por las clases y sus partidos en guerra mortal.

Cuarta: En los momentos críticos, la contrarrevolución recurre a la más feroz represión y todo revolucionario que se precie debe recurrir al terror revolucionario. Cada clase en lucha por su supervivencia recurre, entonces, a la dictadura más violenta e implacable para triunfar o sobrevivir. La dictadura. revolucionaria del proletariado es la aplicación científica consciente de estas leyes absolutas de la historia de las revoluciones, de la lucha de clases y de la imposición de toda dictadura revolucionaria.

Quinta: Hay otra ley que complementa las anteriores: cada vez que las clases explotadas, por no aplicar esas inexorables leyes de las revoluciones y dictaduras revolucionarias, fueron “magnánimas”, “humanas”, “consideradas”, “normativas”, “jurídicas”, “democráticas” con la contrarrevolución, ésta siempre triunfó.

Estas son las leyes que el SU ignora. Es la primera vez que alguien que se llame trotskista quiere someter la revolución y la guerra civil a un código penal. Trotsky se cansó de asegurar lo contrario.

5.- ¿Será consecuente el SU? ¿Luchará en favor de la “libertad política ilimitada” para el Sha, Pinochet y Somoza?

Toda posición tiene su lógica de hierro, cuyas consecuencias prácticas no son previstas a veces por sus autores. La posición de James Burnham de que la URSS no era un estado obrero, se transformó, al cabo de los años, en un apoyo político consecuente al imperialismo yanqui. Algo parecido ocurrirá con los autores de “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado” si no retoman la defensa de la posición marxista. Todavía sus consecuencias políticas prácticas no son evidentes. Pero ahí están las premisas teóricas que llevan inexorablemente a posiciones políticas directamente contrarrevolucionarias.

Supongamos que el día de mañana triunfa la revolución obrera en Irán, España, Portugal, Nicaragua o Chile. El movimiento de masas querrá hacer justicia por sus propias manos y tratará de vengarse del Sha, Somoza, Pinochet o de los torturadores de Franco y Salazar. ¿Cuál será la política del SU frente a esa alternativa?

Si son consecuentes con su resolución, no hay lugar a dudas: si el Sha, Pinochet o los torturadores de Somoza son apresados, lucharán en las calles por su libertad y para evitar que sean juzgados. ¿Por qué? Porque ellos quieren que “ ... La Cuarta Internacional se pronuncie por... la necesidad de la ley escrita y el no recurso al concepto de delincuencia retroactiva” para juzgar a los contrarrevolucionarios. Si el poder obrero dicta una ley, ella no podrá juzgar ningún delito que se haya llevado a cabo antes de la fecha de su promulgación. Como esa ley será promulgada bajo la dictadura obrera, que será siempre posterior al gobierno del Sha, Somoza y Pinochet, no hay vuelta que darle; la dictadura obrera del SU estará maniatada por las normas inviolables de su resolución y no podrá juzgar a los más sangrientos dictadores de esta época. Deberá luchar por su inmediata libertad y por su no juzgamiento. Lo mismo ocurrirá con los miembros de las organizaciones terroristas de extrema derecha o con los rompehuelgas profesionales: no podrán ser juzgados porque las leyes de la dictadura del SU no tienen efecto retroactivo. Se habrá terminado la justicia de clase y revolucionaria, que da rienda suelta a la iniciativa y a los odios de las masas expresados en asambleas soberanas que juzgan a los fascistas, torturadores, asesinos, rompe‑huelgas y entregadores por lo que hicieron o por lo que hacen, sin tomar en cuenta para nada las leyes preexistentes o escritas.

En lugar de ella, habrá comenzado la justicia del SU, pequeño burguesa, normativa, que quiere imponer normas estrictas, inviolables, al justo odio de las masas movilizadas. La resolución parece querernos decir: “Cuidado con tocarle un pelo al esbirro del Sha, de la PIDE, de Franco o Pinochet. si no hay ley penal escrita previa a su delito. ¡No faltaba más! ¿Cómo van a pretender los incultos trabajadores hacerse justicia por sus propias manos, sin conocer la historia del derecho penal y sin aceptar la defensa y extensión de las conquistas más progresivas de las revoluciones democráticas burguesas en el terreno del Código Penal y de la justicia, queriendo retrotraemos a la época salvaje e iletrada de la justicia directa, democrática, por mano levantada, del comunismo primitivo”.

Esta no es una discusión académica. Si el SU es consecuente, esto significará la ruptura de la IV Internacional y un enfrentamiento físico en las calles, desde trincheras opuestas, entre los partidarios del SU y nosotros. Si la revolución obrera triunfa en Irán o si el Sha cae, los partidarios de nuestro documento lucharemos en las calles por el juzgamiento del siniestro monarca y de todos los torturadores y colaboradores suyos, haya o no ley que justifique formalmente su juicio. Dicho de otra forma: sin tomar para nada en cuenta el código penal iraní y el “no recurso al concepto de delincuencia retroactiva”, apoyándonos en el justo odio del movimiento de masas contra el Sha y sus secuaces, como también en las necesidades políticas de los trabajadores, levantaremos y lucharemos por la consigna de “juzgamiento del Sha y sus esbirros asesinos”; el SU manifestará en las calles de Teherán, junto con el Sha, con su hermana y sus torturadores, en una columna contraria a la nuestra, bajo la consigna de “Por el no recurso al concepto de delincuencia retroactiva”, “por el no juzgamiento del Sha y sus esbirros si no hay ley penal preexistente”.

Pero esto no es todo. Después de haber luchado por la liberación incondicional del Sha y sus asesinos de la cárcel de la dictadura del proletariado, si es consecuente hasta el fin, el Secretariado Unificado peleará en las calles para que esos “individuos” con su “grupo” tengan “libertad política ilimitada”, “gocen de completa libertad de acción, propaganda y de agitación y de un acceso pleno a los medios de difusión en relación con su número”. Esta es la futura política del SU si no es detenido a tiempo. Esperamos que esta imagen sea lo suficientemente repugnante como para que los seguidores del SU den marcha atrás y voten con nosotros para que los contrarrevolucionarios, de antes y de después de la dictadura revolucionaria, sean juzgados democráticamente por el movimiento de masas, sin ley escrita o código Penal previo y sin la prohibición de aplicar la “delincuencia retroactiva”

6.- Un ejemplo que lo aclara todo

Cualquier obrero que haya intervenido en una huelga más o menos combativa podrá comprender perfectamente bien estas diferencias sobre la dictadura del proletariado y la guerra civil y entender cómo la posición de la mayoría del SU es humanitaria, democratista, libertaria. En suma, un anarquismo intelectual de nuevo cuño. Supongamos que estamos en vísperas de huelga y la mayoría del SU nos manda una resolución en la cual nos dice que “una vez iniciada la huelga, todos los integrantes de la fábrica (presidente y miembros del directorio, gerentes, capataces, empleados y obreros) tendrán “libertad política ilimitada” y que aquellos que se oponen a la huelga con las armas serán juzgados por un código penal muy liberal, con tribunal obrero, acusación pública y su respectivo abogado defensor”.

Supongamos que, en la mañana siguiente, se declara la huelga y algunos esquiroles llaman a trabajar, pero no entran aún ni atacan físicamente a los huelguistas, ¿qué hacemos? ¿Nos ajustamos a lo que nos acaba de decir el SU, o luchamos ferozmente contra los que hacen el llamado a romper la huelga, dejando que prime por sobre toda otra consideración el interés supremo de ganar esa lucha? Todo obrero clasista y combativo sabe que en esos momentos hay que apelar a cualquier medio útil para aplastar a los propagandistas de la patronal. Cualquier método es bueno si aterroriza a los posibles rompehuelgas, debilita a los empresarios y fortalece la huelga, y es malo si no logra esos objetivos. Aunque parezca burdo, tenemos que volver a preguntar a los compañeros de la mayoría del SU cuál es su programa para la huelga. ¿Dar total libertad a todos los miembros de la fábrica, desde el patrón burgués a los obreros vendidos? ¿Llegar hasta el grado de dejar hacer propaganda al partido político del patrón en la asamblea obrera, si un solo obrero lo pide, para defender en el debate público su punto de vista en favor de la patronal contra la huelga? ¿Le daremos el mimeógrafo del sindicato para que el patrón, junto a los obreros que sean sus agentes, edite un boletín contra la huelga? Aunque suene descabellado, ése es el programa del SU. La opción es de hierro: hacemos la huelga dando una completa libertad de expresión a todos los integrantes de la fábrica --los huelguistas, los patronos y los obreros vendidos entregados a él-- o la hacemos con un programa trotskista ortodoxo, el de Lenin y Trotsky, y que sigue siendo el nuestro: repudio y represión sin ningún miramiento a los rompehuelgas, sin darles ninguna libertad para su propaganda pro‑patronal. Nuestro objetivo es que la huelga triunfe, y a él se subordina todo lo que hagamos. Lo mismo ocurre con la revolución obrera y la dictadura revolucionaria del proletariado. No la hacemos para que inmediatamente haya libertad para todo el mundo, sino para que siga avanzando la revolución y para aplastar a todos los que se opongan a ella, a los contrarrevolucionarios y sus agentes. Lo mismo debemos hacer con los que se lanzan a la propaganda a favor de los patronos, de romper la huelga, aunque no entren a trabajar por el momento y no repriman físicamente a los huelguistas. Porque una huelga no es nada comparada con las primeras etapas de una dictadura revolucionaria del proletariado; a su lado resulta un juego de niños.

Es triste tener que decir verdades tan elementales a compañeros como los que actualmente integran la mayoría del SU y que escribieron la resolución; a compañeros que pudieron mantenerse en el trotskismo a pesar de tantos años de presión stalinista. Así como en una huelga no hay democracia para todos, sino para los que luchan por ella, para los huelguistas y así como a un rompehuelgas se lo trata a las patadas, bajo las primeras fases de la dictadura obrera revolucionaria, habrá democracia solamente para los revolucionarios, para los que estén empeñados en una lucha a muerte contra la restauración burguesa e imperialista, ya que necesitan esa libertad de manera imprescindible, para encontrar los caminos mas adecuados que permitan seguir desarrollando la revolución y lograr el aplastamiento definitivo de los contrarrevolucionarios.

7.- La movilización obrera contra la reacción capitalista: una contradicción irresoluble para la “dictadura” del SU

Uno de los fundadores del trotskismo argentino, Quebracho, acuñó una frase que haría carrera. Lanzó, contra el frentepopulismo stalinista que se negaba a organizar comités de defensa para enfrentar a los fascistas, la consigna “ ¡al fascismo no se lo discute, se lo destruye!”   Con ella, no hacía más que seguir a Trotsky, quien había insistido en la necesidad de utilizar la fuerza física de la vanguardia obrera, apoyada en el proletariado, para atacar y, si era posible, barrer definitivamente a todo grupo fascista.

Nunca se dijo que si el fascismo utilizaba sólo métodos propagandísticos e ideológicos en determinado momento, se lo debía combatir exclusivamente en esos terrenos. Cuándo y cómo atacarlo dependía de la relación de fuerzas y sólo de eso, como en cualquier otra lucha total entre clases y entre partidos revolucionarios y contrarrevolucionarios. Por ello nunca ningún trotskista ha tenido dudas en atacar una reunión fascista, aunque la misma se llevara a cabo sólo para estudiar Mi lucha de Hitler. Si la vanguardia armada, apoyada en el proletariado hubiera estado dispuesta a tomar la iniciativa contra ese grupo de estudio nazi, todo el trotskismo la hubiera aplaudido, consciente de que el estudio de Mi lucha llevaría, sin solución de continuidad, al asesinato de obreros de izquierda, posiblemente de compañeros nuestros. Estos ejemplos muestran cómo las luchas propagandística, ideológica, política, física, están estrechamente ligadas entre sí, y que no hay barreras fijas y, mucho menos, determinadas por el enemigo. Jamás esperaremos a que éste cambie de una lucha a otra para hacerlo nosotros. Todo depende de las conveniencias. Podemos dar el ejemplo del grupo de estudio desde el ángulo opuesto. Si tenemos fuerzas para ello, del estudio de los escritos de Trotsky sobre el fascismo, nuestro grupo de estudio pasará al ataque físico contra las bandas fascistas.

Esperamos que la mayoría del SU no haya cambiado esta posición marxista clásica para los momentos previos a la toma del poder. Es decir, creemos que seguirán defendiendo la combinación de las distintas formas de lucha para cuando los encuentros de la clase obrera y los grupos contrarrevolucionarios se vuelvan violentos, con características de guerra civil. Porque para el resto de las situaciones han cambiado su concepción.

Supongamos que después del triunfo de la insurrección la clase obrera quiera seguir actuando de la misma forma en que lo hacía antes y durante la toma del poder; es decir, que esté dispuesta a seguir movilizándose físicamente contra los contrarrevolucionarios. El SU opina que, entonces, debemos enfrentar a la contrarrevolución ideológica y propagandísticamente, pero jamás coartando su “libertad política ilimitada” y mucho menos atacándola en forma física: “.. el único medio por el cual la clase obrera puede educarse ideológicamente y puede liberarse con éxito de la influencia de las ideas burguesas y pequeño burguesas es la confrontación ideológica”, la conducción de una lucha sin tregua contra esas ideologías en el terreno de la ideología misma ”. (SU, 1977 ) [21] .

El proletariado victorioso, según el SU, en vez de hacer las más poderosas movilizaciones y atacar con toda su fuerza a los contrarrevolucionarios, deberá enviar un telegrama colacionado a cada grupo enemigo que no haya tomado las armas contra el poder obrero. Si se trata dé Irán, deberá enviarle un telegrama al Sha ‑-si todavía no tomó las armas contra el poder obrero-‑, informándole que se hará un referéndum para saber cuántos adherentes tiene y proceder así a otorgarle sus respectivos espacios por los medios de difusión masiva. Cualquier día encenderemos la radio o la televisión, en Irán, si triunfa la dictadura del SU, y nos encontraremos con que el Sha y sus secuaces están hablando en cadena para todo el país, que disponen de una hora completa y luego les responderá el compañero Mandel o alguno de sus partidarios iraníes explicándole a los obreros que a esos sujetos no se los debe atacar como antes de la toma del poder, sino que sólo se les debe combatir ideológicamente. Lo mismo, ocurrirá en Nicaragua con Somoza, por ejemplo. Franco y Salazar no tendrán espacios para hablar, pero no por decisión del SU, sino porque están muertos. Por más esfuerzos que hacemos, no entendemos por qué tiene que ser así.

Para la mayoría del SU, el proletariado en el poder actuará contra la burguesía y la contrarrevolución imperialista, como según Hollywood actuaban los caballeros de la Edad Media con sus pares: no atacará físicamente si no lo hicieron previamente contra él y utilizará las armas del adversario. Esto puede parecer una exageración polémica; sin embargo, se ajusta estrictamente a lo que dice el documento de la mayoría del SU, En él insisten en que a la burguesía, a los partidos reaccionarios y contrarrevolucionarios se les debe responder ideológicamente si emplean armas ideológicas, y para permitir el “duelo” les darán los derechos más absolutos de organización, propaganda y sólo, exclusivamente cuando ellos utilicen armas de fuego, se les responderá de la misma manera y se les restringirán sus derechos democráticos. Todo queda reducido al supuesto código de honor de la caballería medieval y no a las férreas leyes de la lucha de clases.

Las afirmaciones del SU vienen en línea directa del Siglo de las Luces y del racionalismo francés, con su sobreestimación de la fuerza de las ideas en el proceso histórico, y va en contra de todo lo que el marxismo ha dicho al respecto. Nosotros creemos que mientras la economía mundial siga desarrollando formas capitalistas de producción y provocando el surgimiento de sectores burgueses, pequeño burgueses y de obreros privilegiados, no hay absolutamente ninguna posibilidad de que desaparezcan la influencia de las ideas burguesas y pequeño burguesas, aunque estemos mil años luchando ideológicamente contra ellas. Y, por el contrario,  afirmamos que si implantamos una fuerte dictadura revolucionaria que logre extirpar toda perspectiva económica de surgimiento de sectores económicos privilegiados, al lograr una economía mundial socialista, no habrá ya la mas mínima posibilidad de que florezcan ni un milímetro esas ideas. Esto no quiere decir que neguemos la gran importancia de la lucha ideológica, pero exigimos que se la ponga en su verdadero lugar: es muy importante pero no el “único medio” o el privilegiado para extirpar la ideología burguesa. Su función radica en ser un poderoso sostén para la movilización permanente de los trabajadores que lleve a la extirpación del régimen capitalista. Es decir, “el único medio” que la humanidad tiene para superar la ideología burguesa es lograr un nuevo sistema de producción y no la lucha ideológica contra ella.

En su afán de justificar que a la contrarrevolución sólo se la debe combatir en el terreno que ésta elija sin que el partido revolucionario pueda tomar nunca la iniciativa de atacar como mejor le convenga, el SU utiliza otro argumento, complementario pero de tipo negativo: toda medida administrativa contra los partidos contrarrevolucionarios, a excepción del momento en que se levanten en armas contra el poder obrero, a la postre va en contra de los revolucionarios. Esto no es más que otro fetiche, pero negativo: las medidas administrativas o punitivas siempre son malas. Nosotros negamos tanto éste como los otros fetichismos jurídicos, normativos e institucionalistas de la mayoría del SU. “La represión puede tener magníficos resultados aplicada contra una clase que abandona la escena; la dictadura revolucionaria de 1917‑1923 lo demostró plenamente...” (Trotsky, 1936). [22] La concepción del SU es defensiva. Y también metafísica, de luchas separadas en compartimientos estancos, sin ninguna relación entre sí y sin pasar de una a otra si el enemigo no ha hecho lo mismo previamente. Siendo así se elimina la posibilidad de que un estado obrero tome la iniciativa de iniciar una guerra revolucionaria contra un estado burgués. Esta posibilidad fue barajada por Lenin y Trotsky en varias oportunidades. Es una variante no descartable para el futuro. Pero si somos consecuentes con el razonamiento del SU, jamás un estado obrero debe iniciar una guerra revolucionaria y se tiene que limitar a oponer a la propaganda del estado burgués enemigo sólo su propia propaganda. Nosotros no pensamos así. No creemos que a la larga las medidas administrativas y físicas sean malas, que las penales sean inútiles sino se las aplica con abogado defensor y ley escrita; que reprimir una lucha ideológica con métodos violentos sea negativo porque a la lucha ideológica sólo se le debe oponer su igual. Como tampoco creemos que hubiera sido un error proclamar la guerra a la Alemania de Hitler en 1933. Este es un criterio pequeño burgués con complejo de culpa, que precisa decir que fue la burguesía la que tiró la primera piedra. Para nosotros, tirar la primera piedra es un orgullo, un deber. El otro criterio capitula frente a la opinión pública pequeño burguesa de los países occidentales, no tiene nada que ver con el marxismo.

Este opina que la lucha de clases es una guerra total, en la cual se utilizan todos los métodos y armas para derrotar al enemigo de clase: administrativos, penales, propagandísticos, ideológicos, teóricos, eco nómicos y principalmente físicos y políticos, y se eligen los más adecuados para derrotarlo, sin considerar que aquél los haya utilizado o no. Esto no quiere decir que cada tipo de lucha no tenga sus leyes específicas; sí las tiene, pero dentro de una unidad de conjunto. De esas luchas, la más importante es la que destruye física y políticamente a la contrarrevolución. Es lo que Trotsky nos ha dicho con su claridad acostumbrada: “la violencia revolucionaria fue el método fundamental empleado en la lucha contra los terratenientes y los capitalistas ”, en lugar de los plañideros llamados del SU a combatirlos ideológicamente si no se levantan en armas. Y en la misma página insistía: “ No se puede ganar a los explotadores para el socialismo; había que quebrar su resistencia, costara lo que costase ” (Trotsky, 1933). [23]

La resolución del SU nos da un esquema casi completo para después de la toma del poder, hasta el punto de indicarnos cómo hacer los llamados telefónicos para informarnos. Lo “único” que no está contemplado es qué hará la dictadura del SU frente a una movilización obrera que ataque físicamente a los propagandistas de la contrarrevolución burguesa, como aconsejábamos que se hiciera antes de la torna del poder. Las normas del SU ¿la prohibirán? ¿La alentarán o, por lo menos, la dejarán actuar? Los obreros ¿podrán tomar la iniciativa para agredir físicamente a los militantes de los partidos y a los editores de los periódicos contrarrevolucionarios? ¿Serán penados por el código penal del SU si lo hacen?

Para nosotros, la perspectiva no ofrece dudas: la contrarrevolución imperialista (aun bajo el nombre vergonzante que le pone la mayoría del SU de “reacción”) debe ser combatida como la clase obrera considere más conveniente y necesario para derrotarla, sin atarse y comprometerse con ninguna norma fija. Por ello, en el frontispicio del arco de triunfo de la dictadura revolucionaria del proletariado, parafrasearemos, con letras muy grandes, la famosa frase de Quebracho. “ BAJO LA DICTADURA DEL PROLETARIADO A LA CONTRARREVOLUCION IMPERIALISTA NO SE LA DISCUTE, ¡SE LA DESTRUYE!”.

II.- Mesianismo europeista: la contrarrevolución se esfuma

1. Solo ventajas para Europa

Como un moderno Moisés, Mandel cree que sus “países europeos” son los “elegidos” para avanzar hacia el socialismo. En lugar de un Mesías, irán en su ayuda una serie de condiciones excepcionales que los “salvarán” de la contrarrevolución imperialista con todas sus consecuencias.

El mesianismo, expresión típica de la pequeño burguesía impresionista, no sabe de matices ni de contradicciones. Siempre oscila entre el pesimismo más absoluto, como el de la inevitabilidad de la guerra mundial a plazo fijo, y el optimismo total, como el de la ignorancia de dificultades o el reino de las ventajas absolutas. Pero la realidad no es absolutamente negativa ni positiva. En ella, los elementos favorables o desfavorables a nuestros objetivos siempre están combinados en alguna proporción, lo que hace que en cada momento determinado haya más o menos facilidades para la revolución o la contrarrevolución.

En el caso del SU, su mesianismo se descubre por los silencios, por la falta de inconvenientes que ve para la revolución socialista y para la dictadura del proletariado que plantea su documento. En el caso de Mandel, esto se hace explícito. En la entrevista que concedió a Weber en mayo de 1976, explica por qué considera que los pueblos del occidente de Europa, deberán recorrer un camino distinto al que ha debido recorrer el resto de la humanidad en lo que va del siglo, para llegar a la revolución.

La primera ventaja es la remota posibilidad de una intervención contrarrevolucionaria imperialista. Veamos. “No he observado en Portugal la entrada en acción de los ejércitos regulares de Francia, Alemania o Estados Unidos ni creo que una revolución victoriosa en España, Francia o Italia deba enfrentarse a ellos en los primeros tres o seis meses. El mundo de hoy es muy diferente al de 1917” . (Mandel, 1976) [24] . y más adelante, refiriéndose a las posibilidades de permanencia de un gobierno frentepopulista europeo, como el que se dio en Chile, agrega: “ En Chile ha durado tres años con una clase obrera infinitamente más débil que la de Europa Occidental y con la posibilidad de intervención directa del imperialismo norteamericano, la que, a pesar de todo, es más reducida en Europa Occidental que en Chile ” (Idem) [25]

Estas afirmaciones de Mandel son totalmente irresponsables. En Portugal no hubo ninguna revolución triunfante que obligara a la contrarrevolución extranjera a intervenir militarmente. Como lo demostraron los hechos posteriores, la revolución portuguesa fue estrictamente controlada por el imperialismo. Sólo quienes creían, junto con los ultra izquierdistas de todo pelambre, que bajo el gobierno de Vasco Goncalvez se iba a llevar a cabo la revolución obrera, pueden barajar hoy día la necesidad imperialista de intervenir militarmente. ¿Por qué está Mandel tan seguro de que una revolución triunfante en el sur de Europa no será atacada militarmente por los ejércitos burgueses de ese subcontinente en los tres o seis primeros meses? ¿Sí lo será a los nueve? ¿Por qué esa diferencia con 1917 respecto a la guerra civil y los enfrentamientos armados? Sólo un irresponsable puede descartar de manera tan rotunda esa eventualidad. Veamos qué indican los propios hechos de la realidad europea. Las dos únicas revoluciones de carácter concejista en vías de triunfar, la húngara de 1956 y la checoslovaca de 1968, fueron invadidas en forma inmediata, antes de que se desarrollaran, por el ejército ruso con la aquiescencia del imperialismo. No ha habido otras experiencias ni otras posibilidades de triunfo de una revolución concejista en Europa en el último cuarto de siglo. Y estos hechos nos gritan que no hay ninguna razón para creer que la revolución europea va a ser mucho más pacífica que las otras, o que no será atacada por ejércitos burocráticos o imperialistas.

La segunda ventaja para Europa es que su “ grado de autarquía ”... “ es infinitamente mayor que el de un país como Chile” (Idem) [26] . Esto es total y absolutamente falso, ya que cuanto más adelantado menos autárquico es un país. Trotsky se cansó de destacar esto, y decía que creer (¡ya en 1928!) que un país adelantado puede construir el socialismo dentro de sus propias fronteras es “ olvidar la ley del desarrollo desigual cuando más se la necesita” . Tomando como ejemplo las fuerzas productivas de “Inglaterra”, dice que debido a su “ desenvolvimiento exagerado (...) tiene casi necesidad del mundo entero Para abastecerse de materias primas y colocar sus productos ” (Trotsky, 1928) [27] . “Sin embargo, si abordamos los problemas de la construcción del socialismo con este solo criterio (el de Mandel agregaríamos nosotros) haciendo abstracción de las riquezas naturales del país, de las relaciones que existen en su interior entre la industria y la agricultura, del lugar que ocupa en el sistema mundial de la economía, caeremos en nuevos errores no menos groseros. Hablemos de Inglaterra. Siendo indiscutiblemente, un capitalismo superior, precisamente por esto, (subrayado en el original) no tiene ninguna probabilidad de organizar con éxito el socialismo en el marco de sus fronteras insulares. Inglaterra bloqueada se ahogaría al cabo de algunos meses” .(Idem) [28]

Esto que decía Trotsky en 1928 es cada día más cierto. Al igual que el caso de Japón o Estados Unidos, la autarquía económica de cualquier país de Europa occidental es prácticamente nula. Pensemos en Alemania con sus 110 mil millones de dólares de comercio exterior o en Francia con sus más de 60 mil millones, para darnos cuenta de que su economía depende infinitamente más de la economía y el mercado mundial que Paraguay, Angola o la India. Cuanto más atrasado es un país mayor es su grado de autarquía, y esto constituye una de las ventajas del atraso. Hasta ahora han sido las corrientes reformistas y nacionalistas del movimiento obrero las que sostuvieron lo contrario.

La tercera supuesta ventaja es la estructura social de los países europeos. Su fundamentación es economicista. Refiriéndose a la composición de las fuerzas armadas europeas en relación a las chilenas dice: “Creo que en este terreno también estaremos en condiciones de evitar estos errores y de obtener mejores resultados. Ya la experiencia del movimiento de soldados de estos últimos años, sobre todo en Portugal, pero también en Francia e Italia, muestra que partimos de una plataforma mejor que los chilenos, y que en los países altamente industrializados (donde incluso en el ejército se puede afirmar que la mayoría absoluta de los reclutas refleja la estructura social del país), creo poco probable la existencia de un ascenso revolucionario de importancia que no se traduzca en enfrentamientos en el interior del ejército. Tenemos, pues, mejores posibilidades que en el caso de Chile...” (Mandel, 1976) [29] . Esto quiere decir que el hecho de que haya mayor desarrollo industrial y que dentro de la sociedad el proletariado europeo ocupe un lugar mucho más importante que en los países atrasados, beneficia de manera absoluta a la clase obrera europea y debilita a los ejércitos burgueses. Mecánica simple de un silogismo formal, sin contradicciones y, por lo tanto, falso: a mayor desarrollo industrial, mayor número de trabajadores; a mayor número de trabajadores, mayor composición obrera de los ejércitos; a mayor composición obrera de los ejércitos, menor carácter contrarrevolucionario de los mismos.

Con esto, Mandel quiere decir que en Chile hay menos reclutas (composición obrera) que en Europa. Lo que no se dice es que de esa menor proporción de hijos del proletariado, el ochenta por ciento eran políticamente antiimperialistas, lo que se reflejó en la colosal crisis de las fuerzas armadas chilenas, lo que Mandel parece ignorar. Tampoco ve que, por el contrario, en Europa existe una aristocracia obrera que se ha formado como consecuencia de la explotación de las colonias y semicolonias, que tiene una vida relativamente privilegiada en relación con los sectores obreros marginales, sobre todo los de las nacionalidades oprimidas, y por eso es pro imperialista y/o reformista. Nos guste o no, la clase obrera está tajantemente dividida por razones económico‑sociales, entre los que hacen parte de ese sector privilegiado y quienes más sufren la explotación. Y, por si fuera poco, a esto se agrega que en los países adelantados existe una poderosa clase media que también es pro imperialista. Por eso no podemos creer que de la existencia de un ochenta por ciento de población proletaria deriven necesariamente toda clase de facilidades para el proceso revolucionario. Ese dato estadístico no aclara mucho; las relaciones son mucho más complejas que lo que pretenden los silogismos de Mandel. La posición que vayan a tomar esos sectores privilegiados dependerá de la lucha política. Por ejemplo, la crisis económica puede hacer que importantes sectores de ellos se transformen en correa de transmisión de la contrarrevolución imperialista o se pasen a la revolución. Por lo tanto, los revolucionarios de los países adelantados tienen una tarea suplementaria: tratar de ganar para la revolución a estos sectores privilegiados, ya que, de no hacerlo, ellos serán los principales colaboradores de la contrarrevolución imperialista o burocrática, a través de sus partidos reformistas o de las bandas fascistas.

Esta concepción mesiánica del camarada Mandel se ve concretada en la resolución del SU en la total ignorancia del imperialismo y la contrarrevolución imperialista. Al imperialismo, como ya veremos, se lo nombra solamente dos veces en referencias históricas. Ni una sola otra mención en todo el documento. Con la contrarrevolución imperialista lo mismo.

Esta caracterización del SU es novedosa. Pocos años atrás sostenía exactamente lo contrario: antes de pocos años se darían batallas decisivas con la contrarrevolución imperialista. Recordémoslo: “Sin la construcción de una nueva dirección en el plazo de que se dispone, [que era de cuatro a cinco años en 1972] el proletariado europeo conocerá nuevas y terribles derrotas de magnitud histórica al término de una serie de luchas de masas, algunas de las cuales alcanzarán la extensión que tuvieron las de mayo de 1968 en Francia” . (TMI, 1973) [30] .

En el mismo documento se afirmaba que “ en la mayoría de los casos, transcurrirá un período de cuatro a cinco años antes de que comiencen las batallas decisivas ” (TMI, 1973) [31] .

Esas batallas no se dieron. Nosotros preguntamos al SU: ¿No piensan explicar por qué? ¿Se postergaron por uno o dos años? ¿por diez? ¿desapareció esa posibilidad por una etapa? ¿por qué?. Pero sobre todo, camaradas, ¿por qué ya no hablan de esas batallas para las cuales había que prepararse con urgencia?

Aparentemente, sin explicación, ese peligro de lucha inmediata y mortal con la contrarrevolución imperialista ya no existe, a pesar de que seguimos a kilómetros de lograr “ la construcción de una nueva dirección en el plazo de que se dispone ”.

Es posible que el SU crea estar confeccionando un programa para ganar a los sectores que están llenos de prejuicios democráticos. Por lo tanto, que no puede hablar de ataques imperialistas porque su programa superdemocrático se le vendría al suelo. Sin embargo, no vamos a ganar a esos trabajadores elaborando un programa a la medida de sus prejuicios, sino a través de la acción revolucionaria. El triunfo de una dictadura revolucionaria en Europa tendrá que oponerse a un frente único contrarrevolucionario del imperialismo, los burócratas de los estados obreros y especialmente de la URSS, aquellos sectores privilegiados del movimiento obrero y de la clase media que sigan a los partidos reformistas, democrático burgueses o fascistas. Y el programa que levantemos debe servir para armar contra ese frente único a todos los que vayamos ganando para la revolución.

2.- De la lucha armada en todo tiempo y lugar a un semipacifismo

La estrategia de poder del SU ha dado ahora su consecuente giro. Puesto que el peligro de contrarrevolución imperialista no existe y que las masas europeas ‑-las “elegidas”-‑ prefieren ahora los métodos pacíficos, éstos son los que elige el SU. La lucha armada ha quedado descartada por completo.

Es necesario recordar las posiciones anteriores, tan cercanas, para llamar la atención sobre el significado de estos vaivenes. La mayoría del SU predicó durante años la religión de la lucha armada en todo tiempo y lugar. Sus documentos eran recorridos por el fantasma de una sangrienta contrarrevolución imperialista en Europa, antes de seis años, y había que prepararse para ella. En América Latina, autoconvertidos en vanguardia, ignoraron los procesos por los cuales las masas concurrían a elecciones y consideraron reformistas a quienes no estaban con la guerrilla. Igualmente eran reformistas los que no estaban con la violencia minoritaria en Europa. Llevados por esta orientación nuestros compañeros franceses e ingleses comenzaron a enfrentar, garrote en mano, a grupúsculos fascistas. Y un destacado dirigente francés llegó a desarrollar la hipótesis de que había que apoyarse en el campesinado de ese país para hacer una guerrilla al estilo castrista. Por supuesto, era la única forma, según él, de enfrentar a la contrarrevolución. No vamos a decir en qué consistió la polémica que sostuvimos al respecto porque todos la conocen.

Pero como ahora, según se desprende de la resolución, ya no hay que hacer la lucha armada casi nunca, surgen varias preguntas.

La primera es dónde quedó para el SU la contrarrevolución imperialista, o cuándo y cómo desapareció este peligro que antes los aterraba.

Un documento que no habla de los inevitables enfrentamientos armados que se darán en las próximas décadas no sirve, ni para entender las revoluciones triunfantes, ni las actuales, ni las futuras.

En la resolución no hay una sola línea dedicada a explicar la inevitabilidad de esos enfrentamientos. Existe un capítulo para después de la toma del poder que contempla los enfrentamientos armados, pero también para terminar diciendo que esas acciones deberán regirse por un código penal humanitario. El documento no delimita los momentos de la guerra civil, pero “ no hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la de dominada en forma súbita, de la noche a la mañana, aunque esa noche sea la de la revolución”. Siempre hay un inmediatamente antes y un inmediatamente después.

El antes, el período previo, significó treinta años de guerra civil en Vietnam y veinte años en China, mientras en Rusia duró nueve meses. El momento mismo del asalto al poder es un enfrentamiento decisivo, violento, lleno de incertidumbre, en el que se resuelve la situación a favor de un bando u otro. “¿Es concebible que tamaño acontecimiento deba depender de un intervalo de veinticuatro horas? Claro que sí. Cuando se trata de la insurrección armada, no se miden los acontecimientos por el kilómetro de la política sino por el metro de la guerra. Dejar pasar algunas semanas, algunos días, a veces un solo día, sin más, equivale, en ciertas condiciones, a la rendición de la Revolución, a la capitulación.” (Trotsky, 1924) [32] .

Es un “arte”, decía Lenin, un momento esencialmente militar, que exige “organizar un Estado Mayor... lanzar los regimientos fieles a los puntos más importantes... enviar contra los cadetes militares y la División Salvaje destacamentos prontos a sacrificarse hasta el último hombre antes que dejar penetrar al enemigo en los sitios céntricos de la ciudad... convocarlos a la batalla suprema... ocupar.. el telégrafo y el teléfono...” (Idem) [33] . ¡Así resumía Trotsky las exigencias de Lenin para la que fue la Revolución menos cruenta de la historia! Para Europa, Trotsky pensaba que era verosímil que se tropezara “con una resistencia mucho más seria, mucho más encarnizada... de las clases dominantes lo que “nos obligaría” a considerar un arte la insurrección armada y la guerra civil en general” (Idem) [34] .

Lo que ocurra posteriormente, no es más que la continuación de la guerra civil . “La toma del poder no pone fin a la guerra civil; sólo cambia su carácter” (Trotsky, 1924) [35] porque se trata de defender el estado obrero recién surgido, de los desesperados intentos de la contrarrevolución por volver a la situación anterior.

Estos períodos tendrán una duración y una dinámica que no puede ser determinada a priori, pero toda la experiencia demuestra que serán inevitables, y cada vez mayores. Sin las armas en la mano, sin guerra civil, no habrá revoluciones obreras y dictaduras revolucionarias triunfantes. Para la mayoría del SU esto no es así. A lo sumo, creen que podría haber lucha armada en casos excepcionales, una vez consolidado el poder obrero. Por eso lo mezquino del capítulo dedicado a la autodefensa del estado obrero.

Mandel agregó algunos conceptos en la entrevista que concedió a Weber en mayo de 1976. “Para que exista verdaderamente una crisis revolucionaria es necesaria una dimensión ideológica moral suplementaria, es decir, un principio de rechazo de la legitimidad de las instituciones del estado burgués por parte de las masas. Y eso sólo puede ser el resultado de una lucha profunda, un enfrentamiento muy profundo ‑-no necesariamente violento-- entre las aspiraciones revolucionarias inmediatas de las masas y dichas instituciones”. (Mandel, 1976) [36] . Esta conclusión del compañero Mandel, referida al futuro de los países capitalistas europeos, es muy cuidadosa pero muy profunda. Hasta ahora los enfrentamientos revolucionarios han sido necesariamente “violentos y sangrientos”, como los de Irán y mucho más. Pero para Mandel los “elegidos” europeos tienen otro camino: el pacífico, el democrático, ya que es posible que no haya “enfrentamientos violentos”.

Las posiciones cambian, pero el impresionismo estudiantil y profesoral que las alimentan, siguen siendo los mismos.

Ayer, cuando habían elegido a la juventud europea impactada por el castrismo, el método era la guerrilla, y el lugar, Latinoamérica. Hoy, cuando eligen a las masas occidentales llenas de prejuicios democrático burgueses, es “libertad política ilimitada” y en Europa.

La aparente base objetiva de estas posiciones es el momento particular de la lucha de clases en Europa. Los trabajadores, en su mayoría, siguen creyendo que todo se arreglará con elecciones que lleven a los partidos obreros al gobierno. Pero nosotros no podemos sacar conclusiones mes a mes, corriendo detrás de las masas y los partidos colaboracionistas. La historia de este siglo muestra que todos los triunfos de posguerra fueron producto de tremendas guerras civiles, en las cuales el imperialismo intervino de una u otra forma; que la guerra civil es parte de la realidad contemporánea en grado decisivo. Así ocurrió en Rusia, Yugoslavia, China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba. Las guerras civiles fueron mostrando un ascenso de la violencia en relación a la rusa. La cubana fue menos violenta, pero esto se debió a un error del imperialismo que la toleró y dejó que un sector suyo la apoyara. De todos modos hubo intervención posterior del imperialismo, con una invasión y un bloqueo, que todavía dura. La única excepción, el Este de Europa, es relativa, porque en esos países la revolución se apoyó, directa o indirectamente, en la guerra que sostuvo el Ejército Rojo con el ejército imperialista alemán y que costó decenas de millones de muertos.

Al ignorar esto, al eliminar la dimensión militar de la revolución obrera ‑-la insurrección-‑ la resolución del SU deja desarmadas a las masas. Los obreros que sigan al SU tendrán que enfrentar con ideas a los ejércitos imperialistas en las próximas décadas.

3.- Una desgraciada elección de Mandel: el ejemplo chileno

 Cuando explica por qué la elegida Europa se salvará casi seguramente de los enfrentamientos armados, Mandel tiene la pretensión de que el ejemplo chileno le sirva para ello. Pero la realidad se le cuela y, se ve obligado a reconocer, en una frase, que las cosas no sean posiblemente tan pacíficas: “La subida al poder de un gobierno de izquierda va a ser acompañada inevitablemente de una agudización de la lucha de clases, de una fuga de capitales, de huelga del capital (o sea de las inversiones), de un sabotaje de la producción, de conspiraciones permanentes de la extrema derecha contra esos gobiernos, con el apoyo del aparato del estado, del terrorismo de la extrema derecha como se vio en Portugal el año pasado, en España en 1936, en Chile en 1970 y como se verá mañana en Italia, España o Francia ” (Idem) [37] . Nosotros coincidimos con la perspectiva que señala Mandel en esta única y aislada frase. Todo el movimiento trotskista mundial tiene que prepararse para ella y elaborar tesis sobre la dictadura del proletariado, girando alrededor de los inevitables ataques armados de la contrarrevolución. A esto hay que agregar que si el proletariado toma el poder, esta lucha se va a agudizar hasta transformarse en un grave problema para la supervivencia de la primera dictadura triunfante en Europa.

Pareciera que después de ese vaticinio habría que preguntarse: Si la burguesía está dispuesta a hacer eso contra un gobierno burgués de izquierda como el de Allende, ¿qué no hará contra la dictadura revolucionaria del proletariado? La pregunta se contesta sola. Pero, ¿qué programa propone Mandel ‑-y de hecho la resolución-‑ para enfrentar la inevitable situación? Refiriéndose a los gobiernos reformistas dicen que hay que exigirles “ consignas de depuración radical, de eliminación de todo el aparato represivo de la burguesía, de la disolución de los cuerpos represivos, de los jueces permanentes, de todo lo que está escrito en la mente de las masas tras las experiencias de España de 1936 y Chile. A esto se agregan todas las reivindicaciones económicas de las masas que, expresando la lógica de la dualidad del poder, giran alrededor de la nacionalización bajo control obrero. Todo esto constituye la primera tanda de reivindicaciones dirigida a este gobierno ” (Idem) [38] .

Aquí está sintetizada toda la capitulación revisionista, reformista de los miembros del SU, expresada por su aparentemente mejor vocero, el camarada Mandel. Si las perspectivas son “ las conspiraciones permanente, de la extrema derecha, con todo el apoyo del estado, el terrorismo de la extrema derecha ”, ¿cómo se puede decir que la solución sea exigirles a esos gobiernos reformistas y colaboracionistas de clase “el saneamiento radical, la eliminación radical de todo el aparato represivo, de los jueces permanentes”? Ni una palabra mas, ni una palabra menos: ¡confiarán en el gobierno, harán presión sobre él, no como un método pedagógico para desenmascararlo ante las masas, sino como única salida! De lo contrario, ¿por que ni la resolución ni Mandel dicen una sola palabra de la necesidad de la movilización armada del proletariado? ¿Simplemente porque consideran que esos gobiernos socialdemócratas o frentepopulistas desmantelarán su aparato represivo por los pedidos del movimiento obrero? Entonces, ¿Para qué derramar sangre? Sin embargo, los enfrentamientos armados serán no solo la única forma efectiva de enfrentar a la derecha reaccionaria, sino la única base posible para el llamado a un frente único con los obreros socialdemócratas y stalinistas: “Realicemos acciones comunes contra la extrema derecha”.

La segunda tanda es la respuesta a todas las medidas burguesas de sabotaje y de desarticulación económica que inevitablemente adoptará. Es la política de respuesta del ojo por ojo, de las ocupaciones de fábrica, las confiscaciones de fábricas y su coordinación, de la elaboración de un plan obrero de reconversión y de nuevo auge de la economía, de la extensión y la generalización del control obrero hacia la autogestión, de la toma en sus manos de toda una serie de aspectos de la vida social por los interesados mismos (transporte en común, mercados populares, guarderías, universidades, explotaciones agrícolas, etc). Y es en este debate sobre cuestiones de este tipo, en el cuadro de la democracia proletaria, a través de las experiencias que realicen las masas, en la defensa más intransigente de la libertad de acción y de movilización de las masas ‑-incluso cuando entorpezca los proyectos del gobierno, o vaya en contracorriente con los planes reformistas-‑, en la ilustración, la consolidación, la centralización de las distintas experiencias de autoorganización, sin excesos sectarios, sin insultos del tipo ‘social fascista’, teniendo en cuenta la sensibilidad particular de los sectores que tengan aún una confianza, aunque decreciente, en los reformistas como se realizará el paso de capas cada vez más numerosas, del reformismo al centrismo de izquierda y al marxismo revolucionario. En ese sentido, hay una unidad y una articulación coherente entre la política de conquista de las masas por el frente único y la política de afirmación, de extensión y de generalización de la dualidad del Poder y la consolidación del poder obrero por la insurrección” . (Idem) [39] ¡Lo mismo con la “segunda tanda”! Todas tienen el objetivo de enfrentar económicamente a la contrarrevolución, de reorganizar la economía sobre bases obreras, para convencer lenta y pacíficamente a los trabajadores de las bondades del poder obrero. Ni una sola palabra del enfrentamiento armado en las calles con la contrarrevolución. Parece mentira que Mandel cite como ejemplos “la España de 1936 y Chile”, siendo que en esos países la clave de la derrota tuvo que ver con el enfrentamiento armado al golpe contrarrevolucionario.

Esa es la gran experiencia de Chile. Las masas aplicaron al milímetro la política de Mandel: levantaron la primera tanda, o sea, se aburrieron de exigirle a Allende que reprimiera a la extrema derecha. Al mismo tiempo, desarrollaron la segunda tanda: ocupaban fábricas y dominaban cordones industriales. El resultado está a la vista: triunfó el golpe de Pinochet. La lección de Chile, España, y Bolivia en 1971, es que en esa etapa de gobiernos reformistas, la gran tarea es el armamento del proletariado y el frente único con los obreros reformistas para enfrentar, armas en mano, a la contrarrevolución, y no la política en dos tandas de Mandel: exigencias al gobierno y ocupación de fábricas para demostrar a los obreros oportunistas que somos más democráticos y mejores administradores de la economía que la burguesía. Lo que hay que demostrarle a los trabajadores reformistas es cómo enfrentar y derrotar físicamente a la burguesía y a la contrarrevolución imperialista.

4.- Cuba desmiente el optimismo irresponsable del SU

El SU no puede dejar de advertir que habrá algunos obstáculos para los países elegidos. Enfrentamientos armados, seguramente no, pero propaganda contrarrevolucionaria sí. Sin embargo, ésta no ofrece mayores peligros. “No hay razón para temerla”, está derrotada de antemano. “Cuando la clase burguesa está desarmada y expropiada, cuando sus miembros sólo tienen acceso a los medios masivos de difusión en relación con su número y no con su fortuna, no hay razón para temer una confrontación constante, libre y franca entre sus ideas y las nuestras”. Bastará con “luchar sin tregua contra esas ideologías en el terreno de la ideología misma”. (SU, 1977) [40] .

¿Qué es “una confrontación constante” entre la revolución y la contrarrevolución? ¿Un deporte? Si la contrarrevolución hace propaganda es porque puede y tiene algo que conseguir con ella. No hay ningún ejemplo histórico que demuestre lo contrario. Los contrarrevolucionarios se aprovecharán siempre de las tremendas dificultades de algunas dictaduras obreras para fortalecerse y, cuando lo logren, seguirán inevitablemente hasta la guerra civil. Las tesis del SU nunca barajan esta posibilidad.

Vayamos a Cuba. Aquí, como dijimos, la violencia previa a la toma del poder fue mucho menor que en el resto de los países que alcanzaron la dictadura obrera. Pero en este caso, lo más grave vino después.

Cuba es un país que forma parte del mundo occidental y sufrió un colosal bloqueo económico que le provocó una crisis permanente de la economía. Este bloqueo fue acompañado por el éxodo a Estados Unidos de medio millón de gusanos, agentes de la contrarrevolución imperialista.

Si Fidel hubiera actuado de acuerdo a las normas del SU, ni bien bajó de la Sierra Maestra, debió haber hecho un discurso pidiendo a los quinientos mil “gusanos” que no se fueran, y darles todas las garantías individuales. Tendría que haberles permitido hacer una fantástica propaganda de acuerdo a su número, organizarse en partido político y cederle locales custodiados por las milicias. Por supuesto, tendría que haber impedido los juicios a los torturadores porque sólo podían basarse en el prohibido “recurso al concepto de delincuencia retroactiva”. Y Batista también se tendría que haber quedado.

Supongamos ahora que Fidel va más allá todavía. No sólo les da la “libertad política ilimitada” del SU sino que, además, aconsejado por Mandel, aplica el voto universal y llama a elecciones generales. Y supongamos también que la contrarrevolución no se aprovecha para nada de esas condiciones, no usa esas libertades para derrocar por la violencia a Fidel y recuperar los bienes expropiados. En síntesis, que contamos con una contrarrevolución honesta, que se comporta pacíficamente y se dedica a hacer su campaña electoral y a desarrollar una lucha puramente ideológica. Teniendo a su favor la profunda crisis económica provocada por el bloqueo yanqui, el apoyo del imperialismo, el atraso del campesinado, la división de la izquierda y la férrea determinación de los 500.000 gusanos, bien podría obtener la burguesía la mayoría electoral, sin derramar una gota de sangre, como quiere el SU: ¿Qué sucedería en ese caso? ¿Un sucesor de Batista volvería al poder, las empresas expropiadas volverían a manos de los capitalistas?

Los eurocomunistas ya han dicho que sí, que si ellos están en el poder lo devolverán a la contrarrevolución en caso de que ésta gane las elecciones. Nosotros queremos saber que harían el SU y el compañero Mandel en un caso similar. Exigimos que el Secretariado Unificado se pronuncie categóricamente sobre este problema. ¿Si están en el poder darán elecciones libres y entregarán el poder al que gane, aun a la contrarrevolución? Si nos responden que no, queremos saber qué harán entonces ante la lógica exigencia de la reacción para que se les entregue el poder: ¿lucharán contra ella con las armas en la mano para conservarlo? ¿Y si las masas trabajadoras los desbordan y salen a la calle a romper las urnas?, ¿lucharán contra ellas? Cualquier cosa que hagan que no sea entregar el poder a la contrarrevolución se transformará en represión armada preventiva de la contrarrevolución; será dejar de lado la lucha electoral. Todo el documento se viene abajo. Pero el SU, irresponsablemente, descarta esa posibilidad de triunfo electoral de la contrarrevolución imperialista.

Claro que podrían decirnos que el ejemplo cubano no sirve porque su programa está referido a una dictadura revolucionaria. En ese caso, el programa del SU sería infinitamente más criminal. Si en Cuba hubiera surgido una dictadura marxista revolucionaria, apoyada en los concejos obreros, el bloqueo habría sido no sólo de los Estados Unidos sino también de la URSS. En ese caso, la dictadura del proletariado aconsejada por la mayoría del SU no hubiera durado ni siquiera seis meses. Ese medio millón de contrarrevolucionarios, apoyados en semejante crisis económica como la que se produciría, hubieran desarrollado una campaña que les hubiese permitido contar con todas las posibilidades del triunfo. ¿Por qué el bloqueo que sufrió Cuba no se repetirá contra los países europeos donde triunfe la revolución socialista? Nosotros no sólo opinamos que esa será la tendencia más probable, sino que, además, volvemos a insistir: las primeras dictaduras revolucionarias del proletariado, encabezadas o influidas por los trotskistas, sufrirán las más atroces y tremendas guerras civiles que se hayan visto en todo el siglo.

5.- La contrarrevolución imperialista y el peligro de restauración capitalista

Las ventajas de que gozan los obreros europeos para la toma del poder seguirán existiendo, según la resolución, para las próximas dictaduras, y ya existen para los actuales estados obreros. “Es necesario insistir sobre el hecho de que el problema principal que se plantea hoy en la URSS, en la República Popular China, y en los estados obreros de Europa oriental, no es el peligro de restauración capitalista, en condiciones de guerra o de guerra civil. El problema principal con el que se enfrenta la clase obrera de esos países es el control dictatorial de la vida económica y social, por una casta burocrática privilegiada”. (Idem) [41] .

Si la resolución quiere decir el “principal problema de hoy”, y sólo el de hoy, estamos completamente de acuerdo con ella. Las masas de los países obreros burocráticos necesitan, antes que nada, hacer su revolución política. No vamos a insistir en esto que no sólo no hemos abandonado, sino que es razón de ser del trotskismo. Pero el eje de la cita no es definir cuál es la situación actual, sino que el tema es el peligro de restauración capitalista, y todo esto con un carácter de validez casi eterno, como toda la resolución. Ante ese problema el SU contesta que hay otro peor: el control dictatorial de la casta burocrática. Entonces, nosotros preguntamos: ¿y mañana, en diez o veinte años: hay peligro de restauración? En este párrafo, el razonamiento se detiene. Sin embargo, el tema vuelve a aparecer en otra parte: “No hay razón para que los trabajadores consideren como un peligro mortal la propaganda que los ‘incite’ a devolver las fábricas y los bancos a los propietarios privados. Hay poco riesgo de que, en su mayoría, sean persuadidos por una propaganda de ese tipo” (Idem) [42] . Creemos que con esto se aclara todo. Para el SU las futuras y actuales dictaduras obreras no tendrán que enfrentar a ningún enemigo importante, ni al imperialismo, ni a la restauración capitalista. Los principales peligros vendrán de los restos de la ideología, de las costumbres de la clase burguesa, la cual, “una vez expropiada”, no podrá hacer mucho.

Para los autores de la resolución, como vemos, la contrarrevolución burguesa se ha vuelto idiota y honesta a carta cabal: les va a señalar sus verdaderos objetivos a los obreros, “que les devuelvan las fábricas”. El SU parece creer que la burguesía va a aceptar sus reglas de juego y en su propaganda va a hablar claro y sin subterfugios, devolviéndole al camarada Mandel las atenciones recibidas. Desgraciadamente nunca ha sido, ni será así. La burguesía restauracionista jamás va a plantear que se le devuelvan las fábricas a sus antiguos dueños. Va a ser, como en el levantamiento de Kronstadt, la campeona de las libertades, de los soviets libres e independientes del partido revolucionario en el gobierno, y la gran “defensora” de los obreros y campesinos por fábrica o koljozes. Porque esa burguesía restauracionista no será la vieja burguesía, sino la amplia mayoría de los tecnócratas, la burocracia, la aristocracia obrera y koljoziana. Estos sectores aspirantes a burgueses plantearán, muy posiblemente, que las fábricas dejen de ser del “estado totalitario y que pasen a manos de los obreros” como propiedad de cooperativas de trabajadores. Lo mismo con las cooperativas agrícolas. El ataque restauracionista será contra la propiedad, por parte del estado, de la industria, la tierra y el control estatal del comercio exterior y el plan quinquenal. Con el objetivo de tirar abajo esos pilares encontrarán todo tipo de consignas democráticas. Nos hemos detenido un tanto en explicar estas verdades de Perogrullo porque hay cosas que no se pueden dejar pasar, como la de creer en la falta de habilidad de la burguesía. Pero eso no es nada; lo peor es que el SU crea que las futuras y actuales dictaduras obreras no tendrán que enfrentar a ningún enemigo importante; al imperialismo no se sabe por qué, y a la restauración capitalista tampoco.

Pero el peligro de la contrarrevolución no depende de los sentimientos restauracionistas, sino del dominio de la economía mundial por parte del imperialismo. Pensar lo contrario es creer en la coexistencia permanente del socialismo y el capitalismo. Hay que tener un terrible temor al grave peligro que representan las tremendas tendencias de derecha que, en esas condiciones, origina el desarrollo económico bajo la dictadura del proletariado. Este es un proceso inevitable, de contradicciones crecientes, dada la existencia de las fronteras nacionales de los estados obreros burocratizados, la superioridad imperialista en la economía mundial y, hasta el presente, el atraso relativo de los estados obreros. Por eso el desarrollo económico origina fuertes tendencias de tipo capitalista, en primer lugar, en la distribución y reparto de la producción. La función del estado burocrático es justamente la de garantizar ese reparto burgués. Es inevitable una distribución desigual, que se acentúa a medida que aumenta la producción. Porque ésta, al ser de todos modos insuficiente, genera una lucha encarnizada para ver quién se apropia de ese margen creciente. Este aparato burgués y su colosal desarrollo acompaña el desenvolvimiento de las fuerzas productivas del estado obrero, cercado por el imperialismo y por sus propias fronteras nacionales. Por eso Trotsky sostuvo siempre que el desarrollo económico acelera las contradicciones existentes y hace surgir otras nuevas, así como nuevas tendencias pro burguesas, peligrosamente restauracionistas. Solo el desarrollo de la revolución hasta la derrota del imperialismo puede evitar a largo plazo esas contradicciones. Más aún, todo estado obrero que queda aislado mucho tiempo se burocratiza como consecuencia de esas inevitables contradicciones.

Contra esta posición trotskista se podría argumentar que durante estos sesenta años no hubo ninguna situación concreta de peligro inmediato de contrarrevolución burguesa en los estados obreros. Sin embargo, este planteamiento no sería válido. Estas contradicciones existen y son cada vez más agudas. Si no han llegado al punto de estallar se debió a varias razones. La primera es que el imperialismo mundial, hasta 1939, se enfrentó entre sí, sin hacer un frente único para atacar a la URSS. La segunda, que en la inmediata posguerra estuvo muy ocupado en recuperarse de los desastres provocados por la guerra, y que, posteriormente, el boom económico logrado no le planteó la necesidad imperiosa de recuperar los mercados de los estados obreros. Y la principal y fundamental razón es que todos los estados obreros deformados han tenido un desarrollo casi autárquico, como consecuencia de las razones anteriores y del atraso heredado. Esto provocó un intercambio comercial raquítico entre el imperialismo y los estados obreros. Por eso no pudieron progresar las tendencias restauracionistas capitalistas, ya que éstas no pueden ser más que un apéndice del imperialismo mundial.

Pero desde hace más de diez años este proceso ha comenzado a revertirse, y el intercambio comercial y financiero entre los estados obreros y el imperialismo va en aumento. Ello se ve agravado por la división cada vez más tajante entre las burocracias china y soviética y el fenómeno eurocomunista. Mientras las primeras compiten entre si por llegar primero a un pacto con el imperialismo y negocian en forma bilateral con los yanquis, Europa y el Japón, en las mejores condiciones para éstos, el eurocomunismo apoya a las burguesías imperialistas europeas contra el “totalitarismo” de Moscú, coincidiendo con el Plan Carter y creando las condiciones ideológicas que pueden más tarde, justificar un ataque interno o externo a los estados obreros.

Por eso, el pronóstico de Trotsky sigue siendo válido, aunque se haya manifestado hasta el presente en forma larvada. Este proceso irá adquiriendo una dinámica cada vez más arrolladora a medida que la influencia comercial y financiera imperialista sobre los estados obreros se intensifique, lo que les plantearía de inmediato el peligro de la contrarrevolución burguesa. Es decir, las contradicciones de los estados obreros nacionales son cada vez más agudas y mientras el imperialismo siga dominando la economía mundial él es el gran enemigo, no las viejas clases dominantes.

Y el Plan Carter es la política del imperialismo al servicio de la restauración. Su plan económico, político y militar se asienta en la demagógica campaña por los derechos humanos, que al coincidir en el tiempo con los planteamientos democratistas del SU, puede dar lugar a funestas confusiones. Esa propaganda democratista del imperialismo se asienta en el justo movimiento democrático que se está dando en los estados obreros, como consecuencia del carácter totalitario y reaccionario de sus actuales gobiernos. Creemos que va a avanzar cada vez más, hasta llegar a un punto crítico en el cual va a tratar de utilizar la inevitable revolución política y las movilizaciones por la democracia, altamente progresivas, en los estados obreros para desviarlas hacia una política librecambista y de restauración capitalista. Es un error muy grave de la resolución la omisión del Plan Carter , y más en este momento, cuando los programas de ambos parecen tener puntos en común, aunque en realidad son diametralmente opuestos. Hay que salir de inmediato en defensa del nuestro, atacando y denunciando al imperialista. Ningún documento debería dejar de hacerlo .

Trotsky había establecido la siguiente ley: a medida que se desarrolle la economía, mayor va a ser el peligro restauracionista; a través del comercio, las inversiones y el mercado negro, el imperialismo tratará de recuperar los estados obreros a su órbita. El Plan Carter ya lo está haciendo. Y lo seguirá haciendo hasta generar fuertes luchas, incluso armadas, al interior mismo de los estados obreros.

El trotskismo tiene la obligación de llevar claridad a las masas, señalando la tajante diferencia entre sus planes democráticos y los del Plan Carter ; de denunciar la nueva estrategia contrarrevolucionaria del imperialismo y alertar sobre su consecuente peligro de restauración capitalista en los estados obreros.

III.- Democracia burguesa o democracia obrera

1.- Dos conceptos de la democracia y libertades obreras

Las libertades democráticas que, según el SU, serán ampliadas ad infinitum cuando triunfe la dictadura del proletariado, son, en realidad, las libertades formales, políticas individuales; las democrático burguesas correspondientes al librecambismo capitalista. Este sistema era el que debía imperar en una supuesta sociedad que la burguesía describía como formada por individuos, vendedores de mercancías, que tenían una serie de derechos y algunas obligaciones; entre ellas, la de respetar la propiedad privada de los medios de producción. De ahí surgía para todos la libertad de expresarse por medio de la prensa, de reunirse, de hacer propaganda y de organizarse políticamente.

El marxismo siempre criticó esta concepción de la libertad. Señalaba que, en los hechos, ésta era sólo para los burgueses, los únicos que podían tener imprentas, papel, edificios para reunirse, medios publicitarios y posibilidad de organizarse en partidos para la contienda política. Es decir, libertades para los ricos, de la misma manera que la democracia antigua había sido para los esclavistas. Bajando más a tierra, esto lo sabe cualquier obrero que no tiene la libertad de dejar de trabajar ocho horas; que tiene “permitido” descansar el domingo, pero no los otros días de la semana; que no puede mandar a sus hijos a la universidad, aunque ninguna ley se lo prohíbe. Lo sabe cualquier miembro de la clase media, como por ejemplo un profesional que se tiene que “asalariar” para comer, aunque tenga una profesión que lo habilita para trabajar “libremente”. Lo sabe un estudiante que “elige” carrera y no encuentra cupos en ninguna universidad Y lo saben, en fin, todos los desocupados que quieren trabajar y no consiguen trabajo.

Por eso la crítica marxista a la ideología burguesa en este punto, se resumía en la frase: “la verdadera libertad que se les da a los trabajadores es la de morirse de hambre”.

Pero el marxismo no se queda ahí, sino que además, aporta la única verdadera explicación teórica sobre este asunto. Mientras la ideología burguesa sostiene que la sociedad está formada por individuos, el marxismo demuestra que está formada esencialmente por clases.

Los individuos se relacionan con la sociedad por medio de las clases; están mediados por ellas. No todos los individuos tienen las mismas posibilidades. Del hecho fundamental de que uno es burgués y el otro proletario surge el margen de sus posibilidades, de su desarrollo y de su libertad. Por eso mientras los ideólogos burgueses se preguntan por el margen de libertad de los individuos en una sociedad determinada, los marxistas empiezan por preguntarse por el margen de libertades alcanzado en ella por la clase obrera.

Cuando hablamos de libertades obreras, distinguimos dos niveles: uno, el de la clase obrera en su conjunto dentro de la sociedad; otro, el de los obreros como individuos dentro de su clase. No hay que confundir esos dos niveles, ya que su relación es dialéctica y muchas veces entran en contradicción. Por ejemplo, cuando un sindicato compra o expropia una imprenta, hay un avance en la libertad de expresión del proletariado. Lo mismo ocurre si esa organización compra o expropia edificios en distintas ciudades: el derecho de reunión para ese gremio se expande por todo el país. Si los sindicatos logran su legalidad, después de haber tenido que vivir en la clandestinidad, la expansión de la democracia ‑-comparándola con la anterior -‑ da un salto importante. Aumenta la libertad de la clase dentro de la sociedad .

Si ese mismo sindicato, en su estatuto, señala que los obreros pueden hacer asambleas de fábrica para elegir sus delegados libremente, o si hay reuniones sindicales mensuales donde todo trabajador puede hablar libremente, aumenta la libertad de los obreros como individuos dentro de su clase . En este caso, los intereses de clase y los individuales no entran en contradicción.

Supongamos ahora que estos sindicatos se burocratizan y niegan a sus afiliados y a los distintos sectores gremiales el derecho a defender democráticamente sus ideas o a cuestionar la dirección sindical. En este caso, lo obtenido como clase se contrapone a lo obtenido individualmente. Pero, ese hecho, muy grave y que repudiamos, no debe hacernos olvidar la conquista que significó el logro de los sindicatos legales y, por lo tanto, no puede llevarnos a la equivocada posición de quitarles importancia o verlos, solamente, como los que coartan la libertad de expresión de los obreros.

Es más. Puede ocurrir que alguna vez aprobemos el hecho de que se coarte una libertad individual. Supongamos que una fábrica reunida en asamblea resuelve salir a la huelga. Si esta medida se ha aprobado por mayoría, ningún obrero tiene el derecho individual de ir a trabajar, ni siquiera el de hacer propaganda contra la huelga; si trata de hacerlo se lo reprime hasta físicamente. Esta represión es para nosotros la máxima expresión de la democracia obrera: es la clase obrera ejerciendo sus derechos contra la burguesía y sobre los individuos de la propia clase que responden a aquélla. Y si logra reprimir a los rompehuelgas y hacer que la huelga triunfe, lo consideramos una victoria de la democracia obrera, porque las conquistas democráticas más importantes son las que el conjunto de la clase obrera le arranca a la burguesía.

Mientras existan clases, esta concepción marxista de la democracia y de las libertades regirá no sólo para la democracia obrera, sino para todo régimen. La democracia siempre ha sido interna; una forma de funcionamiento de una dictadura de clase. Nunca fue más que eso: dictadura para los oprimidos, democracia para los sectores o clases que oprimen. Jamás han existido en una sociedad de clases, democracia y “libertad política ilimitada” para todos los individuos, como sostiene la ideología burguesa, ni podrán existir para las futuras dictaduras obreras, como pretende el SU.

De entre las libertades, los verdaderos marxistas siempre han reivindicado, en primer lugar, las que tienen que ver con las relaciones económicas y el trabajo; es decir, con los nervios y músculos de los trabajadores. Estas son, por ejemplo, la “libertad de tener trabajo asegurado, de percibir un salario que permita la subsistencia mínima del trabajador y su familia, de trabajar menos horas para disminuir el embrutecimiento que imponen las jornadas larguísimas, y de tener tiempo para intervenir en política. Marx reivindicó el factor económico, el desarrollo de las fuerzas productivas, las relaciones de producción y la lucha de clases como los factores decisivos en el proceso histórico, contra las concepciones racionalistas, ideológicas e individualistas burguesas que volvían decisivos otros, como las ideas, los individuos y las instituciones. Lo mismo tenemos que hacer con las libertades democráticas: considerar fundamentalmente las que tienen que ver con las horas de trabajo y el nivel de vida del trabajador.

Cuando se quiere conocer el grado de democracia obrera en un país determinado, se deben formular preguntas claves: ¿Qué conquistas democráticas logró la clase obrera como clase dentro de su país? ¿Qué derechos individuales o sectoriales, qué mecanismos internos, de funcionamiento , existen para utilizar esas conquistas, para dirigir esas instituciones de clase?

Precisamente en la expresión “interno” está la diferencia entre la concepción burguesa y la obrera de las libertades democráticas. La primera levanta la bandera de las libertades individuales y sectoriales no supeditadas a ningún control de clase, porque ese control, en la sociedad burguesa, es indirecto y automático a través del respeto a la propiedad privada de los medios de producción. Salvo raras excepciones que confirman la regla, sólo los ricos pueden tener imprentas, papel, espacios en la radio y la televisión. La clase obrera no tiene ‑- ni puede tener inmediatamente después de la toma del poder ‑- un mecanismo automático capaz de garantizar que las libertades por ella otorgadas fortifiquen la dictadura y debiliten a sus adversarios. Este mecanismo no puede ser otro que el de la más estricta disciplina de clase para enfrentar a la burguesía, para luchar contra ella, y solo dentro de esta disciplina, interna a ella, se debe y se puede otorgar las mas amplia libertad democrática.

2.- La China de Chiang‑Kai‑Shek y la de Mao, ¿iguales en democracia proletaria?

Estas dos concepciones irreconciliables de las libertades democráticas han llevado, como es lógico, a dos interpretaciones opuestas por el vértice de las grandes revoluciones obreras. Es el caso de la china y la vietnamita. Para el SU, “es cierto que en algunos países semicoloniales, la debilidad de las antiguas clases dominantes condujo a relaciones de fuerza social tan favorables que se pudo llevar a cabo el derrocamiento del capitalismo sin que haya habido una expansión de la democracia proletaria (China y Vietnam son los dos principales ejemplos sobre el particular)” (SU, 1977) [43] . Como vemos, el patrón de medida que usa es el de las libertades democrático burguesas. Con él, resulta que el régimen de Mao es igual o peor que el de Chiang en cuanto a “democracia proletaria”.

¿Que diferencia hay entre esta concepción y la de los demócratas liberales y los socialdemócratas? Para estos últimos, lo que iguala a ambos regímenes es que ninguno de los dos dio libertades democráticas. Para la mayoría del SU “se pudo llevar a cabo el derrocamiento del capitalismo sin que haya habido una expansión de la democracia proletaria”.

Aunque los primeros hablan de democracia en general y el SU de democracia proletaria, ambos -‑ palabras más, palabras menos -‑ dicen lo mismo. El criterio del SU es tan formal y burgués que considera que, como no hubo ni hay libertad de prensa ni de organizar partidos burgueses y proletarios, ni democracia sindical para los trabajadores chinos como individuos, la China obrera es igual a la otra en cuanto a “democracia proletaria”. El SU se detiene en esta parte de su razonamiento; si lo siguiera desarrollando, debería decir que “ como en Venezuela, Colombia y Costa Rica hay muchas más libertades democráticas individuales que bajo la China de Chiang o la de Mao, por lo tanto hay mucha más democracia obrera en aquellos países capitalistas”. De hecho, esto es lo que dicen en otra parte del documento cuando, hablando del control del partido único, señalan que “ significa de hecho limitar y no extender (subrayado en el original) los derechos democráticos del proletariado comparados con los que gozaban en la democracia burguesa” (SU, 1977) [44] .

En cambio, Trotsky pensaba que “ para los obreros la reducción de la jornada laboral es la piedra fundamental de la democracia, porque es lo único que les da la posibilidad de tener participación real en la vida social del país ” (Trotsky, 1930) [45] .

El Punto de vista de Trotsky era el de las necesidades del proletariado y el avance de su toma de conciencia; el del SU, el de las libertades académicas individuales de las universidades occidentales, en las que esperan ser escuchados y aplaudidos. En este punto ceden a lo peor de los prejuicios libertarios europeos, ya que ni siquiera escuchan a los trabajadores de ese continente que, en cuanto a China y Vietnam, tienen un instinto de clase más certero.

En China, el proletariado está organizado en sindicatos y los campesinos en comunas, que son legales y abarcan a decenas de millones de trabajadores. Este solo hecho marca una diferencia abismal con respecto al régimen de Chiang‑Kai‑Shek, donde los sindicatos y comunas eran prácticamente inexistentes o fueron perseguidos ferozmente. Lo mismo ocurre con respecto al papel, las rotativas, las radios, las salas de reunión. Antes estaban en manos de la burguesía y el imperialismo; ahora están en manos de la clase obrera y el campesinado, aunque controlados por la burocracia. Por lo tanto, la revolución obrera china, aunque dirigida por la burocracia, significó una colosal expansión de la “democracia proletaria” en relación no sólo al régimen de Chiang, sino a las democracias burguesas más avanzadas, que se asientan en la explotación totalitaria, bárbara, de las nacionalidades oprimidas y los pueblos coloniales.

Pero la máxima expresión de la democracia obrera y campesina está en que, mientras en la China de Chiang existía un hambre endémico, en la de Mao se logré el milagro de que todos los trabajadores tengan asegurada su comida. Comprendemos que un profesor o un estudiante occidental, que se han deleitado leyendo a Rabelais, no comprendan que esto tenga que ver con la democracia.

De todos modos, la conquista de esas libertades .no nos hace ignorar que las masas chinas y vietnamitas necesitan otras, también esenciales, como la democracia interna en las comunas campesinas, sindicatos y comités de fábrica, y la legalización de los partidos revolucionarios.

El proletariado chino necesita también conquistar las libertades formales como la de prensa, opinión y reunión. La lucha por su obtención es fundamental para seguir extendiendo la democracia obrera y campesina, ya que corre el peligro de retroceder, de perder conquistas y, como consecuencia de ello, de que se presente el de la restauración burguesa imperialista. Sabemos que para seguir avanzando y conseguir esas nuevas libertades se requiere una nueva revolución, una revolución política contra los amos burocráticos. Pero ninguna de estas verdades nos debe llevar a ignorar que las grandes revoluciones china e indochina lograron una expansión de la democracia proletaria y campesina jamás vista en los regímenes burgueses anteriores, tanto en el chino como en los imperialistas.

3.- ¿Una dictadura sin obligaciones y sin una férrea disciplina?

Para la mayoría del SU, las “libertades políticas” sólo se le deben “limitar” a aquellos que se “levanten en armas contra el poder de la dictadura del proletariado”. Pero, ¿qué hacemos contra aquellos que desacaten o hagan propaganda para que se desobedezcan las resoluciones del poder revolucionario? El documento de la mayoría del SU otorga las garantías y derechos más amplios a la contrarrevolución, pero se olvida de precisar que la dictadura proletaria impondrá, como en toda lucha obrera, la disciplina de clase más estricta, porque en un proceso de revolución permanente, de lucha encarnizada contra el imperialismo y la burguesía, tiene que haber, como en cualquier otra lucha, una disciplina casi militar. Y usará para ello la fuerza del estado, que va a tener a su disposición. Todo “ obrero que haya participado aunque sea una vez en una huelga sabe que ninguna lucha es posible sin disciplina y una dirección firme ”, sobre todo en “ nuestra época” que “ está imbuida del espíritu del centralismo ”, decía Trotsky (1940) [46] ; y entiende mucho mejor que los autores de la resolución, qué es la dictadura del proletariado, agregamos nosotros. Sabe que para que una huelga se gane tiene que haber una disciplina de hierro; comprende que hay que combatir por todos los medios a los rompehuelgas, clasificando también entre estos, a los que solo hacen propaganda para romper la huelga. A los que quieren entrar, se les impide la entrada: a los que hacen propaganda contraria, se les impide distribuirla.

Y, bajo la nueva dictadura, esto será así con mayor razón. Las medidas que se adopten a través de la democracia proletaria revolucionaria, deberán ser acatadas. Es decir, se impondrán deberes a toda la población, mucho más a la no proletaria. Si se vota que todo trabajador tiene que ir a trabajar por una urgente necesidad de la revolución, ¿no es lícito que se sancione a los que no van o a los que hacen propaganda en tal sentido? ¿Estaba en lo cierto Lenin cuando planteaba que había que fusilar a uno de cada diez vagabundos? Para el jefe de la única dictadura revolucionaria que ha existido, había que fusilar, no ya al que se levantaba en armas contra la dictadura proletaria, sino al que faltaba al trabajo. Si no se pueden adoptar medidas punitivas, ¿cómo podemos imponer la disciplina de clase?

Para la mayoría del SU, la dictadura revolucionaria del proletariado va a actuar en forma directamente opuesta a como funciona el movimiento obrero cuando lucha bajo el régimen capitalista. Los autores del documento parecen ignorar que no solo el partido marxista revolucionario y los partidos trotskistas en general se caracterizan por el funcionamiento centralista democrático, por la democracia más amplia en la discusión previa y la disciplina más absoluta una vez votada una acción o resolución, sino que este funcionamiento es característico de toda lucha obrera y de masas. Lo será más aún cuando se imponga la dictadura revolucionaria del proletariado: toda discusión se hará para adoptar medidas y el que haga propaganda para que no se acate o no las cumpla deberá ser reprimido aunque no llegue a levantarse en armas. Las medidas penales, administrativas o de cualquier tipo, inclusive las que adopte espontáneamente la base militante revolucionaria sin ninguna norma previa para reprimir a los que desacaten o hagan propaganda en favor de la contrarrevolución, no sólo son positivas, sino imprescindibles. El documento jamás señala que la dictadura revolucionaria del proletariado significa la más feroz disciplina y que “...la garantía más elemental de éxito reside en la contraposición del centralismo revolucionario al centralismo de la reacción ” (Idem) [47] .

Fueron los anarquistas los que dentro del movimiento obrero propugnaron que, a partir de la revolución obrera, hubiera una libertad absoluta para todos. En cambio, el marxismo “autoritario” se caracterizó siempre por destacar la necesidad del estado para imponer disciplina y centralización en el proceso revolucionario y en el comienzo de la construcción socialista. Lenin insistió, antes de la revolución rusa, en que la educación produciría automáticamente la disciplina social. Pero, como él mismo reconoció, la experiencia demostró que era imposible lograr esto en las primeras etapas de la dictadura del proletariado.

Cuando se juega el destino de la revolución no hay costumbre o moral que sean de por sí suficientes para garantizar la derrota de la contrarrevolución. La centralización y disciplina que se requieren, pueden ser burocráticas o revolucionarias, pero sin ellas no existe dictadura del proletariado. Justamente, la democracia revolucionaría es la que se asienta en la disciplina revolucionaria; es decir, es una democracia para los que apoyan e impulsan la revolución.

4‑. Trotsky se refiere a los sindicatos ingleses

Sobre esto se expresó muy claramente Trotsky en un texto prácticamente olvidado por el SU. Fue a propósito de una ley de 1913 que autorizaba a los sindicatos ingleses a establecer cotizaciones políticas a sus afiliados, en favor del partido Laborista. Esta ley reconocía el derecho de negarse a pagarlas, prohibiendo a la dirección del sindicato excluir o sancionar a quienes lo hicieran. En ¿Adónde va Inglaterra? Trotsky cita un artículo del Times del 6 de marzo de 1925, según el cual el diez por ciento de los obreros sindicalizados hacían uso de este derecho. Los sindicatos lograron que se votara en asamblea la obligación de hacer esta cotización política, lo que provocó una gran discusión en el parlamento y en la vida política inglesa. Las tradeuniones defendieron el derecho de imponer cotizaciones políticas obligatorias, la Cámara de los Lores votó la prohibición de las mismas y la Cámara de los Comunes arbitró, autorizando a las tradeuniones a fijar cotizaciones políticas, para el Partido Laborista, pero sin carácter obligatorio.

Trotsky acusó duramente a la dirección laborista por conciliar con el planteo de la Cámara de los Comunes y señaló que esas posiciones eran un ejemplo sorprendente de cómo “apreciar las tareas fundamentales del movimiento obrero y fijar sus límites desde el punto de vista formal y en el fondo puramente jurídico de la democracia”, exigiendo, por su parte, que los sindicatos y el partido Laborista llevaran al extremo las medidas coercitivas y dictatoriales contra ese diez por ciento del proletariado británico que se negaba a cotizar al partido obrero.

Esta posición la puso como el mejor ejemplo de cómo actuaría la dictadura del proletariado. En su argumento, Trotsky decía: “Los gastos de elección de un diputado representan para la tradeunion un gasto tan legítimo, necesario y obligado, como los gastos de mantenimiento de un secretario. Sin duda, el miembro liberal o conservador de una tradeunion puede decir: ‘Yo pago con regularidad mi habitual cotización de afiliado, pero me niego a pagar la del Labour Party, pues mis convicciones políticas me obligan a votar por un liberal (o por un conservador)’. A lo cual podría responder el representante de la tradeunion: ‘Cuando luchamos por el mejoramiento de nuestras condiciones de trabajo ‑-y tal es el objeto de nuestra organización ‑- necesitamos el apoyo de un partido obrero, de su prensa, de sus diputados; ahora bien, el partido por el que tú votas (liberal o conservador) se revuelve contra nosotros llegado ese caso, se esfuerza en comprometemos, en sembrar la discordia entre nosotros o en organizar contra nosotros a los rompehuelgas; no tenemos ninguna necesidad de miembros que sostienen a los rompehuelgas. De modo que lo que desde el punto de vista de la democracia capitalista es libertad individual, desde el punto de vista de la democracia proletaria se manifiesta como libertad política de romper las huelgas . Esa disminución de un diez por ciento conseguida por la burguesía no es una cosa inocente. Significa que en el efectivo de las tradeunions un hombre por diez es un enemigo político, es decir, un enemigo de clase. Sin duda se logrará conquistar a una parte de esta minoría. Pero el resto, en caso de lucha viva, puede constituir en manos de la burguesía un arma preciosa contra los obreros. La lucha para cerrar la brecha abierta en las tradeunions por el bill parlamentario de 1913 es por tanto, absolutamente inevitable en el porvenir ”.

“En general, los marxistas sustentamos la opinión de que todo obrero honrado, sin taras, puede estar sindicalizado, sean cualesquiera sus opiniones políticas, religiosas y demás. Consideramos los sindicatos, de una parte, como organizaciones económicas de combate; de otra, como escuelas de educación política. Preconizando, como regla general, la admisión en el sindicato de los obreros atrasados e inconscientes, no nos inspiramos en el principio abstracto de la libertad de opinión o de la libertad de conciencia, sino en consideraciones de finalidad revolucionaria, las cuales nos dicen, por añadidura, que, en Inglaterra, donde el noventa por ciento de los obreros sindicalizados paga cotizaciones políticas, unos conscientemente, otros por espíritu de solidaridad, y solamente un diez por ciento se atreve a retar a plena luz al Labour Party , es necesario emprender contra ese diez por ciento una acción sistemática. Hay que llevarlos a comprender que son unos apostatas; hay que asegurar a las tradeunions el derecho a excluirlos a igual título que a los rompehuelgas . Para terminar: si un ciudadano abstracto, tiene el derecho de votar por cualquier partido, las organizaciones obreras también tienen el derecho de no admitir en su seno a los ciudadanos cuya conducta política es hostil a los intereses de la clase obrera. La lucha de los sindicatos encaminada a cerrar las puertas de las fábricas a los no sindicalizados se considera desde hace tiempo como una manifestación de terrorismo obrero o, como se dice hoy, de bolchevismo. Precisamente en Inglaterra se pueden y se deben aplicar estos métodos de acción al Labour Party, que se ha desarrollado como la continuación directa de las tradeunions” (Trotsky, 1926) [48] . Y describiendo las diferencias entre los sectores obreros pequeño burgueses que estaban en las industrias pequeñas y atrasadas y los verdaderamente clasistas que estaban en “ las industrias nuevas, mas modernas ”, decía que en éstos “reina la solidaridad de clase y la disciplina proletaria; que a los capitalistas y sus servidores, vástagos de la clase obrera, les parece una especie de terror ” (Idem) [49] , y justamente allí ‑- no es necesario aclararlo -‑, era donde se imponía que todos los obreros cotizaran al partido Laborista.

Y Trotsky aceptaba la denuncia de un reaccionario de que esa dictadura sindical era igual a la bolchevique. Decía que “ Cobden declaró en otro tiempo que hubiera preferido vivir bajo el poder del bey de Argel que bajo el de las tradeunions. Cobden expresaba de este modo su indignación liberal contra la tiranía ‘bolchevique’, cuyos gérmenes se encuentran ya en la naturaleza misma de las tradeunions. Cobden ‑-a su manera-‑ tenía razón.” (Trotsky, 1924) [50]

En ¿Adónde va Inglaterra?, Trotsky cita extensamente a Lafargue, definiéndolo como uno de los autores marxistas que mejor entendió, durante la época de Marx, el carácter de la dictadura del proletariado después de la Comuna de París. Una cita de Lafargue, aprobada por Trotsky, tiene que ver con la política de la dictadura del proletariado con respecto a los partidos reaccionarios. Es suficientemente explícita: “ Una vez establecidas las instituciones revolucionarias locales, éstas deberán organizar, por vía de delegación, un poder central al cual incumbirá el deber de tomar las medidas generales exigidas por el interés de la revolución y el de oponerse a la formación de un partido reaccionario ”. Trotsky cierra su comentario sobre Lafargue diciendo que “no fue Lafargue el único partidario de la dictadura de clase opuesta a la democracia ”. (Idem) [51] . ¡Pensar que la mayoría del SU se declara trotskista y levanta como programa fundamental de la dictadura del proletariado la más absoluta libertad para los reaccionarios y sus partidos!

5.- Un programa democrático burgués

Todo aquel marxista que, como el SU, levante un programa de “libertades políticas ilimitadas” para los individuos y sectores, sin supeditarlos estrictamente a los organismos y a la disciplina de clase, estará defendiendo a la democracia burguesa. A veces no es malo defender la democracia burguesa y la expansión de esas libertades, por ejemplo, cuando se enfrentan al estado capitalista. Tal sería el caso si los obreros quisieran sindicalizarse cuando se les niega ese derecho. Entonces nosotros diríamos: ¡Que los obreros individuales tengan el derecho a sindicalizarse si así lo desean! Pero cuando esos sindicatos son fuertes y legales, nos parece muy bien  que le impongan a la burguesía y a los obreros la sindicalización como requisito para trabajar. En ese momento comienza la dictadura y democracia sindicales, que van contra la libertad burguesa de “sindicalizarse o no sindicalizarse”. Una vez conseguidos los sindicatos fuertes y legales, decimos: ¡Abajo el derecho de cada obrero individual de hacer su voluntad respecto a la sindicalización! Se terminó la democracia burguesa, comenzó la dictadura y democracia sindicales, es decir, la democracia interna a esa dictadura de los sindicatos. ¡Dictadura, coerción y hambre para los no sindicalizados! ¡Democracia y trabajo para los sindicalizados! ¿Qué pasó? Que se acabó la libertad burguesa. Todo lo que sea fortalecer el sindicato frente a la burguesía y dentro del movimiento obrero es imponer la dictadura sindical y, por lo tanto, expandir la democracia obrera dentro del país, aunque sea a costa de debilitar las libertades individuales de los propios obreros, que les permiten elegir si se sindicalizan o no. La única democracia y libertades que aceptamos son las de los sindicalizados.

Pero con el nombre de “Democracia Obrera”, el SU levanta, para su dictadura del proletariado, un programa que es el de las libertades democráticas burguesas individuales: la libertad y el derecho absoluto por parte de los obreros y todos los habitantes como individuos a organizarse en tendencias y partidos, y a expresarse de acuerdo al número de “adherentes” individuales que tengan, con el único condicionamiento de “no levantarse en armas”.

Ante nuestra crítica, los autores podrán objetar que ellos levantan su programa democrático dentro de la dictadura del proletariado y, aún más, dentro de los soviets; que, por lo tanto, no hacen más que decir lo mismo que nosotros cuando hablamos de democratizar un sindicato o la dictadura proletaria rusa o china. No es así: la mayoría del SU exige la más absoluta y total libertad para todos los individuos, sectores y partidos, incluidos los reaccionarios . Y aquí radica nuestra denuncia de que tienen un programa democrático burgués, aunque ese programa sea para los soviets. Es la misma posición que tuvo Urbahns para Rusia en el año 1929, y sobre la cual Trotsky no dejó lugar a dudas: “Hay que rechazar y repudiar el programa de lucha por la ‘libertad de organización’ y todas las demás ‘libertades’ en la URSS, porque es el programa de la democracia burguesa” (Trotsky, 1929) [52] .

Si un supuesto marxista sostiene que en un sindicato todo obrero afiliado tiene derecho a organizar tendencias para defender a los patronos y a los rompehuelgas y que eso es “democracia obrera” y “dictadura sindical” porque él plantea su programa dentro del sindicato, nos está engañando. Lo que ese supuesto marxista está defendiendo es el programa de la burguesía para los sindicatos: todo obrero afiliado debe y puede hacer lo que quiera, el sindicato no puede coartar su libertad ni imponerle nada contra su voluntad. Un sindicato es digno de tal nombre si sus afiliados, por amplia mayoría, expulsan sistemáticamente de su seno a todos los agentes de la patronal, a todos los rompehuelgas. Un sindicato debe defenderse de los enemigos infiltrados reprimiéndolos y no dándoles todos los derechos. La dictadura del proletariado no debe actuar en forma distinta a la de cualquier sindicato clasista o revolucionario. Esto no quiere decir que siempre se deba expulsar a los agentes del enemigo de las organizaciones obreras. Si esos agentes tienen un importante predicamiento en la base, debemos contentarnos con una polémica ideológica; pero, una vez que hayamos logrado convencer a la mayoría de los obreros, haremos una movilización para expulsarlos y reprimirlos. Esa siempre ha sido la política revolucionaria en los organismos de masas.

6.- Nuestra Posición: otorgar aquellas libertades que ayudan a consolidar y desarrollar la revolución socialista y la dictadura revolucionaria

Todos sabemos que el stalinismo en el poder de los estados obreros sostiene que los partidos opositores, no sólo los contrarrevolucionarios, deben ser sistemáticamente perseguidos y obligados a actuar en la clandestinidad. El SU, al igual que los eurocomunistas, ha efectuado una justa crítica a esta política del stalinismo. Pero a ella le opone su programa de “libertad política ilimitada”. Nosotros decimos que ni la norma stalinista burocrática totalitaria de persecución sistemática a los opositores, ni la democratista de “libertad política ilimitada” de la mayoría del SU, son correctas, ya que “...no hacemos un fetiche de las formas democráticas. La protección de la dictadura esta por encima de toda consideración ” (Trotsky, 1929) [53] . Y ésta se ajustará a una sola norma: derrotar a la contrarrevolución imperialista y burguesa y terminar de imponer el poder de los obreros en el mundo. Sin desechar ningún método, sin atarse las manos a ninguna norma, el proletariado, dirigido por el partido marxista y movilizado revolucionariamente, utilizará todos los medios a su alcance para aplastar a la contrarrevolución e impulsar la revolución. En cada momento deberá decidir, de acuerdo a las necesidades del proceso, cuáles libertades se dan y cuáles se quitan. Dicho de otra forma: habrá “libertades políticas limitadas” a las necesidades de la dictadura revolucionaria del proletariado. Esto significa que la dictadura del proletariado puede, muchas veces le conviene y entonces debe otorgar libertades democráticas a los partidos contrarrevolucionarios u opositores. Y en otras oportunidades puede , al mismo tiempo le es imprescindible, y por lo tanto debe suprimir radicalmente a los partidos contrarrevolucionarios, actuando de manera brutalmente implacable contra ellos. Esta cuestión sólo la pueden resolver las masas revolucionarias con su partido trotskista al frente, de acuerdo a la evaluación de la situación del momento, y no hay ninguna norma escrita o tesis que pueda fijarla de antemano.

Dentro de esta posición de principio, debemos señalar que todas las libertades no son iguales. Durante la dictadura del proletariado hay entre ellas una relación desigual. Las libertades científica y artística, por ejemplo, no pueden darle más que beneficios a la dictadura obrera, que progresará como consecuencia de todo avance en esos terrenos. La libertad de prensa y opinión de acuerdo al número de adherentes es muy útil a la dictadura del proletariado y, como tal, todo gobierno auténticamente marxista revolucionario deberá tender a implementarla lo más urgentemente que pueda. Tiene un papel muy semejante al que la moneda y las estadísticas veraces tienen en la economía de transición, pero en el terreno mucho más general de la sociedad en su conjunto (económico, social, cultural, y principalmente político). Esta casi absoluta libertad de prensa y de opinión, a la que la dictadura del proletariado debe propender, sirve para precisar la fuerza de las distintas corrientes de opinión y para que la dictadura se informe objetivamente de los problemas existentes, pero está condicionada por el más absoluto monopolio político del poder por parte de la clase obrera industrial y las masas revolucionarias. Esto quiere decir que la libertad de prensa, y sobre todo la artística o científica, no implican automáticamente la libertad de organización y actividad para todos los partidos contrarrevolucionarios. Para la economía del estado obrero tampoco es lo mismo una moneda estable, que significa la aplicación de la ley del valor al servicio de esa economía de transición, que la autorización de la más completa libertad de juego de esa ley, lo que significaría que estamos autorizando el resurgimiento de la burguesía. Justamente dejamos que la ley del valor juegue libremente, dentro de cierto campo , para mejor dominar sus tendencias y seguir desarrollando la economía obrera hacia el socialismo, impidiendo el resurgimiento de la burguesía por la defensa intransigente del plan económico, la industria nacionalizada y el monopolio del comercio exterior. Lo mismo ocurre con respecto a las libertades: éstas no pueden ser obligatorias y automáticas en todas las esferas de la vida político social.

Son los demócratas burgueses y los reformistas los que consideran que bajo la dictadura proletaria se deben otorgar todas las libertades al mismo tiempo. Porque su programa o finalidad no es la defensa, el fortalecimiento y desarrollo del nuevo régimen, sino un sistema de libertades totales para los individuos y sectores, porque éste ‑- expresión política del librecambio, del individualismo pequeño burgués y burgués -‑ permitirá, a más largo plazo, el resurgimiento capitalista y la penetración imperialista.

Lo que venimos diciendo no significa que sostenemos que las libertades se deben dar o quitar arbitrariamente, dependiendo de la voluntad subjetiva del partido que dirija la dictadura. Por el contrario, obedecen a una férrea ley de carácter objetivo y algebraico, que expresa la relación entre la revolución y la contrarrevolución. El margen de libertades que otorgue toda dictadura revolucionaria a sus enemigos, será directamente proporcional a la fuerza y progreso de la revolución nacional e internacional e inversamente proporcional a la fuerza y dinámica de la contrarrevolución.

Toda su vida Trotsky subrayó este carácter relativo, “limitado” de las libertades bajo la dictadura del proletariado. El dio una fórmula que es prácticamente idéntica a la nuestra, pero de distinto signo, ya que la suya se refiere al grado de coerción y no al de libertad: “La imposición ejercida por las masas en el Estado obrero, está en proporción directa con las fuerzas tendientes a la explotación o a la restauración capitalista, y en proporción inversa a la solidaridad social y a la devoción común hacia el nuevo régimen” (Trotsky, 1936) [54]

7.- Trotsky sobre la libertad de prensa

Partidarios del documento del SU consideran que el conocido artículo de Trotsky “Libertad de prensa y la clase obrera” del año 1938 les da la razón. No es casual que sólo puedan citar este trabajo, ya que en toda la obra de Trotsky no podrán encontrar nunca un razonamiento que les dé apoyo. Pero aun este artículo no hace más que confirmar lo que venimos diciendo sobre la desigualdad y relatividad de las libertades que debe otorgar la dictadura del proletariado.

Los stalinistas y Lombardo Toledano apoyaban el derecho del estado burgués mexicano a controlar y expropiar la prensa amarilla pro imperialista. Una de las analogías que efectuaban para justificar tamaño despropósito era comparar el gobierno mexicano con el soviético. Ante este planteamiento, Trotsky responde con dos argumentos.

Uno, que señala al pasar, es la cita que desvela a los simpatizantes de las posiciones de la mayoría del SU: “Las verdaderas tareas del estado obrero residen no en poner una mordaza policíaca sobre la opinión pública, sino más bien en liberarla del yugo del capital. Esto sólo puede hacerse colocando los medios de producción, incluida la producción de la información pública, en las manos de toda la sociedad. Una vez que se ha dado este paso socialista fundamental, todas las corrientes de la opinión pública que no han tomado las armas contra la dictadura del proletariado deben tener la oportunidad de expresarse libremente. El deber del estado obrero es hacer accesibles a ellos, en proporción a su número, todos los medios técnicos que requieran, como prensas, papel y transporte. Una de las principales causas de la degeneración del aparato de estado es la monopolización de la prensa por parte de la burocracia stalinista, que amenaza con reducir todas las conquistas de la Revolución de Octubre a la ruina total” (Trotsky, 1938) [55] . Pero esta cita hay que enmarcarla en el razonamiento que predomina en el artículo: bajo la dictadura del proletariado se puede, en determinados momentos, suprimir la libertad de prensa, lo que no debe transformarse en norma programática. El error stalinista se reduce a tratar de identificar un estado obrero con un estado burgués. “Aunque México es un país semicolonial, también es un estado burgués y de ninguna manera un estado obrero. Sin embargo aun desde el punto de vista de los intereses de la dictadura del proletariado, proscribir a los periódicos burgueses o censurarlos no constituyen en lo más mínimo un ‘programa’ o un ‘principio’ o un ideal establecido. Medidas de esta naturaleza sólo pueden ser un mal temporal e inevitable”. “Toledano y sus compañeros de doctrina tratan esencialmente de introducir en el sistema, democrático burgués medios y métodos que, en ciertas condiciones temporales, pueden ser inevitables bajo la dictadura del proletariado (Idem) [56] .

Lo característico del planteamiento de Trotsky es que habla de “corrientes de opinión pública”, no de partidos políticos. Hay una razón profunda: no quiere comprometerse con otorgarle libertad de prensa a los partidos rusos, como los cadetes y mencheviques, si no, hubiera dicho eso en lugar de la expresión que emplea. Esta ambigüedad, como la de “libertad a los partidos soviéticos” sin mencionar a los mencheviques o cadetes, obedece a que Trotsky deja la puerta abierta, en uno como en otro caso, para que la dictadura del proletariado coarte la libertad de prensa o de los partidos políticos cuando lo considere necesario.

8.- Trotsky liquida la discusión

La opinión última sobre este tema la dio Trotsky el año de su asesinato. El St. Louis Post‑Dispatch, un periódico burgués, lo entrevista y entre otras preguntas le hace la siguiente: “¿Significa la dictadura del proletariado, necesariamente, la supresión de los derechos civiles tal como lo reconoce la Carta Fundamental [Bill of Rights] de los Estados Unidos, incluyendo, por supuesto, la libertad de palabra, prensa, reunión y religión?”; ¿qué habría respondido alguno de los autores de la resolución? Sin dudar un minuto, habría dicho: “desde el mismo momento de la instauración de la dictadura del proletariado nuestra norma programática es diáfana: ‘libertad política ilimitada’. Vamos a dar muchísimas más libertades que las que otorga la ‘Carta Fundamental”. “ Esto es lo que ya dicen algunos de los dirigentes del SWP en sus intervenciones [57] . Trotsky, que no por nada era un revolucionario y no un profesor universitario, respondió así: “ Sería un gran error suponer que la revolución socialista en Europa o Norteamérica seguirá el modelo de la atrasada Rusia. Las tendencias fundamentales serán, por supuesto, similares. Pero las formas, los métodos, el clima de la lucha revisten características propias en cada país. Por anticipado se puede establecer la siguiente ley: cuanto más numerosos sean los países en los que se destruya el sistema capitalista, más débil será la resistencia que opongan las clases dominantes de las demás naciones, menos violento el carácter que asumirán la revolución socialista y la dictadura del proletariado, más breve el lapso de resurgimiento de la sociedad sobre la base de una democracia nueva, más plena, más perfecta y humana. En todo caso, ninguna revolución puede atentar tanto contra la Carta Fundamental como la guerra imperialista y el fascismo que ella engendrará” (Trotsky, 1940) [58] . Más claro imposible: Primero, Trotsky no se compromete a nada preciso. “En todo caso, ninguna revolución puede atentar tanto contra la Carta Fundamental como la guerra imperialista y el fascismo que ella engendrará” . Segundo , la revolución socialista en EE.UU. va a atentar contra el “Bill of Rights”, aunque “no tanto como la guerra imperialista” . Tercero, todo depende de la situación objetiva de “la resistencia que opongan las clases dominantes”. Cuarto, a “menor resistencia” será “ menos violento el carácter que asumirán la revolución socialista y la dictadura del proletariado ”. Quinto , la revolución socialista y la dictadura del proletariado significan una desaparición de las libertades y de la democracia. Ya que si hay “ poca resistencia ” será “ más breve el lapso de resurgimiento de la sociedad sobre la base de una democracia nueva, más plena, más perfecta, más humana” . Si algo “resurge” es porque había desaparecido.

Ese es el verdadero Trotsky, el que tiene el compromiso inmediato de hacer la revolución y no el de ampliar enseguida el “Bill of Rights”. Es el Trotsky que hemos querido rescatar de sus falsificadores.

9.- Democracia burguesa y democracia obrera en la revolución europea

La falsa identificación establecida por la mayoría del SU entre la dictadura del proletariado y la democracia más absoluta determina las características particularísimas que tendrá su dictadura. Por otra parte, determina también que el autor principal de esa resolución esboce una concepción del proceso revolucionario que nada tiene que ver con el trotskismo y sí mucho con el ultra izquierdismo, como la otra cara de su revisionismo. Para comenzar, se supone que el proceso revolucionario, como mínimo en Europa, es una lucha propagandística o un “debate” entre la democracia burguesa y la democracia obrera. De quien lo gane depende la suerte de la revolución. “ La práctica de la democracia proletaria desbordando los límites de la democracia burguesa debe llegar a ser una práctica vivida por millares y millares de trabajadores, por sectores suficientes de la clase obrera. Esto nos lleva otra vez a la cuestión de la duración del período de la dualidad de poder. A la luz de la experiencia histórica, lo que pasó en Rusia debe ser considerado como excepcional. Un período de seis o siete meses es demasiado corto para un proletariado como el de Europa Occidental para poder desprenderse progresivamente de esa legitimidad de la democracia burguesa, para asimilar la nueva legitimidad, superior, de la democracia proletaria . Presumiblemente, tendremos necesidad de un período más largo de dualidad de poder, del orden de varios años y, posiblemente, no será continuo, no será lineal, sino parcial. ( ... ) ... los problemas de la democracia, ya sea burguesa o proletaria, es decir, el problema del Estado... ( ... ) De esta forma, los trabajadores que hacen su aprendizaje de este género de control obrero, con el que se enfrentan a cada paso a la autoridad del estado burgués, y al carácter restrictivo y represivo del Estado burgués democrático, incluso cuando está ‘gobernado’ por partidos obreros, esos trabajadores pueden adquirir la experiencia de los límites, y por consiguiente de la declinación de la legitimidad de esta democracia burguesa . (Mandel, 1976) [59]

Y para concluir, he aquí cómo ve Mandel el futuro revolucionario en Europa: “En una situación revolucionaria es necesario hacer comprender a los trabajadores que el debate real no es un debate entre la democracia y la dictadura, sino entre el carácter limitado y represivo de la democracia burguesa y la extensión de las libertades democráticas por la iniciativa y la autoridad de las masas. Una vez que se ha ganado este debate, la ruptura de las masas con las instituciones burguesas ya no es una cuestión tan difícil y tan irrealizable como parece a primera vista” (Idem) [60] . Nosotros, arqueotrotskistas, creemos que la realidad objetiva liquidará todas las esperanzas democrático burguesas de las masas y mientras la realidad objetiva no destruya esas esperanzas no hay efecto de demostración que valga. Mientras no haya una brutal crisis económica para los trabajadores europeos, desocupación, inflación del 100 y 150 % anual, surgimiento de bandas fascistas, golpes de estado bonapartistas y fascistas, no se romperán las ilusiones democrático burguesas. Nadie, ni nada, podrá destruirlas. No creemos, por lo tanto, ni en la sobrevivencia del poder dual durante un largo período, ni en un debate de años entre la democracia burguesa y proletaria, sino todo lo contrario. Ni largos períodos de poder dual, sino muy cortos, ya que la sociedad burguesa no puede sobrevivir así, ni tampoco “trasbordamiento” de la democracia burguesa. Seguimos creyendo que en toda situación revolucionaria la democracia burguesa hace corto circuito. En esas situaciones la alternativa es la dictadura directa contrarrevolucionaria de la burguesía, o la dictadura, no la democracia, revolucionaria de la clase obrera. Y estas dos dictaduras se enfrentarán con las armas en la mano antes, durante e inmediatamente después de la revolución obrera.

Por eso es esquemático el planteamiento que hace el SU de que la situación revolucionaria abrirá la posibilidad de una lucha entre la democracia obrera y la democracia burguesa para ver quién convence, quién gana a las masas alrededor del “debate” sobre cuál de las dos “democracias” es más legítima. Creemos que aquí también estamos ante un acceso de normatividad e institucionalidad. Este consiste en sostener que el proceso revolucionario se dará como una disputa propagandística entre dos tipos de instituciones o de mecanismos democráticos, sin ver la ligazón de las dos instituciones, sin ver cómo se pueden dar combinadas en el proceso revolucionario. Por ejemplo, si de verdad el gran peligro antes de la toma del poder va a ser la contrarrevolución imperialista, el ataque de las bandas armadas y las posibilidades de putschs militares o semifascistas, los revolucionarios no podrán tener como eje de su actividad el desarrollo de una polémica acerca de cuál de las dos democracias es la mejor. Estarán ocupados, fundamentalmente, en la defensa de la democracia burguesa, si las masas, llevadas por el stalinismo y la socialdemocracia siguen creyendo en ella, pero en forma dinámica, revolucionaria. No existe esa separación entre las dos instituciones desde el punto de vista de la movilización obrera. Es muy posible que, por todo un período del proceso revolucionario, la defensa de la democracia burguesa, justamente a causa de los prejuicios democrático burgueses de las masas europeas, y si la contrarrevolución imperialista se vuelve el peligro más inmediato, sea una gran consigna transicional.

También puede no ser así. Todo depende de la realidad objetiva. Es muy posible que el enfrentamiento a la contrarrevolución imperialista, a los golpes de estado y a las bandas fascistas lo podamos hacer en nombre de la dictadura del proletariado y de los órganos obreros dominantes en los estados europeos. Pero, a causa de la extremada debilidad de nuestras fuerzas y la fortaleza de los stalinistas y socialdemócratas, no creemos que en las primeras revoluciones europeas se dé esta última situación. Sería ridículo, desde nuestro punto de vista, continuar esta polémica sobre democracia obrera y democracia burguesa en lugar de proponer un frente único para defender lo que las masas quieren, pero en forma armada y a través de la movilización obrera. Entonces, la democracia obrera y la democracia burguesa se pueden combinar perfectamente y no vivir en un permanente debate. El verdadero debate entre los reformistas y los revolucionarios no será sobre las virtudes de ambas democracias en abstracto; sino, muy posiblemente, sobre si para defender las creencias democrático burguesas de la amplia mayoría de la clase obrera utilizamos la movilización y el armamento del proletariado o utilizamos métodos de colaboración de clases. La verdadera polémica con las socialdemocracias y las burocracias oportunistas será respecto a los métodos. Esto es muy importante, porque si actuamos así corremos el peligro de transformar el proceso vivo de la lucha de clases en una discusión académica sobre esquemas democráticos.

10.- Democracia imperialista y democracia colonial

Para el SU hay más democracia obrera en los regímenes burgueses que en los actuales estados obreros. Es así como nos dicen, recordémoslo de nuevo, que el control por parte del partido único “.. significa de hecho limitar y no extender (subrayado en el original) los derechos democráticos del proletariado comparados con los que gozaban en la democracia burguesa ” (SU, 1977) [61] . Pero ¿a qué democracia burguesa se refiere el SU? Si es a la del siglo XIX, ésta no daba el voto a los trabajadores y a las mujeres, ni permitía la existencia de sindicatos legales. Si se refiere a las de este siglo, se olvida de decir que es una democracia imperialista. No es casual que esto ocurra. Los ideólogos de la burguesía siempre han hablado de democracia en general para oponerla a la dictadura en general. Han acompañado su argumentación con un planteamiento idéntico al del SU:  toman en consideración el régimen interno democrático del país imperialista y lo relacionan con los regímenes de los estados obreros o de los países atrasados. Fue lo que ocurrió en la polémica entre reformistas y revolucionarios sobre Abd‑EI‑Krin. Los Primeros sostenían que el régimen francés era democrático y civilizado y el del dirigente marroquí, feudal y bárbaro, comparando el régimen interno francés y el del nacionalista árabe. Lo mismo hicieron los ideólogos yanquis en relación con el peronismo: Estados Unidos era la democracia, el Peronismo, el fascismo.

Este razonamiento es falso, pro imperialista desde su base. No se puede, ni se debe tomar como punto de partida la comparación de regímenes nacionales, Porque justamente el imperialismo es un régimen internacional y no nacional. Al imperialismo norteamericano no se lo puede definir por el régimen interno (el existente en Estados Unidos), sino por el régimen de conjunto, mundial, de dominio, del cual el régimen interno americano es sólo su parte privilegiada. Parte del régimen imperialista yanqui son los regímenes de Pinochet, Somoza o del Sha de Irán. Tornando el régimen imperialista yanqui en su conjunto, con todos los Shas que lo integran, cualquier estado obrero, por burocrático o totalitario que sea, significa una colosal extensión y no limitación “de los derechos democráticos del proletariado comparados con los que gozan en la democracia burguesa”, imperialista. Porque la mayor parte de los obreros y campesinos de ese régimen democrático imperialista, los centenares de millones de trabajadores iraníes, brasileños, chilenos, filipinos no tienen prácticamente ninguna libertad democrática para su clase, en oposición al proletariado ruso o chino.

Con respecto a las libertades democráticas del propio proletariado metropolitano, también hay mucho que decir y discutir. Que lo digan los obreros portugueses o argelinos de Francia, los chicanos indocumentados de Estados Unidos, los turcos de Alemania, los desocupados, los viejos jubilados o sin jubilación, la baja cuota de sindicalización y de organización, las minorías, etc.

Al negarse a definir la democracia burguesa como imperialista, siguiendo en esto a los ideólogos burgueses, el SU no la denuncia como poseedora del mismo contenido que la de los esclavistas; en este caso, democracia para unos pocos países que explotan a otros muchos, todo el mundo colonial y semicolonial. Esto le impide al SU, cuando resuelve combatir la democracia burguesa, el darnos un programa eficaz y revolucionario para enfrentarla.

Decimos esto porque el documento jamás habla de la lucha antiimperialista que comienza por desenmascarar al imperialismo del propio país, por poner al descubierto el carácter colonial de cada democracia burguesa. Esa batalla no se ganará tratando de determinar quien  da mas democracia, como dice el SU, sino combatiendo al imperialismo en el punto en que demuestra su carácter totalitario y represor; es decir, luchando por defender a las semicolonias y las nacionalidades oprimidas dentro del propio país imperialista. Y es justamente la forma mas efectiva de luchar por la erradicación de los prejuicios democrático burgueses y de combatir a la socialdemocracia, a los eurocomunistas y a las burocracias reformistas.

Esta vía, práctica, movilizadora, es la que defendemos contra la de Mandel, meramente polémica. Una de las formas más contundentes de desenmascarar ante las masas a la democracia imperialista, es oponerle las consignas más avanzadas de la democracia burguesa que el imperialismo no puede conceder. Hay que defender sistemáticamente el derecho a la autodeterminación nacional de los pueblos sojuzgados por él y de las nacionalidades oprimidas dentro de los países imperialistas, con todas las consecuencias tácticas transicionales que estas grandes consignas cobijan.

Por otro lado, la dictadura revolucionaria del proletariado en los países atrasados, coloniales y semicoloniales podrá o no adquirir características soviéticas, pero sólo llegará al triunfo si levanta las banderas de la liberación nacional, y en los más atrasados, el de la revolución agraria, es decir, si se toman las reivindicaciones del pueblo en su conjunto. No es una cuestión de la forma soviética de la dictadura, sino del contenido de las tareas de esta dictadura revolucionaria del proletariado. La resolución trata de demostrar que ésta tendrá prácticamente la misma forma y contenido en la mayor parte de los países adelantados y atrasados, sin señalar las profundas diferencias de contenido de estas dos dictaduras revolucionarias. La primera dictadura revolucionaria del proletariado que triunfe en los países adelantados tendrá que asentarse en una movilización antiimperialista permanente, de desenmascaramiento de su propio imperialismo y de lucha por el derecho a la autodeterminación de las naciones que oprime su imperialismo. Por otro lado, la dictadura revolucionaria del proletariado en los países atrasados tendrá que tener como eje la lucha contra el imperialismo opresor. Decimos todo esto porque las tesis ocultan bajo siete llaves esta línea maestra y fundamental del trotskismo. Es imprescindible impedir que se repita el grave error del SWP de los Estados Unidos. Este levantó, junto con La Gauche , el periódico de la sección belga, una feroz y sistemática campaña contra el gobierno de Salvador Allende, diciendo que era la mejor variante del imperialismo y haciéndolo centro principal de sus ataques, en vez de atacar centralmente al imperialismo yanqui, señalando que éste tenía contradicciones con Allende y que nosotros teníamos que defender a Chile de la agresión y del golpe que preparaba la CIA. Esta vergonzosa historia, esta mancha en la trayectoria de nuestra Internacional, no se debe repetir nunca más. Pero tanto las resoluciones que criticamos como las declaraciones del tipo de las del compañero Mandel, preparan nuevos desastres respecto a esta política de preparación de la dictadura revolucionaria del proletariado. La denuncia debe ser en primer lugar, contra el propio imperialismo, como la mejor forma de combatir los prejuicios democrático burgueses.

IV.- ¿Quién toma el poder y para que?

1.- Normas e instituciones versus movilización permanente

Una de las revisiones más importantes hechas a la teoría de la Revolución Permanente, que se plasma en la resolución que hoy criticamos, es el intento de canalizar la movilización revolucionaria a través de las instituciones y normas. La manía normativa de los autores llega al colmo del delirio leguleyo cuando pretenden que, durante la guerra civil, la dictadura se someta a un código penal estrictísimo, inviolable y ultraliberal con la burguesía y los contrarrevolucionarios.

Con respecto a la mecánica gubernamental, el SU razona de la misma forma al decir que, como la burguesía gobierna con una institución ‑-el parlamento‑-, el proletariado debe gobernar oponiéndole otra institución ‑-el soviet superdemocrático-‑. Por eso, concluye que la dictadura del proletariado sólo se puede ejercer “en el marco de instituciones estatales de un tipo diferente a las del estado burgués, es decir, instituciones fundadas en consejos de trabajadores (soviets) soberanos y democráticamente elegidos y centralizados” (SU, 1977) [62] .

Transformar en el eje de nuestro Programa la oposición de una institución a otra, es un procedimiento equivocado basado en un razonamiento analógico falso. “El sistema soviético no es simplemente una forma de gobierno que se pueda comparar en abstracto con la forma parlamentaria” . (Trotsky, 1929). [63] No se puede colocar a los soviets en el mismo nivel que el parlamento burgués. Todos coincidimos en que aquellos son la herramienta más adecuada para hacer la revolución obrera y ejercer el poder, mientras que el parlamento es una herramienta de dominio burgués. Pero los soviets por sí mismos no son ninguna garantía. “ Importa tener presentes todas estas eventualidades para no caer en el fetichismo organizativo ni transformar a los soviets, de forma flexible y vital de lucha, en principio de organización introducido desde afuera del movimiento, y entorpeciendo su desarrollo regular ” (Trotsky, 1924) [64] . Para los revolucionarios, la única garantía de que su avance no se detendrá, es oponer a las instituciones burguesas ‑-inclusive a las obreras en cierta medida-‑ la movilización permanente de la clase obrera y el pueblo trabajador. Por eso, apoyaremos a los soviets, sólo si sirven para mantenerla y profundizarla; pero si la frenan o institucionalizan, diremos: “abajo los soviets”.

El SU ha quedado prisionero del pensamiento institucionalista burgués. Son la burguesía, y todos los sectores privilegiados que siempre existieron, los que después de sus revoluciones, han tratado de “santificar” las instituciones y normas para frenar la movilización revolucionaria. Así lo hicieron después de la gran Revolución Inglesa con el rey, y el parlamento , dos instituciones que se transformaron en “sagradas”. Lo mismo ocurrió con el surgimiento del Cartismo, que fue conducido a la vía muerta del voto , que todo lo abarcaba y solucionaba. Y la gran Revolución Francesa desembocó en la glorificación y supeditación al imperio burgués bonapartista o a la República.

Por aquellas diferencias con las anteriores revoluciones que hacen a su definición (eliminación de las fronteras, de las clases y las instituciones) la revolución y dictadura del proletariado no puede congelar ninguna institución.

Las revoluciones burguesas triunfantes no teniendo como objetivo liquidar las clases o seguir desarrollando la revolución, sacralizaron instituciones una vez que su movimiento triunfó. Pero toda revolución dirigida por auténticos marxistas revolucionarios, tendrá una dinámica opuesta a las demás conocidas hasta la fecha: vivirá cambiando, creando, destruyendo, construyendo y combinando todo tipo de instituciones y normas, declarándole la guerra a todas aquéllas que pretenden eternizarse o contener la movilización. En este proceso, toda norma o institución pasará a tener un carácter relativo; lo único absoluto y constante será la movilización revolucionaria.

Según la teoría de la Revolución Permanente, toda norma o institución sirve ‑-y por eso debe ser reforzada-‑ si ayuda a la continuidad de la movilización; por el contrario, si la frena debe ser destruida. Por otro lado, ninguna de ellas, tiene de por sí garantizado su papel progresivo en cada etapa de la lucha, lo que obliga a precisarlo en cada momento: la institución que hoy fue revolucionaria, mañana puede transformarse en reaccionaria. Entonces, como el objetivo de los trotskistas es que la revolución no se detenga nunca, consideramos que lo único que no deja de ser progresivo, es decir, que no cambia de carácter, es la movilización de los explotados contra los explotadores.

Respecto a esta ley no puede haber excepciones. Las mismas dictaduras proletarias nacionales deberán ser superadas para lograr dictaduras regionales, continentales y, por último, la dictadura internacional. Históricamente, el trotskismo en el poder tenderá a la desaparición de las clases, del partido revolucionario y del estado. La movilización permanente lo arrasará y modificará todo. Si no es así, eso significará que Marx, y Trotsky también fueron socialistas utópicos y que la teoría de la revolución permanente era equivocada.

¿Significa esto que los anarquistas tenían razón cuando pretendían ignorar las instituciones y las normas en el proceso revolucionario? De ninguna manera, entre la movilización revolucionaria y las normas e instituciones se establece una relación que obedece a las leyes que ha establecido la lógica dialéctica entre contenido y forma.

Esta relación contradictoria está presente en toda actividad humana. Veamos, por ejemplo, qué pasa con el lenguaje. Los anarquistas del lenguaje sostienen que la lengua hablada y escrita lo es todo y que las leyes de la gramática, las academias y los diccionarios de la lengua nada. Los formalistas creen que la gramática y la academia lo son todo y que la lengua debe someterse sin chistar a sus normas. Un verdadero marxista empieza por reivindicar como un factor fundamental de esta dinámica a la lengua hablada o escrita, esa “movilización permanente del lenguaje”, pero, al mismo tiempo, señala la importancia decisiva de las normas gramaticales, las academias y los diccionarios, porque ellos organizan, conservan e incorporan orgánicamente las conquistas de esa lengua viva. Al mismo tiempo, insiste en que la lengua hablada es la única que enriquece y en base a la cual se debe modificar y luego normalizar.

Extendiendo este a las conquistas sociales, decimos que ellas se evaporarían si no existieran las instituciones y las normas. Por ejemplo, la movilización que haya obtenido la jornada laboral de ocho horas debe recogerse en una ley o. acuerdo con la patronal, para no correr el riesgo cierto de perderse rápidamente. Los sindicatos son la cristalización de esa y todas las otras movilizaciones económicas de los obreros. Si no existieran bajo el capitalismo, lo que se conquistó hoy en una huelga u ocupación de fábrica, se perdería mañana. Y si la vanguardia no tiene un partido, con un programa que sintetice las experiencias históricas de la clase obrera y fije objetivos a lograr en la lucha revolucionaria, el proletariado tendría que volver a recorrer el camino andado en cada nueva etapa.

Las normas e instituciones son el lado conservador de la movilización, pero en dos sentidos: Uno, altamente positivo, que significa conservación de lo conquistado, atesoramiento de la experiencia, proyección de nuevas conquistas. El otro es negativo porque frena la espontaneidad y la movilización de los trabajadores, que es la única manera de seguir logrando nuevas conquistas.

2.- El estado, institución de instituciones

Aquellos que, como los anarquistas, niegan la necesidad de las instituciones obreras, niegan, por consiguiente, la necesidad de conquistar el estado. No advierten esa dialéctica por la cual podríamos decir que el estado burgués gobierna a través de instituciones y que las instituciones burguesas gobiernan a través del estado. El estado se apoya en ellas y las usa, pero la conquista del estado por parte de la clase obrera no puede significar nunca un “golpe de estado” al estilo de las revoluciones burguesas, sino que significará un fin y un comienzo. Cuando la clase obrera se apodera del aparato de estado, es que las instituciones burguesas que lo sostenían, ya podridas, han caído, y que serán las instituciones obreras las que comenzarán a dominar.

Los anarquistas niegan la necesidad de todas las instituciones u organizaciones que nos llevarán a la conquista del estado, como son el ejército rojo, los sindicatos, los soviets y, fundamentalmente, el partido. Para ellos, la revolución tiene un solo objetivo: destruir todas las normas e instituciones para retornar a la sociedad, disolverse en ella y lograr así que cada individuo pueda hacer lo que quiera. En ese esquema idealista, cualquier norma o institución es vista como reaccionaria.

Ahora bien, supongamos por un instante que las cosas pudieran ser así, que una vez tomado el poder, cada individuo fuera absolutamente libre de hacer lo que quisiera. ¿Qué harían con esa libertad todos los que fueron expropiados, los grandes industriales, banqueros, terratenientes, comerciantes? ¿Qué harían con esa libertad los pequeño burgueses acomodados cuando tuvieran que empezar a compartir las necesidades de todo el pueblo e incorporarse al trabajo productivo? ¿Qué harían los familia s y adeptos de los torturadores del régimen anterior que fueron ajusticiados por las masas? La respuesta no merece cavilaciones: usarán esa libertad absoluta para organizarse y armarse con el fin de restaurar el viejo régimen de privilegios, para lo cual contarán con el apoyo incondicional del imperialismo mundial. Se reorganizarán todas las instituciones burguesas. Como se tratará de una lucha, es evidente que los revolucionarios y los contrarrevolucionarios se organizarán de algún modo. Habrá por lo menos dos bandos, es decir, dos ejércitos que se armarán, necesitarán de una organización y disciplina internas, aunque no vistan uniforme. Estos ejércitos serán instituciones aunque se dicten normas que las prohíban. ¿Para qué seguir?

Lo único que pueden hacer los anarquistas es lo que hicieron en España cuando tenían el poder al alcance de la mano: dirán que cada uno haga lo que le parezca. Entonces, si sus palabras llegan a tener eco en las masas, la contrarrevolución arrasará como en aquel país. Con la única diferencia de que en lugar de costar un millón de muertos, esta vez el saldo trágico se multiplicará varias veces. ¿Qué otra cosa podrá suceder cuando al ejército imperialista se enfrenten individuos sujetos tan solo a su libre albedrío?

Resumiendo: los individuos aislados no se pueden enfrentar a las instituciones; se deben organizar para ello. Aún para movilizamos, necesitamos instituciones que fijen objetivos y responsabilidades individuales. Una vez logrados triunfos, grandes o pequeños, éstos tienen que plasmarse en instituciones; el avance tiene que reflejarse a nivel del estado. Y, finalmente, una vez conquistado el poder, los trabajadores deben contar con normas e instituciones mil veces más sólidas que las que existían con anterioridad, porque la contrarrevolución internacional estará movilizada hasta el día en que se la aplaste. En esto debemos aprender de la burguesía.

El trotskismo se enfrenta, entonces, a la más grave contradicción de la realidad: para acabar con todas las instituciones hay que crear instituciones. Pero la resuelve con su programa de movilización permanente, que irá liquidando, en la segunda etapa de la dictadura del proletariado, las mismas instituciones que ha creado. El partido revolucionario creará, dirigirá y hará permanente la movilización de masas, que irá liquidando organizaciones a medida que se vuelvan innecesarias, y rematará su obra extinguiendo el estado y disolviéndose a sí mismo en la sociedad. El partido, “instrumento fundamental de la revolución proletaria”, cederá su lugar a una movilización constante de toda la población, a un nivel desconocido hasta entonces; cederá su lugar a una nueva sociedad sin clases.

Como es evidente, no podemos establecer desde ya una lista de todas las instituciones que se dará el proletariado durante la dictadura, ni podemos precisar sus roles específicos. Por eso, mucho más que combatir la concepción anarquista ‑-al menos movilizante-‑ atacamos el pensamiento normativo institucionalista, defendido por la resolución del SU, que trata de fijar normas inamovibles al proceso revolucionario. Criticamos la pedantería de pretender que somos capaces de elaborar un programa para todo tiempo y lugar y no reconocer que con él se deja de lado la esencia, la teoría y el método de la revolución permanente.

3. Relación entre el partido y las otras instituciones

Podemos resumir lo anterior diciendo que la movilización permanente no sirve por sí sola y que, necesariamente, tiene que estar ligada a instituciones. El problema es saber cuál es la institución determinante. La mayoría del SU sostiene que sin ninguna duda es la soviética; que los soviets son los que toman el poder junto a misteriosos partidos soviéticos que, aparentemente, son todos los del país, incluidos los contrarrevolucionarios.

En la primera tesis de la resolución, en el subpunto e), se precisa con claridad que “los marxistas revolucionarios también deducen de él que la clase obrera sólo puede ejercer el poder de estado en el marco de instituciones estatales de un tipo diferente a las del estado burgués, es decir, instituciones fundadas en concejos de trabajadores (soviets) soberanos y democráticamente elegidos y centralizados , con las características fundamentales precisadas por Lenin en El estado y la revolución : elección de todos los funcionarios”, etc. (SU, 1977) [65] . Y continúan detallando los distintos métodos de elección, de rotación de funcionarios, forma de pago, etc.

En estas indicaciones, que parecen elaboradas por un abogado, están considerados prácticamente todos los aspectos de una organización estatal. Pero en ninguna parte se dice cuál es el papel del partido marxista revolucionario en la revolución, la toma del poder, y la dictadura del proletariado . Y, por lo tanto, no se indica qué relación tendrá el mismo con otras organizaciones, por ejemplo, con los soviets.

Para hacer su código, no es casual que de los libros marxistas escogieran El estado y la revolución de Lenin, y no lo que éste y Trotsky escribieron después de la Revolución Rusa, cuando sus teorizaciones tenían que ver con las modificaciones impuestas por la realidad. El SU no toma para nada en cuenta el enriquecimiento de la teoría marxista del estado y la revolución que produjo la Revolución de Octubre. Después que tomaron el poder, los jefes de la revolución se dieron cuenta de que el partido era la institución más importante para desarrollar y consolidar la dictadura del proletariado; que el poder tenía que estar en manos del Partido, apoyado en los soviets. Lenin comenzó a insistir en que el factor decisivo de la dictadura del proletariado era el monopolio estatal por parte del Partido Comunista. Trotsky, en 1924, se pronunciaba contra el frente único con los otros partidos soviéticos para tomar el poder, subrayando y aprobando la monopolización del poder por parte del Partido Comunista en su relación con los soviets y los otros partidos.

Porque si los soviets no están dirigidos por ese partido, no son los de una dictadura revolucionaria, sino algo completamente inestable; son soviets que a la larga pueden terminar apuntando hacia la contrarrevolución. Recordemos las palabras de Trotsky refiriéndose a los soviets kerenskistas:

“La inestabilidad de los Soviets conciliadores residía en el carácter democrático de tal coalición de obreros, campesinos y soldados, que ejercían un semipoder. Les quedaba la alternativa de ver disminuir su papel hasta la extinción o asumir el poder de veras. Pero no podían asumirlo como coalición de obreros y campesinos representados por diferentes partidos, sino como dictadura del proletariado dirigida por un partido único que se atrajera a las masas campesinas, empezando por los elementos semiproletarios ”. (Trotsky, 1924). [66] Y ya bajo la dictadura stalinista, en 1930, precisaba: “¿Cuál es la base del régimen de la URSS? Recapitulemos los elementos esenciales: a) el sistema soviético como forma estatal; b) la dictadura del proletariado como contenido de clase de dicha forma estatal; c) el papel dirigente del partido , en cuyas manos se concentran todos los elementos de la dictadura ; d) el contenido económico de la dictadura proletaria: nacionalización de la tierra, los bancos, las fábricas, el sistema de transporte, etc., y el monopolio del comercio exterior; e) el puntal militar de la dictadura: el Ejército Rojo”.

“Todos estos elementos están muy estrechamente vinculados entre sí, y la eliminación de cualquiera de ellos puede provocar el derrumbe de todo el sistema. En la actualidad, el eslabón más débil de la cadena es indudablemente el Partido, piedra fundamental del sistema ”. (Trotsky, 1930) [67] .

Es decir, para Trotsky y Lenin, el Partido Comunista era el elemento esencial de la dictadura del proletariado en la URSS. En ninguna parte se señala como fundamental a los soviets. Solo se subraya que es la forma estatal y que, en la combinación de instituciones y relaciones de producción que caracterizan al régimen de la dictadura del proletariado, el punte clave es el partido Comunista.

Las dos categorías fundamentales y permanentes de todo proceso revolucionario (ya sea bajo la dictadura del proletariado o bajo el dominio burgués) son, por un lado, la clase obrera con sus aliados y sus movilizaciones; por el otro, el Partido Marxista Revolucionario . Que existan permanentemente no quiere decir que su grado de desarrollo sea siempre el óptimo; puede haber una gran movilización con un partido todavía incapaz de dirigirla, por ejemplo. Pero son las únicas constantes. En cambio, los sindicatos, comités de fábrica, comisiones obreras, soviets, etc., aparecen y desaparecen según los países y etapas de la lucha de clases. Los elementos fundamentales, partido y movilización, establecen mediaciones a través de distintas organizaciones. La famosa analogía que hizo Trotsky de los engranajes, de las ruedas dentadas, no sólo sirve para antes de la toma del poder sino también para después. En ella decía que entre el Partido revolucionario y las masas no se establece una relación directa, sino a través de organizaciones distintas al Partido, más amplias, masivas e intermediarias, (como el soviet, el comité de fábrica o el sindicato). Y la forma soviética, a pesar de sus inmensas ventajas, a pesar de ser la fórmula organizativa más dinámica y amplia del movimiento de masas en lucha, muy superior al sindicato y al comité de fábrica, no es más que un engranaje privilegiado de aquél, pero engranaje al fin. “ Los consejos representan una forma organizativa , tan solo una forma... (subrayado en el original), mientras que con el partido revolucionario, sucede todo lo contrario... no es, en modo alguno una forma”. (Trotsky, 1935). [68] Dicho de otra manera, la revolución la hacen los trabajadores movilizados revolucionariamente con sus organizaciones de masas, pero el poder y la dirección los tiene el partido revolucionario. Una vez en el poder, el Partido utiliza los engranajes organizativos más adecuados para cada etapa de la lucha de clases, sin hacer un fetiche de ninguno de ellos, sean soviets, comités de fábrica, comités obreros sin partido, ejércitos rojos, sindicatos, tal como lo hicieron Lenin y Trotsky en los primeros años de la revolución de Octubre para facilitar y organizar la movilización permanente de las masas rusas.

4. El papel del partido en la revolución y la dictadura obrera

Decimos que el SU minimiza la importancia del factor subjetivo. Trotsky ha tratado sobre este tema extensamente, y nos enseñó que es algo que distingue a todas las corrientes oportunistas. “El oportunismo que vive consciente o inconscientemente bajo la sugestión de la época pasada, se inclina siempre a menospreciar el rol del factor subjetivo, es decir, la importancia del partido revolucionario y de su dirección. Esto se hace sentir en las discusiones que se produjeron acerca de las lecciones del octubre alemán, del comité anglo‑ruso y de la revolución china. En todas esas ocasiones, como en otras menos importantes, la tendencia oportunista siguió una línea política que contaba directamente con las ‘masas’ y, por consiguiente, olvidaba los problemas de la dirección revolucionaria. Esta manera de abordar la cuestión, en general falsa desde el punto de vista teórico, es particularmente funesta durante la época imperialista ”. (Trotsky, 1928) [69] . También lo consideró un rasgo esencial del anarquismo: “La incoherencia y, en última instancia, el carácter reaccionario de todo tipo de anarquistas y anarcosindicalistas consiste, precisamente, en que no entienden la importancia decisiva del partido revolucionario, especialmente en la etapa superior de la lucha de clases, en la época de la dictadura proletaria” . (Trotsky, 1931) [70] .

Efectivamente, el SU en este punto, cae en el oportunismo, en el revisionismo, en el anarquismo, en el ultra izquierdismo. En lo único en lo que no cae es en el trotskismo. Nuestra “religión”, si es que tenemos alguna, es la del papel fundamental que juega el partido en la etapa de transición, antes y después de la toma del poder. El SU la cambió ahora por la de los soviets. Pero “si el partido se separara (quedara excluido) del sistema soviético, éste no tardaría en derrumbarse ” (Trotsky, 1930) [71] . ¿Cómo es que el SU no dice, aunque sea de pasada, que la revolución la dirige el partido? Un próximo documento debe decir claramente si han abandonado o no su ferviente convicción de que esta explicación de Trotsky es válida Para todo tiempo y lugar: “ Una caldera a vapor, aunque se la maneje mal, puede rendir mucho servicio durante largo tiempo. En cambio, el manómetro es un instrumento muy delicado al que cualquier impacto arruina rápidamente. Con un manómetro inservible, la mejor caldera puede explotar. Aun si el partido fuera un instrumento de orientación como el manómetro o la brújula de un barco, su mal funcionamiento acarrearía grandes dificultades. Pero más que eso, el partido es la parte más importante del mecanismo gubernamental . La caldera soviética puesta en marcha por la Revolución de Octubre es capaz de realizar un trabajo gigantesco aun con malos mecánicos. Pero el mal funcionamiento del manómetro plantea constantemente el peligro de que explote toda la máquina.” (1931). [72]

Por razones objetivas y por lo tanto ajenas a la voluntad de los marxistas, la clase obrera en su totalidad no puede hacer la revolución y ejercer el poder inmediatamente después de haberlo tomado. Trotsky es diáfanamente claro al respecto: “Una revolución es ‘hecha’ directamente por una minoría (subrayado en el original). El éxito de una revolución es posible, sin embargo, solamente cuando esta minoría encuentra más o menos apoyo, o por lo menos una neutralidad amistosa de parte de la mayoría. El cambio en las diferentes etapas de la revolución, como la transición de la revolución a la contrarrevolución, está determinado directamente por relaciones políticas variables entre la minoría y la mayoría, entre la vanguardia y la clase”. (Trotsky, 1938). [73]

Podemos lamentarnos tanto como queramos, pero la realidad de la lucha de clases contemporánea hace que sea así. Esta es la diferencia más importante que hay entre las revoluciones y dictaduras burguesas y las proletarias.

Cuando la burguesía llegó al poder era, de hecho, la clase dominante en lo económico y cultural. Por eso no tuvo necesidad de partidos políticos para lograr el poder, pues se apoyó en el parlamento, la universidad y su capacidad de controlar la economía. Más aun, logró que sectores religiosos y nobles se pasaran a su lado,, y consiguió utilizar la movilización de las masas plebeyas en su favor, aburguesando a sectores de la misma. Todo apuntaba a consolidar su dominio económico y cultural y transferirlo al plano del estado y la política.

Durante siglos, este fortalecimiento evolutivo fue un proceso paralelo al debilitamiento de su enemigo, el feudalismo. Así, esta clase adquirió homogeneidad, fuerza y conciencia de sus intereses. Con la clase obrera ocurre lo contrario. A medida que pasan los años no aumenta su dominio económico y cultural. El sistema monopolista e imperialista, penetrando por los poros de la clase obrera, la corrompe, la aristocratiza y la incorpora, junto con sus direcciones tradicionales, a las instituciones burguesas. Este veneno penetra por la educación, la prensa escrita, la radio y la televisión.

Aquello que logró la burguesía ‑-poder efectivo antes del gobierno-‑ es inaccesible para la clase obrera. El capitalismo trata de impedir que ella sea cada vez más revolucionaria, consciente de sí misma, de su ubicación en la sociedad. El imperialismo ha logrado impedir el desarrollo de esta conciencia.

Lógicamente este es un proceso altamente contradictorio, en el cual el capitalismo no logra objetivos hasta donde quisiera, porque del otro lado está la clase obrera con sus movilizaciones y el partido tratando de desarrollar la conciencia revolucionaria. Si no fuera así, no habría posibilidades de revolución obrera. Las contradicciones capitalistas e imperialistas a nivel mundial hacen que los trabajadores se movilicen revolucionariamente contra los explotadores en determinados momentos y países.

De todos modos, el surgimiento de una situación revolucionaria en un país no deja de ser excepcional. Cuando se da, es porque ha habido implacables necesidades objetivas y no un proceso de maduración evolutivo de la conciencia y organización de la clase. Contra la visión gorteriana de la realidad que “...pinta la situación como si el momento de iniciación de la revolución dependiera exclusivamente del grado de esclarecimiento del proletariado y no de toda una serie de factores: nacionales, internacionales, económicos y políticos y, particularmente, del efecto de las privaciones sobre los sectores más empobrecidos de las masas”, nos permitimos parafrasear a Trotsky diciendo “...con permiso” de los camaradas de la mayoría del SU “ las privaciones de las masas siguen siendo el más poderoso resorte de la revolución proletaria ”. (Trotsky, 1920). [74] A pesar de esas crisis, la clase obrera sigue siendo muy inferior a la burguesa en cuanto a su nivel cultural y, principalmente, en cuanto a su conciencia. Nada lo refleja mejor que la existencia de multitudinarios partidos reformistas y el apoyo que el proletariado da al partido demócrata norteamericano. Este proceso contradictorio se manifiesta en las relaciones entre los partidos revolucionarios, reformistas y burgueses.

Por todo lo anterior, el proletariado no puede tomar el poder sólo a través de organizaciones o instituciones que lo abarcan de conjunto, lo que sería lo mismo que decir todo el proletariado. Es una clase que está y seguirá estando dividida en sectores antagónicos durante la toma del poder y aun bajo la dictadura del proletariado. Habrá una minoría consciente del proyecto revolucionario, otros que serán neutrales y también los que seguirán prisioneros de la ideología burguesa o reformista y, por lo tanto, serán contrarrevolucionarios.

Aquella unidad, poderío y dominio que la burguesía tenía antes de tomar el poder, la clase obrera los irá logrando, pero después de llegar a él. Siempre que se acerque el momento de la revolución obrera, de la toma del poder y de su dictadura, la clase proletaria y sus partidos se verán desgarrados por tremendas contradicciones y divisiones político‑organizativas, como consecuencia del enorme peso de la ideología burguesa que impera en sus filas.

El partido que logre acaudillarla, es el único que puede suplir estas graves rémoras de la clase obrera. Todas las desventajas del proletariado frente a la burguesía son compensadas cuando surge una minoría consciente, férreamente organizada en su partido que dirija el proceso, combatiendo a los sectores obreros que están contra la revolución y ganando el apoyo o la neutralidad de la mayoría. La clase obrera puede compensar las desventajas que tiene frente a la burguesía si logra un gran desarrollo del factor consciente, subjetivo, es decir, si su vanguardia construye un fuerte y sólido partido marxista revolucionario. Porque “ el partido es el arma política suprema” que corporizará “ las potencialidades y el futuro de la revolución” (Trotsky, 1930) [75] .

Todas las dictaduras y revoluciones proletarias triunfantes que se han dado en este siglo han sido revoluciones y dictaduras de un partido; jamás de los sindicatos, los soviets, los comités de fábrica o de campesinos. O sea, jamás han sido dictaduras de todos los obreros y trabajadores; siempre lo han sido de una minoría férreamente organizada que tiene el apoyo o la neutralidad más o menos activa de la mayoría.

Así lo explica magistralmente Trotsky:

“En las revoluciones burguesas han desempeñado la conciencia, la preparación y el método un papel mucho menor que el que están llamadas a desempeñar y desempeñan ya en la revolución del proletariado. La fuerza motriz de la revolución burguesa era también la masa; pero mucho menos consciente y organizada que ahora. Su dirección estaba en manos de las diferentes fracciones de la burguesía, que disponía de la riqueza, de la instrucción y de la organización (municipios, universidades, prensa, etc.) La monarquía burocrática se defendía empíricamente, obraba al azar. La burguesía elegía el momento propicio para echar todo su peso social en el platillo de la balanza y apoderarse del poder, explotando el movimiento de las masas populares”.

“Pero en la revolución proletaria no sólo implica el proletariado la principal fuerza combativa, sino también la fuerza dirigente con la personalidad de su vanguardia. Su partido es el único que puede en la revolución proletaria desempeñar el papel que en la revolución burguesa desempeñaba la potencia de la burguesía, su instrucción, sus municipios y sus universidades. Resulta tanto más importante este papel cuanto que se ha acrecentado de manera formidable la conciencia de clase de su enemigo” (Trotsky, 1924) [76] .

5.- Un modelo neo‑reformista

Precisamente si algo caracteriza al reformismo es que tiene un modelo de etapa de transición idéntico al de las revoluciones burguesas. Todo reformista cree que la clase obrera llegará al poder como la burguesía, es decir como remate a su poder económico que venía de lejos.

De ahí la manía reformista por las cooperativas, las empresas estatales dentro del régimen capitalista, los sindicatos poderosos llenos de privilegios económicos, la Universidad y la educación obreras, lo que permitiría al proletariado ese avance evolutivo y sin sobresaltos hacia la toma del poder. Es el “objetivismo seudo‑marxista [el] que presupone una preparación puramente objetiva y automática de la revolución, con lo cual la posterga para un futuro indeterminado. Este automatismo nos es ajeno”. (Trotsky, 1922) [77] .

El compañero Mandel, con su inteligencia y talento acostumbrados, ha construido un modelo semejante al reformista, aunque mucho más sofisticado, para justificar y darle coherencia a la resolución del SU. Como un buen jugador de ajedrez, ha movido sus piezas para atacar al marxismo revolucionario, montando una estructura coherente y llena de sutilezas estratégicas. La manía del camarada Mandel por los períodos largos, larguísimos, de poder dual, por la práctica constante del control de la producción y por una larga lucha por imponer la legitimidad de la democracia obrera entre los trabajadores ‑-en contraposición a la legitimidad de la democracia burguesa-‑, es el modelo evolutivo y reformista aplicado a esta época, cuando un cuarto de la humanidad vive bajo dictaduras proletarias y revoluciones obreras triunfantes. Esta jugada efectuada en nombre (¡no faltaba más!) de la revolución obrera y la dictadura del proletariado, es ingeniosa: hay que darle tiempo al proletariado en su conjunto para que todo unido, en sus propias organizaciones soviéticas y con el control obrero, llegue a ser más fuerte que la burguesía y así, sin fisuras, con el convencimiento y la actividad entusiasta de todos los trabajadores, tome el poder con sus organizaciones, con el voto universal, y con los soviets amplios sin contradicciones ni luchas agudas, con el apoyo de todos los partidos obreros y quizá de todos los partidos del país. Gracias al control obrero, el proletariado, todo el proletariado, antes de la toma del poder, será mucho más fuerte económicamente que la burguesía y sabrá conducir la producción mucho mejor que ella. Gracias al triunfo de la legitimidad de la democracia obrera sobre la burguesa, no habrá sectores del pueblo que respondan a los capitalistas, ya que toda la clase obrera o su amplia mayoría estará contra los órganos burgueses y por los soviets populares. Esto permitirá gobernar con el voto universal del cual es “partidario intransigente” el compañero Mandel “antes, durante y después de la toma del poder por los trabajadores”, como ha dicho a El País en las declaraciones ya citadas. Y hay que darse tiempo para que los órganos de poder obrero, los soviets, le demuestren a todos los trabajadores ‑-no sólo a los obreros‑- que la suya es la forma más democrática de gobierno.

A Mandel le iría muy bien si se tratara efectivamente de una partida de ajedrez; pero lo que va a ocurrir es que aparecerá el malo de la película (la contrarrevolución) que le tirará el tablero por los aires.

La lucha de clases y la contrarrevolución no darán nunca tiempo, como no se lo dieron a los reformistas, para que los trabajadores y toda la clase obrera sean convencidos de la legitimidad de su poder democrático, para que logren ser dominantes en la economía e incorporen sin fisuras el conjunto del pueblo a los órganos de poder obreros. Antes de llegar a este edén, la minoría contrarrevolucionaria de ese país se trenzará en una lucha a muerte contra la minoría revolucionaria para ver quién triunfa, neutralizando y ganando a la mayoría de la población por medio de la fuerza. Y sólo si la minoría revolucionaria, apoyada en o neutralizando a la mayoría de los trabajadores, logra derrotar físicamente a la contrarrevolución, podrá haber revolución obrera y poder de los trabajadores. En el esquema del camarada Mandel, no entran los Pinochet, Franco, Mussolini, ni las traiciones de Stalin, Ebert, Allende.

6.- Dictadura revolucionaria y movilización permanente

Si algo está ausente en las tesis es el objetivo central de la dictadura revolucionaria: profundizar la revolución permanente y la revolución socialista internacional. Se considera suficiente señalar que tiene que existir la democracia más absoluta, incluso para los contrarrevolucionarios. Es posible que los autores del documento nos digan que con esa democracia absoluta está garantizada la revolución permanente internacional y que, por lo tanto, no es necesario indicarlo en forma especifica. Este fetichismo de las formas jurídicas democráticas, y dentro de la democracia, de la votación ‑-inclusive de los métodos típicamente burgueses del voto universal y el referéndum-‑ es característico del documento del SU. En lugar de señalar, de acuerdo al más estricto reconocimiento de las enseñanzas marxistas, que jamás un proceso revolucionario se define por ningún tipo de votación, sino solamente por la relación de fuerzas y la lucha entre los contendientes, los autores giran alrededor de un único eje: las virtudes absolutas de la democracia.

Para nosotros, el objetivo fundamental de la dictadura revolucionaria del proletariado sigue siendo el continuar la revolución y la movilización permanente de los trabajadores contra todo tipo de explotación a escala nacional e internacional; que por otra parte es la única manera que tiene una dictadura revolucionaria de sobrevivir y desarrollarse, ya que si queda constreñida a sus fronteras nacionales, su desarrollo económico le provocará contradicciones cada vez más agudas e irreconciliables.

La movilización y revolución permanente del proletariado y de sus aliados trabajadores, antes y, mucho más, después de la toma del poder, sólo cambia de forma, pero responde a las mismas leyes. Antes de la toma del poder tratamos de lograr que se produzca una movilización permanente, de la clase obrera y sus aliados, contra el imperialismo, el capitalismo y los explotadores para derrotarlos y tomar el poder. Adelantamos distintas tareas y consignas políticas y económicas ‑-a las que acompañamos distintas propuestas organizativas-‑ para que sean tomadas por los trabajadores y alrededor de ellas se movilicen y luchen permanentemente.

Después de la toma del poder, este proceso de movilización permanente no se detiene; se intensifica. Adquiere una magnitud desconocida hasta entonces con el surgimiento de una forma de organización mucho más poderosa, una palanca organizativa institucional de magnitudes incalculables: es el estado nacional dominado por el proletariado. Pero esta nueva organización del proletariado internacional, el estado obrero nacional, no es más que un nuevo y mucho más poderoso instrumento en el proceso de la revolución socialista internacional, es decir, en el proceso de movilización y revolución permanente. Después de la toma del poder, al partido revolucionario se le abre la posibilidad de lograr, por primera vez en la historia, una movilización de los trabajadores en forma ininterrumpida, cosa imposible bajo el capitalismo por razones obvias. Para lograrlo, el partido debe utilizar las mismas técnicas que cuando los explotadores son los que dominan un país: adelantar las consignas necesarias para la movilización del conjunto de los trabajadores, aunándolas unas tras otras, de acuerdo a las etapas y a las necesidades de las masas trabajadoras. Esto es muy importante, porque no hay movilización de los trabajadores en abstracto o por formas organizativas meramente. Lo organizativo es plástico, siempre cambia, de acuerdo a las tareas o consignas por las cuales se tienen que movilizar los explotados. Antes del triunfo de la Revolución Rusa se movilizó por “todo el poder a los soviets” y por “la paz y la tierra”; posteriormente, en la guerra civil, la gran consigna fue la derrota de los guardias blancos y de las intervenciones imperialistas, y para ello la organización más importante de las masas fue el Ejército Rojo y no los soviets. Luego fue la lucha por los transportes, contra el hambre, el tifus y los piojos. Después del triunfo de la guerra civil, la batalla fue por la reconstrucción económica y esta nueva movilización le dio relevancia a los sindicatos y a los obreros sin partido, abandonándose en cierta medida a los soviets como forma organizativa privilegiada del movimiento obrero y de masas ruso. Lo que queremos demostrar es cómo, después de la toma del poder, se abrieron distintas etapas en las cuales el eje movilizador cambiaba de acuerdo a las circunstancias, como también ocurre en un país dominado por el capitalismo. Este mecanismo de movilización de los trabajadores, después de la toma del poder, a través de las consignas que expresan sus necesidades más apremiantes en cada momento de la lucha de clases, nunca se podrá resolver automáticamente, por intermedio del mero mecanismo de votaciones de los soviets. Dependerá, como siempre, del papel y la influencia del partido revolucionario, que es quien tiene que seguir lanzando las consignas movilizadoras como antes de la toma del poder.

Ese es el verdadero motor, el verdadero contenido de la dictadura revolucionaria del Proletariado. Esta no se hace para tener democracia absoluta en el país, ni para inaugurar soviet. Se hace con el objetivo de lograr que los trabajadores sigan movilizándose en forma cada vez más intensa, y para esto no hay nada mejor que la democracia para los movilizados, para los que entran en la lucha. Decimos esto porque la explicación última de la degeneración de la URSS o del carácter burocrático de todos los estados obreros es que no ha habido una movilización continua de los trabajadores. No lo logró el proletariado ruso, porque se fatigó, se cansó y dejó de movilizarse. En los otros estados obreros burocratizados se dieron movilizaciones controladas por el aparato burocrático; no fueron permanentes sino esporádicas, y luego de la toma del poder fueron encuadradas por los intereses de la burocracia. No existe ninguna forma organizativa que pueda evitar esta paralización en la movilización de las masas trabajadoras. La única forma de superarla es lanzando consignas movilizadoras. Es decir, que después de la toma del poder seguirá subsistiendo la necesidad del partido revolucionario que lance las consignas transicionales necesarias para que la lucha de los trabajadores no se detenga nunca más. Ese es el profundo significado de la dictadura revolucionaria del proletariado.

7.- El futuro de los soviets y de los partidos

Para los compañeros del SU, no hay la menor duda que tan pronto el proletariado tome el poder se producirán tres fenómenos íntimamente ligados: “ la dictadura del Proletariado comienza a debilitarse casi desde su nacimiento” , la transformación de los soviets en movimientos populares multitudinarios en donde interviene toda la población, y, por último, “ se puede predecir, con seguridad, que bajo una verdadera democracia obrera, los Partidos políticos adquirirán un contenido mucho más rico y más amplio y conducirán luchas ideológicas de las masas de una amplitud y con una participación de masas infinitamente superiores a todo lo conocido bajo la forma más avanzada de la democracia burguesa ” (SU, 1977). [78]

Es decir, que para la mayoría del SU existirá un proceso de conjunto que incluirá el debilitamiento del estado proletario, el desarrollo espectacular de los soviets populares y de los partidos políticos. Aunque parezca raro, esta concepción tiene un cierto parentesco con la stalinista criticada por Trotsky, y no es casual que así sea. Era Stalin quien decía que el régimen soviético y el socialismo se desarrollaban en el mismo sentido, y era Trotsky quien insistía en que si se desarrollaba el sistema soviético, no se podía desarrollar el socialismo y viceversa. Y daba una explicación sencilla: si se desarrolla el socialismo, comienzan a desaparecer las clases, y si desaparecen las clases, comienza a extinguirse el estado, y si se extingue éste, lo mismo ocurre con esa forma estatal que es el régimen soviético. Si se desarrolla y fortalecen los soviets es seguro que algún tipo de estado, distinto al burgués, pero estado al fin, se fortalece.

Lo mismo ocurre con los partidos políticos: si son cada vez más fuertes es porque cada vez hay mayor lucha económica, política, para controlar el poder y repartir el sobreproducto.

La Tercera Internacional votó una resolución que va explícitamente en contra de la opinión actual del SU acerca del fortalecimiento de los partidos políticos y los soviets, en la que explicaba cómo, a medida que fueran desapareciendo las clases y el estado, irían desapareciendo no sólo los partidos políticos sino todas las organizaciones obreras: “ La necesidad de un partido político del proletariado sólo desaparecerá con las clases sociales. En la marcha del comunismo hacia la victoria definitiva, es posible que la relación específica existente entre las tres formas esenciales de la organización proletaria contemporánea (partidos, soviets, sindicatos de industria), sea modificada y que un tipo único, sintético, de organización obrera se cristalice poco a poco. Pero el partido comunista sólo se resolverá completamente en el seno de la clase obrera cuando el comunismo deje de ser el eje de la lucha social, cuando toda la clase obrera sea comunista”. (IC, 1920) [79] .

Por eso, la afirmación de que “con seguridad” los partidos políticos adquirirán un contenido mucho más rico y más amplio bajo una “dictadura del proletariado (que) comienza a debilitarse” es, desde el punto de vista marxista, absurda. A medida que vaya desapareciendo el estado ‑-y el SU dice que esto ocurrirá apenas el proletariado tome el poder-‑ desaparecerán los partidos políticos, porque dejará de existir su razón de ser, la posesión del estado. El SU confunde la existencia de corrientes ideológicas culturales más o menos organizadas con los partidos políticos. Por eso escriben que “ los partidos políticos conducirán... luchas ideológicas de masas” . Pero una lucha ideológica, para que la lleve a cabo un partido político, tiene que estar supeditada a la lucha política por el poder del estado; si no es así, no es una lucha política ideológica, sino una lucha ideológica cultural.

La desaparición de la política, que será consecuencia de la desaparición de la explotación, de la miseria, del hambre, de las guerras, etc, enriquecerá la vida y las discusiones dentro de la sociedad. Habrá polémicas con la participación masiva de los ciudadanos socialistas nunca antes vista, sobre cuestiones pedagógicas, científicas, deportivas, artísticas, sociales, es decir, como dicen los compañeros del SU, “ideológicas”, pero no políticas. Los hombres se agruparán para defender mejor sus ideas y como serán mucho más lúcidos que los autores de la resolución, dirán: “gracias a que ya no hay más partidos políticos, podemos organizamos libremente para discutir todo esto. Si existieran los partidos políticos y el estado, todos estaríamos constreñidos por ese monstruo de la sociedad de clases, la política, o sea, la administración por medio de la violencia de los hombres”.

Algo parecido ocurre con las relaciones entre la democracia directa e indirecta. Para los compañeros de la mayoría del SU, el colosal florecimiento de los partidos políticos no es contradictorio con el desarrollo de la democracia directa. Nada más alejado de la realidad. El florecimiento de los partidos políticos es un fenómeno contrario a la democracia directa, aunque en la dictadura revolucionaria del proletariado esos dos polos antagónicos y contradictorios pueden desarrollarse en conjunto hasta un cierto punto crítico, a partir del cual el desarrollo de uno tiene que comenzar a cuestionar el del otro. Esto es así porque los partidos políticos son la máxima expresión de la democracia indirecta. La existencia de los partidos implica que la iniciativa de las masas es mediatizada por éstos, que tienen una disciplina propia, que frenan, Canalizan y distorsionan la actividad inmediata y autodeterminante del movimiento obrero y de masas. La democracia directa implica hacer en el mismo momento lo que se resuelve entre todos, sin delegar estas tareas a ningún organismo y mucho menos a partidos. El surgimiento del estado es la negación más absoluta de esa democracia directa, ya que todo el mundo queda constreñido a actuar por medio del estado, incluso la propia clase dominante, que tiene que usar como intermediario a la burocracia estatal para llevar a cabo sus fines. La existencia de los partidos no es más que la consecuencia de la existencia del estado y por eso los partidos son centralistas.

La democracia directa podrá ser dominante a medida que vaya desapareciendo el estado, y si no es así, se desarrollará junto con el fortalecimiento de la dictadura del proletariado y de los partidos obreros, pero como un polo antagónico, contradictorio. Serán dos polos, que se desarrollarán, establecerán vínculos, pero que en determinado momento tendrán que entrar en contradicción. Bajo la etapa de transición del capitalismo al socialismo no puede más que comenzar el desarrollo de la democracia directa, pero combinada con el desarrollo y florecimiento de la democracia indirecta, el régimen soviético, los sindicatos y los partidos. La democracia directa irá dominando en la medida en que las clases, el imperialismo, el estado, los partidos y los soviets empiecen a desaparecer y que los productores y consumidores socialistas puedan inclusive hacer experiencias antagónicas, contradictorias, sin necesidad de someterse a ninguna disciplina, ni siquiera a la de la votación mayoritaria; cada grupo social podrá hacer lo que quiera gracias a la enorme riqueza existente. Por eso podemos señalar una sola ley absoluta: cuanto más se desarrolle la democracia directa, más irán desapareciendo los partidos políticos.

Hay que decir que los compañeros del SU tienen razón en un sentido: en las primeras etapas de la dictadura revolucionaria del proletariado habrá un florecimiento de los soviets y de la democracia revolucionaria, y además surgirán otras formas organizativas de masas (incluso distintos partidos políticos soviéticos que reflejan a los distintos sectores de la clase obrera y las masas movilizadas). Esto será consecuencia de que la dictadura revolucionaria apelará a la movilización permanente de los trabajadores para fortalecerse y poder enfrentar al imperialismo a escala mundial y sus influencias a escala nacional, generando una lucha que no podrá menos que desarrollar y ampliar la democracia revolucionaria a alturas jamás vistas. Es decir, hay que fortalecer la revolución y, para lograrlo, hay que movilizar a las masas para fortalecer la dictadura revolucionaria del estado proletario y, por ende, la democracia revolucionaria. Justamente ésta es la dialéctica que no comprenden los compañeros del SU, porque no comprenden esta etapa de la dictadura del proletariado que estamos viviendo. Debido a la existencia del imperialismo, no bien el proletariado tome el poder tendrá que fortalecer su dictadura revolucionaria extendiendo y profundizando la revolución y, para ello, tendrá que fortalecer su estado, es decir, sus soviets, y la democracia revolucionaria, como asimismo todas las formas de organización cuya orientación siga el sentido del desarrollo de la revolución y fortalecimiento de la dictadura revolucionaria. En el futuro inmediato, ni bien comiencen a surgir las dictaduras revolucionarias del proletariado, esta perspectiva será cierta. Pero, por el momento, sólo es poesía futurista. Esos serán futuros partidos que estarán unidos por un vínculo común, la defensa de la revolución socialista, aunque expresen puntos de vista e intereses diferentes. Antes de desaparecer, los partidos, van a florecer más que nunca, igual que el estado.

Pero lo que nos interesa son las relaciones de los soviets y la dictadura revolucionaria del proletariado con los partidos obreros de hoy ‑-stalinistas, socialdemócratas -- agentes del imperialismo, con el único partido mundial revolucionario consecuente, la IV Internacional, y sus partidos trotskistas.

Y tenemos que decir claramente que no vemos la posibilidad de que esos partidos obreros oportunistas, los actuales, peguen un salto tan espectacular como para que se vuelvan revolucionarios.

Desgraciadamente, seguirán siendo oportunistas y contrarrevolucionarios y, como tales, enemigos mortales de los partidos trotskistas, de los soviets y de la dictadura revolucionaria del proletariado.



[1] El año que aparece en cada cita, después del nombre del autor, es el de la edición príncipe. El número entre paréntesis remite al título y número de página al final del capitulo. En la Tabla de Referencias del final figuran los datos de las ediciones citados. Todos los subrayados, salvo indicación contraria, son nuestros.

[2] Idem, pág  7.

[3] “Para la historia del problema de la dictadura”, Obras Completas, Tomo XXXIV, P. 51.

[4] “El estado y la revolución”, Obras Completas, Tomo XXVII, p. 74.

[5] La revolución traicionada, p. 227.

[6] Programa de Transición, p. 42.

[7] De un artículo aparecido en París en agosto de 1977, titulado “Sobre la resolución del SU de la Cuarta Internacional con Respecto a Democracia socialista y dictadura del proletariado “, con la firma de A. Heredia.

[8] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, Pág 7.

[9] Ídem. pág. 7.

[10] Democracia y Revolución, Pág. 230

[11] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, Pág.8.

[12] ¿Adónde va Inglaterra?,  Pág. 123.

[13] Idem,  páginas 121‑122.

[14] Idem,  pág 127.

[15] Idem. Pág. 124.

[16] “Romain Rolland Executes an Assignment”,Writings (1935‑36). pág. 162.

[17] “Our Differences”, The Challenge of the Left Opposition, pág.294.

[18] “The Fourth World Congress”, The First Five Years of the Communist International, Volume 2, pág. 187.

[19] “At the Fresh Grave of  Kote Tsuntsadze”, Portraits, Political & Personal, Pág. 94.

[20] “Decreto de Guerra a Muerte”, Ideas políticas y militares, pp. 22 y 23.

[21] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, pág. 7.

[22] La Revolución Traicionada, pág. 236.

[23] “La degeneración de la teoría y la teoría de la degeneración”, Escritos, Tomo IV, volumen 2, p. 325.

[24] “Sur Quelques problémes de la stratégie revolutionnaire en Europe occidentale”, Critique Communiste, número especial, P. 137. Existe versión en español, publicada por Comunismo, No 1, diciembre 1977‑enero 1978.

[25] Idem, p. 171.

[26] Idem, p. 172.

[27] Stalin, el gran organizador de derrotas, P. 129.

[28] Idem, pág. 130.

[29] “Sur quelques problémes”, Pág.. 173.

[30] “La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista”, aparecido en Boletín de Informaciones internacionales, No 4, junio de 1973, publicado por el PST (Argentino), Pág. 16.

[31] Idem, pág. 9.

[32] Lecciones de Octubre, pág. 57.

[33] Idem, Pág. 55.

[34] Idem, pág. 66.

[35] “Problems of the Civil War”, The Challenge of the Left Opposition, pág. 181

[36] “Sur quelques problémes...”, Pág. 140.

[37] Idem, pág. 170.

[38] Idem, pág. 175.

[39] Idem, pág. 175.

[40] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, pág. 7.

[41] Idem, Pág. 8.

[42] . Idem, Pág. 9.

[43] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, pág. 5.

[44] Idem, pág.. 4.

[45] “Sobre la declaración de los oposicionistas indochinos”, Escritos, Tomo II, Vol. 1, p. 43.

[46] “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, Escritos, Tomo XI, Vol. 2, pp. 294‑95.

[47] Idem, pág. 295.

[48] ¿Adónde va Inglaterra?, pp. 141‑42.

[49] Idem, pp. 138‑39.

[50] . Idem, pp. 137‑38.

[51] Idem, pp. 119‑20.

[52] “Defensa de la República Soviética y de la Oposición”, Escritos, Tomo 1, Vol. 2, p. 419.

11. ‑‑‑Sobre el voto secreto‑‑‑, Escritos, Tomo 1, vol. 1, p. 75.

[53] La revolución traicionada, pág. 95.

[54] “Libertad de prensa y la clase obrera”, Escritos, Tomo IX, vol. 2, P.605

[55] Idem, pp. 604 y 606.

[56] “La situación mundial y sus perspectivas”, Escritos, Tomo XI, vol. 1, pp. 210 y 213.

[57] “Hemos dicho que pondremos los articulos progresivos del Bill of Rights en la constitución de la república obrera y los ampliaremos el máximo. Se lo decimos a los obreros norteamericanos y hablamos en serio. Si creen que no hablamos en serio, probablemente jamás habrá una revolución proletaria en este país” (Jack Barnes en “The Portuguese Revolution and Building the Fourth International”, Report and summary adopted August 21, 1975, by the National Convention of the SWP, International Internal Discussion Bulletin, vol. XH, N 9 6, october 1976.)

[58] “La situación mundial y sus perspectivas”, Escritos, Tomo XI, Vol. 2, pág. 605.

[59] “Sur quelques problemes de la stratégie révolutionnaire en Europe Occidentale”, Critique Communiste, numero especial, pp. 151‑152

[60] Idem, p. 152.

[61] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, pág. 4.

[62] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, pág. 1.

[63] “¿Puede reemplazar la democracia parlamentaria a los soviets?”, Escritos, Tomo I, Vol. 1, p. 69.

[64] Lecciones de Octubre, pp. 69‑70.

[65] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, p. 1.

[66] Lecciones de Octubre, p. 20.

[67] “A los camaradas búlgaros”, Escritos, Tomo II, Vol. 1, p. 63.

[68] “The ILP and the Fourth International”, Writings (1935‑36), p. 147.

[69] Stalin, el gran organizador de derrotas, p. 153.

[70] “Problemas del desarrollo de la URSS”, Escritos, Tomo II, Vol. 2, pp. 306‑7.

[71] “A los camaradas búlgaros”, Escritos, Tomo II, Vol, 1, p. 64.

[72] “Problemas del Desarrollo de la URSS”, Escritos, Tomo II, Vol. 2, p.309.

[73] “Alarma por Kronstad”, Escritos, Tomo IX, Vol. 1, pp. 202‑3.

[74] “On the Policy of the KAP”, The First 5 Years of the IC, Vol. 1, p. 150.

[75] “Carta abierta al Partido Comunista de la URSS”, Escritos, Tomo 1, Vol. 3, p. 787.

[76] Lecciones de Octubre, pp. 70‑71.

[77] Report on the Fourth World Congreso, The First 5 Years of the IC, Vol. 2, p. 308.

[78] “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”, pág. 3.

[79] Resolución sobre el papel del partido comunista en la revolución proletaria ”. Los Cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, Primera parte, pág. 137.

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